Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.

Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy

Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)

Hola mis amores, estoy de vuelta. Primer capítulo de la tercera, esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…

Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.

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TERCERA PARTE

JUAN DEL DIABLO.

TERRY PIRATA.

CAPÍTULO 8

_Ya sabes todo el amor que siento por ti, pero tengo que arreglar unas cuantas cosas.

_Ya vienes con tu ingenuidad de nuevo.

_No Terry, tu siempre estarás en mi corazón, mi amor por ti es sincero, pero tengo que tomar las cosas con calma, tengo asuntos que arreglar con mi madre, con mi hermana, hasta con el mismo Anthony, por favor te pido paciencia, además el cree que yo aún lo amo, pero tú ya sabes que no es así, pero tenemos que arreglar muchas cosas, te pido paciencia.

_Búscame cuando realmente lo has decidido, ya no puedo más con tu actitud Candy, de verdad cansas, ya... solo espero que cuando reacciones no sea demasiado tarde, yo te amo sí, pero yo no quiero una santa, ni mucho menos pretendas manejarme a tu antojo, si quieres ser mi esposa, lo serás todo completo, así que me buscas cuando lo has decidido, de verdad me arrepiento de haberme enamorado de ti, eres demasiada ingenua.

_Te pido paciencia, déjame arreglar algunas cosas con mi familia y me voy hablar con mis superiores y dejar el convento, en cuanto hable con mis superiores, te busco.

_ Solo te digo una cosa Candy, yo no voy a esperar tanto tiempo así que todo lo que tengas que arreglar sea lo más pronto posible, no vienes esa noche conmigo, yo me voy con cualquier mujerzuela, hasta incluso seré capaz de pedirle a tu hermana que regrese conmigo- dijo Terry para asustarla, así que piensa muy bien lo que quieres, buenos días santa pecas, así que ya tienes bien claro mi proposición, espero que sea hoy, dijo molesto.

Le ha vuelto la espalda bruscamente, ha echado a andar calle abajo, como arrepentido de haber hablado más de la cuenta, creyendo haber desnudado hasta el fondo de su alma tormentosa. Tal vez se aleja esperando una palabra, un gesto de ella, su nombre dicho en otro tono por aquellos labios en flor... pero la voz no llega, y Terry se pierde entre las callejuelas que van al muelle...

Jadeantes, cubiertos de sudor y de espuma, los dos caballos del hermoso tronco que arrastra el coche de los Grand chéster, han llegado a la cima del desfiladero. Y superado el último obstáculo, sigue el carruaje la fácil marcha cuesta abajo, descendiendo a través de los bosques que arropan los cafetales, hasta los sembrados de cacao, de maní, de especies, cruzando frente a los grupos de los barracones, para enfilar al fin la bien cuidada carretera que lleva directamente al palacio campestre, mansión de piedra y mármol en medio de jardines, palacio real del pequeño reino, que hace exclamar a Rosemary Andrew.

—¡Campo Real! Creí que no llegábamos nunca.

—Pues ya estamos aquí... Bueno, usted y yo por lo menos;

Anthony sigue en su residencia de las nubes, Eliza, ha mirado de reojo, burlonamente, el pálido perfil de Anthony, cuya mirada azul delata la ausencia de su pensamiento. Sentado entre las dos damas, inmóvil y silencioso desde hace horas, no parece mirar su valle natal, más bello que nunca en la semipenumbra del atardecer. Frente a los amos, obligadas a una vecindad forzosa. y Flanmy, aparecen, dos muñecas nativas: una de bronce, la otra de cobre claro...

_ ¿Habrá llegado a tiempo el mensajero que enviamos a avisar? —pregunta Rosemary.

—Sin duda, madrina; seguramente nos esperan —asiente Flanmy—. Y aunque no nos esperaran, usted sabe muy bien que, con mi tío al frente, todo el mundo anda derecho, y las cosas estarían a punto, de todas maneras

—¡Oh, miren, un jinete! —señala Eliza—. Y creo es nada menos que el bueno de George.. Pero, ¿qué es eso? ¿No viene montado en mi alazán? Efectivamente, aquél es mi caballo, el que me regaló usted para los esponsales, doña Rosemary. ¿Qué pasa, me lo ha vuelto a quitar otra vez?

_ Por favor, Eliza, —interviene Anthony con fastidio—. Si es tu caballo, hace perfectamente bien Bautista en montarlo. Ya te dije hace tiempo que ese caballo es demasiado brioso para ti. Nunca fuiste buena amazona y no debes montar en él...

George, ha saltado a tierra dejando las riendas del espléndido animal en manos de un mozo, y se apresura a abrir la portezuela del carruaje. Están frente a la escalinata principal flanqueada por dos filas de sirvientes: ama de llaves, doncellas, lacayos, mozos de comedor y de cámara, el cocinero con sus cuatro ayudantes, y una fila interminable de limpiadores y jardineros. Tocando casi el suelo con sus cabellos entrecanos, se inclina George ante doña Rosemary y besa luego su mano en señal de respeto, al tiempo que declara sumiso:

_ Que Dios la bendiga, mi señora. Campo Real estaba muy triste sin usted... Y que bendiga también a mi señor Anthony y a mi señora Eliza...

—Conmigo puede usted ahorrarse las lagoterías, George—rechaza Eliza despectiva—. Y hacerme el favor de no volver a tomar mi caballo. Es mío, y nadie más que yo montará en él.

—¡Te he dicho...! —empieza a enfurecerse Anthony. Pero su madre interviene conciliadora:

—No le falta razón, Anthony. Se lo regalé, es suyo, que lo guardé si quiere. Día llegará en que no nos opondremos a que tu esposa haga cuanto le plazca.

_ Gracias, mi considerada suegra. No sabe usted los deseos tan grandes que tengo de que llegue ese día.

_ Vamos, Dorothi, ven... que prescindan de mí para el besamanos.

—¡Es intolerable! —se queja Anthony furioso

—Aun cuando lo sea, la toleraremos —recomienda Rosemary. Y en voz más baja—: Y no es un espectáculo delante de los criados, hijo. Ve con ella.

—No creo que valga la pena. Probablemente regresaré esta misma noche a Saint-Pierre. Con tu permiso, madre.

Flanmy y George, han acudido solícitos, pero la señora Grandchester, no acepta el brazo que le ofrecen, se yergue altiva y fría, siguiendo un momento con la vista a su hijo que se aleja en dirección contraria, a la de Eliza. Luego, solemnemente, extiende la enguantada mano derecha y recibe uno a uno el beso de sumisión y bienvenida que van dejando en ella los oscuros sirvientes.

—¡Veinte años que no salía usted de Campo Real, señora! —observa George.

—Mucho lo eché de menos. Pero ya estoy de regreso, y por mucho tiempo, George. En Campo Real nacerá mi nieto, y en Campo Real lo educaré a mi modo y manera. No se irá lejos, para volver distinto. ¡Ese sí será mío totalmente!

Anthony ha cruzado el ancho portal, hasta apoyarse en la baranda de labrada madera. Con paso rápido dejó la entrada principal de la casa: con quemante impaciencia se apartó de saludos y ceremonias tradicionales; con un ansia intolerable de huir de todo y de todos, ha llegado hasta el fondo de la galería, sobre la que da la biblioteca...

_ Es totalmente de noche, y, en el cielo sin nubes, una luna amarilla se alza lentamente.

_El café señor

_Gracias déjalo donde quieras.

Flanmy, se ha inclinado, ha dejado la taza de porcelana en su pequeña bandeja de plata, sobre la ancha baranda de madera, pero no se retira... Queda inmóvil contemplando a Anthony, leyendo en cada rasgo de su rostro, en cada surco de su piel, el drama tumultuoso que le bulle alma adentro. Bruscamente, Anthony Grandchester, se vuelve a ella y la interpela:

_¿Todavía estas aquí que quieres?

—La señora Rosemary está muy inquieta, señor, por causas morales... Sumamente preocupada... Y como su salud no es buena... Ella quisiera saber si es cierto que el señor volverá esta misma noche a Saint-Pierre.

_Ay mando preguntar.

—No, señor. No quiso molestarlo a usted. Pero yo la conozco y sé que está atormentada con esa idea. Si el señor pudiera esperar unos días, quedarse aquí con ella aunque sólo fuese un par de semanas...

—Está bien... Dile que no pedí coche ni carruaje para esta noche. Con eso será suficiente...

—Gracias, señor, le agradezco con toda el alma que se quede. Una gran emoción tiembla en las palabras de Flanmy, mientras Anthony la mira de frente por primera vez, un momento vuelto a la realidad, como si pretendiera asomarse al mundo de insospechados pensamientos que arde en las negras pupilas de la mestiza... y, acaso por primera vez también, la mira de pies a cabeza... Realmente, es una criatura entraña: delgada, cetrina hierática... No acusa las formas opulentas que suelen ser peculiares en las mujeres de su raza; no tiene la gracia sensual que suele florecer bajo el pañuelo de colores de las martiniqueñas. Impasible como un ídolo, como un fetiche, sólo los ojos delatan su interno fuego, pero los finos labios," al apretarse, parecen guardar celosamente aquel secreto que flota entero en el ambiente de Campo Real, aquel impalpable misterio que parece venir del más allá, prendiendo voluntades en la malla sutil y pegajosa de los ocultos pensamientos... Con nerviosa inquietud, da

Anthony unos pasos, alejándose de ella

—Perdone si me atrevo a preguntar, pero, ¿al señor le molesta verme?

_ ¿A mí? ¿Por qué? Ve a tranquilizar a tu ama. Dile que no me voy... esta noche al menos. Dile... Bueno dile lo que quieras, pero...

—Pero vete —termina Flanmy la frase—. ¿No es eso?

—Vete o quédate, para mí es igual —se enardece Anthony, a punto de estallar—. ¿Qué es lo que piensas? ¡Tus reticencias son casi una insolencia! Cuando quiero estar solo, deseo que me dejen en paz. —Y cambiando, con cierta brusquedad, indaga—: ¿Puede saberse por qué lloras?

—Perdón... Ya sé que ni a eso tengo derecho... Dispénseme, señor...Ya me voy

—Espera —se humaniza Anthony, todo confuso—. En realidad, no sé lo que me pasa contigo. Tienes el don de exasperarme. Creo que, si hablaras claro, sería mejor... No tengo nada contra ti... Me has servido lealmente, o has creído hacerlo. Además, te debo tu cariño y tus atenciones especiales para mi madre. No creas que no me doy cuenta que para ella eres infinitamente más de lo que pudiera ser la mejor sirvienta. Si te pasa algo, si quieres algo, dilo de una vez...

_Yo sólo quisiera poder aliviar su tormento, señor.

_Y ¿Quién te ha dicho que vivo atormentado?

—No hay más que verlo, señor. Y ya que por primera vez parece dispuesto a oírme, le diré que si usted viviera como viven los demás, los otros señores, sus vecinos, los dueños de las haciendas próximas... Ellos no se atormentan tanto, señor. Tienen, tal vez, las mismas molestias que usted, las mismas atenciones: la familia, la esposa, la hacienda... pero tienen también un lugar en el que son felices.

_ ¿Cómo qué?

Una casa pequeña donde todo lo olvidan, donde no hay para ellos espinas, sino flores, donde son como quieren ser... ¡Si el señor tuviera también eso, un rincón en el que olvidara las penas, en el que sentirse realmente amado, atendido y servido de rodillas por alguien que pondría su corazón de alfombra para que usted pisara sobre él... animal...! —se disgusta Anthony comprendiendo las palabras de la mestiza—. ¡Es el colmo!

_ Me pidió usted que le hablara con claridad. Supongo que teniendo como tengo el don de exasperar al señor, lo he logrado ahora totalmente...

Anthony. se ha contenido. Apurando de un sorbo la taza de café, se ha vuelto para mirar a Yanina de pies á cabeza, pero otra figura aparece junto a ella, acercándose inclinada respetuosamente:

_ Perdón, señor, venía a buscar a Yanina. No sabía que estaba con usted, pero...

_ ¿Qué es eso George?

—La ronda de trabajadores, señor. Esta noche tienen permiso para hacer sus fiestas... un permiso especial celebrando la llegada de ustedes. Van a reunirse frente a las barracas grandes, detrás del cafetal, y la señora me ordenó que les diera un barrilito de ron y algunas golosinas, que naturalmente están de más... Ellos, con el ron tienen suficiente

_ ¿Mi madre ordenó que les diese de beber? —se sorprende Anthony.

—Es la costumbre, señor. Si les faltara eso se morirían de tristeza o se matarían de rabia. Bailar es lo único que le gusta a esta gente. ¿Nunca vio el señor Anthony un baile de éstos?

_ ¿Mi madre aprueba eso?

—No puede impedirse, señor, ni vale la pena de hacerlo.

_ Puede usted redoblarles el trabajo, reducirles la paga, matarlos a golpes, cualquier cosa, siempre que se les deje hacer sus fiestas. Todos se van detrás de esos tambores... No sé qué tienen, pero encienden la sangre, ¿verdad, Señor?

Anthony, se ha mordido los labios sin responder a Bautista, oyendo aquel sordo redoble que es como una llamada del ancestro. A él también, aquella extraña música parece penetrarle hasta las entrañas, revolver una ciénaga profunda de pasiones, de deseos, de sentimientos... Casi sin darse cuenta ha ido hasta la escalinata, ha bajado lentamente los anchos escalones de piedra... Como una sierpe ensanchándose a cada paso, se aleja la caravana de los negros, y Anthony, al aire los rubios cabellos, echa a andar tras ellos...

—Venga a ver... Acérquese... ¿No viene, mi ama? ¡Qué bueno va estar eso! Se me van los pies detrás de esa música..., ¡Ah, caramba! Eso sí que está bueno... Venga, mi ama, corra... Venga a ver...

_ ¿Quieres dejarme en paz Dorothi?

—Venga...Venga si quiere ver al Señor Anthony, detrás de los que van para allá...Corra, que, si no, no lo ve. ¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar! Tuve que mirarlo para creerlo...

Eliza, ha corrido a la ventana de su cuarto, y apenas puede dar crédito a sus ojos. A la luz de las farolas y de las antorchas de la caravana que ya se aleja, al reflejo incierto de la luna en menguante, puede ver con toda claridad que es en efecto Anthony Grandchester el hombre blanco que se une al oscuro conjunto, que sigue con paso incierto el ronco ritmo de las tamboras africanas, como si aquella "turbadora" música lo arrastrase a él también...

—Y Fanny, mi ama, mire a Fanny_ señala Dorothi—. Ella que tanto habla, ella que tanto presume de que no va a esas fiestas... Mírela... Mírela... Se va detrás de los cueros... Y luego dice que es más blanca que los blancos... Bueno, claro que el amo es rebanco también, y allá va...

Probablemente, Anthony ha bebido más de la cuenta. Pero Flany detrás de él...

—A cualquiera le gusta echar un pie, y esta noche la fiesta va a ser grande. Seguro que les amanece dándole a la cintura y a los pies...

—Esta noche... Esta noche... —murmura Eliza pensativa

—. Tal vez habría que aprovechar el tiempo, que hacer las cosas lo más aprisa posible.,. Antes me dijiste que Anthony había dicho que volvería a Saint-Pierre inmediatamente. Sin embargo...

—Eso me dijeron, pero ya usted ve...

—¡Calla! Esta noche, tú y yo vamos a ir a donde tenemos que ir, para arreglar esto cuanto antes... Es mejor estando aquí Anthony... Debo hacerlo en seguida, mañana si puedo...

—¡Ay, mi ama! ¿Qué es lo que va a hacer?

—Librarme de una carga, preparar la puerta de escape, no permitir que me agarren en descubierto... ¡Pronto, Dorothi!

Esta noche podemos salir tranquilamente; nadie se fijará en nosotras, nadie se dará cuenta. Los propios vigilantes, seguramente estarán en la fiesta y, si todos salen en secreto, nadie se extrañará de ver a dos mujeres más o menos, tapándose la cara, rumbo al cafetal...

_ ¿Vamos a bailar? —¿Vamos al baile nosotras también? —se entusiasma la Doméstica

—¡No seas imbécil! ¿De qué te estoy hablando desde ayer? Hemos de ver a esa mujer que vive allá arriba.

—¿La bruja? ¿La yerbera? —se atemoriza la mestiza

_ Claro... Esa es la que nos va a sacar del apuro... Seguramente, ella no irá al baile... ¿Sabes dónde vive esa mujer? ¿Conocer bien el camino?

—Yo sí, mi ama, pero me da miedo... Me da mucho miedo... Dicen que cuando uno va a ver a la bruja, en una noche de éstas en que la luna está en menguante y en que los cueros suenan, sale una mancha roja en el agua y viene sangre. -Sí, mi ama, viene sangre... Alguien se muere, y queda un gran charco de sangre...

_ ¡Cállate, no digas más estupideces! No va a morirse nadie... Dame un chal, un velo, coge una linterna chiquita y ven conmigo. Anthony Grand Chester va de fiesta, es noche

de ron y de baile. Que arda Campo Real, que se alegre...

_ Hoy hay música, mañana habrá llanto; al menos, de la imbécil de mi suegra. ¡Se acabó el heredero Grand Chester!

_ Vamos a salir de la farsa, alegremente, y yo seré al final

quien me ría de todos, quien ría con más ganas... ¡Vamos,

_ Dorothi, ven... Sendero arriba, Eliza empuja a su remolona doncella que casi a la fuerza va dando sus tardos pasos; pero al pisar la parte más alta de la colina, entre los troncos de caobos y pimenteros que dan sombra a los cafetales, brillan las lenguas rojas de las hogueras, y ambas se detienen, a pesar suyo, fascinadas...

—¡Ay, mi ama, mire... mire para allá! ¡Qué bueno va a estar esto!

En el ronco teñir de los primitivos instrumentos, rompe la bóveda de la noche la fiesta negra. Ya se arrancan los bailadores, ya sus cuerpos vestidos estrafalariamente se agitan iluminados por las llamas, como si ellos mismos, hechos antorchas vivientes, ardieran. Ya se agitan los torsos como en temblores de epilepsia, mientras las manos, empuñando pañuelos de colorines, fingen en el aire remolinos frenéticos.

Un instante, los ojos de Eliza contemplan aquello, como emborrachándose con el espectáculo fascinante. Luego, clavando los dedos en el brazo de Dorothi, la arrastra monte

arriba, rompiendo la cadena que también a ella la sujeta:

—¡Ven...ven! Después te quedarás aquí si quieres. Ahora, ven...

COMO UN SONAMBULO ha llegado Anthony hasta la plaza que forman los cuatro grandes barracones, centro de la ciudad miserable de cuyo sudor, de cuy o, esfuerzo, de cuya miseria, viva la opulenta casa de mármol rodeada de jardines. Ha llegado hasta allí deteniéndose al borde de la hoguera más próxima, pero nadie le mira, nadie repara en él... Ya no es el amo, ya no es sino una sombra pálida en la locura negra de las danzas nativas, una pincelada sin color allí donde las carnes color de bronce y de ébano se agitan en los espasmos de una danza honda y convulsa como la propia convulsión de la tierra... Jamás se había acercado allí, nunca había contemplado con sus ojos azules el oscuro esplendor de todo aquello. Era un extraño en aquellas tierras que le pertenecían, era un extranjero en la tierra que le vio nacer. Ahora, por primera vez, todo aquello parece llegarle muy hondo, despertar como a fieras dormidas las voces acalladas tantos años, sentir que el odio y el amor se encienden como nunca en su pecho, y mira por vez primera, sin repugnancia, una pequeña mano color de cobre que se apoya en la suya blanca...

—¿Le gusta, amo Anthony? Es la primera vez que viene a una fiesta en la plaza de las barracas, ¿verdad?

—Supongo que tú también, Flanmy No creo que mi madre te haya permitido jamás...

—No.…naturalmente. Doña Rosemary., no podría perdonar ni comprender jamás. Y sin embargo, perdona otras cosas, y trata de comprender lo que no se comprende... La señora

Eliza. vino muchas veces aquí... ¿No lo sabía usted, mi amo?

—Dorothi puede que alguna vez pasara cerca... Puede que, por curiosidad, se acercara, pero...

—La señora Eliza vino aquí muchas veces, y algunas ha bailado frente a los barracones.

—¿Por qué dices ese absurdo? ¿De dónde sacas eso? ¡Eres una embustera y una necia! Mi esposa no pudo venir aquí... ¿No lo comprendes? Aquí nadie mira a nadie, ¿no lo está viendo? Se ocupan de bailar y de beber... Cuando se bebe lo que ellos están bebiendo, nadie sabe, sino que la música suena y hay que mover los pies...

Anthony, ha movido con ira la cabeza mirando hacia el lugar que Flany señala. Sobre una tosca mesa han puesto el barril de ron, le han quitado la tapa... Un negro anciano, con el lanoso cabello más blanco que la nieve, derrama en él el contenido de una jícara, y todos se amontonan, impacientes, acercando jarros y vasijas a la espita abierta para todos...

Esta historia continuará…

Ahora contesto sus comentarios en mi sección favorita.

Mia 811: Gracias por tu comentario.

Marialuisa Casti: Como siempre agradecida por tus comentarios.

Nilda Manno: Gracias hermosa por tus comentarios y apoyo en esta maravillosa adaptación, si es cierto en el libro es un poco aburrido, porque hasta ahora no se han dicho un Te amo, pero en mi versión cambio por lo menos saben sus sentimientos Gracias.

Rascon Alma: Gracias por tus palabras.

Blanca G: Gracias si mi amada amiga, ya la actitud de Mónica en el libro cansa, imagínate que hasta ahora no se dicen un te amo… ya era hora que confesara sus sentimientos, no te preocupes yo voy a cambiar esa parte, en el otro capítulo aclaran todo, y tienen su primera pasión, ya solo falta dos capítulos para el castigo de Eliza, pero aun van a sufrir, lo importante es que ya saben que se aman. Disculpa amiga por cansar con esa actitud tan tonta que tiene Mónica ósea Candy en mi versión, espero que también te guste mi adaptación de la novela de Michel Alexander llamada dos hermanas, poco a poco voy a terminar todas, gracias.

Simo Fo: Gracias como siempre, eternamente agradecida por sus comentarios en esta plataforma como en el grupo de Corazón Salvaje.

Carol Aragón: Si amiga, ya la actitud de Mónica cansaba por eso decidí cambiarla, ahora entiendo porque la versión de Eduardo Palomo fue distinta a las versiones antiguas e originales para ser más romántica. Gracias por acompañarme en esta adaptación como en otras, bendiciones.

Tengo dos comentarios más. Pero por los problemas de internet no se ve, en cuanto se arregle ese problema le contesto sus comentarios… gracias.

Hoy inicio el prólogo de mi adaptación de la novela de Michelle Alexander Dos Hermanas especialmente la escribo para mi amiga Blanca G, Carol, Mia 811, Sarita es un Terrific y todas las que me leen gracias. Espero que me apoyen en esa adaptación tambien. Gracias.

Agradecimiento especial a Carol Aragon, Blanca G, Elvia Soam, Mia 811, SARITANIMELOVE y a todas las que leen.

Continuaremos con las que faltan

Bendiciones

Maggie Grand.