Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Hola mis amores, estoy de vuelta. Primer capítulo de la tercera, esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…
Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.
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TERCERA PARTE
JUAN DEL DIABLO.
TERRY PIRATA.
CAPÍTULO 3
NO Anthony RETIRO LA apuesta... la dejo... ¡Treinta onzas al rey de diamantes!
Sobre el verde tapete, las cartas están en cuatro mazos, y el montón de monedas, que Terry del Diablo acaba de ganar, vierte su brillante destello sobre la carta nueve veces triunfante... Poco a poco sus contrincantes se han ido retirando, y, ahora, los dos últimos se alejan en silencio. Casi nadie juega ya en el tugurio; los que no se han ido, se agrupan alrededor de aquella mesa mirando con ojos asombrados al hombretón que sonríe con gesto tan amargo a su buena suerte...
_ Creo que has desbancado la mesa, Terry —observa Albert.
—. ¿Por qué no recoges tus onzas y nos vamos ya? Un hombre se ha detenido en la puerta del tugurio y ha penetrado lentamente. Las cabezas se vuelven observando sus ropas de caballero, su perfil aquilino, la expresión tensa que endurece su rostro, el brillo metálico de sus ojos claros, fijos en el rostro de Terry. Poco a poco va acercándose a la mesa, y es Pedro Noel el primero en descubrirlo, poniéndose de pie, agarrándose alarmado del brazo del patrón del Luzbel, sin lograr moverle, mientras implora apremiante:
_ Vámonos de aquí, Terry, vámonos inmediatamente. Ya es muy tarde, las cinco por lo menos... ¡Recoge tu dinero y vámonos! ¿No ves que se van todos?
_ ¿No hay quien haga juego? —inquiere Terry alzando la voz—. ¿No hay nadie que responda a la apuesta? ¿Nadie quiere medir su suerte con Terry del Diablo?
—¡Yo! —acepta Anthony acercándose—, ¡Y doblo la apuesta.
_ ¿De veras?
—¿No estabas pidiendo un contrincante? ¡Aquí está! ¿Qué te pasa? ¿No tienes bastante dinero?
—¡Dije treinta onzas a la dama de diamantes! ¡Sesenta al rey de espadas! ¡Echa cartas, croupier! ¿No oíste? ¡Echa cartas!
—A Bruno le sorprende la presencia de un caballero en su casa. Por eso te mira de esa manera —observa Terry, apagándose en sus pupilas la cólera que por un momento las encendiera—. Y no responde, sencillamente porque es mudo. Pero eso sí, oye muy bien. Echa las cartas. Bruno, no tengas miedo... acepto al contrincante. Tu nuevo cliente tiene mucho dinero, y no importa que no saque las onzas del bolsillo. Pagará, pagará hasta el último centavo de todo lo que pierda, que será mucho. Aunque nació para ganar, ahora le ha llegado el momento de perder...
—¡Por favor, basta de tonterías! —tercia Albert, asustadísimo y tartamudeando—. Terry y yo nos íbamos en este momento, Anthony. El lugar se cierra precisamente al amanecer, y está ya amaneciendo. Yo creo que después de lo que ha pasado...
_ Después de lo que ha pasado, no debería usted atreverse a dirigirme la palabra. Albert —reprueba Anthony con altanería—. Hace un momento, este hombre desafió a todos los presentes a luchar contra su suerte. Nadie ha respondido más que yo. Dije sesenta onzas y aquí las tiene. ¿Qué esperabas para tallar, imbécil?
El llamado Bruno baraja rápidamente las cartas entre sus ágiles dedos. Los últimos jugadores de otras mesas desaparecen. Sólo dos o tres rezagados se mantienen alrededor de aquella mesa, espiando con curiosidad la extraña pugna. Terry parece sereno, mientras Anthony, tiembla de cólera, y Albert, resignado, baja la cabeza. Caen los naipes uno a uno en el silencio espeso de las respiraciones contenidas, hasta que...
_ Rey de espadas! —proclama Anthony. Y satisfecho, pero sin poder ocultar la amargura, observa—: ¡No es imposible torcer la suerte de Terry del Diablo! ¡Perdiste a un solo golpe!
—¡No! A un solo golpe va ahora todo lo que tengo. ¡Todo lo que tengo contra esas noventa onzas! —Rabiosamente, Terry ha hundido las manos en sus bolsillos, sacando puñados de monedas, arrugados billetes... Hay dinero de todos los países: las pequeñas y gruesas libras esterlinas y el pálido oro de Venezuela junto a arrugados billetes de cien francos y florines holandeses—. Aquí hay noventa onzas, poco más o menos. Va contra todo lo tuyo, ¡si es que no me niegas el desquite! te lo niego. Y si quieres seguir jugando, te admito como bueno hasta la mugre de tu barco. ¡Cartas, croupier a una han vuelto a caer las cartas en silencio, cris[1]pando a los presentes, mientras con voz tensa de emoción
Albert, va enumerando:
_ Dos de diamantes... tres de espadas... cinco de trébol... cuatro de corazón... ¡Dama de diamantes!
_ ¡Gané! —señala Terry, con una mezcla de orgullo y de Alegría
—No lo toques. ¡Van doscientas onzas contra eso! — propone Anthony. Y destilando ironía, observa—: A menos que me niegues el desquite...
_ ¡Nunca lo niego! —se encrespa Terry con altivez—, ¡Cartas, croupier!
_ ¡Ay, mi ama... mi ama! Pero, ¿de veras nos vamos para Campo Real?
Con los gruesos labios temblorosos y las mejillas del verde color ceniciento que presta el miedo a su morena piel. Dorothi, parece incapaz de moverse. Está parada frente a Eliza, que, frunciendo el ceño, obliga a su cerebro a urdir rápidamente aquel plan cuya primera idea le dieran las palabras de su madre:
—Soy una malvada... vivo para el engaño, ¿no oíste? Mi propia madre lo piensa así... Sus dos hijas están muy lejos de su corazón, una por sublime... la sublime es Candy... la malvada... la malvada soy yo, naturalmente. No hay infamia de la que no roe considere capaz, porque no tengo corazón... Los Grandchesterm me compraron... me compraron con su ilustre apellido. Soy propiedad de ellos, ¿no te das cuenta? ¿No entiendes?
_ Yo no entiendo, sino que nos vamos a donde no debemos ir. Usted no sabe cómo son las cosas por allá, cómo eran cuando el señor Anthony, estaba fuera. La señora dejaba que George, hiciera todo lo que le daba la gana... Cuando la señora Rosemary era quien mandaba en Campo Real...
—Ya sé... pero muy pronto no mandará ella, sino yo, ¿entendiste? Es lo único que puedo salvar de todo esto, y voy a salvarlo.
_ ¡Pero a mí el George me tiene apuntada en la lista negra! —se lamenta la asustada Dorothi.
_ ¡Pero a mí el George, me tiene apuntada en la lista negra! —se lamenta la asustada Ana.
—Estarás a mi lado. Mientras me sirvas bien, no tengas miedo... Oye, Dorothi, antes que la señora Grandchester te tomara a su servicio, tú vivías en la parte alta de la hacienda, ¿verdad?
—Sí, mi ama, trabajaba en las plantaciones de café. ¡Qué malo es eso! Hay que cargar unas canastas de este tamaño, aquí en la cabeza, y arrancar los granitos uno por uno. Y cuando llega una deshecha, entonces ponerse a hacer la comida... Y en las barracas dormimos todos juntos, como perros.
_ No todos viven así... Hay bailes, hay fiestas algunas veces... Y un poco más arriba de los cafetales, en lo alto del desfiladero, vive una mujer a quien todos respetan.
—¡Ah, sí! Vive Chola, la bruja. Unos le llaman Carabosse.
La llaman siempre cuando alguno se muere, para que le haga la mortaja, y también cuando un niño va a nacer. Y vende ungüentos para los dolores, amuletos para los amores que no se dan, y muñecos de seda que, con otras cosas, sirven para vengarse de las gentes... porque lo que se le hace al muñeco le pasa a la gente que el muñeco representa...
- ¿Dices que la llaman cuando un niño va nacer? Sí, mi ama, casi todas las mujeres del cafetal la llaman para eso. Cuando quieren que un niño nazca, y también cuando no lo quieren. Ella ha curado a muchas gentes de cosas malas, pero a mí me da miedo...
_ Sí, mi ama, casi todas las mujeres del cafetal la llaman para eso. Cuando quieren que un niño nazca, y también cuando no lo quieren. Ella ha curado a muchas gentes de cosas malas, pero a mí me da miedo...
—Iremos a verla. No tienes que decirlo a nadie. Lo haremos sin que nadie se entere, pero esa mujer va a ayudarme. Le daré más dinero del que ha visto junto jamás, y hará lo que yo le ordene...
_ ¡Anthony, al fin llegas! ¡He estado muriéndome de angustia, hijo! No había por qué, madre
_No pasaste la noche en casa De Anthony. Efectivamente —confirma Renato con cierto malhumor
—. Estuve fuera, pero...
—¿No puedes concederme unos minutos, hijo? Regreso a Campo Real y me llevo a Eliza. ¿No era eso lo que deseabas? ¿No me pediste que lo hiciera?
_Te lo pedí hace días…
—¿Ahora no quieres ya que nos vayamos? ¿No te importa? ¿Te da igual? Estás muy disgustado, ya lo veo... Y yo me siento enferma... Si entraras a mi alcoba...
Anthony, se ha dejado llevar mansamente, y los ojos ansiosos de la madre leen en su rostro las huellas de aquella horrenda tormenta interior que devasta su alma.
Le ha llevado hasta el fondo de la gran alcoba cuyos ventanales, velados por cortinas de seda, apenas dejan penetrar la luz del día, aquella luz que hiere las claras pupilas de Anthony. Y en el aire fresco, perfumado con lavanda, en la grata penumbra de aquella habitación familiar, siente que se aflojan sus nervios tensos. Es como si otra vez volviese a ser niño y buscase en la ternura maternal el escudo contra todos los males...
_ Siéntate, hijo, por Dios. Se ve que tú también estás enfermo. ¿Quieres que pida para ti una bebida refrescante, un poco de té?
_ No, madre, no quiero nada... Oírte, ya que lo deseas, y después...
—Después, dejarte en paz, ya lo sé. Dejarte está en mi mano y voy a hacerlo. Si Dios quisiera que de verdad fuese en paz... Si la paz de tu alma pudiera conseguirse a cualquier precio... Si volviéramos a entendernos, hijo mío, a estar de acuerdo... si me permitieras velar un poco por tu dicha...
_ ¿Mi dicha? Nadie es dichoso, madre.
_ Ya lo sé... Pero hay mil formas de vivir sin sentirse desdichado... Si hicieras un esfuerzo, si aceptaras los hechos, si volvieras a tomar el viejo camino olvidado y a rehacer tu vida...
_ No puedo irme, abandonando a la mujer a quien amo... No puedo irme, mientras el rival que me desafía está de pie, insultante, insolente... Ahora, yo mismo le he dado un arma más: el dinero. He jugado y he perdido... Mucho... mucho dinero... Ya sé que no importa, ya sé que somos ricos... Podemos tirar el oro a manos llenas. Tiré un puñado, y lo recogió él... ¡Si vieras cómo se reía hundiendo las manos entre esas monedas!
_ ¿De quién hablas? ¡Estás trastornado, Renato!
_Terry del diablo ya no es un pobretón. Me ha cobrado la herencia
Rosemary Grandchester, ha enrojecido como si fuese a estallar su cabeza. Luego, cae trastornada, anonadada por el golpe de lo que acaba de escuchar...
_ ¿Tú has hecho eso? ¿Tú has ido a buscar...?
_ No fui a buscarlo. Salí como un loco... No quería chocar con Eliza, no quería hacer saltar en pedazos su puerta...
La odiaba demasiado en aquel momento... Cuando vi aquellos papeles, cuando comprendí que era ella la de la idea, cuando uní todo aquello a unas palabras que me dijo al salir del tribunal, la odié furiosamente... Es ella la que tiene el empeño de ver profesar a Mónica... Está celosa de mi estimación, de mis sentimientos...
—Tendría toda la razón del mundo para estarlo —afirma Rosemary, con gesto lleno de severidad.
_ No me importa que tenga o no razón... Por no dejarme llevar de esa locura, salí de esta casa, vagué por las calles hasta cerca del amanecer, escuché las campanas del convento y me acerqué a la iglesia... Quería ver a Candy, aunque fuese de lejos... No la vi, no se asomó... Yo seguí mi camino y, como sonámbulo, llegué hasta los muelles...
_ El aire cargado de salitre me azotó el rostro como si me abofeteara... Y otra vez me cegaron el odio y los celos... Allí estaba el Luzbel, "única propiedad de Terry sin apellido"...
_ Me pareció oír otra vez las palabras del juez, me pareció ver su maldito rostro insolente y la mirada de Candy fija en él... ¿Acaso le ama? ¿Es a él a quien ama ahora? La perdí, creo que Candy ama a Terry, fui el hombre más imbécil por elegir a la equivocada, ahora perdí para siempre a mi princesa que ame cuando era niño y que la sigo amando, pero la belleza de Eliza me enfoco que ame más de lo que te puedes imaginar, dejando ir a la indicada para mí, creo que La perdí para siempre porque ella ama a Terry del diablo.
Continuará…
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Ahora contestare sus comentarios en mi sección favorita.
Mia8111: Gracias por tu apoyo, bendiciones, por tu apoyo en esta y en casi todas mis historias.
Carol Aragon: Gracias por tu apoyo como siempre amiga bella bendiciones para ti, como siempre agradecida por tu apoyo en esta y en mis otras historias, espero que disfrutes este capítulo. Ya estamos en la parte final del libro.
Marialuisa Casti: Mil Gracias por tu apoyo como siempre, sé que eres fan de la novela corazón salvaje gracias mi bella amiga, bendiciones.
Nilda Manno: Gracias por tus comentarios, bendiciones como siempre.
Blanca G: Contigo eternamente agradecida eternamente por tus comentarios amiga bella en este y en mis otros fic, espero que disfrutes ese capítulo, bendiciones para ti como siempre agradecida por tus comentarios, me hace feliz, espero que disfrutes este capítulo.
Elvia Soam: Gracias como siempre agradecida por tus comentarios y gracias por animarme a escribir esta adaptación y compartir mi historia en tu maravilloso grupo de Corazón Salvaje como homenaje a Eduardo Palomo y Edit Gonzales que descansen en paz, porque siempre lo tendremos en nuestros corazones por su excelente elenco en la novela, bendiciones para ti amiga bella. También quiero agradecerte por apoyarme en mi fic de Confusiones en la guerra, si tienes razon la pelicula es hermosa, la historia es hermosa el amor entre dos amigos, hermanos que se enamoran de una enfermera y que uno de ellos muere, habla lo duro que fue la guerra, mil gracias, el protagonista es tu Terry nuestro juan del diablo animado jaja, bendiciones amiga bella.
Agradecimiento especial a Carol Aragon, Blanca G, Elvia Soam, Mia 811, SARITANIMELOVE y a todas las que leen.
Continuaremos con las que faltan
Bendiciones
Maggie Grand.
