Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…
Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.
… … … … … … … … … … …
Acercándose al final… Ya son últimos capítulos de esta fascinante historia, por favor no olviden sus comentarios, gracias a cada una de las personas que me comentan y a las que me leen silenciosamente. Faltan solo 7 capitulos.
TERCERA PARTE
JUAN DEL DIABLO.
TERRY PIRATA.
Capítulo 32
—Flanmy, ¿Qué fue eso? Vi como que ardía la casa por esa ventana...
—Fue la montaña... el volcán... La señora vio la llamarada... ¡Todavía brilla en el patio! El cielo negro se ha vuelto rojo...
—Pero no tiembla la tierra... No ha temblado. Fue como una explosión...
—No, señora, fue la montaña... ¿No le digo que es la montaña?
Rosemary Andrew, ha dejado el lecho, ha corrido a la puerta de su alcoba que da sobre el patio, y por el ancho hueco negro queda contemplando, en la densa sombra, aquel río de lava encendida que rueda por las colinas empinadas, saltando en cada piedra, en cada obstáculo... Luego, su cabeza se vuelve con angustia, al preguntar:
—¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde está Anthony? Salió, ¿verdad? Lo oí llamando a Ciro; luego, el coche que se alejaba, y bien puedo suponer a dónde ha ido. No tiene más vida que rondar el maldito Peñón del Diablo
—Ahora no, señora. El señor Anthony recibió los papeles del Obispado. Parece ser que con la respuesta que él deseaba.
—¿La anulación del matrimonio de Candy? —se sorprende Rosemary—. ¡No puede ser! ¡No hay tiempo para una cosa semejante!
—Creo que su Ilustrísima le ha ayudado mucho, y tan agradecido está el señor Anthony, que dijo que pasaría a darle las gracias antes de seguir para Fort de France, a buscar al gobernador ..
—¿Ha ido mi hijo a Fort de France? —inquiere Rosemary, cada vez más disgustada y sorprendida—. ¿Y has tardado una hora en decírmelo, estúpida? ¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío!
—Yo, señora... Es que no ha ido para lo que la señora piensa.
—¡Qué importa para lo que haya ido! ¿Es que no sabes por dónde corre el camino para Fort de France? Desde luego, para el Sur; pero antes bordea esa montaña...
—Ese es el trozo nuevo, el que va al cruce de los picos de Carbet... ¿Y qué otro puede haber tomado mi hijo, si seguramente salió para allá reventando caballos? ¿No fue así?
—Si... Sí, mandó enganchar el tronco nuevo de alazanes al cochecito. Dijo que necesitaba no correr, sino volar...
Las dos han llegado a la puerta lateral. Desde ella, los ojos ansiosos siguen la ruta ígnea de la lava desbordada, que salta; se ensancha y luego se hunde como si rodara al fondo de un valle.
—El fuego corre como para el ingenio de Clerc —explica Flanmy.
_ ¡Por allí justamente va el camino de Carbet! ¡Si él tuviera prudencia...!
—¡Salió como un loco... iba fuera de sí, y había bebido tanto... tanto...!
—¡Chist! ¿Qué es eso? ¿Qué gritan esos hombres? —quiere saber
Rosemary, al oír voces ansiosas a cierta distancia—. ¡Corre tras ese hombre, Flanmy, grítale... alcánzalo...
—Dicen que un río de fuego se llevó el ingenio de Fernando Clerc, la refinería, las casas... que arrasó los cañaverales y corre sobre el camino de Carbet —explica , regresando donde se encuentra su ama.
Rosemary Andrew, se ha sostenido agarrándose al marco de la puerta con las manos crispadas, ahogándose, tratando en vano de respirar aquel aire espeso y ardiente que envuelve la ciudad bajando como un vaho rojizo de la alta cumbre del siniestro volcán. Desde sus mil trescientos cincuenta metros de altura, el
Mont Pelee arroja aquel río candente que va volviéndose más pálido, como si se apagara, aunque el rumor de mil voces que gritan, de millares de pies que corren presurosos, de cientos de coches que ruedan, se alza de la ciudad bruscamente sacudida por la noticia de la catástrofe...
—Hay más de veinte muertos, madrina... Y heridos con quemaduras horribles..
Es preciso ir, buscar a Anthony, encontrarlo...
—Aún quedan tres caballos en las caballerizas, y el coche grande. Esteban puede llevarme...
—¡nos llevará a las dos, ! ¡Corre, corre y da las órdenes necesarias!
Apoyándose en las paredes, Rosemary Andrew, entra al ancho patio de su casa y resbala su cuerpo cansado hasta quedar de hinojos, juntas las manos, mientras musita llorando en voz baja:
—He humillado a mi hijo, le he rechazado y Dios me hiere con el dolor más hondo, con el espantoso miedo de que me lo arrebate.
De pie en el pescante, sujetando con todas sus fuerzas las riendas de los caballos encabritados, Cirilo, el más fiel cochero de los Grandchester, ha logrado desviar el pequeño y frágil coche, apartándolo de la vertiente donde, en arroyuelos de fuego, se desparrama la ardiente lava que cayese como un alud desde la cumbre de Mont Pelee hasta la cuenca del río Blanco, extendiéndose luego como una sábana candente sobre laderas, caminos y sembrados. También Renato se ha puesto de pie para recorrer el terrible panorama con ojos agrandados por la sorpresa: el nuevo camino de Carbet ha desaparecido, la floreciente fábrica de azúcar de Fernando Clerc es sólo un montón de ruinas humeantes. Nada de la refinería, de la casa de los colonos... Pero como una espuela implacable, que se clavara en su voluntad, le aguijonea el ansia de seguir...
—¡Pronto! Dobla por la derecha, Ciri. ¡Si apuras los caballos, cruzaremos el valle antes de que nos alcance la lava!
—¿Cruzar el valle? Los caballos están espantados... conocen el peligro, no obedecen al freno... ¡Mírelos, mi amo!
—¡Sujeta bien las riendas, estúpido ¡ ¡Dobla a la derecha, te digo!
—¡No puede ser, señor! ¡Hay que volver atrás... atrás!
—¡Hay que llegar a Fort de France, cueste lo que cueste! ¡Trae acá! ¡Suelta! ¡No eres más que una carga inútil! ¡Vuelve solo a Saint-Pierre, si quieres!
Anthony, ha saltado al pescante, ha tomado las riendas, empuja bruscamente al cochero haciéndole caer a tierra, y lanza al galope a los briosos animales bajo la lluvia de ceniza ardiente que arroja el volcán... Súbitamente, la llamarada que coronaba el Mont Pelee se ha apagado. Palidece la lava enfriándose y un áspero soplo de aire de mar barre las nubes color de hollín, despejando otra vez la luna nueva, que brilla como un aro de plata...
—¡Allí está la ciudad!
De pie sobre el pequeño y fuerte bote que sirve de guía a la expedición, Terry del Diablo extiende la mano señalando las luces de Saint-Pierre, que brillan en la distancia, al pie de la masa más oscura de las altas montañas. Están lejos, muy lejos de la costa, totalmente desviados de la ruta que propusieran seguir, debido a la terrible marejada que se alzara arrastrándolos. Pero nada grave les ha ocurrido. A cincuenta metros escasos, puede ver las tres barcazas uniéndose de nuevo. El golpe de mar rompió las tablas y las cuerdas tendidas entre ellas para no separarse, pero no arrastró a sus profundidades a ninguno de sus tripulantes, y sobre el mar, que ha vuelto a estar en calma, los ojos de Terry, localizan el lugar...
—¿Sabes dónde estamos, Terry? —indaga Candy
_ Muy cerca de la desembocadura del río Carbet que queda por Michigan, totalmente a la rada de Saint-Pierre. ¿Ves aquellas lucecitas, aquellas cabezas de alfiler que brillan en la oscuridad
—Muy cerca de la desembocadura del río Carbet que queda por Michigan, totalmente al sur de la rada de Saint-Pierre. ¿Ves aquellas lucecitas, aquellas cabezas de alfiler que brillan en la oscuridad?
—Sí. Las veo un momento, cuando las olas bajan
—Hacia allá enfilaremos la proa —explica Terry, Y alzando la voz, ordena—: Enciende el farol, Colibrí. Aquí ya no hay peligro. Enciende el farol y álzalo del lado del cristal verde. Es la señal convenida para que comiencen a remar detrás de nosotros.
_ ¡Qué oscura está la noche y qué lejanos los puntitos de luz! Repentinamente, se ha apagado aquella llamarada rojiza que iluminara el firmamento. Todo rastro de fuego ha palidecido hasta desaparecer, como si el terrible y viejo volcán volviera a hundirse en su letargo, y parece más honda y solemne la imponente soledad de la noche, extendida sobre el doble abismo del cielo y el mar. El muchachuelo negro obedece con destreza. Apoyando las manos en los remos, Terry ha vuelto a sentarse. Apenas ve a Candy, pero, ¡qué profundamente percibe aquella presencia que le embriaga; qué terrible y repentino anhelo le invade de acercarse a su corazón, de asomarse a su alma
Ha extendido la mano hasta tocar la de ella, húmeda y helada, y no puede soltarla. La retiene con una angustiada ternura en la que se enciende lentamente la pasión, y pregunta con suavidad:
—Candy, ¿tienes miedo?
—¿Por qué he de tener miedo?
—Estás temblando, y bien puedes tenerlo. Tal vez no debería decirte que estamos en peligro...
—Lo sé, aunque no lo digas, Terry, Pero, no tiemblo. Me estremeció ese soplo de aire helado que pasó de pronto.
—Sí... Es el que barrió la nube negra... Estuvo a punto de envolvernos, y acaso hubiera sido el final...
—Sí... claro... Ocurrió algo en Saint-Pierre, ¿verdad?
—Seguramente ocurrió algo. Todavía brillan a todo lo largo las luces de la ciudad, se ven también las de los barrios de la montaña. Sin embargo, -, algo debe haber pasado por el rio Blanco. Probablemente desembocaron en él las lavas, y llegaron hasta el mar. Por eso se salvó la ciudad, por eso estuvimos a punto de perecer. Fue milagroso que esa ola enorme nos arrastrara, nos quitara de en medio. Fue probablemente la misma fuerza de la lava al caer desde lo alto... ¿Sabes que parece lo que ustedes llaman milagro, Candy?
—Sí, Terry, es un milagro. Esta noche todo es como un milagro La sombra de la muerte parece borrarse. ¿Acaso no siente entre sus manos la de Terry, ancha y cálida, río de vida, sostén invencible, prenda de esperanza? ¿Acaso no está cerca de aquél a quien desesperadamente ama con un amor que no encuentra palabras con qué expresarse? ¿Acaso no parece que él también calla, porque un nudo de emoción se aprieta en su pecho?
_ ¿Acaso no brillan en la sombra sus grandes ojos, como dos ascuas de pasión inconfesada? ¿Acaso no siente estremecerse la mano viril, aunando al de su propio corazón los latidos de aquella sangre
—Ahora eres tú el que tiembla, Terry.
—Tal vez... pero no de frío. Tú me haces temblar, Candy, Tú presencia en esta noche, que puede ser la última de nuestras vidas...
—No digas eso,Terry. Yo... yo... —balbucea Candy, turbada. Y cambiando de pronto, sorprendida, exclama—: Pero, ¿qué es esto? ¡Tú camisa está empapada de sangre! Es tu herida, que ha vuelto a abrirse. Es absurdo... No puedes remar con ese brazo...
—Este brazo, aunque sangre, sabrá defenderte y ampararte
—Dame un momento para vendar tu herida de nuevo...
—Cuando estemos en el Luzbel lo harás. Es peligroso detenernos aquí... Puede venir otra avalancha... Y no te preocupes. ..
Sólo es la sangre que me sobra, la que estoy derramando Sin saber cómo, ella ya está a su lado y las dos manos blancas se apoyan en el remo...
—¡Terry... Terry. ..! Voy a ayudarte..
—Kuki podría hacerlo, si realmente lo necesitara; pero no hace falta. Iremos muy despacio... Es lo más prudente... Pero note apartes... Estamos bien así...
—Sí... estamos bien... — La vida es tan extraña... Ha estado a punto de repetir aquella frase que él jamás olvida, pero un profundo rubor la hace callar... Sí, la vida es muy extraña... tan extraña que ella se siente locamente feliz, con una felicidad honda y ardiente, como si también su corazón se desbordara en ríos de lava como si aquel minuto valiera por toda una vida, como si aquella hora de sombras, que oscila como un péndulo de las orillas de la muerte a las de la vida, tuviera fuerzas de eternidad
—Terry, ¿no te duele la herida? —inquiere Candy, sintiéndose emocionada—. ¿En qué piensas?
—En los hombres que quedaron de aquel lado...
—Es increíble que Segundo hiciera una cosa semejante. Pero no te atormentes por ellos... fueron traidores...
—Sufren, Candy, y a veces, al sufrir demasiado, se peca de torpe y de desleal... Mira, ya se ven las luces más claras, pero todavía estamos lejos. Pasará cerca de media hora antes de cruzar por frente a tu casa Como una marejada, suben los recuerdos a la garganta de
Candy; como un golpe de mar, rudo y amargo, y repentinamente se separa de Juan, que pregunta extrañado
—¿Qué te pasa? ¿En qué estás pensando? Dime en qué estás pensando...
—En Anthony
—Debí suponerlo. Te preocupa lo que pueda decir, lo que pueda pensar... Acaso debiste...
—¡Calla! No acabes de romper el encanto...
—¿Qué? ¿Qué dices?
—Nada... Que quisiera llegar cuanto antes al Luzbel... a cualquier parte...
Terry, no responde. Sólo hunde con fuerza los remos en el agua, y la pequeña barca parece volar sobre las oscuras olas, mientras sangra gota a gota la herida mal cerrada...
—¿Qué pasa? ¿Por qué no seguimos?
—Creo que no se puede, madrina. El camino está cerrado... Hay mucha gente... No dejan pasar —responde Flanmy. Y alzando la voz, pregunta a su vez—: Stear ... ¿Qué pasa?
Sin aguardar la respuesta de ese chico, ha saltado del gran coche cerrado con cristales, en el que, con mil dificultades, Rosemary Andrew ha llegado hasta el cruce del camino de Carbet. Soldados de uniforme detienen el paso en aquel lugar, conteniendo la avalancha de curiosos que pretenden acercarse al sitio del desastre. A lo lejos, apenas se distinguen las ruinas humeantes de lo que fuera el ingenio; la ceniza, aún caliente, borra los cambios y agobia los árboles, pero, por todos los senderos que van a Saint-Pierre, ruedan hacia la ciudad coches y carretones, y marchan gentes a pie y a caballo, en un éxodo improvisado y repentino. Temblando de impaciencia, Rosemary Andrew abre también la puerta del coche, para indagar
—Por fin, ¿qué es lo que ocurre? ¿Qué pasa? ¡Stear... Flanmy...!
—No podemos seguir, madrina. Por aquí no dejan pasar a nadie —explica Flanmy
—Pero, mi hijo..
—Tal vez pasó antes... Tal vez tuvo también que regresar... Es lo más probable, madrina. No pudo llegar a tiempo... No pudo llegar antes...
—¿Y si llegó en el preciso momento de la catástrofe? —se angustian.
—¡Oh, no.…no, madrina! Esas gentes dicen que sólo los trabajadores del ingenio, el administrador y sus familiares, fueron las víctimas... Lo cuentan de mil modos, pero en ese punto todos están acordes. Dicen que la lava encendida cayó como una catarata y se llevó el ingenio y las casas; Luego, cayó en el río y por eso no quemó a nadie más... Dicen que aquí cambió de rumbo, que en el camino no quemó a nadie. El señor Anthony, tiene que haber seguido viaje... Estaba tan desesperado...
—¿Desesperado?
—Sí, madrina. Estaba mal, muy mal... Antes le dije que había bebido mucho... Estaba como enloquecido, como trastornado. Hablaba solo, como un loco, cuando yo entré en la biblioteca... Hablaba solo... o con un fantasma, madrina. Nombraba a la señora Eliza... Le oí nombrarla...
Flanmy ha entrado muy despacio en el coche, sentándose junto a doña Rosemary y un instante se miran las dos mujeres desoladas.
Luego, aquella chispa de energía que tan fieramente sostiene la voluntad de Rosemary Andrew, arde en sus ojos claros, al decir:
—Lo buscaremos por todas partes. ¡No volveré a casa sin haberlo encontrado Como un reguero de pólvora, sobre el que corriese una llama, van de boca en boca por Saint-Pierre los relatos confusos o exagerados de aquella catástrofe preliminar... A medida que el coche de los Grand chéster va avanzando a través de las calles, es más denso el gentío que paulatinamente va llenándolas... Hacendados, trabajadores y comerciantes de todos los alrededores, acuden a la capital, unos en busca de noticias, otros huyendo por anticipado del nuevo desbordamiento de lava que algunos anuncian ya... Los cafés y restoranes están atestados, desborda la gente en los portales de la plaza... Han obligado a las agencias de vapores a abrir sus oficinas, y rápidamente se agotan los pasajes en los barcos que deben zarpar al día siguiente...
—¿Qué ocurre aquí? —quiere saber doña Rosemary, Van a leer un bando del alcalde. Si, madrina... Son los pregoneros del Municipio —explica Flanmy, Y dirigiéndose al cochero, alza la voz—: Acércate más, Esteban, acércate más...
El murmullo de la muchedumbre ha ido apagándose suavemente, y ahora sólo se oye la voz del pregonero que va desgranando el bando cómo una cantinel
—Vecinos de Saint-Pierre... Desechen todo temor y toda alarma.
Lo que había de ocurrir, ocurrió ya, y ningún peligro amenaza a lo que es propiamente la ciudad. Se ha aconsejado la evacuación de los campos y poblados situados en las faldas de Mont Pelee, únicos que pueden sufrir en último caso, y ello se está llevando a cabo en forma espontánea y con la mayor rapidez. En este momento, según nuestros cálculos, la ciudad ha recibido ya a más de diez mil personas de los alrededores, y siguen llegando. Sólo las gentes del vecino poblado de Pescador han quedado aisladas, pero se les está prestando oportunos auxilios. Duerman tranquilos, vecinos de SaintPierre, y reanuden mañana sus ocupaciones habituales. Si las lavas vuelven a desbordarse, tomarán como antes el camino del mar. No hay ningún peligro para la ciudad. Firmado, Fouchet, Alcalde Municipal de la Ciudad de Saint-Pierre de la Martinica, a seis de mayo de mil novecientos dos..."
El coche de los Grand chéster, ha reanudado la marcha, y de pronto, con gratísima sorpresa, Sofía exclama señalando hacia el café frente al cual están cruzando en estos momentos:
—¡Cirilo! ¿No es aquél Cirilo
—¡Oh, sí! —corrobora Yanina con alborozo—. Para el coche, Stear... ¡Para!
Flanmy, ha saltado del carruaje sin aguardar siquiera que éste pare, y corre hacia el cafetín abierto sobre la calle, hormigueante de público como si fuese pleno día, hasta poner las manos en el brazo del hombretón color de ébano, que ostenta la impecable librea de lino blanco, típica de los sirvientes del feudo de los de Grand chéster.
—Cirilo... Cirilo... ¿Dónde está el amo? ¿Dónde lo dejaste? Horas llevamos la señora y yo desesperadas buscándoles a ustedes. . ¡Horas! ¿Entiendes? ¿Dónde está el amo?
—No anda conmigo. . . Siguió viaje... no ha tenido paciencia de aguardar. Ha saltado también del coche, que detenido en medio de la estrecha calle obstruye el paso, hasta llegar al sirviente cada vez más turbado, y pregunta:
—Siguió viaje, ¿a dónde? ¿Qué le ha ocurrido a mi hijo?
—Al señor Anthony, que yo sepa, no le ha ocurrido nada, —Pero, ¿dónde está? —Persiste Flanmy.
—Ya debe estar llegando... ¿No te digo que siguió viaje?
—¿Para Fort de France? —pregunta Rosemary.
—Sí... Si, señora —confirma Cirilo—. Yo iba con él, pero me quitó las riendas de las manos porque no quise arrear a los caballos por sobre la candela. Me sacó del pescante de una patada, y a todo galope cogió por el camino viejo, el que da vuelta por detrás del pitón de Carbet...
—Pero, ¿no le ocurrió nada? —indaga ansiosa Flanmy—. ¿No sufrió ningún daño?
—¡Contesta, idiota! —salta Rosemary, sin poder contener su indignación.
—Como que no le pasó nada, mi ama. Yo lo vi pasar por encima de todas las cañas prendidas y aparecer allá lejos, en el camino... Entonces, no me quedó más que echar a andar.
—¿Y por qué no volviste a casa? ¿Por qué no fuiste a darme cuenta? —reprocha Rosemary furiosa—. Era más divertido dar vueltas por la calle, ¿verdad?
—No... No, mi ama. Es que yo estaba asustado... Había que ver la carrera del amo, y total para nada... El corre que te corre para Fort de France, y el gobernador, que dicen que ya viene para acá... Dicen que lo mandó llamar el alcalde y que él dijo que venía para acá con su señora y con esos dos doctores que dicen que son sabios, para que todo el mundo se convenza de que no va a pasar nada. La gente se ha vuelto como loca... Están comprando pasajes para irse mañana en todos los barcos, pero dicen que el gobernador no va a dejar que nadie se vaya, que va a mandar soldados para que no dejen embarcar a nadie... Allá en la otra cuadra, en la oficina de la Compañía de Navegación de Quebec, la gente rompió la puerta y los cristales... Y hasta para llevar gente en la cubierta de ese barco que llaman el Roraima, han comprado pasajes...
—¿Quién te dijo todo eso? —inquiere Rosemary, intrigada.
—Lo vi por mis ojos, mi ama. Y además, el señor Albert, el notario...
—¿Dónde está ese hombre?
—Aquí mismo estaba, pero salió dice que, a esperar al señor gobernador en su casa, porque tiene que hablarle primero que nadie...
—¿Primero que nadie? —se extraña Rosemary sin comprender el alcance de estas palabras.
—Anda llevando unos papeles que ya mucha gente le ha firmado, y a todo el mundo le habla para que los firme, porque quiere que el señor gobernador vea que son muchos los que desean que perdone a Terry, del Diablo y a los pescadores que están del lado de allá, y que les echen un puente de tabla para que salgan de ese sitio, donde hay más peligro que en ninguna parte...
—¿Qué estás diciendo, Cirilo? ¿Entendiste bien eso?
—Pues claro, mi ama. Y de este alto es el montón de papeles que lleva firmados... Para mí que el gobernador va a tener que hacerle caso...
—¡Cállate y sube al pescante! —ordena Rosemary autoritaria—. Acomódate al lado de Stear... Vamos inmediatamente a Palacio... ¡Ya veremos quién le habla primero al gobernador!
—Enciende la luz roja. Kuki...
—¿La luz roja, patrón? ¿Para qué se paren? ¿Vamos a detenernos?
—Ellos van a detenerse para esperarme... ¡Apura, Kuki! —
Terry ha hundido un remo en el agua, alzando el otro para hacer girar sobre sí mismo a aquel bote tan dócil en sus manos, poniendo proa a la cercana costa... Están muy cerca de los arrabales de Saint-Pierre, en las estribaciones de la montaña que se alza al sur de la ciudad, conocida por Monte Parnaso.
Una pequeña playa se abre al pie de ella, entre las rocas; alegres quintas de recreo bordean sus flancos, y en la parte más elevada, como un mirador sobre la ciudad y el mar, se alza un viejo convento de religiosas, edificado siglos atrás por la piedad de un colono enriquecido...
—¿Por qué cambias de rumbo? ¿A dónde vamos? —pregunta Candy extrañada.
Terry, no responde... Rema con todas sus fuerzas, apretados los labios, hasta que el bote se estremece al resbalar la quilla en la arena de la playa, y es entonces cuando ordena:
—Sujeta los remos Kuki. Vira el timón y estate atento a la marejada...
—¿Qué ocurre? —vuelve a preguntar Candy indecisa.
—Ven conmigo...
Terry, la ha tomado en brazos; ha saltado, hundiéndose hasta más arriba de las rodillas en el agua, y ha avanzado con paso firme sin aflojar la fácil carga, hasta depositarla en tierra...
—Terry.. ¿Estás loco? ¿Qué pretendes?
—No puedo arrastrarte a lo que casi es una muerte segura, Candy, No le faltó razón a Segundo al temer que el Luzbel no resista la carga. Por egoísmo te arrastré conmigo... Me faltaba el valor para desprenderme de ti, para arrancarme de tus brazos.
He sufrido, he luchado con todas mis fuerzas para dejar de ser lo que soy. Locamente soñé ser otro hombre, hacer que mi vida cambiara, lograr el milagro de salvar la distancia que nos separa...
—¿Qué distancia, Terry?
—La que tú bien conoces. Que tu piedad no mienta en este momento decisivo.
—Es que no comprendo nada —se desespera Candy, confusa—. ¿Pretendes dejarme aquí? ¿Abandonarme?
—Muy cerca de un convento... Allí puedes pasar la noche, y después, en cualquier forma, trasladarte a Saint-Pierre..
—Pero, ¿qué dices? ¿Qué hablas? ¡No quiero dejarte, Terry!
—Y yo no quiero arrastrarte a la muerte. ¿Para qué me obligas a decirte la horrible verdad? ¡Estoy perdido, Candy!
—¡No puede ser! —se niega Candy a aceptar lo que Terry le dice.
—A estas horas. Segundo y los hombres que quedaron con él, seguramente han sido apresados. Les obligarán a hablar, dirán dónde estamos, saldrán en nuestra búsqueda... y yo no voy a entregarme, Candy, Me haré a la mar, aun sabiendo que no podré llegar muy lejos...
—-Pero entonces, mentiste... ¡Me mentiste!
—He callado mientras luchaba con mi conciencia, pero la razón ha ganado. No fue mentira...
—He callado mientras luchaba con mi conciencia, pero la razón
ha ganado. No fue mentira...
—¡Fue mentira! Y no sólo a mí, sino que mentiste también a esos desdichados.
—Para ellos no hay engaño. Saben bien su destino. Tienen mi misma suerte: la desgracia, o un poco de esperanza. La esperanza de una vida miserable, que no es para ti, Candy de Andrew...
—¿Y si yo la aceptara?
—No me hagas entrever un paraíso que no existe. Calla,
Candy, calla, pues si siguiera escuchándote tal vez no tendría fuerzas para hacer lo que es necesario... porque te amo tanto... ¡tanto...!
La ha estrechado en sus brazos, ha puesto en sus labios un beso de fuego; luego, bruscamente, se desprende, rompiendo el tierno lazo, para correr al bote contra el que se estrellan las olas, mientras Candy, en un grito desgarrador, clama y suplica:
—¡Terry! ¡No! ¡No! ¡No me dejes! ¡Llévame contigo! ¿Qué me importa la muerte?
El grito de Candy se pierde en la noche, se hunde en las oscuras aguas cada vez más inquietas, que se alzan encrespándose y llegan a golpear con sus gotas de espuma sus manos extendidas, sus ojos que miran sin ver, sus labios en los que arde, como una llamarada, la huella de aquel beso imborrable, el beso que Terry dejara en ellos, fuerte como el abismo que los separa: beso amargo y, a la vez, henchido de dulzura infinita... El primero, el único beso de amor que Candy, recibiera jamás... Una ola gigante le ha bañado totalmente, pero ella no se mueve... Queda como clavada en aquella playa, a la vez destrozada y deslumbrada el alma, como si un instante hubiera visto brillar una estrella en sus manos y ésta hubiese dejado en ellas sólo el ardor de la quemadura, sólo el ansia de apresar lo que un momento tembló entre sus dedos. Don supremo y soñado que, por segunda vez, la vida le arrebata... Y la más triste frase que jamás escapara de labios humanos, sube a los suyos en hervor de sollozos:
—Terry, ¿por qué me abandonaste?
De pie en la playa, todavía mira el horizonte, todavía registra con ansia, esperando que la luz del día que nace le ayude a encontrar la vela del Luzbel, los henchidos manteles de la audaz goleta marinera, que se ha ido lejos con su pesada carga que significa la perdición y naufragio, con su audaz capitán cuyas últimas frases aún suenan en los oídos de Mónica subyugadoras y torturantes... Terry de Dios... Terry del Diablo... Aquel que locamente apareciera en su vida como flecha de luz y de fuego, perfumándola y desgarrándola... aquel que, al fin, dejó escapar su secreto al borde de la despedida brutal... aquél a quien todavía reclama, con blando reproche doloroso, los tiernos labios de la ex-novicia:
—Si pudiera seguirte... Si pudiera...
Ha mirado con ansia a todas partes, pero nada hay allí de que pueda servirse, nadie que pueda estar dispuesto a ayudarla.
Tras los acantilados de roca negra mudos testigos de cien catástrofes pasadas, arrancan las laderas de intenso verdor del Monte Parnaso; quintas floridas se alzan entre las calles desiguales y, en su parte más alta, aquel viejo convento con el que Terry contara para que le sirviese de refugio. Con el ansia de que su vista alcance más lejos, trepa Candy el sendero de cabras, pero nada ve tampoco desde allí, sino la inmensidad del mar...
_ ¿Cómo buscarte? ¿Cómo ir a ti, Terry?
Desde allí se divisa también la ciudad entera. Está casi a dos kilómetros de distancia. Un instante, la imaginación de Candy, parece arder... En Saint-Pierre hay lanchas, botes, barcos. Tal vez pudiera encontrar quien la llevase, pero, ¿hasta dónde? Está de espaldas al camino y no ve la tila de coches que va acercándose, los vehículos que cruzan dejando la ciudad, rumbo a las quintas del Monte Parnaso. Uno de ellos ha aminorado la marcha, deteniéndose muy cerca de ella. La portezuela se ha abierto al impulso nervioso de la mano de una persona que llama, sorprendida:
—¡Candy! Pero, ¿es usted... usted realmente? ¿No estoy soñando? ¿Está sola? ¿Qué hace aquí? Le aseguro que no podía dar crédito a mis ojos y ahora, aun palpándola... ¿No estaba usted allá...?
—Comprendo su sorpresa. Madre.
—Nadie. Cálmese. Para mi desgracia, estoy completamente sola, pues sola se me impuso la obligación de salvarme...
La Madre Superiora Gray, de las Siervas del Verbo Encarnado palpa con manos trémulas las mojadas ropas de Candy, mira con los ojos agrandados de sorpresa la playa cercana y el inquieto mar, y contiene con esfuerzo los cientos de preguntas que acuden a sus labios, mientras tres coches más han parado detrás del suyo y se descorren las cortinillas para mostrar, bajo las negras tocas, semblantes asombrados. Luego, la comprensión y la piedad se sobreponen al asombro... el rostro palidísimo, las ropas mojadas, las profundas ojeras, la mirada de angustia y extravío en los ojos de la ex-novicia, tienen fuerza bastante para obligar a reaccionar a la madre abadesa:
_ Veo que está usted enferma, Candy, y acaba de decirme que se encuentra sola. Suba a mi coche... Vamos al Convento de las Dominicas. Han invitado a nuestra comunidad a refugiarse en él en vista de la gran alarma.
—¿Alarma?
—Parece ser que se acerca el fin del mundo, hija mía, y el señor Obispo nos dijo evacuar nuestro viejo convento de la Plaza —comenta la madre abadesa casi en tono jovial—. Muchos dicen que no va a ocurrir absolutamente nada. El alcalde no hace más que lanzar bandos y proclamas tranquilizando a los habitantes de Saint-Pierre, y se dice que el gobernador ha llegado para prohibir el éxodo. Por eso decidí apresurar a mis hijas espirituales, para poder cumplir con los deseos de su Ilustrísima... Ahora pienso que fue una inspiración del cielo, ya que gracias a eso la hemos encontrado. ¡Vamos, venga, suba al coche
—No, Madre, no puedo ir con ustedes... Tengo que embarcarme... tengo que ir en busca de Terry
—¿En busca de Terry? —se sorprende la abadesa. Y con cierta satisfacción, indaga—: ¿Quiere decirme que ha podido escapar Terry del Diablo? ¡Oh, perdón! Usted le llama Juan de Dios, y realmente...
—Está, como quien dice, perdido... Van a una muerte segura... el Luzbel no puede con su carga... ¡Dios mío... Dios mío...!
—Hija querida, me temo que esté usted desvariando
—No, Madre, no. Terry me trajo a esta playa, me dejó aquí ordenándome que me salvara, que fuera precisamente a ese convento, y que allí...
—Entonces, ¿qué aguarda? ¿No es la obediencia su primer deber como esposa?
—¡Si él muere, no quiero yo vivir, Madre!
—Baje la voz, por favor. Las novicias están muy cerca, justamente en ese carruaje que no ha levantado sus cortinas. Venga conmigo, está usted enferma y de momento no puede hacer nada...
—Si muere Terry, perderé la razón Madre
—No se desespere. No es sólo su Terry, somos todos los que, al parecer, estamos en grave peligro en este instante. Nuestras hermanas dominicas están en oración desde ayer, y lo mismo haremos nosotras al llegar. Nunca se reza en vano. La misericordia de Dios es infinita. Considero que el haberla encontrado aquí es casi un milagro. Rezaremos porque haga otro en honor de ese loco generoso con quien está usted casada. En estos últimos días casi no se hablaba de otra cosa en la ciudad, sino de su gran lucha en defensa de los pescadores. Muchos le atacan, pero no le faltan grandes partidarios: nuestro Capellán, entre otros... Blandamente ha hecho subir a Candy al carruaje, y a una discreta seña, otra vez se pone en marcha la caravana
Esta historia continuará….
Ya solo falta unos cuantos capítulos para el gran final de este fic… gracias por su apoyo, su respectiva autora es Caridad Bravo Adams, no olviden dejar sus comentarios.
Respondo sus comentarios en mi sección favorita.
Elvia Soan: Gracias mi querida amiga por tu apoyo hasta el final
Marialuisa Casti: Estoy agradecida por tus comentarios espero que te guste ese capítulo.
Mia Brower Graham de Andrew: Gracias por tu apoyo mi querida amiga, bendiciones.
Guets: Me encanto tu comentario, agradezco a todas las que comentan con ese nombre, no perderse los últimos capítulos.
Gracias a cada uno por leer y comentar, sobre todo a las que leen silenciosamente.
Un agradecimiento especial a Blanca G, Carol Aragon, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrew, SARITANIMELOVE, Cecilia Rodriguez, Nilda Mano, Marialuisa Casti y todas las que leen.
Agradezco a todos por sus comentarios y a las personas que leen silenciosamente, gracias por su apoyo.
Prometo este 2023 como sea terminar con esta bella adaptación.
No olviden dejar sus comentarios en esta y en mis otras historias, gracias a sus comentarios me anima a seguir escribiendo
Me despido con un fuerte abrazo.
Continuaremos con todas las historias que faltan
Bendiciones
Maggie Grand.
