Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…
Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.
… … … … … … … … … … …
TERCERA PARTE
JUAN DEL DIABLO.
TERRY PIRATA.
Capítulo 25
Anthony ha penetrado, hasta el centro del patio de su casona de Saint-Pierre, un tanto sorprendido de encontrarla abierta, y desmonta, poniendo las riendas en manos del lacayo color de ébano que acude al sentirlo llegar... Pero antes de que llegue a preguntar nada al sumiso criado, una menuda figura color de cobre ha aparecido bajo los arcos, y acercándose, indica a guisa de explicación:
La señora me envió a preparar la casa... Acabamos de llegar... me parece que a tiempo. Parece usted muy cansado, señor Anthony... ajo los párpados que velan su oscura mirada, Flanmy examina al caballero Grand chéster que, en efecto, lleva sobre sí las huellas de sus violentos viajes. Con trabajo arrastra la alacayuela al caballo extenuado, y los ojos de Yanina suben desde las botas cubiertas de polvo y de fango hasta el rostro húmedo de sudor, iluminado lo bastante como por un destello de felicidad...
_ Puedes mandar que me preparen el baño y la cena, Flanmy...
_ Sí, señor... al instante. ¿Va entretanto a beber algo? ¿Un "plantador"? Yo misma puedo preparárselo...
—Gracias, Flanmy. Por el momento, necesito para otras cosas tus manos. Sé que son muy hábiles preparando ramos, ¿no? Corta todas las rosas que haya en el huerto, busca un hermoso búcaro... el más lindo que haya en la casa...
—Gracias, Flanmy. Por el momento, necesito para otras cosas tus manos. Sé que son muy hábiles preparando ramos, ¿no? Corta todas las rosas que haya en el huerto, busca un hermoso búcaro... el más lindo que haya en la casa...
_ Si, señor —acata Flanmy, balbuceando sorprendida—. ¿Y después... ?
Lo llenarás con todas las rosas que hayas cortado, y lo enviarás con unas líneas que voy a escribir..
Flanmy queda un instante mirándolo, como si no pudiera desprender los ojos del tino rostro varonil que lentamente ha ido transfigurándose. Desde hace muchos meses, no recuerda una expresión semejante en el rostro de su amo.
Es como si juntas aletearan ante sus ojos una ilusión y una esperanza. Y los tristes labios de Yanina contienen con esfuerzo el temblor de su voz al preguntar
Flanmy queda un instante mirándolo, como si no pudiera desprender los ojos del tino rostro varonil que lentamente ha ido transfigurándose. Desde hace muchos meses, no recuerda una expresión semejante en el rostro de su amo.
Es como si juntas aletearan ante sus ojos una ilusión y una esperanza. Y los tristes labios de Flanmy, contienen con esfuerzo el temblor de su voz al preguntar
—¿A qué lugar debo enviar las flores, señor?
—¿A qué lugar debo enviar las flores, señor
—Al Convento de las Siervas del Verbo Encarnado. —
Anthony Grand Chester, ha cruzado el patio rumbo a su acostumbrado refugio, en aquella vieja biblioteca de la vetusta casa de Saint-Pierre, tan cargada de libros que nadie lee jamás. Y los ojos de Flanmy, le siguen, velados a la vez de rencor y de angustia, de celos encendidos y de ardiente curiosidad. Se clavan en su espalda hasta ver desaparecer la alta y delgada figura tras las puertas labradas. Luego, las palabras escapan de sus labios como un eco:
_ Al Convento de las Siervas del Verbo Encarnado ¡Kuki, ven acá!
Sin dar tiempo a que Kuki, obedezca a su mandato, Terry, ha ido hacia él... Aún está sobre los negros acantilados desde donde divisa la costa lejana, la playa de la aldea y el ancho mar, de donde Candy, huyera de su lado de aquel modo extraño, herida por la amargura de un recuerdo...
_ ¿Por qué tiemblas Colibrí? ¿Qué te pasa? Toda mi vida detesté a los tontos y a los cobardes...
_ Yo no soy nada de eso, patrón —protesta Kukí con firmeza Porque pensé que no lo eras me caíste en gracia.
_ También pensé que podías ser leal.,. Pero a lo mejor me equivocaba...
—¡Ay, no, patrón, no diga eso! Yo soy leal, más que leal. Yo...
—Fuiste a avisar a Candy, al convento, ¿verdad?
—Yo, mi amo, fui a avisarle. Ella me lo tenía mandado, y usted también me tenía ordenado obedecerla y servirla a ella como a nadie... ¿Está mal hecho, mi amo?
—Está bien. —Terry, ha apoyado su mano tostada sobre la lanosa cabeza del muchacho, y las oscuras dudas parecen desvanecerse en los grandes ojazos brillantes—. Sólo quería saber si habías sido tú.
—Yo mismo, patrón. Cuando el señor Anthony, hecho una fiera, dijo que venía a buscarlo a usted para matarlo... ¿Lo creíste, mi pobre Kuki? Mucho has cambiado desde que andas entre faldas... Antes, cuando te llamé, ¿qué tienes? ¿Por qué temblabas?
_ Nada más tenía miedo de que me preguntara, patrón.
_ Usted me enseñó a decir siempre la verdad. Yo, a usted, no podría decirle una cosa por otra, y...
—¿Te mandaron decirme una cosa por otra?
—Me mandaron callarme, patrón. Y cuando le preguntan a uno, y uno se calla lo que sabe, es como si dijera una mentira, ¿verdad?
—Casi casi... Pero, ¿quién te mandó callarte?
La única que puede mandarme después de usted, patrón. Bueno... no sé si después o antes, y ése era el lio que yo tenía entre la cabeza: que usted es mi amo, y ella es mi ama, y usted me mandó que tenía que obedecer a ella antes que a nadie. Y luego, usted me manda a hacer otra cosa que ella. ¿A quién le tengo que hacer caso?
_ Si ella te mandó callar, calla.
_ Es que yo quisiera que usted supiera eso, mi amo. Y al mismo tiempo, no quisiera decir nada... porque ella dijo que era bueno para usted que no lo supiera.
La mano de Terry, se ha endurecido, resbalando de la cabeza al hombro del muchacho. Un instante han permanecido los dos mudos, inmóviles, pero al recio contacto de aquella mano, el muchachuelo negro responde como si no pudiera más:
_ Por el ama Candy yo me dejo matar; pero tengo que decirle a usted lo que ella le dijo al señor Anthony, lo que le ha prometido, lo que le ha jurado... lo que yo oí desde detrás de aquella puerta donde estaba espiando a ver si usted llegaba para avisarle, porque ella me mandó que así lo hiciera. Ella le dijo, le juró...
_ Calla... Los juramentos de amor son una tontería. Todo el mundo los hace, pero sólo los tontos piensan reclamarlos. Probablemente, ella le juró amor eterno... No, mi amo, pero le dijo que se defendería... que se guardaría...
_ ¿Defenderse? ¿Guardarse? —repite Terry, interesado a pesar suyo.
—Y que, esta misma noche volvería a su convento, para esperar allí que se rompiera no sé qué lazo...
Terry, ha palidecido hasta parecer blancas sus tostadas mejillas. Un instante se han encendido sus ojos oscuros, para luego apagarse. Al fin, vuelve la espalda al muchachuelo, que da tras él unos pasos totalmente desconcertados, e indaga:
_ Patrón... Patrón... ¿está enojado? ¿De veras no le importaba saber...?
—No me importaba nada. Además, nada nuevo dijiste Kuki. En una sola cosa hiciste mal: en ir a buscarla. Las cosas de hombres entre hombres se arreglan Colibrí, ¡qué no se te olvide nunca más!
_ Amor... pasión... locura... ¡Sí... con locura...! así se amaron... así sigue él amando su recuerdo... su recuerdo más fuerte que todo frente a este mar.…!
_ Se ha recostado contra las duras rocas. Ha cerrado los ojos y a través de los párpados que enrojecen los últimos rayos del sol que muere, el fantástico sueño de sus celos va tomando vida, forma, imágenes... Es como si sintiera renacer un pasado que no conociera, como si locamente recordara una escena que jamás presenció, pero que mil veces ha imaginado: ¡Eliza en brazos de Terry!
Una ola gigante se ha estrellado muy cerca, bañando a la mujer enlutada que en éxtasis doloroso soñara. Y al golpe helado del agua, los ojos de Mónica se abren como si del infierno volviese a la tierra: una hosca tierra en sombras ya, sobre la que se desbordan sus lágrimas, tan amargas como las aguas de aquel mar que la envuelve...
_ ¡Señora Candy...Señora Candy.. .! ¿Dónde está?
_ ¡Aquí estoy! ¿Quién me busca? ¿Qué quieren?
Saltando sobre las puntiagudas piedras, con su agilidad de marinero. Segundo Duelos ha llegado junto a Candy, y se detiene, contemplándola por un instante, mudo de sorpresa... Ha bajado casi hasta el fondo de aquella horrible grieta que cuando el mar está en calma hace las veces de embarcadero. Ahora, las olas gigantes se precipitan rugientes en el cañón de piedra y, golpe a golpe, sus espumas bañan el peñón por completo.
Chorreantes están los vestidos de Candy, heladas sus manos, pegados al rostro humedecido los mojados cabellos, y a la tenue luz del farol, que Segundo lleva en la mano, brillan sus claros ojos sobre el rostro pálido y descompuesto...
_ ¡Caramba! ¡Buen susto no ha dado! El patrón preguntó por usted y me mandó llamarla... La vuelta entera le he dado a los peñascos, y Kuki, por otro lado, buscándola también... Pero, ¿cómo íbamos a pensar que se había metido en este agujero? ¡Ni siquiera sé cómo pudo bajar hasta aquí...!
lentamente, Candy se serena, va regresando de sus dramáticos mundos interiores, frente al rostro curtido, rudo e ingenuo, de Segundo Duelos, y extiende la mirada contemplando el siniestro paisaje que les rodea...
—Tuvimos miedo de que hubiera querido pasar la línea de soldados, y en manos de esos brutos... Bueno, no quiero ni pensarlo. Por la tarde golpearon a dos mujeres de la aldea. Son unos salvajes, patrona. Diga usted que todavía no se lo han dicho al patrón, porque cuando él se entere... Lo conozco bien y sé cómo las gasta... ¡Venga, patrona, venga! Cualquier ola de éstas lo arrastra a uno... Usted está ya totalmente mojada, y va a hacerle daño... Tiene que tomar en seguida algo caliente y mudarse de ropa...
_ Vamos, Ha extendido la mano hacia ella, pero no se atreve a tocarla, a interrumpirla cuando Candy, parece sumergirse en una intensa lucha contra sus propios sentimientos... Bruscamente, ella parece decidirse:
_ Segundo, usted sabrá remar y manejar un bote, ¿verdad?
_ Todo lo que otro hombre haga en el mar, lo hago yo también. Es mi oficio, patrona...
_ ¿No sería capaz de llevarme esta noche a Saint-Pierre?
_ ¿A Saint-Pierre en un bote? —se extraña Segundo en el colmo de la sorpresa—. ¿Con este mar? ¿Con este tiempo?
Una vez desembarcaron del Luzbel en un bote pequeño, con un mar como éste. Recuerdo perfectamente...
—Recordará que fue el patrón... Con sus propias manos tomó los remos...
—Antes dijo usted que todo lo que otro hombre hiciera en el mar...
_ ¡Ah, caramba! Pero no conté con el patrón al decir eso.
_ Él, en el mar, es más que un hombre. En el mar y en la tierra, patrona... y eso usted tiene que saberlo mejor que nadie... tal vez... Pero no es ese el caso... Se trata de que usted no se arriesga a llevarme.
_ No, no estoy loco. Sería tanto como echarla a esa grieta, de cabeza. Perdóneme, patrona, y mándeme otra cosa.
_ Tenemos orden del patrón de obedecerla siempre, pero eso sí que no puede hacerse... —Y cambiando, de pronto, exclama—: ¡Oh...! el patrón!
_ No, no estoy loco. Sería tanto como echarla a esa grieta, de cabeza. Perdóneme, patrona, y mándeme otra cosa.
_ Tenemos orden del patrón de obedecerla siempre, pero eso sí que no puede hacerse... —Y cambiando, de pronto, exclama—: ¡Oh...! el patrón! lo había visto al alzar la linterna. Está cerca, un par de metros de ellos solamente... No lleva farol ni linterna, y su voz truena como desde el timón de su goleta:
_ Salgan de ahí en seguida... ¿No ven que está subiendo la marea? Cualquier ola de éstas se los lleva... ¡Pronto... Arriba...! ¡Fuera de aquí! ¡Es demasiado peligroso este sitio! Es; lo que yo le estaba diciendo a la señora, patrón...
Terry ha arrastrado a Candy, sin darle tiempo a protestar, a esquivar las manazas de hierro que la alzan como una leve pluma, haciéndola trepar a través de las piedras, y la lleva hasta la cabaña! en ruinas, depositándola sobre embanco de madera, casi único mueble que hay allí.
Podría parecer una cueva si sus paredes; ¡no estuviesen blanqueadas, y escrupulosamente limpio su piso de tierra.
Dos faroles de barco la iluminan con su luz dorada, y arde un alegre fuego en el tosco anafre que está junto a la puerta...
Desde su banco, Candy le mira en silencio. Ha vuelto a vestir ropas de marino, aquellas ropas que, lejos de hacerle más rudo, le hacen lucir más flexible, más esbelto, dándole un cálido e inquietante atractivo. Pero en sus magníficos ojos italianos, la soberbia ha puesto su expresión de desdén más profundo... Sin embargo, se encienden de una pasión extraña cuando miran a Candy, larga e intensamente.
_ ¿Por qué no te acercas más al fuego? Estás temblando, mojada totalmente, y no creo que haya quien pueda prestarte ni un mal vestido entre las infelices de la aldea...
_ No hace falta... Así estoy bien... No te preocupes más de mí...
—No me preocupo, pero prefiero no darle ocasión al bello
_ Anthony, para decir que te asesiné en mi cueva, en mi Peñón del Diablo...
_ Terry, te suplico que dejes el tema
—Contigo es preferible dejar todos los temas. Creo que, en efecto, no tenemos nada que hablar. Soy yo quien vanamente se empeña... ¡Bah...! ¿Para qué seguir? Se ha mordido los labios con rabia, y Candy, siente un extraño alivio frente al espectáculo de su sorda ira... No sabe por qué le siente ahora contra ella agresivo y violento, pero aquel cambio le produce un absurdo y áspero consuelo... Sí, lo prefiere así. Pero, ¿por qué esa irritación contra ella? ¿Acaso ha escuchado lo que le proponía a Segundo Duelos? ¿O le guarda rencor por aquel peligroso paseo? La voz de Juan llega, como respondiendo a sus preguntas íntimas:
_ Voy a salir para que te quites la ropa y trates de secarla al calor del fuego. Luego, puedes acostarte en una de esas hamacas y tratar de dormir. Las noches se hacen largas en el Cabo del Diablo, y no sabemos cuánto tengas que estar aquí. Ya sé qué harías cualquier disparate con tal de evadirte, pero no permitiré que corras el menor peligro. Yo seré quien provea los medios racionales para sacarte de esta ratonera, si es que las cosas siguen así. Pero entre tanto yo no lo disponga, tendrás que conformarte. ¿Has oído?
—Perfectamente. No soy sorda... puedo oír cualquier cosa que me digas
_ Y espero que obedecer cuanto yo ordene, puesto que estamos casi en estado de sitio, y todo tiene que moverse como en un barco en alta mar, a la voz mía
_ ¿Un barco en alta mar? —repite Candy, en tono algo burlón.
_ Sí. Se acabaron los paseos nocturnos, los descensos a los rompeolas y los proyectos descabellados, como los que hacías con Segundo.
_ Ya veo que nos escuchabas...
_ Les oí, que no es lo mismo. Y para cortar el mal de raíz, no saldrás de la cabaña sin mi permiso... Prefiero darte cárcel a tener que darte sepultura. Estamos rodeados de mayores peligros de lo que te imaginas.
—¿No es un pretexto para darme guardianes?
_ Tu guardián voy a ser yo mismo. Contigo no puedo fiarme ni de los mejores... los embobas, los embaucas. Lo mismo Segundo, que Colibrí, acaban siempre por hacer lo que tú mandas, lo que tú dices. Había ordenado arreglar la cabaña para ti, pero tendremos que compartirla.,. Más no te asustes, porque no hay motivo de alarma. Menos estado había en la cabina del Luzbel, y no por eso me acerqué a ti.
_ ¿Que no está en el convento? ¿Que aún no ha llegado allí? ¿Qué dices, Flanmy?
_ Es lo que le dijeron a Cirilo. El dejó las flores y la carta...
_ No sé si hizo bien. Las dejó, porque entendió que la señora
Candy, no tardaría, pero dice que, al salir, en la propia esquina, oyó hablar de los sucesos del Cabo del Diablo...
_ Parece ser que un cochero trajo la noticia, un cochero de alquiler que había llevado a la señora Candy, allí... Ese hombre fue el que dijo.
_ ¿Qué dijo?
Estaba furioso. Los soldados lo echaron de allí haciéndole perder el viaje de regreso, y obligándole a abandonar a su dienta. Parece ser que el dueño de la finca, por donde hay que pasar para ir hasta allí, ha cerrado el camino. No sé hasta qué punto pueda ser verdad o mentira, porque también oyó decir Cirilo que usted venía de ese lugar... y cuando nada ha advertido...
—Me dejaron pasar... Había soldados, pero me abrieron paso... ¡Ahora lo recuerdo, si! Entonces, Candy... ¡No, no es posible! Iré ahora mismo...
A Cirilo le aseguraron que el asunto era grave, que había unos pescadores alzados en rebeldía, y que el propio gobernador había dicho...
_ ¡El coche! ¡Un caballo... en seguida! Voy a buscar a Candy, a sacarla de allí... ¡y no habrá nadie que me lo impida!
_ ¡Anthony... hijo...!
Anthony Grand Chester, se ha detenido, mal dominando su disgusto y su ira, mientras llega Sofía, hasta apoyar las manos en su pecho...
—Hablaremos más tarde, mamá... Ahora no es posible...
_ ¡No sabes lo que pasa!
_ Lo sé. Acabo de hablar con Cirilo... Por eso quiero hablarte, que pienses un momento antes de irte así... Lo que ocurre es grave, muy grave.
—Cuanto más grave sea, más pronto necesito acudir
_ No harás sino ponerte inútilmente en evidencia. Los soldados tienen orden de disparar contra todo el que se acerque a la línea.
—Ya la crucé una vez y no ocurrió nada. No tengas cuidado, que no dispararán contra mí.
—Pasaste hace unas horas... Ahora todo es distinto... Todo Saint-Pierre tiene los ojos fijos en ese desdichado asunto.
Lo que Flanmy, iba a decirte es que el gobernador ha salido para allí.
—Una razón más para que yo no tenga inconvenientes Pero, ¿no te das cuenta que tu actitud llevará hasta el límite las habladurías?
_ ¿Qué importa, cuando se trata de Candy? ¡Por mí fue al Cabo del Diablo! ¡Por mí está sitiada entre enemigos! ¿Y pretendes que la abandone, madre?
_ Pretendo que tengas prudencia, que evites el escándalo, por ella misma. ¿Es que te olvidas ya de lo que la gente piensa, de las sospechas que flotan sobre ti? Que no sea yo la que tenga que recordarte que la sangre de tu esposa está fresca todavía...
—¡Que piensen lo que quieran, que digan lo que quieran de mí! Encontré a Ana, la interrogué... Me hizo juguete de sus caprichos, se burló de mí y de ti, madre. A ti te hizo víctima de la más sangrienta de las burlas. ¿Y aun esperas detenerme, diciendo que su sangre está fresca todavía? ¿Y aun piensas que el respeto humano me impida ir a donde el deber de mi verdadero amor me llama? ¡Ya no hay nada que me obligue a callar que quiero a Candy! Y ella me quiere a mí. Me lo ha dado a entender, me lo ha dicho, tengo su juramento y su promesa... ¡La considero ya como mi prometida!
Rosemary Grand Chester, ha corrido hacia la puerta lateral por donde saliera presuroso Anthony... Ha franqueado él, postigo para asomarse hasta la calle, cuya luz ha cambiado como si una gran nube rojiza opacara por un instante la viva luz de aquel ardiente mediodía. De pronto, el estampido de un trueno sordo y lejano, le asusta a pesar suyo... Ha buscado con la mirada a quién interrogar, pero a nadie divisa en aquella tranquila calle del más viejo y opulento barrio de Saint-Pierre... Al suave ruido que parece sonar bajo la tierra, el cielo se ha enrojecido un poco más, y después palidece... Pero ya Rosemary, no mira al cielo, no alza la vista hasta la hosca cima del Mont Peleé. volcán dormido desde sesenta y tres años atrás... No teme nada del gigante terrible a cuyos pies bulle la ciudad populosa y opulenta, ambiciosa y febril, henchida de luchas y pasiones... Sólo mira el lujoso cochecillo que cruza frente a ella en carrera insensata, guiado por las manos de su hijo... Sólo el fuego de las pasiones desatadas parece sacudirla, al sentenciar:
_ Tengo que defenderlo... ¡Tengo que salvarlo de sí mismo!
—¿Viste, Segundo? ¿Oíste los tres truenos?
_ Sí... vi y oí... Déjame tranquilo...
Acodado en la ventana más alta de las que miran al camino, el anteojo de larga vista tendido. Segundo Duelos observa el ir y venir de uniformes tras la línea guardada por soldados, entre el cortante espinazo de los farallones y el apretado verdor de la espesa manigua.
- A mí me dio miedo, pues esos truenos no fueron en el cielo. Yo los sentí como debajo de las piedras, como si el mar se entrara hasta aquí mismo por debajo del piso... Y el sol se puso feo...
-Se puso feo, pero ya está bonito. ¿Quieres dejarme tranquilo, Kuki?
_ ¿Y tú no ves allá arriba, en el monte? Vuelva el anteojo y mira. Segundo.
—Lo que tengo que mirar, porque lo mandó el patrón, es a los soldados, que no están precisamente allá arriba.
—Pero mira un momento... ¿Viste alguna vez una nube negra como la tinta? Hay una nube chiquita, negra, negra.
_ ¡Mira... otra! ¡Es el monte que echa nubes por arriba!
¿Qué es eso? ¿Segundo? ¿Hay gente allí?
_ ¿Gente en el Mont Peleé? No digas tonterías. ¿No ves que no se puede subir? Ni hasta la mitad siquiera llegó nunca nadie. El Mont Peleé era un volcán, pero se apagó cuando ni tú, ni yo, ni mi madre siquiera, habíamos nacido. Mi abuela dice que lo vio arder una vez cuando, 'era' jovencita...
—¡Ah!, ¿sí? ¿Ardía la montaña? ¿Y cómo ardía?
Echaba por la boca piedras encendidas y unos ríos de fuego que acabaron con todas las siembras de por allí. Y dicen que temblaba la tierra y que las casas se caían...
_ ¡Ya se borró la nube Segundo... se borraron las dos! — señala Kuki con cierto entusiasmo.
_ Sí... se borraron las nubes, y tú me distrajiste —se queja Segundo, malhumorado—. ¿Dónde se metieron aquel coche y aquellos soldados que estaban en el camino? El patrón me mandó mirar desde aquí hacia dónde iban.
_ Mira a ver si eso importa más que las nubecitas de tinta.
_ Ahora, si me pregunta, le tendré que decir que por hacerte caso a ti...
_ ¡Segundo... Anguila... Martín...! —le interrumpe la voz de Terry, que llama imperioso
—¿Qué pasa, patrón? —pregunta Segundo acercándose todo sofocado. Todos han corrido: hacia la puerta donde la voz de Terry, los llama con un grito. También, por el camino de la playa, suben los pescadores más jóvenes, empuñando hachas, remos y cuchillos, como sus únicas armas disponibles...
_ ¡Miren todos... miren...! —señala Juan exaltado—. El gobernador acaba de irse... aquella nube de polvo es su coche que se aleja por el camino. Ha rehusado la entrevista que pedí, se ha negado a escuchar nuestras razones, a oírnos; pero siguen abriendo zanjas y levantando cercas... ¡Se nos ha negado hasta el derecho de pedir justicia! ¡Pero no vamos a consentirlo! Si no quieren oírnos, arrasaremos con esos soldados polizontes y nos haremos la justicia por nuestra propia mano.
_ ¡Patrón...vuelve el coche! —avisa_ Viene un coche. sí. Pero no el del, gobernador... Es un coche chiquito —explica Segundo. ¡Lo detienen! ¡No.… ya le abren paso, pero no sigue! —
Terry, ha avanzado, descendiendo a saltos por los ásperos riscos. Quiere reconocer al hombre joven, vestido de blanco, que dé pie en el pescante del cochecillo parece discutir furiosamente con los soldados policías... Tras él ha corrido Segundo, que llama:
—Patrón... Patrón, ¿a dónde va? ¿Qué es lo que ha visto?
—¡Ese hombre es Anthony Grand chéster! ¡Quiero saber qué e s lo que viene a buscar aquí!
_ ¡Terry... Terry...! —la voz de Candy, lo ha herido, lo ha obligado a detenerse un instante, volviendo la cabeza para verla correr hacia él, gritando—: ¡Terry! ¡No... ¡No vayas allí! ¡No te acercarás a él... no he de consentirlo!
_ Es él quien me busca!
—¡No te busca a ti!
—¡Peor, si es a ti a quien se atreve a venir a buscar en presencia mía! ¡Te juro que...! ¡Déjame, Candy!
Un momento se ha desprendido de las manos de Mónica y, marcha hacia la línea donde Anthony Grand Chester, salta ya del pescante, llegando hasta el límite, donde un oficial le detiene:
_ ¡Hasta aquí, señor Grand Chester! hasta aquí! ¡Ni un paso más!
_ ¡Estoy autorizado por el gobernador para entrar a buscar a esa dama, que tiene que volver a Saint-Pierre conmigo! ¿No estaba usted a mi lado? ¿No oyó lo que el gobernador me dijo?
—¡El gobernador dio su permiso para que esa dama saliera, no para que pasara usted allí!
_ ¡Es usted un...! —se enfurece Anthony.
—¡Cuidado, señor Grand chéster! ¡No me obligue a tomar las peores medidas! —amenaza el oficial—. ¡Tengo orden de hacer disparar sin contemplaciones, de sofocar en sangre el motín! —Y alejándose un poco, ordena—: ¡Armas al pecho, centinelas! ¡Listos para disparar contra esa chusma si se nos viene encima!
Anthony ha visto a Candy... Con ira y angustia la ve luchar con Terry, forcejear logrando detenerlo, mientras la enfurecida grey de pescadores avanza también, siguiendo a los hombres del Luzbel, que han sacado del cinto los cuchillos.
_ Pronto... Pronto... Llame a esa señora y llévesela de aquí! ¿No ve que esa gentuza se amotina? —apremia el oficial acercándose, exaltado, a Anthony—. ¡Que cruce ella sola la línea! ¡Haré disparar contra cualquiera de los otros que dé un paso más!
—¡Candy, tú sola tienes el paso libre! ¡Ven! ¡Cruza tú sola la línea! ¡Pronto! —grita Anthony.
_ ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué dicen?
Es la cólera, más que los débiles brazos de Candy, lo que ha hecho detenerse a Juan a escasos veinte metros de la línea que guardan los soldados en doble fila. A una orden del teniente, se han echado a la cara los fusiles, apuntando al abigarrado grupo; pero Juan del Diablo no parece advertir su amenaza...fija sólo su mirada relampagueante en el hombre que parece acogerse al amparo de los soldados policías...
Es la cólera, más que los débiles brazos de Candy, lo que ha hecho detenerse a Terry, a escasos veinte metros de la línea que guardan los soldados en doble fila. A una orden del teniente, se han echado a la cara los fusiles, apuntando al abigarrado grupo; pero Terry, del Diablo no parece advertir su amenaza...fija sólo su mirada relampagueante en el hombre que parece acogerse al amparo de los soldados policías...
_ ¡Ven, Candy! —llama Anthony— ¡Sal en seguida!
_ ¡Después no te dejarán salir! ¡Ven, Candy, ven ahora mismo!
—¿Por qué no llegas tú a buscarla hasta aquí? —grita Terry, furioso—. ¡Cobarde! ¡Canalla!
_ ¡Alto! ¡Alto! ¡Alto, Terry, del Diablo, o doy la orden de fuego! —amenaza el teniente.
—¡Déjala salir! —insiste Anthony—. ¡Sólo ella puede cruzar la línea! ¡Déjala salir! ¡Si eres hombre, déjame salvarla...
_ ¿Que si soy hombre? ¡Ya verás! —Ciego de rabia, fuera de sí, Terry, ha dado unos, pasos en dirección a Anthony, cruzando apenas la línea que defienden los soldados, y en el mismo instante suena un disparo y Terry, se desploma en tierra...
—¡Han herido al patrón! ¡Lo han matado! —grita Segundo enfurecido, y azuza a la muchedumbre ¡Canallas... Asesinos. ..! ¡A ellos! ¡A ellos!
_ ¡Fuego! ¡Fuego! —ordena el teniente gritando como desesperado ¡Al frente los de la segunda línea! ¡Fuego!
En un instante se ha desencadenado el motín, y el griterío de la muchedumbre, que ataca enardecida, se confunde con los disparos y los ayes de dolor. Y por entre esa barahúnda de voces de mando y de gritos, se alza la voz angustiada de Candy:
_ ¡Terry... Terry de mi vida!
Esta historia Continuará….
Otro capítulo de Corazón Salvaje, es una adaptación de la inigualable escritora Caridad Bravo Adams, este año a cabo esta adaptación como otras historias que me faltan terminar. Ya retomé mi historia del Ballet ahora solo falta mi historia del profesor.
Por favor no olviden de dejar sus comentarios.
Ahora contestare sus comentarios en mi sección favorita.
Marialuisa Casti: Gracias por sus comentarios, hermosa, gracias por seguir esta adaptación hasta el final.
Mia Brower Graham de Andrew: Gracias por tus comentarios, prometo publicar más seguido.
Elvia Soam: Gracias por tus comentarios como siempre.
Nilda Manno: Gracias por tus comentarios e animarme a seguir con esta adaptación.
Doris Nunez: Muchas gracias por tus comentarios.
Guest: Gracias por sus comentarios como sea este año termino esta adaptación.
Quiero agradecer a todas las personas que se animan a dejar un comentario y a las que leen silenciosamente, por favor no olviden de dejar sus comentarios, gracias a todos los que me apoyan.
He Publicado historias nuevas para que me lean y me comenten las que desean pueden leerme, ya vamos 99 historias, la ultima es del profesor y otros pequeños fic que pienso compartir,
Un agradecimiento especial a Blanca G, Carol Aragón, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrew, SARITANIMELOVE, Cecilia Rodríguez, todas las que leen.
Con un abrazo inmenso a la distancia y les deseo a todos unos prósperos años nuevos, espero que este año 2023 le vaya mejor a cada uno de nosotros y que se pueda cumplir todos nuestros sueños, les deseo un gran año nuevo,
Prometo este 2023 terminar con esta bella adaptación.
Me despido con un fuerte abrazo.
Continuaremos con las que faltan
Bendiciones
Maggie Grand.
