Finalizando la segunda parte del libro Titulada Candy (Monica).

Corazón salvaje segunda parte del libro Titulada Candy (Mónica)…

Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

¡Holaaaa meus amores! Reportándome de nuevo, no tengo mucho tiempo, desde que empezaron mis clases, No me maten por favor.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy

(Mónica) y Terry (Juan) y la última el desenlace y final (Viene siendo el libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)

Realmente espero que sea de su agrado. Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfruten la segunda parte del libro.

Acercándose al final de la segunda parte.

Finalizando la segunda parte... solo falta dos capítulos para el final de la segunda parte.

Nota estos ultimos capítulos de la segunda parte es más apegada al libreto original de la Autora Caridad Bravo Adams, ya estamos en el juicio, no falta nada para terminar la segunda parte de esta historia.

Griten chicas Terry reconoce que ama a Candy.

Segunda Parte

Capitulo Treinta y Uno.

Candy (Mónica) y Terry (Juan)

_ ¿TIENE USTED ALGO que alegar en su defensa, acusado? interroga el presidente del tribunal.

_ ¡¿Su Excelencia desea de veras que yo me defienda? — finge asombrarse Terry, sin abandonar su ironía.

—Por tercera vez llamo la atención al acusado con respecto a la insolencia de sus respuestas... Limítese a aprovechar la oportunidad que le he dado. ¿Tiene algo que añadir en su defensa, con respecto a las acusaciones del último testigo? ¿Puede negar las pruebas irrefutables de haber trasladado durante casi una docena de viajes, productos adquiridos ilícitamente, mercancía robada?

_ ¡Yo no robé! Creo que, tenemos distintos conceptos de la palabra robo, Excelencia...

—¿Y también tenemos distintos conceptos de las órdenes de embarque? Aquí hay, a la disposición de los señores del jurado, más de una docena de pliegos que corroboran la declaración del último testigo. Pueden examinarlas... Ron, cacao, tabaco, algodón, especias... todo producto de las depredaciones de los pequeños propietarios de Florida, trasladado y vendido por usted a comerciantes de Saínt-Pierre y Fort de France, a precios que perjudican el mercado.

Reconozco que son ciertos los cargos, reconozco que fui agente de los pequeños propietarios de Mayame, totalmente arruinados por el sistema de préstamos sostenido por los usureros que tolera el Estado en las ciudades de Petit-Bourg, Goyavé y Capesterre. Esos productos fueron sustraídos de las propias fincas que esos hombres habían regado con su sudor, habían hecho fructificar con su sangre...

—¿Pretende justificar el robo?-—casi chilla el presidente al tiempo que agita nerviosamente la campanilla para acallar los fuertes murmullos que las palabras de Terry despiertan en la sala.

—De ninguna manera. Excelencia. Sólo para los cargos de este tribunal, fueron ladrones los pequeños colonos que sacaron su mercancía después del embargo que totalmente les arruinaba. Para mí, el robo fue de los que compraron cosechas a la cuarta parte de su valor, de los que hicieron firmar pagarés con cifras tres veces más altas del dinero prestado. Ustedes acusan a mi barco de llevar mercancía robada... Yo creo que la verdaderamente robada, fue la adquirida por los ricos traficantes de PetitBourg, Goyave y Capesterre a precios irrisorios y con usura despiadada... Y en cuanto al último cargo que se me hace... ¿Cuál es ese último cargo? ¿El secuestro de Kuki?

_Aún no ha llegado el momento de oír sus descargos sobre el secuestro del muchacho... Ahora es preciso hacer constar en acta que reconoce haber trasladado y vendido mercancía de Mayame a Martinica Florida, a espaldas de las autoridades portuarias. Su declaración lo admite plenamente, y el descargo moral pueden tomarlo en cuenta, si quieren, los señores del jurado. Está, pues, probado el segundo cargo...

_ Quedan probados todos los cargos, si todos son como ese. Sí, sí, señores magistrados, sí, señores jurados, ayudé a librar la pequeña parte que arrancaban de las garras de sus opresores los desdichados labriegos de Florida, defraudando a los ricachos cuyas panzas engordan a costa de la miseria y del dolor de los demás. Ayudé a desvalijar ricos cargamentos arrancados a la miseria, a la ignorancia y al desamparo de muchos desdichados. Sin permiso, trasladé pasajeros, facilitando la fuga de los trabajadores esclavizados por contratos inhumanos. En más de una ocasión aligeré de su botín a los hartos de todo, acaso confiando en que habían robado bastante para que no fuera pecado robarles a ellos algo. Pasé mercancía de contrabando adelantándome a las Aduanas, en las que conozco empleados lo bastante venales para que, un contrabandista que expone su vida en los mares, no haga nada más que tomarles la delantera...

_ —¡Basta... Basta! ¿Está loco? —intenta callar el presidente enarbolando furiosamente la campanilla, pues los murmullos van subiendo de tono cada vez más.

—Estoy diciendo la verdad —prosigue Terry impertérrito—. Y en cuanto al secuestro de Kukí... ¿Dónde está él? ¿Por qué no lo traen? No quiero ser yo el que hable... le dejo la palabra a él mismo, y le dejo a Dios la misión de juzgar a esos que se llaman parientes, a esos de cuyas garras pude librarlo. Pido, exijo la presencia de Kukí...

—¡He dicho que basta, acusado! Los testigos serán llamados en el orden que se indica. ¡Ujier, haga comparecer al próximo testigo!

—¡El próximo testigo! —se oye gritar una voz lejana—. Teniente Charles y Tom.

_Exijo a Kuki, primero, insiste Terry.

—Usted no tiene derecho a exigir nada —rehúsa el presidente—. Guarde compostura, o los gendarmes se la harán guardar.

_ Pero, ¿dónde está Kuki, ¿qué han hecho de él? ¿Por qué no acude? ¿Por qué lo quitaron de mi lado? ¿Dónde lo han llevado?

Abriéndose paso entre los grupos compactos que llenan los bancos destinados al público, esquivando al ujier que ha pretendido detenerla, aprovechando el momento de confusión para llegar hasta el estrado donde Terry, responde a las acusaciones del tribunal, ha contestado Candy, haciendo avanzar al oscuro muchacho que lleva de la mano, y hacia ella se vuelven los rostros atónitos... Ni aun para presentarse en aquel lugar ha recuperado sus severas ropas señoriles. Lleva la alegre falda de colorines que Terry hiciera comprar para ella en Grand Bourg, oculta sus rubios cabellos bajo el típico pañuelo de las mujeres martiniqueñas y, envolviendo el talle esbelto, lleva aquel rojo chai de seda que TERRY comprara para ella en los Almacenes de la isla de Florida. A pesar de su intensa palidez, todo en ella es reposo, mesura, serenidad... Nunca pareció, a los ojos de Terry, tan altiva y helada; nunca pareció tampoco más bella a las deslumbradas pupilas de Anthony que, a pesar suyo, se ha acercado temblando. También en la puerta de la sala de testigos, otro hombre se detiene, paralizado por el impacto que su declaración ha causado en todos: Charles Breton, oficial de las Reales Fuerzas Británicas...

_ ¡Pido ser escuchada, señor presidente del tribunal!

_ Pero, ¿estás loca, Candy? —le reprocha Anthony. Y alzando la voz protesta—: ¡Y yo pido su abstención, señor presidente! La ley no la obliga a declarar.,.

—porfía Candy con decisión—. ¡Pido ser citada como testigo! ¡Exijo ser escuchada! ¡Si no se restablece el orden, mandaré suspender el juicio!

_ anuncia el presidente intentando en vano atajar los fuertes murmullos y los comentarios que las presencias de Candy han prendido como reguero de pólvora.

_ Un momento, señor presidente —reclama Anthony—. Como acusador privado, he hecho citar a los testigos necesarios para comprobar mis acusaciones. Entre ellos, no está Candy de Andrew.

_ ¡Puedo pedirla yo como testigo de descargo! —exclama Terry con voz fuerte y poderosa.

_ ¡No! ¡No en este momento! —rehúsa Anthony, Y en tono angustiado, musita una súplica—: Candy, Candy...

¡No en este momento, en efecto! —tercia el presidente

—. Pero no puede rehusarse la declaración, si ella desea darla. La ley le permite abstenerse, señora. ¿Por qué no se acoge a esa ventaja?

_ ¡No deseo esa ventaja, señor presidente! Bien. Señor acusador privado, le ruego que ocupe su lugar —ordena el presidente—. Ese niño, a la sala de testigos. ¡Despejen el estrado, o haré despejar la sala! ¡Que pase el tercer testigo de la acusación!

Candy ha retrocedido mirando a Terry. Desde que entrara, ha tenido el deseo casi irresistible de correr hacia él, de estrecharle en sus brazos olvidándolo todo, menos la enorme verdad que llena su alma... Y él también la mira, cruzados los brazos; la mira como si también a ella la desafiara, palideciendo un poco más cuando Anthony, Grandchester, la toma del brazo, cuando la hace retroceder, obligándola a tomar asiento muy cerca de él, cuando se inclina para hablarle casi al oído, en voz baja, como en un cuchicheo:

_Candy no pensé que llegaras a este extremo- dijo Anthony molesto.

—No vas a detenerme, hagas lo que hagas, Anthony, mi deber es estar junto a Terry...

_ Me he propuesto rescatarte, aun contra ti misma, y he de lograrlo. Cuando seas absolutamente libre, harás lo que quieras, y bien sé que no volverás con Terry.

_ Eres un egoísta Anthony, te guste o no Terry, Es mi esposo, y mientras exista ese lazo, le pertenezco. Los sentimientos no me importan.

_ ¡Por eso quiero romper ese lazo! Pero ahora, calla, Candy...

Candy, alza la cabeza con angustia... Frente al presidente, el joven oficial levanta la mano para jurar y, entre los guardias que lo custodian, la mira desde lejos Terry, con una máscara de rencor sobre el semblante, con un temblor de rabia en las anchas manos.

_ Me limitaré al relato de los hechos, señor presidente — expone el Teniente Britton—. Encargado de hacer cumplir la orden de extradición, prendiendo al acusado Terry del Diablo y llevándolo a bordo del guardacostas Gallón hasta entregarlo a las autoridades que representa este tribunal, puse todo mi empeño en el cumplimiento de ese deber. Acaso el acusado tenga razón para calificar de duros los medios empleados para detenerlo, pero la única advertencia de los partes oficiales era que se trataba de un criminal extremadamente peligroso, y mi primer deber era salvaguardar la seguridad de los soldados a mi cargo. Otros dos tripulantes de la goleta Luzbel hicieron resistencia, y fueron encerrados con su patrón. Me estoy refiriendo al segundo, nombrado Segundo Duelos, y al grumete llamado Colibrí. Por elemental deber de humanidad bajé personalmente a abrir la bodega en la que estaban encerrados cuando, descompuestas las máquinas, arrastrados por el temporal hasta mares peligrosos, perdido el timonel y herido el capitán, el Gallón llegaba al mayor peligro de zozobrar...

—Entonces, ¿puso usted en libertad a los prisioneros?

_ Dentro de aquel barco, a punto de hundirse, me fue preciso asumir la absoluta autoridad y, bajo responsabilidad propia, les dejé libres...

_ Usted sabía que se trataba de marinos avezados. ¿No les prometió nada a cambio de que se hicieran cargo de tripular el guardacostas?

—No, señor presidente. Sólo pensé que no debía negarse a ningún hombre la última oportunidad de salvar su vida. Pero había muy pocas probabilidades de que nadie la salvara...

—¿Pidió Terry del Diablo que se hiciera cargo del barco?

_ Debo confesar que no, señor presidente. Él tomó, por propia iniciativa, el mando del barco, y comenzó a impartir inmediatamente las órdenes necesarias. Durante muchas horas esperé que Terry del Diablo ordenase nuestro asesinato. Era bien fácil arrojarnos por la borda y, libres de nuestro testimonio, llevar el barco en la dirección que se le antojase. Generosamente, nos concedió la vida. Hizo atender a los heridos y, usando de recursos insospechados, como improvisar velas y cordaje, burló uno de los peores temporales que recuerdo haber corrido en el Caribe. Es de justicia que yo declare, públicamente, no haber conocido marino más sereno y más audaz que el patrón del Luzbel...

—Puede ahorrarse el capítulo de alabanzas, oficial. ¿Puede decirnos cuándo recuperó usted el mando de la nave?

_ Por tercera vez, y sin que esto entrañe una alabanza, señor presidente, debo confesar que me fue devuelto por impulso generoso y espontáneo del acusado. Fui el primer sorprendido cuando su orden de volver proa a la Martinica me trajo al cumplimiento de mi misión con sólo unas horas de retraso.

_ ¿Atribuye el hecho insólito a la gratitud del acusado por haber abierto usted las puertas de la bodega-calabozo, en que las circunstancias le condenaban a morir?

—No, señor presidente. El acusado, Terry, del Diablo, deseaba presentarse ante este tribunal. Estaba seguro de poder desmentir los cargos, de probar su inocencia. No creo que ni por un momento me haya agradecido aquella oportunidad que, por otra parte, pagó con creces. En todo momento se mostró el mismo: irónico, agresivo, mordaz, igual atado en el fondo de la bodega que cuando mi vida y mi honor estaban en sus manos. Por lo tanto, y en nombre de una gratitud que yo sí siento, si algo puedo pedir a este tribunal es que se tome en cuenta, para el descargo de las faltas que puedan probárseles, que a él y a sus hombres se les debe la vida del capitán del guardacostas Gallón, la de cinco tripulantes que sobrevivieron y la de los cuatro soldados que venían a mis órdenes con el encargo de custodiarlo... a más de la mía propia... por lo que públicamente quiero darle las gracias.

Tras el breve murmullo, un largo silencio expectante ha parecido flotar sobre la sala. Con el doblado papel que Eliza, le diera, oculto en la mano derecha, retrocede el joven oficial mirando a Terry del Diablo, mientras el presidente se vuelve hacia Anthony, cargado el gesto de involuntaria ironía

_ ¿Tiene alguna pregunta que hacer a su testigo el señor acusador privado?

—Ninguna, señor presidente... O sí... Un momento... ¿De dónde provenía la orden de tratar a Terry como un criminal peligroso?

_ Estaba circulado como tal en la isla de Florida—aclara el oficial

_ Eso es todo, señor presidente —señala Anthony—. He querido aclarar públicamente que no era mi deseo, ni mucho menos mi empeño, el que fuese maltratado. Quiero también demostrar a este tribunal que no en todas partes se mostró tan generoso con sus enemigos como a bordo del guardacostas Gallón...

_ ¡No! —estalla Terry, con indomable violencia—. No siempre me he mostrado generoso con mis enemigos, y mucho menos he de mostrarme de ahora en adelante. El informe de Jamaica, Florida es exacto: puedo ser peligroso, puedo devolver golpe por golpe, infamia por infamia, y así será, Anthony... ¡Yo te juro que así será!

_Basta... Basta.

El presidente del tribunal ha hecho un esfuerzo para dominar el desbordado murmullo, la ola de encendidos comentarios que han levantado las palabras de Terry. Y es ese el instante que el oficial inglés ha aprovechado para acercarse al estrado, deslizando el doblado papel bajo la ancha mano de Terry, que se apoya en la baranda... Terry, ha retrocedido con aquel extraño papel en la mano, y su primera mirada es para Candy. ¿Acaso es de ella? Algo parecido a un soplo de esperanza ensancha su alma al imaginario, y sus pupilas buscan con ansia la respuesta de aquellos otros ojos. Pero junto a Candy sigue Anthony, otra vez se ha inclinado para hablarle casi al oído. Se diría que sostiene una violenta discusión con voz ahogada, y con ansia estruja Terry aquella carta que no quiere leer bajo tantas miradas clavadas en él, aquella carta que puede transformar su alma con una docena de palabras, aquella carta que, por encima de su valor, le hace temblar...

_ Que pase el cuarto testigo de la acusación —ordena el presidente. Y el secretario, a su vez, alza la voz para repetir el llamado:

Pero ese testigo no se presenta.

—¡Silencio... Silencio! —recalca una vez más el presidente

—. ¿Tiene alguna pregunta que hacer a su cuarto testigo el señor acusador privado?

Comprendo perfectamente la ironía del señor presidente de este tribunal —acepta Anthony con aparenté tranquilidad—. Yo mismo no puedo menos de sonreír frente a la forma en que mis dos últimos testigos han declarado. Pero no importa nada, para lo que se trata de probar. no niega, no puede negar el hecho comprobado. Terry del Diablo le hirió en una riña de taberna dejando inútil su brazo derecho como hasta el presente lo está, y es el cuarto hecho que, contra viento y marea, deseo hacer constar ante este tribunal. ¡Es cierto que Terry, del Diablo trasladó y vendió mercancía robada! ¡Es cierto que Terry del Diablo ayudó a desvalijar, junto a las costas de Florida, un rico cargamento de café, tabaco y cacao! ¡Es cierto que sostuvo poco menos que una batalla con los traficantes de ron! ¡Es cierto que ha burlado todas las leyes de restricción del contrabando, en más de diez islas del Caribe, defraudando a los gobiernos coloniales de Francia, Inglaterra y Holanda! Es cierta, también, la lamentable riña de taberna en la que jugó y perdió su goleta Luzbel, levantando después un embargo gracias a una cantidad de dinero que aún no ha pagado...

_ ¡Que quise pagar, y cuyo pago tú no aceptaste! —refuta Terry sin poder dominar un acceso de ira—. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿A qué vino tanta hipocresía?

—¡Guarde silencio, acusado! —impone el presidente—, ¡Silencio...! Continúe el señor acusado

_ Y uno a uno probaré todos los cargos que contra él se han lanzado —prosigue Anthony, con más calma y amargura pidiendo en el acto, a este tribunal, que comparezca el quinto testigo y que sea leída, ante él, el acta en que le acusan de secuestro, para que sea corroborada por las declaraciones del muchacho... ¿No tienes otro nombre más el de Kuki?

_ Kuki me llamó el patrón, señor presidente, y Kuki me llaman todos en el Luzbel.

_ ¿Quieres decir que antes no te lo llamaban? ¿Cuál es tu nombre? Antes de que te llevase Terry del Diablo, ¿cómo te llamaban?

_ Me llamaban haragán, porquería, niño horroroso, sucio y perro sarnoso.

_Esos no son nombres – exclama el presidente.

_ Pues así me llamaban, señor presidente... Cada uno como le daba la gana, y con cada grito, un palo o una patada por que no andaba ligero. Era mucha la leña que había que cargar para el horno del alambique.

_ Silencio! —insiste el presidente enarbolando la campanilla para aplacar los murmullos que suben de tono—. Secretario, dé lectura al acta...

Y el secretario obedientemente lee:

—" Ante el notario William Godman, los abajo firmantes declaran: Primero: Ser absolutos propietarios de una finca de cien cordeles que se extiende desde la margen izquierda del río Morant hasta el monte llamado Yallhs Hill, todos ellos terrenos cultivados con plátano, tabaco y caña. Segundo: Que cuentan, para la ayuda de ciertos trabajos en el alambique que poseen y explotan en dicha propiedad, con varios muchachos, uno de ellos pariente cercano, recogido y criado en la casa, por ser huérfano de padre y madre. Tercero: Que este muchacho, a cargo total de sus tutores, estatura regular, aproximadamente de doce años de edad, desapareció una mañana, embarcando por el puerto de White Horses en la goleta llamada Luzbel, llevado hasta ella con engaños, o acaso por la violencia, por el patrón de la misma, apodado Terry del Diablo. También aseguran que el citado muchacho, dando pruebas de sin igual ingratitud para los que le habían amparado, cooperó al susodicho secuestro obedeciendo a la voz de Terry, del Diablo, en lugar de a la de sus parientes, cuando éstos fueron a buscarlo. Cuarto: Que el llamado Terry derribó a puñetazos a los que quisieron entrar a la coleta en busca del muchacho, haciendo levar las anclas y partiendo del puerto de White Horses, siendo inútiles hasta la fecha sus denuncias y demandas. Que, además, y por pura maldad, Terry del Diablo disparó contra las barricadas de ron propiedad de los firmantes, que aguardaban en el muelle de White Horses para ser embarcadas, haciendo que el líquido se derramara, con una pérdida de más de cien libras esterlinas, y gritándoles las peores injurias, con las que provocó una insubordinación entre los otros muchachos, con grave perjuicio del orden y la disciplina en la finca de su propiedad. Los cuatro testigos que dan fe, vecinos- propetarios, y la firma del notario autentificando el documento, William Godman. He dicho.

_ ¿Has oído, muchacho? —advierte el presidente—. ¿Recuerdas si reconoces haber sido secuestrado por el llamado Terry del Diablo?

_ Yo me fui con el patrón... Yo le pedí que me llevara... Por culpa mía se había estropeado una paila de ron, y me iban a matar a palos. Me escapé muerto de miedo... No sé ni cómo pude llegar, y me caí en la playa cuando vi que todavía estaba allí el Luzbel. Entonces, el patrón me llevó adentro, y no sé qué más pasó...

_ Nada, señor presidente —responde Terry destilando ironía—. Tampoco creo que sea necesario decir nada en defensa del muchacho. Iba a pagar con su vida la pérdida de una paila de ron. Yo derramé el contenido de den pailas, y no permití la entrada de intrusos en mi barco. No hay nada que añadir en mi defensa. Que busquen qué añadir a las suyas las autoridades de Port Morant, que toleran cosas como las que acaban de escuchar a las mismas puertas de una ciudad civilizada.

—¿Tiene algo que responder a esas palabras el señor acusador privado? —indaga el viejo presidente volviéndose hada Anthony.

_No creo que se trate, señor presidente, de discutir injusticias sociales con el acusado, sino de probar su responsabilidad en los hechos de que se le acusa. El hecho, ni él mismo lo niega:

Destruyó voluntariamente una propiedad ajena, se llevó a un muchacho de doce años sin autorización de nadie, contra la voluntad de los únicos que se declararon sus parientes, de los que le habían ofrecido amparo desde una infancia tan tierna, que ni el propio interesado recuerda otro hogar que la casa de los Lancaster...

—En la casa de los Lancaster, Kukí no era más que un esclavo —rebate Terry —. Si, un esclavo, aun cuando las leyes del país hayan abolido ya la infame trata. No creo en la existencia de ese lazo de sangre que dicen les une a sus verdugos. Eran cerca de una docena de muchachos, huérfanos o abandonados por sus padres, los que dormían hacinados en el fondo de una barranca inmunda, los que se alimentaban con sobras que los perros pueden despreciar, los que eran obligados a trabajar hasta más allá de sus fuerzas de niños, los que sólo recibían golpes, injurias y malos tratos a cambio de su trabajo... Pero, naturalmente, yo no era más que un entrometido, eso no me importaba nada...

—Pudo importarte y proceder de otro modo —observa Anthony—. Con una denuncia a las autoridades.

_ Evidentemente el señor acusador privado tiene razón. — apoya el presidente—. Los hechos que usted refiere son lamentables, pero no le autorizaban a convertirse en juez y ejecutor de una justicia personal sin haber acudido antes a esa justicia legal que tan duramente ha criticado.

_ Hubiera sido inútil, señor, presidente —desprecia Juan con su habitual sarcasmo—. Los Lancaster son personas muy bien miradas en Port Morant, pagan altas contribuciones y poseen lujosos carruajes... No, no los imaginéis como bárbaros, golpeando a este niño con sus propias manos. Ellos son incapaces de una acción repugnante. Para eso tienen sus capataces, sus caporales, sus perros a sueldo... Para eso dan absoluta autoridad a los que gobiernan a sus trabajadores... Y si un desdichado de éstos muere, importa poco, porque nadie va a ir a reclamar para saber si fue el paludismo o el hambre, los golpes o una indigestión, lo que lo mataron... Ellos son caballeros y viven como tales. No pueden llegar hasta ellos la denuncia de un patrón de goleta, tildado de pendenciero, de contrabandista y de pirata... ¡Están tan altos en la bella Florida, como Anthony Grandchester, en la Martinica! ¡Sólo un imbécil perdería el tiempo denunciándolos!

Terry, ha clavado en Anthony, su mirada de fuego, como aguardando una respuesta que no llega, que no puede llegar... ¡Y Anthony respira conteniéndose, sintiendo que es menos firme el suelo que pisa, que de los bancos del pueblo bajo llega hasta él una comenté hostil, violenta, a punto de estallar, hasta que la mano del presidente se alza!

_ ¡Lo que usted dice no tiene sentido, acusado! Bien claro dice esa denuncia que el muchacho en cuestión es pariente de los Lancaster...

—Parientes de empleados de los Lancaster... Es la fórmula usual para emplear niños en los peores trabajos. Están con sus parientes, tío segundo o primos terceros... acaso simplemente les reconocen como ahijados... ¿Qué más da? La fórmula es perfecta: Se paga a un desalmado cualquiera que ofrezca una cuadrilla de muchachos. Poco le cuesta decir a éste que son de su familia, y los amos no tienen nada que perder. Muy cómodo para los Lancaster...

_ Pido la palabra, señor presidente, para una cuestión de orden —interviene Anthony—. No creo que interese a este tribunal la forma de administración que tienen los señores Lancaster en la isla de Florida, ni otros señores en las islas vecinas, ni aun en la propia Martinica... Cada uno gobierna su casa como le place, y allá cada quién... Estamos aquí para probar los cargos que he lanzado contra Terry del Diablo, y uno a uno van probándose. ¡Señor presidente, pido haga usted constar en acta, que el cargo de secuestro y destrucción de propiedad ajena está plenamente probado!

_ Su petición es justa. Hágalo constar en acta, señor secretario —indica el presidente. Y acto seguido, prosigue—: Ahora, para exponer su requisitoria, tiene la palabra el señor fiscal...

—Tomo sobre mí el cargo, señor presidente —tercia Anthony. Ahora es en la tribuna reservada para los importantes, donde los comentarios suben de tono un momento para después callar. El fiscal hace un gesto de absoluta indiferencia, retirándose de nuevo hasta su butaca, y Anthony Grandchester, avanza mirando uno a uno a aquellos hombres que forman el jurado, y cuyos ánimos sospecha ganados ya del todo para Terry:

—No trato de hacer ver como un monstruo al acusado. Demasiado bien sé que es un hombre que ha sufrido y luchado desde niño, un hombre en pugna con la sociedad. Nada he de decir a ustedes sobre la excusa moral que pueda representar, para su mala vida, su mala suerte; pero sí pido a todos, y a cada uno de ustedes, la conciencia de su responsabilidad. No acusé públicamente a Terry del Diablo por rencor ni capricho, no le acusé siquiera con el afán de castigar sus errores pasados, sino de prevenir futuras fechorías, de remediar males que aún pueden remediarse...

_ Su ejemplo es pernicioso, nefasto. Si este tribunal, basado en razones sentimentales, ganado por el impacto moral de la piedad que ciertos relatos escuchados pueden causar en el corazón de cualquier hombre, si este tribunal, repito, da la razón a Terry del Diablo con una sentencia absolutoria, todos los vagabundos, todos los maleantes, todos los descontentos y resentidos de la Martinica adoptarán esa actitud pendenciera y hostil, erigiéndose a sí mismos en gratuitos representantes de la justicia, impartiéndola por su propia mano, a espaldas de las leyes y de los tribunales...

_ Quiero que cada uno de ustedes entienda que hablo sólo en defensa de nuestra sociedad, de esta sociedad a la que pertenecen nuestras esposas, a la que pertenecerán nuestros hijos mañana ... No podemos permitir que, por la sospecha de que una denuncia no va a ser escuchada, se tome cada cual la justicia por su propia mano. La vida de Terry del Diablo puede tener la brillantez de una novela de aventuras, ganar la admiración de las mujeres y exaltar la imaginación de los muchachos, y por ello mismo es tan peligrosa, y es más fuerte nuestro deber como hombres, como jefes de familia, como clase directora de una sociedad civilizada, de dar otro rumbo a la justicia, otros procedimientos a la bondad humana, que puede coexistir con el respeto a las leyes y al derecho legal de los demás, aun cuando Terry del Diablo pretenda probarnos lo contrario. Como el médico que se cura a sí mismo, descubriendo antes que las ajenas sus propias llagas, quiero hacer constar que no será extraño que una dama de mi propia familia, una dama de la que me considero defensor natural y obligado, tome partido a favor de Terry...

"Y esto puede ocurrirle a cualquiera de los cabezas de familia que me están escuchando. Si nuestras leyes son malas, debemos reformarlas; si nuestros tribunales no imparten verdadera justicia, debemos esforzamos por hacerlos mejores; si nuestras costumbres son vituperables, tratemos de modificar nuestras costumbres ... Pero que todo se haga con la anuencia de los mejores ciudadanos, con el respaldo de las leyes de la metrópoli, con la justicia, el derecho y el apoyo de las instituciones, no según el capricho, más o menos sentimental, del primer resentido que se alza en rebeldía, sólo porque la sociedad lo tuvo siempre al margen...

_ Pido, señores del jurado, piedad para Terry del Diablo, pero mayor piedad aún para la sociedad cuyos cimientos socava. Sus pecados pueden absolverlos el corazón, pero sus faltas deben ser castigadas, deben ser sancionadas, deben ser perseguidas y evitadas, en él y en cuantos pretendan seguir su ejemplo, como parecen querer seguirlo todos los hombres de su barco y hasta ese niño de doce años a quien bien pudiéramos llamar el ahijado del Diablo...

_ "Es absolutamente preciso hacerles comprender, al acusado y a todos, que ningún hombre es más fuerte que las leyes, que ningún ciudadano, por sí solo, puede destruir lo que ha establecido la voluntad de millones de ciudadanos, que no es la violencia privada el camino de reparar la injusticia, que él no puede imponer una sanción caprichosa como en el caso de la destrucción de las barricas de ron de los señores Lancaster, porque eso no se llama justicia, se llama venganza, y este tribunal no puede alentar esos procedimientos, sino, por el contrario, ponerles coto, terminar con ellos, cortar toda posibilidad de que cosas así vuelvan a repetirse, por medio de un castigo justo, enérgico y adecuado para el quebrantador de todas las normas, para el acusado, Terry, del Diablo. Por lo tanto, pido a este tribunal, para el acusado...

_ ¡No! ¡No, Anthony! —le interrumpe Candy, acercándose a él, completamente fuera de si—. ¡Que no seas tú... que no sea tu boca... que no sean tus labios los que pidan el castigo de Terry!

—¡Silencio... Silencio! —se enfurece el presidente—. ¡Basta! ¡Voy a hacer despejar la sala! Señora Andrew, en su calidad de testigo, usted ha permanecido indebidamente en esta sala. Pase en seguida al departamento de testigos, o será detenida por desacato a la autoridad.

_ Eso no – protesta Anthony.

_ Ni ella ni nadie puede interrumpir de ese modo el orden de un juicio. Hablará a su tiempo, cuando sea interrogada. Y si tiene que decir algo en favor del acusado...

_ Es el hombre más generoso de la tierra! ¡Si ustedes representan a la justicia, no pueden condenarlo!

Un grito unánime ha escapado de las tribunas del pueblo. Magistrados y jurados se han puesto de pie; los guardias cruzan los fusiles deteniendo al público que pretende saltar al estrado. Incapaz de contenerse por más tiempo, Candy está frente al tribunal, se acerca a Juan, se vuelve hacia Anthony... A una enérgica seña del presidente, un ujier va acercársele, pero no se atreve a tocarla. Se detiene frente a ella, inmóvil como todos, y se apagan los murmullos y las voces con el repentino y violento interés de escuchar sus palabras:

_ ¡Señores magistrados, señores jurados, ustedes no pueden condenar a Terry! Es preciso que los que van a juzgarle no cometan contra él una nueva crueldad... Por el amor de Dios, escuchadme. ¿Vais a castigarlo por ser generoso? ¿Por sentir piedad? ¿Por defender a los que nada tienen? ¿Por ser el apoyo de los desamparados? ¡No! La justicia no puede castigarle por luchar, defendiendo su propia vida y la de otros desgraciados, por ayudar a burlar conciencias inhumanas, por dar amparo a un niño fugitivo, por herir a un malvado en legítima defensa.

—¡Señora Candy Andrew, basta... Basta! —desaprueba el presidente—. Ha tomado usted el papel del abogado defensor, y en ninguna casa podemos oiría en ese tono. No es para escuchar argumentos, sino hechos, para lo que este tribunal le concede el derecho de hablar

—En seguida llegaré a los hechos, señor presidente. Sólo quería suplicar a los señores del jurado que fuesen menos crueles con Terry de lo que el destino fue con él desde niño. Por lo demás, sus faltas, sus delitos, los cargos de que se le acusa han ocurrido en su mayor parte en otros países y bajo otras leyes...

—La testigo olvida que los principales cargos son: aparte de su riña con Tomas Stevens, el incumplimiento de su promesa de seguirle pagando una indemnización mediante la cual retiró él su demanda —recuerda el presidente—. El abuso de confianza que significa sacar del puerto un barco embargado antes de satisfacer la deuda que lo detenía a la disposición del que hoy lo acusa: el señor Anthony de Grandchester.

Justamente iba a llegar a ese asunto, señor presidente —interrumpe Candy—. La forma en que Terry fue detenido, la severa incomunicación en que hasta ahora ha estado, me han impedido cruzar con él una sola palabra, participarle algo que su desinterés, su verdadero desprecio al dinero le hizo ignorar: la mujer con quien se casó en Campo Real cuenta aún con algunos bienes de fortuna. Una dote modesta. Con ella garantizo a este tribunal el pago de esa deuda. Hago promesa solemne, a los acreedores aquí presentes, de abonar hasta el último centavo, y espero que con ello sea bastante para dejar sin lugar el cargo de abuso de confianza.

¿Por qué lo defiendes tanto? Candy- dijo Eliza.

_porque Terry es el hombre más bueno del mundo.

—Tal vez lo sea ya, tal vez ahora haya aprendido a amarte, y tal vez tú suspires por él todavía. ¡Pero tú no vas a ser suya! ¡No vas a serlo nunca! ¡Jamás!

_ ¿Estas celosa Eliza porque no le dices a tu marido que amas a Terry del diablo? ¿Tienes miedo que estás enamorada de Terry?, este no es asunto de sentimientos sino de labor.

Eliza y Anthony no pudieron más con sus celos hacia Candy y Terry, ambos perdieron a su antiguo amor, no admite haberla perdido, curiosamente, ciego de ira, como en los días tormentosos en que tras su forzada boda la llevase a través de los campos hasta el Luzbel, habla Terry, oprimiendo entre sus anchas manos las frágiles muñecas de Candy... y ésta echa hacia atrás la cabeza, entornando los párpados. siente las ilusiones muertas, el alma rebosante de amargura, pero al contacto de aquellas manos, a la vez imperativo y tierno, rudo y cálido, la invade un placer que no sintió jamás, un como derrumbamiento de su voluntad, un anhelo de no pensar nada, de no decidir nada, de ser como fuera en aquellas horas terribles del pasado: un botín en sus manos. De pertenecerle, aun cuando fuera a la triste manera de una esclava, aun cuando sangre en su corazón el desengaño por pensar que otra es la dueña del corazón de Terry.

_Antes de permitirlo, soy capaz de matarte, Terry es mío, lo prefiero en la cárcel pudriéndose antes que contigo... dijo amenazando a su hermana. Así que deja de defenderlo tanto, dijo amenazando a su hermana, con carácter fuerte, en voz baja agarrando la muñeca de su hermana.

—Están de más tus amenazas. Respeto el juramento que hice al pie del altar, y acabo de demostrarlo. También, aunque para ella nada valga, respeto el sacramento que lo hace a mi esposo, lo defenderé en contra de todos. Aun por encima de tus sentimientos, que todavía son de amor por él, ¿verdad? Las mujeres como tú no cambian. Tu Eliza amas a Terry del diablo, siempre lo amaste, pero tu ambición valió más, sin importarte como sufrí yo por Anthony, pero ahora mis sentimientos cambiaron amo a Terry del diablo y voy a defenderlo, ty traición más rotunda, la burla más sangrienta, fue tu traición con otro Eliza, mientras tú luchabas contra la tierra y contra el mar para conquistar a un pirata de la cual tú te enamoraste, ... La perfidia más negra, fue la de mantener a Terry como tu amante y a la vez siendo novia de Anthony. Y, sin embargo, lo perdonado tu corazón. pero por una vez en tu vida deja de ser egoísta, eres mala Eliza, ojalá recibas tu castigo.

_ ¿Me estas deseando la muerte?

_No porque eres mi hermana, pero lo que hacen tú y Anthony, son sed de venganza y egoísmo, más tú, porque por tu culpa estamos aquí, que razón tenía Sandra la otra protegida de TERRY eres una maldita.

Terrence escucha todo a su esposa, la discusión de las hermanas.

_Tú ya no me importas Eliza, lo que sentí por ti, se murió, Nunca... nunca me importantes, solo fue una obsesión, una ilusión estúpida, señor presidente que todo el mundo se entere, de la clase mujerzuela que es la señorita Eliza Andrew, una prostituta más, que jugo conmigo, que se me ofrecía, esas son las clases de mujeres en casa, ¿Por qué no le dices a todo el mundo lo mujerzuela que eres, me prometió amor, juro casarse conmigo, a la vez siendo prometida del grandioso señor Anthony, ella se enamoró de un pobre pirata, ya no importaron nada, todas las noches me rebuscaba hasta desnudo. —comenta Terry en sonrisa.

_Cállate – dijo Eliza avergonzada sabiendo que toda la gente le miraba mal.

_Respeta a mi esposa.

_ ¿Esposa?, Anthony, ella no es una esposa, es una mujerzuela del puerto más, dijo Terry con tono sarcástico—. Te felicito por tu maravillosa intuición Eliza... Cuando a un hombre como yo le importa mucho una mujer apasionada, está perdido, es como una maldita droga que te enloquece por no estar cerca de ella, es el momento de debilidad en el que se pierde la batalla. Para los hombres como yo, las mujeres no pueden representar más que una hora de placer... Tú, eres eso Eliza, eras una obsesión, una droga, yo te deseaba como un loco, pero ahora ya no, no siento ninguna pasión por ti, eso se termino ... No te preocupes, Candy porque tú eres mi legítima esposa, lo único legítimo que hay en mi vida desdichada. No tengo ni la más remota idea de cómo debe un hombre hablarle a su legítima esposa... Supongo que con muchísimo respeto y con muchísima delicadeza Candy... Debo inclinarme, cederte el paso y preguntarte con exquisita cortesía: ¿A dónde quieres que te lleve, querida, cuando salgamos del tribunal? ¿Es eso lo que esperas de mí? ¿Son esos los modales que debo usar?, pero antes de eso déjame confesarte algo, Yo te amo Candy, te amo mi Santa Candy, la mujer de mis sueños eres tú, no sé si tu sentirás lo mismo por mí, pero solo quiero que seas feliz. ¿Cuándo salgamos del tribunal donde te llevo?

Candy, siente que sus mejillas enrojecen, pero su cabeza se alza venciendo su dolor a fuerza de orgullo. No quiere que él la vea temblar, ni se dé cuenta que ella siente lo mismo por él; no quiere dejar escapar frente a él el triste secreto de aquel amor, que es como, un crimen en los sombríos pasillos del palacio de justicia... Herida en su dignidad, quemada de despecho y aprieta los labios y calla, calla, no le confiesa lo que siente.

_ Pues comienzo con toda cortesía: ¿A dónde debo llevarte, mi amada Candy, cuando acabe el tribunal? ¿A nuestra casa, no será la más bonita, pero puedo brindarte amor, pasión, te amo mi santa pecosa, o preferirás el elegante hospedaje que nos brindan las tabernas del puerto? Nada de ello es digno de una dama, pero es lo único que puedo ofrecerte, para ser una familia feliz tú, yo y Kuki, pueda brindarte todo el amor que siento por ti... delante del señor Presidente, del elegante caballero Anthony, delante de tu hermana, de todos los que están presentes aquí, te digo que te amo , por eso te pregunto una vez más, ¿Cuándo termine este tribunal quieres estar conmigo como un matrimonio real donde pueda brindarte todo el amor que siento por ti? ¿Dónde quieres que te lleve?

Candy, niega sentir amor por Terry.

Y dice:

_Te voy a defender hasta el final, porque es mi deber, como esposa, pero cuando termine todo, me vas a ¡Llévame al Convento de las Hermanas del Verbo Encarnado! Lo siento, Terry eres un gran hombre te admiro mucho, te voy a defender, pero cuando acabe todo el juicio me vas a llevarme al Convento de las hermanas del Verbo Encerrado, porque ahí está mi felicidad. Lo siento-

Terry se decepciona de Candy, pues piensa que no lo ama. Mientras Anthony se pone orgulloso pues piensa que tiene esperanza que Candy lo ama a él y todo por su silencio de la ingenua Santa Candy.

Esta historia continuará…

Ahora contestare sus comentarios en mi seccion favorita.

Blanca G; Gracias por tu apoyo amiga bella, ya estamos finalizando la segunda parte, amiga bella este lunes se publica el cuarto mandamiento que es una adaptacion a la novela la madrastra espero que tambien sea de tu agrado esta bella novela que escribire con mis rebeldes. Aqui Terry reconoce que ama a Candy, pero todavia falta para que terminen juntos.

Nilda Manno: Si mi amada amiga tu que te has visto la novela tienes toda la razon de odiar a Aime osea Eliza en nuestra version, todo se va aclarar que bueno que te gusto mi adaptacion, gracias amiga bella. ella mostrara las cicatrices de Kuki aunque en mi version no sea negro pero la exclavitud se daba en los huerfanos, en cambio en corazon lo vendian por ser negro, ahora va a aparecer la otra protegida de Juan (Terry) Azucena en mi version Sandra la chica prostituta que salvo ella va declarar todo lo que Terry hacia con ella, recuerda que Terry ayudo a esa muchacha a salvar de la prostitucion en el que vivia al igual que Kuki en la exclavitud.

Marialuisa Casti: Si mi amiga linda todos odiabamos a Aime en mi version Eliza por mala y ambiciosa, ella queria el cuerpo de Juan (Terry) y tienes razon mas que amor era pasion egoista, pero bueno caridad Bravo Adams en el libro dice que si amo a Juan y eso se vee cuando muere tanto que le pide a su hermana Monica (Candy) que no sea feliz con Terry (Juan) porque no soporta Eliza que Terry este en brazos de otra, si no era para ella no era para nadie, porque era egoista.

Elvia Soam: Agradecida como siempre por tus comentarios y respetar esta bella adaptacion y compartir en tu grupo de Corazon Salvaje.

espero que este capitulo haya sido de su agrado continuaremos con las que faltan.

Un Agradecimiento especial a Carol Aragon, Blanca G, Elvia Soam, Mia 811, SARITANIMELOVE, Y a todas las que leen.

Bendiciones

Maggie Grand.