Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…
Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.
… … … … … … … … … … …
TERCERA PARTE
JUAN DEL DIABLO.
TERRY PIRATA.
Capítulo 24-
Anthony, ha clavado las espuelas con más saña... Quiere huir de todo aquello, saltarlo, mientras la angustia de un escalofrío le recorre la espalda... Todo queda atrás, pero sigue escuchando. Furiosamente castiga al caballo, exigiendo un esfuerzo más del bruto, cuyas patas resbalan, y cae arrastrando al jinete, a las mismas puertas de una cabaña desvencijada... Se ha levantado, sin sentir el dolor de las magulladuras. Frente a él, una sombra negra, alta y flaca; retrocede a través de la puerta, hasta llegar al fondo de la cabaña. Sin saber por qué, va tras ella...
_ Tú eres Kuma, ¿verdad?
La hechicera ha respondido con un gesto vago... Ha caído de rodillas... Anthony, mira muy de cerca el rostro negro, brillante, los grandes ojos desorbitados con expresión de supremo espanto, y siente una especie de placer monstruoso viendo a aquella infeliz sudar y temblar...
—Yo no vendo veneno, mi amo; vendo medicinas buenas, de hierbas del campo... Yo vendo remedio para los pobres, remiendo huesos, sobo empachos y ayudo a librarse de la mala sombra de los difuntos a los que tienen un remordimiento en el alma. —Ha mirado de reojo a Anthony, arriesgando el todo por el todo con astuta audacia. Le ve palidecer, y comprendiendo que ha dado en el blanco, alza las manos juntas, lanzándose de lleno en la partida—:
_ Si el alma del ama Eliza, te persigue, mi amo, si se te asoma al sueño para recordarte lo que le hiciste, si la oyes como si te hablara en el oído, y la sientes detrás como un escalofrío...
—¡Calla, imbécil, embaucadora, embustera! —grita Anthony, fuera de sí— ¡No me persigue ningún fantasma ni me habla ninguna voz al oído! La sombra de Eliza, no tiene nada que reclamarme, pues no la maté. ¡No tengo la culpa de que se matara! ¡Pero a ti sí voy a matarte!
—¡No, mi amo, No me pegue más...! —suplica Kuma en un grito de espanto.
Anthony, ha retrocedido, estremeciéndose como si despertara, como si repentinamente se diera cuenta de lo que hace. Es la primera vez que maltrata a nadie, la primera vez que golpea a una mujer. Tambaleante por los vapores juntos del alcohol y la ira, retrocede hasta ganar la puerta... En ese momento, llega presuroso Anthony, que exclama al verlo:
_ ¡Señor Anthony! ¡Oh, gracias a Dios! ¡Su caballo volvió solo a la cuadra... ¡Salí a buscarlo a escape, temiendo... y Bendito sea Dios que no le ocurrió nada! ¿Y era aquí donde venía usted señor?
_ ¡No! Sigo el viaje... En cualquier caballo... En ese mismo que trajiste... —De un salto se ha afirmado en los estribos, empuñando las riendas, pero obliga a girar en redondo al animal, y señalando a George la cabaña de Kuma, le ordena—: ¡Hazla salir del valle! ¡Sácala de mis tierras! ¡Que se vaya de Campo Real, y que no vuelva más!
—Terry, hijo... Te fuiste como un loco, y vuelves como un tonto. Corriendo he salido cuando me dijo Kuki que tus caballos estaban en la cuadra. Te busco por todas partes donde me imagino que puedas estar, y resulta que estás aquí mismo, que te has quedado aquí, tan callado y tan quieto como si formaras parte de la tapia...
Cruzados los brazos, apretada entre los dientes la pipa, Terry ha quedado inmóvil, hundido en sus oscuras cavilaciones, desde que, al volver del convento, dejando el cochecillo en las manos de Kukí, se asomara a la puerta de servido de la modesta casa del notario Albert...
—¿Quieres contarme lo que te ha sucedido? ¿En qué piensas, Terry?
—Sólo estaba pensando que Candy, muy pronto será libre; que ya lo es Anthony, puesto que Eliza, está bajo tierra; y que ella le quiere Albert, le quiere todavía...
—¿Fue esa la consecuencia que sacaste de tu viaje? Ella no quiso acompañarte, ¿eh?
—Ella vino conmigo. La traje...
—A la fuerza; y naturalmente, de esa hazaña no pudo derivar ningún placer, ninguna satisfacción
—No, Albert. Vino conmigo porque quiso... Fue ella quien lo pidió, quien lo impuso. Claro está que el triunfo no es mío. Fue la fórmula que encontró, en un momento crítico, para alejarme a mí, para interponerse entre mi posible violencia y la sagrada persona de Anthony...
_ ¿Te dijo ella que le quería?
—Naturalmente que no me lo dijo. Tiene usted un primer premio de candidez. Albert. ¿Cómo iba a decírmelo? Era esposo de su hermana... Renunció a él voluntariamente, y renunció para toda la vida. Todo el orgullo, toda la dignidad de Candy, está en ocultar ese amor, en esconderlo dentro de sí misma.. Es probable que hasta a él mismo se lo niegue
—Bueno, hijo, a lo mejor no es oro todo lo que reduce
—Si no reluce Albert... Está escondido, y es ese afán que ella pone en esconderlo, lo que me da a mí la justa medida.
_ Pero, ¡qué demonios! Hay que vivir, hay que apartar fantasmas... Creo que me voy ahora mismo a ver cómo marchan las obras del Peñón del Diablo...
Tranquila y satisfecha, como si nada le hubiese ocurrido, borradas ya de su mente infantil las escenas de horror tan recientes padecidas. Ana se pavonea en la pieza principal de la modesta casa del notario, aquella que es a la vez sala, despacho y recibo, con puerta y dos ventanas a la calle, y viejos estantes atestados de papeles y libros...
—¿Por qué no me traes algo de comer Colibrí? El señor Terry dijo que te ocuparas de mí, que me atendieras... Yo estoy aquí, porque él me ampara y me da esa cosa que llaman asilo, que es como decir que estoy de huéspeda... y tú.
—¡Cállate! —la interrumpe Kuki al oír que un caballo llega y para allí cerca—. Parece como que vienen visitas...
_ ¿No oíste un caballo? .
—¡Ay, qué miedo! No abras Kuki, ponle tranca a la puerta, pasa el pestillo, grita que los amos no están... — Loca de espanto. Dorothi ha corrido imprudentemente hacia la ventana, abriéndola de par en par, y la figura que divisa le hiela la sangre en las venas—. ¡El amo Anthony! ¡No abras, Kuki!
Su grito ha sonado tardío. También Anthony Brown, la ha visto a ella a través de los barrotes de la ventana, la ha reconocido y de un violento empujón abre de par en par la puerta, que apenas comenzara a franquear Kuki...
—¡Conque era aquí donde estabas, ¡dónde te escondías! ¡Ahora comprendo...! Y él, ¿dónde está? ¿Dónde están él y ella?
—Mi patrón no está... Se lo juro, señor Renato... No está... Se fue ahora mismo... Puede mirar toda la casa si quiere...
_ Él no está aquí...
Kuki, asustado, ha retrocedido tratando de ganar la puerta, pero Anthony Grandhester ya no le mira. Sus ojos se han clavado en Dorothi, que temblando ha caído de rodillas... No ha tenido fuerzas para esconderse, para huir, y cuando él se acerca, grita espantada:
—¡No me mate, señor Anthony, no vaya a matarme! ¡Yo le digo todo lo que quiera usted saber! ¡Yo se lo digo, pero no me mate, mi amo!
_ ¿Por qué huiste? ¿Cómo huiste? ¡Habla... empieza a hablar! Mucha culpa has de tener para que tu miedo sea tanto... Tú eras su cómplice, ¿verdad?
—Yo no hacía nada... Sólo lo que la señora me mandaba... Yo siempre tenía miedo... A casa de Kuma iba yo temblando...
—¿Para qué ibas a casa de Kuma? ¿Para qué iba ella?
—Para que le ayudara. La señora Eliza iba a hacer como que se caía del caballo, y entonces Kuma tenía que recogerla: y llevarla a su casa, y decirle a todo el mundo que la señora se había caído del caballo y que por eso se había perdido el niño... ¡Ay, señor, no ponga esa cara! ¡Yo no lo inventé!
—¡lo inventó ella, ¿verdad? ¡Naturalmente! Todo fue una comedia, una farsa... ¡Por eso salió de la casa como salió! Pero tú... tú...
—La señora me mandó que lo avisara, que le dijera con mucho alboroto que ella se iba a caballo... Ella quería que usted pensara que por su culpa se había perdido el niño... para que la quisiera más... no por nada malo. Y pata que la perdonara... "y no averiguara demasiado... "
—Averiguara, ¿el qué? ¿Qué hacía mientras yo la dejaba sola? —quiere saber Anthony.
—Pues nada, mi amo... Todo le salía mal ahora a la señora Eliza... No hizo sino pasear, porque aquel oficial tan guapo se fue en el barco. Para mí que el señor Juan se le atravesó...
_ El señor Terry, ¿qué?
—Ya usted lo sabe... la señora Eliza, estaba loca por el señor Terry... Pero no la tome con él... él no la quería, por eso estaba loca la señora, loca buscándolo, y él nada... nada
—¿Buscándolo? ¿Buscaba Eliza a Terry?
—No se ponga bravo, mi amo... no podía remediarlo... La primera vez que él fue a Campo Real para llevársela
—¿Llevársela? Entonces, ¿fue por ella... fue por ella...? —¿Llevársela? Entonces, ¿fue por ella... fue por ella...?
—El ama tuvo miedo. Le echó la muerta a la señora
Candy, pero después lloraba y lloraba. ¡Pobre señora Eliza! Siempre decía: "No hay otro como Terry". Perdone, mi amo, pero como usted quiere saber...
—El ama tuvo miedo. Le echó la muerta a la señora Candy, pero después lloraba y lloraba. ¡Pobre señora Eliza! Siempre decía: "No hay otro como Terry". Perdone, mi amo, pero como usted quiere saber.
—¡Sí, quiero saber! —atosiga Anthony furibundo—. Habla, habla, arroja de una vez todo el veneno, llévame ya hasta el fondo de esa charca, habla para acabar de hundirme en el fango. Eliza quería a Terry, era su amante, ¿verdad?
—¡Ay, no, mi amo! Para mí que él no quiso saber nada de ella después que lo casaron... Ella quería que fuera como antes de casarse la señora con usted...que entonces sí la quería el señor Terry, y le traía regalos de todos los viajes, y ella lo esperaba en una playa, y decía que entonces era muy feliz, muy feliz, porque el señor Terry vuelve locas a las mujeres, mi amo...
—¡Basta! ¡Cállate o no podré contenerme para pisotearte!
—¡Ay, mi amo! ¿Y yo qué culpa tengo? La señora Eliza.
—¡No la nombres más! Ella está muerta, muerta y enterrada... Es a él a quien, he de buscar. ¿Dónde está?
—Yo no sé muy bien... ¡Ay, mi amo, no me tuerza más el brazo! Se fue para una casa que está haciendo... No sé cómo mentaban el lugar... Casa del Diablo, Piedra del Diablo, o algo así... Pero no vaya... no vaya... El señor Terry, dijo... ¡Ay...!
Tras soltarla, arrojándola al suelo, ha corrido Anthony. En la puerta, mal sujeto a las rejas de una ventana, bañado de sudor y de espuma, aguarda su caballo y lo monta sin detenerse a calcular si el cansado animal resistirá el último esfuerza Fieramente clava las espuelas en los ensangrentados ijares, y el noble bruto arranca calle abajo...
—Kuki... Pero, ¿eres tú realmente?
. —Si, mi ama... vine a buscarla. Primero me trepé por la tapia... estuve asomándome, pero no había nadie... Di la vuelta, toqué en la puerta grande... ya esa monja vieja que se asoma por una rejita, le dije que tenía que hablar con usted, porque lo que está pasando tenía usted que saberlo... Y tiene que hacer algo, mi ama, porque van amatarse
—¿Qué? ¿Quiénes? Terry, ¿verdad? Terry y Anthony... — Candy ha temblado al preguntar, y casi son inútiles preguntas y respuestas: todo puede leerlo en los asustados ojos de Kuki, en el oscuro presentimiento que sacude su alma...
—¿Qué? ¿Quiénes? Juan, ¿verdad? Anthony y Terry... —
Candy, ha temblado al preguntar, y casi son inútiles preguntas y respuestas: todo puede leerlo en los asustados ojos de Kuki, en el oscuro presentimiento que sacude su alma
—Sí, mi ama. Como un mismo diablo llegó el señor Anthony. Yo estaba empezando a correr el cerrojo de la puerta, y me la abrió de pronto de dos patadas... Llegó como un tigre buscando al amo Terry, y como el amo Terry no estaba, ni tampoco el señor don Albert, pues agarró a la tonta de Dorothi, la que era criada de la señora Eliza, y la sacudió como a un perro de aguas, preguntándole... Y ella, claro está, le dijo todito lo que sabía. Como un rayo, el señor Anthony cogió el caballo y se fue para allá...
—¿Para dónde?
—Para donde le dijo Dorothi... donde está haciendo una casa... El patrón no quería que usted lo supiera, mi ama, pero él está haciendo una casa allá donde vivió cuando era chiquito, donde a veces paraba el Luzbel, en el lugar que monta el Cabo del .Diablo...
—¿Y allá fue Anthony?
—Para allá fue. Cuando montó a caballo, vi que le revolaba la chaqueta, y metidas en el cinturón llevaba dos pistolas... seguro que para matar al patrón.
—¡No, no lo hará! ¡Tengo que ir allá... tengo que evitarlo! No puede correr entre ellos la sangre. El Peñón del Diablo... el Peñón del Diablo...
—Abajo en la plaza hay coches de alquiler. ¿Le busco uno, mi ama? ¿Va usted a ir para allá?
—Sí, Kuki, corre y trae el coche. Iré en seguida y sabré interponerme entre los dos, sabré impedir esa horrible lucha, sea el que sea el precio que tenga que pagar para lograr
Rendido, extenuado, sin responder ya al cruel apremio de la espuela, el caballo que llevaba Renato se ha detenido, totalmente agotado, en el lugar en que se bifurcan los senderos. Uno, para bajar a través de las peñas hasta la mísera aldea de cabañas de palma que se extiende a lo largo de la pequeña rada... Otro, para trepar aún más entre los ásperos riscos, hasta aquel promontorio negro con que la tierra Martín iqueña desafía la furia de los mares... aquel peñón desnudo, sobre el que se alzan la casa en construcción y la cabaña en ruinas... aquel lugar de belleza salvaje, conocido por el Cabo del Diablo... Por este segundo camino, Renato llega ante la puerta cerrada de aquella casa en construcción, y la golpea con el ímpetu de su rabia, al tiempo que grita amenazado
—¡Abran pronto; abran esa puerta o la echaré abajo! — Por el hueco de la ventana aun sin hojas, que cruzan travesaños de madera, asoma el rostro curtido de Segundo Duelos, que cambia de color al reconocer a Anthony. Y el iracundo caballero, otra vez ordena enfurecido:
—¡Abre esa puerta, estúpido! ¿No oyes que llamo? ¡Ábrela
y corre a decirle a Terry del Diablo, que Anthony Grand chéster viene a ajustar sus cuentas, que si es realmente hombre, no se esconda... que salga...!
—Pero, ¿está loco, señor? El amo no está...
En vano ha corrido el picaporte Segundo. Al golpe de Anthony, salta la cerradura improvisada, abriendo paso al que entra como una tromba, desencajado de cólera, preguntando:
—¿Dónde está Terry? ¿Dónde está tu amo? ¡Que venga... que salga...
—Le juro, señor, que no ha llegado...
Anthony ha echado mano a una de las pistolas que lleva consigo, apuntando al pecho del segundo del Luzbel, que retrocede desconcertado, dejando libre el paso, al tiempo que afirma con decisión:
—Le juro que no sé nada señor... No podré decirle nada, aunque me mate...
—¡Terry... Terry... no te escondas más...! ¡Asómate, cobarde...! ¡Terry...! —llama furioso Anthony, penetrando como bólido por las habitaciones en construcción
- ¿Segundo donde esta Terry?
—¡Señora Candy...! por Dios! —se sorprende gratamente Segundo, aunque de inmediato tiembla asustado—. El patrón no sé dónde está; pero el señor Grand chéster llegó como un loco. Rompió la puerta, y sacó una pistola para matarme. ¡Creo que de verdad está loco! Se empeña en que usted y el patrón están escondidos en la casa, y por ahí dentro anda buscándolos...
—Déjame con él. Corre a esperar a Terry, y haz cuanto puedas para que no entre hasta que haya salido Anthony.
_ ¿Entendido? ¡Anda... ya...
Candy, ha hecho salir a Segundo de la estancia, justamente en el momento en que Renato irrumpe en la misma. Y sus palabras brotan como casi en un aullido
—¡Candy... estabas con él... era verdad...! —Ha ido hacia ella como un rayo, pero la fría serenidad de Anthony le detiene... en la crispada mano el arma lista para matar—.
_ ¿Dónde está Terry?
_No lo sé Anthony
—Mientes... sé que mientes! Mientes como todos, para salvarlo. ¡Pero esta vez nadie le salvará! Le mataré conceda razón, con todo derecho... ¡Déjame
—¡No voy a dejarte! Si ese amor que tantas veces me has jurado es verdad...
—¡No puedes dudarlo! Pero no sigas, Candy, no vas a detenerme con esa estratagema. Tú lo sabes todo, lo sabías todo, y lo callabas... ¡Qué ridículo me habrás visto en tu interior cien veces! ¡Qué risible, qué empequeñecido y miserable, trente a ese canalla que todo su placer me ha burlado...!
—Él fue el burlado, el engañado, el vendido. Él no sabía que Eliza estaba comprometida contigo; él no sabía nada de ella sino lo que ella quiso contarle... Eliza jugó con los dos, pero era Terry del Diablo el traicionado...
—¡Le quería... le gustaba! —se ofende Anthony furioso—. Antes de ser mi esposa, fue su amante... ¡Sé toda la verdad! Me la gritó alguien demasiado estúpido para disimularla... la arranqué de unos labios qué tenían demasiado miedo para ocultarme nada, para disimularme nada... ¡Eliza era la amante de Terry!
—Lo fue antes de ser tu esposa, tú lo has dicho: antes de casarse. Lo engañó a él, lo envió a un largo viaje en busca de fortuna, y cuando él regresaba feliz y triunfante, se encontró con que la que creía suya, era ya tu esposa
_ ¿Dónde has sacado esta historia?
—Por desgracia, pasó frente a mis ojos; Sólo cuando era tarde, me di cuenta exacta de toda la verdad... Por mi sangre de hermana, por las lágrimas de mi madre, que vi correr en defensa de Eliza, callé cuando acaso hubiera debido gritar. Por eso acepté luego todos los sacrificios para salvarla... por eso me dejé arrastrar como víctima, para ser pisoteada humillada, acaso muerta en las manos de Terry. ¡Por eso me sometí a todo! Estaba pagando,
Anthony, estaba pagándote el delito de haber callado... ¿Piensas que puedo jurar en vano por su cuerpo inerte? ¿Piensas que puedo blasfemar, jurando en falso por la memoria de mi; padre? Pues por todo eso y más, te lo juro, Anthony, Él no fue culpable, no fue responsable
—¡Pero ella le amaba! Le quiso siempre, le buscó siempre... ¡Qué ciérrenlo vi todo de pronto... cómo se descorrieron cien velos con una sola palabra...! ¡Gestos, miradas, el champaña de mi noche de bodas...!
La mano de Anthony se ha crispado sobre el arma que aún empuña; sus claros ojos parecen relampaguear con destellos de sangre... Como adivinando su horrible pensamiento, las blancas manos de Candy se apoyan en sus hombros para sacudirle con ansia:
—¡Anthony…. Anthony, vuelve a la razón! Viéndote así, tengo que pensar que sólo a ella amaste
—La amé en una hora maldita, pero nada tiene que ver con el amor. ¿Es que no comprendes? ¿Es que no mides todo el alcance de la burla que me ha herido y manchado? Yo era un hombre de honor... ¿Cómo puedo, seguirlo siendo, si en la mirada de un villano hay una burla para mi candidez de esposo? ¿Cómo puedo dejar que viva Terry del Diablo, pensando en la sonrisa que crispó sus labios cuando supo que el despojo de su pasión era la esposa inmaculada que yo había llevado hasta el altar? No puedo detenerme, Candy, ni por ti que me despreciarías en el fondo de tu alma...
_ ¡No.… no! ¿Cómo podría yo despreciarte si tú... si tú renunciaras a esa torpe y tardía, a esa injusta venganza
—¿Injusta? Pero, ¿es que no comprendes que ni siquiera era necesario saber lo que sé, para buscar el combate final? ¿Quién te arrancó ahora de mi lado? ¿Quién te trajo hasta aquí, burlándose de mi amor y de mi hombría? ¿Y cómo no había de burlarse? Tiene toda la razón, todo el derecho de hacerlo... Y ese derecho no puedo arrancárselo más que quitándole la vida... ¡lavando mi deshonor con sangre!
Desprendiéndose de las manos de Candy, corre Anthony hacia la ventana, mal cerrada con travesaños de madera, y va luego a la puerta desvencijada para espiar con ansia la posible llegada de Terry. Puesto que Candy está allí, piensa que él no puede estar lejos; pero ninguna figura humana divisa sus ojos anhelantes. Bruscamente se vuelve hacia Candy, y advierte:
—¡Aguardaré a Terry cuanto haya que esperarlo! No puede tardar mucho en querer acercarse a ti. Y cuando hayas realizado tu venganza, si es que lo logras, no vuelvas a acercarte a mí, no vuelvas a hablarme, no vuelvas a mirarme, Anthony, ¿Piensas que no hiciste bastante? ¿Aún quieres derramar más sangre de la que por fuerza habrá de separarnos?
—¡No hables como si le dieras esperanzas a mi amor, Candy! Es sólo una estratagema para dominarme... Niega que sólo me hablas así para obligarme a desistir de un desquite en el que está empeñada toda mi dignidad, al que no puedo renunciar...
—¿Ni al precio de mí misma? —reta Candy.
—¿Qué has dicho, Candy? ¿Qué vas a prometer? — pregunta Anthony tembloroso, pálido, con una ilusión ardiendo en las claras pupilas.
_ ¿Qué puedo prometer? ¿No es acaso bastante, para ti, pensar que la sangre de Juan borraría hasta la última huella del camino que podría acercarnos?
—Es toda una amenaza, Candy, y es doloroso que sólo acuda a tus labios una amenaza, cuando me has visto temblar al remoto destello de una esperanza de amor. Sí, sí, Candy, sólo al precio de ti misma podría yo ser capaz.
—No quise decir lo que te imaginas. Tan sólo quise decir que no matarás a Terry sin matarme a mí antes
—No digas eso, no le defiendas así, porque sólo de oírte hablar como si le amaras, me siento enloquecer. No, no, ahora más que nunca puedo gritarlo: no serás nunca suya, no te abandonaré en manos de Terry, te disputaré como se disputan las fieras, y que venga si quiere ese bastardo. ¡No grites así... no hables de ese modo!
—Sólo de un modo puedes evitarlo; sólo al precio que sabes, y puedo jurar que preferiría que me pidieras hasta la última gota de mi sangre. Pero si tú no me prometes, si tú no me juras...
—No puedo prometerte nada... ¡Aun soy la esposa de Terry!
—Júrame que te guardarás como hasta ahora te has guardado; júrame que esperarás en tu convento ese decreto pontificio que ha de devolverte la absoluta libertad; júrame que cuando seas libre, me permitirás estar a tu lado, compensar a fuerza de amor y de ternura todo ese horrible mal que aún no me perdonas... Júramelo, Candy...
—Sólo una cosa he de prometerte, y es igual que si la jurase, Anthony me guardaré como hasta ahora... Y no será gran trabajo guardarme. Tienes mi promesa. Vete ya. ¡Sal por aquel lado!
Lo ha empujado con ansia, le ha hecho salir, inclinando la cabeza para pasar bajo los andamies. Luego corre a la puerta abierta de par en par, y llama
—¡Kuki… Kuki...!
—¡Aquí viene ya el patrón, mi ama! —avisa Kuki acercándose a Candy—. ¿Quiere que yo...?
—Quiero que calles. De cuanto has visto y oído, no repitas ni una palabra. Es por el bien de Juan, Kuki, por su solo bien.
—Ya lo sé, mi ama... por el bien del patrón es todo lo que usted hace. Pero si el patrón me pregunta.
—Ya responderé yo a cuanto él quiera preguntar. Sal por aquel lado Kuki, mira si ya va lejos el señor Anthony y vuelve a darme cuenta, pero sólo cuando yo te pregunte...
_ ¡Anda!
A tiempo le ha empujado haciéndole marcharse. Terry está ya bajo el dintel de la puerta principal, y la mira en silencio, con larga y enigmática mirad
—Una doble sorpresa, Candy. Tú visita, tan inesperada como la de Anthony... Pero, ¿dónde está él? Segundo me dijo que había venido a desafiarme, que entró forzando las puertas, profiriendo insultos y amenazas...
—Sin embargo, ni quiso esperarte. Me temo que Segundo exageró el relato —rebate Mónica en tono natural y suave
—. Con irse como se fue, te ha dado todas las satisfacciones que necesitabas. Él es el ofendido, Terry.
Todo se lo contaron. No le ahorraron ni el dolor ni la vergüenza de un solo detalle.
Tampoco a mí me ahorraron detalles: los vi, los palpé, y ni siquiera fueron contados.
—No puede compararse. Tú sufriste en tu amor, y él en su dignidad. Tu herida fue la desilusión; la de él, el escarnio. Tu pena pudo arrancarte lágrimas; la de él... la de él es de las que piden sangre. ¡Pero no correrá esa sangre mientras yo viva, Terry! ¡Basta con Eliza!
—Efectivamente, basta. Él la empujó a la muerte, ¿verdad?
—¡Oh, no, no... eso no! Fue un accidente desdichado. El propio Padre Francisque me lo ha referido. Se empeñan en mancharlo, en acusarlo... Él nada sabía de Eliza... casi nada. Fue Dorothi , la torpe cómplice de mi pobre hermana... La encontró en tu casa al ir a buscarte... y la obligó a hablar. Bien puedo imaginarme lo que saldría de aquellos labios... comprendo que Anthony enloqueciera..
—Tú siempre comprendes a Anthony. En él encuentras disculpables hasta los crímenes... Pero, no te preocupes, no tengo ningún interés en juzgar sus actos, ofendiendo con ello tus sentimientos más íntimos y tiernos. Para ti no es un hombre, es un ídolo, un semidiós, y los dioses tienen derecho a todo, ¿verdad?
Amargamente ha apretado Candy los labios sin responder a Terry ¡Qué extraño y lejano le parece en aquellos instantes, qué frío su corazón, qué injustas sus palabras! Pero la horrible batalla está ganada. Puede respirar, tranquilizarse. Anthony está lejos... se aleja llevando en el alma una esperanza vana y una promesa que repentinamente se le antoja ridícula. Defenderse; guardarse, pero, ¿de quién? Los ojos de Terry pasan sobre ella como si resbalaran al mirarla. Inmóvil en medio de la destartalada sala, parece aguardar que ella le diga adiós, que se aleje cuanto antes la que es sólo una intrusa en su vida y en su casa. Sordamente humillada y dolorida, Candy se dispone a marchar, y explica:
—Me trajo un coche de alquiler, que mandé me aguardase. Debe estar cerca
—Le hicieron marchar hace rato, poco antes de que el caballero Grand chéster lograra milagrosamente armar las líneas de soldados. Supongo que una vez más sacó partido de su fortuna y de su rango.
—¿Qué estás diciendo? No te entiendo
—Lo siento, Candy, pero no creo que puedas marcharte. ¿Vas a oponerte tú?
—Yo no... las leyes que protegen al que se dice propietario de todas las tierras que nos rodean: la aldea, el camino, la playa, todo le pertenece y todo está cerrado para nosotros. Caímos en una trampa. Lo siento, Candy, pues esto aún no está habitable. Una vez más pagarás el tributo que te corresponde, por ser la mujer de Terry del Diablo.
Con esfuerzo, han penetrado en la mente de Candy las palabras de Terry, y su vista se extiende a cuanto la rodea, como si por primera vez lo mirase, como si sólo ahora se diera cuenta cabal de que pisan sus pies aquel famoso Cabo del Diablo que tantas veces oyó nombrar a Terry. Este la ha llevado hasta la puerta. En el lugar en que se bifurcan los senderos hay una línea de soldados que se extiende cruzando el camino carretero, aislando la playa y el Peñón del Diablo de toda posible comunicación con Saint-Pierre... Casi balbuceante, Candy, se vuelve interrogadora a Terry:
Entonces, ¿no es posible salir?
—Ni salir ni entrar. ¿No comprendes? El amo de esas tierras no nos da permiso para pisarlas, y como no hay otro camino, cuenta con rendirnos por hambre o por cansancio... La lucha es a muerte, y no me quejo. Yo la desaté, yo la he buscado.
—¿La lucha contra quién?
—Ya sé que no sabes de mis cosas ni tienes por qué saber.
_ Tampoco tienes por qué saber nada de este lamentable montón de piedras que me dio su nombre. ¿Me permites mostrártel le ha tomado la mano y juntos cruzan el umbral... Un brusco movimiento recorre la larga tila de soldados, pero Terry, sonríe tranquilizando a Candy:
—No te preocupes, no te harán nada mientras no tratemos de cruzar esa raya blanca que trazaron ayer los alguaciles.
Con ella marcan el límite de lo que legalmente me pertenece. Tiene gracia, ¿verdad? Después de todo, no salí mal librado; El Estado me otorga un pedazo de tierra... si a estas rocas puede llamarse tierra. Pero, en fin, reconocen que pertenece: a Terry del Diablo. La raya baja por el filo de las rocas, ¿ves?, y llega al otro lado. Por lo tanto, y ésta sí que fue una sorpresa, también me pertenece la playa, con esa vieja aldea donde fui pordiosero La ha llevado hasta el borde mismo de los acantilados, allí donde baja serpenteando el sendero de cabras y abre la pequeña rada, tan cercada de farallones como un anfiteatro... Unos metros de arena rubia, un puñado de casuchas miserables, y frente a ellas, el grupo oscuro de hombres y mujeres que alzan la cabeza, iluminados los ojos de esperanza al divisar desde lejos a Terry.
—¿Qué significa esto? —pregunta Candy, intrigada.
—Significa que la aldea es libre. Hay un hombre que indebidamente les cobraba por tender allí sus redes, por haber fabricado allí sus míseras cabañas, por hacerse a la mar desde esta playa... Era un buen negocio, que se terminó gracias a mi audacia. Su respuesta es sitiarnos, cercarnos... Somos dueños de este pedazo, pero no podemos pasar, y él defiende sus derechos con las armas
de esos soldados que, naturalmente, le respaldan. ¿Comprendes ahora?
Un destello de admiración ha ardido en los ojos de Candy. Sin darse apenas cuenta, se ha apoyado en el brazo de Terry, y; sus ojos van desde el hermoso rostro varonil curtido por el sol y los vientos, hasta aquel grupo oscuro y miserable
—¿Es eso lo que has estado haciendo todo este tiempo, Terry?
—Sí... Pensé redimirlos, pero soy un triste redentor. Se rompió una cadena, pero se alzó un muro... Cuando no puedan más, se rendirán. Eso dice Albert... Y habrá que pasar por todo cuanto se le antoje al propietario, que aun será más cruel. ¿Comprendes?
—¿Quieres decir que te das por vencido?
—¡Eso nunca, Candy! Lucharé con todas mis fuerzas... hasta el fin... Y si todo se pierde, como los viejos capitanes, me hundiré con mi barco.
—¿Tu barco? —repite Candy, con una lejana esperanza.
—Es una forma de hablar...
—Ya lo sé; pero, al decirlo, me haces que piense... Queda el mar... Por el mar puede Salirse, ¿verdad? Podríamos salir si tuviéramos barcos. Los botes de esta gente son demasiado débiles para arriesgarse más allá de aquel promontorio, y el Luzbel, una vez más, ha sido confiscado... Pero, ¿por qué has de preocuparte? Se diría que te importa todo esto...
_ ¡Me importa, Terry, me importa porque a Mi Terry lo amo y te lo he dicho más de mil veces...!
Como en contradicción con sus palabras, se ha apartado de Terry, ha dado unos pasos alejándose a lo largo de las piedras filosas, y volviendo la espalda a aquellos ojos clavados en ella, queda mirando las olas estrellarse... Le ha sentido acercarse, siente el anhelo de volverse bruscamente para mirarle cara a cara, el ansia loca, absurda, irreprimible, de echarle al cuello los brazos anhelantes... Pero al volverse muy despacio, el rostro de Terry tiene una expresión vaga, su mirada se ha vuelto lejana y hay en Candy como una sacudida, como el espolazo de una idea malsana, al preguntar:
—¿En qué piensas, Terry? ¿Acaso una gruta en la playa? —Y con ira contenida, exclama—: ¡Entonces, te dejo con tus añoranzas!
Se ha ido con paso tan rápido que Juan no acierta a detenerla, como si más que correr volase sobre las aristas cortantes de aquellas rocas, negros cuchillos afilados al golpe del viento y del agua; menos agudos, sin embargo, que sus pensamientos; menos desgarradores que sus ansias.
Esta Historia Continuará…
Otro capítulo de mi adaptación de mi adaptación Corazón Salvaje, por Caridad Bravo Adams.
Ahora contesto en mi sección favorita.
Nilda Manno: Gracias por sus lindos comentarios.
Marialuisa Casti: Gracias por seguir con esta historia a pesar que me demoro ufff para publicar, tengo cosas que hacer mis niñas lindas, pero prometo este 2023 terminar con esta adaptación.
Alejandra Galza: Gracias por tus bellas palabras.
Edith Grandchester: Gracias por tus hermosas palabras, bendiciones.
Carol Aragón: Gracias por tu apoyo amiga bella.
Mia Brower Graham de Andrew: Gracias por tu apoyo y tus bellas palabras.
Elvia Soan: Gracias por tus bellas palabras y por tu apoyo, compartir mi historia en tu bello grupo de Corazón Salvaje.
SARITANIMELOVE: Gracias por tus palabras mi bella amiga espero que me sigas hasta el final, espero que me puedas seguir con mis otras historias.
Blanca G: Gracias por tu apoyo y espero que me sigas apoyándome hasta el final de esta novela, te deseo lo mejor querida amiga.
Guest: Gracias por tus bellas palabras e iguales deseos para ti.
...
Un agradecimiento especial a Blanca G, Carol Aragón, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrew, SARITANIMELOVE, Cecilia Rodríguez, todas las que leen.
Con un abrazo inmenso a la distancia y les deseo a todos unos prósperos años nuevos, espero que este año 2023 le vaya mejor a cada uno de nosotros y que se pueda cumplir todos nuestros sueños, les deseo un gran año nuevo,
Prometo este 2023 terminar con esta bella adaptación.
Me despido con un fuerte abrazo.
Continuaremos con las que faltan
Bendiciones
Maggie Grand.
