KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo XVI

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InuYasha llegó muy temprano esa mañana a la zona de Kabukicho. Hizo una primera ronda por la parte del barrio por la que se movía la gente de Kaguya Yasei, cuando apenas comenzaba a amanecer y la mayoría de los establecimientos empezaba a cerrar. La mujer era la clara competencia que tenía Naraku en la zona, lo era así desde hace algún tiempo, no obstante ahora se había vuelto más evidente. Pudo reconocer a algunos de los hombres que trabajaban para ella, entre éstos estaban Hiten y Manten. Arrugó el ceño al encontrarlos, recordó a Shippo y lo mucho que le había advertido sobre esa familia; sin embargo el chico estaba enamorado y eso era claro, poco podía hacer al respecto. Sacudió esos pensamientos a un lado, debía centrarse en entregar el sobre que le había dado Naraku para Muso Zanyo. Lo había mirado a contraluz y no le costó demasiado definir que se trataba de una tarjeta de memoria. Podía elucubrar muchas ideas sobre lo que contenía, sin embargo para él era mejor no saber de qué se trataba. InuYasha conocía bien su trabajo y eso mismo lo llevaba a reconocer exactamente cuándo dejar de hacerse preguntas.

Pudo ver salir a una más de las integrantes del grupo; Yura. Se decidió a esperar un poco más, por si quedaba en el edificio alguien. Éste era el establecimiento principal de Kaguya y cada noche se llevaba gran parte de los clientes importantes, Naraku estaba molesto con eso e InuYasha lo sabía por las conversaciones que rescataba de unos y de otros.

Salió un chico joven, que parecía un aprendiz más. Le encendió un cigarrillo a Yura y eso lo llevó a recordar el día que la conoció, hace unos cuántos años. Le pareció una mujer delicada que necesitaba la ayuda de alguien. InuYasha por entonces no era más que un adolescente que cumplía con lo que le pedía Naraku. Pensó en llevarla al Kyomu, quizás ahí podría trabajar; sin embargo no tuvo corazón para incitar a una nueva chica a esa vida. La llevó con Kaede y la mujer la puso a atender mesas. No duró dos semanas en aquello, se fue, no sin antes robar algo de dinero de la izakaya y hacer un corte superficial con un cuchillo a Kaede en el hombro izquierdo. Después de eso él no volvió a intentar ayudar a nadie más.

Luego de vigilar un rato, decidió que Muso Zanyo no se encontraba cerca. Parecía mucho más probable encontrarlo en el turno de la tarde; no le gustaba, aquello le dificultaría un poco más el encargo.

Se alejó en cuánto le fue posible y tomó rumbo a la izakaya de Kaede. Aún le debía la comida de la noche en que estuvo ahí con Kagome y le parecía buen momento para saldar aquella deuda. Sonrió sin ánimo al pensar en la muchacha. Le había dicho que la llamaría y de eso hacía varios días. La conocía poco y aun así estaría por apostar a que estaba enfadada y que ese enfado se convertiría en una emotividad floreciente, que él no estaba preparado para enfrentar. Quizás por eso no se animaba a llamar o ir hasta ella, aunque no dejaba de pensar en hacerlo. Cada día que pasaba era un día más que se sumaba a esa emotividad.

Suspiró cuando estaba a pasos de la puerta trasera de la izakaya y ésta se abrió antes de llegar a tocar.

—¡Vaya! ¡Qué tenemos aquí! —exclamó Kaede, arrastrando consigo el cubo de la basura— ¿Has vuelto a la puerta trasera, chico perro?

InuYasha sonrió con afecto, a pesar de recibir un apodo que no le gustaba; sin embargo era Kaede y a ella se lo permitía. Tomó el cubo de la basura y se fue al contenedor que había a pocos pasos. En cuanto lo vació y se lo acercó nuevamente a la mujer, se animó a hablar.

—Ya está, pagada la cena —esta vez sonrió con cierta sorna.

—¡Ni hablar! Comes mucho y tu chica también —se quejó la mujer.

InuYasha se sintió impresionado al escuchar esa definición en referencia a Kagome.

—¡Qué dices! —se animó con una queja.

—¿Te has sonrojado? —preguntó Kaede y a pesar de sentir las mejillas acaloradas, no le iba a dar gusto.

—Ideas tuyas —se encogió de hombros y miró al suelo. A punto estuvo de tirar de la capucha de su sudadera para cubrirse mejor del escrutinio de la mujer.

—Mira chico, me falta un ojo y no los dos. Te has sonrojado —aseguró, dando media vuelta para entrar nuevamente a la izakaya—. Entra, voy a desayunar.

InuYasha sonrió, algo avergonzado, entrando tras ella.

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Kagome ya se estaba habituando al modo en que InuYasha desaparecía por días y a pesar de entender que era parte de su personalidad, no conseguía aceptar aquello. Su propio mal humor iba aumentando por días y lo notaba en los trazos de sus dibujos. Su personaje, el InuYasha que permanecía con ella desde que tenía memoria, comenzó a parecerle cada vez más oscuro y así lo dibujaba, llegando a imaginarlo en un estado salvaje cercano a lo demoniaco. Kagome tenía la sensación de que aquello había sucedido cuando su personaje la había enviado, o más bien había enviado a la Kagome de su historia, de vuelta por el pozo que los había conectado. Ella, como creadora omnisciente de todo, entendía las razones de su personaje principal e incluso así, estaba molesta con él. InuYasha quería proteger a Kagome, no obstante, no consideraba lo que ella quería hacer ni si estaba dispuesta o no a correr riesgos.

—¿Kagome? —escuchó a su amiga Ayumi que estaba en la puerta de su habitación— ¿Me escuchas?

Se giró y la miró directamente. Estaba ahí mismo, a pocos metros ¿Por qué no iba a escucharla?

—Claro —dijo.

—Te he hablado tres veces —especificó su amiga.

—¿De verdad? —se sorprendió— Lo siento, estaba centrada —hizo un gesto con la mano que indicaba los papeles que tenía sobre el escritorio— ¿Es por la cena? ¿Me toca a mí? —intentó despejar su mente y enfocarla en lo que fuese que necesitaba su amiga. Ayumi era una de esas personas dulces, imprescindibles en la vida, y que en ocasiones se descuidaban justamente por esa dulzura y amor incondicional que proporcionaban.

—No, sí. No —dudó su amiga—. Hay un chico en la puerta, pregunta por ti.

El corazón de Kagome supo de inmediato de quien se trataba. A continuación tuvo aquel otro pensamiento, el que sale de la razón y de una mente acostumbrada a blindarse ante la decepción. Sin embargo, aun así, se mantuvo ilusionada.

Se puso en pie y miró por la ventana, comprobando que era de noche y que continuaba lloviendo. Caminó hacía la puerta y de paso hizo una revisión sobre su apariencia; pantalón holgado de algodón, calcetines y una sudadera que bien podría ser de un hermano mayor, si lo tuviera. Aquello era lo menos importante, en realidad. No obstante, tuvo que preguntarse por su mal humor de hace un instante ¿Dónde había quedado?

La respuesta implicaba muchas cosas que todavía no estaba dispuesta a abordar.

—¿Está fuera? —preguntó a su amiga Ayumi, que la seguía en silencio.

—No ha querido entrar —aclaró ella. Kagome asintió, sin decir nada— ¿Cómo sabes quién es? —Ayumi parecía incrédula.

—Un presentimiento —la voz de Kagome fue clara y concisa; sin dejar espacio a más dudas.

Luego de aquello borró completamente de su campo de atención a todo lo existente excepto a quien estuviese tras la puerta, en el pasillo interior del edificio. Cuando puso la mano en el manillar fue completamente consciente del frio contenido en el metal de éste y del latido inquieto de su corazón. Kagome sabía que no era un latido habitual; no era, incluso, el tipo de latido que le había dedicado a algún chico que le gustase en la escuela.

Al abrir la puerta se encontró con la figura de InuYasha que estaba iluminada de forma artificial por la bombilla más cercana. Él mantenía gran parte de su cabello platinado oculto bajo la capucha de su habitual sudadera roja y la miraba directamente cómo si no hubiese ausencia entre ellos.

—Pensé que ya no te vería más —comentó ella, a modo de saludo.

—Me debes dinero —se encogió de hombros y jugueteó con una sonrisa que no llegó a completar.

—Oh, es cierto —aceptó Kagome, siguiendo con el juego previo que InuYasha había instalado. Para ambos estaba claro que había un fino y fuerte hilo que los conducía, aunque no estaban preparados para mencionarlo o para descubrirlo—. Tendrás que entrar si quieres que te pague.

InuYasha bajó la mirada, permanecía con las manos en los bolsillos de sus pantalones, en tanto el agua oscurecía parte de su ropa.

—Además, estás empapado —argumentó un poco más.

—Cuando llegué no llovía —lo vio encogerse de hombros, como si buscara defender algo que no estaba en debate.

—Esa no es excusa ¡Espera! ¿Cuánto llevas fuera? —Kagome comprendió la implicancia de lo que InuYasha acababa de decir. Lo vio encogerse de hombros nuevamente y desviar la mirada al verse descubierto. Ella sonrió con cierto grado de seguridad— Deberías saber que, contrario a lo que algunos piensan, el acoso no tiene nada de romántico.

—Estoy seguro y no esperaba hacer de esto un gesto romántico —aceptó.

—Bueno, creo que de eso último estoy segura —Kagome quiso parecer amistosa y que no se hiciese evidente el pantano en el que ella misma se había metido—. Vamos, entra, hace frio.

Lo instó y abrió la puerta nuevamente, sin entrar, por si a InuYasha le daba por huir otra vez. Lo vio erguir un poco la espalda, parecía buscar cierto ánimo para decidirse. Sin embargo esta vez avanzó, contrario a la última noche en que se vieron. Cruzó la puerta y Kagome lo hizo tras de él.

—Te puedes descalzar aquí y si quieres zapatillas de interior, ahí tienes alguna —Kagome indicó el pequeño mueble lateral—. Dame tu sudadera, la pondré a secar.

—Gracias —fue la escueta respuesta que recibió, mientras InuYasha comenzaba a quitarse la capucha de la chaqueta.

—Increíble —expresó Ayumi, a pocos pasos de ellos—. Tú pelo es igual al de…

—Ella es mi amiga Ayumi —la interrumpió Kagome.

—Claro —fue la siguiente respuesta escueta que InuYasha dio, aunque esta vez la acompañó de un gesto de su mano que venía a ser un saludo.

—Ayumi, él es InuYasha —completó Kagome.

Su amiga abrió la boca para decir algo que de inmediato se calló ante la mirada de Kagome.

—Hola, InuYasha —fue todo lo que agregó.

—Nos queda algo de miso ¿Cierto? —preguntó Kagome, al pasar junto a Ayumi para poner la sudadera de InuYasha cerca de la calefacción que aclimataba todo el apartamento.

—Sí —respondió, ésta, entendiendo aquello como una petición. Se encaminó a la pequeña cocina que no estaba muy lejos de la entrada.

InuYasha comenzó a descalzarse y observó algo del lugar, detallando el espacio en unos pocos metros cuadrados, quizás menos de los que tenían Shippo y él en la casa abandonada que ocupaban. Kagome parecía tranquila con él ahí y su amiga resultaba cordial, a pesar de las alarmas de duda e inquietud que parecía destellar desde ella como pequeñas luciérnagas de neón. No la culpaba, ahora mismo había un extraño en su hogar.

—Pasa, siéntate —lo invitó Kagome, indicando la mesa que tenían a pocos pasos de la cocina.

InuYasha accedió, aún sin aportar nada más a la conversación.

—Cuéntame ¿Qué has estado haciendo estos días? —preguntó ella.

InuYasha la observó, durante un instante de duda ¿Qué podía decirle?

He estado con Naraku, no te he hablado de él, es mi jefe muy a mi pesar, y se maneja en el mundo de la yakuza. Tengo un encargo suyo en el bolso que me regalaste y no he podido entregarlo. Ah, sí, algo más; no he podido dejar de pensar en ti —las palabras fluyeron en su mente y se le atragantaron en la garganta.

—No mucho —fue lo que finalmente se animó a decir.

—Oh, ya veo —Kagome dejó de mirarlo y observó sus propias manos, como si buscara algo más que decir, para luego desviar su atención hasta su amiga. InuYasha entendía que hablar con él no era fácil, sobre todo por lo que no decía.

—Kaede me pidió que te saludara si te veía —se animó a comentar. No era mentira, aunque no era del todo lo dicho. Kaede le había advertido que no fuese idiota y que pasara más tiempo con Kagome.

Parece una buena chica, lo mismo aprendes algo —le había mencionado.

—Oh ¿De verdad? —de pronto Kagome pareció iluminarse cuando lo miró nuevamente— Me encantaría estar con ella nuevamente.

—Volveremos —se animó y aseguró.

—Y podemos llevar a Ayumi —Kagome le sonrió a su amiga.

—Claro, sí —a InuYasha, de pronto, tres personas le parecieron muchas personas.

No agregó nada más al respecto.

No tardaron en tener un plato de ramen caliente delante y mientras cenaban Ayumi hizo unas cuantas preguntas que Kagome respondió sin problema, o al menos eso parecía, hasta que su amiga abandonó la cortesía.

—Bueno, InuYasha ¿Qué hay entre ustedes dos? ¿Son novios o algo? —la pregunta cayó en mitad del espacio que ocupaban los tres.

—¡Ayumi! —se escandalizó Kagome. Su amiga no la miró.

—En realidad, no —fue la respuesta que recibió por parte de InuYasha.

Y era la verdad, aun así, repentinamente el silencio fue como un cuarto compañero que se sentía pesado en el aire. Kagome no supo porque se sintió molesta de pronto, como si aquella realidad que ella conocía bien le fuese arrojada a la cara ¿Qué era esto? ¿Estaba traspasando los sentimientos platónicos por su personaje a este chico a su lado?

Tenía una respuesta clara y casi se encogió al pensar en formarla en su mente.

—Kagome me hace compañía —agregó InuYasha. En ese momento ella lo miró. Aquello no era una confesión, estaba muy lejos de serlo, e incluso así ella sintió que el pecho se le llenaba de emoción. En ese momento InuYasha la miró a los ojos y se quedó sin aliento durante dos segundos.

—Y tenemos un trato comercial —agregó Kagome, queriendo salir de aquella atmosfera extraña e inapropiada.

—¿Comercial? —preguntó Ayumi.

—Sí. Él me deja dibujarlo y yo le pago —una sonrisa forzada se marcó en la boca de Kagome.

—Técnicamente aún no me pagas —acotó InuYasha, como un modo de distender la conversación.

Kagome lo miró y cómo si comprendiera que le estaba dando una salida, se echó atrás en su lugar e hizo un gesto para ponerse en pie.

—Cierto —apuntó— y lo solucionaremos de inmediato —se incorporó—. Ven conmigo —tomó camino por el corto pasillo que había.

—Claro —InuYasha se puso en pie e hizo una suave reverencia a Ayumi—. Gracias por la comida.

Ayumi lo miró por un instante, con una expresión que demostraba lo perpleja que se había quedado.

—Por nada —aceptó el agradecimiento la chica, mientras lo veía seguir a su amiga.

Cuando Kagome entró en su habitación casi soltó un suspiro, prácticamente había huido a este espacio en el momento en que la conversación se había vuelto incómoda. Sabía que estaba exagerando dado que su relación con InuYasha, realmente, no era más que lo que ambos habían expuesto; no obstante no quería hacer partícipe a nadie más en ello. En el momento en que escuchó los pasos de él, acercándose, se obligó a volver a este instante y a hacer un repaso visual de las condiciones en la que estaba su habitación. No había mucho que recoger, ella solía ser organizada para todo, menos para su escritorio. Hacia ahí se dirigió e intentó poner en relativo orden las hojas en las que estuvo dibujando hasta que InuYasha apareció. Miró hacia atrás y ahí estaba él, de pie en el umbral de su habitación. Por alguna razón Kagome sintió aquello mucho más normal de lo que debía ser, siendo que InuYasha nunca había estado aquí. Lo que le resultó más curioso aún fue notar que él parecía estar respirando el aroma del lugar en profundidad, para hablar sólo al final de aquel gesto.

—Huele a ti.

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Continuará

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N/A

Me gusta mucho como va esta historia. La siento viva, intensa y delicada, a pesar de los puntos de fondo que va dejando.

AMO escribir.

Espero que la estén disfrutando y que me cuenten en los comentarios.

Besos!

Anyara