KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XX
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"La magia sucede cuando dos corazones vibran en la misma sintonía y con la misma intensidad."
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InuYasha observó a Kagome mientras iba de camino a su habitación y, contrario a lo que podía pensar cualquiera, viniendo de ella le pareció lo más natural del mundo. Kagome tenía esa capacidad, lo había notado desde su primer encuentro, cuando ella lo siguió por la calle mientras le hacía preguntas que parecían no cuadrar entre dos personas que no se conocían y aun así todo encajaba.
Se puso en pie y comenzó a andar el corto pasillo hasta la habitación de ella. El silencio era grato, parecía estar ahí para darles calma a ambos. InuYasha se quedó de pie en el umbral de la puerta, del mismo modo que hiciese la última vez que había estado aquí.
—Anda, entra —lo animó Kagome, mientras buscaba en un cajón de su escritorio—. Ya disculparás el desorden, salí sin recoger demasiado —expresó.
InuYasha sólo vio un par de prendas de ropa sobre la cama y papeles sobre el escritorio; por lo demás, todo le parecía en orden.
—¿A esto llamas desorden? —quiso saber.
Kagome observó las prendas sobre la cama y se encogió de hombros.
—Bueno, un poco —aceptó, aunque de inmediato dejó a un lado el tema y le extendió un sobre blanco que tenía escrito su nombre; InuYasha—. Toma, esto es tuyo.
InuYasha observó el sobre y casi de inmediato supuso de qué se trataba.
—¿Por qué? ¿Estás acabando el trato? —le sonrió con suavidad, esperando parecer gracioso. Por alguna razón él consideraba que el tiempo junto a Kagome se había pagado, sólo por estar con ella.
—No, pero no quiero acumular deudas —ella hizo un gesto suave, inclinando levemente la cabeza hacia uno de sus hombros, mientras agitaba el sobre en el aire.
—No tienes deudas conmigo —InuYasha sintió que aquella frase sostenía una verdad que iba más allá del trato comercial que habían hecho inicialmente. Sabía que era absurdo, sin embargo, en ocasiones la emoción no se condice con la razón.
—Anda, recíbelo, me quedaré más tranquila —insistió—. Cómprale algo a Shippo —agregó, con ánimo.
En ese instante InuYasha tuvo una idea.
—Creo que sé lo que haré con el dinero, siempre que tú me acompañes —expresó, aún sin recibir el sobre.
Kagome sonrió con cierta traviesa alegría. Pensar en volver a estar con InuYasha la hacía feliz, no podía negarlo.
—¿Cuándo? —quiso saber, aunque en realidad no importaba, diría que sí de todos modos.
InuYasha se sorprendió al notar que Kagome ni siquiera le preguntaba a dónde la llevaría. Las muestras de confianza que la chica ponía en él lo abrumaban casi del mismo modo que lo llenaban de cierta desconocida alegría.
—Mañana por la mañana ¿Te viene bien? —InuYasha intentó esconder la ansiedad que comenzaba a sentir y lo hizo acercándose al escritorio de Kagome para observar algunos de los dibujos que ella tenía a la vista.
—Mhmm… Déjame pensar —Kagome se dio suaves toquecillos en la barbilla con una esquina del sobre. InuYasha la observó de medio lado, perdiéndose parcialmente en lo agradable de ese gesto. Espero en silencio por su respuesta, hasta que la vio sonreír con esa luz que Kagome parecía desprender y de la que él se sentía totalmente seguidor—. Mañana estará bien —volvió a extender el sobre.
—Mañana me lo das —fue la única respuesta que InuYasha dio.
Kagome razonó un segundo y a continuación asintió, metiendo el sobre nuevamente en el cajón del escritorio. Así quedó junto a InuYasha, a poca distancia, mientras éste observaba los últimos dibujos que ella había estado haciendo.
—Cuéntame sobre esta historia —pidió él, en tanto removía las hojas que había por encima para mirar los dibujos que estaban ocultos.
Kagome se quedó en silencio por un instante. Le costaba hablar de todo lo que habitaba en su mente desde que tenía memoria. Era difícil describir la forma en que la historia que estaba creando se componía de los retazos que aparecían en su mente, le parecían epifanías que simplemente reconocía como una verdad en alguna parte. Le había dicho algo de ello a InuYasha, lo justo para que él entendiera cómo era que sus dibujos se le parecían tanto; aun así, tenía miedo al juicio que otro podía hacer de esta particularidad suya.
—Creerás que estoy loca —la simpleza con que hiló aquella frase, contrastaba con el significado de la misma.
InuYasha la miró a su lado. Kagome, descalza, apenas le sobrepasaba el hombro.
—Te sorprendería lo que puedo entender —esta frase, al igual que la de Kagome, fue dicha con total simpleza y sin embargo su contenido era igual de potente.
Kagome le devolvió la mirada, considerando lo alto que le parecía ahora que ella estaba descalza. Se llenó de aire y buscó confianza para comenzar.
—Hilo ideas. Dibujo escenas que veo en mi mente de forma desordenada, igual que una película que llega a trozos —empezó a decir y llevó las manos a alguno de los dibujos, acariciando los trazos de uno en particular en el que InuYasha era el protagonista—. Luego intento ordenar esas imágenes para que creen una secuencia, aunque ahora mismo no tienen mucha lógica.
—¿Cuándo comenzaste a idearlo? —instó InuYasha.
La pregunta parecía totalmente coherente con la conversación, no obstante Kagome sabía que aquí venía la parte compleja; responder. Se encogió de hombros en un gesto lento, que parecía más destinado a protegerse de lo que pudiera decir él a continuación.
—En realidad no lo he ideado o no del modo en que se crea algo que sale de tu imaginación —comenzó a sincerarse—. Es más bien algo que venía conmigo, como si fuese una historia que conocía.
Se mantuvo sin mirarlo, mientras continuaba acariciando con los dedos la tinta ya seca sobre el papel.
—¿Cómo un sueño? —quiso saber InuYasha, recordando los sueños que él mismo tenía.
Kagome lo miró nuevamente y él vio en el brillo de sus ojos que sus palabras la iluminaban.
—Sí. Algo así como soñar despierta —le sonrió e InuYasha vio como un pensamiento le iluminaba aún más la mirada— ¡Por cierto! —exclamó, haciendo un gesto con el dedo índice de la mano derecha hacia su sien, como si aquello detuviera una idea que tenía.
InuYasha presto atención al modo en que ella se hizo de un bloc de dibujo y de un lápiz, para comenzar a trazar algunas líneas. Se mantuvo en silencio, acostumbrado ya a esa faceta de Kagome. Continuó observando los dibujos sobre la mesa, hasta que ella le habló.
—Mírame —le dijo, casi como si se tratara de una orden. InuYasha sonrió con cierto aire refunfuñón.
—¿Tan pronto empiezas con las órdenes? —resultó un comentario gracioso dada la amistad que estaban formando.
—Oh, lo siento, pero no sonrías —la disculpa se anuló a sí misma.
InuYasha fingió molestia, aunque Kagome estaba lejos de prestar atención a la reacción de él; estaba completamente sumida en la tarea que se había propuesto. Así que InuYasha, al verse derrotado por una hoja de papel y un lápiz, se inclinó un poco hacia ella para poder ver lo que estaba dibujando.
—Esos colmillos son enormes —manifestó, algo sorprendido.
—Lo sé, son magníficos —Kagome parecía estar disfrutando.
—Y ¿Esto estaba en tu cabeza ahora? —InuYasha observaba cómo ella iba plasmando un borrador de una imagen de él con rasgos que recordaban a una bestia.
—No exactamente —Kagome respondió e hizo una breve pausa, mientras le trazaba unas líneas en las mejillas al bosquejo—. Te vi, lo vi, cuando mencionaste ahí fuera lo de ser un demonio. Apareció en mi mente y pensé en que debía plasmarlo.
InuYasha observó un poco más y notó que Kagome bajaba el ritmo con el que esbozaba las líneas en el papel. Decidió que lo mejor era dejar que ella terminase de hilar su idea, así que se distrajo nuevamente con los dibujos sobre el escritorio. Rebuscó un poco más, para encontrarse con la misma imagen que vio cuando se quedó dormido en esta habitación; Kagome abrazándolo en lo que parecía un gesto que a él lo pillaba por sorpresa. InuYasha se descubrió pensando en que probablemente se sentiría así si ella se le acercara de ese modo. Contuvo el deseo de suspirar, para mantener en secreto sus ideas.
Removió un poco más los papeles y se encontró con la imagen de un pozo en mitad de un bosque. Advirtió de inmediato el modo en que ese dibujo lo atraía. Lo había visto, lo conocía. Entonces recordó que lo había soñado. InuYasha no era dado a buscar respuestas enigmáticas, su vida había sido demasiado terrena y lo había obligado a estar siempre atento a la realidad como para dar espacio a cuestiones que no podía ver con claridad. No obstante, desde que Kagome había aparecido en su vida él percibía algo parecido a la magia.
—Y ¿Esto? —la pregunta resultó instintiva, dicha en un tono bajo. InuYasha parecía querer guardar su inquietud en un secreto hermético que iba más allá de la soledad en la que se encontraban. Parecía querer comunicarse sólo con el pensamiento.
Kagome observó el dibujo que él le estaba enseñando.
—Sinceramente, no estoy muy segura —comenzó a decir—. Aparece en mi mente así, un pozo en mitad de un bosque y sé que mi protagonista…
—O sea tú —le corrigió InuYasha, mostrándole el dibujo en que ambos aparecen abrazados.
—Bueno, sí —Kagome prefirió ignorar las implicancias emocionales que traía consigo la imagen en que están los dos—. El hecho es que en el templo en que crecí hay una pagoda con un pozo igual a este —tocó el dibujo y sus dedos quedaron a un par de centímetros de los de InuYasha.
Ninguno de los dos acortó esa distancia, mientras el silencio se iba apoderando del espacio. Kagome tuvo la sensación de estar perdiendo algo, igual que si el espacio entre los dos se fuese a abrir hasta separarlos y que ya no se reconociesen.
—Y tú ¿Dónde creciste? —la pregunta que hizo Kagome estaba destinada a terminar con esa sensación de vacío. Apartó la mano del dibujo en el momento de hacerla y giró su cuerpo hacia InuYasha y de ese modo prestarle toda la atención posible a la respuesta que éste pudiese dar.
Él mantuvo el silencio durante un momento. Kagome llegó a pensar que la pregunta lo había incomodado, parecía que InuYasha se había ido muy lejos; al fondo de sus recuerdos. Se dispuso a explicar que no necesitaba una respuesta en realidad. Sí, tenía curiosidad, sin embargo ésta no era más importante que la confianza que quería transmitirle. No obstante, él habló antes que ella expresase su preocupación.
—Mi madre y yo vivíamos en una casa pequeña en un barrio que me gustaba mucho —comenzó a explicar, aún inmerso en los trazos que Kagome había plasmado sobre el papel—. Cada día, al salir de la guardería, mi madre me llevaba a un parque cercano y me ayudaba a escalar por una pared que había para ello —continuó—. Al llegar la noche, me leía un libro lleno de cuentos en el que salían algunas ilustraciones.
—Es un bonito recuerdo —mencionó Kagome, sin poder evitar reparar en que InuYasha en ningún momento aludió a su padre.
—Sí, lo es —aceptó. Sentía que podía confiarle cada detalle de su vida a esta extraña chica que se cruzó un día por su vida. No obstante, no tenía pensado contar más.
—¿Has regresado alguna vez a ese barrio? —continuó preguntando Kagome.
InuYasha arrugó el ceño de forma casi imperceptible.
—No recuerdo dónde está —mintió.
Kagome tuvo la sensación de estar al borde de una barrera y no quería continuar por ahí. Continuó el hilo de la conversación desde otro punto, uno que les permitiera quitar tensión al momento.
—Aún espero a que me cuentes por qué Kaede te llama chico perro —intentó.
InuYasha la miró y se tomó un instante para comprender la forma en que Kagome lo estaba guiando hacia un lugar más seguro que el que ahora habitaba en sus recuerdos. Sonrió con suavidad, agradeciendo por la sutileza de la que Kagome era capaz. El corazón se le aceleró cuando comprendió que todo aquello que veía en ella se estaba haciendo cada vez más grande y más importante; era como abrir la puerta a un mundo nuevo que se moría por comenzar a recorrer y aun así, se quedaba en el umbral.
—Lo siento, en este momento no —InuYasha intentó que sus palabras fuesen ligeras, para responder de ese modo a la consideración que Kagome tenía con él.
La vio hacer un mohín con los labios y notó la forma en que ese gesto le aliviaba el pecho.
—Nunca es momento —se quejó Kagome.
—Te lo contaré algún día —no buscaba conformarla, quizás era al contrario, estaba azuzando el espíritu de guerrera que veía en ella.
—Tendré nietos y me haré vieja antes que eso pase —se mofó ella e InuYasha pensó en que desearía pasar tanto tiempo a su lado como para verla siendo abuela. Desvió la mirada un momento para no perderse en aquel deseo.
—Ya es tarde, creo que debería irme —anunció.
El silencio quedó inmerso entre ambos nuevamente. Ni Kagome, ni InuYasha, sabían exactamente qué esperaban en medio de ese silencio.
—Claro —aceptó ella, finalmente, con un hilo de voz que parecía querer hacer sus palabras inaudibles.
InuYasha asintió y le dio una última mirada al dibujo del pozo. A continuación comenzó el camino de salida hacia el pasillo, en busca de la puerta. Kagome lo observó en silencio. Era alto, eso ella ya lo sabía. Su pelo era largo y platinado, eso ella también lo sabía. No obstante, recién reparaba en el modo en que su andar era suave, aunque seguro, y que la manera que tenía de echar el cuerpo ligeramente hacia adelante era una forma de no imponer con su presencia. Era hermoso.
Se detuvieron al llegar junto a la mesa en la que estaban las dos tazas de café a medio beber. Se habían quedado frías y Kagome lo lamentó.
—No has terminado tu café —mencionó.
InuYasha observó la taza, se inclinó y la recuperó para dar luego un buen sorbo al oscuro líquido que aún estaba ligeramente tibio.
—Ya está —aclaró él, notando el fuerte sabor del café en la boca. Le serviría para tener energía de regreso al lugar en que vivía con Shippo.
—Estás loco —Kagome parecía sorprendida y divertida a partes iguales.
—Quizás —InuYasha se encogió de hombros.
Luego de eso dejó la taza sobre la mesa y se encaminó hasta el genkan para calzarse. Kagome permaneció de pie a su lado y cuando InuYasha se dirigió a la puerta y la abrió, ella lo siguió de cerca.
—No deberías salir, está frio —él buscó advertirle en cuanto notó el aire fuera del apartamento.
—Sólo te acompañaré hasta aquí —aclaró Kagome, trazando una línea imaginaria delante de sus pies, a poco menos de medio metro de la puerta.
InuYasha la observó, mientras ella mantenía la mirada en sus pies. Siguió el gesto que ella hacía al alzar la cabeza y enfocar sus ojos en los propios.
—Vendré por ti mañana —le anunció y Kagome asintió—. Estaré aquí sobre las once —continuó y ella volvió a asentir.
InuYasha sonrió, casi como un último gesto de despedida. No podía dejar de mirarla. No quería marcharse. Y quizás fuese por esa emoción que se le instaló dentro con más fuerza de la que alcanzó a razonar, que se inclinó hacia Kagome y descansó sus labios sobre los de ella en un gesto tan sutil que pareció un suspiro. Uno, dos, tres segundos duró el contacto y luego de ese tiempo se incorporó. La miró a los ojos y comprobó la sorpresa en ellos. Dio un paso hacia atrás, sin dejar de mirarla con una sonrisa que a Kagome se le antojó enigmática y salió del apartamento.
Cerró la puerta antes de marcharse.
Kagome se quedó de pie, callada, y con los latidos de su corazón resonando en los oídos.
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Continuará.
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N/A
Me gustó mucho escribir este capítulo, siento que ha fluido sin problemas. Creo que en él han quedado sutiles pistas que en algún momento tomaran una forma más concreta. También amé ese contacto de labios inesperado y dulce.
Gracias por leer y comentar.
Anyara
