KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo X
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"Tú, eres el principio y el fin, no sólo porque el mundo sea infinito, también porque soy infinito junto a ti"
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Ambos salieron del club y se incorporaron al bullicio de la calle principal. Al poco andar por ésta InuYasha giró por un callejón lateral que resultaba tan estrecho que apenas podía ir uno junto al otro sin tocar las paredes. A pocos metros salieron a otra calle que parecía dar a la parte trasera del edificio en que acababan de estar. InuYasha la guio por esa calle y se frenó de pronto, como si algo lo hubiese sorprendido. Kagome alcanzó a ver que había un coche negro aparcado en el lugar y algunas personas que parecían subir a él. El rumbo cambió drásticamente entonces. InuYasha la hizo retroceder, casi ocultándola con su cuerpo, para seguir un poco más por el estrecho callejón por el que venían.
Kagome comenzaba a arrepentirse de varias de las decisiones tomadas este día. Ahora mismo debería encontrarse en casa de su madre preparando la cena que compartiría con ella, su abuelo y su hermano y no recorriendo callejones solitarios dignos de película de terror.
Al caminar por ahí unos cuántos metros, torcieron a la derecha por otro callejón que resultaba casi tan estrecho como el primero, para posteriormente doblar a la izquierda y entrar a una calle secundaria algo más amplia y que parecía ser la parte trasera de los edificios de otras calles principales. Se podía ver algún pequeño sitio para comer y la entrada estrecha de algún hotel para parejas. Kagome apenas podía seguirle el paso a InuYasha que más que llevarla de la mano parecía tirar de ella.
—InuYasha —intentó detener la carrera, sin embargo él no parecía estar receptivo para comunicarse.
Podría matarte con mis garras —escuchó al personaje de su cabeza y supo que aquellas palabras estarían al inicio de su historia, quizás cuando él es liberado del árbol al que estaba clavado.
—Tú no me harías daño —murmuró, siendo una respuesta para su personaje y que pareció extenderse también al hombre que la lleva tomada de la mano.
Él la miró al escucharla, arrugó el ceño, y sin embargo no respondió.
Se detuvieron bruscamente y quedaron frente a una puerta de madera que estaba bajo una escalera estrecha que daba paso a la azotea del edificio. Kagome miró la fachada de aquella entrada, cuyas ventanas permanecían tapiadas con paneles de madera por dentro de una reja de hierro. Nada en el exterior daba a entender que en el lugar hubiese alguien, parecía completamente abandonado. InuYasha dio dos golpes seguidos con los nudillos sobre la puerta, esperó un segundo y dio otros tres golpes continuos, para esperar nuevamente otro segundo y dar un sólo golpe más. Esperaron un momento y se escuchó el sonido de más de una cerradura tras la madera de la puerta que se abrió con un sonido pesado. Kagome sintió que casi la arrastraba con él nuevamente, esta vez hacia adentro.
—Espera —se quejó, resistiéndose a entrar. InuYasha se detuvo para mirarla.
Sus ojos dorados parecían dos llamas amarillas incandescentes que contrastan con el lúgubre ambiente de la entrada a ese sitio que Kagome no podía ni comenzar a adivinar lo que albergaba. Desde el interior notó un olor que era una mezcla a encierro y popurrí barato.
—¿Ahora te preocupa entrar a un sitio desconocido? —la increpó y ella sintió el frío recorrerle la columna, causándole un ligero temblor.
—Sí, no… Bueno, sí ¿Qué problema hay con eso? —dudó, se quejó y lo enfrentó. Tenía derecho a tomar malas decisiones y a retractarse de ellas— Además, si no desaparecieras por tantos días yo no tendría esta enorme curiosidad —se enfrentó a los ojos de él que la miraban como si le hubiese florecido un cuerno en la frente.
Se quedó observándola durante un corto instante en el que pareció debatir algo consigo mismo. Finalmente le soltó la mano.
—Entras o sales. Dentro podemos hablar. Fuera, ya no puedo hacer nada por ti —fue su respuesta categórica. Ciertamente no tenía obligación con ella.
Kagome era consciente de la forma en que todas las alarmas que la lógica esgrimía se habían levantado ante la idea de entrar en un sitio lúgubre y desconocido, además de con un hombre del que apenas sabía algo y que tenía tratos con personas en lugares como el que acababan de dejar. Luego estaba su intuición que la invitaba a ir de la mano con él a cualquier lugar.
Se llenó de coraje con una exhalación profunda.
—Oh, vamos. Ya estás tardando —lo adelantó unos pasos, entrando en la primera habitación. Por un momento InuYasha se quedó atónito.
La puerta tras él se cerró y sólo en ese momento Kagome advirtió la presencia de otro hombre. Éste llevaba una pequeña coleta en su pelo castaño oscuro, le sonrió y percibió en la mirada de sus ojos azules un destello de algo parecido a la picardía.
—Adelante —le dijo, quedando de pie junto a InuYasha.
Ella dudó durante un corto momento y se dio la vuelta para comenzar a recorrer un pasillo casi sin iluminación. A continuación escuchó un golpe muy parecido a un manotazo y miró atrás.
—No, Miroku —InuYasha habló a su espalda. Así supo cómo se llamaba el hombre de ojos azules.
—¿Qué he hecho? —preguntó el aludido sonriente y con un tono casi travieso.
—Ya, dejémoslo mejor —suspiró InuYasha.
Siguieron adelante y al cruzar un par de metros de aquel pasillo oscuro, el que parecía aislar el lugar del exterior, se encontraron en un pequeño recibidor con un mesón estrecho.
—Espera —le dijo InuYasha, cuando había avanzado un par de pasos más allá del recibidor.
Miroku se posicionó tras él y abrió un cajón desde el que sacó un juego de llaves que le entregó a InuYasha.
—La misma de siempre —le mencionó el hombre.
—Bien —aceptó las llaves y se dio la vuelta para guiar a Kagome con una indicación silenciosa de su mano.
—Y no hagan demasiado ruido —Miroku volvió a usar el mismo tono de picardía. Kagome podía suponer que se trataba de una broma, aun así sintió un pequeño apretón en el estómago.
—Idiota —escuchó decir a InuYasha, refiriéndose a su amigo, antes de indicarle que siguiera el camino hacia adelante.
Kagome prefirió mantenerse en silencio y observar el sitio para saber cómo salir de él, si veía la necesidad de huir, después de todo estaba obedeciendo a una especie de certeza que bien podía estar equivocada.
Dejaron atrás el pequeño recibidor y se hallaron en un pasillo pintado de un tono rojo tierra, muy oscuro para su gusto, y decorado con molduras de madera que hacían el ambiente opresor. Se encontraron con varias puertas separadas unas de otras por unos pocos metros, lo que la llevó a concluir que eran habitaciones de hotel y no demasiado grandes, nunca había estado en un sitio así. Una de esas puertas tenía un símbolo que indicaba el aseo y entonces no pudo evitar pensar en la incomodidad de un baño compartido. Esperaba salir luego de aquí y no necesitarlo. A un lateral había una escalera de madera.
—Por ahí —le indicó InuYasha. Desde que la había soltado de la mano no había vuelto a tocarla, aunque se mantenía cerca.
Asintió y comenzó a subir la escalera que crujía bajo las pisadas. A medida que ascendían se escuchaba lo que sucedía en las habitaciones de la segunda planta. No era difícil imaginar lo que estaba pasando en ellas. Kagome sintió cómo se le calentaban las mejillas y se tocó la cara con el dorso de una mano.
—Sólo vamos a hablar —le aclaró él, al llegar a la segunda planta. Ella lo miró de reojo, parecía leerle la mente, o quizás la expresión. Por alguna razón sabía que estaba segura a su lado.
—Tampoco es que pensara hacer otra cosa —le aclaró, esperando a que su voz sonase tan firme como sus palabras.
InuYasha la miró con la intensidad de quién escruta, para luego indicar.
—La puerta del fondo.
Una vez estuvieron frente al sitio que él le indicara, Kagome se hizo a un lado y se quedó mirando el suelo, mientras sostenía su bolso por delante del cuerpo, demasiado cohibida ante los suspiros apasionados que se oían y el rechinar de las camas. InuYasha abrió la puerta y esperó a que ella entrase.
La habitación era relativamente pequeña, adornada con un exagerado tono rosa que acompañaba la decoración con una repisa llena de peluches que Kagome se no tenía pensado tocar; en un lugar de su mente se instaló la idea de que aquellos juguetes tendrían muchas historias y batallas que contar. No había ventanas, aunque sí pudo ver un recuadro de ventilación en la parte alta, junto a una cama tan rosa como el resto de la habitación.
—¿Vives aquí? —preguntó y aunque intentó no sonar demasiado sorprendida, tuvo la sensación de haber fracasado.
InuYasha soltó una risa falsa, casi irónica.
—No, Miroku me deja pasar por aquí cuando lo necesito —le aclaró.
—¿He dicho algo malo? —quiso saber.
Él se quitó el bolso y lo dejó sobre la cama antes de sentarse y suspirar cuando lo hizo; parecía cansado.
—No, nada malo —aclaró—. Ya hablaremos del lugar en que vivo, quizás, algún día.
Kagome se sentó junto a él, ella misma no se había dado cuenta de lo cansada que estaba debido a las emociones recién pasadas. Se quedaron en silencio un momento, ambos sentados a los pies de una cama que rechinaba sólo con suspirar. El sonido de las demás habitaciones comenzó a hacerse más y más evidente en torno al silencio de ellos. Los quejidos excesivos de una mujer parecían no tener fin. Kagome sintió que se le subían los colores a las mejillas y buscó mirar el rostro de InuYasha que no parecía muy diferente al suyo. El gesto era sereno, prácticamente serio y mantenía los labios oprimidos, creando una línea con ellos, tenía las mejillas tintadas de rosa y eso le aligeró el carácter ya que parecía ir a juego con el resto de la habitación. De pronto la mujer que les estaba dando aquel concierto de exagerado placer, elevó un poco más el tenor de su canto y Kagome soltó una carcajada producto de la tensión y la vergüenza ajena. InuYasha la miró, al principio sobresaltado, para luego contagiarse poco a poco de la diversión que ella parecía sentir y comenzó a reír.
Rieron con libertad, después de todo ¡¿Qué más daba el ruido que pudiesen hacer?!
Por un instante, mientras esas risas duraron, se sintieron relajados y libres, como dos amigos que se conocían de toda la vida y compartían un momento. Ninguno de los dos quiso ahondar en ello ahora mismo, por complejo y extraño; quizás por único.
Sus miradas se encontraron y la risa pasó a ser una sonrisa. Kagome se llevó la mano al estómago ante la tensión que se había acumulado ahí por el esfuerzo de reír con energía. De fondo la mujer exageró una vez más el sonido de sus quejas y ambos alzaron las cejas, mirándose, sólo para escuchar el feliz desahogo del hombre. InuYasha parecía que iba a volver a estallar en risas y Kagome le hizo un gesto de silencio, además de un siseo que lo acompañaba.
—No —le dijo algo risueña y en voz baja—. Si nos escucha le quitaremos la inspiración.
—Pero si ya nos hemos reído como locos —su lógica era justa.
—¿Crees que nos habrá oído con los chillidos de su acompañante? —ella tenía un punto e InuYasha se lo concedió.
—Tienes razón, lo acepto —para entonces ya se había silenciado todo.
Ellos también volvieron al silencio.
Kagome se preguntaba qué estaban haciendo realmente ahí. Parecía como si se estuviesen escondiendo y aunque la salida del club aquel no había sido precisamente amable, tampoco creía ser ella tan importante como para que InuYasha tuviese que ocultarla. Tomó aire y quiso formular la pregunta, sin embargo él habló primero.
—Renkotsu suele ser bastante vengativo —comenzó a decir— y he preferido traerte aquí un momento hasta que se calme un poco y no arriesgarme a que nos sigan.
La explicación tenía cierta lógica, aunque a ella le seguía pareciendo una exageración.
—Yo debería estar en casa de mi madre —aclaró. Si se iba en ese momento era probable que llegara a cenar.
—Claro —él se puso en pie—. Creo que ha pasado tiempo suficiente.
Sí, quería llegar a cenar, no obstante tenía preguntas.
—Espera, aún no me has contado por qué dijiste que me llamarías y no lo has hecho —fue directa, aunque sabía que él simplemente podría no estar interesado en seguir viéndola, esa también era una posibilidad. Sin embargo presentía que no era el caso.
Lo vio tomar aire por la boca hasta que se llenó, lo contuvo un instante, y luego lo soltó en un suspiro mientras se dejaba caer del todo a su lado en la cama y ésta se quejó con un chirrido. Parecía mucho más cansado de lo que ella imaginaba. El pelo se le expandió tras la espalda y sobre el rosa de la manta de satén que venía a poner el broche a una decoración horripilante. Si tuviera que pensar en cómo sería una habitación para una historia de terror, ésta sería perfecta. Se quedó mirando a InuYasha que mantenía los brazos extendidos hacia atrás, más allá de su cabeza y casi tocando las almohadas, eso conseguía que la camiseta que llevaba bajo la chaqueta roja se le subiera por la cintura, permitiendo a Kagome ver un par de centímetros de piel del abdomen. Se quedó contemplando aquel acceso íntimo, como si mirase por la rendija de una puerta, y descubrió que alcanzaba a ver algo del vello platinado que subía desde la cintura del pantalón. Notó la forma en que ese descubrimiento puso a trabajar su mente y soltó el aire que había contenido sin premeditación.
—Te conté que vivo con un amigo —comenzó a decir InuYasha, completamente ajeno a lo que Kagome acababa de sentir—. Se ha metido en un lío, una pelea, y le han roto un brazo y…
—¿Está bien? —ante las palabras de él, Kagome de inmediato recordó la sonrisa traviesa del chico de la coleta roja y no pudo evitar sentir preocupación, después de todo era sólo un crío.
Era cierto que en un primer momento le deseó las penas del infierno, echándole unas cuantas palabras malsonantes, después de todo le estaba robando. Sin embargo su sensación no era la misma desde que sabía que vivía con InuYasha y presentía que éste cuidaba de él.
—Te robó el bolso ¿Recuerdas? —la miró, girando un poco la cabeza, sin levantarla de la cama.
—Ya lo sé, pero eso no significa que quiera que sufra —aclaró.
InuYasha la miró un poco más, en silencio, y luego desvió la mirada nuevamente para continuar con la explicación.
—Sí, está bien. Sólo está cabreado y con el brazo inmovilizado —expuso—. He tenido que ocuparme de él más de lo habitual y del médico y de los gastos.
Ahora comprendía por qué sonaba cansado. Estaría trabajando mucho. Lo vio cerrar los ojos y ella se quedó contemplando la forma de su perfil y las pestañas que se elevaban grácilmente antes de tocar la mejilla. Sintió la profunda necesidad de aligerar la carga que parecía llevar y fue entonces que en su mente se gestó una idea.
—InuYasha —llamó su atención. Él no abrió los ojos y respondió con un sonido especulativo y adormilado que la invitaba a seguir— ¿Podrías posar para mí?
Abrió los ojos y la miró con una profunda intensidad. Kagome sintió que el corazón le daba un salto en el pecho; esa era la intensidad que quería plasmar en sus dibujos.
—¿Qué? —la pregunta era todo lo que esperaba. Una sola palabra cargada de sorpresa, incredulidad y, porque no decirlo, también con una negación implícita.
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Continuará
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N/A
Me ha encantado ese momento de risa entre ambos. Estoy disfrutando mucho de la interacción de estos InuKag. Espero que ustedes también.
Gracias por recibir bien esta historia y por esperar a que poco a poco vaya abriendo sus verdades.
Un beso y gracias por leer y comentar.
Anyara
