¡Hola! Espero que hayan tenido un bonito puentecito de Todos Santos y que hayan comido tamales hasta decir basta. Y si no fue de ese modo, pues por lo menos podrán pasarla chévere con esta actualización
Coincidences
Economía doméstica: era el nombre de la materia a la que se había enfrentado desde quinto año de primaria y que todavía debía sobrellevar en preparatoria. Y si bien siempre había contado con compañeros competentes que la habían ayudado a conseguir calificaciones sobresalientes, no sabía si esa bendita fortuna la acompañaría por más tiempo.
—El día de hoy podrán elegir entre cuatro opciones. Cuando se decanten por un platillo diríjanse al centro del salón para que tomen los ingredientes que utilizarán —expresó la maestra para el alumnado—. Ya que los equipos estén listos, procedan por favor. Este platillo formará parte de su calificación final.
«No quisiera hacer esto, mas no tengo otra elección. Tendré que pedirle a Kuramochi y a Miyuki que me dejen estar dentro de su equipo».
Miró a ese par con discreción. Estaba aliviada de que únicamente fueran ellos dos porque así tendría oportunidad de integrarse a su grupo de trabajo.
«Los convenceré diciéndoles que lavaré todos los utensilios y trastos tras terminar de cocinar».
Exhaló y se encaminó hacia esos dos jugadores. Sin embargo, antes de que pudiera llegar, un obstáculo se atravesó en su camino.
«¿Eh? ¡Esperen!, ¿qué es lo que quieren estas dos? No me digan que ellas…».
Su fatídico presentimiento se convirtió en una realidad irrevocable.
«¡¿Qué?! ¡Ellas les han pedido a ambos formar parte de su equipo! Es obvio que lo hacen por Miyuki… Gracias a esto mi única oportunidad de aprobar Economía del Hogar con buena nota, se esfumó».
Sora entró en ese estado caótico conocido como pánico. Ella era la única que no tenía equipo y el reloj de la maestra empezaba a correr.
«Esto es mucho peor de lo que me imaginé… ¿Ahora qué haré? Si no hago ese tonto platillo estaré en aprietos».
—¿Otra vez te has vuelto a quedar sin equipo?
—Sí, bueno… —Iba a seguir explayándose hasta que se preguntó a quién le estaba respondiendo. Ante sus dudas se volteó hacia el dueño de aquella voz—. ¿Souh? —No se molestó en esconder su sorpresa.
—En mi equipo hay un lugar disponible por si te interesa.
Levantó su pulgar derecho y lo inclinó por arriba de su hombro derecho; justo a unos metros de donde se encontraba se hallaban dos chicos que estaban ordenando sus ingredientes metódicamente.
—Acepto.
No existía motivo en todo el universo por el cual debiera rechazar su ofrecimiento.
—Excelente. —Caminaron hasta llegar a su mesa designada—. Prepararemos ramen.
—Por mí está más que perfecto.
A este punto le daba igual si querían elaborar un platillo a base de vainas de soja hervidas. Lo importante es que tenía un equipo y, por ende, una calificación aprobatoria.
—Ya sabes que, dentro del ámbito de la cocina, no te seré en lo más mínimo de utilidad. —Lo dicho sonó como una disculpa anticipada.
—Lo sé —expresó con una sonrisa divertida—. Siempre hay cosas de las que puedes encargarte.
—Oh, ¿qué es lo que tenemos aquí?
La amplia sonrisa que se dibujó repentinamente en los labios de Kuramochi no auguraba nada bueno. Especialmente si se consideraba que esta había aparecido cuando puso atención a la mesa donde se encontraba Souh y Sora.
—Te sugiero que te pongas a hacer tu parte o no terminaremos en el tiempo acordado. —Kazuya estaba concentrado en cortar el repollo en julianas mientras una de las chicas troceaba la cebolla en finas rebanadas.
—Kuramochi-kun, el pulpo y los calamares deben cocerse de 20-30 minutos. Ponlos en la olla o no estarán listos —indicaba la otra joven que formaba parte del equipo. Ella cortaba el tocino en triángulos casi perfectos.
—Ya estoy en ello. —De mala gana se puso a hacer lo suyo. Aunque eso no significaba que iba a dejar de incordiar—. Hace unos minutos atrás vi a Sora dirigirse hacia nosotros. Por lo que deduzco que ella quería estar en nuestro equipo. Mas se le adelantaron —susurró para el receptor.
—Creo que tendré que ponerte a hacer otra tarea porque estás demasiado ocioso.
Miyuki encendió el fuego y colocó un wok. Aguardaría a que se calentara antes de agregar todos los ingredientes previamente picados junto con la soja.
—¡Miyuki-kun, eres todo un experto! —exclamaba una al ver la maestría con la que salteaba los ingredientes.
—No teníamos ni idea de que sabías cocinar.
—Las tiene completamente idiotizadas con lo que está haciendo.
Para Yōichi aquello no era novedad. Lo que sí le resultaba curioso era que Tatsuhisa no tuviera más chicas en su grupo más que a Yūki.
«Él es tan popular como Miyuki. Debería estar rodeado de chicas y no de esos dos… ¿Y no ha sido muy conveniente que justo haya tenido un espacio libre para incluir a Sora en su grupo?».
—Empiezo a creer que las chicas ya son tu centro de atención y que ahora tienes otra clase de intereses. —Las mordaces y mal intencionadas palabras emergieron de su querido y fastidioso capitán—. Descuida, tu secreto está sano y salvo conmigo.
— ¡Idiota! ¡¿Qué demonios me estás insinuando?! —No le importaba que le pudieran llamar la atención. Se encargaría de zarandear a tan graciosito muchacho por levantarle falsos—. ¡A mí solamente me interesan las mujeres!
—Es difícil de creer si consideramos la manera tan intensa en la que estabas mirando a Tatsuhisa hace unos momentos atrás. Deberías ser más discreto, ¿no te parece? Guarda las apariencias.
Su atrevimiento sulfuró más al muchacho.
—No te golpeo porque de los cuatro eres el único con aptitudes culinarias. —Se calmó y lo liberó de su agarre—. Espero que este okonomiyaki que estás preparando sea digno de la calificación más alta. —Es lo mínimo que le debía por tener que soportarle sus «graciosos comentarios».
—Despreocúpate. Cualquier cosa que yo prepare sabrá irremediablemente deliciosa.
¿Por qué no se sorprendía del egocentrismo de ese hombre? ¿Por qué sus palabras le causaban náuseas y a esas dos jóvenes unas ganas locas de echársele encima?
—Ojalá se te sale. —Podía sacrificar su nota en nombre de callar a ese hombre que tanto lo desquiciaba.
Para fortuna o desgracia de Kuramochi, el platillo que les tocó preparar no sólo lucía excelente, sino que sabía delicioso. Recibieron una nota sobresaliente y las alabanzas de la profesora.
—Te lo dije. —Kazuya estaba complacido con restregarle sus dotes culinarios a quien se había engullido lo que cocinó.
—Solamente tuviste suerte —criticó pese a que ya se había servido otro pedazo—. Cocina muy bien para tener una personalidad tan torcida.
—A Tatsuhisa-kun también le fue muy bien —expresaba una de las dos chicas al ver a todo el equipo comer tan animadamente sus tazones de ramen en compañía de la maestra—. Me pregunto si me obsequiaría un poco si voy y le pido.
—Sí, ¡deberíamos ir a pedirle!
—Y se fueron...—soltó Kuramochi. Sus dos compañeras volaron hacia la mesa de Souh—. Y la glotona viene hacia acá.
—Ustedes prepararon okonomiyaki. —Fue lo primero que brotó de sus labios—. Me supongo que todo el trabajo lo hizo Miyuki.
—Un cocinero siempre debe tener a sus asistentes a la mano. —Sonrió, jactándose de lo bien que se le daba cocinar.
—¡¿A quién le dices asistente?! ¡Pedazo de idiota! —No estallaba solamente porque se controlaba—. Igualmente, tu comida no es la gran cosa. Estoy seguro de que la de Tatsuhisa es mucho mejor.
—Eso no fue lo que dijiste después de que te comiste lo que preparé.
—Maldito engreído. —Estuvo a punto de golpearlo, pero se abstuvo cuando una divertida idea cruzó por su cabeza—. ¿Por qué no averiguamos quién cocina mejor de los dos? Sora ya probó lo que Tatsuhisa cocinó. Dale a probar lo que tú hiciste. De ese modo podremos saber quién tiene mejor sazón.
Kazuya acarició su mentón, pensativo. Parecía analizar los pros y los contras de aquel jueguito del que Kuramochi quería hacerlo partícipe.
—¿Qué tal estuvo ese ramen? —No había nada de malo en tentar el terreno, ¿no?
—¡Delicioso! —exclamó con sinceridad—. Todo lo que él cocina sabe muy bien. Así que ese platillo no ha sido la excepción —elogiaba la sazón del francés—. Quería comer otro plato de ramen, pero se acabó todo —expresó decepcionada.
«Qué extraño. Se ha quedado callado y casi siempre tiene algo que alegar».
Yōichi analizaba en silencio a su capitán. Su elocuente sonrisa ya no estaba. Podría decirse que estaba un poco serio.
—Como sea. Quiero probar su okonomiyaki. —Su petición tomó por asalto a ambos—. ¿Puedo tener un poco?
Jamás dejaban de sorprenderse de su comportamiento tan afable cuando de comida se trataba.
—Ah, sí —respondió escuetamente Kazuya antes de girarse y tomar un poco de aquel manjar para darle a probar—. Todavía nos...
—¡¿Eh?! ¡¿Qué?! Si hasta hace unos minutos había... —Yōichi veía patidifuso el plato vacío.
—¡Esto ha estado exquisito!
—¡Delicioso!
Encontraron a las culpables de que el okonomiyaki desapareciera en su totalidad.
—Tal parece que llegué demasiado tarde —suspiró con frustración—. Ahora tendré que comprar uno cuando salga de clases. Uno o tal vez dos.
Ya no era secreto que la hermana menor del ex capitán de Seidō poseía un apetito de temer.
—Deberías dejar de comer tanto o engordarás.
Un comentario tan poco caballeresco no podía venir de nadie más que no fuera Kazuya.
«¡Imbécil! ¡¿Por qué demonios le has dicho eso?! ¿Quieres que te golpee?».
Kuramochi ya no sabía si Miyuki era imbécil a un nivel impensable o su pasión por joder iba más allá de procurar su bienestar físico.
—Eso no pasará —aseveró
—Al ritmo que vas, sí. —Su sonrisa cargada de guasa le provocaba irritación—. Recuerda que todo se va a las caderas.
—¡Pequeño...!
Y estuvo a nada de volver realidad el presagio de Kuramochi, mas la voz de la profesora interrumpió.
—Por favor, limpien y dejen todo en su lugar. En cuanto hayan terminado, podrán marcharse.
—Te has salvado. —Yūki se dio media vuelta y se fue.
—Ey, Miyuki.
—¿Qué pasa?
—Eres un idiota.
—¡¿Ah?! ¿A qué viene eso?
—¡Ya ponte a limpiar o no nos dejarán irnos! —Y le arrojó un trapo húmedo directo a la cara.
Las clases, así como las prácticas de la tarde, concluyeron. Sin embargo, siempre había cosas por hacer. Ningún miembro del club yacía quieto; menos cuando cierto escandaloso pitcher no paraba de correr por toda la cancha junto con su fiel neumático.
Y que Sawamura estuviera tan ocupado era lo más conveniente para el capitán de Seidō. Por ese día estaba demasiado cansado de lidiar con la injundia del menor. Razón por la que se dirigió en dirección opuesta, esperando no toparse con Furuya.
Cuando pasaba por la bodega se detuvo ante su curiosidad de ver a las mánager espiando desde una pequeña rendija de la puerta que conectaba con dicho espacio.
—¿Sucede algo?
La intervención de Kazuya provocó que las tres chicas pegaran tremendo salto.
—¡Miyuki-kun, nos has dado un buen susto! —Yui se veía bastante alterada por la pequeña maldad no intencionada del capitán.
—No puedes llegar y hacer eso. —Lo regañaba Sachiko. La única que poco le importaba discutir con él.
—Les dije que era mala idea espiarla. —Haruno casi siempre era la voz de la razón del grupo.
—¿Espiarla? ¿De quién hablan?
Las tres se apartaron y le permitieron ver por sí mismo a quién se referían.
—¿Qué es lo que está haciendo?
—Ha estado allí, acomodando todo meticulosamente —contaba Umemoto—. Lleva al menos un par de horas.
—Hay que aceptar que todo se ve perfectamente ordenado. —Celebraba Natsukawa.
—Será mejor que nos marchemos o se nos hará más tarde. —Sachiko se despidió en compañía de sus otras dos amigas.
—Está muy centrada en lo que hace...
Sora organizó los bates. Las pelotas relucían de limpias dentro de sus respectivas rejas. Y aunque las manoplas estaban en su sitio de siempre, había otras a un costado de ella.
«¿Qué se supone que está haciendo?».
—Esta ya quedó. Sin embargo, la de aquí no tiene reparación. Habrá que tirarla a la basura. —Pasó el primer guantelete al frente y el segundo a su derecha—. Estos están demasiado desgastados. Me temo que tampoco puedo hacer nada por ellos.
«¿Está reparando las costuras de los guantes de béisbol?».
—Necesitaré más cordones. Por lo que dejaré esto pendiente para mañana. Ahora veré si no falta nada más por hacer y entonces…—enumeraba sus actividades pendientes a la vez que se ponía de pie y se giraba hacia la puerta. Justo donde su mirada se encontró con la de él—. ¿Miyuki? ¿Necesitas algo?
Tal vez requería algo de la bodega.
—No en realidad —contestó con sinceridad antes de abrir por completo la puerta—. Eres la maniática del orden más grande que he conocido —soltaba burlesco.
—Y la limpieza —agregó para sorpresa de Kazuya—. ¿Qué? No gano nada ocultándolo. Además, de este modo deja de ser divertido para ti.
Ahora recordaba por qué aprovechaba cada oportunidad que tenía para molestarla.
—Aburrida.
—Y tú eres alguien demasiado ocioso. —Tiró los guantes inservibles y acomodó los buenos. Sacudió sus manos y las llevó hasta sus caderas—. Finalmente se ve presentable este lugar.
La panorámica que tenía frente a ella la llenaba de tanta paz y tranquilidad. Estaba relajada.
—Veré si las chicas necesitan ayuda. Y si no, podré irme a comprar un delicioso okonomiyaki para cenar.
Caminó hasta la salida y se detuvo justo donde permanecía él, recargado contra el marco de la puerta.
—Me sorprende que aun quieras comer eso.
Era la primera vez que la veía con tal fijación por un platillo en particular.
—Me quedé con el antojo esta mañana cuando lo preparaste en clase. Quiero comer uno sí o sí.
Sonaba como una niña caprichosa que no iba a parar hasta obtener lo que quería; y era algo que le causaba gracia. No contuvo sus ganas de reírse en su cara
Y ese grisáceo mirar necesitaba callarlo valiéndose de métodos poco ortodoxos.
—Agresiva.
—No te he tocado ni un sólo cabello.
—Eso es porque te estás conteniendo de golpearme.
—Es tu culpa por ser tan irritante y desesperante. —Opinión compartida con unos cuantos miembros del equipo—. No soy yo. Eres tú.
—Yo diría que es culpa tuya por no saber controlarte.
Que estuviera sonriéndole, disfrutando meterse con ella, la enojaba más.
—Parece que también el hambre te pone malhumorada. —Había logrado escuchar las quejas de su estómago.
Y algo tan vergonzoso como eso provocó que sus mejillas se ruborizaran.
—¡C-cállate, idiota!
Se maldecía a sí misma por haber sido incapaz de controlar las reacciones de su cuerpo.
—Me largo. —Antes de partir sacó su teléfono móvil. El mensaje recibido la desconcertó—. Eijun-kun dice que es en extremo necesario que tú y yo nos reunamos con él.
—¿Y ahora qué se le ocurrió a ese idiota? —Temía por él, por todos.
Kazuya se imaginaba lo peor. Y no es que quisiera inmiscuirse en lo que sea que se le haya ocurrido al de primero, sino que tenía que asegurarse de que no fuera una estupidez demasiado grande.
Entraron al comedor, desconcertados. Ninguno de los dos se imaginó alguna vez encontrar a Eijun portando un mandil.
Había más rostros conocidos reunidos allí.
—Sawamura, ¿qué es lo que pretendes con eso? ¿Por qué nos has mandado a llamar? —Fue la rápida crítica por parte de Miyuki.
—¡Los sorprenderé a todos con mis grandes dotes culinarios!
Kazuya estaba seguro de que apestaba en ese tópico.
—Tengo el presentimiento de que esto va a terminar mal. Además, no has respondido a mi pregunta.
—¿Es que van a cocinar algo? —Sora estaba entusiasmada ante la posibilidad—. Veo muchas cosas por aquí.
En una de las mesas había repollo, patatas, huevos, tocino, calamar y muchos ingredientes más que podrían emplearse para elaborar tantas cosas deliciosas.
—Así es. —Yōichi se acercó, dejando a Kominato y a Furuya con su discusión sobre qué mayonesa era la mejor de las tres opciones que tenían.
—Tú no sabes cocinar nada. Solamente vas a estorbar —increpó Yūki.
—¡Tú tampoco! —Ya no se moderaba con ella. Poco o nada le importaba estar pellizcando sus mejillas por haberlo ofendido.
—Kuramochi. Necesito que me eches una mano.
El moreno se giró ante el llamado de Tatsuhisa. Él estaba en la cocina del comedor.
—Si no me queda más remedio…—Liberó a su víctima y se dirigió hacia Souh—. Te advierto desde ya que no pienso hacer el trabajo pesado.
—Espera, ¿qué fue lo que pasó? —interrogaba Sora a los de primer año.
—Provocaron el enfado de Takashima-sensei. Por lo que además de reprenderlos, los castigó. —Satoru inició el relato para quienes no entendían qué estaba pasando.
—Y como la mayoría de los castigos que se le ocurrieron involucraban posibles lesiones, entonces optó por algo menos agresivo que a la vez los hiciera recapacitar sobre su mal comportamiento —concluía Haruichi.
—Y me supongo que ese «castigo» consiste en preparar la cena para todos. —Los chicos asintieron, dándole la razón al capitán—. La van a tener duro considerando todos los que somos.
—Por ese motivo nos decantamos por preparar pizza japonesa. —Tatsuhisa se asomó nuevamente desde el otro lado del comedor sujetando un paliacate alrededor de su cabeza—. Es relativamente fácil de cocinar y si le agregamos los suficientes ingredientes se torna bastante consistente.
—¿Pizza japonesa? —Miyuki se desconcertó ante ese término—. ¿Te estás refiriendo al okonomiyaki?
—Sí. Justamente eso.
—¿Y ustedes decidieron ayudarlos? —Yūki veía a esos tres de primero portando sus mandiles y demás indumentaria—. Eso es muy dulce de su parte.
—En realidad ellos también tuvieron la culpa de todo lo que pasó. Por eso les pedí amablemente que nos echaran una mano. —Yōichi los observaba con sadismo puro, como si ansiara explotarlos hasta que sus jóvenes cuerpos no pudieran más—. Muevan sus traseros hasta acá para que empiecen a hacer algo.
—Pronto será la hora de la cena. No demoren demasiado o los chicos se pondrán de malhumor.
Kazuya, el más cínico de todo el equipo de béisbol de Seidō, ya había tomado asiento, luciendo una sonrisa que dejaría tonto al gato de Cheshire.
—¡Bakamura idiota, por eso te dije que no lo hicieras venir a él! —Una «suave» patada en las sentaderas del menor no remediarían la situación, pero le permitirían liberar estrés—. Únicamente tenías que hacer venir a Sora para ponerla a lavar todos los trastes sucios.
—¡Ey! ¡Tú dijiste que el Ore-sama ese sabía cocinar! Pensé que serviría de algo el traerlo.
Su contestación altanera únicamente provocó que el amante de los videojuegos lo apaleara nuevamente.
—¡Auch!
—Guarda silencio, Bakamura. Además, ese idiota no va a ponerse a ayudarnos sin primero orillarnos a mancillar nuestra dignidad.
—Yo lavaré gustosa los platos si me dejan comer lo que prepararán. —Yūki ya estaba haciéndose una coleta alta mientras aceptaba el delantal que Haruichi le entregaba—. Estoy a bordo.
—¡Sora-senpai, esa es la actitud! —Chocó sus manos contra las de ella.
—Estaba seguro de que me golpearía por lo que le dije. Y no lo hizo. —Yōichi no estaba acostumbrado a la no violencia de esa joven hacia su persona—. ¿Qué demonios está ocurriendo aquí?
—Es sencillo. —Tatsuhisa se desplazó al lado de su compañero de castigo—. El okonomiyaki es su comida favorita. Y cada que tiene la oportunidad de comerlo, la aprovecha. Por eso ha reaccionado de esa forma.
Ambos beisbolistas se miraron, guardaron silencio y estallaron en risas. Ese día era memorable gracias a aquella pequeña revelación que podrían emplear a su favor en el futuro.
—Souh, si quieres puedo ayudarte a lavar toda la col que se tiene que picar. —Yūki ya estaba junto al rubio con una actitud voluntariosa.
—Sí. Te lo agradecería —estipuló con una suave sonrisa—. Furuya, Kominato, vayan a lavarse las manos para que se pongan a pelar y rallar las patatas —indicó. Esos dos acataron la orden rápidamente—. Sawamura, tú picarás el tocino. Ve con los otros.
—¡Sí, señor!
—Ni al capitán del equipo le hacen tanto caso como a él —expresaba Kuramochi muy casual—. Incluso Sora está muy cooperativa en todo lo que le pida hacer.
Ante su nada despreciable sentido de la observación, ella se comportaba muy relajada y cordial con el nuevo del equipo; reforzando aún más la hipótesis que se había formulado hace poco.
«Podría preguntárselos directamente, mas no sería divertido».
Yōichi iba a seguir en su mundillo hasta que escuchó a Kazuya levantarse de su asiento.
—¿Ya te vas?
—No me importaría que hicieran esto para ellos mismos. Sin embargo, también tendré que cenar lo que sea que salga de toda esta locura y eso no me tranquiliza. No puedo quedarme sentado de brazos cruzados —expresó para quien estaba en un estado agudo de desconcierto—. Ey, Tatsuhisa, ¿tienes otro puesto libre para cocinero?
La pregunta no era lo digno de mención, sino esa enorme sonrisa que destilaba a mares egolatría y gran confianza en sí mismo y en sus habilidades.
—Eso se oyó como si nuestro capitán no estuviera complacido con la sazón que puedo ofrecerle.
Souh había escuchado fuerte y claro la petición por lo que no dudó en darle una respuesta cuando salió del área de cocina.
—Si bien no tengo nada en contra de que quieras prepararte tu propia cena como consecuencia de que no confías en el resultado que obtendremos —Le estaba dando la razón. Mas no se sentía satisfecho con ello—, sería egoísta de tu parte que impidieras que el resto de los chicos se privaran de comprobar las grandiosas habilidades culinarias que posees. ¿No te parece?
Él también sonreía, pero más sereno, como si las palabras de su capitán no hubieran repercutido en nada en su actual actitud.
«Pequeño zorro embustero».
Kazuya ensanchó aún más su sonrisa ante su provocación. Aquel extranjero lo había adulado, ofendido y provocado; todo simultáneamente y usando palabras rimbombantes que lo hacían ver como alguien que no ha dicho nada malo en cuestión.
—Lo haces sonar como una competencia.
—Eres tú el que lo ha denominado de ese modo, no yo —expresó sin despegar sus ojos de quien le sostenía la mirada.
Ambos habían pactado su pequeño e informal duelo culinario.
