Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.

Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy

Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)

Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…

Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.

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TERCERA PARTE

JUAN DEL DIABLO.

TERRY PIRATA.

Capítulo 18

—Me importa por lo que significa, por lo que me ensucia, me rebaja y me mancha a tus propios ojos... Una mujer puede amar al hombre que ha matado a otra para castigar una traición con sangre... No creo que pueda amar y estimar al que, ultrajado y ofendido, olvidó las ofensas y perdonó el engaño... Hay algo en nosotros que no podemos dejar que se destruya, que hemos de sostener a toda costa, amando u odiando, y mi corazón...

—No es tu corazón el que habla. Es tu soberbia la que grita, y esa voz no quiero escucharla, Anthony, Es...

—Es que tiemblas, ya lo veo... Y al temblar, tu propia angustia afirma la sospecha que tengo enroscada en el alma... El rival a quien tendría que buscar, para vengar las ofensas de Eliza, es el mismo hombre al que te entregué en un momento de locura, y de cuyas manos lucho por arrancarte definitivamente... Es mi sombra negra, mi eterno rival, el enemigo que la naturaleza y la sociedad me pusieron, al nacer, frente a frente: ¡Terry del Diablo!

—¡No! ¡No! —refuta Candy, angustiada

—Sí! ¡Sí! Ha cambiado tu voz, tu color, tu mirada... ¿De qué tienes miedo? ¿Tiemblas por él, o por mí? ¿Has llegado a pensar que puede vencerme cara a cara? ¿Piensas, como mi madre, que no soy yo el más fuerte?

_ No pienso nada, sino que han perdido la razón. Nada hace contra ti Terry del Diablo. Nada hace, porque nada le importo... ¿Me habría abandonado en el convento si me amara? ¿Aceptaría, sin una protesta, esa solicitud de anulación de matrimonio que para siempre va a separarnos? Nos ha vuelto la espalda, nada le importamos... Con el dinero que te ganó en una noche de juego, prepara sus negocios para lograr fortuna. Compra lanchas de pesca y alza su casa en el Cabo del Diablo...

—¿Todo eso hace? ¿Y cómo lo sabes tú? ¿Quién te tiene al tanto de sus menores pasos? ¿Por qué te interesa tanto?

—¡Oh! ¡Jesús! —exclama Candy, asustada.

_ ¿Qué? ¡Terry del Diablo!

Se han separado bruscamente, con una sorpresa que, en Candy, es espanto. Como si acudiera al conjuro de su nombre, ahí está Terry, arrebolado el rostro tras la carrera brutal que obligara a dar a sus caballos, revueltos los cabellos, desnudo el duro y ancho pecho, la traza insolente y descuidada de sus peores días... Su mirada va como un relámpago de Candy a Anthony. Se diría que los mide, que los aprecia pálidos y enlutados, y despreciando con un gesto plebeyo el porte señoril que en los dos es igual, comenta irónico:

—Veo que no cambian las costumbres de la aristocracia.

Cuando se muere un familiar, aun cuando nos parezca magnífico que por fin esté muerto y enterrado, se viste uno de luto, se enjuga con discreción las lágrimas, y se pone a rezar frente a la tumba cubierta de flores... ¡Qué bonito es todo esto! ¡Qué romántico! Tenía una terrible curiosidad por saber si seguían así las cosas en las altas esferas. Una curiosidad tan grande, que por ella hice el viaje, y no me he equivocado. Valió la pena de apurar a los caballos... La escena es conmovedora... Desde el otro lado de la verja, llega al alma... Podría servir de tema a un pintor para su mejor cuadro...

—¡Terry... Terry...! —reprocha Candy, ruborizándose

—¿Están pensando lo que van a poner en la lápida? "Para Eliza Andrew, hermana perfecta y esposa idolatrada"...

—¡Basta! —se encrespa Anthony, furibundo—. ¡Estúpido...villano...!

_Anthony Grand Chester, no puede admitir su derrota porque Eliza Andrew, siempre me perteneció a mí y no a ti, eso te pasa por perro, por despreciar a la mujer que te amaba de verdad y que ahora es mía, a mí no me hagas la culpa de tu desgracia e infelicidad, lo has tenido todo desde que eras niño, en cambio yo nunca tuve nada, sin embargo, Salí adelante, tú mismo te buscaste tu desgracia.

_Maldito Terry del Diablo te odio cada vez más.

_Y Yo también.

—¡No.… no.… no! ¡Aquí no!

Candy, ha saltado hasta ponerse entre los dos hombres, abriendo los brazos, impidiendo, con ademán desesperado, que se acometan y, al contacto de su mano helada y blanca, Terry parece calmarse, para volver a la amargura del sarcasmo:

_ El lugar no es propio. Santa Candy, tiene toda la razón. Pero bastaría que dieras unos pasos, Anthony, para llegar a otro cualquiera. ¿No te parece que debieras darlos?

_ ¡Si estuvieras armado...! ¡Yo no peleo a golpes, como un gañán!

—Por supuesto... Tú cruzas la espada, pero con caballeros de tu calaña... Conmigo no puedes pelear, ni como caballero ni como gañán. ¡Qué posición más socorrida! Tendrás que soportar en ella todos los insultos y todos los ultrajes...

—¡Canalla! ¡Te buscaré antes de una hora en el lugar que indiques! Espérame allí con todas las armas que puedas llevar. ¡Defiéndete como lo que eres, con dientes y garras, porque iré dispuesto a matarte!

—¿Solo o acompañado? —comenta Terry, en tono burlón— ¿Cuántos criados piensas llevar para que te respalden?

—¡Te mataré ahora mismo!

—¡No... ¡No! ¡Vámonos, Terry! —suplica Candy, arrojándose en brazos de Terry, y haciendo con ello detenerse y retroceder a Anthony, al interpelarle—: ¡No llegarás a él, no pelearan sin matarme a mí antes! ¡Llévame, Terry, llévame! ¡Soy tu esposa, tengo derecho a exigirte que lo hagas!

—¡Candy...! —se duele Anthony fuera de sí, ante la actitud de ella.

—No te acerques, Anthony, porque te juro que te aplasto — amenaza Terry en tono ominoso-—. ¡Ven, Candy!

Anthony, ha buscado en vano... Nada tiene, sino sus puños inútiles frente a Anthony. Su mirada extraviada va a todas partes, y al fin corre tras ellos como enloquecido; pero, más fuerte y rápido, Terry ha llegado ya al cochecillo, arrastrando a Candy y un instante le basta para tomar las riendas, haciéndolo arrancar, mientras Renato, desesperado, grita enloquecido:

—¡No huyas, no escapes! ¡Ven! ¡Aun con los puños he de matarte, maldito bastardo... perro inmundo...!

—¡Sigue, sigue, Terry! —instiga Candy con excitación—. No te detengas, no le escuches, no te pares, no le oigas, no vuelvas atrás... ¡Me arrojaré del coche, me mataré! ¡Sigue, Terry!

Lentamente, las manos de Juan han ido aflojando las tensas riendas, hasta dejar que se detengan los cansados caballos... Han ido a dar muy lejos, por el viejo camino que comunica los dos valles, y ya cayó la noche totalmente... Todo es silencio y soledad en el áspero camino de la montaña... Sólo el jadear de los rendidos caballos y un gemido que suena muy cerca, en el pecho de la mujer que está a su lado, como derrumbada en el pequeño asiento, de rostro escondido entre las apretadas manos...

—Ahora vienen las lágrimas, ¿eh? Bueno, supongo que es el desahogo natural del más complicado animalito de la creación: la mujer... ¿No es verdad? Y angustiado a pesar suyo, suplica suavizando su amargura—: ¡Por favor, cálmate! Al fin y al cabo, no ha pasado. nada... ¿Para qué tantas lágrimas? Como siempre, ya lograste tu propósito.

Me manejaste según tu voluntad...

—¿Yo...? —balbucea Candy, con extrañeza

—¡Pero llevándome contigo! —advierte Candy con altivez.

—¡Oh, claro! Algo hay que concederle al bárbaro... Un triunfo aparente para Terry del Diablo...No llores más... No te tomaré la palabra. Sé bien que, si ahora estás conmigo, a mi lado, es por lo mismo que te hubieras arrojado del coche en marcha, jugándote la vida: Para proteger a Anthony... Bueno; ¿seguimos para Saint-Pierre?

—Como quieras, Terry. En realidad, no sé ni para qué viniste ... Candy, se ha erguido repentinamente, seca sus lágrimas al soplo de indignación que enciende sus mejillas, y con las pupilas relampagueantes le espeta a Terry, mirándolo frente a frente:

—¡Hablas como si yo fuese una cualquiera!

—Si pensara que eres una cualquiera, no habría casi reventado los caballos para venir a buscarte. Por lo demás, no hice sino complacerte cuando reclamaste, con derechos de esposa, que te trajese conmigo...

—¡Oh, Terry! Mi madre quedó en Campo Real —recuerda Candy, de pronto—. El Padre Francis que está junto a ella, pero este golpe la ha enloquecido, la ha destrozado...

—Ya oí decir que está loca... ¿Qué otras cosas pueden decir los Grand chéster para justificarse? Le sobran razones a Anthony, para tomarlas de pretexto al hacer lo que hizo...

—¡No hizo nada! —salta vivamente Candy.

De un tirón de riendas casi involuntario, Juan ha vuelto a detener el coche, que gana ya la parte más alta de la montaña. Desde allí, en un recodo del camino, se divisan los dos valles: el de Campo Real, hundido en sombras; el más pequeño, iluminado por la luna que asoma sobre el mar...

—¿Por qué estás tan segura? ¿Le has pedido cuentas?

—¿Podía no hacerlo? ¿Acaso no se trata de mi hermana? ¿Acaso no era para mí indispensable tener la seguridad de que las sospechas con que le manchaban eran falsas?

—¿Y esa seguridad te la ha dado tan sólo su palabra?

—¡Naturalmente que me la ha dado! ¿Por qué hablas en ese tono odioso? ¿Por qué destilas hiel cada vez que hablas?

—Tal vez porque con hiel me alimentaron. Santa Candy, Me nutrieron con hiel y vinagre, como a Cristo en la cruz... Y fue precisamente para que comiera tortas con miel ese Anthony Grand chéster, a quien defiendes tanto...

—¿Le dices eso también a él? ¿Acostumbras afirmarlo frente a doña Rosemary? —comenta Terry, en tono por demás irónico—. Ten cuidado, porque pueden acusarte de difamación ante los tribunales... ¿Sabes que ni siquiera soy un bastardo? Hace unos días, revolviendo los papelotes del notario Albert, me he enterado que los que nacen como yo, son peor que los bastardos... Hijos de adulterio, malditos y borrados, sin nombre de padre ni de madre, abortos de la tierra... Y un despojo así, dices tú que es hermano del caballero Grand chéster, señor de Campo Real... Da horror y asco la vida, Candy...

—Pero la vida no es sólo eso, Terry. Eso, a lo más, es una parte de la vida... La vida es otra... La vida propia, la que cada uno forjamos... ¿Qué culpa tiene nadie de nacer cómo nace? ¡Pero sí de vivir como vive, Terry! Sólo por sus actos, juzgo yo a cada quien... Y hasta ahora, tú has sido para mí un hombre honrado...

—Muy amables esas palabras en tu boca —bromea Terry, con suave ironía.

—¡No quiero ser amable! —rechaza Candy, exasperada—. ¡No pretendo decir cosas gratas, sino mis sentimientos, la verdad de lo que pienso, de lo que llevo en el alma!

Con gesto distraído, Terry, ha vuelto a tomar las riendas, y un momento contempla el camino que baja frente a ellos, serpenteando entre rocas, iluminado por la luna llena que aparece clara... Sí volviese la cabeza, si mirase los ojos de Candy, fijos en él, agrandados de anhelo, espejos de su alma, todo cambiaría en torno suyo... Si su corazón, ciego y sordo en este instante, percibiera el latido de aquel otro corazón de mujer que tan cerca de él late, creería que amanece en plena noche, sentiría al fin saciada aquella inmensa sed de amor y felicidad que le llena el alma desde niño... Pero no vuelve la cabeza... Acaso tiene miedo de mirar a Candy, cara a cara, de hallar su rostro duro y frío, o peor aún, de ver asomada a sus pupilas la imagen de otro amor. Por eso, sin mirarla, toca el nervioso lomo de los caballos con la punta del látigo, y hay una honda tristeza en la blandura de su entrega:

—Al fin y al cabo, siempre me desarmas... En verdad, nunca hay nada que reprocharte, Candy. Eres pura y recta, ingenua y humana, carne de abnegación y sacrificio No quisiera ser sólo eso, Terry...

—Desde luego... Todos queremos nuestro lugar, al sol, nuestro derecho a la felicidad, pero a algunos se nos niega por destino, como ¡si una maldición nos condenara para siempre a las tinieblas...

—¿Para siempre, Terry? ¿Crees que no habrá nunca luz en nuestros corazones, en nuestras vidas? ¿Crees que no amanecerá jamás para nuestras almas?

—Haces mal en unirnos en un plural. Tu alma y mi alma van por distintas sendas, Candy, y el que para mí no haya esperanzas, no quiere decir que no las haya para ti.

—¿Por qué es tan cruel la vida, Terry? ¿Por qué nacemos para padecer, para arrastrarnos sobre nuestros dolores y nuestros pecados?

—Ahora eres tú la que hablas como no debes hablar. No creo que hayamos nacido para arrastrarnos. Hemos de ponernos de pie a toda costa. Tú, acaso para ser feliz. Yo, con sostenerme erguido me basta, con saber marchar duro y derecho sobre este mundo inhóspito y amargo... — De pronto, se ha detenido Terry, y observando a su esposa se alarma—: Candy, ¿qué tienes? Estás temblando...

—No es nada... Un poco de frío... Un poco de frío nada más...

A Candy, le han traicionado las lágrimas que tiemblan en su voz, y la mano derecha de Juan se extiende para tomar las suyas, trémulas y heladas, confortándolas con su calor vital, con su roce a la vez delicioso y áspero, mientras los párpados de ella se entornan como para el ensueño... Otra vez el coche está en marcha... Hace rato dejaron atrás el parador del camino, donde se detuvieran unos momentos para tomar un refrigerio, y el vehículo, pequeño y liviano, rueda arrastrado como sin esfuerzo por aquel soberbio tronco de caballos, cuyas riendas empuñan las manos del patrón del Luzbel, con la misma seguridad que si fuera el timón de su nave...

Al brusco sacudimiento del coche al detenerse, ha abierto Candy los ojos adormecidos... Amanece, y están en el centro de la ciudad de Saint-Pierre... La luz es imprecisa, pero le ha bastado alzar la cabeza para reconocer el lugar, y por si verlo no fuera suficiente, aquel sonido de las campanas llamando a misa de alba, demasiado familiar para ella, disipa la más leve sombra de duda que pudiera tener. Con su galantería un tanto burlona, salta Juan del pescante y extiende la mano, ayudándola...

—He aquí tu convento. ¿No es en él donde deseas estar, ahora y siempre?

—Desde luego. Y como mi vida me pertenece, por encima de la burda farsa matrimonial que sostenemos...

—¿No es muy dura esa frase, Candy? —advierte Terry, sin abandonar el tono burlón.

—¡De ti la aprendí! ¡Tú fuiste quien lo llamó de esa manera, como eres tú también quien me devuelve a mi convento por segunda vez!

—Supongo que es lo que más puede complacerte...

—Supones muy bien. Para mí el convento, y para ti la absoluta libertad: los muelles, los garitos, las tabernas del puerto...

—Esa es mi vida, Candy, como la tuya es ésta. Yo no la Critico, ni tú debes criticar la mía. Vamos...

—¡Sigue tu camino! No es necesario que te molestes... Jamás necesité guardianes... ¡Buena suerte, Terry Del Diablo!

Esta historia continuará…

Buenas tardes aquí bajo un nuevo capítulo de esta adaptación Corazón Salvaje le corresponde a Caridad Bravo Adams.

Voy a informarles que ya no pasare mis historias a mi prima, porque he decidido quedarme ya que tengo mucho apoyo aquí y en los grupos que pertenezco, publicare todas mis historias hasta el final, he escrito por ahora cien historias poco a poco las bajare.

Ahora contesto sus comentarios en mi sección favorita.

Carol Aragón: Gracias por tus comentarios hermosa, si pues Eliza es mala, pero siempre comprendí porque Aimé era así, aunque no la justifico, porque es decisión de nosotros mismos ser malos o buenos, yo conozco personas que no han tenido nada y aun así son grandes personas, lo que nos pasa no nos determina ser, todo es cuestión de nosotros mismos.

Nilda Manno: Gracias por tus palabras y apoyarme en esta adaptación.

Guest: Gracias por tus bellas palabras, bendiciones.

Blanca G: Gracias por tus comentarios, mi bella amiga, si pues Aimé en la novela siempre fue mala con Mónica yo hice como el libreto original, pero muchos de la telenovela cambiaron, pero Aimé le hace jurar a Mónica que nunca volverá con Juan, ella quería todo para ella y nada para la hermana al final no se sale con la suya porque tanto como Juan Y Mónica quedan juntos y Renato rehace su vida, al final ella pierde todo, pero sabes abecés me daba pena Aimé porque en parte es cierto no se sentía querida por su familia cuando era niña y eso daba pena, porque todos preferían a la niña Mónica, pero eso no es razón para su maldad y egoísmo, todos podemos ser felices si lo proponemos, te respondo la pregunta: Si amiga Confusiones en la Guerra es Terryfic, es la misma película que has mencionado, gracias por tu apoyo.

Marialuisa Casti: Gracias por tus comentarios a pesar de ser italiano, trato de entenderlo, te agradezco por tus comentarios, Si es cierto Eliza es mala envidiosa como lo era Aimé no merece nada, ni siquiera merece que Candy se sacrifique por ella, así como tampoco Mónica debió sacrificarse por Aimé.

Carmen Grandchester: Bienvenida a Corazón Salvaje, me da gusto saber que te gusta la telenovela y que por eso te uniste aquí, gracias por cada uno de tus comentarios, de tu apoyo, me da gusto saber que te gusta mi adaptación de Corazón Salvaje, gracias y bendiciones.

Un agradecimiento especial: Carol Aragón, Blanca G, Elvia Soam, Mia 811, SARITANIMELOVE, a todas las que leen.

Bueno me despido con cariño

Continuaremos con las que faltan

Con cariño

Maggie Grand.