Crossfire


Harada no contestó. Ni siquiera se inmutó ante su advertencia, ante lo que esa chica le haría si continuaba asediando a Miyuki.

Sora sabía que sus palabras no serían suficientes para intimidarla. Que una chica de su carácter y desplantes no colaboraría pacíficamente. Por lo que, si buscaba obtener lo que quería, tendría que pedirlo a la fuerza, ignorando las consecuencias que advertía para el futuro.

—Suéltalo inmediatamente.

Estaba consciente de que era la novia de Narumiya Mei. Sabía que, aunque ella no supiera pelear correctamente, arriesgándose a herirse a sí misma, no retrocedería; respondería a cualquiera de sus embistes.

Los golpes. Los moretones. Los posibles desgarres musculares. Todo no era más que una mísera porción del daño colateral que se vendría cuando ambas decidieran olvidarse de que en algún momento se llevaron bien. Pasarían a la acción para defender su postura, para imponer su voluntad sobre la otra.

Menos de un metro las mantenía apartadas. Una miserable distancia que podía difuminaría en segundos.

—¿Souh? —pronunció al buscar a la persona que sujetaba su muñeca, extinguiendo el puñetazo que estaba destinado para la persona que no deseaba negociar a través del diálogo.

—No necesitas llegar a estos extremos. —No la soltaría hasta que hiciera caso a su petición. Y para llegar a ello, correría cualquier riesgo.

—Golpeó a Kazuya. No puedo pasarlo por alto. —Forcejeó para liberarse, mas él no la soltó—. Déjame hacerlo.

—No resolverás nada golpeándola. Solamente crearás una pelea innecesaria por una situación que puede resolverse de otra forma.

Cuando el cólera engullía por completo a su razón se olvidaba de la lógica, de las cosas malas que se avecinarían como consecuencia de sus acciones; lo único que imperaba era mitigar esa furia para que la paz volviera a acompañarla.

—Kazuya... Ve lo que le hizo. —Jamás se imaginó que él podría terminar malherido en manos de la novia de Narumiya.

—Él se lo buscó. —No iba a quedarse callada. Al diablo lo que pensaran de ella—. Le dije que hablara por las buenas, pero como el exasperante e idiota que es, no dijo nada. Incluso tuvo el maldito descaro de fingir que no me conocía. —Apretó con mayor fuerza el cuello de quien se esforzaba por no terminar ahogado—. No entiendo por qué demonios lo estás defendiendo tanto cuando él ni siquiera lo hizo contigo ante esa loca obsesionada. Y en cambió dejó que hiciera de las suyas hasta llegar al punto en que Mei y tú fueron difamados del peor modo posible.

Yūki no podía debatir contra ese punto. Porque era absolutamente cierto. Ese hombre no sólo no le puso un alto total a Ena Oshiro, sino que también le prohibió encargarse del asunto.

—Un idiota sin agallas, que deja que cualquiera haga y deshaga su vida, no merece la misericordia de nadie. Mucho menos la de su novia.

—¡Sora-senpai, la extraña y salvaje tiene toda la razón! ¡Deje que siga corrigiendo a Miyuki! ¡Se lo merece por ser el peor novio que puede llegar a tener una mujer! —Nadie sabía si Sawamura soltaba tal comentario para apoyarla o para seguir disfrutando del maltrato del cácher que tantas malas jugadas le había hecho.

—Le dije a ese idiota que hiciera algo al respecto. Que para variar fuera hombre. Mas nada. —Kuramochi había pasado de una suave preocupación a regodearse por lo que estaba viendo. Tal vez la capitanía le sentaría mejor a él.

—Deberíamos aprovechar que está distraída para rescatar a Miyuki. —Lo que Furuya proponía era lo correcto, lo que se debía hacer. Sin embargo, no recibió apoyo.

—Jamás creí que llegaría el día en que alguien le dijera sus verdades a Miyuki. —Kawakami no era capaz de salir de su asombro. Experimentaba sentimientos encontrados que mezclaban la pena por lo que vivía el receptor y la complacencia de que al fin alguien lo pusiera en su sitio.

—Un bistec bien frío sobre su mejilla y mañana lucirá como si nada hubiera pasado. —La idea de Shirasu obtuvo la aprobación silenciosa de todos los presentes.

—¡Golpéalo! ¡Dele más duro! ¡Todavía no se ve arrepentido!

—Eijun-kun, no creo que motivar a Harada-san a que continúe maltratando a nuestro capitán sea buena idea. Piensa en el torneo de primavera. —Haruichi era otro que profesaba lo que era bueno y justo en este mundo.

—Es su deber como capitán soportar esto y más. Está escrito en el manual del capitán del equipo de béisbol. —Yōichi sonreía lleno de júbilo, como si ver aquello le obsequiara un par de años más de vida.

—¡Tenemos que hacer algo! Si dejamos que ellas se peleen, saldrán lastimadas. Y no podemos permitir que Tetsu-san vea a Sora-chan toda malherida. —Las miradas de los chicos cayeron directamente en Meazono, sonrojándolo—. ¡¿Qué tanto me están viendo?!

—No estábamos esperando que te dirigieras a ella tan familiarmente. —Norifumi habló en representación de todos; estaban muy curiosos—. ¿Ya sabe el capitán que te tomas estos atrevimientos?

—Es el vicecapitán. Es normal que además de la capitanía, quiera a la chica. —Kanemaru pocas veces aportaba sus comentarios. Y cuando lo hacía, solía ser poco misericordioso.

—¡No es lo que están pensando! —gritó la víctima de sus malinterpretaciones.

—¿Alguien quiere acordarse de nuestro capitán y lo que le ocurrirá si esa chica le estampa el puño en la cara? —Tōjō, con esa pregunta formulada, llamaba a todos a centrarse en el tema que les apremiaba.

—Entrégame a Kazuya. —No se esforzaba en minimizar su enojo. Dejaría que este emergiera en cada palabra que tenía que entregarle a Harada—. No permitiré que sigas usándolo como un costal de boxeo.

—Ni siquiera me serviría para eso. —Giró su mirada hacia quienes presenciaron su espectáculo con ojo de detalle y que hasta hace poco habían permanecidos mudos—. ¿Alguno de ustedes sería lo suficientemente amable para pasarme mi bolso?

Caballerosos no eran. No hasta ese día en que ella les pidió aquel favor; al cual accedieron porque no eran idiotas, el miedo les gritaba que, si no deseaban acabar como su capitán, debían obedecer y callar.

—Teniendo en cuenta de que no quieres hablar y que se te olvidó que soy la cácher del equipo de sóftbol de Inashiro, déjame ayudarte a recordar y a ser más cooperador.

Deshizo su agarre. Podía escapar, salvar su pellejo y evitarse otro golpe. Pero no estaba esperando que ella llevara algo tan inverosímil como peligroso en el interior de su amplia bolsa femenina.

—¡¿Qué demonios?! —Kazuya podía sentirse agradecido de haber sobrevivido a los entrenamientos infernales de Kataoka, porque sin ellos aquella pelota de béisbol hubiera impactado perfectamente en su abdomen—. ¡Está loca! —exclamó desde el suelo.

La maniobra que tuvo que hacer para evitar el impacto lo llevó a caerse. Y desde esa posición estaba expuesto a recibir el siguiente lanzamiento de la receptora.

—Habla. —Ya tenía otro esférico en su guante.

Miyuki se puso de pie, esquivando el segundo tiro. No obstante, había firmado su condena cuando su espalda chocó contra la pared; había sido acorralado.

—¡Es peligroso que lances esas cosas!

—Son de entrenamiento, inútil. —Le aclaró—. ¿Acaso ni siquiera eres capaz de diferenciar las pelotas con las que entrenas?

—¡Luce igual que una normal! ¡En Seidō no tenemos de esas!

Conocía el tiempo de reacción que un cácher poseía a la hora de arrojar una pelota y por eso ni siquiera se atrevía a moverse de donde estaba; no alcanzaría a correr antes de que alguna de sus piernas se convirtiera en su siguiente blanco.

—Eres un receptor al igual que yo, atrapa las pelotas. —La piedad era un vocablo que no existía en el diccionario personal de Harada Annaisha. Dos pelotas de goma encontraron su final en el abdomen y en el costado derecho del cuerpo de Kazuya—. Deja de cubrirte como un cobarde.

—¡Quítenle la bolsa! —gritó Kenta.

Annaisha ya había realizado unos cuantos lanzamientos más en sus narices.

—¡Oh! ¡Esa es la envidiable velocidad del hombre guepardo! —Eijun estaba emocionado y asombrado por la muestra de celeridad y destreza del corredor en corto.

Gracias a ese tiempo de reacción, realizó el hurto perfecto y salvó el pellejo del jugador más infame de todo Seidō.

—Sin esto dejará de ser peligrosa. —Yōichi tenía el preciado bolso de Anna en su poder. Habían privado a la receptora de su arma más feroz.

Miyuki estaría a salvo ahora.

—Descuiden, no necesito de esas pelotas para obtener lo que quiero. —Si creían que no contaba con más recursos, erraron. Ya que lo más peligroso no eran esos objetos de goma, sino el guante que usaba en su mano derecha—. Continuemos en lo que nos quedamos.

—¡No vas a seguir golpeándolo! —Ella habría querido intervenir desde que Kazuya recibió el primer impacto cortesía de una pelota de entrenamiento. Sin embargo, los mismos chicos la habían detenido hasta hace unos instantes atrás, cuando la masacre terminó—. Ni con esas pelotas ni con tu guante.

—Sora, será mejor que tú...—Su mano izquierda cubrió su boca, impidiéndole expresarse.

Permanecía parada a su costado, sin intenciones de marcharse y dejarlo solo, expuesto al siguiente arranque de Harada.

— Retrocede y te daré los nombres de esos dos.

—Lo siento. Tiene que pagar por lo que hizo. Debe hacerse responsable por arruinar la reputación de Mei y lo que le he hecho todavía no es suficiente. —Un golpe propinado con el guante de Annaisha era una invitación segura a la sala de urgencias.

—El guante que usa un cácher es más duro, ¿no? —Observación hecha por Furuya—. Lo que significa que Miyuki terminará en el suelo, con algo roto.

—La nariz probablemente. —Kenjirō ya estaba viendo aquel fatídico desenlace en el horizonte.

—Y estando hinchado y desfigurado ninguna chica se volverá a acercar más a él. Hasta la loca esa lo dejaría en paz. —Para Kuramochi había motivos muy razonables para dejar que Harada terminara lo que había comenzado con su desvergonzado capitán—. Miyuki es como una inofensiva cría de canguro: ciega, pequeña y débil. Y ella, como un tejón de miel.

—¿Un tejón? ¿Por qué? —Shinji quería conocer los detalles.

—Aunque parezca tonto, los tejones de miel son uno de los animales más agresivos del planeta. Hasta el punto en que son capaces de pelear contra leones crecidos sólo por la comida. —Ilustraba Tatsuhisa para quienes deseaban adquirir un conocimiento nuevo—. Es tal su peligrosidad que no puede confinarse en parques zoológicos ya que atacaría a todo aquello que les moleste o invada su territorio.

—Viejo, va a masacrar a Miyuki si dejamos que se le vuelva a acercar —dijo Hideaki con pavor—. Aunque con Yūki-kun protegiéndolo, puede que esto no termine en tragedia.

—Es normal que Sora esté a la defensiva. Está en su naturaleza. —Y de nuevo las palabras de Yōichi crearon controversia—. Miyuki es un incordio y no sirve para mucho, pero al fin de cuentas es su pareja; por lo que debe protegerlo.

—Espera, ¿de qué estás hablando ahora? ¿También la estás comparando con un animal? —habló Kawakami enfocándose en quien estaba muy seguro de lo que comentaba.

—¿Que no es obvio? —interrogó. La gran mayoría negó con un movimiento de su cabeza—. Sora es como un lobo gris: caza sin piedad y es tal su agresividad que aun cuando sus presas le superen en tamaño y sean igual o más violentas no se intimidará y se mantendrá al pie del cañón.

—Gracias a tus palabras, ahora estoy viendo un tejón y un lobo, a punto de matarse mutuamente...—Furuya tenía una gran imaginación. Ante sus ojos había un tejón y un lobo, peleándose por una cría de canguro.

—Chicos, en serio. Tenemos que hacer algo. Ya permitimos que lo bombardeara con esas pelotas de goma...—Maezono sentía la responsabilidad de salvar a aquel cácher—. Pensamos en algo.

—Debemos sujetarla entre dos o tres de nosotros. Luego la inmovilizaremos y la mandaremos en un taxi a Inashiro —Higasa estableció un plan prácticamente perfecto. El resto meditaba si era lo más plausible.

—¡Si se atreven a ponerme una mano encima los demandaré por acoso! —Les gritó desde su posición. Que buen oído tenía.

—¿Alguien tiene otro plan? —preguntaba Kominato—. Vamos chicos, somos varias cabezas. Algo se nos debe ocurrir.

—¡Lo tengo! —La iluminación llegó a la materia gris de Sawamura—. ¿Por qué no le damos comida?

—¿Comida? Qué idiotez. —A Kanemaru le resultaba la idea más descabellada que había escuchado—. Ni que fuera un animal.

—No en el sentido estricto de la palabra, pero sí. —Kuramochi ya no le tenía miedo a nada. Tampoco le importaba mucho ser un irrespetuoso con una desconocida—. He visto documentales en los que los entrenadores les dan premios o comida a sus animales ya sea para entrenarlos o para apaciguarlos. Podríamos intentarlo.

Y mientras ellos hablaban a sus anchas, despreocupados por la vida y las circunstancias que acontecían a su alrededor, Sora se las apañaba para correr por todo el gimnasio, jalando a quien parecía estar en trance entre el mundo consciente e inconsciente.

—Yo tengo esto. —Norifumi ofrecía un pan de melón y una bolsa de papas fritas.

—Esto podría servir. —Todos vieron a Satoru cuando les quiso dar una bola de arroz a medio comer.

—Nada de lo que tenemos aquí nos sirve. —Kenta únicamente veía sobras, productos chatarra. Pura comida que sería despreciada vilmente por Annaisha.

—Es lo único que quedó después de que en mi ausencia asaltaran mi escondite de golosinas —Lo último que fue puesto sobre la pila de comida poco saludable, fue una caja rectangular, dorada, muy llamativa.

—«Godiva». —Leyó con cierta duda—. ¿Qué son, Tatsuhisa?

—Chocolates —respondió a la interrogante de Yōichi—. Son bastante deliciosos.

—¡Sawamura, ven aquí! —llamó a gritos al atolondrado muchacho. Y este, con una mueca de queja, se acercó—. Ve y ofrécele estos chocolates a ese tejón de la miel. Mientras come, rescataremos a Miyuki y lo pondremos a salvo.

—¡¿Yo?! ¡¿Por qué?! ¡Podría matarme!

—Es el deber del pitcher de relevo. ¡Ve a cumplir con tu tarea! —Lo pateó para que obedeciera y para impulsarlo hacia su objetivo—. Hazlo rápido que se le acaba el tiempo a Sora. Ese idiota se desmayará pronto y ella no podrá arrastrar todo ese peso muerto.

Eijun aceptó su destino. Y con el valor que lo acompañaba cada que subía al montículo, corrió hasta Annaisha y se interpuso entre ella y su objeto de aversión. Se hincó frente a ella y alzó la caja de chocolates que sostenía sus manos. Era una oferta de amnistía. Un sacrificio para calmar la ira de aquella criatura violenta y vengativa.

—¡Harada-senpai, todo Seidō le ofrece esta caja de chocolates como símbolo de paz! ¡Por favor, tómelos y deje que el sabor de estos chocolates con nombre extravagante, la invadan y la hagan olvidarse del mal sabor que nuestro idiota, cobarde e inepto capitán le dejó!

—¿Qué te hace pensar que me dejaré comprar por unos simples chocolates?

—¡Mírelos! —Retiró la tapa, dejando a la vista doce pequeñas piezas de bombones de chocolate, perfectamente acomodados, deliciosos, con exteriores hermosos—. ¡Pruebe uno, no se arrepentirá!

A Annaisha le gustaba el chocolate. Lo consideraba un manjar al que nunca podía decir «no». Y aunque todavía continuaba enfadada, su curiosidad hacia el sabor de esos chocolates la superaba. Deseaba por lo menos probar uno. Y así lo hizo.

—¡Esto sabe tremendamente delicioso! —exclamó conmovida. ¿Cómo algo tan pequeño podía saber tan exquisito y a la vez, ser tan efímero? —. ¡Quiero otro!

El plan había sido un éxito.

Annaisha estaba totalmente abstraída, disfrutando cada mordisco que le daba a esos chocolates. Ellos, por su parte, ya habían alejado a su capitán del peligro.

—Miyuki, ¡reacciona! —Kuramochi le estaba dando unas suaves palmadas en las mejillas; quería que dejara de balbucear y poner ese semblante de consternación—. Es inútil. Está traumatizado. Así quedó el chihuahua de un vecino después de que un enorme husky le diera la paliza de su vida.

—¿Pasaste de las analogías de béisbol a las de animales? —Sora estaba sentada sobre el suelo. Su regazo servía de almohada a Kazuya—. Aunque la idea de darle comida a Harada-kun fue muy acertada.

—Una bestia alimentada es una bestia feliz y cooperativa.

—Kuramochi, sigue diciendo eso y vas a ser hombre muerto.

—Los cobardes como tú tienen tanta suerte a veces —señalaba Annaisha.

Si ninguno de esos jugadores chilló como un lechón que extraña a su madre, era porque tenían un orgullo masculino que proteger; porque ella había regresado.

—¡No permitiremos que intentes nada más contra nuestro capitán! —Maezono fue el valiente que encaró a la cácher de Inashiro.

—Podrá ser despreciable, molesto, insoportable. Lo peor que se pueda imaginar, pero lo necesitamos para los torneos del año que vienen. —Sawamura se puso la camiseta y se unió a la comitiva para salvar el trasero de su capitán.

—Estoy aquí para que hagamos un trato, Yūki-kun. —Todos estaban en un estado puro de incredulidad. Les tomó unos minutos asimilarlo.

—¿Por qué el cambio repentino? Hasta hace poco querías ver correr la sangre de nuestro capitán por tu guante.

—Esos chocolates estuvieron verdaderamente deliciosos. Jamás había probado algo como eso antes.

—Les dije que la comida calmaba a las bestias. —Únicamente Kuramochi tenía las agallas para provocarla en su cara.

—Escucho.

—Dame el nombre y el domicilio de los involucrados.

—Lo haré con la condición de que ya no lastimes a Kazuya. Y le agregaré dos cajas de esos chocolates que acabas de comerte tan gustosamente.

—Tenemos un trato. —Ambas estrecharon su mano, consolidando un pacto que prometía mucho dolor y sufrimiento a esas futuras presas.

—Iré a verte mañana a Inashiro. Mándame un mensaje una hora antes de que termines tus prácticas de sóftbol.

—Oye, quiero ser yo misma la que ponga en su sitio a esos imbéciles. —Le advirtió.

—Me encargaré de llevarte hasta donde cada uno de ellos viven. De ese modo no perderás el tiempo e irás directamente a hacer lo que desees. —Annaisha no estaba en contra de que le ofreciera todo en charola de plata—. ¿Te parece bien?

—Totalmente.

—Entonces nos vemos mañana.

—Más te vale no faltar o vendré de nuevo por la cabeza de esa cría de canguro que tienes por novio —Fue su última amenaza antes de tomar sus cosas y marcharse de allí.

Todos suspiraron cuando Harada se fue. Ni las nacionales los habían preparado para emociones tan fuertes como las que se vivieron esa tarde.

—¿No deberíamos llevarlo a su habitación? —Haruichi miraba a quien se había dormido.

—Idiota, despierta, todavía tienes que bañarte. —Los mágicos puntapiés que se apilonaron en el costado derecho del cácher lo despertaron—. Porque te ves y hueles asqueroso.

—Mientras tú haces eso, iré a mi casa por unas cosas que son necesarias para atender los moretones que seguramente ya tienes —Yūki aguardó que él se enderezara para retirarse momentáneamente.

Bañarse nunca significó un problema hasta ese día en que más de diez pelotas de entrenamiento impactaron en diferentes zonas de su anatomía, dejándolo adolorido y con vistosas marcas que no tardarían en hacerse más anchas y dolorosas.

Su mejilla izquierda estaba perdiendo rápidamente su forma gracias al proceso inflamatorio. Tal era su molestia que cenar se había vuelto una tortura, siendo incapaz de terminar su cena.

Sin más remedio, abandonó el comedor. Y unos instantes después, el lugar estalló en carcajadas.

—¡Luce como un pez globo!

—O como una ardilla con nueces en la boca. —Kawakami era menos agresivo con sus ofensivas.

—Luce más como un pez borrón. —Nadie allí sabía a qué pez se estaba refiriendo Furuya. Sin embargo, no se quedaron con la curiosidad e hicieron uso de la tecnología para buscar a la criatura marina.

De nuevo explotaron en estruendosas risas.

—Están divirtiéndose en grande. —La persona que había prometido en regresar, lo hizo. Y llamaba la atención que trajera una mochila consigo—. Kuramochi —Dirigió su andar hacia el corredor—, toma.

—¿Qué demonios es esto? —Esa gorda mochila había sido puesta a un costado de su asiento.

—Todo lo que necesitas para atender los moretones de Kazuya.

—¿Estás insinuándome que tengo que ir a hacerlo yo? —Ella asintió y él frunció el entrecejo. La sola idea de tener que ser él quien atendiera a ese idiota le provocaba náuseas—. Él tiene manos. Puede hacerlo solo.

—Sentirá más dolor conforme el tiempo pase. Él no lo hará.

—Entonces ve a hacerlo tú. —estipuló—. Eres su novia. Es casi tu obligación.

—No tengo permitido el acceso a los dormitorios. —Le recordó.

—Sora, tú despreocúpate. Deja que nosotros nos encarguemos de esas pequeñeces. —Malicia. De eso estaba hecha su sonrisa. ¿Qué se escondía detrás de ella?

Con el pijama puesto le restaba acurrucarse en su cama. Allí podría descansar, olvidarse de la pesadilla en la que se transformó su día gracias a la impulsiva novia de quien se proclamaba como su mejor amigo.

Jamás creyó que las consecuencias por evitar un conflicto directo con esa ex novia suya terminarían siendo peores que el haber ido a verla para marcarle un alto.

Si el hubiera existiera no se encontraría en tas precarias condiciones. Mas la vida no poseía un botón para rebobinar.

—Mei, tu novia es una maldita loca...—Maldecirla era lo único que podía hacer para sacar toda su frustración y malestar físico.

Golpearon a su puerta, no una, sino cuatro veces. Señal de que quería que abriera prontamente.

—Hazlo más rápido la próxima vez. —Kuramochi ni pidió permiso para entrar. Él estaba como en su propia habitación.

—¿Y este quién es? —preguntó al notar a alguien con la mirada puesta en él—. A ti no te había visto antes.

Traía puestas unas gafas cuadradas y gruesas que lo hacían ver como un ratón de biblioteca adicto a los libros. Pero su grisáceo gorro y vestimenta holgada, clásica de los chicos que poseían un estilo urbano, lo volvía muy desconcertante.

—Es Sorato.

—¿Sorato? No me suena de ninguna parte ese nombre...

—Soy yo, tonto. —Entró, cerrando la puerta inmediatamente—. Las chicas no pueden entrar aquí por lo que a Kuramochi se le ocurrió esta idea. —Se retiró las gafas y el gorro. Allí estaba su novia—. Nadie quiso venir a tratar tus moretones. Por eso me vi en la necesidad de hacer esto.

—Estaré afuera esperándote, Sora. —Yōichi no quería estar de más en aquella habitación. Además, presentía que habría algo más que un momento de curación—. Mejor abandonaré este sitio antes de quedar entre el fuego cruzado. —Salió y los dejó a solas.

—No es necesario.

—¿En serio sales con eso? —Torció los labios en una mueca de fastidio. Incluso destruyó peligrosamente la distancia entre ambos—. Harada-kun te abofeteó y te atacó con pelotas de goma porque el acoso de esos idiotas se descontroló y terminó perjudicando a terceros que nada tienen que ver en este problema que solamente era tuyo hasta hace poco. —Su dedo índice se enterró en su pecho con cada palabra que emitía; consecuencia del enojo que obviamente sentía y que había estado controlando—. No tienes derecho a quejarte o decirme que no lo haga.

—Sora, de verdad no...

—Ahora toda la escuela e Inashiro, y quién sabe cuánta gente más, piensa que soy una cualquiera que se enreda con el mejor amigo de su novio y aparte tiene otras conquistas. —Su dedo se detuvo sobre su esternón sin mostrar señales de retirarse de allí—. ¿Crees que eso me hace gracia?

—No. Por supuesto que no.

Estaba acostumbrado a las habladurías de la gente con respecto a su forma de ser. No había problema porque se trataba únicamente de él y podía ignorarlo. Sin embargo, era ella quien estaba en medio de esa tormenta.

—Entonces si entiendes lo molesta que estoy por esta situación que se salió de control gracias a que tú no hiciste nada y porque yo decidí seguir tus palabras, deja de comportarte como un niño malcriado. —Ella le sostuvo la mirada. Él la llevó hacia el suelo—. Kazuya.

—Ya. Lo entiendo. No tienes que repetírmelo.

—Lo hago para que no se te olvide y me vayas a salir con un comentario chusco fuera de lugar —atajó—. Esto es serio, Kazuya.

—Me sorprende que Mei no me haya llamado para quejarse. —Idea que quedó destruida cuando se dio cuenta que dejó el móvil en el escritorio. Lo vio; había más de treinta llamadas perdidas suyas—. Mierda. Debe estar furioso.

—¿Y puedes culparlo? —No iba a darle descanso—. Kazuya, no siempre puedes huir de lo que ocurre a tu alrededor. Muchas veces tienes que plantarle cara a la situación para resolverlo por ti mismo, y así seguir adelante.

—Tú dijiste que querías golpear a ese sujeto.

—Con palabras bonitas no iba a entender. Es lo que toca. —Bufó. Él suspiró. Ambos eran dos mundos aparte cuando se trataba de los métodos que empleaban para zanjar sus problemas—. Tú queriendo evitar la violencia y terminaste agredido por quien menos te esperabas.

—Mei siempre jactándose de que únicamente le gustaba salir con chicas femeninas y delicadas, y mira con lo que fue a terminar.

—Es una buena novia. Vino hasta aquí para recuperar el honor de Mei.

—¡Ah! ¿Estás de su lado después de todo lo que me ha hecho?

—Si te hace sentir mejor, de estar en la posición de Harada-kun, yo también habría hecho lo mismo.

—No. No me hace sentir mejor.

—Pues qué delicado eres. Solamente le daría un suave escarmiento. Ya sabes, un golpe directo a la quijada o una patada media. Nada extraordinario ni elaborado.

—Sora, tú sí puedes mandar a alguien directo al hospital sin despeinarte.

—Ignoraré el hecho de que me dijiste salvaje y tomaré tus palabras como un elogio. —Kazuya no jugaría más con fuego. No con ella que la mayor parte de su vida se había dedicado a mandar a las personas contra el suelo—. Ahora quítate la camisa.

—¡¿Eh?!

—Una forma muy rápida de quitar los hematomas de la piel es colocar un poco de hielo sobre estos. —Se agachó, abrió la mochila y sacó un paquete de hielos y un paño—. Este disminuye la irrigación sanguínea de la zona, reduciendo los moretones.

—Extendió el trapo y puso en su centro dos cubos helados—. ¿No te has quitado aún la camisa?

—Yo puedo hacerlo solo...

—Ahorita me dirás que puedes hacerlo por ti mismo, pero al final no harás nada. —Que lo evadiera lo delataba—. Entre más rápido lo hagas, más pronto terminaremos con esto.

—Pero es que...

No era alguien explícitamente cohibido. Mas estaba a punto de retirar su prenda superior frente a una chica, frente a su novia; y estaban completamente a solas.

—Lo haré yo misma si no te decides.

Él sabe que lo haría. Tenía que hacerlo por su propia mano.

—Para haber sido hechos hace poco, lucen realmente horribles. —Contó por lo menos diez hematomas repartidos entre sus pectorales, su abdomen y sus costados. Eran bultos amoratados, blandos y dolorosos—. Siéntate. —Ambos realizaron la misma acción—. Pon esto en tu mejilla antes de que empeore.

—¿Todavía puede verse peor? —Ironizó.

—Sí. —Tomó otro trozo de tela y repitió el proceso—. ¿Listo?

Se estremeció ante el gélido contacto. Escondió el tormento que advino cuando su mano realizó movimientos circulares sobre esas zonas tan afectadas de su cuerpo.

Los gestos faciales gritaron su situación.

—Sé que es doloroso, pero tienes que soportarlo.

—Es más fácil decirlo que hacerlo. —Su rostro se comprimió en otro gesto de congoja—. No seas tan brusca.

—No lo estoy siendo. Eres tú el que está resultando ser muy delicado. Si te vuelves a quejar te quitaré las gafas.

—¿Qué? ¡No!

Cada uno de sus moretones recibió cuidadosamente un suave masaje envuelto con la frescura del hielo. Y aunque soportarlos representó una agonizante tortura, logró aguantar hasta el final.

—Todavía no te pongas la camisa —pidió.

—Ya terminaste, ¿no?

—Este procedimiento debe ser repetido en una hora. No obstante, no puedo quedarme tanto tiempo aquí y tú no vas a hacerlo. —Todas esas muecas que hizo le decían que no pasaría nuevamente por esa tortura; no por voluntad propia—. Haremos otra cosa en su lugar.

—¿Una crema? —pronunció al hallarla sacando un rectangular empaque de su mochila.

—Es una crema que alivia el dolor y combate la inflamación. Ayudará a que esos moretones desaparezcan un poco más rápido. —Alguien como ella, que seguramente tuvo numerosos hematomas, sabía perfectamente qué hacer en esos casos. No tenía más remedio que confiar en su experiencia—. Esto no estará tan frío como el hielo.

Nuevamente sintió escalofríos. Mas el origen era completamente diferente. Y probablemente eso lo hacía todavía peor.

—Kazuya, te juro que estoy siendo lo más gentil que puedo —expresó ante la ligera contracción del cuerpo de su pareja. Estaba demasiado tenso.

—Ah, lo sé...

El tacto de la tela mojada y gélida no le era ajeno. Años atrás había empleado ese método para aliviar algún golpe que le propinaban los que no toleraban su manera de ser. Mas aquella sensación sí lo era.

La textura semisólida de la crema se extendía sobre cada centímetro de piel manchada por el rojo. Se tornaba cálida y apacible entre sus yemas, entre esos delgados dedos que tocaban sin restricción cada fracción de sus pectorales; los que se trasladaban con lentitud desquiciante sobre sus magníficos y perfectamente trabajados abdominales.

No pensaba más en el dolor producto del sangrado que había debajo de su piel. Tampoco en las excusas que usaría mañana para cuando el entrenador o Rei le preguntaran sobre la marca de su mejilla hinchada. No lo hacía porque su raciocinio se había desconectado en automático.

—¿Kazuya?

Estaban examinándose mutuamente, como si hubiera algo fuera de su sitio; como si hubiera una novedad de la que no estaban al tanto. Ella apartó su mano con una torpe lentitud. Tener esas castañas pupilas encima, observándola, le provocaban un poco de nerviosismo.

Cada músculo parecía esculpido por un artista dotado con manos diestras, casi milagrosas, capaces de conferir belleza a cada obra labrada. El tostado de su piel era la tonalidad perfecta para quien dedicaba su cuerpo y alma al deporte. Contemplar esa esplendorosa y sublime anatomía era como un obsequio divino o como un pecado culposo.

Y ella que había pasado sus manos por toda esa piel, por cada milímetro de ese impresionante torso, había materializado lo que muchas otras chicas exclusivamente podían alcanzar en sus sueños.

—Te dejaré lo que queda de la bolsa de hielos para que cambies esos que estás ocupando. —Limpió sus manos con un paño substraído de su bolsillo derecho. Se puso sus falsas gafas junto con el gorro que ocultaba su cabello y género—. La crema también se queda. Ponte un poco sobre la mejilla antes de que te vayas a dormir. Mañana también aplícate un poco sobre los moretones.

—Sí. Está bien.

Estaban abochornados. Ninguno deseaba verse a la cara. Exclusivamente hablaban y se escuchaban mutuamente.

—Nos veremos mañana, Kazuya. —Se puso de pie y acomodó su atuendo para lucir totalmente como un chico—. Y haz lo que te pedí.

—Lo haré.

—Me marcho. Sino Kuramochi me verá con desprecio cuando salga.

—Sora —La nombró y ella se detuvo con su mano sujetando el pomo—, gracias.

Esa palabra de agradecimiento pronunciada con naturalidad, con fluidez, con sinceridad, era un gesto simple, pero tierno, nacido desde dentro. Y ella se lo retribuyó con la más genuina de sus sonrisas.