¡Buenas tardes! Y si hoy les traje actualización fue porque hoy es 25 de marzo, justamente el día que cumple años nuestra pequeña Sora, por lo que queda perfecto con el contenido de este capítulo. ¡Disfruten la lectura y de su puente de semana santa!
*Guest: Sora es tan madura como se lo permite su edad física y mental. Kazuya es un caso aparte…
Something
La primavera todavía no llegaba para vestir los árboles de bienolientes flores rosáceas. Mas el invierno indolente ansiaba preservar en frío las tibias lágrimas de quienes se despedían de sus amigos más entrañables, del lugar que los hizo coincidir y luchar por sus sueños. Quizás si congelaba la inherente despedida los chicos que secretamente se lamentaban su separación recibirían con mayor calidez la primavera.
Todos entendían que aquel día llegaría. Y que, si la fortuna los acariciaba, volverían a reencontrarse, en otro tiempo, en otro escenario, pero siempre compartiendo las memorias que atesorarían por siempre. Una promesa silenciosa que secaba su tristeza, haciéndolos sonreír como el día en que obtuvieron su primera victoria.
¿Sería asediado por la misma melancolía agridulce cuando llegara su ceremonia de graduación?
—Espero Sawamura no te esté volviendo loco —expresó Yū.
—Ya me he acostumbrado a su forma de ser —comentó Miyuki burlonamente.
Parados lado a lado miraban al chico que los hizo superar su barra de paciencia. Ahora hablaba con su ex capitán, jurándole que llevaría al equipo a las nacionales.
—¿Nervioso?
Kazuya rascó suavemente su nuca. Sonrió.
—Este año lo lograremos. Conseguiremos llegar a las nacionales.
Se lo había jurado a sí mismo. Y buscaría el camino que conduciría al equipo a ese destino.
—Será un arduo camino. Especialmente porque llegarán nuevos jugadores.
—Confío en que estarán a la altura del desafío.
Y pronto alguien más se acercó a ellos.
—¡Yū! —saludó con euforia al cácher—. Pensé que no me daría tiempo de venir a despedirme de ti. —Sora lo miró antes de enfocarse en su novio—. Kazuya, te estuve buscando.
Quiso hacerle una pequeña broma, pero se abstuvo cuando recordó la noche anterior. La conversación de sus compañeros de equipo removió algo dentro de él.
—Debí suponer que estarías aquí con Yū.
—Estábamos hablando sobre Sawamura.
—Deja al pobre chico en paz, Kazuya —señaló, frunciendo las cejas—. Él solamente está sentimental porque los de tercer año se van.
—Tú también tienes cara de estarlo —soltó socarronamente.
—Tonto —musitó.
—Sora, sé que no es hoy, pero…feliz cumpleaños.
La congratulación provocó dos reacciones totalmente opuestas. Sora estaba feliz. Kazuya estaba extrañado de que fuera consciente del día exacto en que ella cumplía años.
«Si consideramos que se conocen desde años y tienen un amigo en común no debería ser sorpresa que él sepa la fecha exacta de su cumpleaños».
—Muchas gracias, Yū.
—Sé que no será lo mismo sin Reiji aquí, pero estoy seguro que llamará para felicitarte cuando acá sea 25.
—Sí. Siempre lo hace. —Sonría con satisfacción—. Además, ya se acerca su cumpleaños también… Sae, Ki-chan y yo estamos planeando enviarle algo.
—Para que llegue a tiempo tendrían que enviarlo lo antes posible.
—Lo sé. Sin embargo, no sabemos qué regalarle.
—Hace unos días, Reiji y yo estábamos hablando sobre algunos accesorios. Podría mandarte la lista de lo que le gustó.
—Te estaría muy agradecida si lo hicieras.
—¡Oigan, acá está!
La voz ruidosa y rasposa de Jun los hizo voltear en automático en su dirección. Con él venían otros chicos de tercer año.
—Qué bueno que también estás aquí, Miyuki —habló Isashiki sonriente—. A ti todavía no te hemos trasmitido nuestros sabios consejos.
—Después tengamos un duelo de shogi.
—Jun-san, Tetsu-san, la verdad es que…
Miyuki cedió ante las miradas de sus superiores.
—Está bien —expresó con mansedumbre.
La ceremonia de graduación venía acompañada del inicio de las vacaciones de primavera. Sin embargo, para ellos no existía un período de descanso o un momento de recreación que los hiciera recuperarse antes de iniciar su nuevo ciclo escolar. En cambio, tenían un torneo que determinaría su cercanía para apoderarse del pase de acceso a las nacionales. Un incentivo que los llenaba de energía y desaparecía su cansancio.
—Si para cuartos de final quedamos dentro de los mejores dieciséis tendremos la oportunidad de quedar como cabeza de serie para el torneo de primavera —expuso Maezono retirando sus guantes—. Mañana empezará todo.
—¿No es en Osaka donde se encuentra el Universal Studios Japon?
—No es como si fuéramos a tener tiempo para turistear, Seki —señaló Kanemaru.
—También está el Kuromon Market.
—Deberían estar concentrándose en el torneo y no en lo que hay en Osaka. —Kuramochi quiso regañarlos, pero todos estaban demasiado ocupados sobre sitios que nunca alcanzarían a ver—. Son un caso perdido.
—Ya se centrarán cuando sea el momento —intervenía Tatsuhisa—. Aparte no hay nada de malo en emocionarse por visitar un sitio nuevo. Comprendo ese sentimiento de aventura hacia lo desconocido.
—No aceptaré ese comentario de alguien que tiene el pasaporte lleno de tantos sellos.
—Miyuki, ¿todavía piensas seguir abanicando? —Kenta quiso cerciorarse de lo que a simple vista era evidente.
—Un rato. Antes de la cena.
Shinji no quiso opinar. Yōichi le hizo una señal para que se callara y no frenara la partida de su capitán.
—Está actuando bastante extraño —comentó Shirasu—. ¿Hicimos algo que lo molestara?
Cada tarde aquella zona estaba llena de jugadores dispuestos a abanicar un poco más que el día anterior. Entrenar más allá de las prácticas diarias era parte de su cotidianidad. No obstante, hoy existían dos motivos por el que todos se estaban tomando un descanso: por petición explícita del entrenador y la pequeña celebración que habían preparado.
Todos menos él.
—¿No deberías estar con los chicos?
Detuvo su abaniqueo cuando esos ojos cafés conectaron con los suyos.
—Rei-chan. —Su sorpresa era legítima—. ¿Sucede algo?
—Vi a los chicos bastante ocupados en el comedor —relató—. Son buenos decorando con globos.
—¿Quién lo diría? Tienen otras habilidades aparte del béisbol.
—¿Y piensas pasar toda la tarde del viernes aquí? —Se acercó a él, quedando hombro con hombro—. Tal vez necesiten la presencia del capitán para animar un poco la cena.
Miyuki sabía que ella hablaba de la pequeña celebración que harían en nombre de Sora. Y al ser él su pareja, debería por lo menos estar presente. Es lo que socialmente se esperaba de él.
Y no estaba en contra de estar allí y pasar un rato antes de retirarse a su habitación. Pero había algo que lo estaba molestando un poco; algo a lo que creyó no volver a darle importancia.
—Con Sawamura tendrán más que suficiente. —Se burlaba—. Hasta rogarán para que se calle.
—Parece que se te ha olvidado lo que hablamos aquella vez mientras íbamos a tu rehabilitación.
—Oh, te refieres a cuando aceptaste abiertamente que no tenías pareja. ¿Verdad?
El cácher tragó saliva. La hizo enojar nuevamente.
—Ya…perdón otra vez.
Kazuya reconoció la sonrisa de Takashima. No era un gesto para conquistar algún corazón incauto, sino un aviso silencioso de que se le había ocurrido algo beneficioso para ella, pero perjudicial para quien tuviera que cumplir su capricho.
—¿Rei-chan…?
La tarde era animada. Se desbordaba en conversaciones bulliciosas provenientes de las personas que transitaban en ambas aceras de la calle. Las luminarias poco a poco se encendían, advirtiendo que el oscuro velo de la noche caería pronto. Y lo que comenzó como una pequeña caminata para apreciar el vecindario se transformó en paradas constantes en establecimientos con llamativos escaparates.
Cuando la vio examinando cada fino pastelillo de la vitrina de una modesta pastelería pensó que su antojo por algo dulce la llevó a buscar algún biscocho para satisfacer su estómago. Sin embargo, cuando suspiraba decepcionada, alejándose de aquella fuente de azucares refinados se abstenía de preguntar para acompañarla en silencio.
Ese momento a solas con ella lo transportó a su época de secundaria. Ocasionalmente después de un partido se quedaba platicando con ella sobre las posibles rutas que pudo seguir el juego para obtener un mejor resultado. Él ya era un adicto al béisbol y ella sabía tanto al respecto que no desaprovechó la oportunidad de sostener largas y entretenidas pláticas con ella. Era algo que disfrutó enormemente.
Y quizás esa periodicidad en su trato mutuo lo llevó a experimentar otra clase de interés hacia aquella reclutadora. Una especie de flechazo adolescente que desde el inicio estuvo destinado al fracaso, a la unilateralidad. Mas a él jamás le importó esa correspondencia.
Solamente aguardó pacientemente a que ese sentimiento se marchitara como desaparecían las hojas ante el crudo invierno.
—¿Qué es lo que hemos venido a comprar específicamente, Rei-chan?
—Entremos aquí —pedía sonriente—. Hay muchas cosas interesantes.
Los numerosos pasillos evidenciaban el gran abanico de productos que aquella tienda departamental concentraba para satisfacer las exigencias de sus compradores femeninos.
—¿Cuál podría ser un buen regalo para Yūki-kun?
Miyuki pestañeó. No era lo que esperaba escuchar.
—Comida.
—Miyuki-kun.
Nombrarlo fue un llamado de atención para que tomara el tema en serio.
—Lo siento.
—A Umemoto-kun le compré un pequeño obsequio por su cumpleaños. Y ya que el de Yūki-kun es mañana quisiera darle algo también. Pero no sé qué… A diferencia de las demás, es bastante reservada. Lo único que sabemos sobre ella en general es que adora la comida.
—Bueno, la vuelve loca el café…las cosas que contengan o sepan a café.
El cual no mencionaría que se lo prohibieron.
—También es muy fanática de un perro amarillo con gorra… Sé que es de Sanrio. —Hasta ahí llegó su memoria.
—Miyuki-kun, sabía que no eras tan indiferente al respecto como muchos están pensando.
Rei sonrió con enternecimiento. Él con sus mejillas tenuemente sonrojadas mostraba su vergüenza.
—¿Qué quieres decir?
Su lengua se movió mucho antes que la racionalidad que casi siempre lo regía.
—Supongo que todos estaban esperando que fueras un poco más participativo con la fiesta de cumpleaños de Yūki-kun.
Lo correcto hubiera sido participar, ayudar, aunque fuera a inflar los globos. Sin embargo, se quedó callado, escuchando cómo todos se organizaban para que la pequeña fiesta fuera exitosa.
Años atrás fue arrastrado a agruparse con compañeros de clase para celebrar reuniones divertidas para felicitar al cumpleañero por un año más cumplido. Lo hacía porque es lo que todos esperaban que hiciera, por eso conocido como sentimiento de identidad.
Mas esa identificación subjetiva nunca la obtuvo en su salón de clases. Lo único que lo hacía sentir cómodo, bienvenido y aceptado era el béisbol. Fue allí donde se conoció y se encontró a sí mismo. Nada podría atormentarlo cuando estaba en la cancha.
Así que no era culpa de sus compañeros de equipo que pensaran que era un idiota. La culpa era expresamente suya; él mismo se excluyó y tampoco se atrevió a preguntar qué podía hacer.
—Supongo que así ha sido —musitó Kazuya.
—La gente tiene buenos y malos hábitos. Lo importante es irse deshaciéndose de aquellos que son perjudiciales para uno mismo.
Miyuki no solamente tomó distancia de sus compañeros de clase, sino también de los chicos de su equipo. Un hábito creado inconscientemente; quizás como medida preventiva.
Entre menos se relacionara con alguien más endeble era la cadena que lo unía a ese otro ser. Y algo tan fácil de romper no generaría ningún tipo de malestar.
Empero, desde que adquirió la capitanía, derribado por la presión y su lesión, puso en palabras su sentir. Se vulneró. Estaba empezando a cambiar un poco. A salir paulatinamente de su cascarón.
—Rei-chan, yo no poseo ningún tipo de mal hábito.
—Conozco los suficientes para escribirte una lista.
Ella sonrió. Él prefirió cambiar de tema.
—Quizás esto podría funcionar.
Takashima analizaba lo que el cácher sostenía en su mano derecha. Era un termo de acero inoxidable con una cubierta de pintura en acabado brillante decorado con ilustraciones de la familia Hello Kitty Sanrio.
Era de Pompompurin.
—Es el perro amarillo del que hablabas.
—Sí. Está loca por él. Su cuarto está lleno de mucha mercancía suya.
—Ah, de modo que has estado en su habitación.
Miyuki se tensó. Abrió la boca de más.
—Kuramochi y yo hemos estado en su cuarto para hacer tarea. Es por eso que lo sé —aclaró inmediatamente.
—¿Seguro?
—Claro que sí.
Si dudaba descubriría que decía la verdad a medias.
—Sigamos viendo antes de volver al campus —planteó la profesora de inglés.
Su misión era mantenerla entretenida hasta que estuviera todo listo en el comedor. No obstante, ¿cómo pasaron de charlar tranquilamente en el área de lavado a merodear por la entrada trasera de los dormitorios? ¿Qué es lo que buscaba con tanta insistencia en la distancia? ¿De dónde había sacado aquellos binoculares?
Estaba muy pendiente de su celular, como si esperara un mensaje o una llamada importante. Suspiraba periódicamente, desconcertándolo. ¿Qué la tenía tan ansiosa?
—Tranquilízate. Tu remedo de hombre volverá pronto. No tiene el valor para engañarte porque sabe que lo golpearías.
—Yōichi, no estoy preocupada por su ausentismo.
—¿No? ¿Por qué no? —preguntó casi indignado—. ¿Sigues molesta con él que prefieres no verlo por ningún lado?
—Después de que hice lo que me aconsejaste se me pasó el enfado —respondió.
—¿Entonces por qué ves tu celular como maniática?
—Porque tengo que recibir un pedido de comida.
Kuramochi sabía que ella se atrevería a pedir comida a domicilio para comérsela en solitario. Su glotonería era aterradora.
—Todo es culpa de Miu —frunció el ceño. Estaba notablemente molesta—. Se enteró de lo que Sachiko y las chicas harían y le fue con el chisme a mi madre. Y ella dijo: «Dejen que las ayude con algo. Aunque sea con un poco de comida».
—No me digas que ella…
Las dos furgonetas que se estacionaron sobre la solitaria calle le entregaron la respuesta al jugador.
—Eso no es un «poco de comida».
El corredor veía a los chicos abriendo las puertas para sacar las charolas de comida mientras le preguntaban a Sora hacia dónde debían dirigirse.
—Lo peor es que mi madre no estuvo sola en esta locura.
—¿Qué quieres decir con eso? —Temió.
Yōichi no obtuvo una respuesta verbal, pero sí una visual cuando regresó al comedor para explicar por qué había gente llegando con comida. Y allí entendió a qué se refería Sora.
Sobre la mesa encontró dos mundos gastronómicos. Uno lo conocía a la perfección; el otro era tan occidental que nunca estuvo expuesto a él.
—¿Por qué hay tanta comida? —interrogó a quienes estaban ahí, terminando de decorar.
Ahora había globos azules y rosados.
—¿Qué está pasando?
—¡Pasamos de celebrar un cumpleaños a dos! Y asimismo esto es una fiesta para motivar a los chicos para el invitacional de primavera —contó Umemoto una vez estuvo cerca de él.
—¿Cómo que dos cumpleaños?
—¡El de Sora y Tatsuhisa-kun! —Volvió a hablar—. Nadie se imaginaba que cumplían años con un día de diferencia. ¡Él es del 24 y ella del 25! Toda una coincidencia, ¿no crees?
—Totalmente.
Él no creía en las coincidencias hasta que se enteró que esos dos cumplían años con horas de diferencia.
—Por cierto, ¿y el otro cumpleañero?
No encontró al francés por ninguna parte.
No podía escapar. Sus excusas ya no eran válidas para aquella astuta mujer. Sólo podía esperar a que el comedor estuviera tan concurrido como para que no notaran su llegada y el regalo que sostenía entre sus manos porque sería bochornoso de tantas formas posibles.
Miyuki entró presuroso, mimetizándose entre sus compañeros de equipo. Todos estaban demasiado centrados en disfrutar de la comida que no notaron que un par más se unió a la celebración.
Vio los globos rosas y celestes, el letrero de feliz cumpleaños y el nombre de los festejados. Era bastante inusual y curioso que ambos cumplieran casi simultáneamente. Aunque dejó eso de lado cuando examinó las charolas de comida; había platillos que únicamente conoció a través de revistas de gastronomía occidental. También se encontró con platillos propios de su país.
Supuso entonces que todo ese bufé había sido traído por los padres de ambos.
—Quiero agradecerles no solamente a las chicas, sino a todos ustedes por tomarse el tiempo y el esfuerzo para organizarme una fiesta de cumpleaños. Es algo que aprecio enormemente —hablaba Sora con voz clara y fuerte, captando la atención de todos—. Y simultáneamente extiendo unas sinceras y profundas disculpas en nombre de mi madre. Muchas veces no conoce el autocontrol.
—Agradezco que me hayan incluido en esta celebración pese a que ya contaban con el tiempo encima. Es algo que aprecio y nunca olvidaré —continuó el discurso Tatsuhisa—. Sin embargo, lamento que esto se haya salido de control tras la intervención de mi madre.
—¡Una disculpa por los inconvenientes!
Su sincronizada reverencia. Sus disculpas inesperadas. Todo había provocado un golpe de perplejidad en los chicos.
—¿Se están disculpando por todo este banquete?
—La comida es deliciosa.
—¡Yo sería inmensamente feliz si pudiera comer esto todos los días!
—Ya quisiera que mi madre me celebrara de esta forma.
—¡Mi madre está obsesionada con las fiestas de cumpleaños! A veces hasta cierra el restaurante para hacer ahí la fiesta… Y dirán: ¡Qué divertido! ¡Pero no! ¿Saben quién tiene que ir a ver si a los invitados no les falta nada? ¡Y los platos no se lavan solos!
—La última vez que estuve en casa mi madre organizó una fiesta con mis amigos más cercanos y algunos familiares. Y me dijo: «La merluza a la beurre blanc te queda deliciosa. Deberías animarte a prepararla». Sugerencia que iba a ignorar hasta que mi padre la volvió una orden pasiva.
—Menos mal las charolas son desechables…—susurró Yūki—. Como los platos y vasos.
Esa explicación bastó para que todos entendieran por qué aquel par no estaban tan felices de que sus madres los sorprendieran con tanta comida.
—Sora, las charolas que trajo tu madre no son desechables —informó Souh—. Tocará lavarlas.
—Descuiden, ¡ayudaremos a lavar todo!
—¡Sí, sí, no te angusties!
—Chicos, ¡ese es el mejor regalo que podrían darme!
Todos rieron.
—¿Dónde te habías metido?
Error. No pasó desapercibido por todos. Kuramochi sí que notó su reciente incorporación. Y su repentina pregunta le hizo esconder su regalo detrás de su espalda.
—¿Y qué has escondido?
—Nada.
—Le contaré a Sora que te escapaste con la profesora de inglés y demoraste horas en regresar.
—Y yo que te comiste los chocolates rellenos de café que le regaló Tetsu-san por el Día Blanco —contraatacó.
Yōichi bufó. Le iría peor a él si ella se enteraba que devoró esos deliciosos chocolates que buscó por días por todas partes del campus.
—Ganaste por esta ocasión. No siempre será así.
Miyuki pensó astutamente en colocar su regalo junto a la pequeña pila de obsequios que estaba sobre la barra que separaba la cocina de las mesas del comedor. Más adelante podría decirle a Sora que ese era suyo.
Olvidó que allí había alguien igual de perverso que él y Kuramochi. Y esa persona se encargó de condenarlo frente a todo el equipo.
—Yūki-kun, sé que debes estar muy emocionada deleitándote con el pastel que cocinaron las chicas. —Sus manos se engancharon en los hombros del cácher con firmeza—. Sin embargo, hay alguien aquí muy impaciente de que recibas el regalo que tan cuidadosamente eligió para ti.
Todos esos pares de ojos eran como penetrantes reflectores que iluminaban al actor principal que había subido al escenario para recitar las palabras que conmoverían los corazones del público.
Lastimosamente él no era un actor avezado. Era solamente un chico torpe que no lidiaba muy bien con la presión social.
—Tienes que entregárselo personalmente o no habrá valido la pena ir a comprarlo —murmuró Takashima.
—Rei-chan, te recuerdo que fuiste tú la que me hizo acompañarte.
—No te obligué a comprar nada.
Era cierto. Mas no por eso tenía que decirlo para que todos se enteraran. ¡Sí sería malvada!
—¡Nuestro capitán es todo un galán!
—Por eso se desapareció.
—¡Qué alguien tome una foto para el recuerdo!
Miyuki dejó de prestarles atención. Esos curiosos ojos grises examinaron los gestos de su rostro. Y sus labios esbozaron una amplia sonrisa; tal vez por el regalo que tenía para ella, quizás por el tenue sonrojo de sus mejillas al estar pasando por una situación tan bochornosa.
Tomó el regalo. Era una caja rectangular perfectamente envuelta en papel estampado. Palparla no serviría para adivinar su contenido.
—Tendré que ser escrupulosa.
Con sumo cuidado y paciencia retiró el papel. Abrió la caja y sacó el preciado objeto de su interior.
—Si es… ¡Pompompurin!
El termo era encantador. Era amarillo con pequeños estampados alrededor de su longitud. Y su tapa tenía la forma de la cabeza del singular labrador.
—Me encanta… ¡Es perfecto!
Era la primera sonrisa resplandeciente que vieron nacer de los labios de Sora. Era la primera ocasión en que presenciaban una muestra de afecto tan abiertamente entre su capitán y aquella desinhibida chica. Y ni siquiera se habían recuperado de aquel dulce beso robado cuando encontraron a la hermana de su ex capitán abrazándolo, rozando su mejilla contra la suya.
Las managers ahogaron un grito de emoción y se asieron de las manos para reducir la emoción por lo que estaban presenciando. Los chicos salieron del trance y miraron en la dirección opuesta. Estaban un tanto sonrojados por el momento de intimidad de la parejita; y probablemente alguno quería tener la misma suerte que su torcido capitán.
—¡¿S-Sora?! —exclamó, tartamudeando. Todavía se notaba alterado y rígido.
Los excepcionales reflejos de Miyuki no servían fuera de la cancha de béisbol. No con ella que se comportaba tan errática como una nudillera. Tan difícil de controlar como de batear.
—¡Voy a llevarlo para nuestro viaje! —expresó felizmente, ignorando lo que provocó tanto en su novio como en sus espectadores—. ¡Un delicioso café será ideal para estrenarlo!
Para Miyuki, Sora era una combinación entre descaro y gran confianza en sí misma. Porque solamente alguien así podría dar muestras de afecto en público sin cohibirse, sin pensar en lo que otros dirían, importándole nada romper las etiquetas sociales no escritas que imperaban en su sociedad.
Él era el que siempre disfrutaba de poner en predicamento a sus parejas. Muchas veces jugaba con la posibilidad de besarlas en público para ver su reacción porque era divertido, no porque buscara convertirse en el espectáculo de los mirones. Y bien pudo Sora ser una víctima más de su malicioso comportamiento, pero no contó con que ella estaba varios peldaños arriba de él.
Ella jugaba en una liga completamente diferente a la suya.
—¡Ese idiota se ha quedado tieso como una estatua! —Kuramochi se reía estruendosamente. No le importaba importunar a quien estaba a su lado—. ¡Ey, no dejen que escape! ¡Sora, vuélvelo a besar!
—Tal vez esto sea demasiado para un japonés promedio —musitaba Tatsuhisa—. Sobre todo, para alguien como nuestro capitán.
—¿Por qué lo dices? —Yōichi presentía que él le contaría algo trascendental que podría usar a futuro—. Miyuki ya sabía con que chica se estaba metiendo… La hermana de Tetsu-san no es precisamente una dulce flor de loto. Es algo más salvaje e indómito como un caballo cimarrón.
—Tú al ser japonés deberías saberlo.
—Te recuerdo que tú también lo eres, idiota.
—Nací en Tokio, pero la mayor parte de mi vida la he pasado en Burdeos. —Detuvo la paráfrasis de su biografía y se enfocó en lo importante—. El punto es que allá estamos acostumbrados a las muestras de afecto en público…tomar a la pareja de la mano, abrazos, besos…
Kuramochi era inesperadamente astuto para temas verdaderamente intrascendentales.
—Es tu culpa que ella sea un peligro para los hombres japoneses —criticó.
—Soy parcialmente culpable. —Aceptó—. Ella siempre ha sido de tomar la iniciativa. Y aunque al inicio se apenaba, lo fue controlando… Después ya le resultaba bastante normal que no entendía por qué le da vergüenza a la gente.
—Ya era cínica y la hiciste peor.
—Admite que es divertido ver a Miyuki así.
—Definitivamente. Es la primera vez que conoce a alguien con quien es incapaz de lidiar apropiadamente.
Kazuya podía escuchar con gran nitidez la estrepitosa carcajada de Kuramochi aun cuando abandonó el comedor para tomar un poco de aire fresco. Y si bien no sabía qué le producía tanta risa, tenía el presentimiento de que se relacionaba con él y su penosa reacción ante las muestras de cariño de Sora.
Quizás todos daban por hecho que el beso fue la parte más difícil de sobrellevar. No obstante, fueron sus brazos alrededor de su torso y sus manos palpando suavemente su espalda lo que lo trastocó. Posiblemente se sentía así porque los últimos abrazos recibidos fueron de su madre cuando era un niño pequeño buscando su atención y afecto; una costumbre olvidada que no creyó revivir a través de alguien ajeno a su familia.
Su abrazo removió esas memorias donde su madre era más amorosa y cercana a él; y con ello sentimientos que creyó desaparecer.
—Kazuya, pensé que ya estarías en tu dormitorio.
Volteó ante su nombrar. Allí estaba la causante de que introspección.
—Justo iba para allá.
—Entonces me alegra haberte interceptado en el momento justo. —Hurgó en su bolsillo izquierdo hasta encontrar el pequeño objeto metálico que extendió hacia Miyuki—. Un adicto al béisbol no puede ir por la vida con un llavero ordinario.
Frente a sus ojos se columpiaba un llavero plateado con la forma de una manilla.
—¿Por qué me estás dando esto?
Se supone que era ella quien debía recibir regalos, no él.
—Lo encontré tonteando por las tiendas de Harajuku el fin de semana pasado —relató—. Y como tenía la forma de un guante de cácher fue perfecto… En cuanto lo vi, pensé en ti.
«¿Qué pensó en mí cuando lo vio…?».
Observó el llavero que permanecía sobre la palma de su mano. No se centró realmente en sus detalles, sino en los pormenores que llevaron a su novia a comprárselo. Ella pensó en él cuando lo adquirió. Y al entender el profundo amor que le profesaba al béisbol probablemente quería que tuviera algo más que le recordara la posición que tanto adoraba desempeñar.
¿Por qué un detalle tan simple poseía tanto eco?
Nunca se trató del coste del objeto, sino de su connotación. Todo lo material que ella le había entregado siempre fue pensando en lo que a él podría gustarle, en lo que podría llegar a necesitar, en intentar hacerlo feliz. Ella siempre buscó sus ojos cuando le entregaba un presente porque era allí donde las mentiras eran incapaces de infiltrarse.
—¿No te gustó?
—No, no es eso. Es sólo…
Ella no necesitaba atiborrarlo de presentes. Y, no obstante, tampoco era desagradable recibirlos. Era una especie de contrariedad entre lo que se consideraba correcto y lo que poco a poco surgía dentro de él. Por un lado, necesitaba decirle que ya no necesitaba darle nada; pero por el contrario era agradable que pensara en él de la forma en la que ella lo hacía.
—Si ese es el caso —habló, ubicándose a su lado—, te acompaño a tu cuarto.
—¿Eh? ¿Y la fiesta?
Todavía no era tan tarde para que la celebración terminara.
—Necesito hacer algo de actividad física para bajar un poco todo lo que he comido —confesaba sinceramente.
—¿Quieres ir conmigo y regresar para poder comer más?
Ella asintió sonriente. Él se rio insolentemente.
—Si das unas veinte vueltas alrededor del campus será más efectivo. Hasta te ayudará a perder peso.
—Corretearte hasta tu habitación tendrá el mismo beneficio calórico.
—¿Q-qué quieres decir con eso…?
—¡Qué corras o te quitaré tus gafas!
Su sonrisa descarada se disipó cuando sus manos estuvieron a punto de apoderarse de sus anteojos. Sus pies torpemente respondieron, poniéndose en marcha para escapar de quien le sonreía cínicamente intentando atraparlo.
—¡No escaparás, Miyuki Kazuya!
—¡Voy a contarle a Tetsu-san sobre esto!
