KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo VII

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Habían comido a gusto, mientras hablaban de la música de fondo y del estilo de musical que a cada uno le gustaba; él dijo que cualquiera, ella se inclinó por el pop-rock. Las personas que estaban en el lugar también les sirvieron como tema de conversación. Kagome propuso divagar sobre la relación que tendrían aquellos que estaban sentados juntos, InuYasha encontró más interesante darles un oficio.

Se divirtieron con un par de conjeturas, hasta que los platos que habían pedido estaban casi vacíos, a excepción de una croqueta de patata.

—Tuya —dijo Kagome, deslizando el plato en su dirección.

—No, tuya —decidió él, devolviendo el plato al sitio en que estaba.

Kagome hizo un sonido especulativo, no tenía interés en entrar en un debate absurdo y largo sobre quién se comería la última croqueta. La dividió en dos y tomó una de las parte.

—Tuya —le insistió, indicando la mitad que quedaba en el plato.

InuYasha la miró y por un momento le pareció ver sorpresa ¿Por qué se sorprendía?

Lo vio tomar la media croqueta y llevársela a la boca con cierta exagerada lentitud. Tuvo la sensación de que estaba saboreándola como si fuese el único bocado que hubiese tomado, aunque acababan de comer todo lo pedido.

Tal y cómo habían acordado, él pagó la cuenta; ella no dijo nada al respecto.

Comenzaron a caminar con calma, el ambiente festivo en las izakaya continuaba, aún era pronto. Mientras más recorría aquellas calles, más seguro estaba que no pertenecía a este entorno. Era obvio para él que la mitad de las personas que reían y paseaban tranquilas y relajadas, no entendían lo que pasaba en otros sitios de esta misma ciudad. La otra mitad, quizás tuviese una idea. Miró a Kagome de reojo y supuso que ella podía pertenecer a esa primera parte.

—Cuéntame ¿Con quién vives? —la pregunta regresó y se encontró desprevenido. Sintió que no era fácil contar nada de él sin mentir; desearía no hacerlo.

—Con un amigo —se limitó a decir, aunque se ahorró el hecho de vivir ocupando una casa abandonada y que su amigo era menor de edad.

—¿El chico de la coleta roja?

Mierda.

La miró por un instante y comenzó a evaluar cuánto podía contarle a una completa desconocida. Si alguien sabía de Shippo lo enviarían a un centro de menores y no quería que él se viese metido en ese sistema.

—Lo siento, si no quieres contarme lo entiendo —ella pareció atribulada y desvió su atención hacia un grupo de personas que pasaba junto a ellos.

—Sí, vivo con él, se llama Shippo y es menor de edad. No quiero que se lo cuentes a nadie —habló con calma y en un tono bajo, para que sólo ella lo escuchase. No la conocía y siempre se le había dado mejor reconocer el mal que el bien en otros, sin embargo confiar en ella parecía un acto natural.

Kagome comprendió que el chico que tenía a su lado le estaba permitiendo ver algo que no compartiría con facilidad y eso afianzó aún más esa emoción que llevaba días instalada en su pecho: pertenencia.

Asintió y prefirió dejar las preguntas de momento. En ese instante fue él quien comenzó a indagar.

—Y tú ¿Vives sólo con tu amiga? —quiso saber un poco más, aunque no le preguntaría a qué se dedicaba, porque eso implicaría tener que responder él mismo a esa posible pregunta.

—Sí. Ayumi y yo nos conocemos de la secundaria y hemos sido amigas desde entonces —le explicó con entusiasmo, parecía complacida de tener una conversación con él.

—¿Qué explicación le has dado sobre mí? —la pregunta llegó casi de forma irrefrenable. Había aprendido a protegerse, a cuidar cada detalle de lo que pasaba a su alrededor para no verse envuelto en situaciones complejas, desagradables o peligrosas.

—Oh, bueno, nada en realidad. Probablemente me interrogará cuando llegue —confesó, se encogió de hombros y le sonrió.

Y ¿Qué le dirás? —sintió la necesidad de seguir indagando, sin embargo decidió que era mejor no hacerlo, la podía asustar y no quería eso. Tenía la esperanza de volver a verla y ese sentimiento se albergaba en una parte insondable de él. No creía en lo sobrenatural, sin embargo podía admitir que no tenía explicación para esta inquietud.

—Podría no decirle nada —ella pareció cavilar—, a Ayumi —continuó la conversación.

Se mantenían a medio metro de distancia y redujo ese espacio a sólo centímetros. Acababan de entrar por la calle en que estaba el apartamento en que la chica vivía. InuYasha sacó la mano del bolsillo del pantalón y la dejó descansando a un lado de su cuerpo, a una distancia tan escasa que podía notar el calor que irradiaba Kagome. Estaba experimentando el ansia de tocarla, de rozar sutilmente los dedos con los de ella y quizás, si tenía suerte, enlazarlos y caminar los metros que aún les quedaban juntos, en medio del silencio y la compañía de uno al otro.

¿Por qué? —la pregunta estaba en su mente.

—Podría, simplemente, decir que te conocí cerca del trabajo y no mencionar nada más —Kagome parecía debatir en voz alta y el tono de ésta contenía un leve temblor—. Ayumi no necesitaría más detalles, después de todo, quizás no vuelva a verte —esa idea a él no le gustó, sin embargo no dijo nada. Kagome hizo una pausa, tal vez esperando por lo que él pudiese opinar.

La puerta del edificio en que vivía estaba a dos pasos. La escuchó respirar profundamente para soltar el aire casi en un suspiro. No sabía mucho de señales, en el mundo que él conocía éstas no se usaban de forma sutil, no obstante esa le pareció una.

—Bueno, muchas gracias por la cena —Kagome comenzaba a despedirse e InuYasha no estaba listo para ello.

Comenzó a marcar una línea imaginaria en el suelo con la punta del zapato.

—Me gustaría verte alguna vez más —se animó a decir y alzó la mirada para enfocarla en ella. Pudo ver la forma en que se iluminaban los ojos castaños, en tanto las mejillas se tintaban suavemente de rosa bajo la luz de la farola. Él mismo sintió sus mejillas algo más calientes.

—Y a mí —respondió sin pensarlo demasiado—. Podrías darme tu número de móvil —buscó una forma, mientras sacaba el suyo del bolso pequeño que llevaba.

—No te molestes, no tengo de esas cosas —lo que era cierto. De habitual, cuando necesitaba comunicarse se acercaba a la biblioteca y desde ahí recibía o enviaba un mail.

Kagome se quedó con la mirada puesta en sus ojos dorados y supo que no mentía, simplemente lo sabía, aunque eso no evitaba que se sintiese absurda con el móvil en la mano. Pudo ver cómo él rebuscaba en el bolso que antes había sido suyo y sacó un bolígrafo que le extendió. Cuando Kagome recibió éste él le presentó la palma de su mano.

—Apunta el tuyo. Te llamaré —lo vio sonreír y ella se sintió sorprendida por el genuino entusiasmo de sus palabras.

Sentir el calor de la mano de Kagome, sosteniendo la propia le resultó gratificante, a la vez que lo inquietaba. La miró mientras escribía y al paso de un instante concluyó en que era hermosa del modo en que son bellos los atardeceres cuando el cielo tiene algunas nubes y se tinta con armónicos colores. No tenía muchas referencias de belleza, lo bello se distorsionaba en el mundo que él había conocido. Quizás podía comparar la emoción que experimentaba con la calidez de un hogar.

Sí, eso era. No sólo era bella, también era cálida.

Y definitivamente estaba lejos de todo lo que componía su mundo.

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Kagome entró en el apartamento y nada más cerrar la puerta tuvo a Ayumi delante. En su cabeza aún daban vuelta los recuerdos del último par de horas y no quería resultar demasiado emotiva, sin embargo habría agradecido soledad para repasar los minutos de forma cronológica, uno a uno, hasta hartarse.

—Has tardado mucho —se quejó su amiga, con un tono de regaño; seguía siendo la madre cabreada.

—Puede ser —no tenía interés en discutir, se sentía particularmente emocionada.

—¿Puede ser? —preguntó. Kagome suspiró, una vez se quitó los zapatos. Quizás Ayumi captó aquello como una señal y cambió un poco el tono— ¿Has estado bien?

—Sí, no te preocupes, es un buen chico —o eso le parecía hasta ahora.

—Vamos, siéntate y cuéntame. He preparado té —de pronto ya no era la madre cabreada, era la amiga curiosa.

—Bien —aceptó—, me cambiaré de ropa.

Unos minutos más tarde estaban sentadas sobre el tatami de la pequeña sala, tomando un té, mientras Kagome le contaba que InuYasha la había ayudado cuando Koutatsu la puso en una situación incómoda en la calle.

—¿Ahí lo conociste? —preguntó Ayumi, con cierta emoción.

—No exactamente —intentó rodear la forma en que aquello había pasado—. Fue otro día, sus ojos me cautivaron —no estaba mintiendo.

—¿Volverán a verse? —de pronto se sintió como cuando ambas estaban en el instituto y Ayumi le contaba las historias de otras chicas y de paso le preguntaba cuándo iba a aceptar a Hojō.

—Puede…

Esperaba que así fuese.

—¿Cómo que puede? Te gusta ¿No? —insistió su amiga.

Sin embargo la pregunta era difícil. Sí, le gustaba desde siempre, no podía indicar un momento en que aquello había comenzado. Sabía que éste chico no era el mismo InuYasha valiente y sensible bajo las capas de su rudeza, no obstante algo en una especie de profundidad de su alma, que nada tenía que ver con su cuerpo material, le decía que no era diferente.

Se tocó el pecho en un acto reflejo.

—Sí —aceptó. Le gustaba, aunque probablemente no como Ayumi lo imaginaba.

Esa noche Kagome se descubrió cavilando sobre las dimensiones que podía tener un sentimiento que la mayoría simplificaba.

Amor.

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InuYasha no supo en qué momento un sueño tranquilo en el que simplemente recorría una calle conocida y se encontraba con un amigo de la infancia, se había convertido en un paraje oscuro y peligroso. Se vio a sí mismo de noche en mitad de un bosque, la oscuridad lo rodeaba todo y se sabía con poco más de ocho años. Las copas de los árboles eran altas y frondosas, privándole de poder ver el cielo, aun así en su mente estaba claro que esta noche no había luna. Caminaba descalzo por en medio de la maleza entre los troncos de árboles diversos que debían ser centenarios. Tenía frío y hambre, no recordaba cuando había sido su última comida. A la distancia escuchó un gruñido que parecía capaz de partir la corteza de los arboles más viejos. Se erizó el vello de la nuca y sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Se acercó a uno de los troncos y se abrazó a él intentando treparlo, probablemente estaría más seguro en altura, sin embargo sus pies y sus manos eran débiles y no conseguía subir. El gruñido volvió a oírse, creando un eco que rebotaba en los árboles viejos, rodeando una cierta zona. El pecho le dolía, su corazón latía con tanta fuerza que se le cerraba la garganta.

Piensa, piensa —se repetía en su mente.

Miró las raíces del mismo árbol que intentó trepar y pudo ver que eran grandes y creaban espacios en los que refugiarse.

Comenzó a escarbar con las manos la tierra entre dos de las raíces más grandes, abriendo un hueco bajo una de ellas. Los dedos empezaron a dolerle y la tierra húmeda se le metía en medio de las uñas. Le pareció pensar en que extrañaba tener garras, sin embargo continuó con la labor hasta que consiguió un espacio lo suficientemente grande como para meterse y poner tierra por encima de su ropa. Si tenía suerte la criatura no lo vería.

Recordaba el miedo, la forma en que lo había paralizado. Recordaba la sombra de algo que pasaba por delante de él y se detuvo para olfatear el aire en un instante que le pareció eterno. Al paso de un momento la criatura continuó, sin reparar en que él temblaba sin poder dejar de hacerlo.

Se despertó tiritando, probablemente por el frío que comenzaba a hacer a esta hora de la madrugada. Creía haber soñado, aunque no recordaba lo que sucedía en su sueño, sin embargo la sensación de soledad se había quedado en él.

Miró a Shippo dentro del saco de dormir que tenía y usaba de cama, parecía tranquilo. Observó la hora en el reloj de pulsera que siempre llevaba en el bolsillo de los jeans. Se ciñó un poco más la manta y cerró los ojos, aún le quedaba algo de tiempo para descansar.

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Kagome miraba por la ventana de la cafetería a la que había pasado a media tarde de un sábado. Daba vueltas al contenido de su taza, que ni siquiera había probado y que para ese momento estaba prácticamente frío. El lugar se encontraba en un punto intermedio entre su apartamento y el templo en que vivía su familia. En principio se dirigía hasta ahí y no tenía pensado hacer ninguna parada, sin embargo no se sentía con ánimo de llegar todavía. Se había detenido en este sitio, porque lo conocía de cuando iba al instituto y ella y sus amigas se pasaban a tomar algo a la salida de clases. Eso la llevó a reflexionar sobre su vida, su buena vida. No se trataba de una vida llena de lujos, simplemente era una vida cómoda, sin demasiadas preocupaciones. Nunca llegó a sentir real inquietud por el dinero que había o no en casa, nunca tuvo que pensar en si mañana tendría algo para comer o no; su vida, simplemente era tranquila. Inclusive, nunca había llegado a cuestionar ese simple hecho.

No tenía muy claro por qué debatía consigo misma sobre esas cuestiones en este momento. Quizás porque recordó que InuYasha le había comentado que vivía con un amigo, con Shippo, y que era menor de edad. Eso la llevó a preguntarse de inmediato sobre qué podía pasar en la vida de un niño para dejar a su familia. Luego su propio pensamiento la llevó un poco más lejos y concibió la idea de que en realidad el chico en cuestión no tuviese siquiera familia; llegada a ese punto se le llenaron los ojos de lágrimas.

Quizás por eso comenzó a reflexionar sobre su propia vida y las muchas cosas que nunca se había planteado sobre la de los demás. Comenzó a repasar las características de InuYasha, tal vez pudiese dilucidar algo más del chico.

Era alto y caminaba un poco desgarbado, ligeramente encogido sobre sí mismo, como si esperase no ser visto por los demás. Kagome pensó que era una simple actitud, sin embargo se dio cuenta que había un punto de timidez en esa característica, sobre todo cuando concluyó que cada vez que él intentaba mirarla directamente a los ojos había un primer intento fallido que se veía reforzado por la decisión. También parecía delgado, no lo había llegado a tocar, pero o la ropa le quedaba un poco grande o él estaba muy delgado y eso la hizo sentir una profunda congoja, como si cualquier cosa que a InuYasha le pasara era porque ella no lo estaba cuidando debidamente. Ese pensamiento, aunque debía ser absurdo, se le instalaba en el pecho como un peso. Se reprochó el empatizar demasiado rápido con los demás.

Suspiró.

Él no había llamado. No había vuelto a encontrarlo ni a la salida del trabajo, ni en su edificio. Habían quedado en buenos términos y eso hacía aún más inesperada su ausencia. Kagome comenzaba a sospechar que ya no volvería a saber de él y algo muy parecido a la melancolía la inundó.

¿Por qué?

Ni siquiera el personaje en su cabeza parecía dispuesto a comunicarse últimamente.

Llevaba consigo el portafolio con sus dibujos, esperando a que quizás el ambiente en el templo le fuese más propicio para centrarse en la historia. Sin embargo tenía que reconocer que le resultaba muy difícil, el InuYasha real no le daba espacio para explorar la fantasía en su mente.

Alzó la taza de café y bebió el primer sorbo, arrugó la nariz, estaba frío y amargo, ni siquiera le había puesto azúcar. Descansó la espalda en la silla y miró la taza como si ésta la hubiese ofendido, no obstante, no tuvo tiempo suficiente como para arrojarle una palabrota puesto que su vista periférica captó algo rojo y eso la hizo mirar por la ventana nuevamente. Llevaba días persiguiendo cualquier objeto de ese color, así fuese una señal de tránsito.

Sintió que el corazón le daba un saltó más enérgico de lo habitual. Podía distinguir claramente a InuYasha al otro lado de la calle. Su chaqueta de capucha roja y su pelo platinado le resultaban inconfundibles.

¿A qué esperas? —el personaje en su cabeza se animó a aparecer en ese momento.

Se puso en pie, tomó sus cosas y olvidó el mal café que acababa de probar.

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Continuará…

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N/A

Todas las historias que creo tienen una parte de mí y la forma en que comienzan le aportan a mi imaginario una luz que AMO. Ojalá esté siendo capaz de transmitirla.

Un beso y gracias por leer y comentar.

Anyara