Terry y Candy se casan, tratare de terminar todas mis historias especialmente esa para las que me siguen pueden buscarme en Wattpad.
Corazón salvaje segunda parte del libro Titulada Candy (Mónica)…
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
¡Holaaaa meus amores! Reportándome de nuevo, no tengo mucho tiempo, desde que empezaron mis clases, No me maten por favor.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
(Mónica) y Terry (Juan) y la última el desenlace y final (Viene siendo el libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Realmente espero que sea de su agrado. Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfruten la segunda parte del libro.
Segunda Parte
Capitulo Quince.
Candy (Mónica) y Terry (Juan)
Se ha alejado con aire tan sombrío, que Candy, le sigue con ojos angustiados, soltando con viveza el timón que aún sostiene, cuando la juvenil figura de Segundo Duelos llega hasta ella con paso apresurado:
—¿Se sintió mal, patrona? ¿Qué le pasa? Usted está triste, y estaba tan contenta en días pasados...
—Sí, Segundo, pero hay aires que sólo de acercarse a ellos, hacen daño...
Segundo ha mirado a todas partes, ha seguido después la figura alta y recia que se aleja a lo largo de la cubierta, para detenerse en la misma proa, contra un mástil, cruzados los brazos, y comenta como al azar:
_Patrón tiene miedo de tocar tierra francesa, y es natural. Si yo estuviera en su lugar, también tendría miedo de perderla... Perdóneme... Quiero decir que tendría miedo de perderla, pero que no la retendría contra su voluntad... ¡Oh, dispénseme!
Se ha mordido los labios, ha esquivado la mirada de angustia con que Candy, pretende asomarse a su pensamiento, pero ella se aproxima más, encendidas ya sus ansias de saber:
_ Segundo, ¿fue usted quien le dio el aviso que nos hizo huir de esta ciudad?
_Mí, patrona, fui yo. Lo siento si hice mal, pero como segundo del Luzbel...
Cumplió con su deber, ya lo sé. Pero tanto usted como él se equivocaron... El doctor Faber no iba a hacer nada malo, contra el Luzbel... Yo sólo le pedí que escribiese una carta a mi madre para darle tranquilidad sobre el estado de mi salud. ¿Comprende?
—¿Sólo eso? ¿Y el patrón lo sabe? Es difícil para mí hablar con Juan de ciertas cosas... No quiero disgustarlo...
—¡Él ha cambiado! Es otro hombre desde que está usted en el barco, patrona. ... Pero sin disgustarlo, si usted todavía quiere mandarle una carta a su señora madre, cuente con Segundo Duelos para ponerla en el correo...
_ ¿Sería capaz?
_ Pues, claro. Y no es por alabarme, pues cualesquiera de los muchachos harían lo mismo. Damos la vida por Terry, pero tratándose de usted... —Se ha interrumpido para quedarse mirándola, como en breve lucha con su conciencia. Al fin, se inclina para hablarle muy bajo—: El amo es desconfiado... Lo traicionaron todos desde que era niño, y ve traiciones hasta donde no las hay. Yo sé que usted es muy buena, patrona, que no va a hacerle ningún daño... Y si esta noche escribe una carta para su señora madre, mañana la pongo yo en el correo de Portsmouth.
¿Quiere escribirla? ¿Quiere dármela?
—No sé todavía —duda Candy; pero al fin parece reaccionar bruscamente—: Está bien. Segundo, confiaré en su promesa... Escribiré esa carta a mi madre... y dejando a Segundo con las manos sobre el timón, se dirige hacia la cabina del barco, donde, apenas traspuesto el umbral, divisa a Kuri, y le interpela cariñosamente:
_ ¿Cómo estabas aquí, que haces?
_Esperarla, mi ama.
El niño negro, a flor de labios la sonrisa blanca, responde a la pregunta de Candy ladeando levemente la rizada cabeza... Lleva mucho rato aguardando en el centro de aquella cabina, como si aguardase, cual un milagro, la dulce aparición de aquella a quien la devoción de todos envuelve como en una atmósfera brillante y cálida sin que ella ni siquiera haya llegado a advertirlo.
_ ¿Va a quedarse aquí dentro patrona?
—Sí, Kuki, voy a quedarme, pero necesito quedarme sola, ¿entiendes? Debo estar sola, necesito hacer algo íntimo, personal... —Ha mirado a todas partes como buscando. No pensó antes en la dificultad material... no dispone de nada de lo necesario para escribir. Sin embargo, recuerda haber visto escribir alguna vez a Terry, y rápidamente toma en sus manos el libro de bitácora—.
_ ¿Conoces este libro Kuki?
—¡Cómo no, mi ama! Es el libro en el que el patrón escribe todo lo que pasa en el barco.
_Escribe ¿Con que escribe? ¿Lo sabes tu?
—Con pluma y tinta que están en ese armario. Ahí es donde guarda el amo todas las cosas que no quiere que se pierdan...
—Aquí hay pluma, un tintero, papel... —¡banderas! Hay banderas de varios países, así como pequeñas banderas de señales, y entre ella un pequeño envoltorio de paño negro que las manos de Candy despliegan con impaciencia. Es el traje inútilmente buscado. Tiene desgarrado el corpiño, arrancados los broches... Es la triste tela que delata una lucha feroz, la que sin duda sostuvo aquella noche defendiendo su pudor contra Terry del Diablo...
Largo rato ha retenido el roto vestido entre sus manos. Luego, como si tomase una resolución repentina, lo arroja al fondo del armario, toma lo necesario para escribir y cierra bruscamente la puerta del rústico mueble, como si quisiera alzar una barrera, alejarse desesperadamente del dolor del pasado... Pero una lágrima rebelde rueda por su pálida mejilla, y, apenado e ingenuo, indaga Kuki:
_ ¿Qué le pasa patrona esta llorando?
Sí, Kuki, no he podido evitarlo... ¡He llorado mis últimas lágrimas por Candy de Andrew, siento que la amo... dice!
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Entreabiertos los labios de asombro. Albert se ha detenido en el umbral de aquella puerta que franquea una de tantas habitaciones del hotel. Ambiente frío, muebles escasos, una mesa central cubierta con un viejo tapete, y sobre ella, en una bandeja, una botella, una jarra de jugo de piña, varios vasos...
_ Pase, Albert... adelante —invita Anthony, al viejo notario—. Al fin se recibió una noticia concreta: el Luzbel está en Florida, frente a Portsmouth, y ha aceptado carga para San José y Roseau... Pero, supongo que viene usted a buscarme por encargo de mi madre, ¿no?
—Fue grande su angustia al no encontrarle a usted en Campo Real, al saber que había salido de aquella manera, sin dar apenas tiempo a que le ensillaran un caballo... ¿Por qué hizo eso? ¿Piensa que su pobre madre no ha sufrido ya bastante?
_ Pienso que todos hemos sufrido lo suficiente para reventar... Pero, ¿qué vamos a hacerle? Parece ser que esto es la vida. Siéntese y beba, o al menos acepte un cigarro. Yo, como usted ve, estoy aguardando...
Ha mirado una vez más el reloj de bolsillo, colocado sobre el tapete oscuro. Luego se aleja hasta llegar a la ventana que abre sobre la calle. Hay varios barcos mercantes anclados en la rada de Saint-Pierre, y los pasajeros, en escala obligada de su viaje desde Europa, invaden la rica y populosa capital de la Martinica, saboreando en ella los mil detalles del mundo tropical... La brisa que viene desde el mar no alcanza a refrescar las ardientes calles y hay en el cielo un extrañó tono rojizo, como si gravitase sobre la ciudad el resplandor de un fuego misterioso, como si un presentimiento cósmico flotase sobre los jardines floridos y las lujosas moradas...
—Hablemos seriamente, Anthony. ¿Qué se ha propuesto? ¿Qué ha venido a hacer a Saint-Pierre? ¿Con qué relaciona la noticia de que el Luzbel está en la Dominica y haya tomado carga para un puerto o para otro?
—El Luzbel será detenido apenas fondee frente a Roseau, y su patrón apresado en nombre de las leyes de Francia.
_ Puede volver a Campo Real y decírselo a mi madre: voy a rescatar a Candy cueste lo que cueste y pase lo que pase...
_ ¿Rescatar a Candy? Entonces, ¿es verdad lo que me han informado? Usted retiró su fianza a Terry y encabezó una acusación en forma contra él...
_ No me quedó otro camino para que el Gobernador consintiera en pedirlo, por extradición, como fugitivo bajo proceso...
—¡Pero lo traerán preso, se incautarán del barco...! Un momento... un momento, porque a veces me parece que yo también estoy trastornado... Cuando Juan llegó de su último viaje, traía suficiente dinero para pagarle a usted... es más, me aseguró que lo haría, y tengo entendido que, por lo menos, trató de hacerlo... Y hasta juraría haber visto una bolsa con monedas sobre la mesa de su despacho...
Eso es... la recogí yo mismo... la guardé en la caja principal... ¡Juan cumplió fielmente sus compromisos!
_ No puede probarlo —rechaza Anthony con dureza—. Y, además, no es su dinero lo que persigo... Ya lo sé, ya lo sé... Pero acusarlo de esa manera, hacerlo volver así, es, por dura que sea la palabra, una infamia... ¡Una infamia!
—¡Peores ha cometido Terry del Diablo! —se revuelve iracundo Renato—. Cualquier camino es bueno cuando nos lleva a donde hay que llegar a toda costa. ¿No comprende? ¿Albert? Candy es inocente, no tiene nada que reprocharse... Yo tengo que detener ese barco, tengo que arrancarla de las manos del bárbaro a quien la entregué, loco de celos, ciego de desesperación y de rabia, sin más derecho que el que me daba mi cólera...
_ ¿Y Quién le dijo usted?
—Quien lo sabe mejor que nadie... ¡Las diez! Es la hora que esperaba... El Gobernador está aguardándome para combinar los últimos detalles... Tengo que dejarle. Albert y me parece muy buena hora para que tome su coche si quiere regresar esta misma noche a Campo Real... No se quede en Saint-Pierre... Serán inútiles sus esfuerzos por defender a Terry del Diablo...
_ ¿llego la comprobación del gobernador?
Puede leer por sí mismo el cablegrama, amigo Grandchester, La goleta Luzbel tomó carga de ron, cacao y carne salada en Portsmouth, parte para el puerto de San José, y otra para Roseau, donde ya las autoridades están avisadas. Como primera formalidad debe llevar a la Capitanía del Puerto la matrícula del barco para poder desembarcar la carne, y en ese momento será detenido
—Bien; sólo me resta aclara un punto que quedó pendiente esta tarde: la suerte que correrá en todo esto Candy de Andrew.
_ Bueno, legalmente es la esposa del patrón apresado. De todos modos, confío en que las autoridades inglesas de Dominica no olviden la caballerosidad. Todo depende de la actitud que ella adopte...
Su actitud sólo puede ser la de una prisionera rescatada Tengo mis dudas, mientras más leo y releo la carta de ese doctor Faber...
Muy respetable la opinión de Faber, y la suya propia, Gobernador, pero perdóneme que me atenga sólo a mis propias seguridades. ¿Cuándo saldrá el guarda costa?
—Dentro de veinte minutos exactos. Mi coche aguarda abajo. Tal como le prometí, le haré conducir a usted a los muelles con las facilidades de hablar con el capitán...
_ No deseo sino una facilidad. Gobernador: ir yo en ese barco.
—¿Usted? ¿Usted personalmente? —se sorprende el Gobernador—. Ningún civil debe viajar en un barco de guerra... Se lo pido como un gran favor. Son circunstancias muy especiales...
_ Por ellas me será preciso complacerle, plegándome a su voluntad en absoluto. Le extenderé un salvoconducto.
_ Una vez más le recomiendo prudencia y sangre fría. Los últimos informes que me han dado de Terry, del Diablo, le acreditan como hombre muy peligroso.
_ ¡Una razón más para que no me detenga nada! ¡Gobernador!
El Luzbel está anclado frente a la villa inglesa de Portsmouth, un semicírculo de pequeñas casas multicolores, extendidas a lo largo de la abierta bahía de príncipe Ruperto. Son las primeras horas de una noche estrellada, y, arrimadas al costado de la goleta, tres barcazas vierten su carga en el casco fino, fuerte y estrecho, de aquel barco bohemio y pirata que, por una vez, cumple la misión para la que ha sido matriculado
_ ¿Todo en orden segundo?
—Todo en orden, patrón. La carga está en la bodega, perfectamente resguardada...
Terry se ha alejado con firme paso, y Segundo lo observa curioso, viéndolo detenerse un instante frente a la cerrada puerta de la cabina. Ahí está ella, tras aquella débil barrera de tablas, indefensa, suya, puesta en sus manos por las leyes y la sociedad, dócil y blanda en aquella vida nueva y extraña. Piensa Juan que acaso Candy De Andrew no le rechace ahora, piensa que acaso en ella también toda ha cambiado... Pero es sólo un chispazo de luz entre las sombras, y muy despacio vuelve la mirada para quedarse mirando a aquellas estrellas que se reflejan en el agua, tan altas, tan puras, tan lejanas como aquélla con quien sin querer las compara, y musita
_No … no es mía... no lo será jamás.
_Soy suya, suya para siempre...
Estremecida, temblorosa, exaltada, Candy ha dejado escapar estas palabras que ante su propia conciencia desnudan la verdad de su alma. Durante largo rato ha mirado también aquella débil puerta, con el temor y el ansia de que se abra, con la esperanza inconfesable de que tras ella aguarde Terry... En ella chocan los pensamientos; contra ella van a estrellarse, tras la búsqueda inútil de sus almas perdidas. Bastarían unos pasos, una palabra, un desnudarse el corazón sin rubor...
Pero ninguno de los dos da aquellos pasos, ninguno de ellos pronuncia aquella palabra, y, como Terry, ella ha vuelto la espalda, ha apoyado la frente atormentada en el redondo cerco de las estrechas ventanillas marineras, ha mirado el temblor de las estrellas sobre el mar... Si él la mirase de otro modo, si llegase hasta ella tierno o apasionado, si pudiera pronunciar en su oído aquel nombre que inútilmente repiten sus labios:
_Terry... Terry si tú me amaras...
_ ¿A buscar a Candy? ¿Personalmente a buscar a Candy? Pero está usted seguro don Albert...
Con estos ojos lo vi abordar el barco. Él había rechazado mi compañía, ordenándome que regresará, sin ocuparme más de sus asuntos, cosa que, como usted comprenderá, no me fue posible hacer... Fui con él hasta la casa del Gobernador, le aguardé en la antesala, seguí después el coche que lo condujo hasta los muelles, lo vi embarcar en el guardacostas y me informé con plenitud de las diligencias hechas y de la absoluta cooperación del Gobernador. Anthony, logró lo que a ustedes se les había negado, y aún más: la orden de extradición inmediata...
Continuará…
Gracias a todos por sus comentarios me animo a seguir escribiendo, terminaremos con las que faltan completar, sé que esta es la favorita de muchos, sé que escribo corto y me demoro mucho en publicar, pero así escribo yo pequeño… espero que sea de su agrado este capítulo.
Ahora contestare sus comentarios en mi sección favorita...
Carol aragon: Gracias por tu comentario, querida amiga, espero que sea de tu agrado este capítulo.
Blanca G: Gracias hermosa por apoyarme siempre, espero que sea de tu agrado esta historia, espero que te gusten todas mis adaptaciones e originales, bendiciones para ti amiga, Candy ya ama a Terry lo que pasa es que no se reconocen sus sentimientos...
Mia8111: Gracias por tu comentario y apoyo amiga, bendiciones para ti también...
Marialuisa Casti: Gracias por tu comentario, espero que este capítulo sea de tu agrado.
Elvia Soan: Gracias por tu apoyo, sé que es una excelente adaptación, gracias por publicar mi historia en tu grupo de Corazón Salvaje, bendiciones para ti amiga bella.
SARITANIMELOVE: Ley todos tus comentarios, Gracias por tu apoyo amiga, espero que sigas acompañándome en esta bella historia, más adelante volveré a retomar la historia del profesor, gracias a sus comentarios, me animo a seguir escribiendo, bendiciones amiga bella, gracias por todo, espero que me sigas apoyándome como siempre...
Bendiciones
Maggie Grand.
