Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.

Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy

Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)

Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…

Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.

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TERCERA PARTE

JUAN DEL DIABLO.

TERRY PIRATA.

Capítulo 27

Candy, ha retrocedido, ha ganado las estribaciones de piedra negra... Por el camino de la playa aparece una sombra... dos hombres se han movido tras la ventana de la casa en construcción. Sintiendo que el despecho quema sus mejillas, Anthony, sale de las tierras de Terry del Diablo...

—¿Por qué no te has ido, Candy?

Incorporado en aquel lecho de campaña, estrecho y duro como una camilla, pregunta Terry, mirando cara a cara a Candy, que se ha acercado a él sintiendo que vacilan sus piernas. De un pálido que se las adelgaza, que le hace parecer blanco y frío, están las mejillas de Terry, y empapados de sangre aparecen los vendajes que le cubren el hombro y el pecho, pero su acento suena sereno y firme:

—Nuestra situación es crítica, Candy. Hiciste mal perdiendo la oportunidad de salir...

—¿Cómo sabes...? ¿Kuki?

—Nada dijo Kuki. A pesar de mis consejos y de mis sermones, a la hora de la realidad siempre está de parte tuya y no mía.

Supongo que el pobrecillo es una víctima más de tu influjo irremediable... La mayor parte de las gentes que conozco, se dejarían matar por ti...

Es que yo... Oí cuanto dijo Colibrí cuando entró a llamarte... Luego, hice un esfuerzo para asomarme a esa ventana y te vi ir a su encuentro... Desde luego, pensé que no volverías...

—¿Es posible, Terry? —sé duele Candy—. ¿Hubieras querido...?

—Me molestaba la idea de que fuese con él; pero, de cualquier modo, era una salida, y, por una vez, el caballero Grand chéster, se portó lisa y llanamente como un hombre, negándose a abandonarte en este sitio...

—¿Eso es todo lo que se te ocurre pensar? Si hubiera entendido lo que ese imbécil me gritaba cuando me acerqué al poste... te hubiera dejado ir...

Candy, se ha acercado a Terry, hasta sentarse en la orilla de la estrecha cama de tablas, obligándole a reclinar otra vez la cabeza en la almohada, mirándolo muy de cerca, con su mirada ardiente e inquisitiva, como persiguiendo la emoción que él oculta, como espiando el sentimiento a través de aquel rostro broncíneo...

—¿De veras no entendiste lo que él quería?

—Tal vez sí, pero en aquel momento me cegó la ira. Hubiera preferido matarlo y matarte antes de consentir...

—¿Hasta ese extremo, Terry? —inquiere Candy, sintiéndose algo halagada.

—¡Sí! Qué tontería, ¿verdad? Al fin y al cabo, soy tan estúpidamente soberbio como si fuera un Grand chéster, legítimo. A veces, hasta a mí mismo me asquea y me crispa el ramalazo de orgullo y de amor propio que me legó, seguramente al darme la vida, aquel don Richard Grand chéster, que por un triste azar fue mi padre...

Candy, se ha indignado más sobre el herido, tomando entre sus manos blancas la de él, ancha, tostada y firme... Siente que el alma se le llena de comprensión y de ternura; y con todas sus fuerzas la contiene para no dejarla rebosar, para no entregarse, rendida y vencida, mientras, como temiendo que le delate la luz de sus pupilas, Terry del Diablo entorna los párpados sobre los negros ojos italianos...

—¿Hubieras querido de verdad que me fuera, Terry? — Candy, ha temblado esperando la respuesta, ha sentido acelerarse el pulso de Terry, bajo sus finos dedos, pero el eterno desconfiado y resentido que hay agazapado en el corazón de aquel hombre le hace dar por respuesta otra pregunta

—¿Y por qué no habías de irte? ¿Qué razón, qué motivo tienes tú para estar aquí?

_Me gusta pagar mis deudas —declara la altiva Candy de Andrew, con una sonrisa a flor de labios—. No soy nada olvidadiza... Recuerdo un lecho como éste... Me recuerdo enferma, postrada, desesperada, sin más esperanza que morir, y el hombre a quien yo creía mi mayor enemigo, sentado a la cabecera de aquel lecho, disputándole a la muerte mi triste vida. Ahora se han trocado los papeles, y aunque la situación es distinta, podemos compararla... Estás acorralado y herido, como yo estaba desesperada y enferma. Y, como tú entonces, no te abandonaré, Terry, ¡no te dejaré morir...!

Candy, ha hablado enmascarando con una sonrisa la cálida oleada de ternura que inunda su alma, entregándose a medias, defendiéndose, ya casi sin fuerzas para hacerlo, de aquel sentimiento que llena su vida, mientras Terry, saborea cada una de aquellas palabras como una amarga y codiciada golosina... Terry del Diablo, el eterno desconfiado, el inconforme contra su suerte y su destino, el resentido contra el mundo entero, que no sabe extender las manos para tomar la dicha... Y mientras entorna los párpados, pasa la mano de Candy, sobre su frente como una suavísima caricia... Si el abriera los ojos, si le entregase en una mirada todo lo que en su corazón siente bullir... Pero el hombre que no tembló ante las tempestades, tiembla ante el azul de aquellas pupilas, teme hallarlas burlonas y frías, y habla sin mirarla, con terca obstinación de niño:

—Creo que exageras las cosas... El caso no es el mismo... Por atenderte un poco, yo no corría ningún peligro.

—El contagio... Mi fiebre era contagiosa, y tú lo sabias... Me Viste adquirirla en los barracones... Fue un milagro que en todo el Luzbel no hubiese más enfermo que yo... Cualquiera, en tu lugar, me habría dejado en el primer puerto... En María Galante, ¿verdad? Con tu doctor Faber... Eso era lo que tú querías —reprocha Terry con cierta rudeza.

—Tal vez tú también hubieras querido esta noche verte librado de mí... Trémula y contenida, Candy, ha vuelto a aguardar su respuesta, pero Terry, se defiende todavía, busca un término medio, una salida para no confesarse:

—No fue por mí que te lo dije... Sólo pensaba en el peligro, por ti, para ti...

—¿Tú no hablas nunca por tu propia cuenta, Terry?

—Algunas veces, pero no contigo —vacila Terry—. ¿No crees que son demasiadas preguntas para hacerle a un herido?

—Tal vez... Pero tú no tienes aspecto de sentirte muy mal... Antes me engañé... Se engaña una contigo... Pensé que estabas sin sentido, y sin embargo escuchabas hasta la última palabra dicha a media voz... Creí que no tenías fuerzas ni para abrir los ojos, y fuiste hasta la ventana... Imaginé que necesitabas mis cuidados, y probablemente reniegas de la casualidad que me trajo aquí...

—Yo no reniego...

—Entonces, ¿qué te pasa? ¡Dilo...!

—Sencillamente, que me abrumas, Candy. Siempre tomas el camino más duro, el más espinoso, el más difícil, y cuando uno piensa que tuviste alguna razón personal para hacerlo, como le ocurre a todo el mundo, resulta que sólo obrabas conforme a tu conciencia y que te conformas con la satisfacción del deber cumplido. Con razón quisiste refugiarte en el claustro... Es demasiada perfección para la vida, para la triste y vulgar vida...

—¿Por qué hablas así? ¡Tus elogios saben a sarcasmo, Terry, del Diablo!

—Con qué ganas lo has dicho: Terry del Diablo... Dicho por ti, en esa forma, llega a dolerme el nombre... Si hubiera dicho Terry de Dios, habrías respondido lo mismo... Contigo no se acierta... De un modo o de otro, protestas lo mismo...

—¿Por qué tienes que decirme si soy de Dios o del Diablo? Llámame Terry a secas... Te dará menos trabajo el decirlo. Y será más exacto. Creo que no te falta razón... No eres de Dios ni del Diablo... Eres de ti mismo... Tan duro, tan cerrado, tan egoísta como una de esas rocas que no conmueven las olas golpeándolas mil años... Bueno... ¿qué le vamos a hacer? Supongo que es mejor así...

—¿A dónde vas, Candy?

—A llamar a Segundo para que se quede contigo... ¿Qué te pasa? ¿Qué quieres?

—No te vayas así... Acércate un poco... Hay algo que quiero decirte, pero... no tengo muchas fuerzas, ¿sabes?

—Supongo que finges debilidad, como una burla más... — A pesar de sus palabras, ha acudido solícita, ha tocado su frente, su pulso; ha mirado con angustia la sangre que empapa sus vendajes, y observa:

—Hay que cambiar esos vendajes... Te ha vuelto a sangrar la herida... Naturalmente, si no estás quieto... ¿Qué necesidad tienes de incorporarte ni de asomarte a ninguna parte? Eres peor que un niño... Cien veces peor que un niño...

—Ya me va pasando... no te preocupes... En realidad, deseo que te quedes aquí... No me respondas nada a lo que voy a decirte...

—No me digas nada ahora... Creo que de veras estás débil... —Y alejándose un poco, abre la puerta y llama—: ¡Kuki... Kuki...! Busca a Segundo... Dile qué traiga agua hervida y las vendas que le di antes para ponerlas a secar... Anda. Corre... —Ha cerrado la puerta y acercándose al lecho, ofrece—: Aquí hay un poco de vino... Toma unos tragos... Es lo único de que disponemos...

Ha apoyado la cabeza oscura en sus rodillas, haciéndolo beber poco a poco aquel vaso de vino que hace colorearse de nuevo las tostadas mejillas... Suavemente separa los húmedos y rizados cabellos de la frente y enjuga el sudor con su propio pañuelo, mientras una desconocida sensación, como de inmensa dicha, la hace casi desfallecer...

—Candy, hay algo que quiero decirte, aunque ya te pedí que no me respondieses nada... Pero es preciso que lo diga... ¡Oh, Candy! ¿Estás llorando?

—¿Llorando yo? —intenta negar Mónica, disimulando su dulce emoción—. ¡Qué tontería! ¿Por qué había de llorar...?

—¿Llorando yo? —intenta negar Candy, disimulando su dulce emoción—. ¡Qué tontería! ¿Por qué había de llorar...

—No sé... A veces no sé nada... Peco de torpe o me paso de listo...

—Más vale que cierres los ojos, que intentes reponerte... Si lo que me tienes que decir son las señas de algún tesoro escondido en alguna isla, espera que llegue el segundo de tu barco... Es lo clásico, ¿no? La herencia de Juan el pirata... ¿Así te gusta más? Ni de Dios ni del Diablo...

—Candy, antes no te respondí como debía... A veces tengo la sensación de que me porto como un salvaje contigo... Ya te pedí que no me respondieses nada... Óyeme solamente, óyeme, y si no te gusta lo que escuchas, olvídalo... Te agradezco de un modo infinito el que no te hayas ido... No digas nada... Quiero imaginarme yo mismo lo que querría que me respondieses...

—¿Puedo saber qué es lo que querrías que yo contestase? — indaga Candy sin poder dominar su intensa emoción

—Aquí están los vendajes y el agua hervida... ¿Está peor el patrón? — Segundo ha mirado los ojos de Candy, húmedos de llanto; luego, ha visto el rostro de Terry, demacrado, palidísimo... ha mirado la sangre que empapa ya la blanca camisa y, alarmado, opina

_ ¡Hay que cambiar los vendajes, patrona, se ha vuelto a abrir la herida...! Y con la habilidad de un soldado, Segundo se pone a la tarea de cambiar los vendajes, mientras Candy, se acerca a la ventana abierta sobre el mar y aspira el aire fresco, que parece devolverle la vida...

—Segundo, ¿dónde está Candy? —pregunta Terry con voz débil y baja.

—Ahí mismo, en la ventana, mirando al mar, patrón. ¿Quiere que le diga que usted...

—No... Déjala... Oye, Segundo, si quisieras a una mujer más que a tu propia vida y pensaras que ella quiere a otro y que junto a ese otro puede ser feliz, ¿la retendrías a tu lado? ¿Dejarías que corriera la triste suerte que es tu destino con tal de verla cerca de ti, con tal de escucharla, de sentirla, de soñar a veces que puede llegar a amarte? ¿Lo harías Segundo?

—No sé bien lo que me dice, patrón... Pero yo digo... ¿Qué puede importarle a uno una mujer que no lo quiera? No sé si es responder, pero...

—Es responder. Segundo... Has respondido... — Con desaliento, Terry ha dejado caer los rendidos párpados, como abrumado por una repentina fatiga. Segundo acaba su trabajo y da unos pasos indecisos, mientras Candy, se acerca a él ligera e interrogadora...

—Ya está... Creo que el patrón necesita dormir... Tiene mucha fiebre, y me parece que delira... Debería... quedarse tranquilo...

—Se quedará. Segundo. Vete... Yo estoy con él... — Largo rato ha aguardado Candy para acercarse al lecho. Desde lejos le mira, hasta que el ritmo de la respiración de Terry, se hace más acompasado, hasta que le parece que está dormido. Entonces se aproxima paso a paso, mirándole con el alma en las pupilas.

Ahora sí puede envolverle en la ola gigante de su ternura, y, sin querer, piensa que, bajo aquel mismo techo, agrietado y miserable, corrieron los días más amargos de la vida de aquel hombre que no supo, de niño, de sonrisas y caricias... Tal vez estuvo enfermo muchas veces entre aquellas paredes inhóspitas, y sólo la Providencia cuidó de conservar su vida...

_ ¡Cómo querría inclinarse sobre la morena cabeza, cubrir de besos su frente, sus mejillas, sus labios ahora pálidos, arrullarle en sus brazos como si otra vez fuese un niño! Ahora, herido e indefenso, el amor de Candy, toma para él una forma distinta...

_ Quiere estar cerca, respirando el aire que él respira... Sus rodillas se doblan y queda acurrucada allí, junto a él, sobre el desnudo suelo, mientras susurra:

—Terry... Yo sé que me amas, pero abecés siento que no, Si tú me amaras de verdad...

Candy se ha alzado del duro suelo junto al lecho de Terry, donde un instante cayera rendida por el sueño y el cansancio...

Aun temblorosa, va hacia la ventana abierta de par en par... Una pequeña sombra oscura se mueve entre las piedras, y Candy, le reprocha:

—¿Qué haces ahí Kuki? ¿Por qué no duermes? ¿Qué te pasa?

—No me pasa nada... Estaba aquí por si usted me llamaba... No puedo dormir, porque tengo mucho calor... Hay que ver el calor que hace... Y el cielo está otra vez colorado, mi ama. ¿Se fija? Kuki, se ha acercado a la ventana del lado exterior, hasta apoyarse también en el marco, donde las manos de Candy, se crispan. Con la mirada ingenua de sus grandes ojazos, contempla aquel cielo cargado de nubes rojizas, panzudas y espesas; aquel cielo tan bajo, que parece una inmensa lona tendida sobre el áspero paisaje; tan espeso, que a su través no se ven los picos de las montañas... Candy, no alza la cabeza. Sus ojos van por los caminos de la tierra, rebuscan con ansia entre la línea de soldados, y le da un vuelco el corazón al no divisar ya el cochecillo de Anthony... Y con ansia, pregunta a Kuki:

_ ¿Se fue ya el señor Anthony?, ¿verdad?

—Sí, mi ama. Se fue, y cambiaron dos veces la guardia... Y allá abajo, los pescadores están arreglando una lancha grande... —Y bajando la voz, explica en tono de misterio—: No quieren decírselo a nadie... Quieren salir de aquí por el mar, y cuando estén del otro lado, poner un barril de pólvora entre los arrecifes, debajo del campamento donde están los soldados, y prenderle fuego con una mecha muy larga, para que se mueran todos...

_ ¡Pero eso es un crimen, un verdadero asesinato que Terry, nunca va a autorizar!

—Ellos no quieren que lo sepa el amo. Están furiosos porque lo han herido y porque otro de los cuatro que hirieron ayer, el hermano de uno de los contrabandistas, se está muriendo ya...

—¡Conseguirán que nos maten a todos! ¡Eso es lo único que conseguirán!

—Eso le dijo Segundo a mi amigo Stear e Martin, y éste contestó que no le importaba nada con tal de vengar a su hermano, porque lo que más tira en este mundo es la sangre... Y Segundo contestó que a él le importaba más el patrón que toda su familia junta... que el patrón era más que su hermano, y más que su padre... Y yo digo que es verdad, pues el patrón le salvó la vida a Segundo, y a mí también, mi ama... Pero, ¿está usted llorando?

—No, Kuki, solamente pensaba... ¿En qué pensaba, mi ama? En que está muy malo el patrón, ¿verdad?

—No, Kuki, no creo que esté tan mal. Pienso en que nada hay más negro que ese odio monstruoso que a veces brota entre hermanos, ni peor rencor que el que puede levantar nuestra propia sangre...

Se ha vuelto temblorosa para mirar a Terry y entre las sombras que envuelven la oscura cabaña cree ver unos ojos, unos labios encendidos, unas manos blancas, una forma imprecisa que parece llenarlo todo, apoderándose de Terry, obligándola a retroceder como si un pasado invencible se alzara separándola del esposo a quien ama, y corren en silencio sus lágrimas... aquellas amargas lágrimas de renunciamiento, que tantas veces ha derramado...

Esta historia Continuará…

Un capítulo más de mi adaptación de la novela Corazón Salvaje, de la escritora Caridad Bravo Adams, solo falta la última parte del libro, gracias a todos por su apoyo en esta adaptación por favor no olviden dejar sus comentarios, en esta y en mis otras historias...

Ahora contesto sus comentarios en mi sección favorita.

Mia Brower Graham de Andrew: Gracias por tus comentarios amiga bella.

Guest: Gracias por dejarme un comentario.

Marialuisa Casti: Gracias por tus comentarios amiga bella.

Nilda Manno: Gracias por tus bellas palabras e siempre apoyarme en esta adaptación, prometo en cuanto termine mi adaptación, lo público todo el grupo de corazón salvaje desde principio a final.

Daniel Mendoza de Grand: Gracias por seguir esta bella adaptación, me alegro saber que te gusta mucho.

SARITANIMELOVE: Gracias por seguir esta bella historia y dejar tus comentarios, aunque sea tarde pero siempre me lees y eso me gusta, espero que puedas comentarme y leerme las otras historias.

Ferrer G: Gracias por tus palabras y seguir esta historia, me encanta saber que te agrada esta bella adaptación.

Edith Grandchester: Gracias por tus comentarios, espero que me sigas hasta el final.

Un agradecimiento especial a Blanca G, Carol Aragon, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrewm, SARITANIMELOVE, Cecilia Rodriguez, Nilda Mano, Marialuisa Casti y todas las que leen.

Agradezco a todos por sus comentarios y a las personas que leen silenciosamente, gracias por su apoyo.

Prometo este 2023 como sea terminar con esta bella adaptación.

No olviden dejar sus comentarios en esta y en mis otras historias, gracias a sus comentarios me anima a seguir escribiendo

Me despido con un fuerte abrazo.

Continuaremos con todas las historias que faltan

Bendiciones

Maggie Grand.