KOTODAMA

"El alma que reside en las palabras"

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Capítulo XXIII

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Registro bibliográfico

Pergamino Nº 62

Descubrimiento 8828, Sengoku

Sesshomaru estuvo en la aldea y se acercó a nuestra cabaña. Kagome estaba a unos metros de nosotros, limpiando con lentitud las hojas que le ayudé a recolectar esta tarde. La miró, con lo que quizás podría interpretar como nostalgia; los años habían intentado humanizarlo y quizás lo consiguieron un poco.

'Sabes que puedo apartar a los esbirros de la muerte cuando estos lleguen '—dijo, con la misma indiferencia de siempre.

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La luz azul de la baliza del coche de policía destacaba a pesar de los letreros de neón que cubrían la calle. La presencia de aquella intermitencia conseguía que el ambiente se enrareciese, y que la mayoría de las personas que transitaban por la calle lo hicieran con algo más de precaución. No era habitual que un vehículo de este tipo bloqueara la calle. La policía permanecía delante de un club cercano al Kyomu lo que resultaba preocupante, más aún cuando había otro coche perteneciente al servicio forense y eso conseguía que un hecho extraordinario tomase un carácter sórdido.

InuYasha comenzó a acercarse, disimulando su presencia. Se ajustó la capucha roja un poco más como parte de su ritual de invisibilidad. No estaba seguro de si era realmente efectivo, sin embargo, hasta ahora le había funcionado. Se acercó con sigilo y vio a un inspector de la policía que pudo reconocer y eso hizo que se detuviese por un momento. Buscó un ángulo que lo ayudase a mantener su anonimato y observar lo que estaba pasando, lo encontró junto a la pared de un edificio adyacente. No pudo evitar pensar que aquello tenía relación con lo sucedido unas noches atrás en el club.

Jakotsu y él tuvieron que hacerse cargo de un cliente que les dio una serie de problemas por haber consumido una sustancia que, al parecer, llegaba a manos de los clientes dentro del mismo Kyomu. InuYasha no era ignorante, ni tampoco ingenuo, sabía que entre los negocios de Naraku se movía droga. No obstante, ésta siempre se había manejado de forma muy discreta y controlada. Algo que se les estaba escapando.

Cuando InuYasha revisó los bolsillos de señor Midori, el cliente de noches atrás, pensó que había encontrado unas pastillas. Más tarde se enteró que no era exactamente así. Suikotsu, un médico que los ayudaba con los problemas procedentes del negocio, le aclaró que el sobre contenía un par de cápsulas con un líquido que se podía ingerir o usar a modo de gotas en los ojos. El médico no quería asegurar nada sin analizar el contenido, sin embargo Suikotsu creía que se trataba de una droga de diseño. El señor Midori había tenido que pasar una buena parte de la noche bajo la observación del médico, que consiguió controlar con efectividad los efectos que la droga había dejado en el cuerpo del hombre.

Luego de aquello, Jakotsu y él habían recorrido unos cuántos clubes de la zona, preguntando a los conocidos que había en el negocio por situaciones similares. En un par de sitios aceptaron haber tenido algún episodio que podían encajar con lo que ellos narraban.

Desde el club que vigilaba podía ver que había policías que entraban y salían, así como a trabajadores encargados de ese club y que él conocía del tiempo que llevaba por la zona. Al paso de un momento consiguió distinguir que sacaban un cuerpo desde el interior del lugar.

InuYasha observó la escena un poco más y cuando el inspector de policía fijó la atención en su dirección, retrocedió un palmo para guarecerse tras un letrero de neón que disimulaba bien su figura. InuYasha sabía de quien se trataba, aunque el hombre no lo conocía. Era el inspector Sesshomaru Taisho, hijo mayor de un antiguo capitán de la policía, Toga Taisho, quien había muerto en una emboscada hace más de veinte años. InuYasha debía de sentir algo, se suponía que así fuese, no obstante ambas personas eran sólo nombres vacíos para él.

Se dio la vuelta y comenzó a marchar por una de las callejuelas estrechas que había entre edificios. Conocía esas rutas a la perfección y eran los caminos que prefería a la hora de recorrer el barrio. Mientras caminaba en dirección al hotel que llevaba Miroku, se permitió pensar en la familia Taisho. Había conocido sobre ellos hace unos cuántos años, en el momento en que decidió hacer averiguaciones sobre su padre. Por entonces, lo único que quería saber era por qué su madre y él se habían quedado solos.

Fue por ese tiempo que conoció a Myoga.

El hombre le fue recomendado por Kaede, ella le había dicho que si quería saber algo sobre alguna persona, Myoga tenía contactos a los que preguntar. InuYasha no esperó encontrar un lugar como el que regentaba y menos verse involucrado en las actividades comunitarias de aquel sitio.

Una mañana a la semana le prestaba ayuda y a cambio Myoga hacía averiguaciones con lo poco que tenía InuYasha sobre su familia; el nombre de su madre y su propio apellido. De ese modo estuvo asistiendo, durante unos seis meses, al centro comunitario que llevaba Myoga y que era una especie de híbrido entre comedor y guardería. Al principio se sentía molesto por no obtener mayor respuesta por parte del hombre, además de tener que lidiar y entretener a niños que no conocía. Cada vez que le preguntaba sobre su asunto, Myoga le respondía con un: está en marcha, y de paso le hacía algún encargo. De ese modo InuYasha conoció a personas que trabajaban en el mercado y que le donaban al centro comunitario algunos ingredientes para que el hombre preparase las comidas diarias. En algún momento se preguntó qué historia podía haber tras Myoga para que se dedicara a esto. Esas mismas personas empezaron a pagarle pequeñas sumas por ayudar en sus tiendas e InuYasha comprendió que había otras formas de ganar dinero. Quizás no era suficiente como para salir del Kyomu, sin embargo saber que era posible significaba un comienzo.

En una de esas mañanas Myoga se le acercó con un sobre de color blanco y del el tamaño de una hoja de papel para carta.

Espero que te sea útil —había dicho el hombre al extender el objeto. InuYasha lo recibió y entendió que encontraría respuestas—. Si necesitas más información, te pondré en contacto con Totosai.

En aquel grupo de papeles, InuYasha halló nombres, fechas y eventos. Supo que su padre estaba casado en el momento de morir y que tenía un hermano mayor. No hizo juicio sobre aquello, dado que en los cortos años que llevaba vividos había visto muchas cosas y eso le enseñó que todas las historias tiene más de una cara. De todos modos quiso saber más.

Una tarde se acercó a la estación en la que trabajaba el sargento de policía Sesshomaru Taisho. No tenía claro qué buscaba, quizás, simplemente quería ver de cerca a alguien que llevaba su misma sangre. Dio un par de rodeos por las calles aledañas a la estación y finalmente se animó a preguntar a una pareja de oficiales que salía a hacer su ronda.

¿Se encuentra el sargento Taisho en la estación? —era la primera vez que mencionaba el nombre en voz alta.

Los oficiales respondieron de forma dubitativa e InuYasha les agradeció y caminó, aún indeciso, hacia las puertas de la estación. Tuvo que hacerse a un lado cuando un coche de policía entró a más velocidad de la recomendada por la calle interior y se detuvo a dos pasos de distancia de donde él estaba de pie. A continuación pudo ver que Sesshomaru Taisho salía por el lado del conductor y se dirigió con poca consideración a un oficial que había junto a él.

Pon a este engendro en una celda —dijo, mientras ajustaba a sus manos unos guantes blancos.

InuYasha se quedó en silencio, observando al hombre que tenía ocho años más que él. Su apariencia era diferente, aunque compartían el pelo platinado y los ojos dorados, herencia de su padre. InuYasha ya conocía este detalle, no obstante, ver directamente a una persona con características similares le causó una sensación, mezcla de interés y total desapego. Después de todo no eran nada.

¿Necesitas algo? —Sesshomaru le había preguntado con tono adusto. InuYasha pensó en qué podía responder, en realidad no necesitaba nada de él— ¿Nos conocemos?

Para InuYasha fue evidente que al hombre le había llamado la atención su aspecto.

No, nada —respondió y se alejó.

Esas fueron las únicas dos palabras que le había dicho al otro hijo de su padre.

Unos meses después se puso en contacto con Totosai. El hombre le pareció sacado de un manga de novela negra que emulaban las historias de detectives del cine norteamericano. La oficina que tenía estaba situada en el subterráneo de un edificio viejo y la única luz exterior que recibía era la que entraba por una ventana alta que estaba a nivel de la calle. InuYasha podía ver a las personas pasar por entre las cortinas viejas que le daban algo de privacidad al espacio. Le pareció que el hombre debía de dormir en ese mismo lugar y aquello le pareció particular. Nuevamente, y cómo era su costumbre, no hizo juicio de aquello; él mismo tenía una habitación en el Kyomu en la que sólo cabía una litera, una mesa pequeña y una estantería en la que dejaba algunos libros.

Myoga te manda ¿No es así? —fue el recibimiento que tuvo por parte del hombre que había dicho aquellas palabras mientras sostenía un cigarrillo entre los labios y ojeaba un legajo de papeles de una de las siete pilas que tenía sobre el escritorio bajo. Todo alrededor de él era una interminable acumulación de papeles e información.

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A InuYasha no le faltaba mucho para llegar al sitio en el que se encontraría con Shippo. Habló con él por teléfono unas horas antes y se aseguró que el chico estaba bien, y de pasó le comunicó que cenarían juntos en una izakaya que conocían y que estaba a unas cuántas calles de la casa que compartían. Debía reconocer que ahora que Shippo tenía ese móvil le era más fácil tomar decisiones que los involucraban a ambos. Por un momento pensó en la posibilidad de usar uno de los teléfonos que mantenía disponibles Naraku para quienes trabajaban con él, sin embargo, desechó la idea de inmediato. Mientras menos favores pendientes hubiese entre los dos, antes podría escabullirse de la red que tejía el hombre. Ante ese mismo pensamiento se preguntó ¿Qué era lo que hacía que, a pesar de querer desaparecer del mundo que conocía, aún se ocupara de investigar para el Kyomu?

Se sonrió. Quizás era inevitable que se formaran ciertos lazos de lealtad con quienes conocías, aunque no fuesen las personas más adecuadas. Al día siguiente iría al Horaana a comunicar lo que sabía para que Naraku tomara las medidas adecuadas. Tenía claro que mientras siguiese trabajando bajo su tela, tenía que actuar de forma inteligente.

Cuando entró por la calle en que se encontraría con Shippo, pudo ver que éste ya estaba en el lugar. Era fácil identificarlo por su coleta rojiza, además de los rasgos desgarbados que había adquirido con la adolescencia. Parecía distraído con su móvil y llegó a ver que sonreía al escribir algo. InuYasha sonrió de forma refleja, y caviló sobre cómo ampliar el futuro del chico que ya estaba dejando atrás la adolescencia. Para él era su familia y esperaba ayudarlo a crear un futuro como el que la familia real del muchacho habría deseado. Pocas veces hablaban del pasado de Shippo, su madre había muerto al poco de nacer él y su padre lo cuidó todo lo que le fue posible.

—¿Algo interesante? —le preguntó, cuando estuvo a pocos pasos de distancia. Shippo alzó la mirada y se enfocó en él.

—No te escuché llegar —metió el móvil en el bolsillo del pantalón—. Siempre llegas con observaciones ¿No sabes saludar con un hola?

InuYasha volvió a sonreír, comprendía que aquella queja estaba destinada a ser una cortina para esconder lo que estaba viendo con alegría en el teléfono.

—Me parece que te has inquietado ¿Qué leías? —InuYasha hizo un gesto que era el amago de intentar llegar al móvil en el bolsillo de Shippo, aunque en realidad no pensaba tomarlo.

—¡Eh! —éste exclamó y se movió a un lado— ¿No has aprendido que la curiosidad no es buena compañera?

—Vaya, te estás volviendo sabio —lo incitó un poco más. Llevaban días en los que se habían visto muy poco e InuYasha era consciente de que debían pasar más tiempo juntos.

Eso lo llevó a pensar en la necesidad de encontrar un mejor lugar para estar. Shippo no parecía incómodo con la forma de vivir que compartían, no obstante, InuYasha pensaba en que debía ampliar las posibilidades para el muchacho ya que conocer otras cosas le daría perspectiva. Sacudió esas ideas de su mente, no quería oscurecer el momento.

—¿Tienes algo que ocultar? —InuYasha sonrió con cierta malicia, regresando a su simulación de robo. Shippo se adelantó unos pasos hacia la izakaya.

—Mejor vamos a cenar, cerrarán pronto —advirtió.

InuYasha lo observó andar por delante, ignorando totalmente sus palabras. Era lógico que Shippo pensara que esto no pasaba de ser la puya entre dos amigos, y en parte lo era. No obstante, InuYasha se sentía preocupado por la relación que mantenía el chico con una de las integrantes de la familia Raijū. Conocía la fama de los hermanos mayores de Soten y detestaba que Shippo estuviese involucrado con ellos, de cierta forma. Se sentía intranquilo por lo que una relación adolescente podía suscitar. Así que buscó clarificar lo que pensaba, después de todo no era responsabilidad del chico saber lo que podía preocupar a su tutor ilegal.

—Sabes que existen los condones ¿No? —InuYasha le soltó aquella frase, y debía reconocer que era poco afortunada. No la había pensado demasiado. No obstante ¿Cómo le decías a un adolescente al que tenías a cargo, y que era como tu hermano, que tomara precauciones?

Shippo detuvo su andar en un instante y hasta pareció retraerse un poco. InuYasha interpretó el gesto como el recogimiento que causa el dolor del pinchazo de una aguja fina y larga. Se mantuvo en silencio un par de segundos.

—Espero que tú también lo sepas —respondió Shippo, girándose solo un poco, lo suficiente para ser oído—, después de todo te pasas mucho tiempo con tu chica.

InuYasha separó los labios y tomó aire para replicar ante aquello. Kagome y él no eran nada en realidad, quizás un par de amigos con un extraño sentimiento flotando entre ambos, el que lo había impulsado a poner en los labios de la chica un beso sobre el que ella no había dicho nada.

—Lo acepto. Me lo merezco —InuYasha adelantó con rapidez los dos pasos de ventaja que le llevaba Shippo y anduvo alguno más para luego azuzarlo—. Vamos a cenar ¿No cerraban pronto?

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Continuará

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N/A

Esta historia se lleva una parte de mi corazón con cada capítulo. Su médula está en mi mente desde el inicio, aunque como todas las historias me van sorprendiendo a través de los capítulos así que de cierta forma ella también se cuenta para mí.

Gracias por acompañarme en la maravillosa aventura de crear.

Besos

Anyara