¡Muy buenas! En esta ocasión tenemos actualización antes de que termine el mes. Disfruten del capítulo y que sus corazones no se derritan ante la magia del primer amor.

P.D. Gracias por sus lecturas y apoyo.


If only…


Los bonitos y coloridos juguetes que compró ya no eran entretenidos para la minina. Ella prefería juguetear con una pelota de béisbol a medio descoser —a causa de sus mordidas y arañazos— que entregarse a su ratón eléctrico.

La gata había crecido un par de tallas. Ya no era tan menuda y ligera como aquel diciembre cuando llegó a los dormitorios de Seidō. Mas continuaba tomando siestas sobre el guante del cácher pese a que ya le quedaba chico. Y como la mayor parte del tiempo se la pasaba encerrada entre cuatro paredes, sacarla a que tomara un poco de aire fresco era ideal para que el animal no se estresara; actividad que llegaba después de cenar y bañarse.

Sentados, lado a lado sobre el corto césped, vigilaban que la felina no se alejara demasiado de ellos.

—Al final has malgastado tu dinero —acertó a decir Kazuya para ese juguete de pilas.

—No esperaba a que se obsesionara con una pelota de béisbol —suspiró—. Me llevaré todos sus juguetes para obsequiárselos a Sae.

A lo que Kazuya recordaba, ese era el nombre del hermano mayor de aquella vieja amiga suya.

—Jasper pese a ser un adulto es bastante juguetón. Se divertirá con tus juguetes, Change-up.

La felina abandonó su amada pelota. Se deslizó amorosa entre las pantorrillas de ambos antes de acurrucarse en el vientre del receptor. Ese era su segundo lugar favorito para dormir.

—¡Míralo! Se ve tan serio, ¡pero es un verdadero encanto!

La foto mostraba a un gato gris robusto, musculoso, de piel sedosa y cola larga y poblada. Sin embargo, eran sus claros e hipnóticos ojos verdes lo que lo convertían en un espécimen hermoso, casi aristocrático.

—Tienes muchas fotos de animales.

Cuando entró a las miniaturas de su galería vio tanto fotos de Jasper como de Change-up. Asimismo, un par de perros

—¿No estarás obsesionada con las mascotas ajenas? —bromeó.

—No sé si lo mencioné con anterioridad… Jamás tuve mascotas —contaba al guardar su teléfono con desgano—. Sin embargo, la vida me lo recompensó con amigos que sí tenían mascotas... Miu tiene tres pomeranians.

—Así que te acercaste a ella por sus perros.

—En realidad nos conocimos porque invitó a todos los niños del salón a su fiesta de cumpleaños. Aunque, técnicamente, con la única persona con la que interactué esa tarde fue con su hermano. Y eso porque estaba en la mesa de bocadillos.

La miró y se carcajeó. Su novia había asistido exclusivamente para comer gratis.

—Siempre has sido una glotona.

—A mi favor diré que la comida estaba deliciosa —señaló para quien seguía riéndose—. Aparte conseguí a un compañero con quien visitar locales de comida... Y gracias a ello tenemos un top diez de los mejores restaurantes para comer en toda la ciudad.

—¿Un top? ¿De verdad tienes algo como eso?

Él no consideraba viable que alguien ostentara un amor tan acérrimo hacia la comida como para tomarse las molestias de evaluar y puntuar numerosos restaurantes

—Realmente eres una comilona.

Sora suspiró ante el oleaje descarado de carcajadas de su novio. Y si bien no podía callarlo, nadie podría escucharlo burlándose de su pasión hacia la comida. Fue de esa forma hasta que llegó aquella jovencita, respirando acaloradamente; parecía necesitar un poco de tiempo para recomponerse.

Su mano les indicaba que le dieran unos segundos para hablar.

—Al fin te encontré, Kazuya.

Yūki ignoró la perplejidad en los ojos del receptor. Estaba más centrada en encontrar las memorias en las que ese rostro apareció.

Ubicó el marrón oscuro de sus ojos, el azabache de su cabellera que rozaba sus hombros y su piel trigueña. Habían cruzado miradas cuando ella volvía a Seidō y aquella chica se retiraba, despidiéndose del receptor. Mas aquel día no le dio mayor importancia a su presencia.

—Quita esa cara de anonadado —pedía la muchacha—. Te escribí que vendría a visitarte hoy por la noche. ¿Acaso lo olvidaste o no viste mi mensaje? La verdad no me sorprendería que fuera cualquiera de las dos opciones.

—Ah, no suelo estar muy al pendiente de mi celular…

—¿Y esta linda gatita? —Quería cargar a aquel pequeño ser que todavía continuaba durmiendo en el regazo de su dueño—. Ay, perdón. Qué grosero de mi parte hablar y no presentarme.

La joven se acercó, inclinándose hacia Sora. Y con una amplia sonrisa extendió su mano cordialmente.

—Sor Iriye Maiko, la prima de Kazuya. Mucho gusto.

—Sora Yūki, su novia. —Patidifusa correspondió a su apretón de manos.

—Oh, así que tú eres la chica que le obsequió ese peluche a Erika-chan. —Desencajó su mano para sentarse sobre el suelo. Se mostraba cómoda, como si no fuera una reunión entre su primo y una chica, técnicamente desconocida—. La misma persona que produce una mueca de fastidio en Makoto.

Le dio un rápido vistazo a su pareja. Aquella familiar suya no suponía un tormento para él como lo era su hermano político o el ambiente familiar que se respiraba en la casa de su madre. Y eso la intrigaba.

—No es mi culpa que posea una personalidad tan insoportable —señalaba despreocupadamente—. Estoy segura de no ser la única persona que desearía callarlo con una buena bofetada.

—Sora.

—Vamos, Kazuya. Los dos sabemos que ella no ha dicho ninguna mentira. —Iriye cruzada de brazos, asintió para remarcar su postura a favor—. Makoto es poco digerible.

—Entonces, ¿qué es lo que te ha traído por aquí? —interrogó a quien se desvió del tema principal.

—En realidad…—Se giró hacia su primo aclarando su garganta— pasaba a saludarte. La última vez que nos vimos fue cuando te traje la ropa que te compró mi tía.

Kazuya sabía que existía otro motivo detrás de su visita. No obstante, no quiso indagar más. A él bastaba con eso.

—¿Qué les parece si vamos a cenar los tres? —propuso Maiko—. Yo invito.

—Recién cené. Estoy satisfecho. —Su estómago no soportaría ni un pequeño tazón de arroz—. Paso.

—Yo sí tengo hambre —exteriorizaba Sora—. ¿Qué?

Sintió la mirada burlona de Kazuya y bufó. Él se rio.

—Fui a comer a casa de rápido y regresé... Yo hago mis tres comidas.

—¿En dónde quedó la dieta?

—En el mismo sitio que quedarás tú si continúas de gracioso.

Maiko parpadeó. La dinámica de pareja que manejaban estaba fuera de lo que ella consideraba como normal.

Sabía que su primo se valía de lo que sabía de las personas para orquestar bromas que le produjeran un buen momento de diversión. Sin embargo, no esperaba que también lo hiciera con su pareja. Quizá lo más sorprendente era que Sora no sólo soportaba sus bromas, sino que se las devolvía.

—Qué par tan extraño...

—Ya se me hizo bastante tarde —hablaba Miyuki poniéndose de pie con la gata en brazos—. Y todavía tengo un par de tareas por hacer.

Era así como declinaba por completo la invitación de Iriye.

—Tan ocupado como siempre. —Maiko suspiró. Mas su rostro lucía relajado. No estaba molesta por su negativa—. Ya será para otra ocasión.

—Paso a retirarme. —Yūki se levantó, sacudiendo su short—. Cierra bien la puerta y dale de cenar a Change-up.

—Kazuya no puede ir a cenar. Sin embargo, tú no has dicho que no.

Examinó a su pareja. Él sonrió y levantó los hombros. Su prima tenía razón.

—¡No te arrepentirás, Yūki-kun!

Sora miraba el calamar frito aderezado con mayonesa y limón. Era tierno y sabroso. Un platillo que disfrutaba ocasionalmente y que no esperaba compartir con aquella despreocupada chica.

El trayecto a aquel restaurante callejero fue silencioso. Ninguna expresó nada después de despedirse del cácher. Un silencio que no fue placentero; tampoco incómodo.

—Está rico, ¿verdad?

—Sí. De los mejores que he probado.

No era de entablar grandes pláticas con personas desconocidas y menos si eran chicas. Mas sentía el deber moral porque era la prima de su pareja y le invitó la cena.

—El ikayaki es mi platillo favorito. Conozco los mejores locales para comerlo.

—Uno de mis mejores amigos ama el ikayaki —comentaba Sora—. Los cuatro tenemos platillos favoritos diferentes. Por lo que conocemos muchos lugares donde la calidad no está peleada con el precio.

—¡Entonces debes contarme dónde están esos puestos con el ikayaki más delicioso! Es información de suma importancia.

—Por supuesto. Deja busco la lista para pasártela. —En su celular rebuscó entre viejos archivos—. Debe de ser de hace un par de años atrás.

—La comida debe gustarte mucho, Yūki-kun. —Para Iriye disfrutar de su último trozo de calamar era tan plausible como hablar—. Te vuelve alguien más comunicativa.

La aludida se tensó. No llevaba ni un par de horas y ya conocía una de sus grandes debilidades. Qué vergüenza.

—No quise sonar ofensiva. Solamente era un comentario. No lo tomes a mal, por favor.

La observaba por encima del hombro, curiosa. No entendía el porqué de su arrepentimiento o por qué quiso llevarla a cenar cuando era evidente que con quien quería estar esa noche era con Kazuya para tratar un tema que no se atrevía a confesar abiertamente; no estando ella presente.

—Te pagaré todo lo que me he comido.

—¡No! No tienes que hacerlo… Yo les dije que los invitaba a cenar. Esto corre por mi cuenta. —Conectó con esos claros ojos grises, cohibiéndose—. Debo lucir como un bicho raro para ti.

—Ser anómala no es algo negativo.

—Aquí debías refutar que soy rara...—soltó una gran bocanada de aire y le entregó una pequeña sonrisa—. Sinceramente siento que sí te he dejado esa impresión después de llegar desprevenidamente para invitarlos a cenar.

—Que un familiar te invite a cenar no podría ser visto como raro. Supongo que sorprende un poco porque ese familiar es Kazuya.

—Conoces muy bien su faceta de retraído —expresaba burlesca—. La verdad es que vine hasta aquí como emisaria de mi madre.

Sora no sabía si preguntarle más detalles sobre esa misión o cambiar de tema. Estaba conflictuada.

—Ella quiere realizar una comida familiar. Y obviamente desea que su sobrino esté ahí.

Nuevamente sintió que no debería estar enterándose de aquellos roces familiares. Consideraba que aquella invitación más que alegrar a Kazuya lo llenaría se sensaciones encontradas.

Si ya manejaba una relación áspera con su madre, seguramente con su tía no iba a ser ni remotamente mejor.

—Kazuya reparte su tiempo entre la escuela y el béisbol. Incluso los pocos domingos que tiene libres los emplea a fondo para seguir entrenándose. Una comida iba a ser complicada para él.

—Eso mismo le dije a mi madre y mi tía. Pero insistieron en que tenía que venir.

—¿Y por qué no llamaron ellas? Sería más fácil persuadirlo.

—Ya lo llamaron. Sin embargo, no atendió nunca el teléfono.

Probablemente tampoco quiso devolver las llamadas. Todo se resumió en un intento fútil.

—Y como saben que existe cierta cordialidad entre los dos, me eligieron.

Para ella, que no tenía una buena relación con ninguna de sus primas, aquello le resultaba tan extraño como un pez caminando fuera del agua.

—Y dudo que tú quieras ayudarme a convencerlo.

—No voy a obligarlo a asistir a una reunión en la que no quiere estar. No desperdicies tu tiempo intentando persuadirme.

La miró, esperando por su réplica e insistencia, mas sólo halló apoyo en esos ojos cafés.

—Tampoco tengo derecho a presionarlo... No después de cómo lo traté cuando me lo presentaron por primera vez. —El arrepentimiento subyugaba su voz—. Fui una tonta al creer todo lo que Makoto me contaba sobre Kazuya.

—¿En qué fecha se conocieron? Me refiero a ti y a Kazuya.

—En secundaria, hablando formalmente —respondía—. Anteriormente solamente lo conocía de vista.

—Tal pareciera que Makoto ya tenía problemas con Kazuya a una temprana edad. Y ya gustaba de endulzarle el oído a las personas que estuvieran a su alrededor.

Tacharía de inverosímil aquella marcada obsesión si no fuera porque recordó a Masumi Shinohara. Ella no únicamente estableció una rivalidad ficticia entre ambas durante muchos años, sino que también orquestó una maliciosa treta para que pagara los agravios imaginarios cometidos contra su persona.

Los motivos y los métodos elegidos por cada uno de ellos eran diferentes, pero perseguían un mismo objetivo: humillarlos.

—Según mi tía al principio se llevaban bien. No obstante, conforme pasó el tiempo, Makoto se fue distanciando…

—Dudo mucho que Kazuya le haya dicho o hecho algo. Todo debe ser cosa de ese tonto.

Con todo lo que había visto de su pareja sabía perfectamente que él nunca iniciaría una disputa; mucho menos atacaría ni física ni verbalmente a alguien. Eso atentaba contra su propia naturaleza.

—Al inicio Makoto me contaba que Kazuya era un sujeto engreído que adoraba alardear de sus logros en béisbol. Y que se creía lo suficiente para no entablar una conversación con nadie… La clase de sujeto que prefieres evitar.

—Kazuya no es nada de eso. Él jamás ha presumido de su talento para el béisbol —señaló con sutil enfado—. Al no ser una persona especialmente sociable es normal que no hable con todo mundo; menos con alguien a quien te han presentado como tu hermano político… Demasiado por procesar.

Maiko, pese a procesar su defensa, calló. Estaba asombrada e inquieta.

—¿Qué? —Notó su espasmo y quiso indagar—. Si defiendo a mis amigos, ¿por qué no hacer lo mismo con mi novio?

—No todas las personas son tan claras y directas con lo que piensan o sienten —expresaba para quien no comprendía su punto—. Es decir, alguna otra chica quizás emplearía otras palabras para decirme lo mismo… O quizás cambiarían el tema.

—¿Y por qué habría de maquillar mi mensaje o cambiar el tema de conversación cuando están levantando calumnias sobre mi pareja? —interpelaba—. ¿Por qué la gente haría eso? ¿Se trata de cobardía o desinterés?

Iriye no estaba preparada para recibir esa respuesta. Esa chica estaba muy lejos de su comprensión.

«¿De dónde has sacado a esta chica, Kazuya?», pensaba Maiko.

—Supongo que al final decidiste conocerlo para cerciorarte si todo lo que decía sobre Kazuya era cierto —concluía con su atención recayendo enteramente en Iriye—. Aunque es imposible negar que no tiene una personalidad cuestionable.

Sonrió.

—Pese a conocer su torcida personalidad estás saliendo con él. Quizás tenga mucho que ver su físico…—murmuró inconscientemente—. ¡Perdón!

—Podría tratarse de muchos factores —señalaba socarrona—. Al final lo que importa es que aquel malentendido con Kazuya quedó resuelto.

—Hasta le pedí disculpas por haber sido tan hosca con él durante esos años de secundaria. —Sus labios se arquearon en una sonrisa nerviosa, involuntaria—. Él levantó los hombros, restándole importancia… Puede ser tan cabezota.

—Muy propio de él.

—Puede que no haya podido convencer a Kazuya para que asistiera a esa aburrida reunión familiar, pero he tenido una rica cena callejera. Incluso disfruté de una charla entretenida contigo. —Dejó escapar una suave risilla.

—¿Podrías proporcionarme tu ID de Line? —interrogó Yūki—. Es para que te pase el listado sobre los mejores sitios en Tokio para comer ikiyaki.

—Oh, ya me estaba olvidando de ello. —Desbloqueó su móvil para mostrarle lo que pedía—. Muchas gracias por la lista.

—¿Pochacco? —señaló su foto de usuario.

—¡Así es! —exclamó emocionada—. ¿Te gusta Sanrio? ¿Cuál es tu personaje favorito?

—Sí… Y mi favorito es Pompompurin —respondió mostrándole su fondo y pantalla de bloqueo que aludían a aquel cachorro amarillo—. Pochacco es muy bonito. Es mi segundo preferido.

—¡Es que es tan tierno y adorable!

—Concuerdo totalmente.

—Yūki-kun, ¡tenemos que ir al café temático de Sanrio! —Sus ojos suplicaban por un sí.

Sora no respondió inmediatamente. En esta ocasión quería plantearse la posibilidad de asistir a aquel establecimiento en compañía de Maiko. Porque pese a que recién se conocieron, le agradó. Quizás esa simpatía venía de la mano con la franqueza que le mostró y su visión positiva hacia el receptor.

—Me parece una gran idea —respondió Sora.

—¡Elijamos el día y la hora para ir!

Suaves y adorables. Aquellos rollos rellenos de crema y fresas eran un deleite visual y un placer culinario. No pudo resistirse a llegar a casa; los comería en la confidencialidad de la parada de autobús. Allí únicamente estaba ella y los transeúntes de fondo que estaban demasiado atareados consigo mismos como para notarla.

Recordó su travesía desde Seidō hasta aquel pintoresco y popular café temático. Lo había visitado un puñado de veces y aun así fue extraño hacerlo acompañada de una chica, de alguien que podía clasificar como una extraña pese a ser la prima de su actual pareja. Mas no por ello fue un episodio aversivo. Había encontrado con quien hablar abiertamente sobre su amor hacia Pompompurin.

—Se han acabado…—Su mano buscó infructuosamente otro dojima roll—. La próxima vez compraré más. Quizás elija otro diseño.

La caja de cartón cayó al piso. La soltó cuando se inclinó hacia adelante después de recibir un robusto empujón cuyo origen fue desconocido hasta que se levantó. De frente encontró a la causante.

Ignoró el uniforme escolar que la encasillaba como una estudiante de bachillerato, así como sus características físicas. Estaba centrada en su nula respuesta a sus interrogantes, en esas mejillas tenuemente sonrojadas y en su mirada, aparentemente, extraviada.

—¿Te encuentras bien? —preguntó nuevamente.

Sora titubeó en acercarse y ayudarla. Sin embargo, su moralidad le prohibía irse y dejarla sola. La ciudad podría ser segura, pero ella continuaba siendo una chica desorientada en una solitaria parada de camiones.

La acompañó a sentarse. No tenía fiebre. Y aunque no respondió a ninguna de sus interrogantes previas, emitió algunas palabras en las que expresó sus deseos más apremiantes.

—Hay una tienda de conveniencia a un par de cuadras de aquí. Podríamos pasar por agua. —La observaba. No sabía si estaba muy alcoholizada o había otra cosa circulando por su cuerpo—. ¿Y si la llevo mejor a un hospital?

Mientras departía sobre la mejor decisión, atendió a un grupo de voces. Provenían de la misma dirección en la que apareció aquella chica misteriosa.

—Con que aquí estabas.

—¿Por qué te has ido sin decir nada?

—Con lo que nos estábamos divirtiendo.

Yūki, por inercia, se volteó hacia esos tres nuevos rostros. Mismo uniforme, misma edad, diferente expresión corporal.

—¿Quién eres tú?

Sora captó esos pares de ojos, analizándola. No había preocupación en ellos, sólo algo cercano a la satisfacción de localizar a quien aparentemente había escapado de ellas.

—No es de tu incumbencia —respondió, levantándose de su puesto—. Les pediré amablemente que se retiren.

Ellas se movilizaron hacia su posición; no apoyaban su petición. Sora las encaró.

—No eres nadie para hablarnos de esa forma.

—Ella es nuestra mejor amiga. Es nuestra responsabilidad llevarla de vuelta a casa.

—Esfúmate. Regresa por donde viniste, entrometida.

—Mejor amiga, ¿eh? —susurró Sora con una sonrisa que salvaguardaba la ironía y mitigaba una risotada.

—¿Qué es lo que te causa tanta gracia, loca?

—Nos están esperando. Encarguémonos de ella o se nos hará más tarde.

—Sujétenla.

La primera en penetrar su espacio personal entendió prontamente que la loca que se mofaba en sus caras —por un tema ajeno a su entendimiento—, no conocía la delicadeza ni la cortesía hacia su mismo sexo.

Un golpe directo a su estómago fue suficiente para que cayera de rodillas, sujetándose el área afectada con una cara llena de aflicción.

—Nunca golpeé a ninguna chica fuera de mi club. No obstante, sospeché que ustedes no entenderían de otra forma… Descuiden, no les arruinaré el rostro.

Levantaron a quien lloraba del dolor y se fueron. Ahora sus ojos le mostraron el escandaloso miedo.

—¿Y ahora qué se supone que haga contigo? —Se giró hacia quien se había dormido—. No trae identificación ni teléfono. —Había buscado en los bolsillos de la falda sin éxito—. ¿El hospital? ¿La jefatura de policía?

No fue lo engorroso del viaje ni el costo del taxi lo que la hicieron reimplantarse el ser una buena samaritana, sino lo que advino cuando dio su primer paso dentro de la jefatura. Ni siquiera pudo responder a Suwabe cuando sintió algo húmedo y viscoso cayendo sobre sus zapatos y uniforme escolar.

La vomitó encima.

—Mañana tendré que llevar el uniforme deportivo…—exhaló con pesar, tendida sobre su cama—. Al menos Suwabe-san y los suyos se encargarán de que esa chica regrese a casa.

Se puso boca abajo y tomó su celular. La ociosidad la abordó.

—Ahora que lo pienso, no he escuchado ese grupo…

Puso en el buscador el nombre de aquella banda que vio en el reproductor portátil del receptor.

—Tocan rock alternativo…

Relegó su móvil a su lado. La lista de reproducción no requería su intervención directa. Sólo debía centrarse en aquel grupo que, hasta esa noche, le era desconocido.

—Sus canciones son…curiosas. ¿O debería decir que son más del tipo filosóficas? —departía—. También hablan del romance, aunque a su estilo muy particular. Y no siempre suenan igual —mencionaba, acariciando su mentón—. Bueno, era de esperarse que a Kazuya no le gustara un grupo comercial.

Levantó su vista hacia el techo. La letra de la última canción reproducida resonaba en su cabeza; como lo hizo la interpretada por su mejor amigo. No abordaban el mismo tema en sus estrofas, mas buscaban entregar a quienes estuvieran en ese mismo predicamento —en su mismo predicamento—, un efímero placebo de alivio.

Ya no había rastros de aquel inocente primer amor. Lo que la conectaba con su pasado en conjunto era el remordimiento y el hubiera.

—No es tan tarde. Es posible que todavía lo encuentre despierto…—Asió su teléfono móvil, entrando a la lista de contactos—. Necesito arreglar esto antes de que se gradúe de Seidō.

Miró la hora en su celular. Su ansiedad quebrantó sus horas de sueño, obligándola a despertar mucho antes de su alarma. Y esa misma prisa que se transformó en una consistente punzada en su pecho, la incitó a llegar media hora antes.

Se sentó bajo el cobijo de un árbol. Metros abajo había un lago con algunos patos nadando tranquilamente. Y a sus espaldas estaba una arboleda espectacular que bordeaba al santuario Meiji.

El Parque Yoyogi era uno de sus sitios favoritos. Había pasado muchos domingos de su infancia recorriéndolo en compañía de su familia, de sus mejores amigos, de Yū...

La noche anterior preparó el discurso con el que abarcaría todos los puntos importantes que debía exponer ante su ex pareja. No obstante, cuando apareció y se acercó con esa sonrisa que tan bien conocía, su memoria dejó de jurarle fidelidad.

—Buenos días, Yū. —Se apresuró a levantarse y saludarlo apropiadamente.

—Espero no haberte hecho esperar demasiado, Sora —dijo para quien se precipitó a negar con su cabeza—. Si te soy sincero, me sorprendió tu llamada.

—Bueno, yo también lo hice —confesaba apenada—. Podría decirse que una canción me impulsó a hacerlo.

—¿Una canción?

—No me hagas caso. Ya estoy divagando —Lo miró. Había duda y curiosidad en su rostro—. Quiero hablar contigo... sobre esos días en que salimos juntos.

Takigawa recibió su llamada el jueves por la noche. Consideró que el tema a tratar se relacionaría fuertemente con el amigo que tenían en común. Empero, nunca esperó que ella quisiera hablar sobre algo que ocurrió hace poco más de tres años atrás.

—Sé que debe ser extraño que una ex te llame para hablar sobre viejos tiempos.

—Eres mi única ex novia, Sora —expuso. Ella se cohibió ante ese develamiento—. Esto es nuevo para mí.

—Pensé que habías conocido a alguien más después de que terminamos...

Ella prefería establecer un «terminamos» a un «cuando terminaste conmigo». De esa forma, aquella tarde de mayo era un día más en su calendario y no un día que se esforzó en olvidar.

—El béisbol ocupaba mucho de mi tiempo... Técnicamente nos conocimos y nos gustamos gracias al béisbol.

Él sonrió. Ella rascó su mejilla como una niña pequeña que quiere negar su travesura aun cuando ha sido sorprendida en el acto.

El béisbol los llevó a coincidir a finales de marzo, en primavera, durante un partido amistoso donde su mejor amigo y él hablaban sobre el montículo. Y el verano los reunió en el mismo lugar para dejar atrás las máscaras de extraños. Allí, cuando se presentaban con educación e intercambiaban nombres, una de las dos partes no entendía cómo es que una cálida sonrisa era capaz de intimidar a los latidos de su corazón.

Ella no intuía el poder de un gesto tan cotidiano. No concebía la amabilidad y la indulgencia de sus ojos. Ni mucho menos la cordialidad de su voz o su personalidad apacible como el mar en reposo. Empero, dentro de esa ignorancia fue arrastrada por la entrega que desbordaba cuando sostenía su guante, por la pasión con la que se dirigía a sus compañeros y la inteligencia que respaldaba a todas sus jugadas.

Quien era fuera de la cancha. Quien era dentro de la cancha. Ambas versiones robaron su atención. La obligaron a ser incapaz de apartar su mirada de él.

—Planeé todo lo que te diría. Juro que sí. No obstante, teniéndote enfrente mi cabeza se ha vuelto un lío…

La duda la estrechaba, la hundía para alejarla del presente y callarla. Aquella intrínseca vacilación que tanto despreciaba solamente buscaba alejarla de la puerta que custodiaba a su culpa.

—Si te cité aquí fue porque quería disculparme contigo, Yū.

Levantó su rostro hacia el hombre que arrojó su corazón a la incertidumbre. Él, quien la observaba tan embrollado como ansioso, la hizo aterrarse de sí misma, del sentir que no podía ni identificar ni controlar. Él transformó su valentía en un arma dolorosa que la empujó constantemente a desafiar la lógica para entregarle en palabras el afecto que anidaba en lo profundo de su corazón.

—Perdóname… Mi intención nunca fue mentirte, engañarte. —Su mano se aferraba a su pecho; ambicionaba apaciguar a su corazón que quería gritar y destrozar el taciturno ritmo de sus palabras.

—¿Perdonarte? ¿Engañarme?

Takigawa reconocía esa mirada herida. Mas el dolor que percibió hace años atrás que imploraba que se retractara de su decisión se había desvanecido. En esos sinceros ojos grises tropezaba con otra clase de sentimiento desgarrador, pero igualmente esclavizador y sofocante.

—¡No! No pienses en que te engañé… Mis sentimientos hacia ti jamás fueron falsos. Lo que despertabas en mí siempre fue tan genuino como las sonrisas que me entregabas al final de un partido.

El atropello con el que se comunicaba y la aflicción que entrecerraba su mirar la hacían sentir pequeña, como su yo de secundaria que no podía formular una confesión amorosa.

—Sin embargo, mentí sobre mí misma, sobre quién era en realidad… Lo hice porque tenía miedo de que te alejaras de mí. Deseaba que me quisieras siempre… No deseaba perderte, Yū.

No quería apartar su atención de ella. No podía hacerlo. No podía dejar de repetirse sus palabras. Aquella entrega sincera hablaba sobre un íntimo anhelo, un deseo que floreció cándidamente; y que también se rodeó de agudas espinas.

Entonces, el malestar que la amedrantó esa tarde de mayo, emergió como una borrasca despiadada encaminada a destruir y obsequiar desolación. Ese sentimiento que no supo identificar en su más tierna juventud ahora poseía un nombre definido.

Desde que la conoció sabía que su exterior sosegado era sólo una parte de ella. Que aquella manera tan directa en que se dirigía a las personas escondía una personalidad más obstinada y orgullosa. Y que las menciones de Reiji sobre su capacidad para defenderse y encarar a quienes osaran intimidarla nunca fueron exageraciones.

Era consciente de que ella poseía más matices, más colores, no únicamente era blanco y negro. No obstante, nunca profundizó en lo que se escondía en su pasado; jamás buscó hallar su genuina esencia. En aquellos días estaba satisfecho con la Sora que conocía, con la chica que asistía a sus partidos y lo animaba; con la novia que lo procuraba y siempre estaba para él cuando la necesitara.

Él llegó a ser genuinamente feliz a su lado. Pero aquella felicidad sabía a egoísmo.

—Quería que me vieras como el resto de las chicas de mi edad: femenina, delicada... De esas novias que son cariñosas, incapaces de maldecir y buscar la violencia en vez del diálogo. —Sus ideas poco a poco se esclarecían mientras su voz, serena e inmutable, exigía colapsar—. Por ello intenté ser esa clase de novia perfecta que se adaptara a alguien tan increíble como tú.

Aquellas manos que estrechó a veces con timidez y estremecimiento, otras con emoción y orgullo, las sintió nuevamente. Esta vez sobre sus hombros.

Eran grandes, mas gentiles y cálidas. Un dulce recordatorio de que pese a su relación fallida y los años que estuvieron sin contacto, la cordialidad hacia ella se conservaba inmutable.

—Entonces yo también tengo que disculparme contigo, Sora. —Le rogaba silenciosamente que aguardara, que ahora era su turno—. Fui egoísta por no pensar en cómo te sentías realmente. En forzarte, indirectamente, a que mataras una parte de ti para que yo estuviera cómodo a tu lado.

—No, tú no tienes que pedir perdón, Yū. Tú no podías saber lo que hacía y por qué lo hacía... Fue mi decisión. Yo quise hacerlo para estar a tu lado...

—Sora-chan. —Pudo experimentar con claridad su sobresalto, aquel involuntario movimiento de su cuerpo ante aquel modo de nombrarla—. Sé que nunca te ha gustado que la gente se dirija a ti de esa manera. Y tú siempre me lo permitiste.

—B-bueno, eso fue porque tú ayudaste mucho a Rei-chan. También porque me gustabas demasiado... Se sentía bien porque eras tú quien me llamaba así.

Chris, involuntariamente, apretó sus hombros. Su boca no encontraba las palabras, mas su cuerpo sabía perfectamente cómo comunicar el regodeo que ella provocaba en él.

—Esto es problemático.

—¿Dije algo que te molestara? —interrogaba a quien la pesadumbre lo obligaba a sonreír escuetamente—. ¿Yū?

—Tu sinceridad. Es lo que me está descolocando.

—¿Fui muy tosca con mis palabras? —Analizaba sus labios, curvándose en un gesto más relajado y calmoso.

—Jamás me has herido con tus palabras. —Le debía valentía. Merecía que la confrontara para hablar de su pasado en común—. A veces sentía que eras demasiado buena conmigo... Y eso me llevaba a pensar qué había hecho para merecer a una chica como tú.

La claridad del ámbar no tenía la capacidad para retractar el bochorno que estalló en su pecho, dotando de color a sus mejillas. Y probablemente su mirada podía mostrarle a él que no sólo era el asombro lo que la silenció.

Sora estaba feliz. Demasiado. Era una dicha que acentuaba los latidos de su corazón. Una inyección de euforia que mareaba su razón.

No podía mostrar indiferencia. Ni siquiera tras varios años de percibirse como pareja. No podía porque él había sido el primer chico de quien se enamoró, de quien siempre deseó saberse especial.

Era innegable que, aunque esas palabras llegaran años después, no habían perdido su impacto, su toque, su magia...

—¡Tú también eres increíble, Yū! Y no lo digo por tus habilidades para el béisbol... Sino por tu paciencia, inteligencia, amabilidad... Tu diligencia. —Tapó su impertinente boca. Rogaba para no haberlo importunado.

—Nunca dejas que te halaguen apropiadamente, ¿cierto? —indicó burlón. Ella estaba notablemente avergonzada—. Por favor, nunca olvides que tú también eres increíble.

—Yū, dices cosas muy vergonzosas...

—No lo hago. Es únicamente que tú no estás acostumbrada a que las personas hablen de lo bueno que hay en ti.

—Me han dicho que soy buena generando dolor físico a otros.

Lo oyó suspirar y le pidió disculpas con la mirada

—Sora, no es eso a lo que me refería.

—Ya, lo lamento...

—Además, soy yo el que está intentando disculparse —aclaró—. Sé que éramos un par de chicos que no sabían muy bien cómo funcionaban las relaciones y que seguramente cometimos muchos errores, pero eso no me excusa de ignorar cómo te sentías, de no ser completamente consciente de que te forzabas a ser alguien que no eras en tu totalidad... Estaba satisfecho con lo que tenía que no quise ver si había algo malo. E inclusive con esa satisfacción no fui capaz de entregarte el mismo afecto que tú me profesabas.

En aquel entonces no quiso aceptar que el sentimiento que albergaban el uno por el otro no era el mismo, que no poseía la misma connotación, que uno era más frágil y perecedero que el otro. El amor que ella le trasmitió era como el aceite luchando infructuosamente para fundirse con la superficie del agua.

No lo admitió porque la hacía sentir miserable. Por ello se mintió a sí misma. Engañó a su memoria y escondió los recuerdos que le señalaban que el esfuerzo no siempre venía acompañado de una recompensa. Mantuvo aquel artificio hasta que fue capaz de enfrentar esa realidad.

Y ahora que lo escuchaba directamente de él podía hacer las paces consigo misma, dejar de castigarse por ser insuficiente para él sin importar su entrega y todo lo que ocultó sobre su real yo. Concebía que sin importar todo lo bueno que hiciera para satisfacerlo jamás cautivaría profundamente a su corazón.

Jamás lo logró.

—Después de que terminaste conmigo fue un infierno… Nunca imaginé que algo que me hizo tan feliz también podía darme tanta miseria y tristeza. —Su irónica sonrisa disimulaba su último atisbo de dolor, sus últimas gotas de remordimiento y frustración—. Y pareciera como si aquello solamente me hubiera motivado para hacerlo otra vez aun sabiendo que podría ser tan desastrosa como la primera vez… Y lo fue.

Mordió su labio. Respiró tan hondo que su pecho resentía el sobreesfuerzo. No era el momento ni la persona con quien debía escocer aquella herida.

—Por favor, no te sientas mal por mí. No quiero que el chico al que alguna vez quise tanto, de quien me enamoré perdidamente sufra por una situación que no estaba dentro de su control.

Sonrió para ahuyentar la melancolía de quien se inclinó hacia ella. Debían cerrar aquella puerta que todavía continuaba abierta para los dos.

—Si te he dicho todo esto es porque no quería seguir arrastrando más remordimientos. Necesitaba que me escucharas. Tenía que decirte lo que por miedo callé… Y con ello, perdonarme a mí misma.

Necesitaba reconciliarse con ella misma, con esa pequeña de secundaria que naufragaba por primera vez en un embriagante y cristalino mar de emociones desconocidas y chispeantes.

Hizo lo mejor que pudo para afrontar aquel escenario de incertidumbre.

—Ha sido muy engreído de mi parte creer que encontraría las palabras correctas para confortarte. Al final he sido yo el que acabó siendo consolado. —Apartó sus manos de sus hombros, devolviendo a ambos la distancia prudente con la que iniciaron su conversación—. Siento no haber sido de gran ayuda para ti, Sora.

Yū no había estado con nadie más después de terminar con Sora. Su único mundo de experiencia en relaciones sentimentales había sido ella; y esa única referencia no era suficiente para discernir todo el alcance de la situación que ambos compartían. Pero se esmeraba para entenderla, para interpretarse mutuamente. Se lo debía. Era necesario para que ambos dejaran atrás cualquier pendiente de su pasado.

Entonces la miró. Lucía más serena, más apaciguada que cuando comenzó a hablar. Su cuerpo relajado, sus ojos mostrando quietud y esa suave sonrisa eran los indicativos de que ella únicamente necesitaba ser escuchada. No buscaba una comprensión profunda o que empatizara con su sentir, sólo añoraba un momento donde toda su atención estuviera puesta en su discurso.

—No digas eso. Me has ayudado más de lo que te puedes imaginar, Yū.

—Esa sinceridad tuya debe poner a muchos chicos en aprietos.

—¿Por qué lo dices? —Buscó una respuesta en el cácher, pero lo único que encontró fue una sonrisa emergida con naturalidad—. No estoy entendiendo.

—Quizás sea mejor de ese modo.

Chris había caído ante esa sinceridad con la que se expresaba no solamente de sus cualidades sino también de sus personas más cercanas y queridas. Fue esa entrega la que lo cautivó intensamente.

—Sigues sin explicarte, Yū.

—Lo entenderás en algún punto de tu vida —aseguraba fehacientemente—. Por ahora lo que importa es que estés satisfecha.

—Todavía hay algo que me queda por decirte. —Sacudió su nerviosismo, encausándose en esos bellos ojos que por meses fueron su perdición—. ¡Tienes que ser muy feliz, Yū!

Era invierno, mas se sentía cobijado con la calidez del viento que mecía las desnudas ramas de los árboles.

Qué sensación más entrañable.

—Yū... No pude ser más afortunada de tenerte a ti como mi primer amor, mi torpe primer amor...

La sonrisa que embellecía su rostro. La sonrisa que reflejaba su reconciliación con ella misma también era su forma de mostrar que no había rencor ni más pesares.

Fue una sonrisa la que dio comienzo a su historia. Y era ese mismo gesto entrañable el que los impulsaba a caminar en una nueva dirección donde ya no existía más el nosotros.