KOTODAMA
"El alma que reside en las palabras"
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Capítulo XXVII
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La noche de trabajo había resultado larga, más de lo que InuYasha esperaba. El resultado de permanecer por tantas horas en el Kyomu le estaba pasando la cuenta y lo poco que había sacado en claro sobre el encargo que le hizo Naraku, era un augurio del largo trabajo que le esperaba en el lugar. La droga que estaba entrando al club no parecía dejar rastro. Sin embargo, InuYasha se había propuesto seguir la huella de ello por muy difícil que fuese.
Muy pocas personas sabían sobre su familia, apenas Myoga y Totosai, y probablemente ellos podían llegar a comprender que sintiera como si algo de su padre permanecía en él cuando se daba a la labor investigativa. No podía negar que notaba cierto orgullo extraño que parecía no tener cabida en una vida huérfana y solitaria como la suya. No obstante, en ocasiones, los lazos eran irrefutables.
Sus cavilaciones tenían lugar mientras InuYasha caminaba con calma, la misma calma que notaba en el ambiente a una hora en que la vida nocturna le pasaba el relevo al día. Respiró profundamente, quizás desafiando a lo que podía considerar adecuado en medio del hedor de uno de los barrios más truculentos de la ciudad. Aun así, tuvo la sensación de que el aire olía a amanecer. Aquella impresión le pareció curiosa, sobre todo, porque nunca se había planteado eso a pesar de lo mucho que conocía las madrugadas en la calle. Miró a lo alto por en medio de los edificios que formaban el callejón por el que iba. La oscuridad del cielo era total, más aún cuando las luces la ciudad ocultaban del todo las estrellas. Pensó en que se sentía embriagado, quizás aquello fuese simplemente a causa del sueño dado que no había bebido nada de alcohol, después de todo llevaba más de veinticuatro horas despierto.
Pensó en que debía descansar algo, por mucho que deseara continuar con las labores habituales de su vida. Recordó a la señora Shoga y su sonrisa de comisuras arrugadas cuando él se acercaba.
Por una parte se sentía culpable de no estar en el mercado para ayudarla con las cajas que tenía que mover de un lado a otro, no obstante, sabía que ella podía contar con algún otro ayudante que le daría una mano en su reemplazo.
Un sonido captó su atención, se trataba del ruido de una botella que rodaba por sobre el asfalto de la calle y el sonido de unos cartones que eran removidos. Miró en dirección a ese ajetreo y se encontró con una persona que extendía la mano para tomar la botella y regresarla al lugar que probablemente ocupase antes.
InuYasha se limitó a girar en aquella misma esquina, sin hacer juicio de lo que acababa de ver. Después de todo ¿Quién era él para saber la vida que había llevado cada persona o lo mal o bien que había sobrevivido a ésta?
A pocos pasos se encontró con la puerta trasera del Butsuda, el hotel que llevaba Miroku, y tuvo deseos de suspirar de alivio al concebir unas cuantas horas de descanso. Dio dos toques en la puerta de madera, como era habitual, y al paso de un momento ésta se abrió y descubrió ante él al hombre que se encargaba de todo cuando Miroku no estaba.
—Hachi —InuYasha lo nombró y le hizo una suave reverencia como saludo. El hombre, de estatura media y pelo ligeramente entrecano, le respondió con un gesto similar.
—Bienvenido, señor InuYasha —fueron las palabras de Hachi.
—Por favor, no me llames así —intentó evitar la formalidad excesiva, como tantas veces hacía.
—Cualquier amigo del señor Miroku se merece mi respeto —Hachi cerró la puerta, una vez InuYasha estuvo en el interior.
—Ni siquiera estoy seguro de que Miroku se merezca la consideración que le das —sonrió InuYasha.
—Oh, sí, claro que la merece —aseguró Hachi, cuya historia InuYasha no conocía realmente. Cada vez que Miroku mencionaba algo que pudiese ir en esa dirección, terminaba diciendo que se trataba de una historia muy larga.
—No pondré en duda tu palabra —aceptó InuYasha.
Escuchó la sonrisa del hombre que venía un par de pasos tras de él.
—¿Cuánto tiempo se quedará hoy? —preguntó Hachi— Es para dejarle una nota al señor Miroku.
—Un par de horas, supongo. Necesito reponer energía —confesó InuYasha. Se detuvo al llegar ante la recepción y dejó paso a Hachi para ir tras el escritorio que mantenían ahí.
—Entiendo —aceptó el hombre, mientras comenzaba a buscar en un cajón. A continuación le extendió la llave y una pequeña caja. InuYasha vio el contenido a la vez que Hachi decía—. Le pueden venir bien, esta noche ha estado muy concurrido.
La caja tenía un par de tapones para los oídos. InuYasha sonrió, en parte por lo que implicaban aquellos elementos y en parte por la cortesía innata de Hachi.
—Gracias —le dijo y luego de eso tomó camino a la habitación que solía usar.
No pudo evitar los recuerdos que iban llegando poco a poco hasta él. Sonrió en el momento de poner la llave en la puerta, rememorando la inquietud de Kagome ante los sonidos que provenían de las demás habitaciones el primer día que la trajo aquí. Por una parte, reconocía que había sido un acto impulsivo, no obstante, necesario en ese momento.
Al entrar notó de inmediato el olor persistente del difusor de lavanda que Miroku disponía dentro de cada habitación. InuYasha comprendía la razón para ambientar las estancias, más aún en una como ésta que carecía de ventana y sólo tenía un respiradero en la parte alta. Se acercó a la mesilla de noche, tomó el recipiente con las varillas de madera y se encaminó al baño para dejarle caer un buen chorro de agua a todo. Apagó la luz de una ventana falsa decorativa que mostraba un letrero de neón que decía amor. Eso era algo nuevo, no estaba ahí la última vez que él y Kagome habían venido aquí. Su mente recreó la risa que ella soltaría en caso de ver aquello. Suspiró ante lo que ese tipo de conexiones estaban significando para él. Se acercó a la cama y se dejó caer sobre ella, notando la forma en que los músculos de su espalda soltaban la tensión del día.
Se quedó mirando al techo por un momento y observó la mancha que había en un lateral de éste, a pocos centímetros de la pared. Era la misma mancha que a InuYasha siempre le había parecido la huella de la pata de un gato. Recordó que esa idea cruzó su mente la primera vez que estuvo aquí, la noche que conoció a Miroku. Su pensamiento lo llevó a rememorar, de inmediato, aquel momento.
El encuentro había sucedido hace unos pocos años. Probablemente no era tanto tiempo como para la consistencia de la amistad que habían formado. Cuando se toparon aquella primera vez, en la misma calle por la que estaba la puerta trasera del Butsuda, InuYasha acababa de salir de una pelea con una pandilla que buscaba hacerse lugar en la zona a base de puños y alguna navaja. El corte que recibió en aquel momento, a un costado del cuerpo, daba fe de ello. Miroku había salido a tirar la basura a los contenedores que se encontraban en el callejón y lo descubrió a él sentado en el suelo, casi adormecido por el dolor y el frío.
Supongo que el otro fue el que ganó —le había dicho con aquel aire solemne que tenía en las ocasiones menos pensadas.
Te equivocas. Yo gané —aclaró InuYasha, con la voz entrecortada por el esfuerzo de hablar y aun así con convicción y cierto absurdo orgullo.
Eso no parece posible —continuó Miroku.
InuYasha había querido replicar, sin embargo el frío, el dolor y la pérdida de sangre lo habían debilitado.
¿Quieres que llame a alguien? —Miroku hizo gala de una cortesía que para InuYasha resultaba extraña.
No —fue todo lo que respondió.
Su amigo, que en aquel momento era un desconocido, se mantuvo en silencio un instante. InuYasha cerró los ojos, esperando a que el mareo se le pasara, para así poder evaluar si tenía fuerza suficiente como para regresar al Kyomu. O quizás fuese mejor idea ir con Kaede.
Soy Miroku ¿Quién eres tú? —escuchó que se presentaba, interrumpiendo sus cavilaciones.
InuYasha abrió los ojos con pesada calma y miró al hombre que parecía querer ayudarlo sólo por estar ahí. Buscó evaluar su honestidad, no obstante, estaba demasiado cansado.
InuYasha —aceptó decir su nombre.
Recordaba haberse sentido sorprendido ante la reverencia que le hizo Miroku, y que fue el inicio de una serie de actos de bondad que para InuYasha resultaban particulares. Le prestó ayuda y le permitió pasar unas horas en la misma habitación en la que ahora se encontraba. Eso lo llevó a pensar en el poco tiempo que pasaba con Miroku, a pesar de lo generoso que siempre se había mostrado con él.
Suspiró. Estaba agotado. Cerró los ojos y el mismo pensamiento anterior lo llevó a concluir que con Kagome tampoco lo estaba haciendo bien. Quería hablar con ella, no obstante, tenía el tiempo consumido. El sopor del sueño comenzaba a deslizarse por su cuerpo, y decidió que le dejaría un mensaje que ella pudiese responder cuando despertara.
No le resultó difícil encontrar el móvil que llevaba en el bolsillo de la sudadera, aunque mantener los ojos abiertos le estaba costando un poco más. Buscó el contacto de Kagome y le puso un mensaje escueto y directo.
¿Puedo pasar por tu apartamento mañana a medio día?
Luego de eso, InuYasha cerró los ojos y el sueño comenzó a apoderarse de su voluntad. No tardó demasiado en notar que el teléfono vibraba en su mano y abrió los ojos, notando el sobresalto de ser sacado del estado de letargo en que entraba.
Se sorprendió al ver que Kagome respondió a esa hora. Aún faltaban unos minutos para las seis de la mañana.
¿Estás trabajando? —era lo que decía el mensaje.
InuYasha respondió— He terminado hace poco.
Entiendo ¿Dormirás ahora? —Kagome hizo una nueva pregunta, sin responder aún a lo que él había preguntado.
Sí. Un rato —fue escueto, a pesar de sentir que quería decir muchas cosas más.
Bien. Ven cuando despiertes, te estaré esperando —fue la respuesta que ella finalmente le dio.
InuYasha la leyó un par de veces, parecía querer encontrar entre las palabras algo que le hablara de reciprocidad, porque él estaba sintiendo demasiadas cosas en el pecho que lo llevaban a entender que Kagome estaba lejos de serle indiferente. En realidad, sus sentimientos por ella estaban muy alejados de la indiferencia. Lo sabía, porque había aceptado doblegarse ante Naraku a cambio del bienestar de Kagome.
¿Estás molesta? —quiso saber. La conocía lo suficiente como para notar cierta frialdad en sus mensajes.
El móvil en su mano se quedó sin respuesta por un par de minutos. InuYasha llegó a pensar que Kagome ya no respondería, sin embargo, cuando iba a intentar dormir nuevamente, el aparato vibró en su mano.
Sí lo estoy, un poco. Aun así te espero mañana.
El mensaje le resultó agridulce. Quizás el cansancio no le permitía comprenderlo de otro modo. InuYasha decidió cerrar los ojos y en ese momento vio la última sonrisa que Kagome le había regalado.
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¿Puedo pasar por tu apartamento mañana a medio día?
Ahí estaba el mensaje. Kagome lo había mirado unas cuántas veces desde que se despertó y aunque se sentía alegre por saber de InuYasha, también estaba molesta por estos espacios vacíos que él dejaba en lo que fuera que tenían. Pensó en que incluso siendo una amistad, los amigos no podía desaparecer así de la vida del otro.
Con su mente refunfuñando sobre ese pensamiento, Kagome tomó la toalla que había dejado sobre su cama y se fue hasta el baño para darse una ducha que la despejara. Habitualmente el agua la ayudaba a calmar sus estados de ánimo, no obstante, en este caso no parecía funcionar. Mientras se mojaba el pelo y tanteaba el shampoo que estaba sobre la pequeña repisa que tenían Ayumi y ella en el interior del espacio de la ducha, en su mente se repetía aquel mensaje de InuYasha.
¿Puedo pasar por tu apartamento mañana a medio día?
—¡Claro que puedes pasar! Lo mismo que ayer, y el día anterior o una semana atrás —la voz le salió más aguda de lo que esperaba y se preguntaba ¿Por qué no había respondido algo como eso cuando recibió el mensaje?
Te gusta —dijo, de pronto, el InuYasha de sus pensamientos. Hasta se lo imaginó apoyado hacia el umbral de la puerta.
—Oh, cállate —le respondió con cierto hartazgo.
Pero es cierto, te gusta —él insistió, en un tono que a Kagome le resultó algo fanfarrón.
No se animó a seguir con aquella conversación, dado que el InuYasha con el que había compartido sus pensamientos y espacios vitales tenía razón.
Finalmente el agua se llevó consigo parte de su incomodidad. Kagome aún no sabía que le molestaba en realidad. Por una parte estaba ansiosa por ver a InuYasha y por otra quería recriminarle por el abandono en que la dejaba, sin embargo, ella no tenía derecho sobre él. Entonces cuestionó si el problema era el título que recibía, o no, la relación que tenían. Llegada a ese punto comprendió que cualquiera fuese la situación entre ambos, ella seguía sin tener derecho sobre él.
Se mantuvo con ese pensamiento en mente mientras sostenía la punta de dos faldas en sus manos, sin llegar a decidir cuál quería usar.
—La verde, esa te queda muy bien —optó Ayumi, entrando en su habitación. Ella ya estaba preparada para salir.
Kagome la miró y luego hizo lo mismo con la falda, decidiendo que su amiga tenía razón, la falda verde era adecuada para hoy. El color, acompañado por el pequeño corte que tenía sobre la pierna izquierda, le aportaba optimismo y seguridad.
—Sí, creo que tienes razón, será la verde —aceptó y la sacó del armario para modelarla por encima del cuerpo, y hacia su amiga.
—Te queda muy bien —la animó Ayumi y agregó— ¿Estarás bien con él a solas?
—Sí, no te preocupes —Kagome intentó transmitir seguridad a su amiga.
—Bien —Ayumi sonrió aceptando sus palabras. Había algo particular en su mirada y a Kagome no le pasó por alto. De alguna manera le recordaba a su madre cuando pensaba que ella no había estudiado suficiente para algún examen importante.
—¿Pasa algo? —quiso saber Kagome.
Su amiga vaciló, llevando la mirada a los objetos más llamativos de la habitación; el escritorio, la ventana, la lámpara de noche. Finalmente se enfocó en Kagome que esperaba con plena atención.
—No pasa nada, sólo venía para despedirme, mi madre me espera a comer —le recordó Ayumi.
—Dale saludos de mi parte —Kagome quiso ser cortés, aunque le parecía que su amiga aún tenía más para decir. Notó que llevaba algo en la mano que escondía tras en el pliegue de la falda que vestía. Luego la miró a los ojos con la expresión de una hermana cariñosa.
—Sé que no es asunto mío, Kagome —dudó y vio que se daba suaves golpecitos en la pierna con la mano oculta—… aun así…
A continuación hizo un movimiento rápido hacia el interior de la habitación, para dejar algo sobre el escritorio.
—Adiós, Kagome —se despidió mientras salía por la puerta sin mirar atrás.
Ella se acercó hasta la esquina del escritorio y tuvo que dedicar un momento al pequeño objeto que Ayumi había dejado en él. A continuación comprendió de lo que se trataba y se le calentaron las mejillas.
Vaya, condones —pensó.
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Continuará.
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N/A
Escribir esta historia me llena de alegría y a la vez me carga de mucha nostalgia. Es entretenida en la superficie, aunque tiene muchas cosas de fondo que son más significativas.
Muchas gracias por leer y comentar
Un beso
Anyara
