Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.

Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy

Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)

Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…

Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.

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TERCERA PARTE

JUAN DEL DIABLO.

TERRY PIRATA.

Capítulo 28

Emilie Eloy de Andrew, se ha sentado una vez más en el lecho, escuchando sobrecogida aquel sordo acercarse de tamboras que durante toda la noche ha estado oyendo... La tenue luz de una lámpara, piadosamente colocada a los pies de la imagen que preside la alcoba, extiende por la estancia una luz tibia, temblorosa, cuyo pálido reflejo parece aumentar la congoja que llena el corazón de aquella madre... Ha ido hacia la ventana que da a la galería. Durante las horas interminables de aquella noche, inútilmente ha querido llamar a las doncellas, tirando de las borlas de seda que cuelgan cerca de la cama... Ahora, una especie de terror pueril le salta a la garganta haciendo apagarse su pena un instante, y llama en voz alta:

—¡Petra... ...! ¿Es que no hay nadie? ¡Dios mío! ¿Qué es esto? ¿Qué pasa? ¡Padre Francis que!

La sombra que cruzaba cerca, se aproxima solícita. Es el sacerdote, huésped forzoso de la opulenta casa de Campo Real, y su pálido rostro adelgazado parece tan inquieto como el de Elroy al interrogar:

—Elroy, ¿qué tiene? ¿Qué le pasa? ¿Quiere algo?

—No; pero ese silencio primero... y luego... luego ese ruido, esa música... ¡Es indigno que los trabajadores estén de fiesta, que cuando apenas se han secado las flores que cubren la tumba de mi hija...!

—Esa música que usted oye Elroy, no es de fiesta. Conozco bastante los sones nativos de estas gentes, y eso no suena a fiesta, .al contrario...

En la penumbra de la galería. Emilie Elroy Andrew se ha acercado al sacerdote, y juntos miran, con una especie de invencible espanto, el extraño cruzar de aquellas formas negras...

Es un rito fúnebre, y al mismo tiempo... Escuche, Emilie, escuche bien: algunos hablan... A ver... Sí...Dicen una rara palabra en lenguas africanas, que significa lo mismo en varias de ellas... Es la única que entiendo de todas las que van pronunciando. Significa venganza. Esas gentes van pidiendo venganza... Y además, llevan algo, como una camilla con un cadáver...

_ ¿De quién? ¿De quién?

—No sé... no puedo adivinar, hija mía. Todo esto es tan extraño...

Llame usted a alguien Padre. Las doncellas no responden, pero la casa está llena de criados...

—No hay ninguno en la casa. Estamos totalmente solos, ¿Totalmente solos? ¿Qué dice usted Padre? Sabía que Candy se había ido, pero los demás... se fue casi en seguida, y la señora De Grand chéster, no tardó también en seguir viaje, llevándose con ella a Flanmy y a sus criados de .más confianza...

_ ¡Tengo miedo Padre! Debemos volver a la capital... debemos irnos... debemos irnos...

—Ya lo he pensado, pero no hay a quién pedir un carruaje

_ ¿Y George?

—No sé. Le vi salir temprano capitaneando el grupo de trabajadores armados que él llama vigilantes. Mucho me temo que todo el mundo esté aquí contra él, y si la señora de Grand chéster, hubiera querido escucharme, hace tiempo habría puesto coto a sus abusos y a sus crueldades.

—¡Los Grand chéster ... los Grand chéster...! —murmura con rencor doloroso—, ¡Por ellos ha muerto mi hija... por ellos está muerta mi Eliza! ¡Lléveme de aquí! ¡Padre Francis que, no quiero pisar más esta tierra...! ¡Quiero irme lejos de esta casa, donde no les vea ni les oiga más!

_ ¡Calle, Catalina! ¿Oye usted? Gritan allá, junto a las barracas...

Y vienen hacia acá con antorchas... Esos gritos parecen amenazas. ¡Vámonos de aquí... vamos! Llegaremos hasta, la iglesia... Junto al altar podremos refugiarnos...

—¿Refugiarnos? ¿Cree usted que vienen contra nosotros?

—Sus gritos son de venganza. Algo les ha hecho estallar, rebelarse... Parece que persiguen a alguien que va a caballo... Pero, ¡vamos, vamos!

La ha hecho bajar las escaleras, cruzar con paso rápido los jardines laterales, pero el jinete perseguido se acerca ya a la casa, haciéndoles detenerse paralizados por la sorpresa. El caballo ha caído muy cerca de ellos, mientras salta el jinete librándose milagrosamente de quedar aplastado. Es George, el mayordomo de los Grand chéster, que, rotas las ropas y el rostro ensangrentado, deshecha toda su soberbia por el espanto que le hace temblar, alza hacia la anciana dolorida y el viejo sacerdote, las manos implorantes:

_ ¡Defiéndame... ampáreme! ¡Van a matarme, Padre Francis que van a matarme!

_ ¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que pasa? —pregunta el sacerdote.

—¡Me hirieron a pedradas y me persiguen como chacales!

Hallaron muerta a Kuma en el camino... Quieren vengarse matándome a mí, matándolos a todos, prendiéndole fuego a casa... ¡Son demonios... me matarán! ¡Ya vienen...! ¡Ampáreme...! ¡Hábleles, Padre!

_ ¡George... George...! ¡Muera... Muera...! —se oye una voz lejana—. ¡Justicia contra George! ¡Al ama! ¡Al ama!

—Buscan a la señora De Grand chéster... No saben que no está... Piden justicia... justicia contra usted, George —comenta el viejo sacerdote.

_ ¡Lo que quieren es ahorcarme, matarme a pedradas! —gimotea Bautista, dominado por el pánico—. ¡Mire mi sangre,

_ Padre, ¡mire mi sangre! Ya se atrevieron a atacarme esos canallas... Mataron a dos de los vigilantes que trataron de defenderme... Los demás se han pasado a la canalla...

—¡Jesús! ¡Vienen también por este lado! —avisa Elroy Me matarán...! ¡Sálveme! —suplica George terriblemente aterrado.

—Por desgracia, creo que no está en mi facultad el hacerlo apunta el Padre Francis que. Y ante los gritos que ya suenan más cerca, apremia—: ¡Pronto... a la iglesia! ¡Vamos...!

Una de las piedras, lanzada al azar, ha dado en la 'rodilla de George, haciéndole caer, obligándole a detenerse, mientras el sacerdote, tras medir el peligro de una mirada, corre hacia la cercana iglesia llevando casi en brazos a la espantada Elroy...

—¡Muera George...! ¡Muera el ama! —clama una estentórea y ronca voz—. ¡Allá va el ama...! ¡También a ella...! ¡Muera!

El Padre Francis que, ha logrado hacer saltar el cerrojo de la pequeña puerta del templo, y manos trémulas la cierran tras él... Son algunas de las antiguas criadas de la casa De Grand chéster, que se refugiaron allí, temerosas también de las posibles represalias de aquella muchedumbre enloquecida y ciega... Locas de espanto, afirman la puerta arrastrando los bancos, mientras el sacerdote lucha en vano por soltarse de las crispadas manos de Elroy, que, dominada por el espanto, suplica:

—¡No me deje! ¡Padre! ¡Me toman por Sofía! ¡Van a matarme

_ ¡He de socorrer a George! ¡A él sí le matarán sin remedio! ¡Déjenle paso!

—¡Ya están aquí, padre! ¡Que no abran! —recomienda Elroy asustada por los feroces gritos de la levantisca muchedumbre

—. ¡Nos matarán a todos... a todos!

La alta ventana de vidrios emplomados ha caído destrozada por un golpe certero... Dejando sobre un banco el cuerpo desmayado de Elroy, el Padre Francis que acude a la puerta frontal, descorre con esfuerzo los cerrojos del postigo, y lo entreabre lentamente.

La muchedumbre se aleja ya, va hada la casa, tomada por asalto por algunos adelantados; cómo demonios, cruzan pisoteando los floridos jardines, agitando las teas incendiarias, destrozando cuanto tropieza a su paso, arrastrando como un trofeo el destrozado cuerpo, ya sin vida, de un hombre blanco.

Paralizado de angustia, el sacerdote sólo acierta a alzar la trémula diestra, mientras se agrandan sus ojos frente al horror del espectáculo, y es una oración lo que acude a sus labios Señor... ten piedad de su alma

—¿Da usted su permiso, señor gobernador?

—Por supuesto, Anthony. Pase, pase y siéntese. No puedo negarle que sólo por tratarse de usted le he hecho pasar...

—Supongo que la hora es absolutamente intempestiva; pero, recordando la antigua amistad que ligó a usted con mi padre...

—Ya le he rogado que se siente. Ahora traerán café para los dos.

Conteniendo el disgusto, disimulando el mal humor bajo la perfecta cortesía a que se siente obligado, el gobernador de la

Martinica ha hecho una seña discreta a su secretario para quedarse a solas, frente a Renato, y, a medida que sus ojos de hombre de mundo le van examinando de pies a cabeza, su ceño se frunce, su boca se pliega en un gesto de desagrado... Y es que, crecida la barba, salpicados de fango las botas y el traje, el aspecto de Anthony Grand Chester, es francamente lamentable. Cuando la puerta se ha cerrado, el gobernador comenta:

—Perdóneme si le interrumpí antes. Yo también, mientras le dejaba pasar, recordé la antigua amistad que me ligaba con su padre, pero estimo preferible no mencionar ese asunto delante de terceros, ya que, como amigo, y no como gobernador, quiero hablarle, Anthony.

_ ¿Usted a mí?

—Usted sólo desea ser escuchado, lo sé. Y hasta podría decirle por qué ha llegado hasta aquí, sin volver a su casa, tras pasar lamentablemente la noche en vela. La señora... digamos Andrew, ya que será difícil asignarle otro nombre a la que es esposa legal de Terry del Diablo...

—Señor gobernador... —interrumpe Anthony, con un velado reproche en la voz.

—Déjeme terminar, se lo ruego. Ya sé que se ha negado a aceptar la facilidad que, por consideración a usted, le fue otorgada. Sé el incidente lamentable que siguió a esa negativa, y el extremo a que han llegado las cosas no admite, por mi parte, contemplaciones de ninguna, clase. Tengo un oficial mal herido, varios soldados con lesiones más o menos graves... Sé que ha habido muertos entre esa gentuza, y que está herido el propio Terry, del Diablo. Desafortunadamente los rebeldes se apoderaron de algunas armas y, lo que es peor, de uno de los barriles de pólvora destinados a volar las rocas, para abrir una zanja que habrá de dejarlos totalmente aislados... Si ahora pretende usted abogar por ellos...

—Al contrario. Vengo a preguntarle por qué tardan tanto sus soldados en tomar el Peñón del Diablo...

—¡Ah, caramba! ¿Cree usted poderlo hacer más de prisa?

—Sin duda alguna, y eso es precisamente de lo que se trata. Vengo a pedirle que me permita proceder a mí. ¿Por qué no da la orden de atacar? ¿Por qué no les toman entre dos fuegos, ordenando el ataque por mar, con los dos guardacostas que hay disponibles en el puerto?

—¿Quiere usted que todas las naciones nos llamen salvajes? ¿Que se cubran los diarios de todas las capitales de Europa con cintillos condenando la masacre, el asesinato perpetrado por el gobernador de la Martinica, de un grupo de pescadores que reclaman sus derechos? ¿Quiere hacerlos héroes o mártires? ¿Hasta tal punto le enloquecen el despecho y los celos?

—¿Qué dice? —se indigna Anthony—. Le prohíbo

—Cálmese, Anthony. Para mí es usted casi un muchacho.

Estamos solos, y con razón, al entrar, invocó mi amistad que no sólo fue con don Richard, sino también con doña Rosemary, su pobre madre a quien está usted atormentando...

—Es cierto, Anthony; pero las habladurías llegaron antes.

—¿Habladurías? ¿También las habladurías subieron las escaleras del Palacio? ¿No mías? ¿También las habladurías subieron las escaleras del Palacio? No pensé que usted.

_ ¡Por favor, calle! No se deje llevar así por la cólera —le interrumpe tranquilamente el gobernador—. Debería ofenderme, pero no lo hago. Comprendo su estado de ánimo y me limito a darle un buen consejo: Apártese de este asunto. Ya se rendirán y pagarán muy cara su rebeldía en los calabozos del Fuerte de San Honorato.

—¡Con dos manantiales de agua potable, y el mar para proveerse de alimentos, pueden tardar semanas, meses, hasta años en rendirse!

Impulsivamente, Anthony, se ha puesto de pie. Con absoluta descortesía vuelve la espalda al mandatario para acercarse a la ventana, a través de cuyos cristales mira, sin verla, la dudad que despierta bajo las primeras luces del alba. La voz del gobernador llega hasta él, estremeciéndole:

—Su esposa ha muerto hace poco más de una semana...

—¡Pero yo no tuve que ver nada con su muerte, nada... nada! ¿No me cree usted? —se revuelve Anthony, furioso.

—Quiero creerlo, pero no hace usted nada por poner coto a la maledicencia. Y las versiones del accidente que hasta mi han llegado...

—¡Mienten, mienten! Nada hice contra ella. Al contrario

_Usted la persiguió,

—Sólo con la esperanza de detener su caballo desbocado. Yo no quería su muerte, quería su vida. Creí que iba a darme un hijo...

_ ¿Cómo podía querer matarla? Quiso jugar conmigo, manejarme como un fantoche en la farsa que había preparado... No contó con la Providencia, no contó con la justicia de Dios... Y cuando vio que yo iba a detenerla, cuando estaba a punto de alcanzarla, de un espolazo brutal hizo encabritarse al caballo, y se escaparon de mis manos las riendas que estaba a punto de tomar. Desesperado, clavé yo también las espuelas y me adelanté a campo traviesa cerrándole el paso de la colina. Ella viró en redondo y el alazán que montaba se alzó en dos patas. No sé si se rompieron las riendas o si no pudo manejarlo más.

Como una flecha partió el animal hacia el desfiladero. Forzando el mío hasta reventarlo, la seguí y paré milagrosamente al borde del abismo, mientras el que llevaba a Eliza, impulsado por aquel golpe sin freno, dio el salto en el abismo y cayó al fondo, rebotando contra las piedras y los árboles

Sinceramente impresionado, el gobernador se ha puesto de pie, sacudido por aquel relato dramático... Pero un sirviente ha entrado, silenciosa y oportunamente, portando un servicio de café sobre una bandeja de plata. A una mirada de su amo, lo deja cerca, y sale... El maduro mandatario se acerca al joven De Grand chéster y le pone en el hombro la mano con gesto casi paternal:

—Perfectamente... El resto del relato ya lo escuché de labios de su señora madre. Cuanto usted me ha contado, y cuanto ella me ha dicho, no hacen sino afirmarle en mi concepto; apártese usted de este feo asunto del Cabo del Diablo, vuelva a su casa, reflexione, descanse...

—No puedo reflexionar ni descansar... No puedo cruzarme de Brazos

—¿Y no se da cuenta que esa pública manifestación de interés por su cuñada...

¡Candy es la mujer a quien amo! ¡No la dejaré, no la abandonaré en brazos de otro! ¡A sangre y fuego, si es preciso, he de arrancársela! Son inútiles sus consejos, señor gobernador. ..

Ya lo veo. Bien comprendo la angustia de su madre... No desmiente usted la casta, Anthony...

—¿Qué quiere decir?

—Un día vi a su padre tan exaltado casi, casi como está usted en este instante, por una mujer tan fascinadora como seguramente es esa Candy Andrew, a quien no tengo el gusto de conocer... Eleonor Bertolini era una espléndida belleza italiana... Perdóneme si al nombrarla le recuerdo algo que parece haber olvidado. El hombre con el que quiere usted acabar a sangre y fuego...

—No he olvidado ese lamentable capítulo de la historia de mi padre —afirma Anthony con ira y desdén—, pero nada me importa, como a él entonces no le importo nada

—No es lo mismo, Anthony —rebate el gobernador con gesto; severo—. El hombre a quien su padre infamaba, no llevaba su sangre.

—No estoy infamando a nadie. Mónica no ha sido jamás la verdadera esposa de Juan. El pretendido matrimonio es sólo una farsa, y muy pronto tendré la anulación del mismo en mis manos. Es el único plazo que aguardo para hacerla mi esposa.

Por eso pido, por eso reclamo de usted el apoyo... No el apoyo: la justicia... la justicia seca y llana... Que se domine a ese rebelde, que se le detenga, que se le obligue a dejar en libertad a la mujer a quien, sin verdaderos derechos, guarda poco menos que secuestrada

—Tengo entendido que la señora Andrew se ha declarado varias veces, públicamente, en favor de Terry del Diablo...

_ ¿Se burla usted de mí?

—No, Anthony, no soy capaz. Sólo trato de obligarle a volver a la razón...

_ ¡Mi única razón se llama Candy Andrew y cuando lo proclamo de esta manera es porque tengo todos los derechos morales!

—Cuando tenga, además, los derechos legales; cuando cuente al menos con esa anulación de matrimonio que está aguardando, puede volver a pedirme autoridad y soldados...

—¡No esperaré tanto! ¡Procederé antes por mis propios medios!

—No es nada... No ha pasado nada... Simples desahogos del Mont Pelee, a los que ya me han dicho que no les dé la menor importancia... Puede que se estropeen los sembrados más próximos al volcán, y hasta que llueva ceniza, pero de ahí no pasará...

_Muy seguro está usted

—Me atengo a la opinión del doctor Landes, hombre de ciencia de fama mundial, que me ha tranquilizado totalmente a ese respecto. Por lo demás, le confieso que durante un instante tuve miedo... Creí que esos bergantes le daban a usted la razón haciendo cualquier disparate con el barril de pólvora de que se apoderaron...

—¿Y, aun así, pretende usted esperar?

—Naturalmente. Y le aconsejo que usted haga igual. Pienso irme a Fort de France por un par de semanas... Allá tengo una linda casa de recreo, desde donde todas estas cosas se ven, pequeñas y distantes... ¿Le gustaría acompañarme?

—Muchas gracias. Pero, con su ayuda o sin ella, haré lo que tengo que hacer...

—Hace usted muy mal. No hay en el mundo una mujer que valga...

—¡Excepto la que muy pronto será mi esposa! —corta Anthony en tono seco y áspero— Y no le molesto a usted más... Le deseo unas felices semanas de descanso, aun cuando a su regreso haya ardido Saint-Pierre de punta a cabo... Con su permiso...

El gobernador ha vuelto a asomarse al balcón y ha mirado hacia la negra y lejana punta del Cabo del Diablo... Con gesto señoril enciende un cigarrillo, mirando hacia allá... De repente, se vuelve a oír una sorda, larga y lejana detonación... El ruido inquietante ha parecido ahora correr bajo la tierra, estremeciendo a la ciudad... Otra bocanada de hollín parece romperse en el aire. Como espantada, cruza, volando hacia el mar, una bandada de pájaros, y una lluvia finísima cae blanda, como copos de nieve, sobre los techos y las calles... El gobernador general de la Martinica extiende la mano recibiendo en ella aquella especie de lluvia extraña, seca y fina, que se deshace en sus dedos, y comenta despectivo

—Ceniza... Estropeará los jardines... Es una verdadera lástima... En fin, ya vendrán las lluvias de mayo...

Y aún se queda un instante mirando a la ciudad, como él, dichosa y confiada.

—Terry, ¿te has levantado?

—Sólo un rato, y creo que ya era tiempo... Cuidé demasiado mi herida, Candy...

Despacio, con un ritmo distinto al acostumbrado en él, ha llegado junto a Candy, que sorprendida tésale al paso al verle aparecer en el cruce de caminos, y su mano se extiende un instante como si buscase el apoyo de las rocas... Su rostro menos tostado, blanqueado por la palidez, tiene ahora un sello de severa nobleza. Todavía el brazo izquierdo descansa en el chal de seda doblado que lleva a modo de cabestrillo, y abultan bajo la camisa blanca los vendajes...

Esta historia continuará…

Gracias por leer y comentar esta historia que es una adaptación de la novela Corazón Salvaje, su respectiva autora es Caridad Bravo Adams, yo solo estoy adaptando.

Ahora contesto sus comentarios en mi sección favorita:

SARITANIMELOVE: Gracias por comentar esta hermosa historia, esperando que sea de su agrado los demás capítulos y otras historias, solo que ahora estoy demasiada ocupada por eso no publico seguido

Mia Brower Graham de Andrew: Gracias por tus comentarios...

Nilda Manno: Gracias por tu apoyo y disculpa por la demora

Marialuisa Casti: Gracias como siempre por tu apoyo.

Guest: Gracias por leer y comentar, si pues Anthony nunca se le quita lo necio.

Ferrer G: Gracias por comentar, si pues Anthony como siempre nunca aceptara que perdió el amor de Candy, gracias.

Gracias a cada uno por leer y comentar, sobre todo a las que leen silenciosamente.

Un agradecimiento especial a Blanca G, Carol Aragon, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrewm, SARITANIMELOVE, Cecilia Rodriguez, Nilda Mano, Marialuisa Casti y todas las que leen.

Agradezco a todos por sus comentarios y a las personas que leen silenciosamente, gracias por su apoyo.

Prometo este 2023 como sea terminar con esta bella adaptación.

No olviden dejar sus comentarios en esta y en mis otras historias, gracias a sus comentarios me anima a seguir escribiendo

Me despido con un fuerte abrazo.

Continuaremos con todas las historias que faltan

Bendiciones

Maggie Grand.