Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…
Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.
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TERCERA PARTE
JUAN DEL DIABLO.
TERRY PIRATA.
Capítulo 29
Despacio, con un ritmo distinto al acostumbrado en él, ha llegado junto a Candy, que sorprendida tésale al paso al verle aparecer en el cruce de caminos, y su mano se extiende un instante como si buscase el apoyo de las rocas... Su rostro menos tostado, blanqueado por la palidez, tiene ahora un sello de severa nobleza. Todavía el brazo izquierdo descansa en el chal de seda doblado que lleva a modo de cabestrillo, y abultan bajo la camisa blanca los vendajes...
—Pero, ¡qué locura! Pensé que estarías un rato al sol, luego}
—Hizo falta mi presencia allá abajo, Candy. Esas pobres gentes sufren... Me hablaron de tu visita, de tus regalos de provisiones...
—Hizo falta mi presencia allá abajo, Mónica. Esas pobres gentes sufren... Me hablaron de tu visita, de tus regalos de provisiones...
—No me pareció justo acaparar, yo sola las galletas y el pan, especialmente habiendo heridos...
—En un día devoraron lo que a ti te hubiera bastado para una semana...
—¿Qué más da? Puedo comer pescado, como lo comen los otros...
—Ya sé que no le faltan nunca razones a una generosidad como la tuya... También sé que curaste a los heridos... El hermano de uno de los contrabandistas, casi moribundo, está ya sin fiebre...
—Sólo tenía la herida infectada... Le vendaron con trapos sucios... No pensé que les estaría de más, a las mujeres de la aldea, aprender la utilidad de agua hervida, de los vendajes relativamente esterilizados...
Has hecho mucho por todos. Tu nombre está, entre bendiciones, en todos los labios...
—Les debía algo, Terry. ¿Crees que no sé qué mi presencia ha empeorado la situación de ustedes? El desdichado incidente, cuando Anthony, vino a buscarme, provocó las heridas de esos hombres. Aunque en forma indirecta, me considero responsable
—Ya... ¿Y responsable en forma directa...?
—Tú, Terry, tú... pero también por causa mía...
—¿Por qué no dices mejor que tu caballero Anthony? —rebate Terry, con ira
—También él... aunque su intención no era mala. Si no hubiera sido por tu mal genio... ¿Qué razón podías tener para enfurecerte hasta perder la noción del sitio en que estabas? ¿Amor propio? No, mal genio...
—Ya sé que también has estado predicándole a los pescadores mansedumbre y amor a sus semejantes. Pero, ¿quiénes son sus semejantes? ¿Esos miserables soldados que se convierten en verdugos para defender las bien repletas arcas de un usurero? ¡Bien merecido tenían que los hubieran hecho saltar en Pedazos.
—¿Aprobabas tú ese plan? ¿Era cosa tuya?
—Demasiado sabes que no... Pero no por lo que piensas...
Hubiera sido darle al gobernador pretexto para exterminarnos para hacer volar a cañonazos el Peñón del Diablo, la aldea y la playa.
—¿Puede hacer una cosa así?
—Naturalmente que puede hacerlo. A veces me pregunto por qué no lo ha hecho ya... Acaso tu caballero Grand chéster, interviene porque tú estás de este lado... ¿De veras no has vuelto a saber de él? ¿No has recibido ni un recado ni una carta?
—¿Por qué piensas que miento, Terry?
Terry se ha acercado a Candy hasta tomar su brazo... Un instante, los fuertes dedos la oprimen en algo parecido a una ruda caricia. Luego, cae la mano desalentada, mientras él retrocede...
—Candy, es preciso que tú salgas de esta trampa
—¿Por qué yo? ¿Qué pasa?
—No es que pase nada, pero... —intenta tranquilizar Juan haciendo un esfuerzo. Y al oír murmullos lejanos que se van aproximando, ordena—: Vuelve a la cabaña...
_ ¿Por qué he de volver? ¿Qué es lo que está pasando? Parece que lloran, que lamentan algo... Voy a.
—¡No, Candy, no vayas...!
Candy, le ha esquivado, corriendo hasta el reborde de rocas. La población entera de la aldea está allí congregada, abajo, donde descendiendo de la altísima montaña forman remanso los dos arroyos de agua dulce... Pero en este instante, no es agua lo que arrastra... Un fango espeso, de violento olor azufrado, que rueda lentamente dejando en la orilla cadáveres de peces y piedras volcánicas... Sin comprender, Candy se vuelve a Terry, interrogante:
—¿Qué pasa?
—¿No comprendes? Esos arroyos son nuestro único abastecimiento de agua... Y mira el mar.… mira la playa
Han ido juntos unos pasos por el reborde casi impracticable. Temblando ya, Candy, se inclina, mientras la única mano de Terry la sujeta con angustia, al advertir;
—¡Ten cuidado! Puedes resbalar...
—Pero... la playa está llena de peces... Algunos saltan... Otros
—Algunos agonizan; otros han muerto ya... ¿Te das cuenta?
Están envenenados. Ese fango que arrastran los arroyos, y que seguramente otros ríos están arrastrando...
_ ¿Envenenados? ¿Han envenenado los arroyos? Pero, ¿quién? ¿Quiénes?
—Eso, Candy... El volcán... ¡El viejo volcán que se despierta para escupir su maldición sobre el Cabo del Diablo!
Trémula de angustiada sorpresa, Candy se ha vuelto para mirar el alto cono del volcán... Desde allí se ve aún más cerca que desde la ciudad de Saint-Pierre... Parece más siniestro el aspecto de sus laderas desnudas y escarpadas... Del extraño cráter escapan ahora pequeñas bocanadas de humo negrísimo y hay una fina línea candente que se desborda de uno de los costados hasta apagarse. Sus ojos se vuelven en interrogación asustada, hasta encontrar el rostro de Juan, sereno y grave...
—¿Qué pasa, Terry?
—Bueno... Pasar... pasar, sólo lo que estás mirando: el Mont Pelee se desborda en lava sobre los arroyos, sobre los ríos, y por el momento nos deja sin pescado y sin agua potable...
—Y puede venir un terremoto, ¿verdad?
_ Puede venir, claro... No sería el primero ni el último...
—He oído historias terribles acerca de lo que puede hacer un volcán...
—Seguramente fue una erupción volcánica lo que sacó a la Martinica del fondo de los mares, y bien puede otra volver a sepultarla...
—¿Por qué hablas así, Terry? Se diría que te halaga esa idea horrible...
—No, Candy, no me halaga... Aunque a veces, frente a la injusticia de los poderosos, frente al dolor y la miseria de los eternamente sacrificados, llegue a pensar que la naturaleza tiene razón en borrar al hombre de la superficie de la tierra... Míralos, Candy...
Los dos han bajado juntos la cabeza para contemplar el doloroso espectáculo de aquel grupo desolado y miserable... Sombríos, los hombres aprietan ¡los puños, y las mujeres, asustadas, lloran o abrazan a sus pequeñuelos... Ingenuos y audaces, los muchachos mayores tocan con sus pequeñas manos negras los peces muertos inflados de fango.
—Estamos en el siglo veinte, en un mundo que se dice civilizado, y esos infelices puede que perezcan de sed y de hambre a las puertas mismas de una ciudad, porque la ambición de un usurero así lo ha decretado.
—¿Morir de sed y de hambre? —se asombra Mónica—. ¡Pero tú no puedes consentirlo!
—Di más bien que yo no puedo remediarlo...
—¡No, Terry, no! Estás ofuscado... Las autoridades no pueden ser tan inhumanas... Si nos diésemos por vencidos, si alzáramos bandera blanca...
—El gobernador no quiso oírme... Quiere decir que no admite una capitulación honrosa. Sólo rendirnos sin condiciones. ¿Sabes lo que eso significa? ¿Te asomaste alguna vez a los calabozos subterráneos del Fuerte de San Pedro?
—Sí... Una vez me he asomado.
El recuerdo ha vuelto punzante... Un momento cree volver a ver aquella especie de cueva subterránea, y a través de los gruesos barrotes, que cerraban el único respiradero, otra, mujer en los brazos de Terry: Eliza su propia hermana. Candy ha palidecido tan intensamente, que Juan sonríe haciendo un esfuerzo por bromear
—No te preocupes tanto... A ti no van a encerrarte
—¿Piensas que es por eso? ¡Qué lejos estás de mi corazón y de mi pensamiento, Terry!
—Efectivamente... Creo que muy lejos, aunque nos estrechemos las manos en este instante...
Terry ha oprimido en la suya la mano de Mónica, obligándola a acercarse más, comprendiendo que la ha herido con sus palabras, pero decidido a sostener el muro que entre ellos se alza, a apuntalarlo si es necesario, en aquella hora dura y amarga:
—Es mejor que estemos así, y que así nos mantengamos, Candy
—¿Puedo saber por qué, Terry?
—Porque comienzo a conocerte. Buscas los sacrificios, los echas sobre ti con el mismo empeño, con la misma ansia con que otros acaparan comodidades, honores o riquezas... No, Candy ... Tú debes salvarte... tienes que salvarte... Nada hay de común entre tú y...
—¿Qué vas a decir? ¡Acaba! Hiéreme de una vez con la ingratitud, con la crueldad de tus palabras... Recházame con la misma frialdad, con la misma dureza que me vienes rechazando.
—No, Candy no hables de ese modo... ¡No me hagas flaquear! Esta no es tu batalla... Tú no tienes que sufrir con nosotros... Tu rango, tu nombre, tu casta te colocan al otro lado de la barricada. ¿Por qué loca casualidad estás aquí?
—¿Necesito decírtelo con palabras, Terry?
Terry ha creído adivinar, ha ido a estrecharla entre sus brazos, pero se contiene con violento esfuerzo, muerde furiosamente sus labios encendidos del ansia de aquel beso que no ha llegado a dar, mientras tensa de angustia aguarda Candy la palabra que no llega... Como si rezara una letanía, responde Terry:
—No es este el momento en que podemos hablar de nuestras cosas, Candy. No tengo el derecho de hacerlo, porque no me pertenezco... Me debo a estas gentes, a las que alcé en una rebeldía que por sí mismos jamás hubieran tenido... Si ese hombre que nos gobierna me hubiese escuchado, si entendiese que acepto entera la responsabilidad de todas las culpas, de todas las faltas, que me ofrezco yo solo como único y verdadero responsable
—Terry... Terry... Dame un minuto de tu vida —ruega Mónica con angustia—. Hablemos de nuestras cosas un instante, sólo un instante...
_ Pues Bien…. Yo…
Le ha interrumpido el horrísono estampido de tres o cuatro explosiones, seguidas del murmullo de voces y gritos de espanto. Corriendo a toda velocidad de sus piernas, sofocadísimo, llega hasta ellos Segundo, con la noticia:
—¡Lo hicieron, patrón, lo hicieron!
—¿El barril de pólvora? ¿Lo hicieron volar? —inquiere Candy, profundamente espantada.
—No... No... Ellos no... Fueron los otros, los canallas... —rectifica Segundo.
—¿Los otros? —duda Terry. Y violento, al oír otras dos o tres explosiones algo más lejos, apremia— ¿Acabarás de hablar?
—Oiga... Mire... Están haciendo volar las rocas, abriendo esa zanja que nos deja totalmente aislados, cortándonos toda comunicación posible... ¡Es como si nos arrancaran de la isla, patrón!
Terry, ha mirado con ojos que la cólera inflama... En un instante lo ve todo claro... Las explosiones, cada vez más lejanas, son como un cinturón de fuego que corre, cercenando el Cabo del Diablo, arrancándolo a la costa para convertirlo en una isla, ya que por la ancha brecha abierta se precipita rugiendo él mar. Espantados y enfurecidos, se acercan los hombres por todas partes, y es Segundo el que se queja:
—¿No se da cuenta, patrón? ¿No está mirando? ¡Lo hubiéramos evitado dando el golpe nosotros primero!
—No hubiéramos evitado nada... Nos habrían destrozado a cañonazos por tierra y por mar —responde Terry con una calma impregnada de amargura.
—Más hubiera valido morir peleando. Por lo menos, gastemos las balas que nos quedan en hacerles bajas... ¡Fuego! ¡Fuego! Ciegos de rabia, los pocos hombres que empuñan armas de fuego han disparado contra los uniformes lejanos; pero Terry, salta frente a todos, transfigurado:
A la voz de Terry han obedecido sus hombres... Bien a tiempo han buscado refugio tras las rocas, ya que, contra ellas se estrellan las descargas cerradas con que responden los soldados del otro lado de la zanja... Lentamente, Terry se ha alzado sobre el promontorio de rocas, y de una ojeada abarca el panorama... Por la ancha zanja abierta se precipita rugiendo un mar furioso, por todos lados hierven espumas alrededor del Peñón del Diablo... Es como si los hubiesen abandonado en un barco incapaz de navegar... Una mano suave se apoya en su brazo, y Terry se vuelve para clavar en el rostro de Candy, sus ojos que arden como ascuas...
—Tú tienes que salvarte, Candy... Tú no puedes perecer aquí
—No me salvaré sola, Terry. Correré la suerte de todos. Si hay algo que puedas hacer por todos, hazlo... Pero nada más, Terry, absolutamente nada más.
Esta historia Continuará…
Bueno otro capítulo de esta bella historia que es una adaptación de la novela Corazón Salvaje, que le pertenece a Caridad Bravo Adams, créditos para la escritora, yo solo estoy adaptando.
Ahora contesto sus comentarios en mi sección favorita.
SARITANIMELOVE: Gracias por seguir apoyándome esta historia, gracias por tus comentarios amiga bella, si Anthony es más terco que el burro jajaja que linda.
Mia Brower Graham de Andrew: Gracias por tu bello comentario mi bella amiga,
Ana Isabel Marcos Tartilán.: Gracias por tu apoyo.
Marialuisa Casti: Que hermoso comentario mi bella amiga, gracias por tu apoyo.
Nilda Manno: Gracias hermosa por tu apoyo.
Edith Grandchester: Si pues Anthony es el hombre más tonto sobre la faz de la tierra según esta historia gracias.
Gracias a cada uno por leer y comentar, sobre todo a las que leen silenciosamente.
Un agradecimiento especial a Blanca G, Carol Aragon, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrew, SARITANIMELOVE, Cecilia Rodriguez, Nilda Mano, Marialuisa Casti y todas las que leen.
Agradezco a todos por sus comentarios y a las personas que leen silenciosamente, gracias por su apoyo.
Prometo este 2023 como sea terminar con esta bella adaptación.
No olviden dejar sus comentarios en esta y en mis otras historias, gracias a sus comentarios me anima a seguir escribiendo
Me despido con un fuerte abrazo.
Continuaremos con todas las historias que faltan
Bendiciones
Maggie Grand.
