Finalizando la segunda parte del libro Titulada Candy (Monica).
Corazón salvaje segunda parte del libro Titulada Candy (Mónica)…
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
¡Holaaaa meus amores! Reportándome de nuevo, no tengo mucho tiempo, desde que empezaron mis clases, No me maten por favor.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
(Mónica) y Terry (Juan) y la última el desenlace y final (Viene siendo el libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Realmente espero que sea de su agrado. Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfruten la segunda parte del libro.
finalizando la segunda parte...
Segunda Parte
Capitulo Veintinueve
Candy (Mónica) y Terry (Juan)
_ Saint-Pierre... Saint-Pierre, ¿verdad?
_ Si, Candy, estamos llegando. Pero si aún tengo derecho a darte un buen consejo, si aún puedo suplicarte algo, te ruego, te pido que sigas camino para Campo Real... Tu madre te aguarda allá... Tu hermana quedó muy angustiada... mi propia madre...
Tomando las manos de Candy, como en un repentino arranque, ha hablado Anthony, y tiembla la súplica en su voz que se quiebra de angustia. Pero Mónica retrocede, esquivando aquellas manos y rechazando con decisión:
_ No me moveré de Saint-Pierre; no me alejaré de Terry. Y si hay algo que de veras quieras hacer por mí, si soy yo la que aún puedo rogarte, suplicarte, implorarte algo, es justamente que me ayudes a acercarme a él esta misma noche. Es preciso que yo le vea, que yo le hable, que sepa lo que piensa y lo que siente... Tú puedes hacerlo, para mí es indispensable. ¡Creo que me volvería loca si me lo negaras!
_ Está bien, Candy, cálmate. No necesitas suplicarme de esa manera... Haré lo posible... Creo que, como esposa legal de Terry del Diablo, tienes derecho a llegar hasta él. Y si es preciso, yo mismo he de llevarte.
Arrastrando a su doncella, envolviéndose en el amplio chal de seda para ocultar lo más posible su rostro y su talle, baja Eliza a toda prisa las anchas escaleras de la casa de Gobierno hasta salir por aquella puerta lateral, algo disimulada, que esquiva los grupos de curiosos y la vigilancia oficial de la entrada del frente. Allí está parado el coche que la trajera; rápidamente, ama y sirvienta suben a él, y Eliza ordena al cochero:
—Óyeme, Cirilo. Vas a dar la vuelta muy despacio... Vas a llevarnos al paso por detrás del Hospital y acercarte por el costado. Cuando estemos allí, te diré lo que haces. ¡Anda... arranca...!
—¡Ay, mi ama! —se lamenta la asustada Dorothi—. Usted como que va a meterse en un lío muy grande...
_ ¡Haz todo lo que te digo, sin replicar, estúpida! Tenemos los minutos contados... Cuando pasemos junto al Fuerte, voy a bajarme. Al quedarte sola, levantas las cortinas para que te vean... Te tapas bien la cara con el velo, escondes las manos... Mejor todavía, ponte estos guantes. Vas a dar una vuelta por las calles principales: por el Paseo del Puerto, por la Avenida Víctor Hugo... Quiero que te vean muchos y que todos crean que soy yo la que estoy paseando...
_Pero mi ama...
—Saint-Pierre es una colmena de chismes. No faltarán los comentarios. Todo el mundo conoce los coches de los Grandchester... Bueno, ya llegamos... Dentro de media hora pasarán a buscarme por este sitio. —Y alzando la voz, representa la comedia—: Cirilo, para un momento. Voy a dejar a Ana haciendo unos encargos... Entérate bien de la dirección de esa modista, Ana. Dentro de media hora volveremos por ti —Ha saltado a tierra, y ordena—: ¡Sigue, Cirilo! Por el centro y sin parar en ninguna parte. Apura un poco a los caballos ahora...
Eliza, ha quedado sola junto a la sombría fortaleza. Nadie se ve a lo largo de la desierta calle. Un centinela hace la guardia junto a las rejas, a la luz temblorosa de un mechero de gas. Ciñendo más el chal a su cabeza y a su cuerpo estatuar Eliza Andrew, va hacia aquel hombre, al que informa imperiosamente: - ¡Traigo un permiso del señor Gobernador para ver en seguida al detenido Terry! del Diablo!
El Gobernador no está en la ciudad, Candy. Salió para Fort de France hará una hora escasa, y probablemente permanecerá allí varios días. Acabo de hablar con el secretario.
_ ¿Y a quién dejó encargado de sus asuntos?
_ ¿Y a quién dejó encargado de sus asuntos?
Por lo visto, a nadie. Sus asuntos marchan solos, y solamente con un permiso firmado por él se puede visitar en la cárcel a un detenido, en vísperas de proceso. Lo siento, Candy. lo siento con toda mi alma...
_Entonces quieres decir que te das por vencido.
_ No se me ocurre qué puedo hacer... Se me cierran los caminos legales...
—Y tú, naturalmente, no sabes otros. Está bien, Anthony. Gradas por todo. Entonces, déjame
Y tú, naturalmente, no sabes otros. Está bien, Anthony, Gradas por todo. Entonces, déjame.
Anthony, se ha puesto de pie cerrándole el paso, deteniendo su gesto de huida. Están ya en Saint-Pierre, en la antesala de aquella pequeña casa, muy cerca de los muelles, donde por tantos años habitara el notario Albert. Es allí a donde Anthony ha llevado a Candy buscando para ella un lugar apartado de los hoteles, un sitio familiar donde librarla de la curiosidad que ya rodea su nombre.
Por la única ventana abierta penetra el ruido de la pequeña y populosa dudad, y en la puerta de la vetusta estancia aparece la figura familiar de Albert, con una expresión de profunda sorpresa en los ojos cansados:
_Candy, Anthony, que honor.
_ Perdónenos por haber tomado su casa por asalto, más Candy pretende un imposible. Su único deseo es ver a Terry, esta misma noche, pero el Gobernador ha salido para Fort de France y sólo él puede dar el salvoconducto necesario.
_ Perdóneme si me cuesta trabajo comprender lo que usted me dice, Anthony,
—No me sorprende su asombro Albert. Pero esto no es nada... Candy, les reserva a todas grandes sorpresas.
_ Ya lo veo. Su actitud es verdaderamente admirable. Creo que puedo ayudarla, hija mía. Quien hizo la ley, hizo la trampa. Yo conseguiré que hable usted esta noche con Terry.
_Albert
Candy, ha ido hacia el notario, estrechándole las manos, tensa de gratitud el alma, mientras el viejo servidor de los Grand chéster, desbordarse el torrente de su sinceridad:
_ Cuente conmigo para todo. ¡Para todo! También yo, a pesar mío, sufro y tiemblo por la suerte del hombre, como temblé por la del muchacho. También yo pienso que, en el fondo, Terry...
_Calla.
….
El corazón de Terry, ha temblado. Con un esfuerzo de su vista de águila ha podido percibir las cosas más claras a pesar de la oscuridad. La mujer que se acerca, alta, delgada, flexible, de andar sensual, tiene algo en el aire que no concuerda con la falda dé colorines, con el típico traje de las mujeres más humildes que parece llevar como un disfraz. Un rayo de insensata esperanza ha bañado su alma... Cada uno de aquellos pasos que siente acercarse, es como un golpe de su corazón, estremeciéndolo, despertándolo, haciéndolo latir de nuevo al influjo caliente de la sangre... Como un lanzazo de oro, con herida luminosa, siente que ama a aquella mujer, que tiembla por ella, que por ella aguarda, que a sí mismo se presenta ya cien explicaciones, cien disculpas... Conteniendo el aliento ve abrirse las rejas, alzarse la mano del carcelero para poner un hachón encendido en el garfio de la entrada, y retroceder, dando paso a la mujer que se acerca a la luz rojiza y humeante de aquella iluminación primitiva...
_Terry, Terry. Mi Terry
Eliza, se ha arrojado en los brazos, que no la rechazan, que la sostienen sin estrecharla, que la oprimen tensos de una emoción sin nombre, mientras el alma entera de
Terry, un instante asomada a la luz del día, tiembla antes de sepultarse, cayendo hasta el fondo del más profundo abismo de su vida, mientras murmura sorprendido
—¡Tu... ¡Tú... Eras tú...!
—¿Quién sino yo podía venir a buscarte donde estés, como estés, por encima de todo? ¿Quién sino yo te quiere con toda el alma, Terry? ¡Con toda el alma!
Por aquí, con cuidado —recomienda el viejo Noel—- Deme usted la mano, Candy, el piso está muy resbaladizo, pero es precisamente en este patio donde tenemos que aguardar.
_ ¿No le dio ese hombre ningún papel? —pregunta Anthony, en voz baja y malhumorada
—No puede dármelo. Como alcaide de la fortaleza, es suya toda la responsabilidad de lo que ocurra con los presos, pero no tiene autoridad para firmar salvoconductos. Ni siquiera en un caso tan delicado como éste se atreve a dar una orden verbal, pero nos proporciona la oportunidad de que aprovechemos el cambio de guardia. Ahora hablaré con el cuidador de estas galeras, que es el hombre de las llaves. Durante casi quince minutos está este patio sin guardia de soldados, y es el tiempo en, que Candy puede entrar a la galera de Terry y hablarle sin testigos, mientras usted y yo la esperamos...
—¡Sí, sí, se lo agradeceré toda mi vida! —asegura Candy Espere—advierte Albert—. Creo que nuestro preso tiene un visitante...
A través del anchísimo patio han visto la luz rojiza del hachón que ilumina la galera. Están en el ángulo que forman dos gruesos muros, y sobre sus cabezas, por los estrechos pasadizos de los muros, cruzan los centinelas montando guardia...
En cuanto dejen de cruzar esos fisgones, nos acercamos, y entra usted en la celda, Candy —indica el notario—. Tengo entendido que lo encerraron solo con el muchacho que era grumete de su barco. Los demás están en el otro patio...
_Por favor calle. Candy ha creído oír una voz, una palabra, una frase que el aire lleva hasta sus oídos, y contiene la respiración para escuchar, pero sólo llega a ella el paso monótono de los centinelas, sólo ven sus ojos anhelantes aquella reja iluminada tras la que se mueven formas confusas...
Bruscamente, Terry, ha retrocedido, cortando de un tirón el nudo de aquellos brazos ceñidos a su cuello, como si al arrancarlos quisiera arrancarse también la angustia que le ahoga, que le atenaza la garganta, como si toda esta angustia estallara en un impulso brutal contra aquella que palidece frente a su rudeza...
—¿Para qué has venido? ¿Qué vienes a buscar aquí? ¿Quién te mandó a mí? ¿Tú hermana? ¿Tu marido?
_ ¡Basta, Terry! Nunca fui a ti mandada, he venido por mi propia cuenta, porque estoy de tu parte, porque no quiero hacerme cómplice de la infamia tramada contra ti... He venido, ya te lo dije, ya lo grité al entrar: ¡He venido porque te quiero! Te quiero, aunque cien veces me hayas despreciado, aunque rechaces mis caricias, aunque respondas con insultos a las palabras con las que te entrego el alma... He venido exponiéndome a todo, ¿y esa es la gratitud que me demuestras? ¡Si tú supieras lo que he sufrido, lo que he llorado por no haber tenido el valor de ir contigo! Hice mal... Sé que hice mal... Merezco tus insultos, pero no tu odio; merezco tu rencor, pero no tu desconfianza. ¿Por qué estoy aquí, sino porque te quiero, porque no puedo vivir sin ti?
_Y Tu hermana ¿Dónde está tu hermana?
_ ¡Basta, Terry! Nunca fui a ti mandada, he venido por mi propia cuenta, porque estoy de tu parte, porque no quiero hacerme cómplice de la infamia tramada contra ti... He venido, ya te lo dije, ya lo grité al entrar: ¡He venido porque te quiero! Te quiero, aunque cien veces me hayas despreciado, aunque rechaces mis caricias, aunque respondas con insultos a las palabras con las que te entrego el alma... He venido exponiéndome a todo, ¿y esa es la gratitud que me demuestras? ¡Si tú supieras lo que he sufrido, lo que he llorado por no haber tenido el valor de ir contigo! Hice mal... Sé que hice mal... Merezco tus insultos, pero no tu odio; merezco tu rencor, pero no tu desconfianza. ¿Por qué estoy aquí, sino porque te quiero, porque no puedo vivir sin ti?
Terry, Ha detenido el ademán con que Eliza va a arrojarse en sus brazos, creyendo al fin vencida su resistencia. Y más que su ademán, es rotunda valla de hierro aquella pregunta que ha escapado de sus labios con fuerza brutal, y que otra vez restalla imperiosamente
—¿Dónde está tu hermana? ¿Qué hace? Está de acuerdo con Anthony, ¿verdad? ¿Fue cosa suya todo esto? ¿Fue cosa suya?
_ ¿Es eso todo lo que te interesa? —reprocha Eliza, indignada—. ¿Mi amor, mi locura, mi presencia aquí, exponiéndome a cuanto me expongo, no significan para ti absolutamente nada?
_ ¡Eres un miserable un ingrato, y yo la única estúpida en todo esto! ¿Qué me importa que te acusen de lo que quieran, que te juzguen jueces comprados y que te hundan para siempre en una cárcel?
_ ¿Qué me importa que acaben contigo si tú no eres más que un ingrato?
—¿Qué estás diciendo, Eliza? —pregunta Terry, visiblemente anonadado—. ¿Qué es lo que has dicho?
—¿Qué estás diciendo, Eliza? —pregunta Terry, n visiblemente anonadado—. ¿Qué es lo que has dicho?
—¡Que eres un estúpido, un iluso, un niño a quien cualquiera engaña! Te interesa Candy, te importa lo que ella pueda pensar de ti, estás tratando de averiguar conmigo es ella quien te ha denunciado, ¿verdad? Pues bien, sólo un tonto haría semejante pregunta.
—¿Por qué un tonto? ¡Yo no hice nada contra ella! ¿Qué dice ella que hice?
_ ¡Ah, no sé! Probablemente horrores, cuando Anthony, toma la actitud que ha tomado... Anthony, y todos... Doña Rosemary, hasta mi pobre madre, que no se mete en nada, casi se volvió loca cuando le llevaron la carta de Candy...
—¿La carta de Candy? ¿Escribió Candy, a tu madre? ¿Es que no lo sabes?
—Tenía la sospecha, pero no hubo tiempo material de que llegara la carta que yo pensé pudiera ser la suya... Para que esto haya sido provocado por una carta de Candy, ha tenido que escribir desde antes, desde mucho antes...
_ Pero, ¿cuándo? ¿Cómo?
_ Oí decir algo de un médico...
_ ¡Ahí ¡El doctor Faber! Escribió el doctor Faber, ¿eh?
—Cuando yo digo que eres un tonto, que te fías del primero que llega...
o no me fío de nadie, y de ti menos que de nadie. ¡Probablemente mientes para hacérmela odiar! ¡Quieres que la aborrezca, que la juzgue de traidora! No es la primera vez que intentas hacérmelo pensar. ¡Quieres que la odie, que vaya contra ella!
_ Pienso que es ella la que tiene que odiarte... Y si tú, como hombre, te has vengado...
—¡No me he vengado! De ella no tenía por qué vengarme.
_ No me hizo ningún daño voluntario... Fue una víctima de las circunstancias... Víctima de tu maldad y de tus intrigas; víctima del egoísmo y de los celos de Anthony... Fui contra ella en un momento de ceguera, pero ni es culpable, ni...
_ Terry, se interrumpe de pronto y con gran ira, pregunta—: ¿Por qué te sonríes de ese modo?
—¡No me he vengado! De ella no tenía por qué vengarme.
No me hizo ningún daño voluntario... Fue una víctima de las circunstancias... Víctima de tu maldad y de tus intrigas; víctima del egoísmo y de los celos de Anthony... Fui contra ella en un momento de ceguera, pero ni es culpable, ni...
Terry se interrumpe de pronto y con gran ira, pregunta—:
_ ¿Por qué te sonríes de ese modo? Perdóname Terry —se disculpa hipócritamente Eliza. disimulando su satisfacción—. Cálmate. Eres un verdadero tigre... No hay que tomar así las cosas... Si tuvieras un poco más de mundología, no te sorprenderías por nada...
_ Ya veo que Candy te interesa extraordinariamente... ¡Eres el más imbécil de los hombres, el más ciego y el más estúpido! ¿No te das cuenta de que, en realidad, las únicas víctimas somos tú y yo?
_ ¿Tu? ¿Tu victima?
—¡Tú y yo! Me refiero a los hechos... ¿Dónde estás? Detenido, desde luego. Pero no me pueden acusar de nada. He demostrado quién soy durante el temporal, y ahora le haré frente a lo que venga, y mi inocencia quedará probada. No hice nada contra Candy... Tengo testigos...
_ ¡Qué ingenuo eres! ¿Piensas que van acusarte de haberla maltratado? ¡No! Hay mil cosas de las que te acusan... Mil cosas que tienen un fondo de verdad... Mil cosas con las que van a hundirte sin remedio... Ya lo verás... Candy, no te acusa... ella queda al margen. Probablemente, si la llaman a declarar, lo hará en favor tuyo. Puede que hasta te de públicamente las gracias por tus atenciones cuando estuvo enferma. ¿Qué importa eso, si está bien segura que no vas a escapar, porque te han tendido un lazo del que nadie se salva?
- ¿Qué dices Eliza?
—Cuando lo supe, no pude soportarlo... me jugué el todo por el todo... Con engaños logré que mi suegra me trajera a la capital. A espaldas suyas, aunque usando su influencia y su dinero, llevo tres días luchando para que las cosas no sean tan malas para ti. He movido influencias, me he valido de mis antiguas amistades, he llorado y suplicado a los pies del Gobernador...
_ ¡No.… no es posible! ¡No es verdad lo que dices!
—¿Cómo crees que he entrado? Mira: un salvoconducto firmado por su mano. Lo obtuve, prometiéndole en tu nombre, jurándole, que serías comedido en tus declaraciones de mañana. Quieren aplastarte, pero le tienen miedo al escándalo, sobre todo mi suegra. Ya sabes... te odia, te aborrece...
_Ese si
_ Y también los demás —desliza Eliza, suave y pérfida—. ¿Crees que no conozco el sistema monjil de mi hermana? Sola contigo, entregada a tu albedrío, seguramente se puso tierna, cariñosa y suave... Hasta te haría creer que le gustabas...
_ Jamás! ¡Nunca perdió la dignidad! ¡Nunca dejó de ser la mujer alta y pura que...! y aunque así lo fuera Candy es mi esposa.
—¿Qué es eso? ¿Qué es eso, Terry? —interrumpe Eliza. algo asustada al escuchar el toque de una corneta lejana No sé... Probablemente el cambio de guardia...
_ ¡Oh, qué loca soy! Tengo que irme, tengo los minutos contados...
—¡No te irás después de haberme enloquecido! ¡No te irás sin acabar de hablar!
Pues bien, no me interrumpas y óyeme hasta el final. Todo esto vino por las cartas o por las noticias de Candy, A mí no se me informó más que a medias, pero estoy absolutamente segura de que esa es la verdad. Ya sabes que ella quiere a Anthony, que lo quiso siempre, y yo tuve la candidez de decírselo a él. Halagado en su vanidad de hombre, está ahora completamente de parte de Candy, y quiere quitártela por todos los medios y sin importarle nada.
_ ¡Canalla...! —se subleva Juan mordiendo las palabras—.
_ Pero, ¿y ella?
_ Ella es cera blanda en sus manos...
_ ¡No! ¡Mientes! Ella me dijo que su vida había cambiado, que al lado mío todo era distinto... Que era feliz... Sí... me dijo que sentía algo qué podía llamarse felicidad. ¡Me lo dijo bien claro!
Candy, es maestra en las artes del disimulo. No olvides nunca ese pequeño detalle. Anthony, quiere deshacerse de mí, y cualquier cosa que tú digas de nuestro pasado la usará en contra mía para lograrlo...
_ ¿De nuestro pasado?
_ Tienes que callarte eso, Terry. ¡Callar, pase lo que pase!
_ Te acusarán de contrabandista, de pirata, por deudas, por embargos, por riñas... Amontonarán cargos contra ti... A Candy, no la nombrarán, no quieren que tú hables de ella, quieren evitar el escándalo, ya te lo dije antes... Y si tú no lo provocas, el Gobernador me ha prometido que los jueces serán benévolos. Si no provocas un escándalo, puedo salvarte, y te salvaré, Terry, te salvaré... Seré yo quien te salve.
—Candy, ahora es el momento —señala el viejo notario al oír el toque lejano de una cometa.
_Vamos invita Anthony.
—No, Anthony, sería una imprudencia —advierte Albert—. Usted y yo aguardamos, Candy, sabe perfectamente lo que tiene que hacer, ¿verdad? Dé la vuelta, camine sin dejar la sombra del muro. El hombre de las llaves le abrirá, la dejará pasar... Cuando suene de nuevo la corneta, despídase y vuelva aquí por el otro lado... Saldremos del Fuerte sin ser vistos, y de lo que usted hable esta noche con él dependerá seguramente el juicio de mañana...
Con paso rápido y silencioso le ha dado Candy la vuelta al ancho patio. Ya está cerca, muy cerca, a sólo un paso de la larga reja. A la altura de sus rodillas, saliendo de la galera semi-subterránea, el resplandor rojizo del hachón.
Temblando, se ha inclinado para mirar un momento... Sí, allí se encuentra Terry, pero no está solo. Una mujer está junto a él... una mujer de espaldas a la reja, y los ojos de Candy, se agrandan de sorpresa, de espanto... No puede verle aún la cara, pero tiembla como si un grito de su propia sangre denunciara la sangre hermana que hay bajo aquel disfraz. Sus rodillas se han doblado, sus manos se aforran a la reja, a su oído llega, como el veneno más sutilmente destilado, una voz demasiado familiar, la voz trémula de deseos y de ansias de Eliza:
_ No tienes que agradecerme nada. Soy tuya para siempre, como tú eres mío, y nadie te arrancará de mi corazón porque te quiero y soy tuya, Juan, sólo tuya, aunque no podamos proclamarlo, aunque nos sea preciso fingir y callar... por lo menos hasta que logres salvarte, hasta que se abran para ti las puertas de esta cárcel, hasta que venzas todos los obstáculos... Entonces iré a donde me lleves y te perteneceré en cuerpo y alma, aunque ya te pertenezco de ese modo.
Candy, ha cerrado los ojos, se ha mordido los labios hasta sentir en ellos el sabor amargo de la sangre. Luego, como impulsada por una fuerza irresistible, se ha arrancado de aquella reja y ha echado a andar como una sonámbula
_ ¿Tan pronto? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —indaga Anthony, también sorprendido.
—Nada —proclama Candy con voz ahogada.
_ Pero, ¿por qué ¿Acaso el carcelero..., Me había prometido abrir la reja...
La reja no está cerrada, pero Terry, no se encuentra solo... Supongo que se trata de su abogado... Alguien que promete salvarlo...
—Entonces, ¿no quiere usted verle? —pregunta Albert.
—¡No, no! ¡Vámonos, vámonos! ¡Llévame en seguida, Anthony! ¡Cuanto antes!
_ Me dejas ir sin una palabra, sin un consuelo, sin una esperanza...
Eliza, ha llegado hasta Terry, clavándole en el brazo los finos dedos nerviosos, y ha buscado con ansia sus pupilas a la luz rojiza del humeante hachón que ya se apaga... El nada responde, nada ha respondido durante mucho rato en el que la ha oído sin escucharla ausente el alma y amargos los labios. No, no piensa en ella, no la ve frente a él. Su imaginación le lleva lejos, muy lejos, recorriendo hora por hora, día por día, etapa por etapa, aquel extraño viaje en que el Luzbel surcó los mares llevando a Candy de Andrew. Cree verla, cree escucharla, y murmura como para sí:
_ Candy... Candy capaz de fingir, de mentir, de engañar...
_ Candy, como todas: hipócrita y liviana...
. —¿Cómo todas dijiste? —se ofende Eliza, y con perfidia agrega—: Hipócrita, sí; pero no la culpes, pues es natural... es fiel a su amor por Anthony, como yo lo soy al mío. Las Andrew somos fíeles, aunque tú pienses lo contrario...
_ ¡Déjame! —se revuelve Terry airado
—Naturalmente que tengo que dejarte... Ya viene el carcelero. Acaso cuando te quedes solo pienses en cuánto he arriesgado por acercarme a ti y en todo el amor que desprecias al despreciarme. ¡Eres cruel, Terry, cruel e ingrato, pero en la vida esas deudas se pagan! Vine en son de paz, pero no olvides que quien puede salvarte puede también perderte, que tu libertad, y acaso tu vida, están en mis manos...
_ ¡Si es así, puedes hacer de ellas lo que quieras!
—¿No te importa? No te importa más que Candy, ¿verdad? Pues si he de hablarte con franqueza, no te creo.
_ Estás fingiendo para enloquecerme, para torturarme...
_ ¡Siempre tuviste un placer salvaje en hacerme llorar! Vas a arrepentirte... ¡Te juro que vas a arrepentirte! ¡Si llegas a lograr que yo me convierta en tu enemiga, desearás no haber nacido, Terry!
….
—Candy... Candy... ¿NO me oyes? — Como regresando con una sacudida, Candy ha vuelto levemente la cabeza para mirar a Anthony sentado junto a ella, en el carruaje detenido frente a la entrada principal del Fuerte, Albert, contempla con inquietud y desconsuelo a aquella espléndida pareja que parece ignorarlo:
_ ella, como hundida en sus pensamientos; él, arrastrado a ella como por una fuerza superior a su voluntad...
—Has dado una gran prueba de sentido común no entrando en esa celda en la que iba a verte un extraño. Sin embargo, me hubiera gustado saber qué clase de abogado va a defender a Terry del Diablo...
Anthony, ha observado con ansia el rostro de Candy, que permanece inmóvil, impasible, cerrado en un misterio que es para él insoportable. Sólo un reflejo de angustia se asoma a las azules pupilas de Candy, cuando recorren la ancha plaza, para volverse luego a él, interrogadora:
—¿Qué esperamos aquí? ¿Por qué no nos vamos?
_ Cuando gustes... Si quisieras ser absolutamente razonable y me permitieras llevarte hasta Campo Real...; Allí están todos ...
—¿Qué esperamos aquí? ¿Por qué no nos vamos?
_ Cuando gustes... Si quisieras ser absolutamente razonable y me permitieras llevarte hasta Campo Real..; Allí están todos ...
_ Perdóneme, Anthony —interviene —. Olvidé decirle que doña Rosemary y Eliza, están en Saint-Pierre desde ayer por la tarde. En vano les advertí que probablemente usted se disgustaría, pero doña Rosemary respondió que tampoco se cuidaba usted mucho de no disgustarlas a ellas...
—Hacía más de veinte años que mi madre no visitaba Saint-Pierre —advierte Anthony visiblemente molesto—. Siempre se negó a acompañar a mi padre. Odiaba la ciudad, el camino, el carruaje por largas horas... ¿En qué lugar están? ¡No habrán ido a un hotel!
—Doña Rosemary, se ha instalado en la vieja casa de ustedes, cerrada desde la última vez que don Francisco estuvo en Saint-Pierre, hace más de quince años... Trajo servidumbre, y parece decidida a pasar una temporadita...
_ —Las haré desistir de ese capricho absurdo. Nada tienen que buscar en la capital, ni tú tampoco, Candy. Vamos allá... Creo poder convencerlas... Lo único razonable que pueden hacer es seguir camino esta misma noche...
_ No me lleves a tu casa, Anthony. ¡Te lo ruego, te lo exigiré si es preciso! No iré sino a mi casa...
_ ¿A tu casa? ¿A tu casa de cerca de la playa? ¡Pero es absurdo! Allí ni siquiera tienes servidumbre...
_ Quiero estar sola, quiero proceder libremente como lo que soy: la legítima esposa de Terry... y tu adversaria en el juicio contra él. Es el lugar que me corresponde, y sabré llenarlo a pesar de todo...
—¿A pesar de todo? ¡Es una forma de confesar que le debes ofensas a Juan! Sin embargo...
_ Sin embargo, cumpliré con mi deber, Anthony. Llévame a mi casa, o me bajaré del coche e iré yo sola por mis pasos...
_ No puedes quedarte sola en un lugar como ese... Sola he de estar desde ahora en adelante. Entiéndelo de una vez por todas, Anthony. Debo estar sola, quiero estar sola, necesito estar sola...
Ha temblado en sus ojos el fulgor de una lágrima, y Anthony Grandchester, se muerde los labios para contener la frase rabiosa a punto de escapar, y acata:
_ Está bien... como quieras... —Y alzando la voz, ordena al cochero—: Esteban, toma el camino de la playa. Vamos a la casa de los Andrew...
Como una sombra ha cruzado Candy las anchas habitaciones cerradas. No se ha detenido ni siquiera para abrir las ventanas; como si una ráfaga de desesperación la impulsara, corre hacia el ancho patio, llega hasta la arboleda del fondo, se hunde entre la hojarasca, abre la puertecilla de la verja que da sobre los acantilados, y un instante queda inmóvil sobre la negra roca, frente al mar ahora bañado por un plenilunio de plata... Una fina lluvia salobre la baña a cada golpe de mar, pero ella avanza sobre las rocas resbaladizas hasta el mismo borde en el que bruscamente la tierra se acaba... Allá está el Luzbel... Ve balancearse sus desnudos mástiles, y un dolor quemante, que tiene amargura de celos, se desborda en lágrimas que llegan a sus labios más amargas que la espuma salobre que arroja el mar:
_ Terry.. Terry.. Aun eres de ella, aun le perteneces... Para siempre le pertenecerás... Eres mendigo de sus besos, es[1]clavo de su carne... No es cierto que te quiera con toda su alma. ¿Acaso tiene alma? ¡No, no la tiene ni vale la pena de tenerla! ¡Qué feliz serás con ella en esas islas salvajes! ¡Con cuánta ansia la amarás sobre las playas desiertas...! Y yo seré sólo una sombra de quien un día tuviste piedad...
_ Candy... Candy.. Pero, ¿está loca? ¡Va a resbalar, va a caer al abismo! Por favor, venga... Venga... Albert se ha acercado a Candy y la ha arrastrado, casi a la fuerza, del borde del acantilado, y clava en ella su angustiada mirada interrogadora—: Candy, ¿qué hacía usted allí? ¿No iría usted a...?
_No Tío Albert, soy cristiana.
—Pero, ¿por qué. ha cambiado de ese modo? ¿Qué pudo hacer que usted cambiara así? ¿Quién estaba con Terry?
_ ¿Qué importa su nombre? —evade Candy, con profunda desilusión—. Yo cumpliré con mi deber mañana... Nada más... Y ahora. Albert...
Sobreponiéndose al sollozo que ahoga su garganta, Candy, ha extendido el brazo con significativo ademán que señala a Albert, el camino de la desierta calle...
-_ No puedo dejarla sola, Candy. Le rogué a Anthony, que me dejara regresar, con la esperanza de que mi presencia no le desagradara, que mi compañía le fuese tolerable... Pero...
_ Perdóneme, Albert, pero en este instante... —rehúsa Candy conteniendo a duras penas su impaciencia.
_ Me doy cuenta que en este instante no está usted para cortesías, y no es eso lo que espero, sino realmente no molestarla. Además, tenía un interés, una esperanza que usted ha desvanecido... No era un abogado quien estaba en la celda de Terry, sino una mujer, ¿verdad?
_ Sí, Albert.. No, no era un abogado... Pero, ¡por Dios, calle!
_ Callaré... ¡quién lo duda! Desde luego que tengo que callar. Pero, ¿quiere que le diga lo que haría yo en su lugar? Decirlo a gritos, no guardar consideraciones de ninguna clase. Ya basta, ¿sabe usted? ¡Ya basta!
_ ¡Le he rogado que calle! Y también que me deje Albert. No va a ocurrirme nada. Sólo necesito estar sola, hallarme a mí misma...
—Perdóneme, Candy. Sólo estaba calculando sus sentimientos, tratando de ver y de palpar hasta el final lo que de pronto me pareció un imposible. Usted, mi pobre niña, ama a Terry...
_No lo amo, solo es gratitud. – dijo Candy nerviosa.
_ —Candy, ¿por qué no hablamos con franqueza? —se decide Albert—. No me mire como un enemigo de Terry. .. No lo fui nunca. No me mire como un empleado de la casa Grandchester... Lo fui y, probablemente, lo seré hasta que me muera. Pero los sentimientos son aparte... Bueno, la verdad es que no debo seguir hablando. Sería indiscreto...
—No, Albert, no es indiscreto. Sé perfectamente quién es Terry, y por qué seguiría usted sirviendo a la casa Grandchester, aun poniéndose de su parte. Además, eso es un secreto a voces, que creo no lo ignora nadie... Lo saben esos jueces, que verán de qué lado se inclina la balanza; lo sabe el populacho, que ya murmura; lo sabe la aristocracia, que finge ignorar lo que en cierto modo la mancha; y, seguramente, lo sabrá ese gobernador que huye para esquivar responsabilidades...
_Va usted muy lejos, Candy.
_ No, Albert. Quise ir muy lejos, pero fue sólo tras un sueño imposible... Otra vez estoy en la realidad, he despertado, y son estas piedras, es esta playa, es este mar, quienes me imponen la verdad que el corazón rechaza. El sueño quedó lejos... en las playas de San Cristóbal, en las viejas calles de la isla de Florida, en la fuente donde se asomaron juntos nuestros rostros, buscándonos el alma... El sueño sólo vivió en mí, sólo estuvo en mi mente, sólo yo le di calor humano. Era una ilusión, y se ha desvanecido; un castillo de naipes que el primer soplo ha derrumbado.
Terry, es el que siempre fue, el que siempre será, sólo que se han perdido las rutas, se han enredado los caminos... Él es el que fue siempre, y yo no soy nada, no soy nadie...
—Se equivoca... Usted es la única que puede sacar a Terry del abismo en que está... No se deje llevar por un sentimiento de violencia...
_ No Albert, , ya no... Eso fue antes, cuando mis ojos estaban deslumbrados. Fue un momento de luz vivísima, fue la única hora de sol de mi vida, pero el sol se ha apagado y ahora marcho otra vez a tientas por el túnel de sombras... Pero no se preocupe, conozco demasiado los caminos del dolor y del abandono... Los conozco tanto, y me son tan familiares, que no tengo sino que dejarme llevar por ellos... En el camino de mi vida, la única intrusa es la esperanza. Y ahora, déjeme. Albert, y váyase tranquilo. .. Nos veremos mañana en los tribunales...
_ ¿Acepta mi compañía puedo ir a buscarla?
_ No quedaría bien Albert . Usted es el notario de los Grandchester y yo la esposa del acusado..
_ Tengo que confesar que no le falta razón. Pero, prescindiendo de ciertas formalidades... Bueno, ¿no hay nada que pueda hacer por usted?
_ Creo que sí. Junto a Terry está encerrado el niño, contra el que no puede haber ningún cargo. Haga que lo pongan en libertad...
_ Me ocuparé de eso con todo mi empeño... Y, cumpliendo sus deseos, debo decirle: hasta mañana...
_Hasta mañana Albert.
Con la cabeza baja se ha alejado el anciano, pero Candy, no contempla su figura borrosa... La luna se ha ocultado entre las nubes, y el viento trae aquel lejano llamado de campanas que es para Candy, como la resurrección de su pasado... Cree vivir meses atrás; las blancas manos buscan inútilmente, por instinto, el rosario que otro tiempo colgó en su cintura; luego, caen con gesto de supremo cansancio, y otra vez pasa aquel pensamiento golpeando su frente como un ala al pasar:
_Todo fue un sueño y nada más.
_Anthony, Anthony mi vida.
Eliza ha llegado junto a Anthony... Va trémula, convulsa, sin que las ansias e inquietudes que finge le hayan impedido atender al último detalle de su tocado: pálidas las mejillas, encendidos los labios, sombreados los grandes ojos oscuros, tibia, suave y perfumada, cuando se arroja en brazos de Anthony, en quien aquel contacto no provoca el efecto deseado. Grave y frío, la detiene, retrocediendo un paso, al tiempo que la interpela:
_ ¿Quieres hacerme el favor de recobrar la calma? Quiero que me digas por qué te encuentro en otro lugar de donde te he dejado.
—No fue culpa mía. Doña Rosemary se empeñó en que les esperáramos acá. Yo no quería venir... Ella me trajo.
_Entonces será ella quien me diga.
_No… No Anthony, quien aguarda.
—Acabas de decirme que fue ella. Además, no quiero discutir contigo ni pedirte cuentas de nada. Ya que mi madre se ha empeñado en echar sobre sí toda la responsabilidad, ya que te has puesto a su voluntad y a su amparo...
_ ¡Yo no me he puesto al amparo de nadie! Es tu madre, y admito las cosas por no disgustarte, pero creo que ya fue bastante. Me casé contigo, no con ella...
_Sabes me arrepiento de haberme casado contigo Eliza, Aunque de verdad le deba la vida, aunque hubieras sido tú de veras capaz de matarme, te repito lo mismo: Es contigo con quien estoy casada... Es tu amor lo único que me interesa...
_ —¿De veras? —comenta Renato con franca incredulidad—. ¿Te interesa mi amor?
_ ¡Qué ciego y qué malo eres preguntándomelo de esa manera! —se queja Eliza fingiéndose dolida—. ¿Por quién, sino por tu amor, he sido mala? ¿Por quién, sino por ti, sacrifiqué a mi propia hermana? ¿Por quién, sino por ti, me estoy muriendo de pena? ¡Mi Anthony...!
Se ha arrojado en sus brazos, que esta vez no se atreven a rechazarla, y mientras los grandes ojos azules bajan hasta mirarla con mirada cada vez. menos dura, ella esgrime de nuevo el arma eterna de sus lágrimas:
_ "Necesito saber que me quieres como antes... Necesito saber que me has perdonado... Necesito saber que no te importa nada ella, para no volverme loca de celos... ¡para no odiarla!
_ Basta! Hemos cometido grandes errores... Estoy esforzándome por enmendarlos. Por culpa tuya, y mía también, han ocurrido cosas que no debieron ocurrir nunca... He asumido toda la responsabilidad, y lo mejor que puedes hacer, si deseas complacerme, es volver a Campo Real y aguardar allí al lado de tu madre... sabes Eliza no vales nada como mujer, ojalá pronto te reconozca como la prostituta que jugo con dos hombres para obtener lo que quería, pasión y dinero… porque te casaste conmigo por mi dinero, eres una maldita perra.
_ Terminare ¡Sola, abandonada, sin ti...! Al fin y al cabo, ¿a quién le importa que esté yo aquí? No le hago daño a nadie. No hago más que aprovechar los momentos libres que quieras dedicarme. .. ¡Me siento tan sola, tan desesperada cuando tú no estás! A la que debes mandar a Campo Real, con mamá, es a Candy.
_ Quise hacerlo; quise alejarla a todas ustedes de este asunto tan desagradable, y afrontarlo y resolverlo yo solo, pero Candy no escucha mis consejos. Me ha recordado que no es ya sino la esposa de Terry del Diablo. Perdimos la oportunidad de ser felices ella ama a Terry del diablo y el también lo ama, tú ya no le importas.
_Mentira… el nunca dejara de amarme.
_Por fin me di cuenta la clase de zorra que eres, pero igual hundiré a Terry del diablo.
_ Candy es adicta a Terry del diablo, En cuerpo y alma. Al menos, esa es su actitud... Actitud que me enfurece, que me ofende, pero frente a la que no tengo fuerza moral. Al fin y al cabo, de cuanto haya sufrido con él, somos nosotros los responsables. Tu hermana se enamoró de él, todo por tu culpa. Le dice lastimándola
—¡Por Dios, Anthony me estás lastimando! Y además, pensando otra vez esa cosa horrible... ¡No vuelvas a ponerte como un loco! ¡Me das miedo...!
—A veces pienso que eres como una niña: inconsciente, alocada... Entonces te perdono de todo corazón. Pero otras, otras... ¡Esto es peor que una pesadilla! eres una maldita. Abecés pienso que ese hijo no es mío es de Terry del diablo.
_ ¡Te lo juro QUE ES nuestro hijo! Por ese hijo que no ha nacido... Que se muera sin ver la luz del sol... ¡Que no nazca si miento, Anthony! ¡Que no te dé yo el hijo que voy a darte, si no estoy diciéndote la verdad!
La mano de Anthony ha resbalado por sobre la cabeza de Eliza, sujetándola por los cabellos; la ha obligado a mirarlo, hundiéndose en el fondo de sus pupilas inescrutables, pero sólo ve unos frescos labios que tiemblan, unos grandes ojos húmedos de lágrimas, siente alrededor de su cuello el tibio dogal de unos brazos suaves y perfumados... Entonces, vacila, rechazándola un poco:
... eso... No pienses, querido. Además, ¿por qué tienes que atormentarte tanto? Al fin, la batalla está ganada, pues Terry está en tus manos, lo tienes totalmente en tu poder; ¿verdad? ¿Depende de ti perderlo o salvarlo?
_ Ya no, Eliza, Fui yo quien le acusé, quien moví mis influencias para que fuese procesado, pero el proceso será imparcial, los jueces obrarán con absoluta libertad de criterio. No podía hacerlo de otro modo, Eliza, sin despreciarme a mí mismo. Quise traerlo para librar a Candy de su poder, para arrancarla de sus garras... Una vez aquí, le juzgarán con estricta justicia, y el castigo que reciba será el que realmente merezcan sus faltas. Seré cruel, pero no cobarde. Podrá odiarme más de lo que me odia ya, pero no tendrá el derecho de despreciarme, porque no voy a herirlo por la espalda. Todo está en el criterio verdadero de la justicia... Y ahora, por favor, déjame solo. Vete a descansar...
_Nunca descansare todo por tu culpa….
Eliza, ha desapareado tras la vieja cortina de damasco, y aún flota en el aire su perfume, aún siente Anthony en el cuello y en las manos la cálida sensación de su roce, aún tiene grabada en su pupila la dulce sonrisa con que le ha dicho adiós, la mirada insinuante con que le ha invitado a seguirla, desplegando frente a él toda la fuerza sutil de sus encantos... Se ha ido y, al volver la cabeza, Anthony Grandhchester, ve clavados en él otros ojos, oscuros y profundos, que le miran como taladrándole. Primero es sorpresa; después, el vago desagrado que aquella presencia le produce siempre...
….
Flashback:
Obedeciendo mohíno al papel sellado que el notario Albert, ha puesto bajo sus ojos, el carcelero franquea la doble reja de aquella galera semisubterránea, adonde apenas llegan las primeras luces del alba... En el rellano que hace las veces de lecho y de banco, con la chaqueta de marino de Terry como cabezal, duerme Kuki con aquel sueño feliz y descuidado, típico en él cuando se siente al amparo de aquel hombre, y sacude Terry la hermosa cabeza de rizados cabellos, mirando hacia la reja que se abre, avanzando un paso para reconocer con esfuerzo la figurilla familiar que, antes de bajar los oscuros escalones, alza la mano en gesto entre cordial y burlón
_ Buenos días, Terry del Diablo... Lamento en el alma volver a encontrarte en semejante lugar.
—Supongo que no habrán faltado sus buenos oficios para lograrlo —augura Terry con su habitual sarcasmo.
_ Pues vas muy lejos en tus suposiciones —replica el notario algo molesto—. Nada hice para que te atraparan, no hubieran podido atraparte si desde tiempo atrás hubieses hecho un poco más de caso a mis consejos, en vez de despreciarlos...
_ No estoy para sermones... Siéntese si quiere, y hable de lo que venga a hablarme. Supongo que lo envían con alguna proposición. ¿Quién es ahora? ¿Doña Rosemary? ¿Anthony?
_Candy Andrew.
_ ¡Ah! —se impresiona Terry—. ¿Y qué solicita mi ilustre es[1]posa? ¿Los datos para pedir a Roma la anulación del matrimonio? ¿Mi anuencia para divorciarse? ¿O simplemente la seguridad de que estoy bien encerrado, con doble reja, y en el lugar más inmundo que pudo hallarse en todo el Castillo de San Pedro? Si es eso, puede dársela cumplida. Dele la seguridad absoluta de que, hasta el último tripulante del Luzbel, todos estamos bien encerrados, y sobre todos caerá el castigo que les corresponde por el crimen de haberla mirado con los ojos limpios y el corazón alegre, por el delito de amarla y respetarla... Que todos, hasta el pequeño Colibrí, estamos pagando en buena moneda aquella estancia suya en el Luzbel, en la que no pensamos haberla molestado tanto ni haber llegado a ofender hasta el último extremo a tan ilustre dama...
_ Terry, ¿quieres no decir más disparates? —Reprende Albert—, ¿Quieres cambiar ese tono tan injusto y tan desagradable?
_ ¿Desagradable? Puede... ¿Injusto? ¡Injusto, si, es verdad! No es ese el tono que debo usar para hablar de ella. Debo decir que es la comediante más refinada, la más cruel y vengativa de las simuladoras, la más malvada de las pérfidas... ¡Todo eso es mi ilustrísima esposa! Pero, ¿qué quiere de mí? ¿Qué más pretende? ¡Acabe de hablar Albert!
_ Estoy esperando que me des la oportunidad, hijo de mi alma —replica Albert, algo sofocado—. Te dije que venía por un encargo, pero no se refiere a ti precisamente. Mira este papel, y vete enterando...
_ ¿Una orden de libertad para Kuki? ¡Ahí ¿Aún le resta un poco de compasión? ¿La conciencia le dio un ramalazo, o le despertó una parte del espíritu de justicia? Al menos, salva de todo este a Kuki, Podía haberlo hecho antes.
_ Trató de hacerlo, y no la dejaron. Ni es ella quien les ha encarcelado, ni la creo responsable de lo que te pasa. Por el contrario... Está muy disgustada, terriblemente disgustada con Anthony por la forma en que él ha llevado las cosas...
_ Ya... —desprecia Terry, sarcástico—, ¡Santa Mónica! ¡Oh, tierno corazón de mujer cristiana! Al reprobó hay que quemarlo con leña verde para que la hoguera no prenda tan de prisa y que el tormento dure más...
_ Rabiosamente ha dicho Terry las últimas palabras encarándose a Albert, que retrocede para tomar aliento, abrumado por la violencia con que la cólera de Juan estalla, tratando de encontrar en vano la palabra que ha de calmarlo:
Terry, siempre el mismo rebelde, siempre el mismo lobo furioso! Por si no lo sabes, quiero decirte una cosa: vas a un juicio legal; van a juzgarte, según las leyes, jueces imparciales, y no se te va a acusar de más delitos que los que has cometido en realidad.
_El secuestro de Candy.
_ No está entre los cargos. Claro que no sé lo que dirá ella ante los tribunales... ¿Ante los tribunales? ¿Piensa ir personalmente? ¡Ese sí que es una noticia extraordinaria! Pensé que delegaría en su ilustre defensor y cuñado, que buscaría el amable refugio de los jardines de Campo Real. Es allí donde está, ¿no es cierto? ¡Es allí donde la ha llevado Anthony!
Candy está en su casa, y no creo que se preste a nada que no le apruebe su conciencia. También haces mal al suponer que Anthony es capaz de comprar un tribunal para que te condene. Aunque tú no lo creas, van a tratarte con justicia, porque Anthony es un enemigo leal; o, mejor dicho, creo que ni siquiera es tu enemigo...
_ ¡Pues hace mal, porque, después de esto, yo lo seré de él con toda mi alma! Dígale que se cuide, que se defienda, que al fin estamos en la única forma que podemos estar: como enemigos claros y francos. Y ahora...
_No me iré sin el niño.
Ambos han vuelto la cabeza. La luz del día que nace penetra ya por la larga reja de la galera, dando de lleno sobre el muchacho negro que se incorpora del banco de piedra, mientras sus grandes ojos asustados van de uno a otro de aquellos dos hombres. Pero la voz de Terry resuena imperiosa:
—¡Levántate, Kuki ¿Recuerdas al notario Albert? Viene a buscarte. Ese papel que tiene en la mano es la orden de libertad. ¡De tu libertad!
_ ¿Para mí? ¿Para mí solo?
_ Para ti solo. Y supongo que Santa Candy pensará que con eso ya ha hecho demasiado
—No envenenes al niño. ¿Tú qué sabes? —reprocha Albert—. Vengo a buscarte en nombre de tu ama, hijito: la señora Candy ha logrado que te pongan en libertad y quiere que te lleve a su lado.
_ ¿Sin el patrón? ¡yo no quiero dejarlo, patrón! ¡Déjeme con usted! ¡Yo no quiero irme con nadie
_ ¿Ni con tu ama que tanto se preocupó por ti? Pues eres bien ingrato...
_ No lo crea. Albert, simplemente aprendió a desconfiar, se encargaron de enseñárselo —explica Terry. Y dirigiéndose al muchacho, le aconseja—: Pero ahora no hay razón, al menos para ti. Anda, ve con Santa Candy y sírvela como cuando estabas en el barco. Yo no te necesito aquí, y ella, seguramente, te cuidará bien. Siempre será un descargo para su alma...
_ Lamento mucho que no quieras entender que Mónica no es culpable de nada —se queja Albert.
_ ¿De nada? Está usted muy seguro. Albert. ¿Podría asegurar con la misma firmeza que río fueron las cartas de Candy, las que movieron a Anthony? Ahora quiere amparar a Kuki. seguramente como una expiación por la imprudente sinceridad de una carta que me ha hecho parar en el Castillo de Mayame.
_ No conozco bastante a Candy como para poder asegurar lo contrario, pero aun siendo así, no habría nada que reprocharle.
—Usted no, claro... Pero yo soñé demasiado.
_ ¿Qué trata de decirme? - pregunto Albert, emocionado.
_ ¡Nada! —El toque de una cometa llega hasta ellos, Terry advierte—: Cambian la guardia. Creo que debe usted marcharse. Si su permiso no era para visitarme...
_ Era sólo para recoger a Kuki y, en efecto, debo marcharme. Dentro de dos horas estarás frente al tribunal que ha de juzgarte, y supongo que no te faltará un buen abogado...
Responderé yo mismo a las acusaciones del tribunal — señala Terry con altivez. Y dirigiéndose a Kuki, le ordena
_ Ve tranquilo, muchacho. Iré a buscarte tan pronto como me devuelvan la libertad.
Ha acariciado con su mano ancha la lanosa cabecita oscura. Luego vuelve la espalda, alejándose hada el fondo de la galera, mientras Albert sale silenciosamente llevando a Kuki, de la mano. Terry ha vuelto hada las rejas, se ha inclinado hasta mirar la estrecha franja de cielo azul que asoma sobre los muros almenados, y ha sentido que aquel trozo de cielo es como un fino puñal de recuerdos clavándose en su alma, y murmura como para sí:
Gratitud... gratitud... Sin embargo, ella dijo: felicidad... Y había luz de dicha en sus ojos. ¿Por qué se iluminaban? ¿Sabía ya, tenía la esperanza de escapar? ¿Qué había en sus pupilas? ¿Era la luz del triunfo? ¿Se burlaba acaso? Había amor en sus ojos... pero, ¿para quién era ese amor?
Sus manos se han cerrado sobre las duras rejas, ha inclinado la frente y ya no mira el cielo azul, sino los negros y carcomidos muros del patio... Una ola de inmensa amargura pasa por su alma y, en esa ola, su esperanza naufraga, al protestar:
_ Sí, era amor... ¡Amor... para Anthony!
Una ola gigante se apaga en la playa, casi bajo los pies de Candy, y luego el mar parece aquietarse. La luz del día que nace, aquella misma luz que los ojos de Juan contemplan a través de las rejas de su galera, baña de pies a cabeza el cuerpo grácil de la mujer que se ha detenido un instante, clavando las azules pupilas en el ancho mar... Casi le parece mentira haber regresado... Está en su isla convulsa, en la tierra que le viera nacer, entre los negros acantilados y la pequeña playa que fue tálamo del amor tormentoso de Eliza y Terry. ¿Por qué ha vuelto con ansia a aquel lugar? ¿Qué anhelo desesperado, de revolver el puñal en su propia herida, la impulsa? ¿Qué deseo insensato de matar, a fuerza de martirio, un sentimiento que ya la afrenta, la empuja hacia aquel lugar? Ella misma no lo sabe. Como si con sus manos monjiles empuñara las cuerdas del silicio para herir sus carnes, así toma aquel pensamiento que la desgarra, azotando en él sus sentimientos, sus ensueños» su loco amor por Terry... Ha llegado a la entrada de la gruta y, como antaño Eliza, es ahora ella quien pronuncia aquel nombre, como si lo besara al pronunciarlo:
—¡Terry, mi Terry .! —Mas reaccionando con amargura, repele—: Pero no... Nunca fue mío... Jamás... Jamás... ¡Es de ella, de la que supo ahogarlo con su perfume, de la que supo sepultarlo en su fango! ¡Sólo por ella vivía, sólo por ella esperaba...!
Ha caído de rodillas, con el mismo temblor convulso que un día sacudiera a Eliza, n aquel mismo lugar. Y, como ella entonces, deja correr las lágrimas amargas
_ "¡Debo olvidar, debo arrancarme del corazón su imagen... ¡Oh...! repentinamente ha pensado en Anthony, ha recordado su antiguo amor, el que envenenara su adolescencia, el que le hiciera vestir los hábitos, el que sólo es ya como una sombra sobre su alma. No.… no quiere a Anthony, casi le sorprende pensar que alguna vez le amó, y su imagen se borra, mientras se hace más fuerte la de Terry, como si se levantara, trazada con caracteres de fuego, desde el fondo de su alma...
" Terry, el pirata... Terry, el salvaje... Terry del Diablo...
Pero sus ojos lloran sin que ella pueda detener esas lágrimas. Por encima de sus palabras hay algo que se clava en su corazón y en su carne: aquellos brazos estrechándola, aquellos labios muy cerca de los suyos, aquella mirada de odio o de amor que ardía como una hoguera en los ojos de Terry...
_ Amor... Sí... amor por Eliza. ¡Su amor de siempre! ¡Su amor, que no se acaba!
Con paso leve, con ademán ondulante, con tierna sonrisa, con cálida mirada, toda ella carne de tentación y de deseo, Eliza de Andrew, se ha acercado a Anthony, cruzando aquella estancia anexa a la alcoba, en cuyo rincón, sobre una vieja mesa, ha amontonado Renato notas y papeles, desdeñando los delicados fiambres, la botella de champaña entre el cubo de hielo derretido, las perfumadas frutas y las sabrosas confituras a las que no parece haber prestado la menor atención...
_Anthony mío hasta cuándo.
_´Por favor déjame acabar.
—Pero acabar, ¿de qué? Te has pasado la noche sentado frente a esos papeles sin hacer más que releerlos y mirarlos...
—¿La noche? —murmura Anthony desconcertado—. Sí... claro... Es increíble... Pasó la noche ya, y hoy es de día del juicio, por fin Terry se pudrirá en la cárcel. Y Candy será mía esa será mi venganza.
_ ¡Qué razón tienen los que dicen que debe uno morirse antes de confesar una falta! Ahora no piensas más que en Candy, ella nomas esta en tu cabeza.
_ Aunque así fuera, ya era hora de que alguien pensara en ella. No sabes cuánto me arrepiento, de haberla dejado, cambiado por ti.
_ ¡No va servir de nada tu venganza, si no será una inversión, es una verdad que salta a la vista! ¿Y sabes cuál es la única manera de convencerme? ¡Permitiendo que Terry sea puesto en libertad! Haciendo lo posible, y lo imposible, para que lo absuelvan los jueces, y devolviéndole lo que le has quitado. Si no lo haces, pensaré que toda tu protección a Candy no, es más que por celos. ¡Sí... por celos de Terry! tú estás enamorado de ella, lástima que no te distes cuenta por mi belleza.
_Cállate zorra. Pues hare que Terry del diablo se pudra en la cárcel.
_ ¡Estúpido... grosero! ¡Pero no harás condenar a Terry! ¿Quieres guerra, Anthony? ¿Quieres guerra descubierta? ¡Pues tendrás guerra! - dijo Candy entrando en la discusión de la pareja, Yo no permitiré que pudras a Terry, porque lo defenderé a consta de todo cueste lo que me cueste. No te tengo miedo. Eres un egoísta.
Apoyando la mano en las rugosas paredes de la gruta, Candy se ha puesto de pie. No sabe cuánto tiempo ha pasado. No sabe cómo ni por qué llegó a aquel lugar, donde la noción de la realidad se pierde, donde su alma parece naufragar en el océano amargo de mil recuerdos y sentimientos encontrados... Pero la voz de bronce de la vieja campana, la sacude, despertando su voluntad y trayéndola al momento presente... Con paso inseguro, emprende la terrible ascensión de los acantilados, mientras murmura:
_ "¡Dios mío... ¡Esas campanas... la hora, el juicio...! - exclama.
continuara …
Espero que Les guste este capítulo, los capítulos de ahora serán más largos, ya estamos finalizando la segunda parte… no falta nada para la tercera. Ya estamos entrando al juicio, espero que todas puedan leer este capítulo y disfrutarlo, gracias.
Un agradecimiento especial a Blanca G, Elvia Soam, Mia 811, Carol Agrom, SARITANIMELOVE y a todas las que leen.
