¡Buenas noches! Los milagros existen. Y esta actualización es prueba fehaciente de ello. Aunque si les soy sincera, esperé a que llegara este día para actualizar. Sí, fue plan con maña. Hoy cumple años Nayla Kei; aquí tienes mi presente. Y espero que el resto de mi bello público lo disfrute y se ría con las ocurrencias de Miyuki. ¡Hasta la próxima!
Coffee & Rum
Sora miró a la sonrojada y apenada cácher, y después a quien se le veía que no había nacido para el alcohol.
—Esto no está bien, Harada-kun. Él podría decirles a todos sobre tu amor por los chicos con lentes.
Anna se levantó y miró a Shirakawa desde arriba.
—No te atrevas a decirle nada a nadie. Sabes de lo que soy capaz. —Lo amenazó.
Shirakawa hipó, sin alterarse por las palabras de Annaisha.
—¿Y cuándo he mostrado miedo por ti? Hey, Carlos, ven a escuchar esto.
—No irás a ningún lado, Shirakawa-kun. —Sora reaccionó tan rápido como pudo y se cruzó en el camino del pelirrojo—. No le dirás nada a nadie sobre lo que acabas de escuchar.
Shirakawa apenas miró a Yūki.
Sus piernas pesaban... ¿Desde cuándo Mei tenía un gemelo?
—Tampoco te tengo miedo a ti. Peores personas me han amenazado, ¡y tampoco les tengo miedo!
—¡Amigo Shirakawa! Así que tienes a dos preciosas mujeres para ti. —Ese era Carlos.
—Justo lo que faltaba...—Sora suspiró y vio cómo el veloz corredor había llegado hasta Katsuyuki; hasta le había echado el brazo encima.
—Carlos, Carlos, adivina quién tiene un fetiche por los lentes. —El jardinero, con una sonrisa divertida a causa del alcohol, señaló a Sora con la mirada.
—Ella es la novia de Miyuki... Debes ser tú, pícara.
La aludida suspiró. Sabía que estaban borrachos, que no pensaban bien; y, sobre todo, recordó que a ningún chico de esa casa podía ponerle una mano encima.
La violencia no iba a darle la solución esa noche.
—Que Kazuya use lentes es mera coincidencia —aclaró para ese chico de ascendencia latina—. No tengo un fetiche como ese. Lo que pasa aquí es que Shirakawa-kun no puede ni mantenerse en pie y ya está escuchando otras cosas.
Anna preparó la mejor de sus sonrisas hacia Carlos.
—Kamiya-kun, ¿podrías cuidar de Shirakawa por nosotras? Tal vez delire un poco...
—Nada de delirios, fetichista de len...—Trató de defenderse, pero alguien más los interrumpió:
—¡Chicos, chicos! Itsuki acaba de contar el mejor chiste de la vida. —Por todos los cielos, era Ryūji, el hermano de Anna. Y no parecía estar en mejor estado que esos dos—. ¿Cuál es el colmo de un beisbolista? ¿Ah? Díganme.
—¿Tus padres no se enfadarán de que tu chaperón y hermano, llegue mañana más crudo que el sashimi? —preguntó Yūki a la hermana del sonriente muchacho.
Anna negó con la cabeza.
—Me apena decirte que él controla muy bien ese estado. Nunca lo han descubierto.
—Hey, Ryūji, a que no adivinas qué gusto raro tiene tu hermana —continuó Shirakawa.
—¿Eh? ¿Te refieres a Mei? —cuestionó confundido—. Sé que es estrambótico, pero no seas tan cruel, Shirakawa.
—Entonces nuestro problema sigue siendo...—Miró al que odiaba sin razón aparente a su novio. Después a quien flirteaba con Anna—. Kamiya-kun... —Una grandiosa se le ocurrió. Una que mataría dos pájaros de un tiro—. He escuchado que eres un chico grandioso. Muy galante y popular entre las chicas.
Carlos no podía resistirse a ser adulado por una chica. Y mucho menos si le obsequiaba una coqueta sonrisa.
—Soy la mejor elección que hay dentro de esta casa. No te arrepentirás si me escoges para pasar la mejor velada de tu vida. —No estaba para desperdiciar oportunidades.
—Y justo porque eres un gran partido, estaba pensando si quisieras conocer a esta chica... No únicamente es hermosa, sino que también tiene más curvas de las que han sido lanzadas hacia ti. —Nadie se imaginaría que su momento de cobrarse lo que alguien le hizo meses atrás, llegaría—. Ella busca un chico como tú, Kamiya-kun.
La pantalla de su celular le mostró numerosas fotos de quien la secuestró y le hizo perderse el festejo de Miyuki. Dulce venganza.
—Seidō no solamente tiene buenos jugadores. —Había picado.
—Shirakawa-kun debe estar sediento. ¿No crees? ¿Qué tal si le das más ponche? Debe mantenerse hidratado... Y mientras haces eso, te pasaré amablemente el número telefónico de mi pelirroja amiga.
Aunque, por supuesto, el ver a una chica tan ardiente como aquélla provocó que la temperatura corporal de Carlos se incrementara.
—Ella disfrutará mucho de mi grandioso físico. ¡Así! —Y haciendo gala de su afamada velocidad, de un tirón se deshizo de su camisa.
—Houston, tenemos un problema —dijo Shirakawa y Ryūji se apresuró a cubrirle los ojos a su pequeña hermana.
—Te advirtieron que Carlos era así, Yūki-kun; tal vez debiste moderarte con las fotos de esa amiga tuya —mencionó Anna deshaciéndose de la protección de su hermano—. Esto solamente empeorará. Será mejor que saquemos a los chicos de aquí.
—Si quieren saber de sus novios —intervino Ryūji—, ambos están en la cocina haciendo nudos con el palo de las cerezas, usando su lengua.
—Asqueroso... —mencionó Shirakawa antes de, por su cuenta, separarse del grupo.
—Si así reaccionó con sus fotos usando el uniforme escolar, ¿qué habría pasado si hubiera tenido menos ropa? —La primera vez que vio al chico deshacerse de su ropa le impactó un poco, pero ahora ya lo veía con normalidad—. Harada-kun, dejemos a tu hermano con estos dos y vayamos a ver a ese par antes de que se caigan de borrachos.
Anna se abrazó momentáneamente mientras caminaban rumbo a la cocina.
—No preguntes qué haría si no estás dispuesta a escucharlo. Su sangre latina sobrepasa toda la cordura japonesa.
—Creo que puedo imaginarme por mi cuenta lo que haría... Y no debí hacerlo... —admitió Sora. Tal vez, después de todo, no sería tan mala compañía para Miu.
Desde antes de llegar a la cocina, ya escuchaban los balbuceos de dos sujetos que apenas eran capaces de emitir una palabra; ya fuera por el alcohol o por lo que traían en la boca.
—Tse dije que poría con dosh palosh al mishmo tiempo, Kashua.
Llegaron. Contemplaron el cuerpo del delito sobre la barra, totalmente vacío y con todo su dulce contenido líquido, desparramado sobre la superficie. Luego vieron a quienes se habían zampado un frasco entero de cerezas.
El azúcar y el alcohol no eran buenas compañeras.
—Kazuya, hora de que te vayas a dormir. —Sora juraba que ese cácher se mantenía de pie sólo porque estaba recargado sobre la barra de la cocina.
—No me iré hasta romper el empate... Esta vez batearé tu change-up, Mei.
—Ni siquiera están jugando, Miyuki ebrio. —Lo regañó Anna al tiempo que tomaba a su novio de los hombros—. Mei, mi rey, escupe ya esas cosas y vamos a la cama.
—¡Jamásh batearásh mi shange up, Kashua! ¡Te aplashtaremosh otra vezh!
—Mei, escupe eso. Anda, dámelos. —Al notar por fin que era Anna la que estaba frente a él, se apresuró a quitarse los cuatro palos de cereza en la boca y los arrojó el bote de basura a su izquierda.
—¡Mi hermosa reina! ¡Aquí estabas!
—¡Esto no se quedará así, Mei! —juró Kazuya mientras era jalado por su novia.
—No provoques mi ira, Kazuya. Vamos a la cama —espetó Yūki.
Mientras Sora y su embriagado novio salían de la cocina, Annaisha se dio la libertad de buscar en el enorme refrigerador una jarra de agua fría. Su hermano a veces daba buenos consejos sobre la resistencia al alcohol… Aunque parecía olvidarlos cuando realmente los necesitaba. Y al tiempo que Mei reclamaba por el aparente abandono de su novia, esta llenaba de agua una botella de un litro.
Cuando terminó, regresó con el pitcher y le sonrió.
—Te llevaré a la cama, mi rey. Ven. —No sin un poco de esfuerzo, pasó uno de los brazos de Mei sobre sus hombros y le entregó la botella de agua— Tómate esto, ¿sí? Te hará bien.
De camino a las escaleras, Anna apenas escuchó cómo Shirakawa le gritaba a Mei que debía probar con usar lentes. Ante el comentario trató de apresurar a su pareja.
Narumiya caminaba con lentitud, con la cabeza algo alterada a causa del alcohol. Escuchaba a lo lejos la música y a sus amigos perder los estribos por una u otra tontería. Mas, a pesar de todo lo que le pesaban las ideas, se concentró en las manos de Anna en su cintura y su brazo. Ella lo ayudaba a no perder el equilibrio… Por todos los cielos, qué vergüenza; ni siquiera tomó tres vasos.
—Esta es tu recámara, ¿cierto, Mei? —preguntó Harada y el aludido apenas alzó el rostro. Sí, esa puerta dorada en definitiva le pertenecía a él—. Descansaremos un rato, mi rey. Tus hermanas no pueden verte así.
Entraron a la amplia habitación del Príncipe de la Capital y Mei de inmediato reconoció el aroma de sus perfumes y lociones. Esa tarde se perfumó especialmente para su reina. Había querido que ella lo viera presentable y elegante… ¿En qué momento todo se vino de picada?
—Siéntate y bebe. —Le dijo Anna luego de dejarlo en su cama. El as puso todo de sí para enfocar su rostro. Ella seguía luciendo tan hermosa con ese vestido y ese listón blanco en su cabello—. Yo iré por una taza de café; está comenzando a darme sueño y no quiero descuidarte.
—No, no te vayas —expresó él, tomándola de la muñeca con la mano libre—. Aquí puedo cuidarte.
Casi podía jurar que antes de subir, vio a Carlos sin pantalones; y eso era algo que no deseaba que Anna viera. En pocos momentos, el jardinero sinvergüenza no tendría prenda alguna sobre su cuerpo.
—Sé cuidarme muy bien, Mei. Tú lo sabes —respondió ella, retomando el control de sus manos. Empero, el pitcher infló las mejillas y Anna sonrió. No podía no rendirse cuando él la miraba así—. Bien, pero toma ya tu agua. Me sentaré a tu lado.
Mei asintió y destapó la botella para beber su contenido.
Su cabeza le daba vueltas y los párpados le pesaban. Maldito alcohol y maldito Kazuya por meterlo en un reto de bebidas. Esa noche habría deseado que todo fuera diferente. Una reta de canto, juegos de mesa, verdad o reto, fotografías sanas y divertidas… Besos con su novia…
Pero todo se arruinó.
Separó la botella de sus labios y la volvió a tapar. Consumió la mitad de agua.
Y ahora su novia estaba cuidándolo a él, cuando debía ser al revés.
—Dejaré el resto para más tarde. —Sin esperar la autorización de Anna, colocó la botella en el suelo.
Entonces ella, quien ya se había sentado a escasos centímetros de él para observarlo como a veces lo hacía, se levantó. Tal vez para buscar unas mantas para ella; como si él fuese a permitir que durmiese en el suelo.
—No te alejes.
Mei tomó con delicadeza su cintura, provocando que esta girara hacia él, y estiró el cuello para tratar de besarla. Al menos una cosa, una de las que tanto planeó, quería disfrutarla esa noche. ¿Y qué mejor elección que los besos de su novia?
Anna sonrió y apenas le entregó un muy corto beso.
—No quiero besarte cuando no sé si vayas a recordarlo —explicó—. No es correcto.
Mei volvió a inflar las mejillas, mas Anna no accedió esta vez.
—Nunca olvidaría uno solo de tus besos, Anna… —chilló— Además, luces muy bien en ese vestido; no quiero desperdiciar esta noche.
Entonces, Anna se ruborizó. Sí, esa noche escogió un vestido ajustado de mezclilla que dejaba al descubierto gran parte de sus piernas. Y lo escogió por una sucia y sencilla razón.
«Deberías olvidarte de si es un tropiezo o no, y sólo disfrutar de lo que tienen». Le había dicho Sora unos minutos atrás…
Y es que, ¿a quién podía engañar? Ella deseaba esos besos tanto como él. Ella disfrutaba de esas miradas y esas sonrisas que su novio le entregaba con determinada ropa; le encantaba sentirse deseada por él. Y, por todos los cielos, que amaba esa camisa color azul cielo de Mei, esa que ajustaba su espalda y sus hombros de una forma tan exquisita…
Pero lo que más le atraía de él, lo que más la orillaba a acercarse a su rostro para besarlo como toda la velada lo desearon, eran esos ojos tan llenos de pasión, de entrega… Tan llenos de lo que ella sabía, también reflejaban los suyos…
Finalmente, Anna lanzó la cordura por la ventana y se dejó llevar por esos labios con un extraño sabor a alcohol y esa lengua con un toque de cereza. Qué peculiar sensación era el besarlo esa noche.
Su corazón latía, con la fuerza que le indicaba que en esa velada ambos estaban dispuestos a avanzar un poco más. Con el presentimiento de que sus manos querrían volver a esa noche tras la derrota contra Ugomori…
Un par de segundos más tarde, Mei dejó de besarla y miró sus pupilas. Los anteojos de la chica comenzaban a empañarse, mas él veía con claridad todo el deseo que guardaba su novia. No habría arrepentimientos esta vez.
—Ven —indicó, dirigiéndola de nuevo a la cama. Al tiempo que ella se sentaba, él volvía a besarla y, con cuidado de no ser brusco, la guiaba a recargar la espalda en el colchón.
Annaisha se sostenía de los bien trabajados brazos de Mei entre tanto sus piernas se encogían, a pocos instantes de ser atrapadas por las ágiles manos del pitcher. Una caricia en su piel desnuda la obligó a soltar un débil gemido. La obligó a recorrer con sus propios dedos la camisa azul que cubría los firmes músculos en el cuerpo del beisbolista. Desde el antebrazo hasta los tríceps, desde el omóplato hasta la cintura… Lugar que provocó que él ahogara un gemido y mordiera suavemente el labio de su amada. Zona sensible…
Los besos, aunque frenéticos, no se detuvieron en los labios. Poco a poco, mientras las piernas de Anna eran fuertemente invadidas por las sedientas manos de Mei, este besó su barbilla, sus mejillas, su mandíbula, por detrás de su oreja. Y Anna se aferró a la espalda de Mei dejando escapar un suspiro sonoro.
¿Cómo podría mantener la cordura ante esa mujer? Mei se atrevió a morder un poco su oreja y ella jaló el cuello de su camisa, en un débil intento por desabrocharla… Su pequeña pervertida quería ir un paso más allá.
Anna, perdida en los cosquilleos que recorrían su cuello y su columna vertebral, apenas sintió cómo Mei dejaba sus piernas en paz para sentarse sobre la cama y, ante su borrosa vista, se desabrochaba la camisa. De inmediato, la cácher tragó saliva y deseó tener un paño para sus anteojos porque en verdad era una lástima que estos se empañaran tanto en esas situaciones. Mas, rezando que sus problemas visuales no le impidieran disfrutar de ese espectáculo, se quitó las gafas y las dejó a un lado. Justo a tiempo para ver ese torso tan bien definido y esos hombros, ese lavadero, ese pecho… ¿Acaso estaba permitido verse tan bien?
Percibió una falta de oxígeno cuando sintió esa piel sumamente caliente sobre sí misma, regresando a esos salvajes besos que tanto la enloquecían. A esas caricias en sus piernas que lentamente pasaron a su trasero, obligándola a alzar las caderas para que Mei pudiera disfrutar más de ella.
Y justo cuando sintió los labios de Mei sobre su cuello, su cuerpo le indicó que debía dedicarse a gozar de lo que él le entregaba en cada beso. Su pecho subía y bajaba con frenesí, víctima de cada sensación. Cerró los ojos, se mordió el labio inferior para evitar soltar gemidos sonoros y detuvo sus manos en los anchos hombros de Mei.
Esos labios… Desde la primera vez que la besó, supo que esos labios eran de otro mundo. Y es que la forma como la controlaban, como la relajaban, como la llevaban al paraíso y como la dejaban en las nubes… Anna apenas comprendía por qué esos labios suyos no la desmayaban cada que la tocaban.
Sin embargo, ella para Mei, su piel tan suave, sus curvas interminables y perfectas…. Cada centímetro de su cuerpo lo anhelaba como pez al agua… Y, no podía negarlo, que la forma como sus senos subían y bajaban enloquecía a Mei de una forma indescriptible. Qué deseos de…
Besó justo el límite entre su escote y la tela del vestido y miró a Anna. Ella parecía tan inmersa en su propio éxtasis que Mei apenas supo cómo tomar fuerzas para hablar en lugar de continuar con lo que estaba haciendo.
—Anna, ¿puedo desabrochar uno o dos botones? —preguntó aun con los labios pegados a su piel. Ella continuó respirando con agresividad.
—U-un momento. Dame un momento… —pidió ella, como si temiera desmayarse si no se lo otorgaba.
Mei accedió, con las manos sobre el botón anhelado, observándola. Mirando cómo sus labios entreabiertos dejaban de emitir suaves gemidos y mirando cómo su respiración se acompasaba… Y se acompasaba… Hasta que, tras unos segundos, las manos de Anna resbalaron de los brazos de Mei y ella cayó en un profundo e inoportuno sueño.
¡¿Era en serio?!
Mei, un poco desilusionado y ofendido, la miró otros segundos para comprobar que efectivamente ella no diría nada más. ¡Se había quedado dormida! ¡¿De verdad?! ¡¿Tenía que hacerlo justo en ese momento?!
Frustrado, con un apremiante dolor en la entrepierna, Mei alejó sus manos de su pareja y se apartó de la cama. Ella dijo que necesitaría un café antes de la medianoche para tolerar la fiesta; ¡pero, vamos! ¡¿Sus manos no fueron suficiente?!
Como fuera, la chica estaba dormida y lo más adecuado era al menos taparla. Esa noche haría frío. Al día siguiente hablarían de lo sucedido.
Narumiya caminó con cierta incomodidad hasta el armario donde guardaba las cobijas y tomó la más gruesa. Cubrió el cuerpo de Anna hasta el cuello y se mordió el interior de la mejilla. No podía enojarse con ella; se veía muy linda cuando dormía.
Recogió los anteojos y su camisa de la cama, y por fin miró el problema en sus pantalones. Suspiró. Tendría que resolver eso o luego sería más doloroso…
Parecía que la vida se lo decía a gritos; pero definitivamente esa noche nada saldría como lo había deseado. Y probablemente no era el único que se encontraba en esa misma situación.
—Un sótano no es el lugar más adecuado para dormir, mas la habitación de huéspedes ha sido tomada por Kamiya-kun y Shirakawa-kun. Y uno de ellos está a nada de quedar como llegó al mundo; y eso perturbará a más de uno...
Sora exhaló. Y buscó con la mirada a quien con enorme esfuerzo descendió las escaleras que conectaban la primera planta con aquella habitación subterránea.
—Te recuerdo que debes dormir ahí. —Señaló una cama individual pegada a la pared con dos burós de cada lado—. Kazuya, ¿me estás escuchando?
—Todavía es muy temprano para ir a descansar. —Sonreía con su atención puesta en ella.
—Pasa de media noche. No es muy temprano.
No aceptó su negativa. Lo llevó hasta la cama e hizo que tomara asiento. Ahora debía darle un empujón y estaría más cerca del manto protector de Morfeo.
—Tú dijiste que querías venir a esta fiesta. Subamos. —Se puso de pie, demostrándole que su sentido del equilibrio estaba perfecto.
—Kazuya, estás medio ebrio a causa del ponche de frutas que te tomaste.
—El que por cierto estaba delicioso.
—Sí, porque tenía un piquete de ron. —Le aclaró—. Y por eso ya andabas abrazando a Mei y estuviste a punto de hacer una estupidez.
—Vamos, vamos, no seas celosa.
No la dejó responder. Capturó sus labios mientras sus manos sujetaban su rostro; no tenía intención de liberarla.
—Sabes a frutos cítricos y a ron. —Nunca antes había probado el ron, pero los labios de Miyuki poseían un sabor embriagante.
—Y tú a café.
—Tienes que irte a dormir ya.
—No seas aburrida.
Volvió a adueñarse de esa boca, de ese sabor que mezclaba el ron y la cafeína; maldito sabor adictivo.
—Duerme, he dicho. —Estaba preocupada por su actual condición y él ni siquiera lo notaba.
—No quiero.
Empujar a alguien que poseía sus cinco sentidos adormecidos no era complicado. Por lo que en cuanto el cácher estuvo tendido sobre la cama, no pudo más que sentirse satisfecha de haber realizado su tarea con éxito.
—Sora, la siguiente vez que Mei lance su change-up contra mí, lo batearé.
¿Ahora le estaba hablando de béisbol? En verdad que ese ponche lo había golpeado duro.
—Estoy segura de que lo lograrás —respondió sin verlo. Estaba ocupada quitándole los zapatos—. La cara que tendrá cuando lo logres será digna de fotografía.
—¿Qué estás haciendo?
Alzó su mirada y encontró a su novia buscando algo con mucho interés en los estantes que estaban cerca de la escalera.
—Una cobija. —Localizó su objetivo y lo sujetó entre sus brazos—. Sino te tapas bien, te resfriarás.
—Yo no tengo frío. De hecho, tengo calor. —Corrió el cierre de su chaleco y se desprendió de él, arrojándolo contra el suelo.
—El alcohol sube la temperatura corporal; y sólo lo hará durante un rato. Después tendrás frío. —Ignoró su mueca de queja y le echó la cobija encima—. Cierra los ojos y duérmete.
Sora se inclinó hacia él a la vez que sus manos se dirigían hacia sus lentes con la intención de quitárselos. Sin embargo, no lo consiguió. Sus muñecas habían sido atrapadas entre sus manos.
—Kazuya, no puedes dormir con tus lentes puestos o se romperán.
—De verdad no quiero dormir aún.
La haló hacia él con un movimiento brusco, con la más escasa de las delicadezas. Y no mostró arrepentimiento por haberla arrastrado a un costado suyo; tampoco le importaba el suave balanceo que se creó en la cama de agua cuando su peso se sumó al suyo.
—¡¿Kazuya?! —exclamó con un rostro rojo de vergüenza y sorpresa—. ¡¿Qué estás haciendo?!
Sus grisáceas pupilas temblaban al ritmo que su pulso cardíaco; reflejaban esa sonrisa que nunca antes había hallado en los labios de ese chico. Un gesto que le provocaba un electrizante escalofrío.
Demasiado cerca. Tan próximos que podía sentir su ígnea respiración rozándole los labios y las mejillas. ¿Cómo esperaba que pensara con claridad cuando buscaba sus labios en vez de esas pozas color chocolate?
—E-esto no está bien. Esto no es correcto —expuso sin dejar de enfocarlo—. Debes dormir y yo tengo que irme de aquí.
—Oh, así que no te soy suficiente...
Él seguramente había malinterpretado el verdadero significado de su petición.
—Jamás dije que no fueras suficiente para mí, Kazuya. —No parecía creerle.
—Y aun así parece que quieres estar de este modo con alguien más que no sea yo.
Sora deducía que esos cambios repentinos en su estado de ánimo los provocaba la dosis de alcohol que circulaba por sus venas. Mas eso no significaba que podía lidiar apropiadamente con esa montaña rusa de emociones que el cácher sentía.
—Kazuya, no pongas palabras en mi boca. —Le advirtió—. No me molesta en lo más mínimo estar contigo de esta forma. —Era tan fácil de decir, pero demasiado bochornoso. Probablemente su rostro se había puesto más carmesí—. Es sólo que estás un poco borracho. Por lo que esto se siente como si estuviera tomando ventaja de tu condición.
—Significa entonces que sí quieres.
—Voy a pararme y entonces tú te dormirás de una buena vez. ¿Entendido? Ya mañana hablaremos de todo lo que tú quieras. Por ahora ambos necesitamos descansar. —Desvelarse no formaría parte de sus planes esa noche.
Sus recomendaciones se ahogaron dentro de la boca del receptor, sucumbiendo ante su boca para perderse entre su sabor y esa lengua curiosa que exploraba lo que había en aquella cavidad bucal contraria.
Si había momentos para apartarse el uno del otro era para recomponer su respiración; para cerciorarse de que el otro estaba disfrutando plenamente de esa sesión de largos y profundos besos.
—Kazuya, de verdad tienes que descansar.
Se había dejado llevar por lo bien que besaba, por lo increíblemente bien que se sentían sus labios entre los suyos; mas no debía sucumbir ante tales sensaciones.
—No quiero. No ahora.
—Pues yo sí tengo sueño. Así que, con tu permiso, me retiro.
Sora se enderezó y miró por encima del hombro a quien fruncía el ceño y torcía su sonrisa burlesca en una mueca que expresaba total inconformidad ante su decisión.
—Eres tan fría, Sora-chan —siseó. Ella sintió un horrible repelús.
—Kazuya, no vuelvas a llamarme de ese modo nunca. —Se giró hacia él para acentuar su disgusto y desaprobación ante el uso de ese honorífico.
Él rio ante su reacción. Ella exhaló.
—Vuelve a recostarte —ordenó cuando vio que él imitó su gesto.
Ahora ambos permanecían al borde de la cama, intercambiando un matiz de contrastantes miradas.
—Hazlo o terminarás vomitando.
—Sora —La nombró, con voz ronca—, ¿alguna vez has ordeñado una vaca?
—¿Eh? —Parpadeó como si dejara de reprimir un tic nervioso—. ¿Has dicho una vaca? Espera, ¿tú sabes ordeñar una vaca?
—Sí —respondió. Ella se quedó anonadada—. Todo mundo sabe cómo hacer eso.
—¿Por qué sabes ordeñar una vaca? —Tal vez lo que decía era cierto. O quizás era un desvarío del cácher a causa del ponche.
—¿Y Change-up? ¿Dónde está? —Empezó a buscar a la felina con la mirada. No la encontró.
—Ella está en la sala, con el hermano de Harada-kun. —Su respuesta dejó más calmado al chico—. Y ya que has disipado todas tus dudas, duerme.
Lo tomó por los hombros y lo recostó sobre la cama una vez más. Ya iba siendo hora de que la dejara irse a descansar o tendría unas horrendas ojeras.
—Sora.
Se estremeció; no por su nombrar, sino por sentir sus manos sobre las suyas, llenándolas de calidez y un creciente cosquilleo. Su pena se acrecentó cuando notó la posición tan comprometedora en la que terminaron.
Ella inclinada hacia él, con las mejillas sonrojadas y con las palabras atoradas a media garganta. Él sonriéndole con complacencia y con el rostro suavemente matizado gracias al alcohol. Ambos dejaron que el silencio los obligara a hablar.
—Tus ojos... Me gusta el color de tus ojos...
—Ah, gracias. —Un cumplido tan simple la orilló a evadirlo—. ¿Qué te parece si ya vas a dormir?
—No. —Su largo bostezo opinaba todo lo contrario a sus deseos.
—Alcoholizado eres incluso más necio.
No esperó autorización y sus manos se movieron con intención de quitarle los lentes. Kazuya todavía tenía buenos reflejos y se lo impidió al sujetar sus muñecas.
—Ey, debes pedirles autorización a las personas antes de quitarle los lentes.
—Tonto, no te estoy quitando nada trascendental. Únicamente necesito retirarte las gafas para que no vayas a romperlas. Dámelas.
—No.
Su negativa estuvo acompañada de un vuelco en su mundo. De nuevo se encontraba recostada a su lado, como minutos atrás cuando sus labios se conectaron hasta que el sentido común se los prohibió.
—Duérmete. —Los papeles se invirtieron y era el cácher quien la mandaba a descansar.
—Lo haré. Pero no aquí contigo.
—No soy suficiente para la «Gran Ōkami», ¿eh? —objetó con indignación e infantilismo. Se había ofendido y no escatimó en evidenciarlo.
—Kazuya, que una chica y un chico duerman en la misma cama siendo novios no será bien visto cuando salgamos de aquí. —Su razonamiento era lógico. Pero él estaba borracho y un poco caprichoso—. Además, dudo que tú estando en tus cinco sentidos aprobaras una situación como esta.
—A mí no me molesta.
—Eso dices ahorita. Sin embargo, mañana estarás todo histérico diciendo que te he profanado.
—Significa entonces que ya has profanado a otros chicos. Nunca imaginé que la hermanita de Tetsu-san fuera de ese modo —expresó entre asombrado y miedo. Hasta se había tapado el rostro con ambas manos.
Cuánto dramatismo por conjeturas que él mismo se había sacado.
—No he profanado a nadie, idiota.
—¿Debería creerte? —Sus miradas se hallaron nuevamente. Y el espacio entre ambos fue minúsculo.
—Cree lo que mejor te plazca —contestó. Y él se acercó un poco más, permitiendo que sus narices se rozaran con timidez.
Ignoró su respuesta.
Su atención pasó de esos grisáceos ojos a esos labios tono durazno que se entreabrieron en un intento frustrado por dialogar.
El revés de su mano izquierda acarició su oscura cabellera y las tibias mejillas que perdieron su palidez desde que estuvieron a solas. Y el estremecimiento que provocó en ella llevó a sus labios a curvarse en una sonrisa de absoluta complacencia.
Percibió su alterada respiración cuando notó que su pecho subía y bajaba con intervalos cortos y marcados.
Ella se mordió el labio ante su minuciosa inspección Él, por primera vez, apreció y aceptó lo atractiva que era.
La atracción física surgió con naturalidad entre ambos, como si sus personalidades no fueran un impedimento para congeniar. Y en esa madrugada se presentaba con mayor fuerza que meses atrás; tal vez a causa de la situación, el ron y sus descontroladas hormonas que presionaban sus impulsos más básicos.
—¿Qué tanto me miras? —Frunció la frente. Era mejor sentir enfado que pena.
—Nada en particular. Es sólo que me doy cuenta de que eres muy pálida. —Únicamente él podía pasar de tensar el ambiente a relajarlo por completo. Qué don más extraño—. ¿Te alimentas bien?
—Odio el calor. Odio asolearme... Siempre procuro salir bien protegida cuando es verano. También tengo una rutina para el cuidado de mi piel. —Su vanidad y gustos personales la orillaban a ser así de quisquillosa—. El otoño y el invierno son lo mejor.
—Aunque ahora estás toda roja. —Se burló. Y ella más que nunca quiso largarse de ahí.
—Me voy.
—Espera.
Sus manos, apoyadas a sus costados, soportaban eficientemente el peso de su flexión; toleraban el estrés que conllevaba que él se inclinara hacia ella, hacia sus labios. Y por un momento Sora se paralizó ante su actuar, ante el modo en que las cosas cambiaron entre ambos; y sus labios torpemente reaccionaron a los suyos.
Cerró sus ojos y se dejó envolver por ese pausado beso que la llevaba a suspirar como si el aire le sobrara. Disfrutaba de su maestría para besar mientras el olor natural de su piel se mezclaba con el perfume que ella eligió para esa noche; qué fragancia tan agradable.
¿Estaba bien disfrutar de ese instante de intimidad o debía detenerlo? Su moralidad le gritaba que era incorrecto, que él ni siquiera estaba totalmente consciente de lo que sus impulsos le susurraban hacer.
Estaba mal, aunque se sintiera tan bien.
—Kazuya. —Su dedo índice reposaba sobre los labios de su pareja y le impedían continuar con su jugueteo—. Dejemos esto para mañana. ¿Te parece?
Él apartó su dedo de sus labios y la miró; lucía ofendido ante su abrupto rechazo. No entendía por qué su propia novia no quería seguir disfrutando de sus afables besos.
—¿Por qué?
—Estoy cansada y tú estás ebrio.
—Sora, no seas aburrida —indicó antes de volverse a acercarse peligrosamente a sus labios.
—¿Kazuya? —Lo llamó en cuanto dejó de sentir su cuello invadido por la deliciosa textura de su boca.
No obtuvo respuesta.
El chico que quebró su razón y la hizo disfrutar y anhelar sus besos se había dejado caer sobre su cuerpo mientras su hombro sostenía su cabeza. Había sucumbido ante el cansancio, ante los efectos finales del alcohol.
Se había dormido profundamente.
