KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XXVI
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Hola, soy InuYasha. No he podido llamar antes. Espero que estés bien.
Kagome miraba el mensaje en el móvil, mientras el tren la llevaba hacia el trabajo. Lo había recibido la noche anterior, estando con sus amigas, y aún no sabía qué responder o si debía hacerlo.
¿Qué clase de mensaje era ese? —se preguntaba.
Por una parte le alegraba que InuYasha no hubiese olvidado su compromiso de comunicarse y al menos enviara una disculpa por la tardanza. Sin embargo, sus palabras resultaban tan genéricas que bien podrían ser las del técnico de la lavadora anunciando que no podía venir esta semana.
Kagome bufó molesta y desvió la mirada hacia la ventana del vagón al darse cuenta que un par de personas repararon en el sonido que acababa de hacer. En ese momento, mientras los edificios y las calles intrincadas iban pasando con rapidez ante ella, escuchó en su mente la voz del personaje que la había acompañado durante toda su vida.
Ahora ya no te parezco tan malo —se mofaba de ella.
Estuvo a punto de soltar un ya cállate, no obstante, presionó con fuerza sus labios para evitar que las palabras se le escaparan. De todos modos lo dijo en su mente, comenzando así una breve conversación con el InuYasha de su historia.
Me callaría si no tuviese razón, pero la tengo —insistió el personaje.
No es que tengas razón, es que siempre quieres tenerla —fue la respuesta que Kagome generó en su mente.
La tengo.
Refutó el InuYasha que siempre la había acompañado, al que veía como un ser maravilloso que la protegía y advertía. Desde que su infancia era este InuYasha el que aparecía en su mente y la ayudaba cuando se sentía insegura. No obstante, en algún momento comenzó a contarle una historia a través de escenas y de alguna manera eso la había distanciado de él, o ¿Era la aparición de una persona real idéntica a él?
No la tienes —insistió y tomó una cajita de dentro de su bolso en la que tenía un par de auriculares. La música la ayudaba a distraerse y eso era lo que necesitaba ahora mismo.
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Shippo se encontraba de pie en el cruce de una calle cuando apenas pasaba de media tarde, la hora que él mismo catalogaba como la mejor del día. Cada día venía a este mismo lugar y hora para esperar a Soten cuando ella volvía de la escuela. Llevaban así unos cuántos meses en los que acompañaba a la chica cerca de la casa en que vivía con sus hermanos, alargando los minutos con pasos lentos mientras se contaban algunas cosas de su día. En ocasiones, muy pocas, el silencio se hacía parte del trayecto y sus dedos se enredaban en una suerte de agarre lo suficientemente cercano como para mover la barrera de la amistad. Shippo solía retener un suspiro cuando aquello sucedía, para no quedar en evidencia delante de la chica, después de todo no estaba seguro de cuán correspondido era. Tenía la leve sensación de que enamorase te hacía sentir así, inseguro, como caminar sobre piedras redondas que en cualquier momento te podían hacer tropezar. Alguna vez pensó en preguntar a InuYasha sobre ello, sin embargo, a pesar de la confianza que le tenía, le costaba exponer sus emociones de esa manera.
No tardó demasiado en ver a la chica a cierta distancia. Respiró hondamente cuando la vio detenerse y hacer un gesto a sus amigas para despedirse de ellas. La siguió con la mirada, mientras ella se acercaba y miró al suelo para calmar la emoción que notaba con cada latido. No quería que leyera en sus gestos lo inquieto que se ponía cada vez que se encontraban, menos aún que notara el modo en que le temblaban las manos cuando la tenía a corta distancia y el tiempo que le tomaba recobrar la calma.
—Hola, Shippo —saludó Soten, con ese deje altivo resonando en su voz y la alegría que la caracterizaba. Shippo debía reconocer que aquel era uno de los rasgos que más le gustaban de ella.
—Hola —respondió, al principio con cierta cautela, para luego imbuirse fuerza— ¿Qué tal ha ido el día? ¿Has hecho algo en clase de arte?
Soten traía consigo el bloc de dibujo que usaba para los bocetos.
—Sólo unas pocas rayas —ella quiso quitar importancia al trabajo que había hecho.
—¿Puedo verlo? —Shippo se aproximó un poco más a la muchacha, en parte para apreciar el trabajo y en parte como excusa; le gustaba la sensación de cercanía que compartían en momentos así.
Soten abrió el bloc y le enseñó un boceto bastante adelantado de un paisaje a través de una ventana. Shippo supuso que se trataba de una ventana de la escuela, y cuando se lo iba a preguntar la chica habló.
—Hoy debo ir pronto a casa, mis hermanos quieren que esté con ellos antes de su trabajo de esta noche —le explicó y Shippo notó la misma pesadez en el pecho de cuando la tenía lejos; ya la extrañaba, aunque aún permanecía con él.
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La noche estaba fría y aun así Kagome no claudicaba en su empeño por terminar el bosquejo que quiso comenzar hace un largo rato. Hoy había decidido venir a la casa de su familia en el Templo y en cuánto pasó por delante de la pagoda del pozo, una imagen plagó su mente. Saludo a su familia y compartió con ellos un largo momento. El abuelo le contó unas cuántas cosas sobre la procedencia de unas semillas, las usaría para cuando comenzara con la preparación de la pequeña huerta que mantenía en la parte trasera de la casa. Su madre, poco después, le contó las novedades que tenía sobre algunos conocidos de la zona. Kagome prestó toda la atención posible, dado que las últimas visitas que había hecho a la familia resultaron cortas y algo dispersas por su parte. Luego de aquello, y de pedir a Souta que no se quedase hasta demasiado tarde con el videojuego en que estaba, se acercó a la pagoda del pozo y la observó.
No estaba segura de qué quería plasmar exactamente, la pequeña edificación llevaba ahí mucho tiempo y no cambiaría a corto plazo, así que en realidad podía dibujarla en cualquier momento; incluso podía tomar una fotografía con el móvil y trabajar en su apartamento. Sin embargo, tenía la necesidad de hacerlo en el lugar y de forma directa, para captar los detalles de la luz y la sombra, el espacio y el entorno.
Se sentó en uno de los bordillos que había alrededor, y en cuyo interior crecían hermosas flores durante la primavera, para desde ese lugar comenzar con el boceto. No sabía el tiempo exacto que pasó desde entonces hasta ahora, no obstante, notaba las mejillas y la nariz heladas por la baja temperatura. No creía que fuese a nevar, dado que el cielo se mantenía despejado, en un día de lluvia probablemente vería caer los copos.
Un poco más —repitió en su mente. El bosquejo estaba casi completo y desde ahí podía, quizás, construir una historia que encajara con las partes que el InuYasha de su cabeza había ido dejando.
En ese momento la luz de las farolas que había alrededor parpadeó. Kagome alzó la mirada del dibujo y observó el entorno, preguntándose si el evento se repetiría. Al notar que éstas se estabilizaban, regresó a la hoja en que estaba trazando las últimas líneas que consideraba necesarias para captar la esencia de lugar. Observó el trabajo hecho con la mirada crítica del artista, que la mayor parte de las veces era como un cuchillo afilado que sólo sabía chirriar sobre aquello que podía considerar un fallo.
La luz volvió a parpadear un par de veces para dejar el lugar sumido en la oscuridad.
Kagome se quedó mirando alrededor durante el tiempo suficiente como para que sus ojos se acostumbraran a la penumbra. Luego de ello se quedó disfrutando del silencio que sucedía luego de un corte de luz, debido a todos aquellos aparatos que dejaban de funcionar de improviso. Cuando ya estaba cavilando sobre la posibilidad de regresar a la casa en que pasaría la noche, pudo ver a dos figuras que provenían de ese mismo lugar. Una de ellas vestía el uniforme escolar que Kagome tuvo durante la secundaría; camisa blanca con una aplicación de color verde, además de una falda plisada del mismo color verde. La otra figura, la que más llamó su atención, era la de un chico vestido con ropas antiguas de color rojo y un pelo plateado que destellaba bajo la luz de las estrellas; InuYasha.
Kagome contuvo el aliento, mientras observaba algo sobrenatural que parecía estar ahí, del mismo modo que parecía ser el efecto residual de algo que había existido.
InuYasha parecía tener prisa y ella pudo reconocer por la expresión de su cuerpo, la ansiedad que manifestaba como un rasgo habitual. También fue testigo del modo en que el personaje que habitualmente estaba en su cabeza, tomaba de la mano de la Kagome que ella estaba visionando y la instaba a ir más rápido hasta la puerta de la pagoda en la que estaba el pozo. Pudo ver como InuYasha la abría con un movimiento fuerte y fluido, lo suficientemente dramático como para mostrar una especie de enfado que ella sabía que enmascaraba su emotividad floreciente. La puerta que consiguió abrir era espectral, se sobre ponía a la puerta real de la pagoda que aún permanecía cerrada. No obstante, ese no fue un obstáculo para que Kagome pudiese seguir los movimientos de aquellos dos seres que parecían sacados de su propia mente. Los vio avanzar hacia el interior de la pagoda y perderse en ella. Al paso de un instante, y a causa de la ansiedad, se puso en pie para acercarse hasta la puerta cerrada de la pequeña construcción. Tocó con cautela la madera reseca por el tiempo, y consiguió percibir algo parecido a una emoción. Se quedó muy quieta, esperando a que las sensaciones en su corazón encontraran palabras para ser manifestadas y de ese modo su mente pudiese interpretar lo que estaba sintiendo. Sus pensamiento fueron dirigidos hacia algo profundamente sobrenatural y aun así no le costó comprenderlo, dado que toda su vida había estado rodeada por ideas que nadie podía comprender; un amigo imaginario que la había acompañado siempre. Una vez se sintió con la fuerza suficiente como para abrir la puerta que conectaba al pozo, lo hizo. Kagome notó ansiedad, aunque no del tipo de ansia que podía quitarle la paz, ésta iba asida a la posibilidad de un descubrimiento que ella notaba oculto en su memoria, no obstante, no lo podía definir. Era como saber que bajo una gruesa capa de nieve había tierra y que eventualmente ésta se descubriría.
Miró hacia el interior oscuro de la pagoda que sólo le mostró un lugar vacío y oscuro con la estructura, levemente visible, del antiguo pozo.
A continuación la luz volvió a llenar las farolas.
¿Qué esperabas encontrar? —escuchó la voz del InuYasha que la había acompañado toda su vida.
Kagome suspiró. No tenía respuesta para esa pregunta.
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El murmullo que sucedía por todo el recinto conseguía que InuYasha se sintiera como en casa. Contrario a lo que podían pensar aquellos que lo conocían fuera de este ambiente InuYasha se sentía cómodo en el Kyomu, o Antan que era su nombre cuando llegó aquí. Tenía una particular relación de amor odio con el sitio, dado que su segunda infancia y su adolescencia se gestaron entre las paredes y las vivencias del lugar. Conocía cada acción, cada tipo de movimiento de los clientes y del personal que atendía, conocía cada método para hacer más rentable el negocio, así como lo necesario para solucionar conflictos. De cierto modo, InuYasha se sentía seguro en medio de aquello que conocía y en lo que era bueno. Sin embargo, por otra parte, ansiaba una vida lejos de la banalidad intrínseca que había en este mundo.
Te sirvo algo —preguntó por tercera vez la chica que ponía las copas en la barra. InuYasha la miró y ella se mantuvo impávida, sin mostrar ninguna emoción; ese era el efecto que dejaba el Kyomu, y los sitios como éste, en las chicas que se quedaban por más de un par de años.
—Sake.
No pensaba beber, no lo hacía mientras estaba trabajando, menos cuando el alcohol poblaba el cuerpo de la mayoría de las personas del recinto. La mujer le acercó una pequeña copa que InuYasha observó por un segundo e hizo un gesto con la cabeza para mostrar algo de cortesía. A continuación pudo ver a Jakotsu que se le acercaba y le hacía un gesto a la mujer que a continuación le puso una copa pequeña igual a la que tenía InuYasha.
—¿Qué tal se está de regreso? —Jakotsu habló y apuró el trago, bebiéndolo con un único sorbo.
—No he regresado, sólo estoy de paso —InuYasha aclaró algo que Jakotsu sabía bien.
—Lo que digas —respondió éste, con su típico tono condescendiente. De paso, se pidió otra copa.
InuYasha volvió a hacerse parte del murmullo del lugar, como si éste le hablara en una especie de clave que sólo era comprensible cuando has pasado mucho tiempo dentro de aquel ecosistema. Si lo pensaba con detenimiento, había algo que podía catalogarse de cultura en los lugares en los que habitaba el vicio. A medida que se transitaba este camino se descubría cierta dignidad en las personas que frecuentaban estos sitios a la hora de aceptarse a sí mismos como la parte decadente de una sociedad.
Una mujer de pelo rojizo y ojos verdes se acercaba hasta la barra. InuYasha la había visto en una mesa alejada, junto a dos hombres que le sonreían con entusiasta alegría. La mujer era atractiva, quizás algo joven, la había visto un par de veces cuando ella llegaba o se iba del Kyomu.
—Ella es Ayame —le informó Jakotsu, sin estridencias, del modo confidencial en que le contaba lo importante.
—La he visto —aceptó InuYasha.
—La trajo Kouga, no hace mucho. Es muy cuidadoso con el trato que le dispensan los clientes —agregó Jakotsu.
InuYasha asintió una vez, como muestra de su comprensión, y observó a Kouga que se mantenía cerca de la entrada, controlando quienes entraban. InuYasha valoró el tener que hablar con él hombre, por poco que se gustasen, para llevar un control sobre los nuevos clientes.
Cuando Ayame de acercó a la barra, como parte de su trabajo que consistía en pedir aquello que los clientes iban a beber. InuYasha se dirigió a ella.
—¿En qué mesa estás? —la pregunta fue hecha en el tono que se usaba en el lugar, las florituras y las presentaciones pocas veces estaban en estas conversaciones.
—Atiendo a los de la siete —la respuesta resultó sagaz y afín al método. InuYasha apreció aquello en la muchacha.
—Cambia a la doce. Mandaré a otra chica a atender la siete —InuYasha llevaba un rato observando la apariencia y la conducta de los dos hombres que estaban en la mesa doce. Uno de ellos fumaba con calma y miraba el entorno con displicencia, el otro parecía algo más inquieto, enfadado, como si estuviese esperando a algo para poder marcharse.
Ayame asintió una vez, dándole una mirada de soslayo a InuYasha que éste devolvió y mantuvo.
—Quiero que estés atenta a cualquier cosa que puedan decir que parezca un canje o un negocio —pidió a la mujer, que asintió con suavidad—. Pero primero ve con tu novio y cálmalo, parece que en cualquier momento vendrá a intentar cortarme la cabeza.
Ayame enrojeció repentinamente.
—¿Qué? No, Kouga no es mi novio —quiso aclarar.
—No dije su nombre —InuYasha sonrió.
Ayame tomó aire y parecía que iba a suspirar, sin embargo se contuvo. Luego de aquello se perdió un momento por la zona interior del Kyomu. InuYasha pudo ver que Kouga le dirigía un par de palabras a Ginta, uno de los chicos que él mismo había reclutado para el club, y a continuación entró a la zona interior.
—No se te escapa nada —Jakotsu alabó el instinto de InuYasha. Éste, sin embargo, hizo un sonido especulativo.
—Yo diría que se me escapa algo —contrapuso—. Llevo aquí varios días y lo único que tengo es a un par de tipos demasiado serios en una mesa.
Jakotsu miró a la mujer que atendía la barra para que le sirviese otro sake. InuYasha lo detuvo.
—Bebe el mío —deslizó la copa, unos centímetros, en dirección a su amigo.
—Oh, beber de tu copa es casi erótico —se mofó Jakotsu. InuYasha soltó una risa desenfadada.
—No pararás nunca —lo que podría haber sido una pregunta, resultó ser una afirmación.
—No, hasta que me presentes a tu chica —lo instó una vez más. Llevaba varias puyas en los últimos días y aquello hacía más evidente para InuYasha lo mucho que quería ver a Kagome.
—No es mi chica —expresó, del mismo modo que lo había hecho en las ocasiones anteriores.
Jakotsu bebió el sake y a continuación soltó un sonido suave dirigido a ser una mofa.
—Renko no opina lo mismo. Aún no recupera la voz —insistió.
InuYasha no respondió a eso último, no obstante, pensó en que Renkotsu se lo merecía.
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Continuará.
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N/A
Esta historia se está tomando su tiempo, sin embargo me gusta que lo haga. Hay tanto que contar aquí aún.
Espero que disfrutasen y que me cuenten en los comentarios.
Un beso y feliz inicio de año.
Anyara
