Ya es la tercera parte del libro... la ultima parte.
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
Parte final (El libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Hola mis amores, estoy de vuelta. esta tercera parte, es la última parte de ésta historia…
Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrutadla.
… … … … … … … … … … …
Solo falta un capítulo más para el gran final…. El próximo capítulo es el penúltimo capítulo... Gracias a todos por su apoyo e comentarios, sobre todo a las personas que me siguieron hasta el final, también a los grupos que me apoyaron... muchas gracias…
Ya el próximo capítulo es el penúltimo capítulo..
TERCERA PARTE
JUAN DEL DIABLO.
TERRY PIRATA.
Capítulo 35.
Terry, ha asomado la cabeza entre las inquietas aguas, y ha vuelto a hundirla en ellas... Abrasan las caldeadas aguas del mar, pero aún es más quemante el soplo de fuego que baja de la montaña... A su alrededor hay otros hombres que se agitan como él, debatiéndose entre los dos elementos terribles: el agua que quema y el aire que abrasa... Rostros ennegrecidos y quemados, brazos que se extienden en busca de auxilio, cuerpos inmóviles y cuerpos gesticulantes, vivos y muertos, lesionados y sanos... masa múltiple que lucha enloquecida de espanto, sin acabar de comprender lo que pasa... De dos brazadas, Terry ha llegado al sitio en el que viera hundirse la oscura cabeza del muchachuelo negro, agarrándolo al fin por el delgado cuello, sacándolo a flote, volviendo a hundirlo, sacudiéndolo hasta obligarlo a despejarse...
—Patrón... me muero... —se queja Kuki, con voz ahogada—. Quema el agua... quema el aire...
—No te mueres... agárrate a esa tabla... —Con todas sus fuerzas, Terry ha andado, arrastrando al muchacho. Muy cerca está el pequeño bote insumergible... Flota de costado, pero es fácil volverlo—¡Sostente, Kuki!
Otra mano crispada ha surgido de las aguas, agarrándose también al costado del bote. Otro rostro desfigurado, otra cabeza chamuscada y herida se alza buscando el aire, otro hombre llega a disputarle aquel abollado cascarón que representa la última esperanza de salvarse.
—¡Suelta, Anthony!
—¡No, Terry!
Otra vez frente a frente... Otra vez, en el instante más duro de la última batalla, una fatal casualidad los enfrenta y los ata en aquellas dos manos juntas en crispación desesperada, en aquellas dos bocas que aspiran con idéntica ansia la última ráfaga de aire respirable. Y es un relámpago de odio el que arde en las pupilas de Anthony, al increpar:
—¡Hundiste mi barco, lo hiciste estallar, saltar en pedazos
—¿Estás loco? ¿Cómo hubiera podido? ¡Creo que fue el volcán
—¿El volcán... el volcán...? ¡Oh! ¿Y Candy? ¡Estaba en el Luzbel...!
—¡No, no estaba! ¡La puse a salvo
—Entonces, era verdad... ¡Oh, no puedo más! — Se ha apagado el rencor en sus ojos claros. A su alrededor, el agua se tiñe de sangre, mientras la mano libre de Terry sostiene el cuerpo de Kuki, ahora inanimado como si hubiese vuelto a desmayarse...
—¡Anthony... arriba! ¡Sube al bote... apóyate en mí! ¡No te dejes hundir!
—¡Anthony... arriba! ¡Sube al bote... apóyate en mí! ¡No te dejes hundir!
—¡Es inútil, Terry! ¡Estoy herido! ¡Salva al muchacho! ¡Sálvate tú!
—¡Arriba, Kuki... adentro! ¡Ayúdate... arriba! —ordena Terry. empujando el cuerpo del muchachuelo negro—. ¡Ahora tú... pronto, Anthony, no voy a dejarte! ¡Arriba!
Con esfuerzo lo ha alzado, y rueda el cuerpo examine hasta el fondo de la pequeña embarcación... Con el último aliento, se alza él también, y un instante queda de pie en la frágil barquilla, abarcando con mirada de horror y espanto que le rodea... Sangra por diez heridas, la ropa quemada se les cae a pedazos mostrando la piel enrojecida y chamuscada, pero nada es todo ello para lo que sus pupilas contemplan... A sus pies, como un animalejo herido, se agita Kuki:
—¿Qué pasó, patrón? Nos pegaron las balas... nos hundieron, ¿verdad? ¿Hundieron al Luzbel!
—¿El Luzbel? ¡Oh, no! El Luzbel no se ha hundido... ahí está, quemado, destrozado, pero flotando... Se hundieron los demás, se hundió el Galión, como si el mar se lo sorbiera, se hundieron otros barcos, todos. Colibrí, casi todos... ¡Mira!
Ha obligado a alzarse al muchachuelo para mirar hacia aquel extraño mar vacío, trágicamente cubierto de despojos... Muy cerca, en una como balsa destrozada, agitada con violencia por las olas, un pequeño grupo de hombres luchan... Como en visión de pesadilla, Terry los contempla y los reconoce:
—¡Águila... Martín, Julián... Genaro! ¡Agárrense a las tablas, agárrense a las cuerdas que cuelgan del barco, sosténganse mientras voy en busca de auxilios!
Se ha inclinado, recogiendo del mar una ancha tabla, y hundiéndola en el agua, a modo de remo, alza la frente para mirar a la orilla cercana, y es un grito de espanto el que brota de su garganta:
—¡Ku! ¿Estoy loco... estoy ciego? ¡Mira, Colibrí, mira a SaintPierre! ¿Qué es? ¿Qué es lo que tenemos delante?
—¡Nada, Patrón! ¡No hay nada!
Como enloquecido, Terry ha remado hacia la tierra, y a su impulso gigante avanza el bote en dirección a lo que fueran embarcaderos, muelles, playas... Sus ojos buscan las casas que no existen, el panorama familiar que se ha borrado. No hay un techo, ni un árbol, ni un muro siquiera, que se haya conservado en pie... El verde valle, donde se alzaba la más rica y populosa ciudad de las pequeñas Antillas, es un enorme hueco desnudo, cubierto de cenizas y de lava, que lentamente va petrificándose...
—¡Candy... Candy...!
El nombre amado es lo único que ha acudido a los labios de
Terry... saeta de luz y fuego que pasa traspasándole. Con ansia de demente vuelve a empuñar la tabla y sigue remando...
Necesita acercarse, llegar. No da crédito a sus ojos enrojecidos.
Su mente, enloquecida de sorpresa y de espanto, no logra captar todavía la terrible verdad... hasta qué el bote toca la costa. Ha corrido unos pasos sin sentir en sus pies la quemadura de la tierra calcinada. Sus manos palpan el suelo candente, insensibles ya cuerpo y alma al dolor y al espanto...
—¡Aquí estaba Saint-Pierre... aquí estaba! ¡No, no.… imposible, no es verdad lo que veo! ¡No puede ser verdad! —Y gritando como un loco, deniega—: ¡No es verdad!
El rugido del monstruo parece responderle. Ahí está el Mont Pelee. También él ha cambiado. Lo que fuera su frente poderosa ha volado en pedazos, y a lo largo de la altísima mole de su desnudo cono, una ancha y tremenda grieta deja aún escapar el vaho mortífero, mientras a través de la horrible hendidura se ve hervir la ingente lava, como un surtidor de las fraguas del infierno. Juan ha retrocedido hasta llegar al bote, en cuyo fondo yace Anthony Grand Chester, y a cuyo lado se alza la oscura cabeza de Kuki que inquiere con ansiedad:
—¿Qué ha pasado, patrón, ¿qué es lo que ha pasado?
—¡Esta fue Saint-Pierre! Fue, y no es ya... La ciudad en que nací no existe... y ella, ella... Candy... —Y con inusitada desesperación, clama—: ¡Candy...! ¿Dónde estás?
En el borde del antepecho de aquel balcón, desde donde mirara aquella última y terrible batalla definitiva para su propia vida, entre Terry y Anthony, Candy ha permanecido semi-desmayada, casi insensible... Las ráfagas de aire abrasador han chamuscado en parte su piel y sus cabellos, pero sus ojos, un momento medio cegados, están viendo ya, y exclama señalando con la mano extendida:
_ ¡Allí! ¡Allí!
—¡Candy, hija...! ¿Has perdido el juicio? —se angustia Elroy Andrew.
—¡Allí... en el agua, junto al barco... junto al Luzbel, hay gente! ¡Se agitan! ¡Hay gente viva... nadan...!
—¡Oh, sí... es cierto! ¡Alguien quedó con vida! —apoya Albert.
—¡Corramos! ¡Corramos! —incita Candy, con tremenda excitación. Los habitantes del Monte Parnaso han acudido en auxilio de los pocos supervivientes de los naufragios de la bahía: algunos tripulantes del Roraima, cuatro o cinco de los muchos pescadores que se disponían a tender las redes al amanecer, y la mayor parte de los pasajeros del Luzbel... Cuantos permanecieron en la bodega por no tener armas, a más de niños y mujeres, se han salvado. También algunos de los tripulantes: Martín, Águila, Julián, Genaro... Heridos, extenuados, quemados por el aire y el agua, los tristes cuerpos forman una larga fila de camillas al borde mismo de la plaza. A éstos se van sumando muchas víctimas que hubo también en el Monte Parnaso, en los lugares donde el vaho de fuego llegó con más fuerza... Como una sombra blanca, cruza Mónica frente a las víctimas doloridas, y, por primera vez, sus manos piadosas no aciertan a curar ni a consolar.
—¡No está... no está...! ¡Terry no está entre ellos! ¡Terry no está entre ellos que se salvaron! ¡Me apartó de él, no me dejó morir a su lado! ¿Por qué? ¿Por qué?
—Hija, es preciso que te calmes —suplica Elroy—. Perderás la razón...
—Y no será ella sola —asegura Albert—. Lo único milagroso es que aun estemos vivos, que hayamos visto esto y que podamos contarlo, sin haber enloquecido. Vivir tras una cosa así... ¡Tal vez no sea por mucho tiempo! ¡Todavía ruge el monstruo! Y hay que oír a esos desdichados, especialmente a los dos fogoneros del Galión...
—¿Habló usted con ellos? —se esperanza Candy—. ¿Pudo preguntarles... ?
—Dicen que el mar se tragó al Galión como si lo sorbiera.
—Pero de Terry... de los hombres del Luzbel, ¿dijeron algo? ¿Pudo usted hablarles?
—Dos de ellos me aseguran que le vieron tomar un bote y remar hacia tierra. Yo no lo creo... Esos hombres están enloquecidos, trastornados... Vieron visiones en medio de su espanto. ¿Cómo hubiera podido Juan, ni nadie, tomar un bote ni remar? Se hundió el Galión, y del Luzbel no quedó una tabla sana... como si Dios hubiera querido castigar el crimen de aquella lucha a muerte entre dos hermanos... Porque hermanos eran... ¡Hermanos! La misma sangre y, a pesar de sus errores, de sus violencias y de sus crueldades, el mismo corazón y la misma nobleza... No puedo negarlo.
—¡Pero esos hombres que vieron a Terry...! —se aterra Candy, con desesperada esperanza.
—No pudieron verlo, Candy. Se engañan... Terry no es ya de este mundo...
—¡Oh! —se duele Candy, sollozando con verdadera desesperación— ¡Terry... Terry
—¿Es que no lo sabe? ¡Terry era mi vida entera! Y si él ha muerto, ¿para qué quiero yo vivir y respirar? ¡Pero no.… no.… no ha muerto! ¡No puede haber muerto! El mar era su amigo, y no puede hacerle daño... ¡Lo devolverá!
Ha corrido como una loca hada la estrecha playa... aquella que se abriera como una concha de oro entre la piedra negra de los acantilados, ahora cubierta de ceniza y despojos, y llega hasta ese mar donde viera alejarse, saltando, la barca de Terry...
Como entonces, ha extendido las manos, y en sus ojos casi ciegos de lágrimas, finge la locura de aquel minuto un bote imaginario que se alejara llevando a Terry...
—¡Terry! ¡No me dejes... No te vayas... Llévame contigo... ¡Llévame a morir a tu lado! ¡Vuelve a buscarme! ¡Vuelve a buscarme, Terry!
—¡Patrón! ¡No está muerto! ¡Se mueve...! De la herida le sale sangre... mucha sangre...
La mirada de Terry ha descendido desde lo alto de la cima calcinada del Mont Pelee, hasta el pequeño bote en cuyo fondo yace Anthony. En medio de aquel atroz espectáculo de muerte, frente a la ceniza que sirve de sudario a más de cuarenta mil cadáveres, todavía aquel corazón palpita débilmente... Terry se inclina hacia él, acabando de desgarrar la fina ropa, hasta encontrar el manantial de aquella sangre por donde gota a gota escapa la vida del último Grand chéster. Un trozo cortante de madera, la punta filosa de una tabla astillada, está clavada sobre las costillas, demasiado cerca del corazón... pero la mano de Terry no vacila en arrancarla de un brusco tirón...
—¡Cuánta sangre! —comenta Kuki espantado.
—¡Pronto! ¡Hay que restañarla! —Con el último trozo de su propia camisa, Terry ha rellenado el horrible hueco, conteniendo la profusa hemorragia—. ¡Desnúdale, Kuki, ayúdame! ¡Trae algo con qué vendarle!
A tirones se ha proporcionado una burda venda y la enrolla, abarcando el torso desnudo de Anthony, con habilidad de marinero.
—Mire, abre la boca, patrón
—Tiene sed... Ha perdido mucha sangre... Pero ni un trago de agua puede dar ya esta tierra para Anthony Grand Chester...
Ha vuelto a mirar la espantosa desolación que le rodea, y al hombre que agoniza a sus pies. Esparcidos en el fondo del bote están los papeles que Anthony recibiera del Obispado la noche anterior, y otro grueso papel con sellos y lacre que, por extraño impulso, toman rápidamente las manos de Terry...
—Supongo que el derecho a matarme como a un perro donde quiera que me encontrara. Son los sellos del gobernador, su firma... Todavía ayer era él quien decretaba la vida o la muerte...
Ha estrujando juntos el informe montón de papeles mojados, símbolo inútil del poder terrenal: los sellos del Gobernador y la firma del Papa. Todo está ya de más, todo vale ahora, frente a sus ojos, lo que pueda valer aquella llanura calcinada, aquella ciudad hecha cenizas... Los papeles cayeron de sus manos. A través del aire, ahora claro, distingue la colina de Morne Rouge, gris, ahogada bajo las cenizas... pero las casas de su aldea están intactas. Su mirada de águila puede descubrir los techos y los árboles desgajados, y como caravana de insectos, puntos oscuros que descienden por las laderas hacia el sitio en que estuviera la ciudad...
—Allá, en la aldea de Morne Rouge, hay gente viva... Se mueven... vienen... pueden auxiliarnos... ¡Vamos...!
Kuki, le ha tomado de la mano, tirando de él con el impulso de instinto desesperado. Juan vacila, y vuelve los ojos hacia Anthony. Luego, sin una palabra, lo alza en sus brazos de hércules...
_ ¿Va a llevarlo, patrón?
—No vale la pena haberlo sacado del mar para dejarlo en el camino Kuki, Toda obra empezada hay que terminarla...
Recoge esos papeles y ven detrás de mí...
—¿Los papeles? —balbucea Kuki, estupefacto—, ¿Los pápeles con el permiso de matarnos?
—Y los otros también, Kuki, Puede que valgan más que la vida para Anthony... ¡En marcha!
Aquella misma tarde llegó una brigada de auxilios de Fort de France... que no encontró a quién auxiliar. Nuevas erupciones y desbordamiento de lavas hicieron necesario el inmediato traslado de los supervivientes del Monte Parnaso hacia la segunda ciudad de la isla, y las noticias del cataclismo volaron hasta llegar a los puntos más lejanos... El monstruo del Caribe siguió rugiendo, arrojando sus mortíferas bocanadas. Sacudiendo y agrietando la tierra, vertiendo ríos y torrentes de lava. Toda la población civilizada del planeta leyó ávidamente los relatos de la catástrofe y siguió con inquietud angustiosa los terribles fenómenos que sucedieron al primer desastre... Fort de France vivió semanas de terror colectivo, y sus espantados habitantes sólo anhelaban huir de aquella tierra antes dichosa...
—¿Qué pasa Dorothi? —pregunta Candy, a la sirvienta
—El señor Albert me mandó a avisarle... Hay tres puestos en el barco que sale esta tarde para Jamaica... Dice que nos tenemos que ir las tres, que hay que irse, que en la Martinica no va a quedar nadie vivo...
—¡Vámonos, hija, vámonos! ¿Qué puedes esperar ya? Terry, ha muerto... ¿Por qué no te convences? ¿Por qué no lo aceptas?
—¡No puedo irme, madre! ¡No puedo irme, porque hay algo que me grita en el corazón, algo que me sostiene no sé cómo, no sé por qué, en la locura de una esperanza!
Juntas las manos en aquel gesto de dolor y de súplica que semanas de angustia han grabado en ella, Candy, se aleja unos pasos entre las ruinas que forman el patio de aquella quinta semi destruida, triste refugio de uno de los grupos que milagrosamente escaparon antes de las catástrofes de Morne Rouge y Monte Parnaso. De aquella antigua casa, apenas quedan en pie tres o cuatro habitaciones entre escombros y grietas... También Dorothi, la antigua doncella de Eliza, ha juntado las manos asustada y ha caído de rodillas, en un ademán que los terribles sucesos han hecho ya peculiar:
—¡nos vamos a morir todos! ¡Tiene razón el señor notario! Y la señora Candy sin querer que nos vayamos... ¡Ay, Dios mío... Dios mío!
—Por favor Dorothi, cállate ya —reprocha Catalina en tono suave, pero aburrida—. Molestas a Candy, que seguramente está rendida... ¿Por qué no te recuestas un rato, hija?
—No vale la pena, mamá. Tengo que volver a salir... El monstruo no está satisfecho... el volcán no se apaga aún... Hoy llegaron gentes de Lorraine, de Marigot, de Sainte Marie, de Grose Morne, de Trinidad.
—¿Cómo? ¿Nuevas catástrofes? —se alarma Elroy.
—Sí... sí, señora. Más y más catástrofes, como usted dice — afirma la nerviosa y entrometida Ana—. En un pueblo de allá arriba se abrió una grieta grande, grande, que se lo tragó todo: las gentes, las casas y los animales, y después se cerró... Afuera no quedó sino un negrito que vino corre que te corre a contarlo.
Lo oí decir en la plaza... Y también le contaron al señor Albert, delante de mí, qué por ahí viene bajando una nube grande, grande, igual que otra que en Morne Rouge se abrió de pronto con una lluvia de piedras y de agua caliente, y acabó hasta con los perros y los gatos...
—¡Jesús! ¿No serán exageraciones tuyas Dorothi? —duda Elroy.
—Por desgracia, es verdad, madre —confirma Candy—. A la especie de hospital que tenemos en el Ayuntamiento, llegaron gentes de esos pueblos, heridas y quemadas. Hablé con todos, miré todas las caras...
—Sin el menor resultado, naturalmente —termina Albert, acercándose al grupo—. Vine para escuchar yo mismo la negativa... Supongo que Dorothi, les dio mi recado...
—Pues claro que sí, señor notario; pero como si nada. La señora Candy, está empeñada en que nos friamos...
_ ¡ Calla, Dorothi, calla! —interrumpe Elroy, —, ¿No tienes nada que hacer por allá adentro?
—Tendría que hacer la comida si hubiera qué comer. Pero para sancochar las yucas en esa agua que apesta a azufre, da igual que sea más tarde o más temprano...
—De todas maneras, ve a hacerlo —ordena Elroy—. Yo voy a
ver si te preparo algunos vendajes más, Candy... Anda, Dorothi, ven conmigo...
—Iba a verlo. —explica Candy, después que se han ido su madre y Dorothi—. A suplicarle que utilizaran ustedes esos tres pasajes... Tienen razón... Aquí nos moriremos todos... Sálvese usted, Albert y póngalas a ellas dos a salvo...
—No quieren irse sin usted, y hacen muy bien. Por mi parte, yo considero que ya viví bastantes años. Casi, casi me remuerde la conciencia de moverme y respirar aún, cuando hombres jóvenes y espléndidos han perdido la vida... Sin embargo, hay que aceptar la realidad, Candy.
—¡No puedo aceptarla! Me la rechaza el pensamiento, el instinto se niega a darlo todo por terminado. Creo que perdería la razón como en aquellos primeros días... ¿Por qué me habló de su amor Terry, en el último minuto? ¿Por qué me lo clavó en el corazón como una saeta envenenada?
—¡Él la amaba a usted tanto! Todo cuanto hizo fue por amor a usted, desde que regresó de aquel viaje...
—¿Por qué no me lo dijo entonces?
—¿Y quién podía adivinar que a usted le interesaba ese pobre amor? Los dos pecaron de orgullosos, Candy. Y ahora ya...
—¡Seguiré buscando!
—Búsqueda inútil... Si Terry estuviera vivo, estaría a su lado, Candy. En aquel mar se hundieron juntos los dos hermanos. ...
Juntos expiraron... No pudo ser de otra manera...
—¿Y si es cierto que pudo tomar un bote y alcanzar la playa?
—La habría buscado, Candy, no lo dude...
—¿Y si no pudo hacerlo? ¿Y si le sorprendió una nueva catástrofe? ¿Acaso hemos tenido un momento de reposo, hemos dormido más de tres noches en el mismo lugar? ¿Cuántas veces hemos huido de Fort de France y hemos vuelto a él? ¿Cuántas aldeas se han vaciado y han vuelto a llenarse con los fugitivos de otras, más desdichadas aún? ¿Cuántos infelices yacen desfigurados, con el rostro envuelto en vendajes, sin haber recuperado el sentido, en cualquier hospital improvisado?
_ ¿Cuántos, Albert? Cada día, durante quince, dieciséis, dieciocho horas, acudo a los lugares en que se auxilia a los lesionados... ¡A cuántos vendan y atienden cada día estas manos! ¡Y todo por
él... por él!
—No le quite mérito a su esfuerzo, a su obra extraordinaria. Su caridad y su abnegación no son sólo una búsqueda, Candy.
—No... Claro... No son sólo una búsqueda de su cuerpo; son también la búsqueda de su alma. Porque cada vez que tomo en brazos a un niño enfermo, cada vez que acerco un vaso de agua a unos labios encendidos de fiebre, cada vez que reparto con una mujer fugitiva mi ración miserable, estoy pensando: Esto hubiera hecho Terry... Esto hizo él siempre... Nadie fue más generoso con los desdichados, nadie fue más abnegado ni más noble que aquél a quien llamaran Terry n del Diablo...
Una sacudida brutal les ha hecho rodar casi por tierra. Un polvo espeso se alza de los escombros, mientras tañen solas, en las abandonadas torres, las viejas campanas. El aire denso se llena de relámpagos...
—Candy, acepte esos puestos —aconseja Noel en tono suave—.
Un día u otro tendrá que irse, si no nos morimos. Se habla seriamente de ordenar la evacuación total de la isla. He visto los bandos que están preparándose... ¿Por qué no aprovecharlo ahora? Será menos dura la situación de los que salgan primero...
—¡Yo seré la última que salga! —asevera Candy con decidida tenacidad.
Esta Historia Continuará…
No perderse los últimos capítulos, ya viene el desenlace final de esta historia, prometo terminar todas para descansar en cuanto a la otra historia de Caridad Bravo Adams Amor Real ya no la escribiré porque ya no me suma el tiempo, prometo terminar todas mis historias hasta el final ya son 106 historias de Candy Mundo que escribo…
Muchas Gracias por su apoyo, solo cinco capítulos para el gran final.
No perderse los últimos capítulos de esta historia, muchas gracias por sus comentarios, sobre todo a los que me siguen hasta el final, especialmente a SARITANIMELOVE, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrew, Nilda Manno, Marialuisa Casti, por su paciencia como a todos los que me leen.
Ahora contesto sus comentarios en mi sección Favorita.
Elvia Soan: Gracias por tus comentarios amiga bella, por apoyarme hasta el final de esta historia, ya solo falta un capítulo más para el gran final, ya el próximo capítulo es el penúltimo capítulo...
Marialuisa Casti: Muchas gracias amiga bella por tus comentarios…. Claro que si puedes leerme todas las historias que deseas es más te paso por tu correo personal, muchas gracias.
Edith Grandchester: Muchas gracias querida amiga por tu apoyo, espero que me sigas hasta el final y desenlace de esta historia.
Mia Brower Graham de Andrew: Gracias por apoyarme hasta el final mi bella amiga, bendiciones para ti como para todas las que comentan con el nombre de Guest.
Gracias a todas las personas que me dejaron un comentario.
Gracias a cada uno por leer y comentar, sobre todo a las que leen silenciosamente.
Un agradecimiento especial a Blanca G, Carol Aragon, Elvia Soam, Mia Brower Graham de Andrew, SARITANIMELOVE, Cecilia Rodriguez, Nilda Mano, Marialuisa Casti y todas las que leen.
Agradezco a todos por sus comentarios y a las personas que leen silenciosamente, gracias por su apoyo.
Prometo este 2023 como sea terminar con esta bella adaptación.
No olviden dejar sus comentarios en esta y en mis otras historias, gracias a sus comentarios me anima a seguir escribiendo.
Me despido con un fuerte abrazo.
Continuaremos con todas las historias que faltan
Bendiciones
Maggie Grand.
