KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo XI

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Llevaba una hora caminando para ahorrarse el pasaje en tren. Estaba, literalmente, sin un yen en los bolsillos y lo último que tenía lo había gastado por la mañana en un desayuno para Shippo. El muchacho ni siquiera lo había mirado cuando, con voz apagada, le soltó un; gracias.

Tenía claro que el chico estaba arrepentido de los sucesos y de las molestias que le estaba causando por ello. InuYasha no podía negar que aún se encontraba molesto con Shippo por su rebelión y por todo lo que le estaba tocando hacer debido a eso, sin embargo había tomado la decisión de cuidar de él hace tiempo y esa convicción no estaba sujeta a sólo lo que le gustaba. Después de todo de eso se trataba cuidar de alguien.

Sabía que podía robar una cartera o sacar algo de un mercado para aliviar la situación, no obstante, esos no eran los hábitos que quería mantener. Al menos tenía unas horas de trabajo ahora a medio día y al día siguiente alguna más en la zona de abastecimiento de la ciudad, eso le dejaría dinero para terminar de pagar al médico de Shippo, comer por unos cuántos días y quizás visitar a Myoga; llevaba demasiados días sin hacerlo.

Pasó por delante de una de las tiendas de accesorios y ropa que había por la zona, se acercó al escaparate y pudo ver que nada de lo expuesto tenía precio, eso sólo podía significar que cada una de las piezas podría darle de comer un mes entero o más. No pudo evitar cavilar sobre qué pensaba la gente que se gastaba tales cantidades de dinero en un bolso o una chaqueta ¿Se sentiría realmente bien llevarlos? ¿Les daría un valor ante los demás?

Probablemente.

Aunque eso sólo venía a reforzar su idea de una sociedad rota, depresiva y, de cierta forma; monstruosa.

Suspiró, de todos modos quién era él para generar un juicio sobre otro.

Echó a andar nuevamente. Al ritmo de caminatas que llevaba últimamente tendría que plantearse conseguir deportivas nuevas, éstas ya habían perdido del todo el dibujo de las plantas. No le vendría mal un trabajo extra y que fuese honesto; no era fácil que lo contrataran si no podía acreditar estudios o experiencia laboral. Kagome le había propuesto pagarle por posar para sus dibujos y la sola idea se le hacía extraña, aunque sabía que peores cosas se hacían por dinero.

¿Sería ella de las que pagaría enormes cantidades por un bolso?

La pregunta perdió total sentido cuando recordó el peso del bolso de tela de jeans reciclado que llevaba a modo de morral. Sonrió, casi sin proponérselo y por un momento sintió que había algo hermoso en su vida, aunque sólo fuese de paso o se tratase de una ilusión.

Continuó el camino y su mente se distrajo recordando el sonrojo ferviente en las mejillas de Kagome cuando le pidió que posara para ella. El recuerdo llegaba a él ya desde otro punto, no estaba puesto en la decisión que tomaría, se encontraba en la emoción que le había producido verla pedirlo. La sabía hermosa, no estaba ciego, le había atraído desde el primer momento; no obstante lo que se descubrió sintiendo en ese momento fue distinto. Ante él había otra clase de belleza, una que respondía a sutilezas y a emociones resguardadas tras el pensamiento y que parecían brillar en la luz de sus ojos.

Se rió de sí mismo. Probablemente debía dejar de leer poesía, se estaba volviendo demasiado cursi para su propio bien.

No se dio demasiada cuenta de cuando llegó al edificio en que estaba la agencia para la que trabajaba algunos días sueltos y por horas. InuYasha le hizo un gesto a la persona que permanecía en la recepción y ésta le devolvió otro similar cuando lo reconoció. Le dio al botón del ascensor y esperó a que éste llegara, mirando su reflejo distorsionado en el brillante aluminio que revestía el marco y las puertas. Cuando éstas se abrieron dejó lugar a que las personas que bajaban salieran y entonces entró. Se encontró solo en el interior y le dio al piso tres, lugar en que estaba la agencia. Se permitió suspirar como un modo de aplacar el cansancio, permitiendo a su mente vagar por pensamientos inconexos. Uno de ellos llamó su atención; un traje de sacerdotisa. El sonido de aviso del ascensor lo distrajo y salió de éste para tomar el pasillo a la izquierda. Pulsó el timbre y esperó, sabiendo que sería observado por la cámara que había a un lateral. La puerta se abrió dando paso a un pequeño recibidor que dejaba ver dos puertas laterales, un escritorio al fondo junto a una sala más amplia que, aunque él no veía aún desde la entrada, le era conocida de sus anteriores visitas.

Hitomiko apareció por una puerta a su izquierda.

—Buenos días, InuYasha —saludó con su característica reverencia y lo invitó con un gesto a pasar directamente a la habitación.

—Buenos días —respondió al caminar tras ella.

El espacio era el lugar habitual en que él recibía la información para el trabajo del día.

—Hoy tendrás una cita con una persona nueva —comenzó a explicar Hitomiko, quién llevaba una agencia de citas por horas, o dicho de otra forma, alquiler de familiares y amigos.

Al principio InuYasha se sintió descolocado ante lo que parecía ser el trabajo, sin entender demasiado bien de qué trataba. Lo aceptó, pensando en que lo comprendería sobre la marcha, tal y cómo fue.

No era difícil de llevar una vez lo entendías, aunque al principio le resultó extraño experimentar el papel de un actor para alguien que buscaba completar un espacio en su vida, aunque sólo fuese por un momento. Se sintió particularmente identificado con la soledad, era una emoción que lo acompañaba desde siempre y en ocasiones llegaba a pensar que estaba enlazada a su alma. Sin embargo, también lo estaba un cierto calor que, aunque no podía determinar su fuente, lo llevaba a tener esperanza.

—Se trata de una mujer —Hitomiko estaba leyendo la ficha en su portátil—, su nombre es Kyoko. Te espera para cumplir el rol de amigo, pasear e ir de compras. Debes vestir de forma casual, pero elegante, y pidió que llevaras el pelo en un recogido.

—Muy bien, así se hará —aceptó. No le molestaban las indicaciones, así era el trabajo y él iba para cumplir un papel.

—Ya sabes dónde encontrar lo necesario —la mujer hizo un suave gesto con su mano, indicando la habitación que había junto al lugar en que estaban y le sonrió con formalidad.

InuYasha entró en la zona de preparación, una especie de gran armario con ropa para mujer y hombre que estaba organizada por color y talla, de modo que cada uno de los trabajadores de la agencia pudiese cumplir con el personaje alquilado. Recorrió un poco por encima, considerando las especificaciones pedidas.

Casual, pero elegante —se repitió en su mente.

Pensó en que un jeans oscuro y una camisa no demasiado formal podía considerarse dentro de este rango. Le haría falta una chaqueta.

Con esa elección hecha se fue a una pequeña habitación que servía como vestidor. Se cambió y cuando estuvo listo se miró en el espejo de cuerpo completo que había en la misma habitación, sólo para encogerse de hombros dando por bueno el atuendo. Los zapatos le resultaban cómodos y pensó en que sería genial tener unos parecidos a estos. Se recorrió el pelo con los dedos para desenredarlo un poco antes de recogerlo en un moño desenfadado. Tomo su ropa y la dejó dentro de uno de los casilleros, teniendo que desprenderse también del bolso que ya se había convertido en parte de su indumentaria.

Salió del lugar luego de dejar la llave de la casilla con Hitomiko y recibir de ella el punto de encuentro y lo necesario para trasladarse hasta el lugar.

El viaje había resultado corto, la distancia que había tenido que recorrer en tren no superó los veinte minutos de tiempo, así que llegó adelantado. La referencia que tenía, y que era lo habitual, pasaba por una prenda que caracterizaría a la persona que había solicitado el servicio, la que a su vez lo había escogido a él por una foto en la página de la agencia.

Esperó cerca de diez minutos, observando a quienes pasaban cerca de él para dar con la mujer de vestido azul con la que debía encontrarse. En cuanto vio a una persona con aquella característica no tuvo duda, se trataba de ella.

—Así que ¿Kyoko? —dijo a modo de saludo cuando Kikyo quedó de pie delante de él.

—Te sienta bien la camisa —fue la respuesta que recibió.

—Esto es muy extraño ¿Por qué lo haces? —ellos no se hablaban, no eran amigos, apenas se conocían en realidad.

—Tú necesitas trabajar y yo necesito que alguien me acompañe de compras —se encogió de hombros, restando importancia al hecho mientras buscaba algo dentro de su bolso.

Kikyo siempre estaba acompañada por uno o dos guardias y no recordaba haberla visto nunca sola, sin embargo ahora parecía ser ese el caso.

—Bien —ella comenzó a decir—, tenemos mucho que hacer.

Dio un par de pasos por delante de él y avanzó. InuYasha intento razonar con frialdad, se trataba de sólo dos horas de trabajo y era cierto que necesitaba el dinero.

—Cuéntame, amigo alquilado ¿A qué te dedicas? —inició la conversación, mientras el sonido de sus tacones de mediana altura y al parecer cómodos para caminar, resonaban sobre la acera— Y que sea la versión del personaje, claro —le sonrió—. La otra ya me la sé.

InuYasha mantuvo el silencio, esto le resultaba absurdo, extraño y hasta podría decir que algo humillante.

—¿No me contarás? Tendré que poner una nota baja en tu calidad de conversación —el tono de voz resultaba divertido. Al parecer Kikyo se lo estaba pasando bien. InuYasha optó por lo seguro, él sabía ser un profesional.

—Tengo entendido que querías ir de compras ¿Cuál es la primera tienda elegida? —preguntó y caminó junto a ella, con las manos en los bolsillos del pantalón, manteniendo la pantomima.

Kikyo lo miró de reojo, con esa particular curiosidad sobre él que InuYasha había aprendido a leer con el tiempo.

—Hay varias por aquí, probablemente recorreremos unas cuántas —ella se explicó—, pero primero comeremos.

InuYasha se encogió de hombros, no renunciaría a una comida gratis.

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Estaban en la segunda tienda a la que entraba Kikyo. Los precios de las prendas expuestas colgaban de pequeñas etiquetas sostenidas con cintas de tela. Cada vez que InuYasha tomaba una de esas etiquetas y ojeaba el costo del artículo, su mente hacía una relación con cuántos platos de comida nutritiva podrían pagar o los pares de deportivas que podría comprar; todo muy básico. No es que quisiera ser un resentido que permanentemente cuestionara a aquellos que podían permitirse pagar hasta cientos de miles de yenes en una blusa, como la que ahora sostenía Kikyo por encima de su figura, ante un espejo; no, simplemente, pensaba en lo poco equitativo que consideraba todo.

—¿Qué te parece ésta? —le mostraba ella. Se trataba de una blusa de color verde muy pálido, con un lazo atado al final de un cuello amplio que creaba un suave escote. La tela era delicada, probablemente seda.

—Te quedaría bien —aceptó, intentando ser objetivo y con ello obtener una buena puntuación para postular a un siguiente trabajo.

—¿Estás seguro? ¿No es demasiado pálida? —insistió.

Kikyo tenía una piel clara, delicada y suave, que parecía no permitir imperfecciones; cualquier color le sentaría bien.

—Sí —mantuvo su opinión.

Ella se miró una vez más en el espejo para confirmar lo que él le había dicho.

—Bien, me llevaré ésta —se dirigió a una mujer que la estaba atendiendo— y el pantalón azul oscuro —indicó.

InuYasha se preguntó si Kikyo siempre habría sido igual o esta faceta la había desarrollado de la mano de Naraku. Sabía que el hombre conseguía potenciar factores de las personas, bajo la única consideración de que le fuesen útiles.

—Ahora sólo nos faltan los zapatos —Kikyo se acercó a él y dejó entrever una sonrisa muy tenue que incluso le pareció honesta.

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Kagome querría decir que su mundo seguía siendo igual de tranquilo que hace unas semanas atrás, sin embargo tenía muy claro que nada era igual, a pesar de estar ejecutando su trabajo y que todo a su alrededor destilara normalidad. Hace unos días, cuando llegó al templo para ver a su familia, su madre estaba preocupada por la hora, no obstante consiguió calmarla mencionando sus dibujos y la forma en que se pasaba el tiempo cuando estaba concentrada. Su madre, una mujer de carácter amable y siempre dispuesta a armonizar las situaciones, sólo hizo ese leve gesto con la cabeza que a Kagome le hablaba de entender que ella era así. De nada servía que se ganara la vida con el dibujo, parecía como si esto siempre fuese un pasatiempo. Incluso pensar en aquel juicio le resultaba demasiado normal.

—Está quedando muy bien —escuchó la voz del maestro Izumo tras ella.

—Gracias —se animó de decir— ¿Le parece que las hojas tienen suficiente movimiento? —quiso saber, ya que el hombre estaba revisando su trabajo. Se trataba de un paisaje en la historia que el maestro Izumo estaba publicando, sobre un minotauro que de día se transformaba en humano.

—Tienen suficiente movimiento —aceptó y la animó—. Bien hecho.

Se sintió complacida, quizás menos de lo que debería o hubiese estado semanas atrás. Tenía claro que sus pensamientos e intereses estaban en otra parte ahora mismo.

—Hemos terminado de momento. Hora de comer —anunció el maestro.

Kagome asintió, dio un último toque a su trabajo y comenzó a organizar sus cosas para salir. Hoy no traía comida y se serviría algo en una cafetería cercana. Revisó los mensajes en su móvil y descubrió que Yuka y Eri querían visitarlas a ella y Ayumi en el apartamento. Era jueves y estaba bien, siempre podían quedar un rato y luego dormir las horas necesarias para volver al trabajo mañana. Necesitaba normalidad y nada más normal que una cena con amigas.

¡Será estupendo! —respondió

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En la pequeña sala del apartamento que compartían Ayumi y Kagome, se concentraban las risas, las aclamaciones y expresiones de inquietud que el juego al que prestaban su atención iba despertando entre ellas y los amigos que llegaron con la cena.

En la mesa que tenían en el centro de la sala, que a su vez era la cocina, se encontraba el juego de jenga que mantenía la atención de todos en el equilibrio de sus piezas. Hacia las esquinas de la mesa estaban los platos con algunos bocadillos compartidos que componían la cena y de los que cada uno tomaba algo entre turnos.

Eri era la más diestra de todos en el juego, lo había sido siempre, aun así el pulso le temblaba mientras empujaba una de las piezas desde el lateral de la torre que se balanceaba suavemente. En ese momento todos estaban en un silencio contenido que parecía se iba a romper en cualquier momento, estallando en un estruendo de victoria y derrota a la vez.

De fondo les acompañaba una melodía de moda que sonaba a bajo volumen.

Todos suspiraron cuando la pieza de madera salió y Eri la mantuvo en su mano un momento antes de posicionarla en la parte alta de la torre.

—Todo tuyo, Kagome —le sonrió.

Kagome hizo un gesto que vino a acentuar una especie de agradecimiento y dio un par de suaves y pequeños golpes con el dedo a una de las piezas, la que no parecía tener intención de moverse. De inmediato pasó a inspeccionar la figura e intentar con otra. El procedimiento fue similar; dar suaves golpes que le permitieron liberar la pieza, manteniendo la respiración en mínimos para no hacer ningún movimiento que perjudicara su objetivo. Soltó un suspiro aliviado y sonrió cuando tuvo el pequeño bloque de madera en la mano y vio que la estructura se mantenía en pie. Ayumi aplaudió con suavidad, apenas haciendo el gesto y Hojō animó; aún quedaba la última parte, poner la pieza sin tirar la torre. La tensión se mantuvo un poco más y remitió cuando Kagome lo consiguió y se permitió relajar los hombros.

—Todo tuyo, Yuka —le sonrió a su amiga.

—Ahora sí que pierdo —dijo ésta, de la misma forma que hizo en la ronda anterior y la anterior a esa.

Kagome se sentía cómoda en medio de esa normalidad, estar con amigos que conocía desde hace tiempo le hacía bien y estaba disfrutando. Sin embargo tenía la sensación de que su mundo se había expandido y este instante, que antes podía parecer un todo completo, ahora mismo era sólo una parte y necesitaba lo que le faltaba.

—Tu móvil —escuchó a Ayumi, que llamó su atención con un toque suave.

—¿Qué? —estaba distraída.

—Tu móvil, está sonando —le indicó hacia el pasillo y su habitación.

—Oh, claro. Vengo enseguida —se disculpó y se puso de pie con cuidado.

—Esto es un plan maquiavélico para que pierda —la acusó Yuka, con una expresión que a Kagome la hizo sonreír. Su móvil seguía sonando de fondo.

—Me has descubierto —le sonrió con entusiasmo.

Caminó por el pasillo con rapidez, esperaba que la llamada no se cortara antes de alcanzar a tomarla; no fue el caso. Tomó el móvil y miró el número desde el que entraba la llamada y así saber si se trataba de algún conocido. Hizo un repaso mental de las probabilidades, la mitad de ellos estaba en la sala ahora mismo. El móvil volvió a sonar y aunque debía preverlo se sobresaltó y se rio de sí misma de inmediato.

Número desconocido.

—Diga —respondió con tono dubitativo. Su corazón se descompaginó por un segundo ante la expectativa.

—Hola, Kagome. Soy InuYasha.

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Continuará.

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N/A

Mucha más información en este capítulo, piezas que van tomando un lugar y emociones que también lo hacen. Espero que lo disfrutasen y que me cuenten en sus comentarios.

Un beso

Anyara