¡Muy buenas noches! Ya estoy de vuelta. Y si les soy sincera quería escribir un oneshot especial por el cumpleaños de Miyuki; mas no se logró. Sin embargo, hay capítulo nuevo. Así que supongo que no está tan mal, ¿no? ¡Nos leemos para la próxima!
Guest: Poco a poco nuestro embustero receptor va cayendo. Y entre más se resista, peor será el golpe. ¡Gracias por comentar!
Conflicted
Estaba extenuada. Añoraba su cama y el silencio hospitalario de su habitación. Sin embargo, lo que único que tenía a su alcance era a una pequeña niña disfrutando de su cena y enfrente a un adolescente pegado al móvil contando la hazaña de cómo consiguió el número telefónico de una bonita chica.
—¡Mira, las papas fritas tienen forma de osito! —exclamaba Erika con la emoción propia de una niña de su edad—. ¡Ese postre se ve delicioso! ¿Y si compramos uno también?
—Será para la próxima. A esta hora no es recomendable que comas algo tan dulce —señaló para quien bañaba sus papas con salsa de tomate—. También debes comerte la hamburguesa.
—Lo haré... ¿Y a dónde iremos ahorita? ¿Iremos a ver a Kazuya? —cuestionó después de darle la primera mordida a su hamburguesa—. ¡Quiero ver de nuevo cómo juega con la pelota!
—Si quieres ver un juego de pelota, puedo llevarte a ver mis prácticas —comentaba Makoto.
Yūki ansiaba pararse y abandonar a ese par de medios hermanos. El mayor sabría cuidar de la infanta; y la madre de ambos llegaría pronto. Mas recordó su promesa hacia el cácher; y esa obligación moral bastaba para adherir sus pies al lustroso piso de aquel restaurante familiar.
«Fui ingenua al pensar que nada saldría mal en este día… Si tan sólo no me hubiera entretenido de más con las gemelas».
Sora hubiera preferido que el sitio de reunión para realizar el encargo fuera su propio hogar, la casa de aquellas animadas adolescentes o un punto céntrico que beneficiara a ambas partes. No obstante, las gemelas eligieron el campo de entrenamiento de Seidō; querían conocer al equipo del que formaba parte su hermano mayor y simultáneamente ser testigos del entrenamiento infernal del que tanto se rumoraba.
Se acercó al tumulto de personas que intercambiaban diferentes puntos de vista mientras observaban la práctica de medio día. Entre ese mundo de adultos encontró a las dos personitas por las que tuvo que abandonar su hogar en sábado.
—¡Por aquí! —gritaba Nadeshiko.
Era imposible no localizarlas. El rubio de sus cabelleras resaltaba como lo hacían las luciérnagas en la noche.
—Reira, deja de estar embobada y ayúdame con esto. Las cajas que trae Sora lucen pesadas —reprendía a quien estaba centrada en el entrenamiento de los beisbolistas.
—Ah, lo siento. —Se disculpaba, girándose hacia quien no mostraba cansancio ante lo que cargaba entre brazos—. ¿Qué son?
—¡Reira! ¡Eso no interesa! Encárgate de una.
Y tras otro llamado de atención ambas ya cargaban una alba caja.
—Por cierto, mi madre quiere agradecerles por la deliciosa comida que tu abuela nos mandó en la semana —mencionaba Reira sonriente—. Y ha decidido invitarlos a comer mañana.
—Esperamos que tus hermanos y tú también puedan asistir, Sora.
—Le informaré a mis padres —decía para quienes tenían muchas ansias de ver qué era lo que esas cajas resguardaban—. Pueden abrirlas si gustan.
Abrieron sus obsequios con curiosidad y expectación. Y no encontraron decepción, sino cuatro coloridas y hermosas yukatas que tanto se preciaban durante los festivales.
—Mi abuela pensó que tal vez quisieran usar algo más tradicional durante los eventos de verano… Como el Bon-Odori o el Hanabi.
—¡Muchas gracias! ¡Son preciosas!
—¡Ya quiero usarlas!
Las gemelas estaban tan complacidas por sus presentes que sobrepusieron los ligeros kimonos sobre sus prendas para visualizar si les lucirían bien con ellas.
Quizá únicamente por eso había valido la pena cumplir con la petición de su abuela.
—¿Quieren que las acompañe a casa?
—Descuida. Vendrán por nosotras en media hora —informaba Nadeshiko—. Papá vendrá por nosotras.
—Si quieres podemos llevarte.
—No es necesario… Ya saben que vivo cerca de aquí.
Tatsuhisa Kai era otro adulto de difícil trato con el que no quería lidiar ese día. Le bastaba con su abuela que aún no mostraba planes de volver a Sendai.
—Esperaré a que vengan a recogerlas para marcharme.
—Sora, no necesitas hacerlo.
—Sí, sí. Estaremos bien.
Sabía que no necesitaba estar al pendiente de ellas. Mas sentía la responsabilidad de hacerlo como tiempo atrás cuando salía con su hermano y las cuidada de los idiotas que las consideraban fáciles por ser extranjeras.
—Estar un poco más de tiempo aquí no es la gran cosa.
—Nunca podremos ganarle, hermana.
—Supongo que ser tan necia era uno de los atributos que le gustaban de ti a nuestro hermano.
Las dos rieron. Y Sora, queriendo debatir su afirmación, se quedó con esa intención sofocándole la garganta porque los agudos gritos llamando a su actual pareja la hicieron cambiar el centro de su atención.
—¿Una niña?
—¿Qué es lo que hace una pequeña por aquí sola?
Los adultos no eran los únicos que se cuestionaban la presencia de una pequeña niña pegada al enmallado, saltando enérgicamente para ver todo el campo de entrenamiento; sobre todo a la persona que llamaba con tanto ahínco.
—¡¿Erika?! ¿Qué es lo que está haciendo aquí? ¡Esperen! Si ella está aquí, significa entonces que…—Dejó la presencia de la niña en segundo plano. Apremiaba más encontrar a la madre de esa infanta—. No la encuentro por ninguna parte…
No halló a la mujer, pero si a aquel adolescente que no causó buenas impresiones en ella.
—Joshuyo…—murmuró.
—No viene sola esa niña. Ese chico la acompaña.
—Están intentando llamar la atención de aquel jugador.
Sora agradecía que las gemelas no conocieran el nombre del cácher ni la relación que guardaba con ella; así podría fingir que entre esos dos y su pareja no existía ninguna conexión. No obstante, no era una situación igual de sencilla para el receptor; porque pese a que no había escuchado los gritos de su media hermana, los más cercanos al enmallado sí la oyeron claramente.
—Tienes admiradores —hablaba Kuramochi para quien se preparaba para entrar al bullpen junto a Furuya—. Entre ellos una niña pequeña.
—Miren cómo salta para intentar ver hacia acá —añadía Kawakami un tanto enternecido—. Eso es bastante tierno.
La vista de Miyuki no era tan precaria como para no reconocer esos dos rostros. Mas era incapaz de entender con claridad el porqué de su asistencia. Y si estaban ellos dos, existía una alta posibilidad de que su madre también estuviera presente.
Se excusó momentáneamente con Satoru y se trasladó inmediatamente hasta donde Erika continuaba saltando en un intento de avistarlo. Y la intriga de los observadores al verlo del otro lado del enmallado no era más grande que la que turbaba a Kazuya.
—¡Kazuya, esa pelota llegó muy lejos! ¡Fue increíble! —Erika cesó sus brincos cuando vio al cácher con una media sonrisa en labios.
—¿Qué es lo que andas haciendo por aquí, Erika? —indagaba—. ¿Ella está aquí también?
—Descuida, nuestra madre no está presente —intervenía Makoto—. Vinimos los dos porque queríamos verte practicar. ¿Verdad, Eri?
Esa falsa curiosidad hacia su desempeño deportivo ocultaba un anhelo desagradable por parte de su hermano político.
—¡Sí! —exclamaba la pequeña—. Verte por la tele es divertido. ¡Pero verte jugar en vivo es mucho mejor! —Su sonrisa era genuina. Tanto como el deseo que abiertamente expresaba.
Era tan sincera que Kazuya nunca cuestionó su consideración y amabilidad hacia él.
—Y ya que tenemos tiempo, nos quedaremos a ver toda la práctica —hablaba Makoto con una ancha sonrisa—. Después podríamos ir a comer los tres juntos.
—Y mamá podría alcanzarnos también.
Kazuya veía a quien fingía ser tan amistoso y cordial con él. Halló en esos engreídos ojos sus verdaderas intenciones: una venganza insipiente nacida a raíz de ignorar sus correos electrónicos y aquel pequeño objeto que custodiaba.
—Lo siento. Estoy muy ocupado. Debemos seguir preparándonos. —Fue su conveniente verdad—. Dejémoslo para otra ocasión.
Notó la molestia en Makoto y la decepción en Erika.
—Entonces nos quedaremos un rato más. Así Eri podrá seguir animándote. —No iba a permitir que arruinaran sus planes fácilmente. Todavía podía jugar desde otra posición—. Quizás en esta ocasión deberías gritar «hermano mayor» en vez de Kazuya.
Torció los labios con disgusto. No buscaba que su vida personal fuera ventilada a todo el equipo. No estaba para escuchar los susurros o las preguntas indiscretas que irremediablemente emergerían. Y para evitarlo necesitaba que ambos se retiraran.
Empero, Makoto no se marcharía sin lograr su cometido.
—Parece que a Kazuya le molesta nuestra presencia, Eri. —Retorcer las palabras del receptor era tan fácil—. Eso explicaría porque casi nunca suele visitarnos; ni cuando es el cumpleaños de mamá.
—¿Eso es cierto?
Por primera vez en largo tiempo sintió la necesidad de maldecir al idiota que manipulaba sus palabras para herir a una niña en un infantil intento para ponerla en su contra.
—No —respondió. Y Erika recobró su inocente ánimo.
—Joshuyo-kun, Erika.
La llegada de Sora causó sobresaltó en los dos adolescentes. Ninguno creía factible coincidir a la misma hora en el mismo lugar.
—Vine a dejar un encargo. Mas ya me desocupé. —Se anticipó a la pregunta que debía estar rondando en ese par—. Erika, ¿no te apetece comer un delicioso helado? —Se agachó hasta quedar a la altura de la pequeña—. O quizás una rebanada de pastel.
—¿Helado? ¿Pastel? —Lucía indecisa. Ambas opciones eran deliciosas—. ¡Los dos! ¡Quiero los dos!
—Podemos comer en lo que Kazuya termina su entrenamiento —hablaba para quien robó toda su atención—. Vamos —extendió su mano. La pequeña la sujetó con firmeza—. Iremos primero por el helado.
—Ey, ¿dónde crees que la llevas? —Ya estaba lo suficientemente molesto con su presencia como para permitirle estar cerca de su hermana.
—Kazuya está entrenando y no puede estar al pendiente de Erika —comentaba tranquilamente—. Hoy tendremos bastante sol y que se asolee será perjudicial para su salud. Aparte debe alimentarse. Y sin mencionar que podría aburrirse después de estar varias horas aquí de pie.
Erika asentía con cada oración emitida por Sora; estaba totalmente de acuerdo con su razonamiento. Y Kazuya tenía de perplejo lo que Makoto de frustrado.
—Y no eres un hermano irresponsable, ¿cierto, Joshuyo-kun?
—¡Acompáñanos! —pedía la menor bien sujeta de la mano de su inesperada cuidadora—. ¡Traigámosle algo a Kazuya cuando regresemos!
Miyuki quería decirle que no necesitaba involucrarse de más con su familia, que no requería de su intervención. Prefería ser él mismo que se encargara de ahuyentar al incordio de Makoto y sin embargo no poseía las herramientas adecuadas para hacerlo. Para lograr que se retiraran tendría que ausentarse de su práctica y acompañarlos.
Aunque una parte de él sabía que lo moralmente correcto era comportarse como el hermano mayor que era; la otra se mostraba recelosa a dejar su amado beisbol por un breve instante de calidez familiar. Y tal contradicción interna permitió que Sora forjara el rumbo de la situación.
—Haz caso en todo lo que te pida —pedía Miyuki para quien ya quería irse a comer helado—. No se excedan.
—Comeremos moderadamente —aseguraba Yūki previo a su retirada—. El helado de café es delicioso.
—¡Yo quiero probarlo!
Joshuyo gruñó, maldiciéndola desde sus adentros. No sólo no pudo materializar su objetivo, sino que ahora debía acompañarla.
—Makoto, ¡date prisa o te dejaremos! —gritaba desde varios metros adelante.
Desde que vio al mayor vociferando el nombre de Kazuya fue envuelta por un mal presentimiento. Con lo poco que había conocido de él le bastaba para advertir que buscaba conseguir algo más que su malhumor. Y por ello, antes de que pudiera concientizar lo que podía hacer, ya se encontraba invitando a Erika a comer.
Nunca había cuidado de niños. Mas suponía que con darle de comer y un poco de entretenimiento bastaría.
—Se llama perfait. Te gustará —contestó la duda de quien tenía frente a ella ese postre helado.
—Sí, gracias. —Erika disfrutaba con cada cucharada que se llevaba a su boca—. ¡Las fresas están dulces!
La infanta yacía sentada al costado de Sora. Y el mosqueado chico estaba frente ellas con un insípido vaso de agua.
—¿Qué pretendes?
—Que tu hermana se coma su sándwich de huevo. —Su emparedado de frutas era más importante que mirarlo—. Debí pedir otro.
—No finjas demencia. Sé muy bien lo que estás haciendo.
Ella únicamente quería comer en silencio. Pero él se esmeraba en amargarle los alimentos.
—Erika, no te olvides de tu emparedado.
—¿El de frutas sabe bien? —Su interrogante escondía un obvio anhelo.
—Pruébalo para que obtengas la respuesta. —Cedió una de sus rebanadas con fresa y kiwi.
—Ten uno mío también.
El intercambio de comida llevó a ambas a la satisfacción. Ambos sándwiches fueron de su absoluto agrado.
—¿Pedimos más, Erika?
—¡Sí!
—Glotonas…
Sus comidas adornadas con chistes malos, relatos superficiales y carcajadas lo ayudaban a mimetizarse, a pasar desapercibido entre quienes acompañaban sus alimentos con una charla amena. Empero, su única conversación era consigo mismo; aquel monólogo interno inició con su agradecimiento por no ser incordiado por Sawamura y Furuya y se estancó en lo relacionado a sus hermanos.
Sopesó la posibilidad de que el evento de medio día se repitiera en el futuro y suspiró. Hasta el apetito para consumir su último tazón de arroz se había desvanecido. La familia parecía traer más dificultades que beneficios.
—Parece que hoy el arroz no es de tu total agrado.
Miyuki quiso estampar su mano contra su frente. ¿Cómo no se percató de que tenía enfrente a Tatsuhisa Souh? Era la última persona con la que debía mostrarse vacilante.
—Es porque he llegado a mi limite —indicó con su humor habitual—. He escuchado de Rei-chan que has mejorado tu promedio. —Cambiar la temática de la charla era la mejor estrategia—. Igualmente, no te confíes. Todos están luchando por una posición en el primer equipo.
—Lo sé perfectamente.
—¿De qué están hablando ustedes dos? —Kuramochi se unió—. Todavía no nos has contado quién es esa pequeña admiradora tuya.
Con Yōichi a su costado y Tatsuhisa adelante se sentía como un pequeño ratón que había sido acorralado por dos hambrientos gatos.
—Oh, así que se trataba de ella…—comentaba Souh—. Mis hermanas vinieron a verme practicar y se encontraron con Sora. Y fue cuando escucharon a una niña gritar efusivamente tu nombre, Miyuki.
Con cada palabra que el rubio pronunciaba se volvía más complicado negar el parentesco sanguíneo que lo vinculaba con Erika.
—Es la primera vez que vienen a verte, ¿no? —fisgoneaba Yōichi.
—También tienen una agenda muy apretada después de clases. Es normal que no vengan a verme —contestó previo a comer un trozo de su pescado a la plancha—. Además, que sus visitas sean tan limitadas es lo mejor para todos. Sobre todo, para mí.
—¿Problemas entre hermanos? —bromeaba Kuramochi—. Jamás lo entenderé. Soy hijo único.
—No en realidad —habló—. Diría que son como una tormenta de la que no puedes escapar… Son más de lo que un japonés promedio podría soportar.
—Creo que estás exagerando.
—Ni con esa defensa conseguirás que te las presente. —Pasó de estar tenso a relajarse con el infortunio del muchacho.
—¡Idiota!
Entrar a un centro comercial en un sábado por la tarde era la manera más rápida de tomarle repulsión a las multitudes. Había tanta gente ascendiendo y bajando por las escaleras eléctricas que era una proeza llegar hasta el piso que deseaban explorar.
E ignorando las quejas de quien las seguía de mala gana, entraron a la primera tienda que llamó su atención. Un establecimiento dedicado enteramente a la venta de peluches era irresistible para Sora y Erika.
—¡Son tan bonitos!
—Todos los personajes de Sanrio son encantadores —exponía para quien miraba todos los peluches que había a lo largo del pasillo—. Pero Pompompurin es el mejor.
—Este me gusta mucho, Sora. —Mostró el pez de ojos saltones y gruesa boca.
Ciertamente Sora se había olvidado de aquel personaje y su peculiar anatomía.
—Eres la primera persona que conozco a la que le gusta Hangyodon. —Su asombro era genuino—. ¿Lo quieres? —preguntaba porque sus pequeños brazos envolvían al pez.
—Sí, pero…
—Tómalo como un presente de Navidad atrasado.
—¿En serio? —Sus ojos se iluminaron como fuegos artificiales estallando en la noche—. ¡Muchas gracias, Sora!
Esperaba su agradecimiento, mas no que se aferrara a su cintura con la fuerza suficiente para no separarse, para no ser separada.
—Deberías llevarle algo a Kazuya. —Levantó su rostro hacia quien seguía ofuscada por su accionar—. Esa ranita podría gustarle.
—¿Keroppi? Un traje de Keroppi le quedaría muy bien.
—¡O mejor de ese pingüino malhumorado!
Rieron al imaginar a Miyuki usando una botarga de esos dos personajes de Sanrio.
—Vayamos a buscar a tu otro hermano para irnos de aquí.
A Sora no le sorprendía no hallar a Joshuyo por ninguna de las tiendas que constituían a aquel quinto piso. Mas la avispada visión de Erika lo localizó casi de inmediato en la planta inferior, afuera de un local que vendía prendas de temporada.
Descendieron, pero mantuvieron su distancia. Makoto hablaba tendidamente con un grupo de chicos mientras miraban discretamente a las jovencitas que entraban a la tienda en búsqueda de un atuendo que estuviera al último grito de la moda.
—Son amigos de la escuela —comunicaba Erika jugueteando con Hangyodon—. También están en su mismo club.
—¿Qué deporte practica?
—Voleibol.
—Parece que es popular tanto con chicos como con chicas —Observaba a quien ahora se encontraba saludando a tres jovencitas que recién llegaban—. Debió aprovechar que veníamos aquí para quedar con sus amigos.
—¿Y si llamamos a tus amigos también? ¡Entre más seamos más divertido será!
—Si hago algo como eso probablemente tu hermano saldría corriendo —Y ciertamente le encantaría verlo huir. Pero debía controlarse
—Makoto es valiente cuando es necesario. Y también es muy sociable —Abogaba la pequeña—. No entiendo por qué no puede llevarse bien con Kazuya.
Había tristeza e incomprensión en su mirar. Era demasiado pequeña para intuir los motivos que orillaban a las personas a actuar tan mezquinamente como lo hacía su hermano mayor.
—Tal vez algún día, cuando sean adultos su relación mejore. —No quería ilusionarla, pero tampoco buscaba destruir sus esperanzas tajantemente—. Así que hay que tener paciencia.
—La tendré —expresó sonriente.
Con la práctica de la tarde concluida, intentó desaparecer del radar del grupo de imperiosos pitchers que siempre clamaban por su atención. Y si bien logró deslindarse de ellos y su egoísmo, no pudo huir del resto de sus compañeros de equipo que se instalaron en su habitación sin su permiso.
Habían traído palomitas, frituras diversas y bebidas carbonatadas. Y el DVD que fue introducido en el reproductor pronto mostró el título de la película que verían.
—Sugar —Leía Miyuki sentado al borde de su cama. Era el único sitio en el que podía estar; el resto estaba ocupado por sus compañeros de equipo—. El título es bastante confuso…—Y rogaba para que no se tratara de una película erótica.
—Trata de un chico de diecinueve años que sueña con ganarse un puesto en un equipo de Estados Unidos —informaba Nabe.
—Tatsuhisa, te dije que trajeras una película de acción o superhéroes. ¡No una de béisbol! —regañaba Yōichi—. Por la sinopsis se nota que será sumamente aburrida.
Escuchaba las quejas de Kuramochi y los suspiros de resignación de quienes debían esperar a que parara su parloteo para reproducir la película. No obstante, estaba más enfocado en la pantalla de su celular, en la hora y su bandeja de mensajes vacía.
Era absurdo creer que tendría algún mensaje por parte de Sora informándole sobre la situación cuando no tenían esa costumbre. Ninguno se comunicaba con el otro a través de mensajes, correos o llamadas telefónicas. Y eso podría verse como una anomalía porque las parejas mantenían contacto aun cuando se encontraban lejos el uno del otro; al menos sus ex parejas así se lo hicieron notar.
«Se que no debo preocuparme de que cuide de Erika. No obstante, Makoto podría consumir su paciencia fácilmente y acabará en el suelo retorciéndose de dolor», pensaba, imaginándose el peor escenario para ese par.
Llamarla no estaba en discusión. Escribirle un correo electrónico no era práctico y no le llegaría si su celular no contaba con datos. El mensaje de texto era la mejor elección.
«Tengo que asegurarme de que la situación está bajo control o será catastrófico».
Redactó un mensaje y lo envió. Se dejó caer de espaldas sobre su cama, aguardando por la contestación que no llegó ni siquiera transcurridos quince minutos.
Pasó del sosiego al caos. Y la intranquilidad lo obligó paulatinamente a llamarla.
—Tengo que hacer una llamada. Regreso —anunció.
Se alejó de los dormitorios; no quería ningún fisgón escuchando su futura conversación. Y con la pared y el enmallado sosteniendo su espalda llamó por teléfono a Sora.
La llamada fue atendida.
—¿Kazuya? ¿Pasa algo? Es extraño que me llames por teléfono —conversaba. Su vista estaba puesta en el parque infantil y su mano libre evitaba que aquella niña saliera corriendo—. Si te preocupa que lo haya golpeado, puedes estar tranquilo. Él está integro; excepto su cartera. Debió quedar en bancarrota después de invitarle todas esas glamurosas bebidas a esas chicas.
—Sigue siendo el mismo.
—Normal que sea incapaz de ser popular entre el género femenino. —Liberó a quien continuaba con energía para columpiarse y sentir el aire agitando su castaña melena—. Es la clase de chicos que prefieres evitar.
—Te oyes como toda una experta —decía burlón.
—Miu atrae a chicos como él a por mayor —contaba—. Y ninguno de ellos escatimaba cuando buscaban impresionarla. Así que nunca faltó quien quisiera pagarle sus bebidas o comidas, o le regalara algo bonito.
—La chica popular y la nerd.
—Si pensabas insultarme diciéndome eso, no lo lograste —señalaba Yūki con autosuficiencia—. Estoy complacida con ser una nerd. Incluso ser denominada como ratón de biblioteca no me molesta.
Miyuki sonrió jovial. Era tan divertido molestarla porque sus reacciones lo obligaban a ser más creativo con su próximo comentario y buscar así, la victoria sobre ella; un juego que había surgido discretamente cuando empezaron a relacionarse y se afianzó al ser emparejados falsamente.
—Erika, no lo hagas tan fuerte o te caerás —señalaba para quien se impulsaba energéticamente—. Sube mejor a la resbaladilla.
Podría colgar, pero escucharla pasar por las peripecias de cuidar a una niña con demasiada energía era entretenido.
Escuchaba a Sora pedirle que dejara de usar la resbaladilla porque ensuciaría aún más su falda; tampoco estaba de acuerdo en que se columpiara de pie, sujetándose únicamente de las cadenas del asiento. Y aunque le advirtió de no meterse en la caja de arena, igualmente lo hizo.
Kazuya intentaba no reírse por los esfuerzos infructuosos de evitar que su media hermana se ensuciara como por el hecho de que Sora continuaba sosteniendo el teléfono, olvidándose de que estaba del otro lado, escuchándola atentamente.
—Parece que al fin ha encontrado algo con lo que no puede lidiar. —No pudo soportarlo más. Se carcajeó. Momentos como esos no ocurrirían nuevamente.
—Sora, mi hermano se está divirtiendo. Escucho cómo se ríe.
No entendía qué estaba pasando. Mas el celular de su novia estaba en manos de la infanta.
—Hermano, Sora está construyendo un castillo… ¡Uno enorme para que viva el dragón con la princesa!
—¿No debería ser la princesa con el príncipe?
—Los príncipes son aburridos. ¡Los dragones son mucho más divertidos porque vuelan y escupen fuego por la boca!
Los niños poseían una imaginación tan fructífera que eran capaces de hilar un relato fantasioso con tan pocos elementos. Y la de Erika debía ser inclusive más precoz porque un cuento como el que le narró, con efectos especiales incluidos, no podía ser elaborado tan fácilmente.
El castillo había sido construido. Sin embargo, no fue una princesa con su dragón lo que llegó a habitarlo.
—Makoto, has vuelto —pronunció la menor con el móvil resguardado en una de las bolsas de su falda.
Miyuki seguía oyendo nítidamente lo que decían. Estaban lo suficientemente próximos para que todo llegara hasta la bocina del móvil.
—Iremos a cenar al restaurante que frecuentamos. Allí nos recogerá nuestra madre en poco más de una hora —avisó—. ¿Por qué pones era cara, Eri-chan? Pensé que querías volver a casa.
—Claro que extraño a mamá y a papá. También me he divertido mucho jugando con Sora… Pero también quería estar con Kazuya —confesó cabizbaja, abrazando su afelpado peluche.
No mentía.
—Eri-chan, ya deberías saber que él nunca tiene tiempo para nadie; ni siquiera para ti. —Su franqueza escondía el amargo néctar de la crueldad y la enemistad—. Yo soy tu hermano y nunca te dejaré sola.
—¿Tienes las agallas para cumplir con esa promesa, Makoto?
Joshuyo se estremeció ante quien cuestionaba su capacidad para transformar sus palabras en acciones, ante quien lo observaba y escrudiñaba sus reacciones hasta entumecer su habla.
Las chicas le evocaban desde ternura, afecto, ansias de protegerlas hasta celos; mas nunca incomodidad y miedo.
Lo intimidaba la intransigencia de su mirada, el porte que demostraba seguridad ante lo que pudiera decir o hacer y el silencio que forzó en él para que no volviera a expresarse mal de Miyuki Kazuya.
—Erika ya me había mencionado el restaurante en que los citó su madre, por lo que me adelantaré con ella —expresó como despedida para quien pasó del pasmo al enfado—. No demores en alcanzarnos. —Cargó a la pequeña, sosteniéndola apropiadamente para que no resbalara.
Planeaba dejarla con su hermano y ser libre de aquella tarea de cuidado. No obstante, no podía dejarla a solas con él cuando no le importaba lastimarla con tal de que odiara a quien también formaba parte de su familia. Y tampoco deseaba que siguiera llorando por palabras que no eran ciertas.
—Kazuya es un adicto al béisbol por lo que la mayor parte de su día lo invierte pensando en estrategias, jugadores y marcadores. El resto del tiempo come, duerme y molesta a sus compañeros de equipo —contaba para quien escondía su rostro en su hombro—. Mas eso no significa que no se acuerde de ti y su familia.
—Makoto dijo que…
—Erika, eres pequeña y quizás no lo entiendas muy bien, mas debes conocer a las personas. Eso te ayudará a decidir si son o se comportan como dicen los demás —señaló. La pequeña levantó su rostro y secó sus lágrimas—. Por ejemplo, yo que he conocido a tu hermano puedo asegurar que podrá tener una personalidad cuestionable. Mas sería incapaz de tratarte mal o decirte algo hiriente.
—¿Y habla mucho contigo? Es que es muy callado. Cuando lo conocí por primera vez pensé que era mudo. ¿Es porque es tímido?
—A veces la gente es seria y no conversa demasiado —mencionaba—. Aunque algunos se vuelven sociables cuando hablas de algo que los apasiona. Si quieres que Kazuya sea parlanchín pregúntale sobre béisbol.
—No sé nada sobre ese deporte —Movió su cabeza de un lado a otro antes de verla con aflicción—. Tú debes ser una experta. ¡Enséñame por favor!
—Déjame pensar por dónde empezar…—Debía simplificar su explicación para darse a entender y no aburrirla. Era tan complicado—. ¡No puede ser…! ¡He olvidado mi teléfono en el parque! —Se detuvo. Sería un fastidio volver sobre sus pasos, mas debía buscar su celular—. Ojalá nadie lo haya hurtado.
—Descuida, lo guardé. —Liberó de su bolsa el preciado electrónico cubierto con arena.
—Gracias por resguardarlo, Erika. —Estaba feliz por recuperar su fuente de comunicación. Asimismo, también deseó haberlo perdido.
—¿Sucede algo?
«¿Habrá escuchado lo que dije sobre él? ¡Por supuesto que sí, tonta! Qué vergonzoso», pensaba al desbloquear la pantalla de su móvil para descubrir que la llamada continuaba.
—¡Hermano, acompáñanos a cenar! —Alguien sabía aprovechar las oportunidades—. Sora te mandará la dirección, ¿verdad?
Yūki se tranquilizó. Sabía perfectamente que Miyuki buscaría una manera ingeniosa para denegar la invitación.
—Está bien —aseguró antes de colgar.
—Ha aceptado —Sora estaba confusa. Erika sonreía—. Quizá mañana se acabe el mundo.
Exhaló.
La incongruencia nacida entre interrumpir la llamada y seguir al pendiente, la propuesta a la que accedió y la nueva percepción que Sora arrojó sobre él bastaban para justificar su anómalo comportamiento y hacerle creer fervientemente que se trataba de una insulsa y superficial curiosidad, no de un interés genuino.
Se esforzaba en admirar las luces de neón: aquel paisaje nocturno del que pocas veces formaba parte. Lo hacía porque conmemorar la cita que tuvieron semanas atrás lo hacía cuestionar su comportamiento, sus atenciones, su preocupación y la manera en que él se sentía con respecto a ello.
Su entrega, pasión y concentración le pertenecían al béisbol, a ese maravilloso deporte que lo emocionaba y lo llenaba tanto de dicha como de satisfacción. Era imposible encontrar algo más que se le igualara, que siquiera pudiera proporcionarle una fracción de todo ese oleaje de emociones. Y una relación sentimental estaba muy lejos del encanto del béisbol.
Mas no buscaba esa profundidad en sus noviazgos. Para él aquellos encuentros temporales surgieron de la atracción física y el mutuo acuerdo. Ambos permanecerían juntos hasta que el interés desapareciera para alguna de las dos partes. Y probablemente esa haya sido la principal razón por la que sus relaciones pasadas fueron un desastre.
La única excepción de aquel historial fue su primer interés: una relación nacida en su adolescencia más tierna. Una etapa en la que apenas sé es consciente del concepto de atracción y el querer estar cerca de esa persona especial. Quizá si la distancia no hubiera intervenido su historia pudo haber sido más larga y memorable.
—Al final puede que no haya sido tan buena idea venir hasta aquí…—Retractarse ya con la mano alrededor del pomo era un acto de auténtica cobardía que ni siquiera él podía permitirse.
Los gritos entusiastas de Erika lo conectaron nuevamente con la realidad. Pero el tímido saludo de Sora reavivó las palabras que lo hicieron comprender lo bien que empezaba a conocerlo.
—Aquí. —La niña se desplazó para permitirle sentarse al lado de su pareja—. La hamburguesa es rica. Y sus papas también. O quizás quieras un postre con mucho chocolate encima.
—Ya pasó la hora para los postres, Erika —advertía Yūki—. El exceso de azúcar es malo para los niños.
—Kazuya, convéncela para que me deje comer postre. —Le susurraba al cácher para que fuera un secreto entre los dos—. A ti no te dirá que no.
—Es mucho más intransigente que nuestro entrenador.
—He visto en los doramas que los besos son muy efectivos. ¡Dale uno y te compartiré de mi postre!
—No creo que debas ver esa clase de cosas a tu edad —señalaba para su hermana que le regalaba un gracioso puchero.
—¿Qué tanto cuchichean ustedes dos? —regañaba a quienes fingían leer el menú—. Y tú deja ese celular y termina lo que pediste.
—Ey, aquí al único que puedes ordenarle es al tonto de Kazuya. Tú y yo apenas y nos conocemos —respingaba Makoto.
—Entre más rápido comas menos ganas tendré de informarle a tu madre cómo te valiste de Erika para ganarte la simpatía de esas universitarias. O quizás se me ocurra mencionar cuando te desapareciste después de que te encontraste con esa supuesta «amiga».
—Makoto todavía no ha querido decirme a dónde se fue. Lo esperamos por más de media hora. Y regresó solo y despeinado —comentaba comiendo una papita.
Miyuki no era tan ignorante e ingenuo para no saber el porqué de su tardanza y su desaliñada cabellera. Pero sí le sorprendía lo estúpidamente cínico que era.
Pese a que ambos poseían la misma edad, él no era un idiota hormonal incapaz de mantener sus manos quietas.
—Mastica bien. Y no hagas ruido mientras lo haces porque es molesto y asqueroso —ordenó tajantemente para quien estaba rojo de la furia ante su directa amenaza—. Si lo has entendido, termina tu cena.
Kazuya no necesitaba cenar. Ya se sentía satisfecho con la cólera de Makoto y la cadena que Sora había asegurado alrededor de su cuello para transformarlo en una mansa bestia que tenía prohibido desobedecerla.
Reía por la desgracia ajena de su hermano político. Reía por lo hilarante de la situación. Y sonreía porque aquel escenario solamente podría haber sido creado por la persona que sonreía con la satisfacción de haber obrado apropiadamente.
Un beso frío con sabor a café y esa rutilante mirada que había robado su atención lo obligaron a reconocer que se alegraba de que fuera ella quien cubriera su espalda y se preocupara por él.
