Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.

Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy

Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)

Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…

Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.

… … … … … … … … … … …

Acercándose al final… Ya son últimos capítulos de esta fascinante historia, por favor no olviden sus comentarios, gracias a cada una de las personas que me comentan y a las que me leen silenciosamente.

TERCERA PARTE

JUAN DEL DIABLO.

TERRY PIRATA.

Capítulo 31

—Cuando al fin la dejaron escapar, terriblemente quemada y medio ahogada por el humo, la arrastraron hasta el muro grande, el que queda más allá del desfiladero. Allí la dejaron como a un animal, amenazándola con los rifles si trataba de volver a entrar... y allí la hallaron muerta los que salieron con las carretas a la mañana siguiente. Por eso se levantaron todos contra George, por eso quemaron la casa...

—¿Sabe eso mi madre? —pregunta Anthony, que se ha puesto de pie, intensamente pálido.

—Sí, señor, lo sabe. El propio George se lo dijo delante de mí, aunque no tan claro... y dijo que todo era por orden de usted...

—¿Orden mía? ¿Cómo podía yo ordenar una cosa semejante?

—Es lo que yo me atreví a decir, señor. Que usted no podía haber mandado hacer eso... Pero ni la señora ni él me dejaron hablar... Ahora, él pagó su deuda...

—Y tú pareces satisfecha de que la haya pagado —reprueba Anthony en tono lento y suave—. Sin embargo, George era tu pariente, tu sangre...

—No era mi sangre... Y Kuma sí era mi amiga...

—Kuma... Es verdad

Anthony se ha mordido los labios, recordando, mirando de arriba abajo a la extraña muchacha, que se transfigura bajo su mirada... Arden sus ojos, tiembla su oscura carne...

—Tú le compraste a Kuma un filtro de amor... ¿Crees en la eficacia de esos brebajes?

—Kuma tenía poder, señor, y bien claro lo ha demostrado: los tres hombres que la maltrataron están muertos ya...

—Pero no por el poder de esa infeliz, Flanmy...

—¿Y por qué no, señor? Kuma nunca maldijo a nadie sin razón, y nunca apidijo a nadie en vano... Poder de amor, y poder de muerte tenía...

—Poder de amor... —repite Anthony en un murmullo. La idea ha pasado por su mente como un relámpago, pero la rechaza de inmediato—: Basta de tonterías... Tráeme una botella de coñac y cuida de que no me molesten por nada ni por nadie... Sólo que...

—Sí, señor... Recuerdo la orden... Sólo que traigan esos papeles del Obispado, que está usted esperando...

Anthony ha apurado hasta el fondo una copa más, y queda inmóvil, con la cabeza baja y los ojos entrecerrados... Bebe para aturdirse, pero no consigue apagar la chispa ardiente de su pensamiento, aflojar el ansia de aquella espera tensa, interminable.

De un nuevo sorbo ha tomado lo poco que en la botella quedaba, y la echa a un lado, poniéndose de pie con paso vacilante al oír sordas detonaciones como de trueno

_ Oh...! ¿Qué es eso? —Y alzando la voz, llama—: ¡Flanmy! ¡Flanmy...!

—Aquí está el coñac, señor —muestra Flanmy, acudiendo con paso rápido

—¿Qué es ese ruido? ¿Ésos cañonazos?

—Están sonando hace varios días, señor. ¿No recuerda? Dicen que es el volcán... A esta hora se pone el cielo rojo y está volviendo a caer ceniza como la otra tarde... Ya los techos y los árboles están blancos... Dicen que así es la nieve...

Anthony ha pasado los dedos por el alféizar de la abierta ventana, recogiendo aquella ceniza finísima, que va cayendo espesa y cálida y comenta de la nieve

—¿La nieve? ¡Bah! Nieve caliente... Casi quema, y apenas deja respirar... Pon ahí esa botella y no vuelvas a entrar si no es para darme los papeles que estoy esperando... ¡Uh...! ¡Hace un maldito calor de infierno! Ha bebido un trago, otro y otro... En realidad, el aire se va volviendo irrespirable... Es un vaho de fuego lo que penetra por la abierta ventana... Mientras se retira muy despacio, vuelve Flanmy la cabeza para mirarlo con dolor... Anthony ha vuelto a caer en la butaca. En su mente se mezclan las imágenes... La biblioteca se puebla de sombras que no existen... Una destaca entre las demás: tiene los ojos negros y los labios como de llama... Sonríe... sonríe mientras le ofrece una copa de champaña, y oye, como dentro de sí, las palabras que proféticamente le dijera un día Eliza:

—¡No es verdad... ¡No es verdad! —grita Anthony, como despertando de su letargo—. ¡No estás aquí...! ¡No existes! ¡Eres un fantasma... nada más que un fantasma...!

_ ¡Señor Anthony... Señor Anthony...! —irrumpe Yanina en la biblioteca, espantada.

Anthony, se ha estremecido, volviendo a la realidad... Frente a él, Flanmy, alza una lámpara cuya luz disipa tinieblas y fantasmas. Tras ella, un lacayo vestido de blanco, en cuyas manos mantiene un ancho sobre lacrado...

—Trae acá... Ya puedes decir que lo entregaste en propia mano —advierte Flanmy al sirviente, arrebatándole el sobre. Y dirigiéndose a Anthony—: Se empeñó en entrar él mismo, en verle a usted, señor...

Anthony ha hecho saltar el sello de lacre con el escudo de la sede episcopal de Saint-Pierre, y ha comenzado a leer con ansia las palabras que bailan ante sus ojos inyectados de alcohol, mientras Flanmy retrocede de espaldas, empujando al curioso mensajero:

_ Puedes irte... Yo te llevaré el sobre firmado...

—¡Libre! ¡Libre! ¡Concedida la petición! ¡Aprobada! ¡Libre! ¡Ya Candy no es de Terry del Diablo Casi fuera de sí, temblándole las manos en que sostiene aquellos papeles tan deseados, casi sin dar crédito a los ojos que miran lo que tan ansiosamente ha luchado por conquistar,

Anthony Grandchester, repite, como arrastrado por el delirio de una obsesión, aquella palabra que significa todo para él en esos instantes:

_ ¡Libre! ¡Libre

Desde la puerta, clavados sus grandes ojos negrísimos en el hombre blanco, Flamy saborea hasta las heces de aquel dolor, de aquella angustiada desesperanza con que vive siempre junto al objeto de su amor imposible... A la sacudida de aquella emoción enorme, la oscurecida mente de Anthony se ha despejado de un golpe violento; las nieblas del alcohol, la tortura del remordimiento, el negro mundo» de sombras en que su pensamiento yaciera sepultado, todo se filtra como a través de un cedazo de plata, todo vibra de nuevo como una campana de cristal, y alegremente comenta:

—Anthony, ¿no te parece maravilloso? ¡Estas cosas, a veces, tardan años!

—Sí, señor... Es muy raro —asiente Flanmy lenta y tristemente—.

Pero como su Ilustrísima es pariente de la señora, y, por consiguiente, de usted... Como, además, él tiene tan buenas amistades en el Vaticano...

—Con todo eso contaba. Pero, de todos modos

—El señor estaba seguro de recibir hoy esos papeles, ¿verdad? ¿Cómo podía estar seguro, Flanmy? Estaba desesperado... Era el plazo que mi necesidad había puesto a mi esperanza... No era posible esperar que las gentes del Cabo del Diablo resistieran más. Tenían que rendirse, que entregarse, y para que Candy, no cayese enredada con esos bandidos era preciso romper este maldito lazo, tener en las manos la constancia de mis palabras.

De sobra sé lo que significaba el viaje del gobernador a Fort de France... No quería comprometerse, no quería verse obligado a ir abiertamente contra mí ni contra las leyes. Con estos papeles iré a buscarlo...

—¿Ahora? Pero, la señora...

_ Es cierto... Mamá... Campo Real... De pronto, no recordaba todo eso...

Se ha llevado las manos a las sienes, oprimiéndolas allí donde un martilleo sordo y tenaz parece golpear. Es la resaca del alcohol, a la que no logra vencer del todo su entusiasmo... Sus pies vacilan, su vista no está clara, pero su corazón late con latido triunfante, su impaciencia parte los obstáculos para llegar al fin deseado...

—Iré mañana a Campo Real... O pasado mañana... Tan pronto como pueda... Le hablaré al gobernador de las dos cosas... Eso es... Le hablaré de las dos cosas... Dile eso a mi madre, Flamy, dile que he salido en busca del gobernador y que estoy decidido a arreglar también el asunto de Campo Real... Entra a decírselo, tranquilízala, procura que se calme... Dile que yo... No sé qué decirle...

—Entonces, ¿es verdad que el señor sale ahora mismo para Fort de France? Pero antes necesitará descansar un poco, cambiar de ropa, comer algo...

—Sería lo razonable, pero el tiempo apremia... Tomaré un baño, me cambiaré de ropa... Haz que me preparen café bien fuerte...

_ ¿Qué tienes en la mano? ¿Qué es ese sobre?

—El de los papeles que recibió, señor. Estaba esperando que lo firmara... Lo exige el mensajero

—¡Oh, sí, claro! Y he de agregar unas palabras de gratitud. Tendré que escribir una carta... No... En realidad, debo ir yo mismo... Es lo menos que puedo hacer... Su Ilustrísima me ha servido de un modo admirable... No hay más remedio. Pasaré un momento antes de salir para Fort de France... Retén al mensajero... Que le den una copa y una buena propina... Haz que lo preparen todo... Luego, hablarás con mi madre... Avisa también a Cirilo...

—¿Hará el viaje a caballo, señor? Me parece... Perdón, señor, pero me parece que usted no puede más...

—Es cierto, Flanmy... El caballo es más rápido, pero tengo que medir mis fuerzas. En el coche puedo descansar algo... Dile a Cirilo que ensille el coche pequeño, el de dos asientos... que le ponga el tronco nuevo de alazanes...

—¿Para el coche pequeño?

—¿No entendiste que necesito volar en vez de correr? Anda... Anda...

Ha obedecido la doncella, estremecida en el dolor de su amor de esclava mientras las trémulas manos de Anthony oprimen contra el pecho aquel grueso tarrago de papeles sellados que tanto significan para él, y exclama jubiloso

—¡Candy mía, ya está roto el último lazo que le ataba!

—Entonces, ¿esta noche, Terry?

—Sí... Creo que podrá ser esta noche, si al salir la luna, el mar se calma...

—¿Y no será más peligroso que puedan vernos a la luz de la luna?

—Sí, claro... Pero no hay bote que pueda despegar de aquí con este oleaje. En este tiempo, el mar suele calmarse cuando asoma la luna... Es luna nueva... No alumbra demasiado... y en una empresa donde son tantas las dificultades, no pueden eludirse todas... Hay que escoger las que menos puedan perjudicar...

Terry y Candy están solos en el oscuro mirador de rocas, aquel que se empina sobre las olas encrespadas... Y en la casi absoluta oscuridad de aquel croché extraño, son apenas, en la sombra, como dos figuras más densas, que una a otra se aproximara, levemente iluminadas de cuando en cuando por la bocanada rojiza que lanza contra el cielo el volcán...

—Todo está preparado, ¿verdad, Terry?

—Están acabando de prepararlo. Fue preciso obrar con mucha cautela, pues esas gentes no cesan de espiarnos. Tras el golpe que nos dieron, esperaban que nos rindiéramos totalmente desesperados.

—Nuestro silencio puede hacerles sospechar que tenemos una salida, que tramamos algo, y en ese caso...

—Que mejor no pensarlo. Santa Candy... Hay tantos cañones en los Fuertes de Saint-Pierre, que miran hacia el mar... Pero no hay que pensar en lo peor... No quiero verte preocupada... Te he dicho Santa Candy para enojarte y devolverte con ello los ánimos, pero no te das por ofendida. ¿Es que estás empezando a aceptar que más que de mujer, tienes de santa? - Ha aguardado la protesta, que no llega. Candy no responde.

Acaso tiembla demasiada ternura en las palabras con que él falsamente pretende burlarse; acaso, aun en silencio, estén demasiado cerca sus corazones apasionados, y latan juntos si confesárselo, al mismo ritmo con que las recias olas se estrellan contra el acantilado... De pronto, Candy advierte asustada:

_ Otra vez ese ruido... ¿No has oído?

—Tendría que estar sordo... Y mira cómo se enciende el volcán. Derrama ríos de lava... Los valles de aquel lado deben estar asolados, quemados por ese fuego, y si canaliza hacia el río grande, arrastrará los molinos y fábricas... Sería gracioso...

—¿Gracioso? ¿Cómo puedes decir eso, Terry?

—Por no decir que sería magnífico, Candy. Si eso ocurre, todo el mundo correrá hacia aquel lado. Puede que hasta nuestros guardianes se distraigan. Por el momento, somos el punto de atención de toda la ciudad; pero si en otro lado hay una catástrofe

—No hables así, Terry.

—Esa es la vida, Candy. Una catástrofe para otros, podría ser la salvación para nosotros, y raro es el momento de felicidad que no le cuesta a alguien lágrimas o sangre...

—No digas eso. La verdadera felicidad es la que no hiere ni maltrata a nadie. De poco vale la que logramos atormentando a los demás...

Vivimos en un mundo de atormentados, Candy. De sufrir, nadie puede librarnos.

—¿Por qué hablas siempre de un modo tan amargo?

—Porque llegué al fondo de muchas cosas. Pero también he aprendido otras, Candy, y no me importa decirte que algunas de ellas las aprendí a tu lado. Casi no importa sufrir, ya que parece que para sufrir nacimos, siempre que pueda sufrirse con dignidad. Conservar nuestro derecho de hombres, alzar la frente como seres humanos, como ya una vez te dije, mantenernos duros y erguidos sobre la tierra áspera y amarga...

Es lo único que me consuela de haber llevado a estos hombres acaso a la muerte... Tal vez mueran por su rebeldía; pero, al rebelarse, han conquistado su derecho a vivir

—¡Qué horror! ¿Oíste? —exclama Mónica cuando un fortísimo trueno retumba imponente.

—Sí... Ruge la tierra, pero el mar va calmándose, es el camino del mar el que hemos de recorrer nosotros... Si hubiera un terremoto, si esta ciudad de amontonadores de oro se sacudiera hasta las entrañas, caería todo, y todo quedaría a la misma altura. A veces, ése a quienes ustedes llaman Dios, debería pasar la mano sobre el mundo y hacer tabla rasa...

—Estás lleno de odio, Terry —se queja Candy con profundo dolor.

—No lo creas... Antes, sí... Antes, las raíces de mi odio se mojaban en hiel, aun cuando parecía sólo un alegre marinero dispuesto a reír y a emborracharse en cada puerto... Ahora hay algo dentro de mí que ha cambiado, y acaso tú tengas la culpa, Santa Candy. Ahora, mi odio es como una indignación contra todo lo injusto, contra todo lo malo... Una ira contra los que aplastan a los que están bajo sus pies, contra los que manejan un látigo en las plantaciones o en el cuartel, desde el palacio del gobernador o desde el caballo del capataz... Y con la ira, un ansia de remediar el mal y de cambiarlo, un deseo salvaje de imponer la justicia... a puñetazos... Sí, Candy, estoy lleno de algo que me hormiguea en la sangre... Antes, fue odio, fue rencor; ahora, es algo más noble: es un ansia de luchar porque sea mejor esta tierra que habitamos, una esperanza de que el día de mañana...

—El día de mañana, ¿qué?

—¡Bah! ¡Locuras...!

—Aunque sean locuras, dímelas, Terry, para asomarme a tu alma, para saber qué guardas en ella, qué anhelas...

—¿Te reirías si te dijera que quisiera tener un hijo? No uno... Más... Hijos... muchos hijos, y que cuando llegaran, hallaran un mundo mejor, logrado por el esfuerzo de estas manos...

—¡Eres el mejor hombre de la tierra, Terry del Diablo! —Los blancos dedos de Candy han acariciado un instante aquellas recias manos tostadas que Terry ha juntado con un gesto de fuerza y de ternura; han resbalado por aquella cicatriz que un día besaran sus labios, la huella del puñal de Bertolini, y luego se han alzado para acariciar los hirsutos cabellos del marino, como si repentinamente dejara de ver en él al hombre fuerte y duro, erguido contra la adversidad, para mirarlo como al triste niño desamparado, maltratado y herido, víctima de una oscura venganza. Otra vez, como entonces en la luminosa mañana de la cubierta del Luzbel, sus ojos se han llenado de lágrimas... Es el momento decisivo en que la misma emoción invade las dos almas, la hora bendita, cien veces esperada, en que tiemblan para caer las máscaras del orgullo, y con esfuerzo, Terry se defiende hasta el último instante:

—Ha salido la luna y el mar está aquietándose... Embarcaremos cuanto antes... Nos jugaremos el todo por el todo...

—Sí, Terry, el todo por el todo... Pero antes de lanzamos en esta aventura que acaso sea la última, antes de bajar a esa playa desde donde acaso veremos el cielo por última vez

—¡Patrón... Patrón...! ¡Patrón... Señora Candy... ¡¿Dónde estás?

—¡Aquí, Kuki! ¡Ven pronto! —llama Terry. Y en voz más baja, advierte—: Algo pasa, Candy.

—¡Ay, patrón! ¡Ay, mi ama! —se lamenta Kuki, acercándose todo sofocado por la búsqueda—. Una hora llevo buscándolos sin encontrarlos...

—¿Por qué? ¿Para qué?

—Toda la gente está junta en la playa, al lado de los botes, preparados para echarlos al mar...

—Bueno, ¿y qué? —se extraña Terry—. Allí es donde justamente les mandé yo estar...

—Sí, ya sé, mi amo. Pero no están porque usted lo ha mandado; al contrario...

—¿Al contrario? ¿Qué quieres decir? —inquiere Candy

—Están discutiendo, peleando... Quieren separar los botes que el patrón mandó juntar, arrancarles los barriles a las balsas.

—Pero, ¿están locos? —se sorprende Candy.

—Como locos están, mi ama. Hay muchos muchachos asustados.

—¿No está Segundo allá? —le interrumpe Terry.

—Sí... claro que está. Pero eso es lo peor, mi amo. Segundo es de los que quieren separar los botes... Está de capitán de los que no quieren ir para el Luzbel. Dicen que en vez de llegar tan lejos, igual pueden desembarcar por aquí mismo, un poco más abajo, y tratar de meterse en el monte.

—¡Pero allí están los soldados! ¡Les apresarán...! —advierte la Sorprendida Candy, sin llegar a comprender

—¡Naturalmente! ¿Y dices que Segundo...? —pregunta Terry.

—Segundo dice que el Luzbel se va a hundir cuando se meta en él toda la gente que vamos.

Terry, se ha erguido con las pupilas relampagueantes. Sólo un momento parece vacilar. Luego, toma del brazo a Candy y propone:

—Vamos... Mira... las olas bajan. Es el momento propicio y hay que aprovecharlo. No perdamos ni un minuto.

—Pero, ¿si se niegan a seguirte, Terry?

—Me seguirán... los que sean dignos de ser salvados... —Con pasos rápidos que la angustia hace más veloces, han llegado los tres a la playa donde se arremolina la gente, y la voz fuerte e imperiosa de Terry ordena con decisión:

—¡Todo el mundo a los botes! ¡Ha llegado la hora! ¡Las mujeres y los niños primero! ¡Los hombres, que empujen los botes y salten después! ¿Qué esperan? ¿No me han oído? ¡Tú Martín, mueve a la gente de tu bote! ¡Tú, ¡Anguila, con tu gente al agua!¡... listos...!

Como si a la voz de Terry la duda se desvaneciera, como si su presencia tuviese el don de exaltar el valor y su voz la fuerza para empujar las voluntades, uno a uno, los tres primeros botes han entrado al agua. Sólo Segundo permanece inmóvil, con los brazos cruzados, como si la duda más cruel le torturase, y junto a él, los pocos pescadores que han de ir en el último bote, esquivando la mirada de Terry...

—Perdóneme, patrón, pero los de este bote preferimos quedarnos...

—¿Quedarse? ¿A qué?

—Ya lo sabe, patrón. ¿Piensa que no vi al Kuki irse corriendo por las piedras para avisarle?

—Entonces, es verdad... y eres tú precisamente. Segundo

—Lo siento, patrón, pero tengo familia a quien mi muerte va a importarle...

—¿Tienes miedo tú... tú...? —duda Terry, con más sorpresa que ira.

—No tuve miedo de morir peleando, pero esto que usted quiere que hagamos es como tirarse a un pozo de cabeza. ¡Prefiero entregarme a los soldados! Por todo que hemos hecho, nos van a matarnos...

—Te encerrarán peor que a un animal.

—De la cárcel se sale, y del fondo del mar no sale nadie. Si nos hubiéramos ido nosotros solos...

—¡Calla! ¡Calla y embarca

—¡No embarcamos, patrón! Y si usted lo pensara... A usted le hablo, señora Candy... Si usted lo pensara, se quedaría del lado nuestro, que al fin no va a pasarle nada, ni tiene por qué esconderse... Y si acepta la seguridad que le da Segundo Duelos...

—Prefiero la inseguridad que me da Terry del Diablo —replica Candy, suave e irónica—. ¡Vámonos, Terry!

—Uno a uno vayan despegando —ordena Terry alzando la voz—. Remen hasta estar a cien metros de la costa, y allí aguarden a que mi bote pase el primero. ... ¡Kuki, suelta esa amarra! ¿Puedes?

—Pues, claro. Ahora yo soy el segundo del Luzbel, patrón, ¿verdad?

Los tres botes, unidos por largas tablas, protegidos por barriles flotantes, han entrado saltando sobre la cresta de las olas, y Terry alza a Candy en sus brazos depositándola en el pequeño bote del que ya Kuki soltó la amarra. Una punzada le atraviesa el hombro izquierdo... Sólo entonces recuerda su herida, pero un instante le basta para entrar él también, empuñando los remos. Como una mole negra, el Cabo del Diablo va quedando atrás.

Candy, está muy cerca, frente a él. Primero es como una forma blanca que ilumina la tenue luna nueva; luego, la oscuridad es más densa. Una cortina negra se extiende tapando las estrellas, apagando el estrecho filo de plata, y las olas, un instante tranquilas, saltan como caballo que se encabritase... De pronto, la noche oscura se vuelve luminosa, un haz de llamas arde en la cima del Mont Pelee como antorcha gigante, se rompe en el aire como un surtidor de fuego líquido, y un arroyo de lava rueda montaña abajo...

Esta historia Continuará…

Otro capítulo de esta bella adaptación Corazón Salvaje, su respectiva autora es Caridad Bravo Adams, Ya son Últimos Capítulos, Acercándose al final de tu historia favorita, Gracias por su apoyo en especialmente a Noelia Graham por sus hermosas Ediciones.

Ahora contesto sus comentarios en mi sección Favorita.

Marialuisa Casti: Me alegro que estés disfrutando de esta historia, te mando un fuerte abrazo amiga bella. Gracias por comprender a pesar de ser italiana.

Nilda Manno: Gracias por tu apoyo.

Francisca Poblet: Bienvenido a Corazón Salvaje, espero que puedas leer todo para que puedas comprender, es una adaptación a la novela Corazón Salvaje más apegada al libro original de Caridad Bravo Adams, así como te explicó mi amiga Nilda Manno.

Mia Brower Graham de Andrew: Gracias por tu apoyo amiga, hasta el final me alegra tu comentario, amiga bella, prima de cariño.

CONEJA. Si pues Anthony es el más terco de todos los hombres, espero que disfrutes este capítulo, gracias por dejarme un comentario ya son los últimos capítulos de esta historia, falta solo un par de capítulos para el gran final.

Carmen Grandchester: Gracias por tu comentario amiga bella, espero que sigas disfrutando.

Edith Grandchester: Gracias por tu apoyo, Gracias por dejarme un comentario.

Elvia Soan: Lindas palabras, gracias por apoyarme hasta el final de esta hermosa adaptación, por permitirme compartir mi adaptación en tu bello grupo de Corazón Salvaje, de 1993, al igual que tu Edit. Gonzales y Eduardo Palomo serán siempre mis únicos Juan y Mónica al igual que Candy Y Terry, Gracias, te mando un fuerte abrazo amiga bella.

Gracias a cada uno por leer y comentar, sobre todo a las que leen silenciosamente.

Un agradecimiento especial a Blanca G, Carol Aragon, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrew, SARITANIMELOVE, Cecilia Rodriguez, Nilda Mano, Marialuisa Casti y todas las que leen.

Agradezco a todos por sus comentarios y a las personas que leen silenciosamente, gracias por su apoyo.

Prometo este 2023 como sea terminar con esta bella adaptación.

No olviden dejar sus comentarios en esta y en mis otras historias, gracias a sus comentarios me anima a seguir escribiendo

Me despido con un fuerte abrazo.

Continuaremos con todas las historias que faltan

Bendiciones

Maggie Grand.