KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

.

Capítulo IV

.

El barrio de Kabukicho era lo más parecido a una colmena de personas recorriendo las calles a cualquier hora, día o noche, invierno o verano; para InuYasha era prácticamente como su casa. Recorría el lugar desde que era niño, escondiéndose por los callejones o fingiendo que estaba acompañado por algún adulto para que la policía no lo atrapara en los pequeños trabajos que efectuaba para sobrevivir. A razón de aquello, estas calles y su tumultuoso ajetreo eran el sonido de lo que conocía y aunque muchas veces su espíritu le pedía la calma que imaginaba habría en un bosque, se sentía cómodo conociendo la zona y a las especies que la poblaban, como si fuese un salvaje bosque de cemento al que se debía sobrevivir y si sobrevivía aquí lo haría en cualquier parte.

Nada más entrar por la calle principal en la que se encontraba el Kyomu, club al que venía de vez en cuando a cumplir con algún encargo, pudo notar bajo la piel esa sensación de estar en el lugar al que pertenecía y esa sensación se contraponía con la de no querer volver a pisar estas calles en su vida. InuYasha tenía con algunos pasajes de su vida lo que se podría catalogar como una relación tóxica. Sentía amor y odio, se reconocía en esas emociones y sabía que esos momentos eran parte de su vida y lo componían, sin embargo se odiaba en ellos y no concebía reconciliación. Era por eso que buscaba alejarse, quizás algo parecido a una nueva vida pudiese ayudarlo a poner tierra sobre lo que no quería ser.

Al pasar por la calle hizo un par de gestos a algunos rostros que conocía y que se mantenían en sus propios territorios. Todo en la zona estaba segmentado para el trabajo y si se sobrepasaban esos límites la forma de poner orden no era atractiva para ninguno de los grupos. Bastaba decir que implicaba golpes, uno que otro corte con arma blanca y en ocasiones, incluso, el hospital; no, no era agradable.

A la distancia pudo ver a Renkotsu, realizando el trabajo que le asignaban cuando hacía algo mal. Probablemente habría tomado una decisión que involucraba al negocio sin preguntar a nadie, dado que su ambición era su mayor debilidad y no sabía calcular la medida de los pasos a dar. InuYasha supo que el hombre también lo había visto y cómo era habitual entre ellos, ninguno de los dos hizo amago de saludar al otro.

Entró por la amplia puerta que daba a la fachada del club, un sitio en que chicas que bailaban y otras servían de anfitrionas mientras se servía alcohol. Le hizo un gesto a uno de los encargados de la seguridad, nunca le ponían problemas para entrar. Pasó por un costado de las mesas que en este momento de la tarde estaban tan llenas como a cualquier hora que viniese. El olor a alcohol, cigarrillo y sudor se hacía más evidente a medida que se metía en el lugar. Haría el encargo y se marcharía tan pronto como pudiese, el olor se le quedaba en la ropa y luego tenía que llevarla a lavar si quería volver a usarla.

Extendió el brazo para alzar una cortina de cuentas de una puerta estrecha, que separaba la parte visiblemente legal de Kyomu de la zona que danzaba entre grises.

—¿Pasas sin saludar, guapo? —escuchó a pocos metros, en medio de la semi oscuridad.

—Vaya, hoy sí que te escondes bien —respondió una vez superado el pequeño sobresalto.

—Ya sabes, en esto uno tiene días y días —en la respuesta escaseaba la alegría y sobraba sarcasmo.

InuYasha reconoció en la voz del hombre el hastío inconfundible que dejan las decepciones.

—¿Una copa? —preguntó.

—Parecía que ibas con prisa —fue la respuesta desde las sombras.

—Para una copa siempre hay tiempo —dejó entrever una mínima sonrisa.

—No seré yo quien niegue eso.

Jakotsu emergió del rincón en el que seguramente llevaría confinado las últimas horas y dejó ver a la luz el tono amoratado que tenía en el pómulo derecho y el inicio del ojo.

Ambos caminaron hasta la barra, mientras una chica en el escenario de cortinas rojas y letreros luminosos de neón a los laterales, jugaba con dos abanicos que la ayudaban a esconder su pecho desnudo de la vista de los espectadores. InuYasha estaba acostumbrado a presenciar los espectáculos de sitios como éste, que bajo las luces disimulaban largas horas de trabajo, poco sueño y cierta desolación.

—¿Sake? —le preguntó a su acompañante.

—La pregunta ofende —Jakotsu quiso sonreír y el gesto le recordó el golpe que llevaba.

Le hizo una seña a la chica que estaba tras la barra que vestía algo más de ropa que aquellas que estaban de acompañante en las mesas o bailaban y por el conocimiento que InuYasha tenía del negocio sabía que eso sólo se conseguía con trabajo arduo. Pidió dos vasos de sake, sabía que no necesitaba pagarlo, la moneda de cambio para él aquí eran los encargos que le pedían.

—Me vas a contar por qué tienes eso —se dirigió a Jakotsu que intentó otra de sus sonrisas aparentes para evitar la conversación.

—Nada que valga el tiempo que me llevaría contarlo, ya sabes, lo típico —se encogió de hombros.

—¿Por qué insistes con buscarte a los mismos tipos siempre? —alzó la pequeña copa de sake, invitando al otro a hacer lo mismo.

—Por qué tú me saliste averiado, tienes la manía de mirar en otra dirección —rió, se quejó y finalmente se bebió la copa de un trago.

InuYasha soltó una carcajada y se bebió su propia copa.

Conocía a Jakotsu desde que llegó con unos doce años y lo pusieron a trabajar en el club limpiando aquello que nadie quería limpiar, como él mismo al principio. Por entonces InuYasha contaba con la misma edad y eso los convirtió en compañeros parciales de aventuras. Mientras él descubría la excitación al observar a las chicas que se desnudaban en el escenario, Jakotsu lo hacía al ver a los hombres que se masajeaban sus partes al mirar el espectáculo. Muchas veces lo amenazó con un beso, aunque nunca concretó aquellas amenazas e InuYasha sabía que era porque realmente lo apreciaba.

—Un día te van a malograr seriamente —le advirtió.

Jakotsu sonrió con un gesto limitado que buscaba mostrar la ironía que sentía ante sus palabras.

—Es fácil para ti decirlo, el mercado que tienes para escoger es mucho más amplio —dio un toque con la copa vacía sobre la barra, para que la chica que atendía se la llenase otra vez. Cuando el ofrecimiento de repetir llegó hasta InuYasha, éste puso la mano abierta sobre la copa, negándose.

—No se trata de eso, Jakotsu —fue testigo de cómo el hombre apuró el líquido del vaso una segunda vez, arrugando levemente el ceño ante el sabor del alcohol.

—Oh, es cierto, olvidaba que estás tras tu chica utópica —el tono sarcástico volvió a sonar en medio de la frase—. Y qué tal vas con eso ¿La has encontrado?

InuYasha pensó de inmediato en la chica del bolso y se sorprendió ante la mala jugada de su mente.

—Obviamente no ¿Estaría aquí de ser así? —quiso llevar la conversación al seguro terreno del humor.

—¿Tendrías alternativa? Vienes por un encargo ¿Me equivoco?

Antes de llegar a responder la pregunta, InuYasha sintió que le tocaban el hombro, dándole un aviso. Una de las chicas que atendían las mesas le habló.

—Te esperan —indicó la puerta lateral que daba a las entrañas del club.

.

.

La casa que ocupaban Shippo y él se encontraba en un barrio relativamente tranquilo, InuYasha pocas veces se había enterado de que sucediese algo por la zona y eso les daba sosiego; una de las razones por las que atesoraba tanto ese espacio y esperaba que al menos pudiesen pasar ahí el invierno que estaba cada vez más próximo.

De camino pasó a una tienda de comestibles y pagó por un par de sopas instantáneas. Le había ido bien en los últimos días el trabajo, ganaba por horas trabajadas, teniendo dos lugares relativamente fijos que eran los que financiaban el que tuviese una vida más o menos decente. Se sentía conforme con eso e incluso a veces conseguía ahorrar algo, aunque ahora mismo estaban nuevamente viviendo al día,

Abrió la puerta de hierro de la entrada y sorteó el espacio atestado de trastos viejos. La noche había llegado hacia un buen rato, aunque para él era pronto. Empujó la puerta de madera y se encontró con Shippo que dio un salto que casi lo hace rebotar en el techo.

—Mierda, InuYasha, tendremos que inventarnos un aviso o algo —se quejó.

El aludido soltó una risa a gusto y se acercó al muchacho para mecerle la cabeza en una especie de saludo un tanto brusco, que se había convertido en habitual para ellos desde que se conocieron, unos cuatro años atrás, cuando el chico tenía apenas once. InuYasha nunca lo había mencionado, sin embargo estaba seguro que Shippo habría acabado muerto en alguna alcantarilla si no lo hubiese sacado del barrio. Muchas cosas ocurrían en los estrechos callejones de Kabukicho y muchos vicios tenían lugar en ellos.

—¿Qué estás leyendo? —quiso saber, mientras dejaba a un lado, en el suelo, la bolsa con lo que sería la cena.

Ni el chico ni él habían cursado la escuela del modo habitual y de la misma forma en que InuYasha se las había arreglado para pedir libros en la biblioteca con identificaciones falsas y aprender sobre lo que le resultaba interesante, le había creado una lista de lectura a Shippo para que no se quedara sólo con lo que se aprendía en los callejones de barrios decadentes.

—¿Qué te parece que leo? —el tono que usó no era precisamente de alegría. Le enseñó la portada del libro.

—¡Vaya! Veo que te está gustando —bromeó, sabiendo que le sacaría un nuevo exabrupto, lo que era bueno, Shippo trabajaba su inteligencia por medio del sarcasmo.

—¡Claro que sí! Le encuentro total utilidad a esto, por ejemplo —utilizó un tono de voz refinado y altivo, mientras comenzaba a recitar—: Cuando no reflexionamos sobre nosotros mismos apenas percibimos lo más superficial en los otros.

—Me alegra que lo comprendas.

—O este otro —continuó Shippo en su nube de mal humor—: De las débiles ramas de los pinos jóvenes sacudamos sin falta la nieve acumulada —InuYasha pensó en preguntar si comprendía aquello, sin embargo el muchacho continuó—. O este: Por muy elogiadas que sean, apenas hay joyas sin defecto en este mundo.

—¿Los comprendes? —quiso saber, en tanto encendía un pequeño hornillo a gas que les servía para calentar agua y en ocasiones la propia casa.

—Y para qué me sirve a mí leer, o entender, este panfleto escrito por el Emperador Meiji hace más de cien años —se quejó, dejando el libro a un lado.

—Leer te sirve para pensar y decidir y, por ejemplo, para saber lo que es un panfleto —comenzó a abrir los envases de sopas instantáneas.

—Pero ¿Cómo no voy a saber lo que es un panfleto? —la pregunta lo sorprendió hasta a él.

—Puedes conocer la palabra, puedes oírla y no sabes cómo aplicarla. La has usado en un contexto correcto.

En la habitación se generó un silencio particular, cargado de preguntas y comprensiones; el tipo de silencio que acompaña a la ampliación del pensamiento.

—Pues sigo pensando que es un rollo leer este panfleto —expresó, buscando quitar importancia a las palabras de InuYasha y éste rio.

—Sí, es un rollo, aunque con el tiempo te va gustando —aceptó.

Él mismo se había obligado a leerlo la primera vez, y no llegó a terminarlo en el plazo que tenía para devolver el libro. Cuando lo pidió por segunda vez, porque un libro no le iba a ganar, los haikus que ya había leído anteriormente le resultaron más cómodos e incluso alguno lo relacionó con algo vivido de forma reciente; la realidad se veía reflejada en la filosofía de un poema. En ese momento comprendió que la poesía también contenía conocimiento, sólo que conjugado de forma bella, aunque no siempre hablaba de belleza.

—¿Sigues llevando ese bolso? —la curiosidad de Shippo tenía una razón; no se había separado del bolso desde que él lo trajo.

—Sí ¿por qué? ¿Lo quieres? —la respuesta había sido totalmente a la defensiva.

El chico vio el modo en que InuYasha inconscientemente había puesto la mano abierta sobre el bolso que permanecía en el suelo, junto a él, y lo había acercado unos centímetros más a su cuerpo, como si contuviese algo muy preciado en su interior. Decidió que era mejor dejar el tema.

—No, sólo me lo preguntaba —volvió la mirada a su libro y comprendió otro de los haikus del Emperador Meiji.

"El árbol, como el hogar, resiste al viento si en armonía crecen sus ramas."

.

.

Poco antes de terminar con el día de trabajo, Kagome le pidió a Izumo sensei que aprobara ciertos detalles que había cambiado de uno de los últimos dibujos que él le pidió hacer. Se trataba de la escena en la que un hombre extendía su mano hacia la rama de un árbol y esperaba a que uno de los pajarillos que se posaban en ésta, finalmente se decidiese a hacerlo en su palma. El detalle era hermoso y enriquecía mucho las páginas del capítulo. Kagome había hecho una pequeña modificación a lo que el maestro Izumo había pedido y estaba en poner al ave volando en dirección a la mano del personaje, en lugar de poner un nuevo pájaro posado, creando así un hermoso movimiento en las alas que batían el aire. La escena había tomado tal relevancia con ese pequeño detalle, que el maestro decidió poner el dibujo a dos páginas. Ella no pudo evitar notar el calor que se le instaló en el pecho, mezcla de orgullo y profundo amor por aquello que hacía. Agradeció de la forma más profusa que la cortesía le daba y comenzó a ordenar su lugar de trabajo para comenzar sin problemas el siguiente día.

Bajó la escalera lateral del edificio y comenzó a caminar en dirección a la estación de tren con cierta despreocupación, todavía embelesada con la sensación de alegría por el trabajo terminado. Los días se iban haciendo cada vez más cortos, con lo que la luz natural que la acompañaba era la penumbra que existe justo antes que las luces artificiales de las farolas comenzaran a encenderse.

—Kagome sama —escuchó su nombre y se giró lo suficiente para ver junto a ella a Koutatsu, su compañero de trabajo—. Te acompaño.

El hombre no se lo estaba preguntando, además se había percatado que llevaba todo el día mirándola de esa forma ladina que usaba y que a ella no le gustaba.

—A ¿Dónde? —interrogó.

—A caminar —la respuesta le resultó ambigua.

Se encontró sin saber qué responder. Continuó caminando con el hombre a su lado. Se sentía incómoda, podría decir que cohibida.

—Creo que Izumo sensei alabó tu trabajo de hoy —Koutatsu comenzó una conversación.

—Sí, lo hizo —intentó mantener su mejor tono de amabilidad.

—Me alegro.

Continuaron a paso medio, aunque tenía la sensación de ir incluso lento. El hombre la miraba de ese modo oculto, como si no quisiera ser descubierto y le resultaba desagradable, más aún con esa fina línea de bigote que mantenía sobre la extensión del labio superior . Giraron en una calle, aún les faltaba un tramo hasta llegar a la estación de tren y esperaba que en ese momento él la dejara seguir sola.

—Kagome sama, eres hermosa.

Ahí estaba lo que sabía que llegaría tarde o temprano. No era la primera vez que le pasaba y le resultaba molesta esa afirmación. Sí era bonita, lo sabía, del mismo modo que sabía que quienes lo aseguraban sólo veían los atributos de sus veintitantos años ¿Qué pensarían de ella cuando cubriese medio siglo?

Sentía que esa afirmación estaba vacía. Carecía de todo lo que necesitaba para que fuese real.

—Gracias.

Fue todo lo que se animó a responder, alejándose medio paso hacia el lado de forma refleja. Notó cómo el hombre la sujetaba por un brazo.

—Lo digo en serio, Kagome —la formalidad desapareció—. Me gustas y quiero salir contigo.

Yo no —se repetía en su mente y ésta buscaba la mejor manera de zanjar el asunto, considerando que mañana tendría que volver a ver al hombre en su trabajo.

—Koutatsu sama

Se interrumpió cuando pudo ver que alguien que se acercó muy rápido desde el camino que ya habían andado y pasó por detrás de ella. Siguió el movimiento con la mirada, volteando el cuerpo por la derecha para buscarla, en tanto el hombre, que aún le sostenía el brazo, buscó a quién pasaba por la espalda de ella. Kagome no pudo evitar la sensación de sorpresa cuando notó una mano posarse sobre su cintura y el calor del cuerpo de quien la abrazaba.

—Siento llegar tarde.

Se giró, esta vez hacia su izquierda, totalmente consciente del frenesí en que acababa de entrar su corazón por la circunstancia. De pronto en su espacio estaba el calor de la mano en su cintura, la voz que casi le había susurrado aquella frase y los ojos dorados que la miraban directamente de una forma que reconocía como si le perteneciera.

—Debí avisarte que tardaría.

La luz de una farola se encendió de pronto y Kagome continuó sin poder responder de ninguna forma.

El chico de la capucha roja miró al Koutatsu, que aún la sostenía por el brazo y le sonrió.

—Debes ser compañero de trabajo de Kagome —lo escuchó mencionar y contuvo el aliento cuando comprendió que él conocía su nombre. Vio la forma en que se llevó una mano a la cabeza, moviendo hacia atrás la capucha que lo cubría para dejar de manifiesto un hermoso pelo platinado que la obligó a soltar el aire en una especie de suspiro ansioso. Le extendió esa misma mano a Koutatsu y se presentó—. Hola, soy InuYasha.

.

Continuará

.

N/A

Quería llegar a aquí!

No puedo decir mucho sobre la historia porque cualquier cosa sería un spoiler xD Sin embargo, que sepan que estoy feliz escribiendo.

También decir, a modo de información general, que Kyomu significa: "Un sueño que se hace realidad"

Gracias por pasar por aquí y cuéntenme qué opinan.

Besos

Anyara