Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.

Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy

Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)

Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…

Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.

… … … … … … … … … … …

Acercándose al final de esta hermosa historia y novela favorita de muchos Corazón Salvaje.

TERCERA PARTE

JUAN DEL DIABLO.

TERRY PIRATA.

Capítulo 30

CONSTERNADA, INDIGNADA, TRÉMULA, incapaz de hablar, Rosemary, Grand Chester, se aferra desesperada al brazo de Anthony, tras oír de labios del Padre Francis que, el relato de los horribles sucesos desencadenados en Campo Real. Apenas puede dar crédito a sus oídos, apenas puede su imaginación convertir en realidad lo que está escuchando, cuando una y otra vez se vuelve a su hijo, que escucha también, helado e inmóvil, como si fuese de mármol.

—Por desgracia, fui testigo de todo...

—Pero, ¿cómo? ¿Cuándo?

—Hace cinco días... Tres días y tres noches duró la locura colectiva que se apoderó de esos desdichados... Tres días destrozando, incendiando, destruyéndolo todo... asesinando a los pocos empleados fieles que trataron de impedir aquel horror... y en ese tiempo no nos fue posible abandonar el refugio de la iglesia. Estábamos extenuados cuando pudimos escapar y cruzar a pie los campos, sufriendo mil penalidades, hasta llegar a la finca más cercana...

—¿Y los soldados? ¿Y las autoridades municipales? —indaga Rosemary escandalizada—, ¿Qué hicieron las autoridades de Anse, de Arlets, de Santa de Diamant?

—Por allí no llegó nadie. Campo Real es un reino aparte... Pero, ¿qué hubieran podido hacer? En cada una de esas poblaciones no hay más de una o dos docenas de soldados, y son varios miles de hombres y mujeres los que se alzaron en rebeldía en Campo Real...

—Entonces, ¿todo está aún en poder de esa chusma?

—Sólo la infeliz señora de Andrewy tres de las sirvientas más antiguas, que escaparon conmigo, han traspasado, que yo sepa, los límites de Campo Real...

—¡Dios mío!.. Dios mío... ¡Es para perder la razón Calma, madre, calma.—aconseja Anthony.

—¿Calma? ¿Calma? ¿Te atreves todavía decirme que tenga calma? ¡Hay que pedir policías, soldados, alguien que aplaste a esa canalla! ¡Hay que salir para allá inmediatamente

—Seria muy peligroso... —señala el sacerdote.

—¡No importa! ¿Verdad que no importa, Anthony?

—¿Iría? ¿Iría yo sola? ¿Quieres decir que tú no has pensado

—Sí, madre... Iré... Iré, pero no en este instante... He de esperar... No sé si horas o días, pero he de esperar... Hay algo que me importa más que Campo Real, más que nada... Alguien a quien, a cualquier precio, he de poner a salvo.

Rosemary Andrew, ha ido hacia su hijo, desesperada... Apenas ha dado crédito a sus oídos, escuchando el horrible relato del Padre Francis que... Apenas puede imaginarse lo que está pasando en su Campo Real... Es como si le hubieran anunciado que el mundo entero se hunde, acaba, estalla... ¿Cómo puede decir Anthony, que haya algo que importa más que Campo Real? A su consternación, a su espanto, sucede una ira violenta, una indignación sin límites, que repentinamente se vuelve contra el hijo de sus entrañas:

—¿Es que no comprendes? ¡La canalla está en nuestra casa, destrozan y arrebatan lo nuestro; ¡destruyendo Campo Real, incendian, matan!, ¿Entiendes lo que está pasando? ¿Concibe tu mente que esos perros, esa chusma inmunda...?

—Naturalmente que lo concibo... No es la primera vez que ocurren esas cosas en el mundo, mamá. En Haití, en Santo Domingo, en Jamaica el lago de Chicago...

—¡Lo único que tiene que importarte es que está ocurriendo en Campo Real! ¡A mí, a ti, a nosotros...! ¡Son nuestras tierras, es nuestra casa! ¿Qué tienes en las venas en lugar de sangre

—Ya he dicho que iré en cuanto me sea posible...

—¡Pues yo voy a ir en este instante, aunque busque la muerte como tú pretendes! —Y alzando la voz, llama a gritos—:¡Flanmy...Cirilo... Esteban...! ¡Que enganchen al instante mi coche de viaje! ¡Que se dispongan a seguirme, en otro coche, cuantos criados leales haya en la casa!¡Que carguen provisiones y las armas qué encuentren!

—Sin embargo, Anthony tiene razón, señora —interviene el bondadoso Padre Francis que—. Es una verdadera locura...

—¡Mamá... Mamá... Aguarda! —suplica Anthony.

—¿A qué voy a aguardar? ¡Si esto hubiera ocurrido en tiempos de tu padre, si viviendo tu padre hubieran osado una cosa así, los habría sometido el solo a latigazos! ¡Pero tú... tú!,.!

_ ¿Yo qué, madre?

_ ¡No eres más que un cobarde! ¡Un monigote con quien las mujeres juegan a su antojo! ¡Indigno de tu nombre y de tu casta!

—¡No eres más que un cobarde! ¡Un monigote con quien las mujeres juegan a su antojo! ¡Indigno de tu nombre y de tu casta!

—¡Oh, basta! ¡Te juro que...! —salta Anthony, indignadísimo y fuera de sí.

—¡No jures nada! ¡Déjame salir! ¡Ábreme paso! ¡Seré yo... yo... tendré que ser yo la que...! —Rosemary, se ha detenido, como ahogándose, y de pronto cae al suelo.

—¡Madre... Madre...!

—¡No te acerques... no me toques...! —rechaza Rosemary, furiosa.

—¡Flanmy! —llama Anthony con ira contenida. Y al acercarse la interpelada, ordena autoritario—: Atiende a mi madre, llévala a su alcoba y que no se mueva de la cama. ¡Que no salga, aunque sea preciso encerrarla con llave!

—Anthony... Anthony...

—Le ruego que me deje en paz. Padre.

—No puedo hacerlo sin terminar de hablarle... Hay algo en que no le falta razón a doña Rosemary... Hay que acudir a Campo Real, pidiendo antes auxilio a las autoridades... Hay que poner remedio... Aquello es el infierno, el caos... Claro que sólo por la fuerza será imposible, pero hay que buscar el medio... Acaso esas gentes, ya saciadas, escuchen a un intermediario. Le prometo quedarme junto a doña Rosemary y tratar de calmarla; pero si usted fuera ahora mismo a casa del gobernador. Nuestro gobernador no está en Saint-Pierre —desprecia

Anthony con ira y sarcasmo—. Ha encontrado la fórmula de comodidad que aplicar a todos los problemas... Habría que ir a buscarlo a su casa de recreo de Fort de France.

—Es lamentable... Pero quedan otras autoridades: el jefe de policía, el comandante del Fuerte... Alguien habrá a quien pedir la ayuda necesaria...

—No haré nada, Padre Francis que, aunque piense usted, como mi madre, que soy un cobarde...

—¡Por Dios! ¿Va usted a tomar en cuenta ese arrebato de cólera momentáneo... de desesperación, mejor dicho? Porque ella

La mirada fría y cortante de Anthony, ha detenido la palabra del sacerdote... Demasiado elocuente, más elocuente que todas las palabras, hace que el Padre Francis que permanezca inmóvil mientras él se aleja cruzando el patio...

—¡Candy... mira allá! Ven... dime que tú lo ves también, que no son mis ojos, que no estoy soñando...

Sorprendida, trémula, Candy se deja llevar, casi arrastrada por la mano de Terry, al borde de los cortantes picos de piedra del acantilado... Con su agilidad de felino, baja él ayudándola, sosteniéndola, como si para sus pies firmísimos no existieran resbaladeros ni dificultades... Y al fin, la hace adelantarse por aquel trozo de roca que se adentra en el mar como una rústica terraza...

—¡Mira... mira, Candy! ¿No ves? ¿No comprendes? El promontorio, la cadena de piedras que se alzaba formando un remolino...

—¿El promontorio? —repite Candy toda confusa. Y comprendiendo de pronto, exclama—: ¡Oh, ya no está! ¡Ha desaparecido... ha volado!

—¡Eso... eso! Lo hicieron volar con las explosiones que abrieron la zanja. Nos separaron de la tierra, nos cortaron de un tajo, convirtiendo en una isla el Cabo del Diablo, pero con eso no contaban... ¡También se ha desmoronado el obstáculo! ¿No recuerdas lo que hablábamos? Era preciso salir muchas millas para poder cruzar esas corrientes. No era posible aventurarse en un bote sobre el hervidero que formaba allá el promontorio. Ahora no hay obstáculos, ¿no ves? No chocan las olas, está tranquilo el mar.

—Terry, ¿qué estás pensando?

—Hay un camino para escapar. Tu primera idea es una realidad: nos queda la ruta del mar y por esa ruta voy a salvarte... se ha vuelto para mirar a Terry, cara a cara. Un momento, sus ojos se han iluminado. Es como una oleada de gratitud frente a aquella ansia por salvarla, expresada mejor que nunca en este instante... Luego, reacciona casi bruscamente:

—¿Por qué dices salvarme, y no salvarnos? ¿No te dije antes?

—Harás lo que yo quiera, lo que yo disponga, lo que tienes que hacer... ¿Es que no comprendes? No disponemos sino de un solo bote lo bastante fuerte para hacer esa travesía con probabilidades de éxito... Aprovechando la hora de más calma, y en la oscuridad de la noche, creo que podremos cruzar, sin ser vistos, frente a la ciudad. Tomaremos tierra en la caleta del Sur, cerca de tu antigua casa. Con un poco de suerte podemos hacerlo. Además de nosotros dos, en el bote cabe un muchacho.

Llevaré a Kukí, lo dejaré contigo... Yo puedo regresar antes de que amanezca... Lo que ocurra después no tiene importancia, puesto que tú estarás a salvo...

—¿Que no tiene importancia?

Me sentiré tranquilo, dispuesto a todo

—¿Tanto he llegado a estorbarte, Terry?

—¿Estorbarme? ¿Acaso no te di las gracias cuando decidiste quedarte junto a mí? ¿Acaso...? ¡Oh, no, no!

—Sigue hablando, Terry. Te ruego que digas cuanto estás pensando en este instante. ¿Qué mujer crees que soy Terry? Soy torpe para los elogios...

—No los merecería si aceptara lo que pretendes. No, Terry, no he de aceptarlo. Saldremos todos, nos arriesgaremos todos. Si, como dices, está abierto el camino del mar, por él hemos de ir, corriendo la misma suerte. Esos hombres tienen maderas, herramientas, botes pequeños... Tú sabrás en qué forma tienen que arreglarlos, que repararlos, que unirlos todos si es preciso. Antes hablaron de construir una especie de balsa...

—Que se hubiera estrellado contra las rocas

—Ahora ya no. Tú mismo acabas de decirlo.

—Un solo bote puede pasar inadvertido. Si son varios, ya no es igual. De cualquier modo, lo intentaremos, pero cuando tú ya hayas pasado.

—Entonces sí que será imposible. Tienes que unir todas las voluntades en un solo esfuerzo...

—Es que no puede ser. Los demás tendríamos que ir mucho más lejos. Tú puedes desembarcar en cualquier parte...

—¿No está el Luzbel cerca de la caleta Sur? Allí lo anclabas antes... ¿No puede servirnos de refugio?

—Sí, tal vez... Es demasiada carga para él... Aunque, en realidad, no somos tantos... Sólo un pobre puñado de dolor y miseria...

—El Luzbel es un barco marinero, fuerte... sus bodegas son amplias. Si como supongo, están vacías...

—Efectivamente. Pueden esconderse todos, sí... Claro está que ha sido confiscado, pero no creo que ejerzan sobre él ninguna vigilancia. Les ha bastado con dejarlo lo más lejos posible de los muelles, con anclarlo al otro extremo del Cabo del Diablo... No se les ocurrirá ir allá a buscarnos...

—¿Verdad que no?

Tu idea es excelente, Candy; pero es mucho más peligrosa que la mía...

—¿Qué importa un riesgo más? Antes, cuando me hablaste, me dijiste que estabas dispuesto a todo con tal de salvarlos...

_ Querías pedirle al gobernador que echara sobre ti la responsabilidad de todo cuanto ha pasado... Mucho deben importarte, cuando estabas dispuesto a una cosa semejante.

Ha vuelto a mirarla extrañamente, y ella aguarda temblando; pero es una pregunta inesperada la que brota de labios de Terry:

Ha vuelto a mirarla extrañamente, y ella aguarda temblando; pero es una pregunta inesperada la que brota de labios de Terry:

_Candy, ¿piensas que Anthony, te ha abandonado? ¿Piensas que cuanto nos han hecho es obra de su venganza, lanzada contra ti?

—Pudiera ser... Al irse, me habló en tono de amenaza —recuerda Candy, vacilando—. Pero no lo creo, Juan. Al contrario... Tengo la convicción de que, si él hubiera podido evitarlo, lo habría evitado...

—¿Por amor a ti? ¿Qué crees que puede más en su corazón: el amor que te tiene, o el odio que me guarda?

—En él, el amor es más fuerte que el odio, Terry. Creo que no nació para aborrecer... En su alma, el rencor y el odio son pasajeros... Un arrebato, una llamarada, y luego todo se deshace... Siempre fue así... No creo que de repente pueda cambiar... Fue educado para la cortesía, para la vida suave y fácil... Pero, ¿a qué vienen todas esas preguntas? ¿Qué esperas o qué temes de él?

Candy le ha mirado con ansia, y a su mirada responde la de Terry, grave, profunda, cargada de tristeza...

—Creo que acepto tu plan, Candy. No debería aceptarlo, porque significa más riesgo para ti; pero, al fin y al cabo, es casi igual, ya que del peligro mayor no puedo librarte... porque soy yo mismo, y no podría tampoco dejar en manos de nadie los remos del bote que ha de llevarte... Voy a hablarle a los demás, a llevarles ese último rayo de esperanza... Era para ti, como ese pan que repartiste a mis espaldas... Ven conmigo... Llévaselo tú misma, como un regalo.

—Flanmy... ¿Qué pasa? ¿Mi madre...?

La señora ya está un poco mejor. Tuvo un terrible ataque de nervios, y después, un colapso... Vino el doctor y casi a la fuerza hubo que hacerle tomar el calmante... Pero ya está dormida, y junto a ella quedan Josefa y Juay.

Anthony ha apurado una copa más, apartando después la bandeja con gesto de disgusto y desagrado. Está en el fondo de aquella biblioteca, cueva que una vez más le sirve de refugio, mientras busca inútilmente en el alcohol la serenidad y la calma. Lleva allí varias horas consumiéndose en dura batalla contra sí mismo, esperando con ansia... Es el día en que, según sus cálculos, deben llegar los papeles que aguarda... Son las densas horas interminables en que cada minuto se alarga hasta fingir una eternidad..

—¿No habló más mi madre de ir a Campo Real?

—No, señor. La señora no ha hecho más que llorar... Ni siquiera quiso volver a escuchar al Padre Francis que... Yo sí... yo acabo de oírlo todo, a más de lo que ya contaron en la cocina las muchachas.

_ ¡Qué horrible, señor, qué horrible todo

—Me imagino que a ti te habrá afectado más que a nadie. George... Tenía que acabar así... Es horrible, señor, pero es la verdad.

Todos lo odiaban tanto... tanto... Y haber quemado a Kuma.

—¿Quemarla? —se sorprende Anthony

—¿El señor no sabe cómo empezaron las cosas? No, claro... Eso lo contaron después. George le prendió fuego a la cabaña de Kuma, sin dejarla salir. Dicen que se reía cuando los vigilantes le tiraban piedras cada vez que asomaba...

—¿El señor no sabe cómo empezaron las cosas? No, claro... Eso lo contaron después. George le prendió fuego a la cabaña de Kuma, sin dejarla salir. Dicen que se reía cuando los vigilantes le tiraban piedras cada vez que asomaba...

—¡Es inaudito! ¿Qué estás diciendo?

—Cuando al fin la dejaron escapar, terriblemente quemada y medio ahogada por el humo, la arrastraron hasta el muro grande, el que queda más allá del desfiladero. Allí la dejaron como a un animal, amenazándola con los rifles si trataba de volver a entrar... y allí la hallaron muerta los que salieron con las carretas a la mañana siguiente. Por eso se levantaron todos contra George por eso quemaron la casa...

Continuará….

Bueno aquí subo un capítulo más de esta hermosa historia que es una adaptación a la novela Corazón Salvaje, su respectiva autora es Caridad Bravo Adams, yo solo estoy adaptando créditos para su autora original, espero que les guste esta bella adaptación, ya nos estamos acercándonos al desenlace de esta historia, falta solo catorce o quince capítulos para el final de esta hermosa historia

Ahora respondo sus comentarios en mi sección favorita.

Ana Isabel Marcos Tartilán. Gracias por tu comentario.

Marialuisa Cast: Gracias hermosa por comentar, eso me hace feliz.

Nilda Manno: Gracias por tus comentarios amiga bella.

Elvia Soan: Gracias por tu apoyo en esta hermosa página me gusta tu comentario sobre todo tu apoyo gracias porque me permites compartir esta versión de Corazón Salvaje con Candy y Terry a tu grupo de Corazón Salvaje.

Edith Grandchester: Gracias por tu apoyo.

Carmen Grand chéster: Gracias por tu apoyo, me encanta que me apoyes.

A todos Guest, les agradezco mucho sus comentario.

Gracias a cada uno por leer y comentar, sobre todo a las que leen silenciosamente.

Un agradecimiento especial a Blanca G, Carol Aragon, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrew, SARITANIMELOVE, Cecilia Rodriguez, Nilda Mano, Marialuisa Casti y todas las que leen.

Agradezco a todos por sus comentarios y a las personas que leen silenciosamente, gracias por su apoyo.

Prometo este 2023 como sea terminar con esta bella adaptación.

No olviden dejar sus comentarios en esta y en mis otras historias, gracias a sus comentarios me anima a seguir escribiendo

Me despido con un fuerte abrazo.

Continuaremos con todas las historias que faltan

Bendiciones

Maggie Grand.