KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XXIV
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Probablemente para InuYasha este sería un día complejo, aunque él aún no lo sabía. Las primeras horas las había dedicado al trabajo que efectuaba en el mercado y aún tenía los hombros cansados de levantar peso, sobre todo las cajas de Kabocha's de la señora Shoga. La mujer le pidió que llevara una de estas cajas al comedor de Myoga, junto con una nota en un sobre cerrado. InuYasha aceptó sin hacer mayor comentario, del mismo modo que llevaba haciendo los últimos años.
Luego de aquello había tomado la ruta que lo llevaría al Horaana. No quería aplazar más la entrega de información a Naraku. Miró la hora en un reloj de los tantos que había en la estación de tren. Pronto sería la pausa para comer de Kagome y aunque no le había dicho nada sobre pasar por su trabajo, aquello le pareció posible e intentó acallar la voz interna que le advertía que su necesidad de ella era preocupante. Caminó algo más despacio, para darle tiempo a sus pensamientos de ordenarse. Su parte racional le decía que era una necedad desviarse del camino sólo para ver a Kagome unos minutos, además, ellos no eran nada y no había una relación que pudiese esgrimir como causa para su aparición. No obstante, su parte emocional lo dirigía directamente hacia el andén por el que pasaba el tren que lo llevaría junto a ella.
Suspiró, sabiendo mejor que muchos que ir contra los deseos era un desgaste inútil de energía.
No tardó demasiado en andar las calles que separaban la estación de tren del estudio en que trabajaba Kagome. Llevaba unos cuántos días sin verla o comunicarse con ella debido a sus ocupaciones y, quizás, también al temor que experimentaba frente a los sentimientos que la mujer le despertaba. Para él era completamente nuevo, absurdo y extraño, el mantener una ilusión en su vida. InuYasha nunca había anhelado algo realmente. Desde que era un niño su afán había estado en sobrevivir, e intentar hacerlo de un modo en que su madre llegase a estar orgullosa de él si pudiese verlo. Por un momento recordó una oración que le había enseñado y que le pedía que repitiesen juntos antes de dormir.
Te imploro que, en el centro del Cielo, escuches mi humilde y reverente súplica: Protégeme de forma benevolente, e indulgente, muéstrame el camino recto. Lleno de gratitud espero que todo se haga conforme a la voluntad del Ser Supremo.
InuYasha, sin siquiera pensarlo por entonces, hizo de esa oración un mensaje y una petición. Buscó ser por sí mismo lo que ésta pedía, al menos cuando comenzó a sentirse con la capacidad de dirigir parte de su vida. No era de la clase de persona que dedicaba tiempo a la fe y hace mucho tiempo dejo de orar, sin embargo, esas palabras que le enseñó su madre eran una de las pocas referencias que tenía de lo que ella habría querido para su hijo. Se preguntó si Kagome conocería esta oración y cómo sería su vida en el templo de su familia. El último día que estuvieron juntos ella lo invitó a pasar por ese lugar e InuYasha sintió una profunda contradicción. Por una parte experimentó la alegría fresca de percibir aceptación por parte de Kagome, tanto así que ella parecía abrir y abrir puertas para él. Incluso en el Ichidō, junto a Myoga, Kagome parecía cómoda. Sin embargo, por otra parte, se sentía intimidado por lo mucho que se estaban acercando. InuYasha tenía claro que cuando ella se alejara, por la razón que fuese, él iba a sufrir. E incluso, ante ese pensamiento, estaba de pie frente al sitio en que la muchacha trabajaba.
Escuchó una puerta y se quedó mirando el lugar por el que Kagome había salido las pocas veces que vino por ella antes. El corazón le comenzó a latir fervorosamente, quitándole el aire en el proceso. Esperaba que lo recibiera con agrado.
El primero en salir fue el hombre aquel que hostigaba a Kagome. InuYasha no lo había vuelto a ver desde el primer encuentro que tuvo con la chica. Sus pensamientos comenzaron a divagar en torno a esa situación y a que sería bueno hablar con ella y saber si iba todo bien a ese respecto. Esa reflexión se rompió cuando la vio salir hacia la escalera lateral del edificio. InuYasha, que habitualmente se mostraba tranquilo como un modo de control ante las situaciones que le tocaba enfrentar, se descubrió buscando su calma en la línea blanca que delimitaba la estrecha calle. No tardó demasiado en alzar la mirada para buscar la de Kagome, entonces se encontró con que ella le sonreía.
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La Horaana estaba a sólo dos manzanas e InuYasha se dirigía al lugar con un aire optimista que distaba mucho del que habitualmente cargaba cuando venía a este sitio. Haber estado con Kagome, aunque sólo fuese por el tiempo que ella se tomaba para comer, le dio una carga de buen ánimo que se veía acrecentado ante la posibilidad de volver a verla en unos días más. El asunto que lo traía a la residencia de Naraku pasó a segundo plano, en comparación con la sonrisa que Kagome le había mostrado cuando lo vio esperando por ella. Luego de aquello se había mostrado dispuesta a contarle detalles de los últimos días de trabajo y de las felicitaciones por sus avances que provenían del maestro para el que estaba trabajando. InuYasha sonrió con suavidad ante el recuerdo, no obstante, en el momento en que tomó la última calle, la sonrisa que tenía se vio oscurecida y acabada en el instante en que le pareció distinguir a Renkotsu saliendo de la calle en que se encontraba la Horaana.
InuYasha se echó hacia la pared y buscó un espacio junto a la puerta de una tienda para ocultarse del hombre y asegurar que su vista no lo engañaba. Hasta dónde sabía, Renkotsu no conocía la residencia de Naraku, nunca había estado aquí. Quizás algo había cambiado y al pasar menos tiempo en el Kyomu, ya no se enteraba de estas cosas. Sin embargo, sabía que Jakotsu se lo habría contado. Una vez confirmó que era él y vio que se alejaba lo suficiente como para que no lo reconociera, InuYasha retomó su ruta sin dejar de pensar en lo extraño que resultaba esto. Renkotsu no era un tipo que se caracterizara por su inteligencia, se podía decir que era relativamente astuto y funcional para efectuar trabajos menores; el tipo de trabajos que Naraku encargaba a otros comunicar.
Todavía conjeturando en su cabeza, InuYasha encontró que la entrada al edificio estaba despejada, como era acostumbrado. Siguió el ritual de acceso pasando por la primera puerta sin problema e ingresando la clave que abría la segunda. Una vez estuvo en el ascensor, notó el modo en que sus defensas se agudizaban un poco más. Haber estado con Kagome parecía jugarle en contra en este momento, dado que ella le transmitía un optimismo que no era apto para el mundo en que él se movía. Respiró hondamente en busca de sus salvaguardias. Al llegar a la quinta planta, las puertas se abrieron y tuvo ante él la figura estilizada y serena de Kikyo. Ella lo miró a los ojos y entró en el ascensor obstaculizando el paso.
—Baja conmigo —dijo la mujer y a continuación pulsó el botón que la dejaría en la planta baja—. De todas maneras Naraku está en el ofuro —agregó con cierto desprecio.
InuYasha no objetó, necesitaba algo más de tiempo. Se quedó en el mismo lugar en tanto Kikyo se detenía a su lado mientras ambos miraban su reflejo en el lustroso metal del ascensor. En más de una oportunidad se había preguntado qué tipo de relación tenían Kikyo y Naraku. Podía suponer cosas, sobre todo a causa de las escasas oportunidades en que los vio juntos cuando ella apareció en el Kyomu.
—¿Vienes a dar algún reporte? —el cuestionamiento que hizo la mujer venía acompañado por su habitual tono de indiferencia. InuYasha se preguntaba si realmente había algo que la hiciese feliz, tenía la sensación de no haber visto jamás en ella una sonrisa despreocupada y libre.
—No tengo costumbre de hablar de mi trabajo —objetó. Kikyo no era ajena a su modo de conducirse en los temas que lo traían con Naraku.
La escuchó sonreír sin alegría.
—Quizás quieras hablar de alguna otra cosa —lo instó y alzó la mirada hacia él. InuYasha le devolvió aquella mirada hacia abajo, a pesar de los altos tacones que llevaba, sólo conseguía superar por unos centímetros su hombro, y se encontró con la intensidad fría de los ojos castaños—. Por cierto, quiero ir de compras nuevamente —le anunció.
—¿Y? —el monosílabo brotó de él con total naturalidad. Podía suponer lo que Kikyo quería decir. Ella sonrió.
—Llamaré a esa agencia y pediré al chico agradable de la última vez —el sonido del ascensor les avisó de la llegada a la planta baja. Kikyo dio dos pasos hacia la puerta y se giró de medio lado— ¿Crees que lo envíen?
InuYasha extendió la mano para pulsar el botón del quinto piso y respondió.
—Trabajo es trabajo.
Kikyo sonrió un poco más, mientras la puerta del ascensor se volvía a cerrar.
—Claro —aceptó.
InuYasha no podía negar que la mujer le resultaba intrigante. En ella había cierta dulzura que parecía asomar bajo las capas de maquillaje y ropa cara que usaba. También recordaba una oportunidad en la que al salir por la parte trasera del Kyomu de camino a la izakaya de Kaede, pudo ver que Kikyo estaba junto a una muchacha joven y delgada, que apenas parecía haber cumplido la mayoría de edad. InuYasha, sigiloso como era, consiguió no ser visto. Kikyo le entregaba unos cuántos billetes a la chica, además de poner sobre los hombros delgados la chaqueta que ella misma llevaba. Con el tiempo InuYasha pudo ver a la muchacha en el restaurante que regentaba Kikyo, la chica se llamaba Shoko.
La puerta del ascensor lo invitó a bajar en la quinta planta, e InuYasha hizo el recorrido habitual por el largo pasillo que lo llevaba a la zona en la que Naraku habitaba durante el tiempo que permanecía en el Horaana. Sabía que el hombre se ausentaba de vez en cuando y nadie podía responder en dónde se encontraba. Alguna vez se lo pregunto a Kagura y ésta contestó con un chasquido de su lengua sin agregar nada más. InuYasha interpretó aquello como un malestar profundo en la mujer que nunca parecía conforme con la vida que tenía. A pesar de ello, siempre cumplía los mandatos de Naraku.
Las mujeres que habitualmente abrían las puertas shōji, estuvieron prestas a hacerlo sin faltar. En más de una oportunidad InuYasha tuvo intención de preguntar el nombre de ellas, no obstante, el papel que cumplían resultaba tan riguroso que jamás lo miraban a los ojos. No se sorprendió al ver que lo esperaban a pesar de no acordar una cita previa; el Horaana estaba lleno de cámaras que lo informaban todo.
—Gracias —se animó a decir en cuánto estuvo en la primera estancia. La respuesta que le dieron las mujeres fue una reverencia perfecta antes de deslizar nuevamente el shōji.
Se quedó de pie en mitad de la habitación, con el sonido de la cascada artificial que llenaba el lugar de una inquietante calma. No tardó demasiado en escuchar a su izquierda la voz de otra mujer que venía pulcramente vestida con su yukata.
—El señor lo espera en la sala del ofuro.
InuYasha asintió con un gesto, sin mostrar ninguna emoción ante las palabras de ella.
Se adentró en la habitación siguiente, la biblioteca, que era el lugar en que se reunía de forma habitual con Naraku. Desde ahí la mujer lo guío a la siguiente estancia, abriendo la puerta para que él pasara. De inmediato notó el aire cargado de la humedad que producía el vapor de aquel baño caliente. Se trataba de una sala con el espacio suficiente para tener un ofuro en el que entraban unas seis personas de forma holgada. Olía a hierbas y aquello aligeraba la sensación de pesadez en el aire. La luz que entraba por entre las persianas verticales de madera verticales que había en las ventanas, era suficiente para conseguir un espacio iluminado y a la vez íntimo. InuYasha se mantuvo de pie a un par de metros de la tina de baño y Naraku le sonrío mientras era masajeado por una mujer que veía por primera vez.
—Te presento a Jasumin —dijo el hombre en tono cadencioso y sin alzar la mirada.
La mujer, cuyo nombre significaba jazmín, le sonrió de un modo delicado que InuYasha sólo pudo relacionar con el refinado gusto que tenía Naraku para todo aquello que lo rodeaba. Le resultaba extraño el contraste del espacio privado que mantenía, con la forma en que lo había visto ensuciarse las manos, y el traje, cuando se trataba de negocios.
—No te esperaba —fue lo siguiente que Naraku dijo. En ese momento lo miró.
—Ha surgido algo —InuYasha mantenía las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Ya veo —aceptó Naraku con calma—. Jasumin, mi yukata.
Sí —fue el monosílabo que InuYasha le escuchó decir a la mujer que de inmediato se puso en pie exhibiendo su total desnudez. Se detuvo un momento en observar el modo en que el agua le hacía brillar el cuerpo. No le era ajena la desnudez femenina, la había visto desde que era un adolescente.
—Es hermosa ¿No te parece? —Naraku hizo la observación. InuYasha se encogió de hombros y decidió fijar la mirada en algo menos comprometido, encontrando así un rayo de luz que daba sobre una de las plantas que se asfixiaban con el vapor del lugar.
Naraku se puso en pie y recibió la yukata de manos de una Jasumin que ahora vestía una prenda similar. A continuación InuYasha escuchó el agua al agitarse mientras el hombre salía del ofuro para cubrirse.
—Vamos —le dijo en cuanto paso por su lado e InuYasha lo siguió.
Se adentraron un poco más en el espacio de aquel piso. InuYasha creía conocer todo lo que había en él, así que no se sorprendió al entrar por una habitación contigua a la del baño y encontrar una mesa baja para comer. La mesa estaba servida con un par de ollas de hierro que se mantenían calientes gracias a unos hornillos con un fuego tenue.
—Siéntate —lo invitó. InuYasha sabía que era una invitación de aquellas que no aceptan réplica, así que se acomodó sobre uno de los cojines que había en el suelo de tatami.
Naraku tomó un cuenco y una cuchara. InuYasha pudo ver y oler el curry que había dentro de una de las ollas y a su, ahora, anfitrión servir una cantidad generosa. A continuación hizo lo mismo con unas cuantas cucharadas de arroz y se lo acercó.
—Come —más que una sugerencia era una orden. InuYasha la acató con calma. De cierto modo le recordó a las primeras comidas que compartieron juntos, en el tiempo corto en que le fue permitido ser un niño. El silencio los acompañó mientras Naraku se servía una ración de comida similar a la que había puesto para él. En ocasiones como esta InuYasha cuestionaba las razones del hombre para haberlo recibido a su lado. A pesar de todo lo que sabía de él, había algo que no conseguía dilucidar. Siempre podía simplificar su personalidad, como hacía la gente simple, y pensar que Naraku no era más que un rufián al que le importaba más el dinero que las personas. InuYasha, no obstante, presentía que había más y quizás por eso había venido a ponerlo al corriente de algo que le resultaba peligroso. El peligro no era para Naraku en realidad, si no para aquellos que dependían del trabajo que les daba. Sí, era un mundo retorcido y corrupto e InuYasha creía que pocos espacios no lo eran.
—Ahora, cuéntame —Naraku se dirigió a él.
InuYasha le explicó lo acontecido con el cliente del Kyomu unas noches atrás y Naraku le mencionó que ya conocía de aquello por el informe que le daba Kagura a diario. A continuación InuYasha le habló del cadáver que vio sacar de un club cercano y de sus sospechas. Naraku se mantuvo en silencio y parecía sopesar la información que estaba recibiendo.
—También encontré esto en los bolsillos del señor Midori —sacó el sobre de papel en que estaban las pastillas del cliente que Jakotsu y él sacaron del Kyomu.
Naraku observó el sello con un gesto áspero y pareció cavilar por un momento antes de dejarle caer una orden.
—Te quedarás en el Kyomu durante un tiempo.
InuYasha se tensó, no esperaba tener que hacerse cargo de esto de ese modo.
Y ¿Qué esperabas? —sus pensamientos lo traicionaron.
Lo cierto es que pensaba que advirtiendo de esto a Naraku, evitaría problemas mayores para el club y la posibilidad de tener algún cliente que saliera en una bolsa del servicio forense. Quiso replicar y abrió la boca para decir algo. Naraku alzó una mano con el dedo índice ligeramente alzado en un gesto que incluso resultó elegante.
—No —le advirtió—. Simplemente tendrás que pasar menos tiempo con la chica esa a la que ves.
Luego de decir aquello, Naraku lo miró con el rojo de su iris destellando la oscuridad de sus ideas. InuYasha sintió que si no estuviese tan furibundo se le helaría la sangre. Hiciera lo que hiciera, Naraku siempre conseguía acorralarlo.
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Continuará.
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N/A
Estoy contenta con el resultado de este capítulo y con el desarrollo de la historia. Espero que ustedes también estén disfrutando de la lectura.
Gracias por acompañarme en esta hermosa aventura de crear.
Anyara
