KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo III
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Quince metros lo separaban de la puerta del edificio en que vivía la mujer a la que pertenecía el bolso que llevaba consigo. Desde que Shippo se lo había entregado no se había despegado de él y le costaba definir cuál era su real motivación. Hacía poco más de media hora había terminado con un trabajo que lo pilló relativamente cerca. No había podido dejar de pensar en quién sería la persona que había hecho los dibujos que aún permanecían en el bolso. Tenía claro que era esa desfavorable curiosidad la que lo había apostado en este lugar, si alguien advertía su presencia y avisaba a la policía de un hombre vigilando un edificio, se iba a meter en un problema.
Su atención abandonó sus preocupaciones cuando pudo ver que la luz de uno de los apartamentos del piso tres se apagaba y un instante después la puerta de una escalera externa se abría y daba paso a dos chicas que comenzaban a bajar. InuYasha sintió que el corazón había comenzado una carrera frenética en su pecho, como las que corrían los galgos en esas competencias clandestinas que había visto alguna vez, hace años. Tenía una especie de certeza en el pecho que no sabía a qué dirigir, ni porqué estaba ahí; sin embargo lo supo en cuánto vio a la mujer. No tuvo problema para identificarla tanto por la foto de sus documentos, que no le hacía justicia, como por la presión que se alojó en su pecho.
Se mantuvo oculto en la entrada al jardín del edificio que había enfrente, admirando la luz que le parecía que la chica irradiaba sólo por estar de pie esperando a que su compañera consultase algo en su móvil. Se detuvo a observar el detalle de los volantes del vestido verde que llevaba y el modo en que se movían con gracia cuando ella balanceaba de forma ligera la cadera. Se deleitó, considerando que aquel gesto contenía algo que lo seducía del modo en que lo hacen las emociones profundas cuando aún no han sido descubiertas.
Cuando finalmente las dos chicas se decidieron a continuar el camino, él se quedó un instante mirando los volantes de aquel vestido verde que danzaban al paso. Suspiró y no tuvo demasiado claro en qué momento decidió seguirla, sólo lo hizo y se descubrió caminando despacio tras ella, siempre cerca de los edificios para poder disimular u ocultarse de ser necesario.
InuYasha no era de impulsos, hacía mucho que aprendió a ser cauteloso y evitar exponerse, se lo enseñó la vida a golpes. Nunca olvidaría el modo en que tuvo que separarse de uno de sus compañeros de la infancia. El niño se llamaba Bunza, se conocieron en la calle y compartían tardes de andanzas lejos de la supervisión de los adultos; InuYasha porque se escapaba y Bunza porque su padre permanecía en prisión y estaba a cargo de su abuelo. Un día, cuando llevaban cerca de dos meses de conocerse, InuYasha tuvo la idea de entrar en una tienda de comida para llevarse un par de helados y cómo él era el mayor, quiso abrir paso y salió por delante de la mujer que estaba en la caja, no sin antes regalarle una sonrisa de triunfo para sentirse incluso más valiente en su fechoría. Una vez cruzó la puerta hacía la salida corrió unos cuantos metros y se giró al vítor de: ¿Has visto lo fácil que fue? Para su sorpresa, y posterior pesar, Bunza había sido atrapado y un hombre con el uniforme de la tienda lo tenía sujeto por el brazo mientras otro corría en su dirección. InuYasha sintió que el pecho se le oprimía, sólo tenía un año más que su amigo, pero sabía que con los nueve que contaba lo meterían en un centro de menores y las historias que había escuchado de esos lugares no eran buenas. Ese día el miedo pudo con él y echó a correr. Nunca más intentó algo tan evidente y desde entonces cada cosa que hacía estaba bajo el cálculo de la precaución.
Por esa razón se mantuvo todo lo oculto que pudo de la mujer del vestido verde y su acompañante. Procuró, incluso, más cuidado cuando se unió a un grupo de jóvenes. La observó interactuar y pudo leer por los gestos de ella que algo no le agradaba en el trato que le estaba dando un hombre que se le acercó. Algo se movió en él, InuYasha lo notó reverberando en su pecho como una criatura salvaje profundamente dormida. Sintió el impulso de abrirse paso por entre las personas que había en la estrecha calle y que ahora mismo le servían de pantalla, para sacar de aquella situación a la mujer. Sin embargo se contuvo, del mismo modo que hacía siempre que estaba frente a algún hecho. De la experiencia había aprendido la facultad de observar y calcular los movimientos, como si cada momento de su vida estuviese estratégicamente planteado en un tablero y él tuviese que pensar muy bien el paso siguiente.
Cuando atisbó que el grupo comenzaba a entrar a la izakaya en su mente se planteó el debate entre esperar o marcharse. Lo lógico era lo segundo, sin embargo había una intencionalidad que aún quería otorgarle al pensamiento y ésta le pedía permanecer. Por un momento se descubrió deseando que ella lo viese, que la mirada de esa mujer se plantara sobre él y de ese modo existir en su mundo. Su sorpresa fue aún mayor cuando los ojos de ella, que apenas vislumbraba y sin embargo su mente los iluminaba en infinitos matices de castaño, lo observaron hasta que sintió el corazón sacudirse. Debía reconocer que aquello lo asustó y gatilló la semi huida que puso en marcha.
Comenzó a andar y no quiso mirar atrás hasta asegurar cierta distancia, sin embargo escapaba sin huir del todo, manteniendo un paso que le permitiese aún ver a la mujer si decidía girarse. Dio una mirada hacia atrás, oculto por la capucha de la sudadera roja que llevaba y que lo hacía tanto visible como corriente para los demás. Giró en una calle lateral de menos concurrencia, una que le permitiese escabullirse por entre los jardines o entre sombras que se creaban por la baja iluminación. Estaba a un paso de una nueva calle y probablemente de alejarse ya del todo y experimentó el lametazo de una sensación antigua de perdida, de abandono y el fantasma de la sombra que lo envolvía todo. Se detuvo y se dio la vuelta para mirarla finalmente, aunque aún de medio lado, como si temiera que al hacerlo de frente ella pudiese robarse algo suyo.
Estaban cerca, no lo suficiente como para escuchar lo que la mujer acababa de musitar, pero lo suficiente como para ver que lo había hecho. El vestido verde se veía algo más oscuro debido a la farola que la iluminaba desde atrás, recortando su figura de forma delicada y creando un aura que lo invitó a suspirar con la misma suavidad con que ella se llevó la mano hasta el pecho como si contuviese un sentimiento.
¿Qué era esta sensación inabordable de estar frente a un instante único y a la vez fragmentado en el tiempo?
No tenía nombre para ello. No lo conocía.
Decidió seguir, no había un sentido lógico para esta conmoción, él no la conocía, la acababa de ver hoy mismo. Se giró para seguir su camino y en lo posible no volver a andar los mismos pasos que hoy. Sin embargo ella lo detuvo. Espera, fue lo único que dijo y consiguió que todo su cuerpo se detuviese como si hubiese liberado el más poderoso de los conjuros. No podía detenerse, no debía volver a mirarla.
Mi bolso —escuchó un segundo intento.
Sí, probablemente al devolvérselo todo acabaría.
Tomó la correa que le cruzaba el pecho e hizo el amago de quitárselo, no obstante desistió ante la idea que ese ínfimo lazo que tenía con esta mujer concluyese. InuYasha quería algo y le resultaba muy difícil aún saber qué era. Sonrió, era irónico para él estar en medio de esta indecisión, quería volver a verla. La miró nuevamente y negó con un gesto antes de retomar su camino.
Dobló en la esquina y descansó la espalda en la pared del edificio que había ahí. Prestó total atención al sonido tras él, por si la mujer insistía en perseguirlo. Una parte de él se descubrió deseando que lo hiciera para poder detenerla contra la misma pared que lo resguardaba.
Estaba asustado, debía reconocer que acababa de vivir una de las situaciones más extrañas de su vida, y aun así ansiaba volver a verla.
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Recrear las imágenes en su mente era lo que Kagome hacía con mayor capacidad, cuando miraba algo tenía la facultad de captar el tamaño, el color, la textura, la profundidad y si le pedían más, también podía darle una intención a aquello que observaba así se tratase de una persona o un jarrón. Sin embargo llevaba varios días pretendiendo reproducir la mirada del hombre de la capucha roja, intentaba captar el alma que había visto en ella y no lo conseguía. Lo extraño es que intentaba plasmar una sensación, algo que había leído su corazón más que sus ojos. Por mucho que detallara el iris y la forma en que sentía que se profundizaban los pensamientos del joven; por más que obtenía el color y la expresión, algo le faltaba y sabía que era ella la que no podía plasmarlo, sabía que era algo difícil de contar. Tenía la sensación de haber estado frente a una de esas cosas maravillosas que pasan en la vida y que mantienes en secreto, sólo para ti, porque nadie más las comprenderá.
Kagome se puso en pie, la habitación comenzaba a quedarse fría a esa hora de la noche, y observó con desapego los dibujos que tenía sobre el escritorio. Había tantas versiones de aquellos ojos en los papeles que cubrían la superficie que aún no sabía cómo era posible no poder crear lo que albergaba su mente. Cerró los ojos y buscó todas aquellas características que de habitual con sólo con una mirada podía asir.
Dejó pasar un par de minutos, insistiendo en sus recuerdos, para luego suspirar mientras abría los ojos. Centró su atención en la ventana y en la luna que iluminaba casi en su plenilunio. Debía verlo nuevamente y sabía que era absurdo desearlo, ella no tenía como conseguir aquello.
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—No te has tomado el café —escuchó la voz de Ayumi.
La miró durante un instante, como si su voz y lo rutinario de su pregunta tuviese que significar algo para ella. Le resultaba extraño sentirse tan fuera de su vida, de sus pensamientos y de lo que hasta hace unos días era normal e incluso atesorado por ella. Simplemente parecía que su alma se había tomado un largo momento de descanso, dejándola a vivir entre sombras.
—Lo siento, no quiero llegar tarde —se disculpó, era cierto y además una buena excusa para su distracción. Experimentó cierto grado de culpabilidad ante los esfuerzos de su amiga—. No me he olvidado del bentō. La comida de ayer estaba estupenda.
Quiso agradecer, mientras se ponía la chaqueta.
—Bueno, al menos aprovechas la comida —sonrió—. Llegaré tarde hoy, tengo que pasarme a casa.
Kagome asintió ante ese recordatorio. Su amiga trabajaba como dependienta en una tienda y habitualmente salía de casa después que ella, por una cuestión de horarios, regresando más tarde por la misma razón. Además, un día a la semana pasaba por casa de sus padres.
—Te esperaré —le anunció y recibió una sonrisa por respuesta.
Salió hacia la estación de metro como era habitual. Se reprendió de camino por no llevar un paraguas, el cielo anunciaba lluvia y dada la suerte que la acompañaba últimamente era probable que la atrapara de regreso. Esperaba encontrar alguna tienda cercana a su estación de destino en la que poder comprar alguno y agradecía aún poder concentrarse en cuestiones mundanas como esa.
El camino en tren fue de la forma acostumbrada. Desde que le habían robado el bolso dejaba sus dibujos en casa y si tenía alguna idea la bosquejaba en la tablet para luego crear los borradores en papel. Era más trabajo, sin embargo con la poca inspiración de los últimos días no es que lo notase demasiado.
La labor de la mañana avanzó bien, Izumo sensei había considerado favorablemente todo lo que había entregado hasta ahora y se sentía bien con eso, al menos esta parte de su vida funcionaba. Era extraño, los días desde el encuentro que tuvo con el hombre de la capucha roja habían pasado y los eventos y cada una de las cosas que le había tocado realizar salían bien, sin embargo se sentía estática, detenida en un momento; en ese momento.
A la hora de comer se encontró con una tarde fría que la llevó a cuestionarse en qué lugar debería tomar ese tiempo de descanso, no le parecía buena idea quedarse en el parque a esperar que el cielo desaguara. El maestro Izumo le había ofrecido que ocupase el propio estudio, sin embargo Kagome necesitaba tomar el aire, mover un poco el cuerpo y despejar su mente del espacio de trabajo. Bajo esas consideraciones la decisión no fue difícil de tomar. El bentō se quedó en su lugar de trabajo y ella salió a caminar.
Después de un tiempo de paseo se descubrió admirando la forma en que las hojas de los árboles caían. El otoño estaba ya muy avanzado y traía consigo la melancolía de aquello que queda atrás. Kagome percibió, por primera vez desde hace días, la voz de su personaje en la cabeza.
No quiero perder los días contigo.
Sonó triste, como nunca antes lo había escuchado. La frase parecía algo traído de un momento mucho más adelante en la historia que tenía en su cabeza. Muchas veces veía imágenes de él, de su personaje al que ahora mismo le costaba nombrar, en instantes que le parecían no cronológicos. Tenía sentido, después de todo las historias no fluían siempre en un orden. En ocasiones pensaba que el tiempo estaba ordenado de una forma no lineal, sus pensamientos creaban el presente y lo afianzaban por medio de sus emociones. Un hecho del pasado era su presente si ella aún conservaba emociones sobre ello, del mismo modo que imaginaba con emoción el futuro. Al menos así lo creía.
—No podría permitir que pasase —se animó a responder, al lugar, al aire, a la emoción que contenía la vida del personaje en su mente.
Apreció el modo en que las hojas caían y tocaban a otras hojas en el suelo, recorriendo el aire como si leyeran líneas que ella era incapaz de ver. Se preguntó si había líneas que unían a las personas sin que ellas las viesen. Se preguntó si el chico que había visto algunas noches atrás la veía a ella también en las historias de su cabeza.
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Continuará
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N/A
Les comparto un nuevo capítulo de esta historia que me tiene muy entusiasmada, espero que a ustedes también.
Gracias por leer, comentar y acompañarme en la aventura de crear.
Anyara
