Finalizando la segunda parte del libro Titulada Candy (Monica).

Corazón salvaje segunda parte del libro Titulada Candy (Mónica)…

Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

¡Holaaaa meus amores! Reportándome de nuevo, no tengo mucho tiempo, desde que empezaron mis clases, No me maten por favor.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy

(Mónica) y Terry (Juan) y la última el desenlace y final (Viene siendo el libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)

Realmente espero que sea de su agrado. Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfruten la segunda parte del libro.

Penúltimo capítulo de la segunda parte... versión titulada Mónica y Juan… en nuestra versión Candy y Terry.

Ya el Proximo capitulo es el final de la segunda parte.. para entrar la tercera parte del libro, su respectiva autora es Caridad Bravo Adams.

Segunda Parte

Capitulo Treinta y Dos.

Candy (Mónica) y Terry (Juan)

HERMANA TORNERA, HAGA la caridad de anunciarme inmediatamente al Padre Francisco segundo y a la Madre Superiora Gray, Dígales que Candy de Andrew, ha regresado. Pronto, hermana, por favor... creo que no podría esperar demasiado.

Con voz en la que tiemblan juntos el dolor y el apremio, Candy ha hablado a la vieja tornera, que no puede apartar de ella los ojos sorprendidos. Una puertecilla disimulada se ha abierto en la alta reja, y al ademán de la tornera, cruza Candy bajo aquel pequeño dintel que separa al mundo del claustro. Ha sentido el anhelo casi irrefrenable de volver la cabeza, de comprobar, mirándole cara a cara, que aún está allí Terry del Diablo, cruzados los brazos, clavada en ella la mirada... Pero no cede a la tentación, sólo respira con la angustia de aquel a quien le falta el aire, y echa a andar, casi tambaleándose, como si también la tierra le faltara, mientras Terry, se muerde los labios y ve cerrar, tras ella, la pequeña puerta de barrotes labrados, símbolo frágil del muro que entre los dos se alza.

_Terry, Terry, ¿Acabaras de explicarme?

—No creo que haya nada que explicar Albert. Es hora de retirarnos...

—¿Sin ella? ¿Dejando a tu esposa en el convento?

_Puesto que ella así lo desea, sin ella será. A pesar que la amo, respetare la decisión de Candy, ella nunca se casó conmigo por amor.

—Bueno, bueno... entendámonos. Al terminar el juicio, cuando me acerqué a felicitarte, me dijiste que todo se lo debías a Candy. Tal vez hablaste con un poquito de ingratitud, pero al amor todo se le perdona, y no puede negarse que estuvo soberbia en el tribunal...

—Cumplió con su deber, pagó su deuda, considera que estamos en paz... Y como estamos en paz, no tiene obligación ni deseo de permanecer a mi lado. Esa es la verdad, la verdad que probablemente usted también sabe.

—Yo sólo sé que esa pobre niña sufría como una condenada. ... yo sólo sé que fue tu nombre lo primero que sus labios pronunciaron al pisar la tierra, que corrió a mí enloquecida, llenos los ojos de lágrimas, para pedirme que le ayudara a conseguir su único anhelo: verte esa misma noche, hablarte, Terry, No le asustaron las dificultades. Contra toda lógica, y contra toda la voluntad de Anthony, logré que pudiéramos escurrirnos a través de la vigilancia del Fuerte. Usando del dinero y de las buenas amistades, le arreglé la forma de llegar hasta tu celda la víspera del primer día del juicio... Candy te ama Terrence, solo que no lo quiere admitir.

_ Pero no llegó... no fue—refuta Terry, vivamente interesado—. Todo quedó en una buena intención, en un propósito vano.

_ No llegó hasta tu celda, porque su lugar estaba ocupado. Había otra mujer. Por sus propios ojos la vio Candy.

_No puede ser- exclama Terry desconcertado.

_ Fue. Yo estaba cerca y la vi llegar a la reja, mirar hacia dentro y alejarse temblando. A Anthony, le dijo que se trataba de un abogado, pero después, a solas conmigo...

_ No nombró a nadie, a nadie, ni tampoco hizo falta. Conozco bien el mundo, y sé hasta dónde son capaces de llegar las mujeres de la pasta de Eliza.

_No puede ser.

—Pues sí es. De un solo golpe se destrozaron sus ilusiones, sus recuerdos... y demasiado noble ha sido declarando a tu favor y poniéndose de tu parte mientras llevaba la muerte en el alma...

—Me temo que sea usted muy cándido Albert —augura Terry, incrédulo—. Candy es una mujer admirable... no soy yo quien vaya a regatearle los méritos, ni el valor, ni la entereza, ni la lealtad... Pero no quiere, ni me querrá nunca. ¿O le dijo ella que me amaba?, porque yo creo que no me ama.

_ Bueno, decírmelo, decírmelo así de claro, con palabras, no me lo dijo... Pero hay que tener en cuenta su humillación y su despecho... Ella, como esposa...

_ ¿Cómo esposa? No, Albert, Candy no ha sido mi esposa jamás. La mujer que legalmente me entregaron en Campo Real, a que llevé a la fuerza sobre el arzón de mi caballo, como conquista de vándalo, continúa siendo la señorita de Andrew, nunca fue mi mujer, ella estuvo enferma cuando se entregó a mí, lo hizo por despecho porque el idiota de Anthony nunca la quiso.

Un gesto amargo ha plegado los labios de Juan. El viejo notario le mira confuso, desorientado, pero Terry reacciona bruscamente, clavando en su hombro la mano ancha y dura como una zarpa, al amenazar:

—¡Pero piense que se lo he dicho a usted, a usted solamente, y que repetirlo podría costarle demasiado caro, porque soy capaz...!

—Quítame la mano del hombro, que me estás derrengando, y déjate ya de decir sandeces —le interrumpe Albert, con falso malhumor—. Ni yo voy a repetir a nadie lo que no le importa, ni me dan miedo tus tontas amenazas. ¿De modo que esa fue tu conducta con ella?

—Estaba enferma, casi moribunda. La fiebre la aturdió durante días enteros. Durante varias semanas no supo de sí misma. Cuando volvió a la vida, ya mi borrachera de odio había pasado, y ella no era más que una pobre mujer dulce y frágil como una flor... como una golondrina con las alas rotas, que hubiera caído sobre la cubierta de mi barco...

El viejo notario ha bajado la cabeza. Hay un extraño nudo de emoción en su garganta, que no le deja hablar, y algo como un velo de llanto en sus ojos cansados, al comentar:

_Resultas ser un tipo bastante extraño Terry.

_ ¿Por qué? —refuta Terry con simulada indiferencia—. No es mérito de ninguna clase. ¿Qué importa una mujer más? Y una mujer que quiere a otro...

_ ¿Qué quiere a otro? Muy seguro pareces estar, Yo creo que Candy ya te ama, lo que pasa es que es una niña tonta que no sabe manejar los sentimientos.

_ Lo oí de sus labios muchas veces. Luché por ayudarla a salir de ese amor malsano. Hace una hora, pude comprobar que aún continuaba. Es un amor que le causa horror, que le espanta, que la humilla, pero del que no se puede librar. Candy sigue amando a Anthony, lo amo desde niña, ella solo se casó conmigo para protegerlo y que no sepa la clase de mujer que es Eliza, lástima que todo se descubre.

_ ¿Y Tu Amistes a Eliza?

_Eliza era fuego, pasión, una pasión que me quemaba, ella me enloqueció, estaba obsesionado con ella, con su extremada pasión, no podía vivir sin meterla a la cama que me encantaba serla mía todas las noches, hasta que me cansé porque descubrí sentimientos puros en Candy. Pero lástima que ella ama a su amado caballero Anthony de Grandchester.

—Yo hubiera jurado que era a ti a quien amaba, que era por ti por quien lloraba cuando la hallé llorando sola en los acantilados que están junto a su vieja casa. Claro que ella me dijo que no, pero... —Duda un momento, y luego lentamente, murmura—: ¿Quieres decir que Candy ama a Anthony?

_ Sí, Albert, eso he dicho sin quererlo decir; pero ya está dicho y es inútil volver atrás las palabras. No es por el pobre diablo de Terry, es por el caballero Grandchester, por quien Candy Andrew, quiere enterrar su juventud entre estas paredes y ocultar su belleza en las sombras del claustro.

Flashback:

—Gracias por haberme recibido en seguida. Madre.

—Naturalmente. Este humilde convento es tu casa... Pero la hermana Gray me dijo que venías acompañada de tu esposo y de un notario... ¿Dónde están? ¿Por qué no pasaron?

_ Vinieron sólo acompañándome. Albert, el notario, como amigo. Le pedí a mi esposo que me trajese aquí, y él complació mi súplica. Podía no haberlo hecho... Podía haberme dejado en mitad de la calle, o haberme arrastrado con él adonde dice que va a hospedarse: las tabernas del puerto. Pero, para eso, hubiera sido necesario que realmente me considerara su mujer, que me amara... Creo que le importo muy poco... Esa es la verdad... Creo que no es capaz de hacerme ningún daño, porque no es malo... Creo que es capaz de sentir compasión por mí, porque su corazón se compadece de todos los que sufren, aun cuando no quiera él mismo confesarlo... Creo que cortésmente me trajo hasta esta puerta, porque hay en su alma un instinto de nobleza y de dignidad... Pero nada más, Madre, absolutamente nada más...

Candy, se ha cubierto el rostro con las manos, ha caído, como si se desplomase, en el ancho taburete monacal puesto junto al limpio escritorio de la madre abadesa, y ésta, tras mirarla con sorpresa dolorida, pasa en una caricia su pálida mano sobre los rubios y sedosos cabellos de la afligida, e intenta consolarla:

_ Hija... Hija, cálmate... Estás fuera de ti, como si hubieras enloquecido...

—¡Soy la criatura más desgraciada de la tierra Madre. No digas eso. Es pecado exagerar nuestros dolores. Miles, millones de criaturas, sufren infinitamente más de lo que puedas tú sufrir en estos momentos...

_Tal vez, pero yo no puedo más, si usted supiera...

_ Sé, hija, sé. Me han contado... Hasta el fondo de este retiro llegó la resaca, y, desde que me hablaron de tu extraña boda, cada día he estado esperando verte llegar y saber la verdad de tus labios... Acabas de decir que tu esposo no es malo...

_ No lo es, Madre... ¡El, que parecía mi enemigo, es quizás el único amigo que he tenido sobre la tierra!

_Pues entonces hija ¿Cuáles son tus males?

_ Él es un hombre bueno, generoso... Por mí sintió primero odio y desprecio; compasión más tarde, al verme desdichada. Ahora... ahora no siente nada... Si acaso, un poco de gratitud... nada más que un poco, y quizás la compasión despectiva a que nos mueven los dolores que no comprendemos...

_Bueno estos sentimientos no puede herirte ni dañarte.

_ ¡Me hieren y me dañan, me destrozan el alma, porque él quiere a otra! La quiere locamente, con una pasión sin freno, con una locura de pecado; la quiere sin importarle nada ni nadie; la quiere por encima de sus traiciones y de sus infamias; la quiere sabiendo que nunca le pertenecerá por entero; la quiere sabiendo que no tiene corazón, y busca sus labios, aunque beba veneno en cada beso... Aunque Terry dice sentir amor por mí, Yo sé que el ama a Eliza.

—Pero... pero eso es horrible —se desconcierta la abadesa Eso... eso no es amor, hija de mi alma... Eso no es sino una trampa del infierno... Pasará... pasará...

_ No, Madre, no pasará... Es más fuerte que él, y le llena la vida. Quiere a la más falsa, a la más hipócrita, a la más cobarde y traidora de las mujeres, y la quiere para siempre... la quiere con toda su alma...

_ ¿Y Tú?

_ ¡Yo lo quiero a él del mismo modo! ¡Madre! Amo a Terry del diablo, ¡Lo quiero loca, ciegamente, con ese mismo amor de locura y pecado... pero me moriré mil veces antes de confesárselo!, ya no siento nada por Anthony.

Cubriéndose el rostro con las manos, solloza Candy, roto por fin el dique de su llanto tan largamente contenido. Llora, mientras la abadesa calla un momento permitiendo el desahogo de las lágrimas, antes de replicar:

—¿Y por qué ha de ser amor de locura, hija mía? ¿Acaso no se trata de tu esposo? ¿Acaso no lo aceptaste ante el altar, no juraste seguirlo, amarlo y respetarlo? ¿No cumples un juramento sagrado al ofrecerle ese sentimiento?

_ Pero él no me ama, Yo lo siento así. Madre. Usted no sabe en qué horrible circunstancia se ha celebrado nuestra boda. Nos arrastró un torrente de pasiones desbordadas, y no fue él el más culpable. Yo también le acepté, yo también permití que el sacramento se profanara tomándolo por esposo cuando no sentía por él sino horror, miedo, casi odio... Sí, creo que era odio el sentimiento que me inspiraba. Después, todo cambió...

_ ¿Qué te hizo cambiar?

_ Yo misma no podría decírselo. Madre. Acaso la bondad y la piedad de Terry. No sé por qué le amé, no sé cómo ni cuándo... acaso porque hay en él todas las cosas que pueden cautivar el corazón de una mujer: porque es fuerte, hermoso, varonil y sano; porque su alma está llena de nobleza; porque su vida está llena de dolor; porque las cualidades de su alma me hicieron mirarlo como a una piedra preciosa caída en el fango de la calle; porque, aunque jamás le oí rezar, su bondad para con los desgraciados le acerca a Dios...

_ Entonces, en tu amor no hay más que un pecado: la soberbia. Esa soberbia con que prefieres morir mil veces antes de confesarlo.

_Él se reirá de mi amor.

_ Si es como tú dices que es, no creo que lo haga. Y en último caso, ofrece la humillación a Dios en el fondo de tu alma.

—Eso no es posible. Madre. En el mundo no es posible. Usted, bajo el escudo de sus hábitos, en la sombra del claustro, mira las cosas de otro modo...

_ En todas partes se puede servir a Dios, hija mía, y ofrecerle el sacrificio de nuestros pecados. Y tu pecado de orgullo... Cada vez que sufres una decepción no se juega con los botos religiosos, las personas que son monjas son personas que aman a Dios, estás equivocada hija mía.

_ No es sólo orgullo. Madre, es pudor, dignidad... No sé, Madre, es algo superior a mis tuerzas, como si mi suerte estuviera decidida de antemano, como si mi destino lo marcara. En mi corazón, los amores no nacen sino para secarse a solas, para crecer con el riego amargo de mis lágrimas... Él no me quiere, Madre... Cuando me habló de acompañarle, lo hizo en términos de que yo no aceptara, me dijo que me amaba sí, pero de ahí me dejo ir; cuando le hablé de traerme aquí, ni siquiera me preguntó si era por unos días o por toda la vida que pensaba acogerme a los muros de esta santa casa. No quería sino deshacerse de mí; parecía impaciente, irritado, ansiosa por recobrar la poca libertad que mi presencia puede restarle.

_ De todos modos, eres su esposa, y tu deber es estar a su lado. Debes esperarle en un lugar donde pueda regresar a ti, no en el claustro, sino en tu casa con tu esposo o sino a tu casa con tu madre e hermana, porque esta no es tu vocación...

_ No es sólo mía. Antes que, a nadie, pertenece a mi madre, y también a mi hermana. En ella entran y salen gentes a las que no quiero volver a ver, a las que no puedo volver a ver, Madre. En aquella casa me vuelvo loca, acabaría hasta por olvidar que soy cristiana...

—Calma, cálmate... Esta es siempre tu casa, pero ya no como antes. Estás casada, tienes un deber ineludible en el mundo...

_ No puedo volver junto a los míos. Mi madre odia a Terry, ha sido la primera aliada de Anthony, la que más le ha animado, la que, con lágrimas en los ojos, le ha pedido que haga todo lo humanamente posible para librarme de ese matrimonio que le causa horror. Y mi hermana... mi hermana... ¡No, ¡Madre, no puedo volver a ver a mi hermana!

_ Escucha, hija mía. Prescindiendo de tu gente y de tu casa, tienes modo de vivir sola y honestamente. Tu dote fue depositada en este convento por tu propio padre. Cuando me dijeron que llegabas con tu esposo y un notario, pensé que venías a retirarla. Es perfectamente legal, ese dinero te pertenece...

_ En efecto, tendré que hacerlo retirar; pero, en realidad, ya no es mío. Sirve de garantía a una deuda, una deuda que quiero pagar pase lo que pase. Madre, tengo su promesa, su promesa y la del Padre Francisco, Cuando hace algún tiempo salí de esta casa para probar mi vocación, ustedes me dijeron que, si algún día volvía herida, destrozada, sin fuerzas para luchar ni para sufrir más, se abrirían las puertas de esta casa... Si ustedes no me acogen, si ustedes me rechazan...

_ No te rechazaremos. Si es realmente, así como te sientes, quédate y que la paz de Dios llegue a tu alma... porque te queremos mucho Candy, pero entiende esta vocación de ser religiosa no es para ti, las personas que profesan son personas con vocación, hay muchas formas de servir a Dios.

Candy queda pensativa con las palabras de la madre Gray.

_Piénsalo Candy.

_ ¿Cómo esta Sandra la protegida de Terry?

_Bien, ha mejorado su comportamiento, ya no es tan rebelde como antes, si deseas hablar con ella la traigo.

Sandra se presenta ante Candy.

_Señorita Andrew, sé que se casó con mi famoso Pirata. Estoy feliz de verla, Candy, quiero que me haga un favor.

_Dime.

_Déjame volver a ver a Terry, lo he extrañado mucho,

_ ¿Ya no estás enamorada de Terry? ¿Verdad?

_No, Candy, comprendí que solo fue una ilusión, él es mi tutor, estoy muy agradecida por su cuidado y también por haberme sacado de ese lugar en el que yo me dedicaba.

_Está bien pronto te llevare donde el, fue un gusto verte Sandra, buenas tardes.

Candy se queda en el convento, hace su nueva vida.

….

Flashback:

_ Terry, antes de beberte ese vaso de veneno, quiero que me digas qué te ocurre para estar en ese lamentable estado de ánimo...

La mano decidida del viejo notario ha detenido el ancho vaso lleno de ron hasta los bordes, impidiendo que Terry lo lleve a sus labios, y los ojuelos vivaces parpadean muy de prisa, como si quisiera penetrar hasta el fondo los pensamientos que se ocultan tras aquella cabellera encrespada, a través de los grandes ojos italianos, desdeñosos y magníficos, cargados de dolor y de sombra...

—¿Todavía quiere usted que le diga lo que me ocurre? ¿Lo que me ocurrió siempre?

_ De lo que te ocurrió siempre no vamos a hablar, sino de lo que te ocurre ahora. ¿No has salido con bien de ese proceso, de ese proceso de todos los diablos? ¿No te han dicho en el Juzgado que la goleta está a tu disposición desde mañana, sin que tengas por ello que pagar un solo centavo, porque los señores jurados, al declararte "no culpable", desvían de ti toda acción de la justicia, anulan el embargo de tu propiedad y te dejan limpio de toda mancha?

_Si ¿Y Qué?

_ Cuando llegaste de un misterioso viaje, que desde luego ya no es tan misterioso, ¿no me dijiste que traías dinero bastante para cambiar de vida? ¿No me hablaste de una empresa de pesca? ¿No me confiaste tu proyecto de levantar una casa en el Peñón del Diablo?

_ ¡Bah! Más vale no hablar de estas cosas. Ya lo que siento no es rencor, no es odio, sino asco...

—Calma, el asco, deja el ron y escúchame. Ibas a casarte. ahora ya estás casado. ¿No te parece que tu proyecto viene de perlas a tu nuevo estado civil?

_ Soy casado con una mujer que no me quiere, que nunca me querrá... ¡Por favor, basta ya! He entrado aquí para olvidarme de todo eso, para ahogar en ron hasta el último rastro de lo que ha pasado...

_ ¿Por qué no te acercas al alma de Candy? O, si lo prefieres, al corazón...

_ Está ocupado. Lo llena totalmente la imagen de otro hombre, y el remordimiento de amarlo, que para ella es un pecado mortal. Sufre como una condenada, se retuerce como entre las llamas de un infierno, y yo no soy lo bastante abnegado para soportar ese sufrimiento por el amor de otro.

_ ¿Quieres decirme que reconoces que amas a Candy, tanto que te interesa de un modo extraordinario?

_No reconozco nada! ¡Déjeme en paz! Le convidé a tomarse una copa, no a colocarme sermones que ni me hacen falta ni quiero escucharlos —rechaza Terry, con violencia; pero en seguida se reprime y en tono de suave amargura, se disculpa—Le agradezco su buena voluntad Albert, pero no insista, no me haga remover el fondo de este pozo amargo que es mi alma, no insista en sacar a flor de labios la verdad...

_ ¿Y porque no hijo mío?

—¿Piensa usted que yo no he querido acercarme al alma de Candy? ¿Piensa que no he tenido lástima de su tortura, que no he llegado a sentir la ilusión de que por fin se rompían las cadenas de su amor maldito, y de que eran mis manos, mis palabras, mi devoción silenciosa las que hablan hecho el milagro?, Me enamore de Santa Candy, pero ella no me ama, ama a su amado Anthony, en el juicio lo demostró, me he tragado confesándole mi amor y ella lo rechazo.

_ ¿Has hecho todo eso?

_ Sí, Albert, he hecho todo eso, y he fracasado. ¿Y sabe usted por qué? Porque Candy de Andrew, no puede amar a Terry del Diablo. Puede casarse con él, en un torbellino de locura; puede hasta morir por él, si hace falta, pagando una deuda que su orgullo no le permite conservar. Pero amarlo para la vida, compartir con él la vida, sentirlo a su lado como a un igual... no. Albert... Candy nunca será mía, le daría asco compartir mis caricias, mis besos, ella siempre me rechazo en la noche de bodas porque estaba enferma y no pude controlarme por su belleza yo me aproveche y si se entrego es solo porque estaba enferma y quería olvidar a su amado amor, pero ella nunca me amo, ni me amara jamás. ¿Tú crees que una condesa se va enamorar de un pirata?

_ Creo que estás totalmente equivocado con respecto a esa muchacha. Ella no tiene prejuicios. Y si los tiene, rómpelos tú, que fuerza tienes para ello y para mucho más. Rompe su amor imposible, sácala del infierno en que se agita, levántala en tus brazos, y sálvala... sálvala contra ella misma... Tú puedes hacerlo, Terry, es tu esposa y...

_ No, Albert, ella puede gritarlo frente a un tribunal, pero no sentirlo dentro de sí. No soy más que un proscrito, un excluido de todas partes. No tengo derecho a usar ni siquiera el nombre de mi madre. ¿Con quién se casó Candy Andrew? Con nadie Albert, con nadie...

Repentinamente exaltado, chispeantes las pupilas, ha hablado Terry, como si por fin dejara asomar a flor de labios su amarga verdad... Pero la mirada del notario, honda, comprensiva, cargada de simpatía y amistad, le mueve a abandonarse, dejando correr, rotos los diques, el enorme torrente:

"Accedí a casarme con Candy, porque la odiaba, porque aborrecía en ella todo cuanto desde niño me había ofendido, infamado... ¿Comprende usted? Era como una venganza hacia la zorra de su hermana, quería vengarme de Eliza, pero jamás pensé que terminara enamorándome de ella... Odiándola, hubiera podido mantenerla a mi lado; aborreciéndola, habría sentido el placer, la necesidad de hacer más fuerte el nudo que nos ata... arrastrarla a mi abismo, mancharla con mi fango, engendrar en ella hijos que, como yo, no hubieran tenido nombre legal con que empadronarse... Pero no odiándola, ¿cómo puedo hacerle tanto daño? Ella ha nacido para otro mundo, para otra cosa. Por ella, y sólo para ella, creo que debe existir ese mundo al que detesto, al que quisiera destruir y destrozar: el mundo de las gentes limpias, sin una mancha, sin una sombra...

_ En eso te equivocas, Terry. También hay sombras y manchas, aun en el corazón de esa criatura admirable. Tu loco amor la eleva demasiado. Ella también es de barro, puesto que ama a quien no debe amar.,.

_ ¡Y con cuántos dolores no ha expiado ese amor que su conciencia le dice culpable! ¿Acaso, por él, no ha renunciado casi desde niña a todos los placeres de la vida? Venga usted, asómese. Vea esas paredes que tenemos delante. No son menos sombrías que los muros de una cárcel...

_ Ha arrastrado al notario hasta la puerta de aquella taberna, como escondida entre la vuelta de dos callejuelas, pero desde donde puede abarcarse de una sola mirada el macizo edificio, convento de las monjas del Verbo Encarnado. Es como un bloque de piedra, con ventanas protegidas por doble reja, tapiadas con maderas que nunca se abren, con muros centenarios, anchos y sordos como los de una fortaleza...

_ Es peor que una cárcel; es como una tumba Albert. Y, sin embargo, quiso volver a ella, quiso encerrarse tras esas paredes después de haber visto a mi lado el sol, el mar, el cielo azul y libre...

—Pero tú no le hablaste del sol ni del cielo. Le hablaste de llevarla a las tabernas del puerto...

_ Son mi mundo, como aquél es el mundo de ella. Nacimos en los extremos de la vida... El azar nos juntó un momento...

_ Y tu voluntad puede juntarlos para siempre. ¿Por qué no pruebas?

_ ¿A qué? ¿Arrastrarme a sus pies? ¿Reclamar derechos que, por la forma en que me fueron otorgados, es peor que mendigarlos? No, Albert. Puedo ser un bandido, un pirata, un paria, pero no un pordiosero...

_ ¿Me autorizas para ser yo quien hable a Candy?

_ ¡No! Ni usted ni nadie hablará en mi nombre con ella. Ni a ella ni a nadie dirá nada de cuanto acabo de decirle, porque haría traición a la confianza que acabo de poner en usted y sería bien amargo que me fallará el único hombre en quien he confiado, al quien admiro como un padre, un hermano en mi vida entera.

—Terry de mi alma, óyeme, entiéndeme —se enternece Albert—. Soy viejo y conozco la vida sin romanticismos, sin pamplinas... En el mundo triunfan los fuertes, los audaces, y tú lo eres. ¿No te lo han demostrado ya los hechos? Si quisieras luchar...

_ Triunfaría de todos, menos de ella. Se vencen las tempestades, se doman los mares, se hacen polvo las montañas, se batalla contra los hombres hasta vencerlos, pero no se gana el corazón de una mujer por la fuerza...

—Por fuerte ama la mujer al hombre, como el hombre ama a la mujer por su dulzura y su belleza. ¿Dices que está muy alta? ¿Por qué no subir entonces? Tú vales lo bastante para ponerte entre los primeros, si te lo propones.

_ Ya... Gobernador... Terry del Diablo jamás podrá conquistar a la santa pecas de Andrew... —se mofa Terry con sarcasmo

_ ¿Y por qué no? Otros lo han hecho. Los árboles que crecen más altos son los que nacen en el fondo del bosque más espeso. Hasta ahora probaste tu valor despreciando al mundo. Pruébalo, conquistándolo y poniéndolo a sus pies...

_ ¿Mientras ella toma los hábitos? No, Albert, déjala en su convento. Yo tomaré mi barco mañana y me iré para siempre... ¡Ancho es el mar para los marinos sin rumbo!

_ Como quieras. Esto es lo que se llama ganar para perder. Pero, ¿quieres que te diga una cosa? No valía la pena de enfrentarte a Anthony, para esto. Al fin y al cabo, vas a darle gusto en todo. ¿Sabes cuál era la peor condena que podía salirte? El destierro... Era la pena máxima que reclamaba para ti Anthony y no me extrañaría nada que, a estas horas, doña Rosemary de Andrew, esté intrigando con el Gobernador para que firme un decreto mandándote salir de la isla, aun después de haber sido absuelto.

_ ¿Los cree usted capaces?

—Bueno... no tendrán que molestarse... Tan pronto como sepan que te destierras voluntariamente y que abandonas a tu esposa...

_ ¡No la abandono! La dejo en libertad de hacer lo que quiera. Es lo que ella desea. Por nobleza, por lealtad, por deber se puso de mi parte... Pues bien, yo cedo...

_ Dijiste públicamente que tendrían que matarte para separarte de ella...

_ Me engañó su actitud ante el tribunal... —Se detiene un momento, y con repentina ira, se engalla—: Pero sólo de oírle decir a usted que los Grandchester, intrigan para mi destierro... Asisto de irme, buscaré a Anthony, y cara a cara le diré...

_Que hay queda Candy, que es suya para él.

—¿Pretende usted enloquecerme? —se enfurece Terry. Molesto.

_ Pretendo que tomes el timón, como lo tomaste para sacar adelante el guardacostas a punto de naufragar. No te importó estar cien millas afuera del rumbo, no te importó que no funcionaran las máquinas, no te importó que te soplara un ciclón, empujándote al lugar más peligroso. Tomaste el mando, improvisaste velas, hallaste el rumbo, esquivaste los malos vientos... y no iba en el barco la mujer a quien amabas.

—Es cierto, todo eso es cierto. Pero quería llegar, quería volver a verla, quería saber si la luz que yo había visto en sus ojos era verdad o mentira.

—Y ahora, ¿no quieres saberlo? Terry, una vez te pregunté si no te importaría llamarte Albert...

_ Y rechacé el honor, pero no crea que no supe agradecerlo.

—En aquel momento, me dolió. Hoy pienso que tuviste razón al rechazarlo. Poca cosa es mi nombre para un hombretón de tu temple. Hay dos clases de hombres, Terry: los que hacen los nombres y los que los heredan. ¿Por qué no hacer el tuyo? Ya casi está hecho. Llamarse del Diablo es lo mismo que llamarse de Valle, o del Mar, o de la Montaña, y si buscamos los orígenes de esos apellidos, llegaremos a que los dio un pedazo de tierra, como a ti te dio el tuyo tu Peñón del Diablo...

_Tal vez tengas razón.

Terry, se ha puesto de pie, ha apartado la botella y el vaso, ha llegado otra vez a la puerta, para observar con una intensa mirada las oscuras paredes del convento. Luego, echa a andar calle abajo, y, con una esperanza en las pupilas, Albert, marcha en su seguimiento.

Continuará…

Ahora contesto sus comentarios en mi sección favorita.

Elvia Soan: Gracias por siempre comentar, publicar mi adaptación en tu grupo de Corazón Salvaje, tienes razón Eliza Aime es muy egoísta, solo piensa en ella misma, se deja dominar por sus impulsos, no le importa el daño que provoca.

Blanca G: Si así es la santa Mónica, es una bruta, pero ya este es el penúltimo capítulo de la segunda parte del libro, como siempre agradecida por tus comentarios mi bella amiga, bendiciones.

Marialuisa Casti: Gracias por comentar esta bella adaptación.

Carol Aragon: Gracias por tus comentarios, mi bella amiga, espero que te guste este capítulo, no sé si abras visto la telenovela, la madrastra, pero también estoy adaptando esa y te invito a leerla, cuídate amiga bella, bendiciones.

espero que este capitulo haya sido de su agrado continuaremos con las que faltan.

Un Agradecimiento especial a Carol Aragon, Blanca G, Elvia Soam, Mia 811, SARITANIMELOVE, Y a todas las que leen.

Bendiciones

Maggie Grand.