Finalizando la segunda parte del libro Titulada Candy (Monica).

Corazón salvaje segunda parte del libro Titulada Candy (Mónica)…

Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

¡Holaaaa meus amores! Reportándome de nuevo, no tengo mucho tiempo, desde que empezaron mis clases, No me maten por favor.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy

(Mónica) y Terry (Juan) y la última el desenlace y final (Viene siendo el libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)

Realmente espero que sea de su agrado. Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfruten la segunda parte del libro.

finalizando la segunda parte...

Acercándose al final de la segunda parte.

Nota este capítulo es más apegada al libreto original de la Autora Caridad Bravo Adams, ya estamos en el juicio, no falta nada para terminar la segunda parte de esta historia.

Segunda Parte

Capitulo Treinta.

Candy (Mónica) y Terry (Juan)

LAS PUERTECILLAS DEL fondo se abren dando acceso al paso perezoso de los jueces y de los escribanos. En los asientos reservados para las personas importantes, va espesándose la concurrencia aristocrática, la flor y nata de la pequeña sociedad de máyame, especialmente en su representación masculina: médicos, abogados, comerciantes, alguno que otro nombre ilustre en Francia, ahora dorado al sol de las plantaciones de cacao, de café, de caña... Todos van llegando como al descuido, todos se acercan al olor picante de aquel escándalo que envuelve al nombre más alto y las arcas mejor repletas de la isla. Han venido hasta plantadores de Fort de France y hacendados que se saludan como si les sorprendiera encontrarse... También se ven los uniformes azules de los marinos y los de colores más brillantes de las oficialidades de tierra... Pero el cuchicheo calla de repente, las cabezas se vuelven, los ojos se fijan con una atención más profunda cuando, esquivando la mano inoportuna de los gendarmes que le guardan, cruza el acusado el corto trecho que le separa de su tribuna... El presidente del tribunal agita una campanilla de argentino tintinear, y ordena.

_ ¡Silencio... Silencio! Ocupe su tribuna, acusado. Diga su nombre, apellido, edad y profesión.

Terry, ha sonreído con su sonrisa amarga, recorriendo de una sola mirada la ancha sala del tribunal. Todos los ojos están fijos en él, todos los oídos lo escuchan con ansia, y de repente siente que es un símbolo de su vida: ¡el mundo contra él, y él contra todo!

_ ¿No me ha oído, acusado? Su nombre, su apellido, su edad, su profesión...

Excuse su Excelencia si me tomé un momento para pensar —se disculpa Juan con sarcástico respeto—. En realidad, no es fácil dar respuesta a sus cuatro preguntas, No creo que nadie se haya tomado el trabajo de bautizarme: no tengo nombre. Ningún hombre reconoció jamás ser mi padre: no tengo apellido. Que yo sepa, no existe ningún testigo de mi nacimiento... la fecha es indeterminada: no tengo edad. ¿Mi profesión? Cada uno la llama como le conviene llamarla. En realidad, no tengo profesión, pero como la respuesta es obligatoria, repetiré las palabras de los demás: soy Terry del Diablo, el contrabandista, el pirata...

_ ¡Su respuesta es absolutamente insolente, acusado! No le ayudará esa actitud frente a este Tribunal

_Ninguna actitud, que yo tome, ha de ayudarme.

_Basta limitase cuando se lo pregunte.

_ Perdón —acata Terry, en tono irónico—. Creí que su Excelencia me hablaba directamente, y me tomé la libertad de explicarle...

—¡Silencio todos! —ordena el presidente agitando de nuevo la campanilla—. Y usted, acusado, procure guardar mayor respeto y compostura en sus respuestas hacia este Tribunal. ¡De pie, para escuchar el acta del proceso! Terry, se ha limitado a cruzar los brazos, mientras un menudo hombrecillo de cabellos canos se agita en su toga, desenrollando el fárrago de las acusaciones, y comienza a leer:

—"Hoy, veinte de marzo de mil novecientos dos, en la ciudad de Saint-Pierre y ante este Tribunal, se presenta el acusado, Terry, sin apellido, conocido por Terry del Diablo, de edad aproximada de veintiocho años, de raza blanca, estatura un metro ochenta, cabellos castaños, ojos azules, barba afeitada, profesión pescador o marino en barcos de cabotaje, estado civil casado, propietario de la goleta Luzbel, con patente de esta ciudad de Mayame; de otra parte, el acusador, don Anthony de Granchesterde edad veintiséis años, ciudadano francés, natural de la ciudad de Máyame, de cabellos rubios, ojos celestes, barba afeitada, complexión delgada, estatura un metro setenta, contribuyente número uno de los municipios de Santa Ana, Diamant, Anse D'Arlets, Riviére Salé, Vauclín, Saint-Spirit, Saint-Pierre y Fort de France, propietario de las fincas denominadas Campo Real, Duelos y Lamentine, con residencia en esta dudad y en las antedichas fincas, estado civil casado, oficial de la reserva, graduado en parís, ante este tribunal reclama, contra Terry sin apellido, conocido por Terry, del Diablo, por deudas, cohecho y abuso de confianza, y presenta otros cargos que hacen del llamado Terry del Diablo un individuo indeseable, como contrabandista, defraudador del fisco y transporte indebido de pasajeros, a más del secuestro de un niño conocido por Kukí, y numerosos juicios de faltas por riñas, injurias, juegos prohibidos, golpes y heridas en individuos que a su debido tiempo, y como testigos, se irán presentando. El acusador pide la detención inmediata de Terry, la investigación de sus hechos delictuosos, el embargo de su única propiedad, consistente en la goleta Luzbel, para cubrir el pago de su deuda, y la entrega, a quien corresponda, del muchacho secuestrado. Pide, asimismo, sea juzgado Terry, y castigado, de acuerdo con las leyes, a las penas correspondientes, vigentes en los Artículos 224 y 304 de nuestro actual Código Penal. He dicho"

La mirada de Terry, ha recorrido otra vez, lentamente, la sala, mirando uno a uno cada rostro vuelto hacia él. Desde el respetable presidente del tribunal a los gendarmes de altas botas y sable en bandolera que le guardan en actitud expectante, como dispuestos a saltar sobre él al primer movimiento... Luego, sus pupilas parecen dilatarse, su boca se crispa en un gesto de sarcasmo, de ira, casi de asco... Toda su atención se fija en un solo rostro, de claros ojos y rubios cabellos, impecablemente vestido, pulcramente afeitado, un poco pálidas las mejillas, un algo incierto el paso: el hombre de quien la sangre le hace hermano...

_ En su calidad de acusador, este tribunal cede la palabra a don Anthony Grandchester—expone el presidente.

_ Lo ocupo por mi gusto el lugar del fiscal, señores magistrados —empieza a explicar Renato en tono seguro y pausado—. Ni es la pequeña deuda personal que tiene conmigo Terry del Diablo lo que me ha hecho acusarlo, denunciarlo, promover su extradición y ponerlo, al fin, ante este tribunal. Es mi deber indeclinable, es mi situación de ciudadano de la Martinica, y de jefe de mi familia, consanguínea y derivada, lo que me ha obligado a asumir la actitud que hoy presento. El hombre a quien acuso pertenece a ella por razones de enlace matrimonial. Eso, todos lo saben. Anticipándome a las insinuaciones maliciosas, a las alusiones veladas, a las medias palabras, proclamo también ante este tribunal que no ignoro, y él sabe, que otros lazos de sangre nos atan... Mi declaración es insólita, y muchos juzgarán que improcedente y hasta indecorosa. Muchos juzgarán que debería yo callar lo que a mi paso todos murmuran, lo que a mis espaldas todos comentan, lo que no es un secreto para nadie, lo que, a pesar suyo, llena desde los primeros momentos el pensamiento de los señores magistrados y de cuantos se hallan presentes en este tribunal. Ya que todos lo piensan, prefiero yo decirlo sin titubeos: Terry del Diablo es mi hermano...

_ Silencio! ¡Silencio...! —ordena el presidente agitando furiosamente la campanilla en un vano intento de acallar los murmullos, las exclamaciones y el alboroto que las palabras de Anthony han levantado en la sala.

Pero olvidemos este detalle, mellada el arma que algunos pensaban esgrimir contra mí —prosigue Anthony, dominando la situación—. Considero a Terry un sujeto indeseable en nuestro ambiente y comunidad: díscolo y violento, pendenciero y audaz, irrespetuoso de las leyes, burlador de las ordenanzas, y, lamentablemente, de baja calidad moral... No soy yo quien va a afirmarlo, sino los testigos que uno a uno van a presentarse ante este tribunal... testigos de las tristes hazañas de Terry del Diablo... desde la tripulación de ese barco que sólo sirvió para transportar contrabando y carga robada, hasta el pequeño Kuki, arrancado de manos de sus parientes con el pretexto sentimental de no ser bien tratado... Antes de proseguir mi acusación, pido la presencia del primer testigo ante este tribunal...

_ ¡Válgame Dios! ¿Qué es eso Dorothi? —pregunta Eliza, asustada.

_ ¿Pues qué va a ser, mi ama? La gente... —explica Dorothi, calmosa—. Cuando estábamos abajo y usted andaba preguntando, yo me asomé por la ventana, y allí estaban todos: el juez, los gendarmes, Terry del Diablo y el señor Anthony, habla que te habla...

Pálida, jadeante, toda nervios y excitación, cruza Eliza, con su rápido paso una de aquellas galerías que sirven de antesala al salón de los tribunales. A pesar de su audacia, tiembla; por encima de su determinación, hay en sus frescas mejillas una palidez extraña; los ojos, asustados, miran a todas partes, y sólo es un sedante para su excitación terrible la plácida calma con que Ana sonríe dando vueltas y vueltas a su largo collar, entre sus dedos color tabaco.

—Si ha empezado ya el juicio, no habrá tiempo de nada.

_ Pues claro que hay tiempo, mi ama. No se mortifique tanto. Deje usted que vayan al juicio y que digan y digan hasta que se cansen. El gobernador se lo arregla a usted todo, todo, todo...

_ ¡Calla! El viejo gobernador es un imbécil. Sólo a él se le ocurre desaparecer en un momento semejante.

—De tonto no tiene nada, al contrario. El vio que se iban a enredar los cordeles y seguro que determinó: yo mejor me largo... Porque es lo que yo digo: quien manda, manda, y el señor gobernador...

_ ¿Quieres callarte y no seguir diciendo tonterías? Por culpa tuya hemos llegado tarde. Cállate y ayúdame a pensar. Necesito hablar con los jueces, con los jurados; necesito ponerme en contacto con los que van a juzgar, antes de que el juicio haya ido demasiado lejos...

_ Repentinamente, una de las puertas laterales sé ha abierto y un hombre joven, con uniforme de oficial inglés, aparece en su marco. Impulsada por su intuición maravillosa, Eliza va hacia él sin vacilar, y saluda:

_ Buenos días. ¿Es usted uno de los testigos contra Terry del Diablo? —Ha avanzado hasta estar muy cerca de aquel hombre, que desconcertado retrocede un paso, y sus azules ojos parecen el color del mar, con una mirada de miel y fuego. Luego, se acerca aún más hasta el desconcertado joven y melosa, le halaga—: Creo que puedo adivinar, quién es usted, por su uniforme y por sus maneras. ¿Se trata del oficial que le tomó prisionero en Dominica? Por ahí se dice que tiene usted cosas horribles que contar de Terry...

_ Lo que tengo que contar, señorita —aclara el oficial en tono de reserva—, podrá escucharlo si pasa al departamento del público. Fuera de la Sala de Audiencia no puedo informarle, pues está prohibido hablar con los testigos. No sé si usted lo sabe...

—Yo sólo sé que lo que necesito es hallar a un amigo, alguien en quien confiar, un hombre lo bastante discreto para guardar silencio y lo bastante audaz para ayudarme. Perdóneme si me dirijo a usted sin conocerle, señor oficial, pero estoy desesperada.

Eliza ha avanzado hacia Charles, que esta vez no retrocede... Permanece mirándola muy de cerca, como si el fuego de aquellos ojos negros le deslumbrara, como si el acento ardiente y apasionado de aquellas palabras paralizara su voluntad...

_ "Usted es un héroe, lo sé. He oído los comentarios; las cosas que hizo usted en ese horrible viaje...

En ese horrible viaje, si hubo un héroe no fui yo precisamente, sino Terry del Diablo. Pero, repito, tengo prohibido hablar con nadie, señorita. Salí un instante de la sala de testigos, y tengo que volver en seguida, porque me van a llamar...

—¡Escúcheme, por favor! No es posible que me vuelva así la espalda... ¿No tendrá usted piedad de una pobre mujer?

—Yo, sí... pero... Es que... —balbucea el oficial, confuso.

_Usted va declarar contra Terry.

—Yo voy a decir sólo la verdad, señorita, la absoluta verdad de lo ocurrido durante el viaje, que no creo perjudique a ese hombre, sino al contrario... De lo demás, no sé absolutamente nada, pues ignoro hasta los motivos del proceso. Responderé cuando me pregunten, y nada más...

_ Terry del Diablo es inocente; ¡ha caído en una trampa, en una celada! ¡Todos están contra él! El gobernador me había prometido ayudarme, pero no ha querido enemistarse con las gentes poderosas que quieren perder a Terry por motivos particulares. Es un asunto personal, absolutamente ajeno a la justicia, lo que ha hecho a Anthony Grandchester, acusarlo. ¡Es preciso que me ayude usted a salvarlo!

_Pero ¿Cómo en que forma?

_A veces una palabra salva.

_ No será la mía, por desgracia. La suerte del juicio depende de otros testigos, no de mí, señorita. Hay, por ejemplo, un hombre con el brazo aún entablillado. Creo que fue víctima de una agresión. Seguramente lo que él diga tendrá peso, como lo tendrá la declaración del muchacho que, según dicen, ha secuestrado. También hay algunos pequeños comerciantes, creo que perjudicados por él... Ya le digo, soy el menos indicado...

_ ¡Yo necesito hablar con todos ésos! Escúcheme... Usted no va a negarme un favor insignificante...

Ha apoyado su mano suave y cálida en el brazo del oficial, y el perfume sutil que impregna su persona llega hasta el joven envolviéndolo con una tibia sensación que debilita su voluntad. Con angustia, mira a todos lados, fijando luego los ojos en aquellas bellísimas pupilas de mujer clavadas en las suyas como hipnotizándole. Charles y Thomas siente desmoronarse su fortaleza. Y comprendiéndolo así, Eliza insiste, zalamera:

_ Confío en usted... El corazón me dice que debo confiar... Es mi buena estrella la que lo ha hecho asomarse... Usted puede hacer llegar algunos recados de mi parte a los testigos de esa sala...

-No imposible- confiesa el oficial confuso.

_ No diga esa palabra tan dura, no mate así mis últimas esperanzas... Sólo dos cosas... aunque no sean sino dos cosas. Ponga usted este dinero en manos del hombre del brazo entablillado y diga en su oído la consigna; ¡Hay que salvar a Terry, del Diablo! También puede hacer llegar a manos de Terry un papel de mi parte...

_ ¡No es posible! Está estrictamente prohibido, tenga en cuenta que yo, menos que nadie, por mi calidad de oficial, y de oficial extranjero...

—¿Qué le importan a usted las leyes de Francia? —refuta

Eliza, con tierna insinuación—. Además, no le estoy pidiendo que haga nada, absolutamente nada público, sino particular. El papel que quiero que haga llegar a sus manos, en privado. Son solos unas líneas... unas líneas para sostener su ánimo... Justamente aquí traigo un trocito de papel. Si tiene usted un lápiz.

—Sí, aquí lo tengo... Pero... —vacila el oficial.

Préstemelo un instante. Son unas líneas. Unas líneas nada más, pero esas líneas van a darle fuerzas, cambiarán su ánimo. Estoy plenamente segura que después de leerlas... —Ha arrebatado el lápiz de la mano vacilante del oficial, ha escrito unas breves líneas a toda prisa, ha doblado luego el papel en cuatro, dobleces, cerrando ella misma, con la dulzura de sus miedos suaves, la mano que se niega a tomarlo, al tiempo que suplica—: Sé que hallará usted la forma de que Terry lea esto antes de que comience a declarar. Y sé también que hará usted lo que le digo...

_ Si su empeño es tan grande... Pero lo cierto es que yo... yo... —tartamudea confuso el oficial.

—Usted tendrá mi gratitud, para siempre —insinúa Eliza, provocativa—. Para siempre y en todo lugar, tendrá usted en mí una amiga... Una amiga para todo... Créamelo, oficial... ¿Sus nombres son...?

Charles y Thomas de Stevans, para servirla... Pero... —Se detiene un momento y, con vivo interés, pregunta—: ¿Y usted, señorita? ¿Puedo saber con qué nombre debo recordarla?

Lo sabrá demasiado pronto... Confío en su caballerosidad... Confío hasta el extremo de decirle algo con lo que me juego hasta la vida. ¡Recuérdeme como a la mujer que da su sangre por Terry del Diablo!

Esta historia Continuará…

…..

Chicas ahora publicare más seguido esta historia, ya estamos finalizando la segunda parte Versión Titulada Mónica y Juan, en nuestra versión Candy y Terry No falta nada para la tercera Parte. Gracias por sus comentarios y seguir con esa bella adaptación, su respectiva autora es Caridad Bravo Adams. No se preocupen por los rebeldes ellos quedaran juntos.

Nota de la autora, Caridad Bravo Adams, puse a Aime con esa personalidad, Este personaje me fascina, me relaja escribirla en verdad es de ensueño, ella hacia todo lo que en esa época estaba prohibido. Además, le venía como anillo al dedo al personaje de Aimée, sutil, fino, elegante, vanidosa, frívola, hipócrita, para sus tiempos es conocida como una mujerzuela, pero también tenía sueños, anhelos, nostalgia, alegrías, aventuras, ganas de vivir, a su manera egoísta amo a Juan, el castigo que yo le puse es cruel, muere muy joven.

Gracias por sus comentarios mis queridas lectoras y especialmente Blanca G que no conoce mucho la novela no te preocupes por Eliza, ella va pagar muy caro el daño que está haciendo.

Mi última adaptación es la madrastra con el nombre el cuarto mandamiento, espero que ahí me puedan seguir, es una novela muy linda.

Continuaremos con las que faltan…

Bendiciones

Maggie Grand.

LAS PUERTECILLAS DEL fondo se abren dando acceso al paso perezoso de los jueces y de los escribanos. En los asientos reservados para las personas importantes, va espesándose la concurrencia aristocrática, la flor y nata de la pequeña sociedad de máyame, especialmente en su representación masculina: médicos, abogados, comerciantes, alguno que otro nombre ilustre en Francia, ahora dorado al sol de las plantaciones de cacao, de café, de caña... Todos van llegando como al descuido, todos se acercan al olor picante de aquel escándalo que envuelve al nombre más alto y las arcas mejor repletas de la isla. Han venido hasta plantadores de Fort de France y hacendados que se saludan como si les sorprendiera encontrarse... También se ven los uniformes azules de los marinos y los de colores más brillantes de las oficialidades de tierra... Pero el cuchicheo calla de repente, las cabezas se vuelven, los ojos se fijan con una atención más profunda cuando, esquivando la mano inoportuna de los gendarmes que le guardan, cruza el acusado el corto trecho que le separa de su tribuna... El presidente del tribunal agita una campanilla de argentino tintinear, y ordena.

_ ¡Silencio... Silencio! Ocupe su tribuna, acusado. Diga su nombre, apellido, edad y profesión.

Terry, ha sonreído con su sonrisa amarga, recorriendo de una sola mirada la ancha sala del tribunal. Todos los ojos están fijos en él, todos los oídos lo escuchan con ansia, y de repente siente que es un símbolo de su vida: ¡el mundo contra él, y él contra todo!

_ ¿No me ha oído, acusado? Su nombre, su apellido, su edad, su profesión...

Excuse su Excelencia si me tomé un momento para pensar —se disculpa Juan con sarcástico respeto—. En realidad, no es fácil dar respuesta a sus cuatro preguntas, No creo que nadie se haya tomado el trabajo de bautizarme: no tengo nombre. Ningún hombre reconoció jamás ser mi padre: no tengo apellido. Que yo sepa, no existe ningún testigo de mi nacimiento... la fecha es indeterminada: no tengo edad. ¿Mi profesión? Cada uno la llama como le conviene llamarla. En realidad, no tengo profesión, pero como la respuesta es obligatoria, repetiré las palabras de los demás: soy Terry del Diablo, el contrabandista, el pirata...

_ ¡Su respuesta es absolutamente insolente, acusado! No le ayudará esa actitud frente a este Tribunal

_Ninguna actitud, que yo tome, ha de ayudarme.

_Basta limitase cuando se lo pregunte.

_ Perdón —acata Terry, en tono irónico—. Creí que su Excelencia me hablaba directamente, y me tomé la libertad de explicarle...

—¡Silencio todos! —ordena el presidente agitando de nuevo la campanilla—. Y usted, acusado, procure guardar mayor respeto y compostura en sus respuestas hacia este Tribunal. ¡De pie, para escuchar el acta del proceso! Terry, se ha limitado a cruzar los brazos, mientras un menudo hombrecillo de cabellos canos se agita en su toga, desenrollando el fárrago de las acusaciones, y comienza a leer:

—"Hoy, veinte de marzo de mil novecientos dos, en la ciudad de Saint-Pierre y ante este Tribunal, se presenta el acusado, Terry, sin apellido, conocido por Terry del Diablo, de edad aproximada de veintiocho años, de raza blanca, estatura un metro ochenta, cabellos castaños, ojos azules, barba afeitada, profesión pescador o marino en barcos de cabotaje, estado civil casado, propietario de la goleta Luzbel, con patente de esta ciudad de Mayame; de otra parte, el acusador, don Anthony de Granchesterde edad veintiséis años, ciudadano francés, natural de la ciudad de Máyame, de cabellos rubios, ojos celestes, barba afeitada, complexión delgada, estatura un metro setenta, contribuyente número uno de los municipios de Santa Ana, Diamant, Anse D'Arlets, Riviére Salé, Vauclín, Saint-Spirit, Saint-Pierre y Fort de France, propietario de las fincas denominadas Campo Real, Duelos y Lamentine, con residencia en esta dudad y en las antedichas fincas, estado civil casado, oficial de la reserva, graduado en parís, ante este tribunal reclama, contra Terry sin apellido, conocido por Terry, del Diablo, por deudas, cohecho y abuso de confianza, y presenta otros cargos que hacen del llamado Terry del Diablo un individuo indeseable, como contrabandista, defraudador del fisco y transporte indebido de pasajeros, a más del secuestro de un niño conocido por Kukí, y numerosos juicios de faltas por riñas, injurias, juegos prohibidos, golpes y heridas en individuos que a su debido tiempo, y como testigos, se irán presentando. El acusador pide la detención inmediata de Terry, la investigación de sus hechos delictuosos, el embargo de su única propiedad, consistente en la goleta Luzbel, para cubrir el pago de su deuda, y la entrega, a quien corresponda, del muchacho secuestrado. Pide, asimismo, sea juzgado Terry, y castigado, de acuerdo con las leyes, a las penas correspondientes, vigentes en los Artículos 224 y 304 de nuestro actual Código Penal. He dicho"

La mirada de Terry, ha recorrido otra vez, lentamente, la sala, mirando uno a uno cada rostro vuelto hacia él. Desde el respetable presidente del tribunal a los gendarmes de altas botas y sable en bandolera que le guardan en actitud expectante, como dispuestos a saltar sobre él al primer movimiento... Luego, sus pupilas parecen dilatarse, su boca se crispa en un gesto de sarcasmo, de ira, casi de asco... Toda su atención se fija en un solo rostro, de claros ojos y rubios cabellos, impecablemente vestido, pulcramente afeitado, un poco pálidas las mejillas, un algo incierto el paso: el hombre de quien la sangre le hace hermano...

_ En su calidad de acusador, este tribunal cede la palabra a don Anthony Grandchester—expone el presidente.

_ Lo ocupo por mi gusto el lugar del fiscal, señores magistrados —empieza a explicar Renato en tono seguro y pausado—. Ni es la pequeña deuda personal que tiene conmigo Terry del Diablo lo que me ha hecho acusarlo, denunciarlo, promover su extradición y ponerlo, al fin, ante este tribunal. Es mi deber indeclinable, es mi situación de ciudadano de la Martinica, y de jefe de mi familia, consanguínea y derivada, lo que me ha obligado a asumir la actitud que hoy presento. El hombre a quien acuso pertenece a ella por razones de enlace matrimonial. Eso, todos lo saben. Anticipándome a las insinuaciones maliciosas, a las alusiones veladas, a las medias palabras, proclamo también ante este tribunal que no ignoro, y él sabe, que otros lazos de sangre nos atan... Mi declaración es insólita, y muchos juzgarán que improcedente y hasta indecorosa. Muchos juzgarán que debería yo callar lo que a mi paso todos murmuran, lo que a mis espaldas todos comentan, lo que no es un secreto para nadie, lo que, a pesar suyo, llena desde los primeros momentos el pensamiento de los señores magistrados y de cuantos se hallan presentes en este tribunal. Ya que todos lo piensan, prefiero yo decirlo sin titubeos: Terry del Diablo es mi hermano...

_ Silencio! ¡Silencio...! —ordena el presidente agitando furiosamente la campanilla en un vano intento de acallar los murmullos, las exclamaciones y el alboroto que las palabras de Anthony han levantado en la sala.

Pero olvidemos este detalle, mellada el arma que algunos pensaban esgrimir contra mí —prosigue Anthony, dominando la situación—. Considero a Terry un sujeto indeseable en nuestro ambiente y comunidad: díscolo y violento, pendenciero y audaz, irrespetuoso de las leyes, burlador de las ordenanzas, y, lamentablemente, de baja calidad moral... No soy yo quien va a afirmarlo, sino los testigos que uno a uno van a presentarse ante este tribunal... testigos de las tristes hazañas de Terry del Diablo... desde la tripulación de ese barco que sólo sirvió para transportar contrabando y carga robada, hasta el pequeño Kuki, arrancado de manos de sus parientes con el pretexto sentimental de no ser bien tratado... Antes de proseguir mi acusación, pido la presencia del primer testigo ante este tribunal...

_ ¡Válgame Dios! ¿Qué es eso Dorothi? —pregunta Eliza, asustada.

_ ¿Pues qué va a ser, mi ama? La gente... —explica Dorothi, calmosa—. Cuando estábamos abajo y usted andaba preguntando, yo me asomé por la ventana, y allí estaban todos: el juez, los gendarmes, Terry del Diablo y el señor Anthony, habla que te habla...

Pálida, jadeante, toda nervios y excitación, cruza Eliza, con su rápido paso una de aquellas galerías que sirven de antesala al salón de los tribunales. A pesar de su audacia, tiembla; por encima de su determinación, hay en sus frescas mejillas una palidez extraña; los ojos, asustados, miran a todas partes, y sólo es un sedante para su excitación terrible la plácida calma con que Ana sonríe dando vueltas y vueltas a su largo collar, entre sus dedos color tabaco.

—Si ha empezado ya el juicio, no habrá tiempo de nada.

_ Pues claro que hay tiempo, mi ama. No se mortifique tanto. Deje usted que vayan al juicio y que digan y digan hasta que se cansen. El gobernador se lo arregla a usted todo, todo, todo...

_ ¡Calla! El viejo gobernador es un imbécil. Sólo a él se le ocurre desaparecer en un momento semejante.

—De tonto no tiene nada, al contrario. El vio que se iban a enredar los cordeles y seguro que determinó: yo mejor me largo... Porque es lo que yo digo: quien manda, manda, y el señor gobernador...

_ ¿Quieres callarte y no seguir diciendo tonterías? Por culpa tuya hemos llegado tarde. Cállate y ayúdame a pensar. Necesito hablar con los jueces, con los jurados; necesito ponerme en contacto con los que van a juzgar, antes de que el juicio haya ido demasiado lejos...

_ Repentinamente, una de las puertas laterales sé ha abierto y un hombre joven, con uniforme de oficial inglés, aparece en su marco. Impulsada por su intuición maravillosa, Eliza va hacia él sin vacilar, y saluda:

_ Buenos días. ¿Es usted uno de los testigos contra Terry del Diablo? —Ha avanzado hasta estar muy cerca de aquel hombre, que desconcertado retrocede un paso, y sus azules ojos parecen el color del mar, con una mirada de miel y fuego. Luego, se acerca aún más hasta el desconcertado joven y melosa, le halaga—: Creo que puedo adivinar, quién es usted, por su uniforme y por sus maneras. ¿Se trata del oficial que le tomó prisionero en Dominica? Por ahí se dice que tiene usted cosas horribles que contar de Terry...

_ Lo que tengo que contar, señorita —aclara el oficial en tono de reserva—, podrá escucharlo si pasa al departamento del público. Fuera de la Sala de Audiencia no puedo informarle, pues está prohibido hablar con los testigos. No sé si usted lo sabe...

—Yo sólo sé que lo que necesito es hallar a un amigo, alguien en quien confiar, un hombre lo bastante discreto para guardar silencio y lo bastante audaz para ayudarme. Perdóneme si me dirijo a usted sin conocerle, señor oficial, pero estoy desesperada.

Eliza ha avanzado hacia Charles, que esta vez no retrocede... Permanece mirándola muy de cerca, como si el fuego de aquellos ojos negros le deslumbrara, como si el acento ardiente y apasionado de aquellas palabras paralizara su voluntad...

_ "Usted es un héroe, lo sé. He oído los comentarios; las cosas que hizo usted en ese horrible viaje...

En ese horrible viaje, si hubo un héroe no fui yo precisamente, sino Terry del Diablo. Pero, repito, tengo prohibido hablar con nadie, señorita. Salí un instante de la sala de testigos, y tengo que volver en seguida, porque me van a llamar...

—¡Escúcheme, por favor! No es posible que me vuelva así la espalda... ¿No tendrá usted piedad de una pobre mujer?

—Yo, sí... pero... Es que... —balbucea el oficial, confuso.

_Usted va declarar contra Terry.

—Yo voy a decir sólo la verdad, señorita, la absoluta verdad de lo ocurrido durante el viaje, que no creo perjudique a ese hombre, sino al contrario... De lo demás, no sé absolutamente nada, pues ignoro hasta los motivos del proceso. Responderé cuando me pregunten, y nada más...

_ Terry del Diablo es inocente; ¡ha caído en una trampa, en una celada! ¡Todos están contra él! El gobernador me había prometido ayudarme, pero no ha querido enemistarse con las gentes poderosas que quieren perder a Terry por motivos particulares. Es un asunto personal, absolutamente ajeno a la justicia, lo que ha hecho a Anthony Grandchester, acusarlo. ¡Es preciso que me ayude usted a salvarlo!

_Pero ¿Cómo en que forma?

_A veces una palabra salva.

_ No será la mía, por desgracia. La suerte del juicio depende de otros testigos, no de mí, señorita. Hay, por ejemplo, un hombre con el brazo aún entablillado. Creo que fue víctima de una agresión. Seguramente lo que él diga tendrá peso, como lo tendrá la declaración del muchacho que, según dicen, ha secuestrado. También hay algunos pequeños comerciantes, creo que perjudicados por él... Ya le digo, soy el menos indicado...

_ ¡Yo necesito hablar con todos ésos! Escúcheme... Usted no va a negarme un favor insignificante...

Ha apoyado su mano suave y cálida en el brazo del oficial, y el perfume sutil que impregna su persona llega hasta el joven envolviéndolo con una tibia sensación que debilita su voluntad. Con angustia, mira a todos lados, fijando luego los ojos en aquellas bellísimas pupilas de mujer clavadas en las suyas como hipnotizándole. Charles y Thomas siente desmoronarse su fortaleza. Y comprendiéndolo así, Eliza insiste, zalamera:

_ Confío en usted... El corazón me dice que debo confiar... Es mi buena estrella la que lo ha hecho asomarse... Usted puede hacer llegar algunos recados de mi parte a los testigos de esa sala...

-No imposible- confiesa el oficial confuso.

_ No diga esa palabra tan dura, no mate así mis últimas esperanzas... Sólo dos cosas... aunque no sean sino dos cosas. Ponga usted este dinero en manos del hombre del brazo entablillado y diga en su oído la consigna; ¡Hay que salvar a Terry, del Diablo! También puede hacer llegar a manos de Terry un papel de mi parte...

_ ¡No es posible! Está estrictamente prohibido, tenga en cuenta que yo, menos que nadie, por mi calidad de oficial, y de oficial extranjero...

—¿Qué le importan a usted las leyes de Francia? —refuta

Eliza, con tierna insinuación—. Además, no le estoy pidiendo que haga nada, absolutamente nada público, sino particular. El papel que quiero que haga llegar a sus manos, en privado. Son solos unas líneas... unas líneas para sostener su ánimo... Justamente aquí traigo un trocito de papel. Si tiene usted un lápiz.

—Sí, aquí lo tengo... Pero... —vacila el oficial.

Préstemelo un instante. Son unas líneas. Unas líneas nada más, pero esas líneas van a darle fuerzas, cambiarán su ánimo. Estoy plenamente segura que después de leerlas... —Ha arrebatado el lápiz de la mano vacilante del oficial, ha escrito unas breves líneas a toda prisa, ha doblado luego el papel en cuatro, dobleces, cerrando ella misma, con la dulzura de sus miedos suaves, la mano que se niega a tomarlo, al tiempo que suplica—: Sé que hallará usted la forma de que Terry lea esto antes de que comience a declarar. Y sé también que hará usted lo que le digo...

_ Si su empeño es tan grande... Pero lo cierto es que yo... yo... —tartamudea confuso el oficial.

—Usted tendrá mi gratitud, para siempre —insinúa Eliza, provocativa—. Para siempre y en todo lugar, tendrá usted en mí una amiga... Una amiga para todo... Créamelo, oficial... ¿Sus nombres son...?

Charles y Thomas de Stevans, para servirla... Pero... —Se detiene un momento y, con vivo interés, pregunta—: ¿Y usted, señorita? ¿Puedo saber con qué nombre debo recordarla?

Lo sabrá demasiado pronto... Confío en su caballerosidad... Confío hasta el extremo de decirle algo con lo que me juego hasta la vida. ¡Recuérdeme como a la mujer que da su sangre por Terry del Diablo!

Esta historia Continuará…

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Chicas ahora publicare más seguido esta historia, ya estamos finalizando la segunda parte Versión Titulada Mónica y Juan, en nuestra versión Candy y Terry No falta nada para la tercera Parte. Gracias por sus comentarios y seguir con esa bella adaptación, su respectiva autora es Caridad Bravo Adams. No se preocupen por los rebeldes ellos quedaran juntos.

Nota de la autora, Caridad Bravo Adams, puse a Aime con esa personalidad, Este personaje me fascina, me relaja escribirla en verdad es de ensueño, ella hacia todo lo que en esa época estaba prohibido. Además, le venía como anillo al dedo al personaje de Aimée, sutil, fino, elegante, vanidosa, frívola, hipócrita, para sus tiempos es conocida como una mujerzuela, pero también tenía sueños, anhelos, nostalgia, alegrías, aventuras, ganas de vivir, a su manera egoísta amo a Juan, el castigo que yo le puse es cruel.

Gracias por sus comentarios mis queridas lectoras y especialmente Blanca G que no conoce mucho la novela no te preocupes por Eliza, ella va pagar muy caro el daño que está haciendo.

Mi proxima adaptación de novela es la madrastra con el nombre el cuarto mandamiento, espero que ahí me puedan seguir, es una novela muy linda.

Un agradecimiento especial a Blanca G, Elvia Soam, Mia 811, Carol Agrom, SARITANIMELOVE y a todas las que leen.

Continuaremos con las que faltan…

Bendiciones

Maggie Grand.