¡Buenos días! Ustedes disculparán la tardanza. Pero aquí estoy con la continuación de esta historia que se vuelve más enrevesada. Disfruten de la actualización, de las dudas existenciales de Kazuya y de su fin de semana. Nos leemos después.
*Guest: Gracias por comentar, pequeña. Esperemos este capítulo sea de tu agrado. Y definitivamente Sora es de temer.
Coincidences
Desde que salieron y llegaron a la estación del metro ninguno de los dos se dirigió la palabra. El silencio fue su único compañero, el que les murmuraba ocasionalmente que no estaban solos, que no tenía sentido continuar abstraídos con sus cavilaciones personales.
Abordaron el metro y tomaron asiento, agradeciendo la casi absoluta soledad que los sitiaba. Podrían estar tranquilos hasta bajar en la estación correspondiente.
—Kazuya. —Lo llamó Sora.
Él no atendió a su llamado hasta que sintió la tibieza de su mano sobre su antebrazo.
—¿Estás bien?
—Sí. Solamente me quedé pensando en que mañana tendré que soportar nuevamente las exigencias de Sawamura.
Ella había observado todo su comportamiento desde que llegaron y abandonaron aquella residencia. Deducía que tanto el trato tan íntimo y cálido de su madre hacia su nueva familia como el distanciamiento que manejaban eran los causantes principales de su ensimismamiento, del aplastamiento de su estado anímico.
Aunque le dedicara algunas palabras de apoyo sería más contraproducente que una verdadera ayuda. No conocía a profundidad la situación familiar que madre e hijo vivían; y él evidentemente no se lo contaría ya fuera por falta de confianza o porque era verdaderamente doloroso.
—¿Tienes el resto de la tarde ocupada? —preguntaba Yūki.
—No exactamente —Tenía que recomponerse. Ya había mostrado demasiado de aquella patética faceta—. ¿Por qué?
—Tengamos una cita.
—¿Ah? ¿Una cita? ¿A qué viene eso? —Giró su cabeza hacia ella, mostrando perplejidad.
—¿Te olvidaste que somos novios? —lanzó, burlesca—. Necesito tiempo de calidad con mi incordio.
Rascó su mejilla con su índice derecho. Y sin controlarlo, torció sus labios para no expresar algo innecesario que terminara por condenarlo aún más que las reacciones corporales que le había obsequiado sin querer en casa de su madre.
No era un idiota. Sabía que estaba extrañada por su comportamiento. Asimismo, indirectamente, ponía en manifiesto su preocupación.
Maldijo internamente su falta de temple.
—Recuerda que dije que…
—Me dijiste que no tendrías demasiado tiempo libre por las prácticas y los partidos. Sin embargo, hoy es nuestro último día de vacaciones —expresaba, cruzándose de brazos—. Si no tienes nada mejor que hacer, ven conmigo a una cita.
Evidentemente no tenía más planes para ese día. Tampoco era prudente llegar a casa a encerrarse porque su mente empezaría a jugar en su contra para recordarle vivencias pasadas. Y también era consciente que le debía un gran favor por ayudarlo a saltear la situación con su madre.
«Si hago memoria, esta sería la segunda vez que estoy en deuda con ella».
—No aceptaré un no como respuesta, Miyuki Kazuya.
Podía pagar una de esas deudas pendientes accediendo a su petición.
—No traigo demasiado dinero —aclaró para la joven que rebuscaba algo dentro de su bolso.
—Descuida. Con todo lo que vendí tengo suficiente para cumplir algún capricho. —Bajo su cartera y su cosmetiquera encontró su preciado celular—. Un momento…
—¿Has vendido más peluches?
No hubo respuesta. Sora depositó su teléfono a su lado y descargó todo el contenido de su bolsa sobre su regazo. Buscaba algo con incesante insistencia.
—¿Qué se te perdió?
—Kazuya, debió de quedarse en la casa de tu madre —contestó, frustrada—. ¿Cómo pude ser tan descuidada?
—Sora, ¿de qué estás hablando? No me estoy enterando de nada.
Levantó su teléfono móvil a la altura de sus ojos para que entendiera perfectamente su sentido de alarma.
—El colgante. ¡El colgante no está! —remarcó para quien, evidentemente, no entendió—. El que me regalaste en navidad.
—Sora, solamente es un simple colgante. No vale la pena que…—calló cuando esas delgadas cejas oscuras se contrajeron a causa de la molestia—. Quizá se cayó en otra parte.
—No —refutó—. Cuando nos bajamos del auto de tu madre revisé mi celular para ver si no tenía algún mensaje o llamada perdida y ese colgante seguía en su lugar —relataba—. Obviamente debió caerse dentro de su casa… Aunque no sé cómo pasó; yo lo ajusté muy bien para que no se cayera tan fácilmente.
—Conseguiré otro y listo.
—No quiero otro. Quiero ese.
Kazuya nunca imaginó que pudiera ser tan obstinada y caprichosa por un objeto tan pequeño, simple y económico.
—Aprovechando que saldremos puedes ver algunos y elegir el que más te guste —propuso para quien se notaba un tanto desanimada.
— Estoy segura de que se me cayó ahí…
—Sora, olvídalo.
No quería despedirse de su bonito colgante. No solamente era adorable, sino que había sido el primer regalo que recibía de Miyuki. Tenía un significado especial que él no parecía reconocer. Sin embargo, tampoco quería forzarlo a volver a ese lugar sin un motivo importante. Eso sería un cruel egoísmo.
—No volveremos a casa hasta que haya encontrado el colgante perfecto —amenazó.
Shibuya los recibió con vehemencia, con altos edificios, tintineantes anuncios y el bullicio de los jóvenes que recorrían sus calles ansiando entrar a las tiendas de moda que vendían las tendencias de esa temporada. Mas no se quejarían. Avanzarían contracorriente con tal de acceder a la zona que les interesaba y por la que soportaron el tumulto de gente.
La puerta automática se abrió, permitiéndoles el paso. Adentro, la insana cantidad de accesorios para celular atrapaba por horas a quienes llegaban allí para comprar alguna carcaza o colgantillo.
—Más vale que empieces o nunca nos iremos de aquí —comunicaba Kazuya para quien buscaba hacia qué zona de la tienda encaminarse primero—. Estaré a un costado de la caja de cobro.
—Entendido. —Se fue hacia su izquierda. Tenía que ser rápida y resolutiva.
Miyuki, recargado contra la pared, abrió su teléfono y miró sus correos nuevos. Había varios de Mei que optó por borrar; nunca le escribía nada sustancial, solamente le contaba sobre sus momentos románticos con Harada, y eso no podía interesarle menos.
Sintió las miradas de algunas compradoras. Seguramente sentían extrañeza de ver a un chico dentro de una tienda que gritaba escandalosamente que estaba enfocada para el género femenino. No obstante, la única mirada que había conectado con la de él era una que conoció hace años atrás y que no había vuelto a encontrarse desde que dejó la secundaria.
—¿Miyuki? ¿Realmente eres tú? —preguntaba, acercándose—. Qué inesperado hallarte en un sitio como este.
El café claro de sus ojos, el azabache de su corta melena y el aceitunado de su piel siempre fueron los rasgos físicos más vistosos de aquella chica de estatura promedio.
—Si te acuerdas de mí, ¿verdad?
Él asintió. Por supuesto que la recordaba. No podría olvidar a la chica más cercana a quien en algún momento consideró como una amiga cercana, quien posteriormente se convirtió en su primera pareja.
—La última vez que nos vimos fue un día antes de que ella se mudara —declaró—. Ya han pasado dos años de eso.
—Sí. El tiempo vuela.
—Aunque lo más anómalo no es el tiempo que llevamos sin vernos, sino que estés fuera de un campo de beisbol. Siempre te la vivías jugando béisbol, incluso en domingo.
No habían cambiado sus hábitos. Simplemente había otras razones detrás de aquel actuar tan inusual.
—Kazuya, ya hice mi elección.
La llegada de Sora provocó que ambos olvidaran su charla y se enfocaran en ella y su colgante de Pompompurin.
—¿Sucede algo? —Miró a ambos sin entender si había interrumpido o no.
—Perfecto —habló Miyuki trasladándose hasta su posición—. Iré a pagar. —Tomó el colgantillo y se fue.
—No ha cambiado en lo absoluto.
—Si me disculpas, me retiro —hablaba Yūki para la desconocida que pasó de suspirar a verla fijamente—. Qué tengas buena tarde.
Dio media vuelta, apresurando el paso para llegar hasta quien ya había terminado de pagar, siendo incapaz de escuchar lo que aquella joven expresó.
—¿Pasa algo? —preguntaba el cácher una vez fuera de la tienda.
—Esa chica... ¿Es amiga tuya? —curioseaba.
—¿Te pareció que lo fuera?
Sora pese a ser consciente de que con apuro podía denominar a Mei como amigo cercano, quería creer que había hecho algún otro lazo de amistad previo a la preparatoria.
—No. No me dio esa impresión —expresaba, concentrada en colocar su nuevo colgante en su celular—. ¿Ex novia?
—Mucho menos —espetó—. ¿Celos? —Sonrió con burla. Eran evidentes sus intenciones.
—Por supuesto que no. —Le dio un suave codazo.
—¡Oye! ¿No habías dicho que no golpeabas a tus parejas?
—Cada noviazgo es diferente. Por ende, todo puede pasar.
—Embustera.
Moviéndose entre calles más angostas y menos concurridas, apreciaban la intimidad del silencio; inclusive encontraron un puesto ambulante del que se desprendía un delicioso olor.
—Iré a comprar una charola de bolitas de pulpo.
—No tiene mucho que comimos. —Sus alegatos eran inútiles. Su novia ya estaba pidiendo una orden—. Glotona.
Aquellas bolitas bañadas en salsa especial, algas y mayonesa humeaban de lo calientes que estaban. Tendría que soplarles un poco si deseaba comerlas.
—¿Seguro que no quieres? —interrogaba a quien se apoyaba contra la pared que había frente al puestecito—. Huelen muy bien.
—Estoy bien.
—Tú te lo pierdes.
—¿Yūki-kun?
La aludida giró suavemente, encontrándose con una sonriente Hiji Ayane.
—Qué inesperado encontrarte por aquí en domingo —hablaba Ayane—. Aunque has tenido suerte al encontrar este puesto; aquí se comen las mejores bolitas de pulpo de todo Shibuya.
—¿Vives por aquí? —La muchacha asintió—. Debe ser estresante residir en una zona tan ruidosa.
—Que Shibuya sea tan vibrante es lo que le da su magia. Ves a tanta gente transitando diariamente. ¡Hay tantos momentos que pueden ser inmortalizados en papel!
Era una artista, para ella cada persona, cada instante, era una posibilidad para poner a prueba sus habilidades.
—Hasta podría dibujarte comiendo takoyaki.
—Quizás en otra ocasión —dijo un tanto nerviosa.
—Así que andan en una cita romántica.
—No la clasificaría de esa manera. —Comió una bolita, disfrutándola—. Tenías razón. Son deliciosas. Las mejores que he probado hasta ahora.
—Y si tienes antojo de alguna otra cosa puedes preguntarme. Conozco los mejores restaurantes de toda Shibuya.
—¿Qué me dices del okonomiyaki? —No perdería la oportunidad de averiguar sobre su platillo favorito.
—Hay un par que podrían encantarte.
Kazuya levantó la vista, no por impaciente, sino porque la escena en sí misma le resultaba curiosa, inesperada y extraña.
Si bien su novia interactuaba con las managers, no se explayaba demasiado con ellas. Ni siquiera con aquella amiga de la infancia que la separaba un par de salones. Así que el escucharla conversar tanto era un fenómeno.
«Seguramente se debe a que hablan sobre comida».
Iba a abrir su teléfono para entretenerse con uno de los juegos preinstalados, mas desistió cuando notó a aquel chico interrumpiendo la charla de ambas chicas.
—Ayane, qué inesperado verte por aquí —decía, poniendo su mano sobre su muñeca—. Y veo que estás con una nueva amiga. ¿Por qué no me la presentas?
Sora ignoró al chico de complexión media y pelo crispado. Se focalizó en la mano de Hiji intentando desplazar la contraria. Era notoria su incomodidad pese a que la disfrazaba con una sonrisa nerviosa intentando apartarse del chico con disimulo.
—No hay tiempo para presentaciones. Hiji-kun está mostrándome los mejores sitios para comer aquí en Shibuya —dijo seriamente para quien seguía sin intenciones de soltarla—. Ya he terminado aquí. Vayamos a ese restaurante de okonomiyaki.
—Ah, sí. Claro. Andando.
Mas no fue suficiente para que el chico cediera. Sora entendió que no habría ningún razonamiento lógico que hiciera desistir al desagradable chico.
Un pisotón lo separó. Y una maldición fue reemplazada por un quejido de dolor. La dolencia de su entrepierna por aquel fuerte rodillazo era tan punzante que ni siquiera se percató de que había sido dejado atrás.
—¡¿Yūki-kun?! ¡¿Por qué has hecho eso?!
—Al menos no fue un puñetazo en la cara —expresaba Miyuki ya más que acostumbrado a sus formas de reaccionar.
Ayane y Kazuya seguían a Sora como bien podían. Los sujetaba de la muñeca con firmeza para que no se dispersaran.
—No fue tan duro. Es un exagerado —objetó.
—Lamento haberte arrastrado a esto, Yūki-kun.
Se detuvieron. Ya estaban bastante alejados de aquel pequeño puesto.
—Idiotas como él hay en todas partes —mencionaba Sora—. ¿Por dónde vives?
—A unas cuadras de la estación —respondió por reflejo—. ¿Por qué?
—Te acompañaremos a casa.
Los dos, desconcertados, no entendían su resolución. Pero tampoco quisieron debatirla.
—No quiero robarles su tiempo.
—Ni siquiera lo intentes. Es muy necia. Ahórrate el tiempo y la energía —recomendaba el cácher.
Hiji ya resignada accedió en silencio.
Unas cuadras al noroeste y la casa de dos plantas verde olivo les marcaba que habían arribado a su destino.
—Muchas gracias por escoltarme hasta mi casa —agradecía con una reverencia y una sincera sonrisa—. Si quieren pueden pasar a beber algo.
—Te lo agradecemos, pero hay un sitio al que debemos ir antes de que cierren —indicaba Sora.
—¿Iremos a otro lado?
—Iremos. Sino te gusta tomaremos el tren de vuelta a casa.
—Entonces, diviértanse.
Miyuki quería preguntar a dónde se dirigían porque la tarde no demoraría en dar pauta a la noche. No obstante, ya en el taxi se dedicó a apreciar las vistas del barrio. A metros de su descenso descubrió el lugar secreto al que quería llevarlo Sora.
—¿Un centro de bateo? —susurraba Kazuya al hallarse frente al modesto establecimiento.
—Siento que nuestras citas nunca estarán completas si no visitamos uno de estos.
Ella le hizo una seña para que entraran juntos.
—No imaginé que querrías regresar a un sitio como este.
—Estoy muy acostumbrada a venir, Kazuya —dictaminó—. ¿Recuerdas? He crecido rodeada de jugadores de béisbol.
—Olvidaba que eras una fetichista de beisbolistas —Él reía. Ella bufaba.
—Sólo voy a rentarte una hora, pedazo de tonto.
Las jaulas de bateo rebosaban de gente. Parloteaban entusiastas, gritaban alegres cuando conectaban la pelota y jugaban piedra papel y tijera para ver quién sería el siguiente en tomar el bate.
Kazuya estaba dentro, con el casco puesto y el bate reposando sobre su hombro. La sonrisa que había desaparecido durante la mayor parte del día estaba allí, más ancha y viva que nunca.
El béisbol lo renovaba, lo llenaba de júbilo, de ansias, de una pasión que sólo emergía gracias a aquel hermoso deporte. El béisbol mostraba a un Kazuya más real, más entrañable.
—Iba más lento de lo que creí —decía posterior a perder la oportunidad de conectar con aquel cambio de velocidad—. El siguiente será mío.
—Parece que no fue así.
La pelota rodó a mitad del camino ante el swing tan flojo que el cácher realizó.
—Se atascó un poco —susurraba, recuperando su postura. Sus ojos estaban puestos en la lanzadora—. La siguiente la mandaré hasta el fondo.
Sora sonrió discreta. Sabía que llevarlo a practicar lo ayudaría a relajarse, a volver a ser él mismo.
También entendió que el interés que él despertaba en las chicas debía nacer genuinamente desde sus prácticas, desde sus partidos; porque era ahí cuando su pasión y devoción por el béisbol convergían para enaltecer su atractivo físico.
«Ya empezó a llamar la atención de las chicas que hay aquí».
Guardaban su distancia con respecto a ella, pero podía escuchar con claridad sus cuchicheos. Era obvio que querían esperar a que el receptor abandonara la jaula para abordarlo.
—Iré a pagar otra hora —Su tono fue lo suficientemente alto para que su novio la escuchara.
Ya había planeado previamente el rentar la jaula por dos horas. Mas ya tenía otro motivo extra para hacerlo.
No es que le despertara celos el que fuera deseado por otras chicas, sino que no quería salvarlo de todas ellas.
—¿Ya estás satisfecho?
Miyuki estaba fuera, agitado, pero sonriente y satisfecho. Aquella sesión de bateo fue todo lo que necesitaba para regresar a ser él mismo.
—Sí.
—Toma. Lo necesitas.
Reaccionó para atrapar una botella.
—Estas empapado en sudor.
Miyuki se estremeció al sentir la toalla recorriendo los costados de su rostro y su sien. Estaba seguro que era la primera vez que alguien aparte de él le secaba el sudor.
—¿Qué hora es? —Estaba perdido en el tiempo.
—Descuida. Aún podemos alcanzar el metro —comentaba despreocupadamente.
Le dio un largo trago a su bebida isotónica mientras secaba su cuello del sudor.
Tosió como consecuencia de su propia desfachatez, nula caballerosidad y egoísmo. Había pasado las dos horas concentrado, bateando, mandando lejos la pelota en compañía de sus pensamientos intrusivos que se olvidó que no estaba solo.
Buscó el enojo en sus ojos, en sus labios, en alguna contracción de su rostro. No obstante, no había molestia en ella. ¿Por qué? Cualquiera de sus anteriores parejas ya le habrían reclamado antes de marcharse.
—¿No te aburriste? —preguntaba como mero trámite.
—Me mantuve ocupada entre ir a comprar tu bebida y esa toalla de mano, y escuchar las ocurrencias de las chicas que no dejaban de fantasear contigo mientras decían que tenías el mejor trasero de todo Tokio —enumeraba—. ¡Ah, sí! También me entretuve con los chicos que vinieron a buscar a esas entusiastas chicas porque terminamos hablando sobre el béisbol a nivel universitario. Obviamente mencioné a mi hermano.
—¿Eh? ¡Espera! ¿Fantasear conmigo? ¡¿Como por qué hablarían sobre mi trasero?! —Se alteró. Simultáneamente se sintió expuesto, ultrajado en la imaginación de aquellas pervertidas.
—Al final todas ellas se fueron, lamentándose por no conseguir tu número telefónico —relataba despreocupadamente—. Tal vez debería ponerle más atención para ver si no estaban exagerando.
Kazuya, instintivamente, cubrió su trasero con ambas manos al sentir la burlona miradilla de Sora en su retaguardia.
—¡¿Sora?!
Su ofuscación, sus mejillas tímidamente rojas y el balbuceo que nunca adquirió la forma de una palabra fueron la paga perfecta para quien aguardó tan pacientemente a su novio.
—Ya estamos a mano. —Su sonrisa mostraba tanta burla como las de él.
El ambiente de vuelta a casa fue mucho más ligero, tan digerible como las tardes de prácticas. El aburrimiento que la asedió por momentos ya no resultaba molesto cuando notaba que tenía de vuelta a aquel chico burlón que siempre buscaba nuevas formas para hacerla respingar.
Incluso el silencio entre ambos era reanimador.
—La batería de mi celular ha muerto —mascullaba Sora mirando la oscura pantalla de su celular—. No quiero levantarme temprano para ir a la escuela.
Kazuya creía encarecidamente que su última parada en aquella cita exprés sería un restaurante, el cine o algún centro comercial que las chicas tanto aman.
Escondió su sorpresa cuando se encontraron fuera de aquel establecimiento y compró el ticket de renta para la caja de bateo. Y desconcertado, sin saber el porqué de su elección ni por qué le proporcionó tanto tiempo a solas con la lanzadora profesional, su cabeza empezó a jugar en su contra.
Maldijo a Mei por provocar un malentendido que desembocó en exponer una parte delicada y sustancial de su vida. Se reprendió a sí mismo por no guardar las apariencias y mostrar su insulsa debilidad. Y agradeció su cooperación para salir airoso de aquella desagradable reunión.
Mas no sabía cómo se sentía con respecto a la prudencia con la que se dirigió a él, ante esas atentas consideraciones, ante el detalle de acercarlo al béisbol para que se recompusiera y tratara de olvidarse de todo.
¿Por qué se tomaba tantas molestias para con él cuando ni siquiera era capaz de entregarle esa misma reciprocidad?
—Kazuya, ya llegamos. —Lo llamó por segunda ocasión.
—¿Ya?
—Pasaste mucho tiempo pensando que perdiste la noción del tiempo —añadió antes de depositar un suave beso sobre sus labios—. Andando o tu padre se preocupará.
Las luces de su pequeño y acogedor hogar se encontraban encendidas como señal de que ese día su padre había terminado con sus labores temprano, optando por descansar en la comodidad de su casa. Y antes de que pisaran el primer escalón, la puerta se abrió dejando ver al jefe de familia cargando en brazos a una cariñosa minina.
—Oh, hijo. Ya estás de vuelta —saludaba el hombre bajando las escaleras—. Buenas noches, Sora.
—Buenas noches, Miyuki-san.
—Espero no te haya dado problemas. Es bastante traviesa.
—En lo absoluto. Es demasiado tranquila —mencionaba Toku para Kazuya.
—Con su hijo sano y salvo devuelto a casa, me retiro —dijo para ese par.
—Un momento, ¿no debería ser al revés? ¿Eso no es lo que yo debería decir…? —Sus quejas solamente las escuchó su padre porque aquella muchacha se había marchada.
—De modo que tú eres la chica en la relación.
—¡Claro que no!
Al llegar fue recibida por la sonrisa vivaracha de su padre. Desde la cocina se escuchaba a su madre preguntándole sobre si había disfrutado su viaje a Magome. Y su hermano mayor le indicaba que había dejado unas cuantas cosas en su habitación.
Conectó el cargador a la corriente eléctrica. Mientras su teléfono revivía revisó las cajas blancas agrupadas en una pequeña torre sobre su cama. Ignoró el sobre blanco que estaba en su buró; sabía de antemano que se trataba de dinero de año nuevo obsequiado por sus abuelos paternos.
—Tendré que sacar la ropa que ya no uso ni me queda o no podré acomodar todo lo que me compraron…
Blusas, faldas, vestidos. Ropa suficiente para renovar una parte de su guardarropa.
—No necesito más prendas, sino un par de roperos extras —aseguraba con hastío. No quería ponerse a acomodar para darle cavidad a sus nuevas adquisiciones—. ¿Una llamada?
La notificación de la llamada perdida le permitió percatarse de que tenía un mensaje nuevo desde Line. El mismo número desconocido que le había marcado también le escribió.
El mensaje era contundente: «Tenemos que hablar sobre lo que viste anoche».
—Tal vez estoy dándole demasiadas vueltas. —Examinó la foto de perfil que aquel usuario manejaba y se encontró siendo abrazada por el pánico—. Es Nun y Suk… ¡Claro que se trata de él!
Quizás si hubiera respondido no tendría una llamada entrante exigiendo silenciosamente ser atendida.
—¿Buenas noches? —Se sentó sobre el suelo, restirando el cable de su cargador.
—Necesitamos hablar.
—Sí, leí el mensaje… La cuestión aquí es que ya es noche y mis padres son estrictos. No creo que me permitan salir tan deliberadamente de casa.
Iba a confrontarla por su intromisión, por lo que estaba prohibido ver. No obstante, no había trazado su plan de acción; no había ni siquiera procesado lo que la transformó en una fisgona indeseable. Había sido lanzada fuera de sus zonas seguras y conocidas; y eso la volvía dubitativa.
—Lo que hiciste se conoce como allanamiento de morada.
—Si no hubiera visto a Suk alguien se lo hubiera llevado. Inclusive pudo haberle ocurrido algo peor. —Si él tenía un punto, ella también podía entregarle el suyo—. No es mi culpa que… Bueno, ya sabes. —Cuando lo expresaba verbalmente era aún más vergonzoso.
—Te veo afuera de mi casa en quince minutos.
—Me ha colgado…—Ni siquiera le dio la oportunidad para objetar—. ¿Ahora con qué excusa saldré de casa?
Abandonó la seguridad de su hogar con un pretexto tan soso como creíble. Nadie cuestionaba su adicción a las gelatinas de café por lo que era una normalidad que saliera a comprarlas con la misma intensidad que sus hermanos buscaban una caja de bateo.
Pensar en cómo resolvería el problema del que ahora era víctima no la beneficiaría, solamente entorpecería su diálogo. Desde su posición lo más recomendable era disculparse y aguadar por la sentencia.
—Tengo que mentalizarme para lo que viene. —Se trató de convencer a sí misma para no caer en el pánico.
No olvidaba esa piel blanca e inmaculada, ni esos ojos que hacían palidecer al ámbar. Tampoco el fino perfil de su rostro o el castaño miel de su corta cabellera.
—Ya estoy aquí —habló para hacerse notar.
La mirada penetrante que le dirigía se sentía como el agudo escrutinio de su verdugo hacia su prisionero.
Alto y con presencia. Atributos perfectos para fungir como un incorruptible juez.
—Mis disculpas no bastarán. Así que dime qué puedo hacer para resarcir el daño —pedía para quien le indicaba que caminara y lo siguiera.
—Hagamos un trato.
