KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XIX
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Kagome avanzaba por las calles que la separaban de la estación de tren y el apartamento en que vivía. Se sentía tranquila y animada, la compañía de InuYasha le resultaba cómoda y natural; como si siempre hubiese estado ahí. Él caminaba a su lado con la usual cadencia que utilizaba cuando paseaban juntos. No hablaba mucho, aunque hoy sonreía bastante, quizás era este el día en que Kagome había podido apreciar más su sonrisa y el modo en que se le iluminaban los ojos en consecuencia. InuYasha parecía especialmente animado hoy y era probable que la situación entre Sango y Miroku lo hubiese ayudado; de hecho aún estaban hablando de ello.
—No me puedo creer que prácticamente se olvidaran de nosotros —expresó Kagome, recordando la forma en que su amiga Sango caminaba junto a Miroku al salir de la izakaya.
—Jamás habría pensado que se llevarían tan bien, más aún con la personalidad de tu amiga —razonó InuYasha.
Kagome se silenció un momento.
—¿Cómo es mi amiga? —quiso saber a qué se refería él.
InuYasha la observó por un instante, quizás su comentario había resultado inconveniente.
—No he querido decir…
—¿Es por la pregunta que te hizo al separarnos? —insistió Kagome. Sango había sido muy incisiva al querer conocer el apellido de InuYasha y éste, con un giro en la conversación, consiguió cambiar el foco de atención de la mujer. Kagome lo había notado y mantuvo el silencio por respeto a lo que fuese que InuYasha no quería contar.
Lo cierto es que InuYasha nunca quería profundizar en aquello; no obstante, ya conocía lo suficiente a Kagome y con ella sentía una forma de confianza que no le era familiar.
—Está claro que a tu amiga le gusta investigar y que no se fía de mí —declaró.
Kagome se encogió un poco antes de responder. Lo cierto es que ella tampoco entendía las razones de Sango.
—Ella es policía, supongo que no le es fácil funcionar de otro modo —quiso disculparla. Sin embargo, incluso Kagome tenía que reconocer que la insistencia de Sango por saber algo más de InuYasha era incómoda. Tendría que hablar con ella.
—No parecía tener ese tipo de complicación en su conversación con Miroku —insistió.
Kagome suspiró.
—Tienes razón —aceptó, finalmente.
Se hizo un nuevo momento de silencio entre ambos y Kagome estuvo tentada a preguntar por ese apellido misterioso que InuYasha no parecía querer revelar. Giraron en la última calle y ella alzó la mirada para encontrarse con un espacio silencioso y vacío de personas. Anduvieron ese espacio en consonancia con el silencio. Lo caminaron despacio, sin ánimo de llegar hasta la puerta que antecedía al edificio. InuYasha miró de reojo a Kagome un par de veces, cuestionando su propia decisión de conservar el hermetismo sobre lo que Sango quería saber. A este paso terminaría contándole toda su vida. Se sonrió al comprender que no le importaría.
—Ya estamos —murmuró Kagome, de un modo tan suave que casi parecía no querer ser escuchada.
—Ya estás —asintió él. Había llegado el momento de separarse por hoy.
InuYasha comenzó a buscar en su mente una razón para verla al día siguiente y el siguiente a ese. Si se esforzaba un poco podría tener tiempo en la semana y encontrarla a la hora en que ella salía del trabajo. Quizás sólo pudiese acompañarla hasta la estación del tren, sin embargo no le importaba verla únicamente por ese corto tiempo.
—Prepararé té ¿Quieres subir? —la voz de Kagome, aderezada por la propuesta que dejaba, lo sacaron de su planificación y se quedó en blanco por un momento— También tengo café, si lo prefieres.
InuYasha se mantuvo en mutismo durante un instante más, mientras Kagome miraba a cualquier punto alrededor de él, para encontrar su mirada sólo por cortos intervalos que no llegaban a completar un segundo.
—Estás sola esta noche ¿No? —preguntó él, queriendo centrar sus propias ideas.
—Sí —respondió Kagome, en un monosílabo y casi sin aire, sólo en ese momento fijó su mirada en la de InuYasha.
Él sintió que todo estaba en el lugar adecuado; ella de pie delante de él con un hermoso arrebol en las mejillas y sus ojos brillantes por la luz de una farola y la propia luz que a InuYasha le parecía que Kagome emitía siempre. Aun así agregó.
—¿No te da miedo estar sola conmigo? —la pregunta era pertinente.
—No —otro monosílabo categórico por parte de Kagome le hizo latir el corazón aún más rápido.
—Y si me convierto en una especie de demonio que no puedes manejar —inquirió InuYasha. Necesitaba que ella sopesara el riesgo. Tenía la sensación de que Kagome era capaz de ayudar a la más vil de las criaturas.
Kagome, por su parte, al escuchar sus palabras se lo imaginó como un ser transformado. Sus colmillos y garras harían palidecer a cualquier animal que destazaba con ellos la carne de sus presas. Se imaginó a aquel ser como parte de su historia y casi pudo escuchar al personaje en su cabeza gruñir, mientras aceptaba la idea.
—Confío en ti —le dijo ella y bajó la mirada como esperando algo.
InuYasha sintió que aquellas palabras parecían una reminiscencia imposible que a punto estuvieron de causarle un escalofrío.
—Café —respondió—, si no te molesta —le sonrió a continuación y pudo ver la forma en que Kagome le devolvía una sonrisa de comprensión.
—Café, entonces —dijo ella y se giró para abrir la puerta que les daba acceso al edificio.
No tardaron en estar en el inicio de las escaleras; InuYasha tras Kagome. Tampoco tardaron en encontrarse junto a la puerta del apartamento que ella compartía con su amiga. InuYasha tuvo un momento para pensar en Shippo y en el modo en que el chico estaba cubierto por esta noche y que no importaría si llegaba más tarde. Aun así pensó en pedirle a Kagome que le permitiese llamar para avisar de su retraso.
—Pasa, ponte cómodo, ya conoces el lugar —dijo Kagome en cuanto se quitó los zapatos y se adelantó unos pasos al interior del apartamento.
InuYasha comenzó a descalzarse, mientras la veía ir hacia el interior del lugar, hasta la habitación que él ya conocía. Notó una cierta alegre inquietud, al poder recrear en su mente detalles de aquel espacio íntimo para ella y se quedó un poco más de lo necesario en el sitio, imaginando los movimientos de Kagome en aquel lugar. Contuvo el aliento al intentar enumerar la cantidad de veces que esta noche se había quedado mirando su boca y deseando probar el sabor de sus labios. Era extraño, dado que era totalmente consciente de lo mucho que la chica le gustaba y aun así, no se había dado tiempo para soñar con ella.
—¿Sigues ahí? —la escuchó decir en cuánto apareció por el pasillo.
InuYasha se preguntó cuánto tiempo había pasado y cuando no pudo responderse, sonrió y dedicó un pensamiento a agradecer que Kagome no leyese la mente.
—Ven, vamos a preparar ese café —lo animó ella e InuYasha volvió a tener una de esas particulares sensaciones de remembranza que lo tocaban en detalles como este. No era el hecho de preparar café, era el modo en que Kagome lo hacía parte de cualquier cosa que emprendía; ella lo consideraba y eso le daba felicidad.
—Y en ese "ven" ¿Qué parte es la que hago yo? —preguntó InuYasha con tono divertido, descansando la cadera hacia la encimera de la cocina.
Kagome le dio una mirada que se detuvo en él un poco más de lo necesario para la tarea que tenían ahora mismo. Cuando se dio cuenta, desvió la mirada a los utensilios que había en un mueble y sacó unos cuántos para ser utilizados.
—Puedes moler los granos —se animó a responder y espero disimular suficientemente bien la efusión que se sentía por estar a solas con él en su apartamento.
La preparación del café comenzó en un silencio que resultaba extraño por lo armónico que era. Estar juntos, efectuando una labor simple, parecía parte de un ritual conocido. Kagome le daba a InuYasha pequeñas indicaciones y él las desarrollaba sin problema. Sólo cuando se sentaron ante la mesa baja que ocupaba el centro de la habitación principal, se dedicaron una mirada que enfocaba a uno en el otro.
—¿Qué tal está Shippo? —intervino Kagome, posicionándose en un tema neutral— No he podido preguntar por él hoy.
—Bien —asintió InuYasha, con cierta sensación de bienestar cuando ella manifestó su interés por el chico—. Está enamorado ¿Te lo había dicho?
—No recuerdo que lo hayas hecho —sonrió y se llevó la taza a los labios para probar el calor del café. InuYasha miró en todo momento ese gesto y aunque Kagome lo notó, ninguno de los dos dijo nada.
—Bueno, como con Shippo nada puede ser fácil, le gusta una chica que es parte de una familia algo conflictiva —InuYasha casi se encogió de hombros al decirlo y le dio una mirada fugaz a Kagome, como si esperase a ver alguna reacción de reticencia ante la información que daba. No obstante, ella se mantenía atenta a lo que él decía—, pero él está enamorado y a esa edad es difícil saber si eso en bueno o no.
Sólo ante esas palabras Kagome mostró una reacción diferente. Pestañeó un par de veces, como un gesto que buscaba aclarar sus pensamientos.
—¿Crees que estar enamorado es malo? —le hizo la pregunta con ese tono franco que InuYasha estaba comenzando a admirar. Bajó la mirada a su taza de café y meditó por un instante la respuesta, mientras veía el líquido oscuro humear.
—Supongo que no siempre te enamoras de la persona correcta —intentó aclarar su pensamiento.
—Creo que si te enamoras, siempre es la persona correcta —Kagome puso especial intención en que sus palabras sonaran categóricas. Sentía interés por la opinión que tenía InuYasha al respecto.
—Pero y ¿Cuándo sale mal? ¿Cuándo uno de los dos engaña o abandona o simplemente no da todo de sí? —de pronto la conversación parecía un debate abierto.
—Bueno, no es que tenga mucha experiencia, sin embargo creo que quien se enamora siempre lo hace de la persona que le va a enseñar algo —quiso desarrollar Kagome. Por un instante, InuYasha sólo pudo pensar en si Kagome había tenido una relación de pareja antes—. Si te engaña, dejas de mirar la fachada y aprendes a observar el fondo de las personas. Si no da todo de sí, aprendes a no cometer ese error y a no conformarte con quién no da lo mismo que tú. Supongo que acompañarse de alguien, por un largo o corto tiempo de vida, debería estar destinado a hacernos mejores.
—Y ¿Las decepciones? —increpó InuYasha. Aquello era algo que mermaba su confianza de forma habitual, en cualquier relación de su vida.
Kagome se encogió de hombros.
—Las asumes —respondió, dando vueltas a su café con una cucharilla mientras mantenía la mirada en la labor—. Hay una frase que leí alguna vez y que me gusta mucho —entonces lo miró a los ojos—; el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.
InuYasha sintió que algo en él se iba expandiendo. De cierta forma parecía como si un sello en su alma se hubiese roto para dar paso a una mayor amplitud y a otra forma de ver el mundo. Se preguntó si aquella sensación duraría y se preguntó, también, si era posible embriagarse de claridad emocional. Miró a Kagome sin poder dejar de hacerlo y pudo notar el modo en que ella pareció evadirlo al principio, para luego fijar sus hermosos ojos castaños en él y sonreír con cierta ingenua alegría. Entonces InuYasha necesitó fijar ese instante en su mente y murmuró su nombre.
—Kagome —la palabra fue casi un suspiro, como una alegoría que representaba el momento que estaba experimentando. InuYasha, sin saberlo, estaba plasmando en su memoria un instante que lo perseguiría para siempre.
Kagome anheló, de un modo inconfesable, que esos labios que ahora pronunciaban su nombre la besaran. No sabía si el contacto esperado podía cambiar en algo el mundo que habitaba; sin embargo ¿Qué era la vida sin incertidumbre?
Separó los labios en el momento en que InuYasha fijó en ellos su mirada, preciosamente dorada. La boca le temblaba, podía sentirlo y el nombre de él pululaba en su mente como una abeja que zumba en mitad del campo de flores que la embriaga de dulzor. Sí, quería besarlo. Sí, quería que este momento se fijara en sus memorias como una de aquellas experiencias de las que ella había hablado un instante atrás. Sin embargo no estaba preparada todavía, lo sabía por la forma en que le temblaban las manos. Así que bajó la mirada, deseando que InuYasha no hubiese notado el modo en que el deseo se había contraído dentro de ella.
—¿Cómo está tu café? —le preguntó, sacándolo del encantamiento en que estaba sumido.
InuYasha reaccionó y un instante después se acercó la taza a los labios para probar el reconfortante sabor. El aroma le llenó la nariz e hizo de ese primer sorbo algo gratificante.
—Muy bueno, gracias —aceptó en cuanto acabó con aquel primer trago.
—Me alegro —Kagome se sintió conforme y algo más tranquila. Su emoción estaba regresando a un estado de mediana calma.
—Te ha quedado casi tan bueno como el café de Myoga —se animó a agregar InuYasha.
—¿Myoga? —era la primera vez que Kagome escuchaba ese nombre.
InuYasha tenía la mirada puesta en su taza de café y sonrió.
—Myoga es un viejo, viejo, amigo —Kagome pudo leer una cierta ternura en el tono que usó—. Es por él que conocí a Shippo —en ese momento InuYasha alzó la mirada y capturó, nuevamente, los ojos de ella—. Me gustaría que lo conocieras.
—¿A quién? ¿A Shippo? —las preguntas brotaron sin mucho sentido, Kagome lo comprendió luego de formularlas.
—No, a él ya lo conoces, aunque no de la forma correcta —InuYasha sonrió y alzó una rodilla, flexionándola para tener un punto de apoyo—. Me gustaría presentarte a Myoga —aclaró.
Kagome tuvo la particular sensación que si aceptaba, estaría conociendo a lo más parecido que tenía InuYasha a una familia.
—Sí —asintió con premura.
InuYasha la miró, sin poder ocultar su sorpresa. Probablemente ya no debería parecerle extraña la forma en que Kagome observaba el mundo y aun así conseguía poner asombro en él.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, en cuánto notó la expresión incrédula de su rostro.
—Nada —negó—, es sólo que eres demasiado honesta para tu propio bien —se explicó.
—Oh, eso —aceptó Kagome, con cierta reticencia. InuYasha reparó en el cambio que se producía en la voz de la chica.
—¿Te ha pasado algo por eso? —movió la pierna y la volvió a la posición original, para poder estar un poco más cerca de Kagome. Se sintió protector con ella de un modo que no podía reconocer de algún otro momento.
—No —intentó decir ella—. Bueno, no en nada demasiado importante —aclaró.
A su mente vinieron recuerdos púberes de cuando aún era demasiado joven como para entender cómo se movía el poder en el mundo.
InuYasha no pudo contener su ansia por cuidar de ella y descansó una frase entre ambos que parecía consolidar algo que adquiría forma de un modo apabullante.
—Yo sé escuchar, por si quieres hablar de algo —declaró con más ímpetu del necesario.
Podría haberse arrepentido; no obstante, no lo hizo.
—Gracias —manifestó Kagome y extendió una mano por sobre la pequeña mesa que los separaba, para tocar una de las de él.
El contacto fue mucho más dulce y caliente de lo que ambos podían concebir y eso produjo un instante de total silencio en todo el apartamento. No había sonido dentro del espacio y tampoco se escuchaba nada proveniente de la calle. La noche parecía haberse engullido cualquier cosa que pudiese distraer la atención de uno en el otro.
InuYasha se sintió tentado a acariciar la mano de Kagome con el pulgar, no obstante se contuvo. Ella pareció inquieta ante el descubrimiento de ese mismo deseo en su interior.
—He recordado que tengo que darte algo —dijo Kagome, poniéndose en pie y de paso, liberando su mano de la sujeción.
InuYasha la miró mientras comenzaba a recorrer el camino por el pasillo hacia su habitación. Entonces Kagome se detuvo, lo miró y lo invitó.
—Ven —le dijo e InuYasha ya no tuvo fuerza para resistirse.
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Continuará.
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N/A
Amo KOTODAMA. Supongo que esta declaración me es inevitable en algún momento, para cada historia que escribo. Si tuviese que analizarlo, creo que el sentimiento surge cuando los personajes se definen y llenan la historia.
Gracias por leer y comentar!
Anyara
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Debido al tiempo demasiado justo que estoy teniendo para la creación, y a que KOTODAMA quería seguir contándose, no he podido sacar a tiempo el capítulo de KAWAAKARI correspondiente a esta semana y en su lugar les dejo una actualización diferente.
Gracias por la comprensión.
