El Ascenso de un Científico Loco

¡Descubriré cómo Funciona el Mundo!

El Enviado. La Opción

Me desperté de una forma tan ruidosa, que parecía que me hubiera ahogado y muerto, siendo resucitado de puro milagro, sin embargo, no había agua en mis pulmones o en mi ropa. Ni siquiera estaba en algún lugar cerca del agua, de hecho…

'¿Dónde estoy?'

Me senté más que desorientado, mis recuerdos siendo una mezcla de contradicciones que comenzaban a provocarme una jaqueca que me llevó a apretar el puente de mi nariz, bajar la cabeza y respirar, tratando de poner en orden mi cabeza.

¿Repetí mi vida cómo Tetsuo o me convertí casi por accidente en un sacerdote?

¿Viví una vida que solo fue llenada por la investigación o mi vida giró en torno a una persona especial?

¿Había muerto sin conseguir formar una familia como quería mi madre cuando era Tetsuo o…?

"¡Maldita diosa de porquería! No tenías que jugar con mi cerebro, ¿sabes? Eso podría considerarse cómo hacer trampa."

No recibí respuesta, cómo era obvio. Los Dioses fueron muy claros. No intervendrían en este juego… y si perdía, me esperaba esa terriblemente vacía vida a solas. Sin Rozemyne. Incluso sin el imbécil de Laurenz. La idea de que recuperó sus recuerdos porque yo estaba ahí me cruzó la mente un momento, haciendo que un agudo dolor me atravesara el cráneo, impidiéndome abrir uno de mis ojos.

Laurenz habría sido un sacerdote de todos modos, pero sin sus recuerdos como Shuu no necesitaría de un padre que lo guiara, solo iría por ahí siguiendo las órdenes de su señora y haciendo bromas a los sacerdotes y doncellas que le cayeran bien… tampoco se casaría con Alerah ni recrearía nada de nuestra vida anterior… no tendría a mi mejor amigo ahí volviéndose mi hermano.

La vida perfecta no era más que una ilusión.

Mi vida no había sido fácil. Me desprecié la mayor parte del tiempo, pero eso me enseñó muchas cosas, aprendí sobre amistad, amor y familia, no solo sobre esfuerzo, conocimiento y arrogancia.

Gane más de lo que podía imaginar.

Estaba furioso con Mestionora justo ahora, sin embargo, obligarme a ver esa vida me hizo más consciente de lo afortunado que soy, '…el único problema es que ahora siento amor filial por Galtero. Si pudiese cambiar algo dentro del tejido seria darle a él un buen Erwachlehren y eliminar a su asistente principal… Egh… tendré que ayudarlo de algún modo cuando regrese. Ahora me siento culpable por no haberme convertido en su hermano bautismal…'

Me tomé un momento para recuperarme y poner en orden mis pensamientos y sentimientos. Cuando logré calmarme vi a mi alrededor, poniéndome de pie para estudiar el lugar en el que me encontraba. Era un bosque que me provocó una extraña sensación de deja vu. Era como un sueño, o el sueño de un sueño.

Como si ya hubiese estado aquí.

"Te has vuelto un hombre muy bueno, Ferd."

"…mamá?"

La voz que sonó a mi espalda me hizo girar en el momento, viendo a alguien que pensé nunca volvería a ver.

Su cabello rubio y sus ojos marrones eran tal y como la recordaba… lucía igual que el pequeño retrato que Rozemyne una vez me regaló.

"Hola, cariño."

Sin ser capaz de controlarme, no, sin querer controlarme, corrí a los brazos de mi madre, quien los tenía abiertos para mí. Me aferre a ella sintiendo el ligero cosquilleo de su piel tocando la mía y que no recordaba, calor que había extrañado por tanto tiempo y que perdí cuando tenía nueve años… nunca imaginé que podría recibirlo de nuevo.

Me aferré a ella y lloré. Lloré hasta que estuve satisfecho. Mi mamá me abrazó en silencio, acariciando mi espalda como cuando era un niño. Cuando me tranquilicé, me di cuenta de algo que pasé por alto al reencontrarme con ella.

"¿Cómo sabias quién soy?" pregunté sintiéndome incómodo por tardar tanto tiempo en cuestionarlo.

"¿Bueno?, una madre siempre reconoce a sus hijos… o eso es lo que me gustaría decir, pero ya sabía que vendrías aquí y sé muy bien como luces. Esta puede ser la primera vez que me ves, pero para mí, es la última vez que nos encontraremos." Explicó con una sonrisa un poco triste pero feliz. Sus ojos vagaron por el bosque y fue entonces que noté que nos encontrábamos a las afueras de Wolf.

"¿Me estabas esperando?" pregunté perplejo en un tono amable que solía reservar para Rozemyne y mis hermanas menores.

"No en realidad. Te marchaste hace poco más de una campanada y yo… solo no podía volver luego de ver tu pequeña espalda alejarse."

Fue el turno de mi madre de limpiar sus lágrimas antes de sonreírme como un sol y tomarme de la mano, respirando para cortar el llanto que debió derramar… confundiéndome.

"¿Qué te parece si vamos a casa a tomar algo? A menos que está vez lleves prisa."

Lo consideré. Esta era una oportunidad milagrosa y todavía no estaba seguro de qué debería de hacer.

Miré hacia el camino. Si hubiera tenido que estar ahí para asegurarme de que Rozemyne estaba siendo envenenada con la flor que ya conocía, entonces era tarde y estaba demasiado lejos. Incluso montado en mi bestia alta no llegaría a tiempo para justificar mi aparición, incluso podría poner en peligro a la joven versión de mí que acababa de marcharse creyéndose un huérfano.

"Creo que puedo ir a casa, comer algo contigo y, quizás, ¿hablar un poco?"

"Eso me alegraría mucho. Alabados sean los dioses." Dijo ella, descolocándome por un momento antes de seguirla de vuelta a la aldea.

La última vez que la vi la deje en la mansión de invierno. Si recuerdo correctamente, nos mudamos temprano porque estaba muy enferma y sería malo para su salud esperar hasta la tarde siguiente, tras el festival de la cosecha, principalmente si se retrasaba por algún motivo.

El alcalde nos había dejado una habitación en el primer nivel, porque me quería cerca para ayudarlo con lo necesario, lo que al final me ayudo a salir sin que nadie lo notase.

Pero ahora mismo no nos dirigíamos a la mansión de invierno. No tardamos demasiado en llegar. La casa donde nací se me presentó mucho más pequeña y vacía de lo que recordaba… mucho más carente de cosas, de hecho.

Mi madre me guío hasta la mesa que siempre me pareció enorme y comenzó a cocinar. No me permitió ayudarla a manipular la comida, pero sí me dejó encender el fuego en el hogar y llevar algo de agua del pozo. La necesidad de quedarme a ayudarla, a asegurarme de que estaba bien era fuerte, pero sabía que hacerlo cambiaría las cosas de algún modo y no sabía si sería para bien o para mal, además de eso, tenía algunas cosas que preguntarle. Por desgracia, ella se me adelantó, cuchillo en mano, sin detenerse de trocear algunas verduras o echarlas a su vieja sartén con un poco de agua y sal, además de un par de huevos.

"Espero que esta vez me hables de ella. Las veces anteriores no me dijiste mucho acerca de mi nuera."

Agradecí que la vajilla fuera de madera porque las dos tazas para el agua se me escaparon de las manos junto con los platos para la improvisada sopa matutina.

"¿Exactamente cuántas veces he venido ya?"

"No me cambies el tema, Ferd. Eso vas a averiguarlo… bastante pronto a juzgar por tus ropas. Yo en cambio, no seré tan afortunada para verte de nuevo y tú has guardado tus secretos en tus visitas anteriores. Dijiste que me responderías la próxima vez."

Me quedé sin palabras por un momento ante lo absurdo de la situación. Mi mente de científico me urgía a hacerle todo tipo de preguntas sobre mis otras visitas, analizarlo, hacer un meticuloso registro y analizar lo que esto podía significar… mi lado humano me hizo más énfasis en qué para mi madre, ésta era la última vez que nos veíamos. Poder tenerla frente a mí, comer a su lado y escucharla hablar era un regalo demasiado valioso. De pronto comprendía la necesidad de Rozemyne de permanecer junto a Seradina cuando la encontró y sonreí.

"Ella es… creo que la amarías, mamá. A pesar de ser una noble, se preocupa por los plebeyos y los trata cómo iguales. No soy el único devorador que salvó."

Empecé a hablar sobre mi esposa. Su carácter y sus gustos. Sus inventos y su piedad. Su belleza y su furia también. Mi madre sonreía contenta, asintiendo y haciendo alguna que otra observación aquí y allá a la par que terminaba el desayuno y nos servía a ambos, sentándose para comer sin dejar de escucharme.

Para cuando terminé de hablar, mi madre me pellizcó una mejilla con afecto, tirando de ella de atrás hacia adelante y de regreso en forma amistosa, antes de liberarme para peinar un poco mi cabello.

"No creo que pueda pedir nada más para ti. Tu esposa parece una gran persona. Aunque eso no es lo que me hace feliz."

Comí un poco sin dejar de ver a mi madre, haciendo un movimiento con mi mano para que se explicara. Ella solo me sonrió. Una enorme sonrisa sincera y alegre que pareció rejuvenecerla y sanarla a la vez.

"Mi niño se ha vuelto un hombre muy amado y muy mimado también, jejeje. No pongas esa cara, Ferd. Sé que la amas por todo lo que te estuviste esforzando para arreglarlo todo y ahora sé que ella te ama también. ¿Has sido feliz?"

Asentí y ella me tomó la mano sin dejar de mirarme orgullosa.

"Entonces no tengo remordimientos, querido. Ninguna madre podría pedir nada más para sus hijos. Tu hermana falleció, así que no va a padecer nunca más de hambre o de alguna enfermedad, pero tú te volviste un buen hombre y llevas una vida plena y feliz. Creo que ahora podré morir tranquila."

Su comentario pareció ensombrecerlo todo. Mi madre iba a morir… sólo no tan pronto cómo había pensado.

"Cuando me fui, pensé que tú…"

"Me pediste que fingiera estar más enferma de lo que estaría, Ferd. Dijiste que era necesario para que pudieras avanzar y salvarla."

"¿Yo te lo pedí?"

Ella asintió, haciendo su plato de comida a un lado y mirando a la mesa con los brazos cruzados sobre ella.

"Me advertiste que te volverías candidato a Archiduque aún si yo no fingía, sí. Pero si sabías que seguía viva, tendrías una vida solitaria después. Te confirmarías con ser un buen hijo y un buen hermano, pero no podrías enamorarte jamás. Fue duro y muy difícil, pero no iba a negarte el futuro que anhelas. No puedo robarte la familia que vas a formar en el futuro."

Tuve que llevar una de mis manos a mis ojos. Estaba avergonzado. No podía creer que le hablé a mi madre del otro tejido para que fingiera que había muerto. Una mano afectuosa apretó mi mano libre y otra mano distinta comenzó a frotarme la espalda, igual que si todavía tuviera ocho años.

"Gracias por decirme, Ferd. Si no me hubieras asegurado que nada te pasaría en el camino o que estarías bien por tu cuenta, quizás habría sido egoísta y optado por aferrarme a ti. ¿Te gustaría saber un poco de lo que viniste a hacer aquí? Creo recordar que dijiste que los dioses no van a ayudarte ni te darán pistas."

Yo asentí y ella procedió.

Lavamos juntos los trastes y mi madre me dio pistas de qué estuve haciendo ahí, aunque no me explicó todo a profundidad. Yo no tardé mucho en tomar consciencia de la importancia de cada salto y cada acción que debería llevar a cabo en la aldea.

Una sensación extraña comenzó a molestarme poco después, cuando le comenté a mamá ella sonrió con tristeza, cómo si lo comprendiera y me pidió algo de lo más extraño.

"¿Me dejas cortar un poco de tu cabello, Ferd? Volveré a trenzarlo después, solo… me gustaría tener conmigo algo de mi hijo, algo que me acompañe hasta el final."

No pude negarme. Mi cabello me llegaba hasta un poco por debajo de la cintura de todos modos. No tenía problemas con que cortara un poco.

Mi madre procedió pronto a deshacer mi peinado, cepillando mi cabello antes de tomar la vieja navaja de mi padre y afilarla bien, atando todo un poco por debajo de la mitad de mi espalda, donde lo cortó con un par de fuertes tirones. No podía quejarme, no tenía tijeras ni la posibilidad de usar messer. Cuando mi madre terminó, dejó una coleta corta de cabello azul claro sobre la mesa y comenzó a trenzarme de nuevo con cuidado, colocando al final el broche que Rozemyne creó para mí.

"Listo. Estás muy apuesto, hijo. Gracias."

Yo solo asentí y mi madre me abrazó de nuevo. Sin esperarlo, ella comenzó a cantar una nana. Sabía que era la que solía cantarnos a mi hermana y a mí porque recordaba la melodía. Ella la estuvo tarareando en medio de su llanto cuando mi hermana ascendió la imponente escalera, meciéndola como si estuviera dormida.

Ella se estaba despidiendo y yo solo le devolví el abrazo, grabando su voz y su arrullo en mi memoria.

Cuando su canción terminó y nos soltamos, le dí una bendición involuntaria y un círculo mágico apareció sobre de mí, absorbiéndome, alejándome de ella mientras escuchaba la alegre voz del Dios de los juegos susurrando que todavía podía darme por vencido y quedarme a mi madre dos años más. Estoy bastante seguro que lo insulté, sin embargo, mi atención no tardó nada en centrarse en cómo me iba materializando de nuevo sin tener idea de dónde o cuándo.

Tardé un poco en poder ponerme en pie. Estaba algo mareado, aunque no lo suficiente para que el aire fuera insuficiente para que me recuperara.

El aroma me era familiar. Observando en derredor pude notar un paisaje conocido. Ya no estaba en Wolf, eso era seguro.

Decidí caminar un poco. Estaba tentado a montar en mi bestia alta, sin embargo, era mejor ubicarme estando a pie. Estaba teniendo una fuerte sensación de deja vú cuando me encontré con algunas hierbas que, sabía, podían utilizarse para crear afrodisíacos y venenos estomacales dependiendo cómo se prepararan y con qué se mezclaran. La duda de en qué parte de Eisenreich estaba me atacó por poco tiempo. Pronto pude escuchar movimiento cercano y busqué un lugar donde esconderme.

Hasta ese momento recordé que todavía usaba mi atuendo de príncipe y no ropas de plebeyo. Si me vieran con esta ropa podría provocar una conmoción. No me convenía.

"¿Crees que sea suficiente leña, Shikikoza?"

"Tiene que serlo, Laurenz. Lady Rozemyne va a sonreír bastante cuando vea con cuantas varas estoy contribuyendo hoy. ¡Jamás volverá a dudar de mi fuerza! Buahahahaha."

Mis ojos se abrieron de par en par. Con cuidado me asomé entre la maleza. Entonces los vi. A Laurenz lo reconocía por su cabello verde y sus ojos llenos de vida. Le faltaban un par de dientes, pero eso no evitaba que sonriera al otro chico mayor con el que estaba recogiendo ramas, ambos con ropa de plebeyo.

No pude evitar que mi ceño se frunciera ante una escena que desconocía. No sabía nada acerca de estas excursiones por lo que no me servía como referencia, sin embargo, el Laurenz frente a mi tenían siete… no, parecía más probable que tuviera ocho años, así que esto debía ser antes que conociera a mi esposa.

Laurenz siempre había sido una persona con facilidad de palabra, desde antes de que los recuerdos de su vida pasada emergieran, algo que solo se hizo más evidente mientras lo veía interactuar libremente con un niño que quizás tendría once o doce, quizás mayor. Después de todo, recordaba su funeral…

"¿Te gusta Lady Rozemyne, verdad?" pregunto la voz infantil de Laurenz devolviéndome al presente. Obligándome a prestar atención. "No te atrevas a mentirme de nuevo, Shikikoza, ¡se te nota en la cara!"

"¡Ay, cállate! Mocoso insolente. Llevas suficiente tiempo en el templo para saber comportarte."

"¡Estás evadiendo la pregunta! Jajajajajaja y tienes la cara toda roja, jajajajajajajaja."

Sonreí de inmediato. Laurenz parecía bastante feliz a pesar de haber sido abandonado en el templo. El adolescente a su lado, sin embargo, tenía un gesto hosco en la cara sonrojada, mirando a otro lado.

"Lady Rozemyne no me gusta… ella… mi madre me pidió que la cuidara. Ya sabes. Mi madre es la asistente principal de Lady Verónica… si, si hago las cosas bien, tal vez puedan devolverme a la nobleza, pero incluso así, no es cómo que pueda darme el lujo de aspirar a la hija del Aub."

"Te tomas las cosas demasiado en serio, Shikikoza" se burló un poco Laurenz antes de suspirar y mirar al suelo.

Se me corto el aire cuando su rostro de repente perdió todo rastro de emoción o vitalidad. Dejando nada más que una máscara en blanco de ojos vacíos. Su cuerpo acababa de encorvarse un poco y su mano derecha sujetaba su izquierda, frotándola de forma ausente.

"Deberías ser menos serio y disfrutar más la libertad del templo mientras aun eres un aprendiz. Los nobles son unos idiotas sin corazón. Prefiero ser una mierda de sacerdote antes que volver y convertirme en un maldito sin corazón como mi padre."

Había tanto odio y dolor en la voz de Laurenz que casi no lo reconocía.

El otro sacerdote volteó de inmediato. Todo rastro de fastidio o broma desaparecido en el tiempo. Shikikoza le tomó la mano izquierda para revisarlo, frotando de manera ausente y soltando un suspiro.

"A mí me tocó poco maná y a ti una familia de porquería. ¿Regresamos? Nadie dirá nada de que volvamos un poco antes. Hasta te daré una parte de mis ramas."

Eso pareció animar a Laurenz, quién volteó incrédulo a ver al otro chico, antes de sonreír con tanta emoción como si la escena de recién jamás hubiera sucedido.

"¿Estás seguro?"

"Si. Van a encerrarte de nuevo en el cuarto de castigo si no te ayudo y de verdad no tengo ganas de seguir. Me alegra que nos dieran un motivo para salir al bosque, pero…"

"¡Eres mi héroe, Shikikoza! Por favor, cásate conmigo cuando crezcamos."

El mayor le dio un buen golpe a Laurenz en el hombro y el peliverde solo comenzó a reír. Pronto dividieron la carga y se fueron sin dejar de hablar al respecto.

Era primavera. A juzgar por la edad de Laurenz...

'¿Las flores venenosas?'

Varios recuerdos acudieron entonces a mi mente. Mi llegada a la capital a finales del otoño. Las flores envenenando a Rozemyne en su cama dentro del Templo. Las palabras de Lady Verónica cuando confesó que sabía que yo era un plebeyo y que pensó que yo había envenenado a su hija para poder curarla después y entrar así a la nobleza, ganando de paso la confianza de la princesa.

Un mal presentimiento me recorrió. Sacudiéndolo como pude, seguí a los niños desde una distancia prudente, encontrando pronto al grupo de niños plebeyos alrededor de… el padre de Tuuri.

De pronto caí en la cuenta de que, de algún modo, Rozemyne se las había arreglado para conseguir la confianza y el apoyo de la familia de Tuuri a una edad demasiado temprana. Fue imposible no sentirme impresionado y orgulloso de mi esposa. Ella era única en todo sentido.

"Bueno, bueno, parece que han conseguido suficiente por hoy" dijo el señor Gunther de buen humor, dirigiéndose a todos los chicos. "Será mejor que volvamos ahora. Los chicos del Templo, conmigo. Los demás, los quiero de vuelta en sus casas antes de que mi esposa regrese y los cuente."

"¡Si, señor Gunther!"

A juzgar por la ropa, el padre de Tuuri debía ser solo un soldado y no el capitán que conocía. Sonreí notando que el hombre siempre había sido amable con los chicos a pesar de su posición en aquel entonces. Imaginaba que ese era solo un favor que Rozemyne le pedía para darles una excusa para seguir viendo a Tuuri.

Según recordaba, Tuuri una vez me conto que, al entrar al templo, primero se inscribió como una doncella gris ya que no conocía la etiqueta, cuando tuvo la confianza suficiente y aprobó las clases, fue ascendida a doncella azul. Siempre pensé que Rozemyne había conocido a Tuuri después de a mí, pero tal parecía que no fue el caso.

Mi mente regreso de su viaje de recuerdos en cuanto los niños se fueron y empecé a buscar.

Tenía una idea de dónde debían estar las plantas porque alguna vez encontré un mapa donde marcaban la zona cómo de observación continúa. No podía culpar al Aub. El hombre estaba de veras preocupado aquella vez, así que era seguro suponer que la vigilancia era para deshacerse de las peligrosas plantas… las cuales no lograba encontrar.

Una campanada entera se convirtió en tres, y yo seguía sin encontrarlas. Solo las plantas venenosas que me recibieron cuando llegué se mezclaban con la flora usual del bosque plebeyo.

'No me digan que de verdad soy culpable.'

Estaba en shock.

Gloria podía haber dado la orden y algunas doncellas grises, ya fuera por estupidez o por codicia, podían haber colocado las flores en la habitación de su princesa… y sin embargo, jamás habrían tenido acceso a esas flores, sin mi.

La séptima campanada había sonado un rato atrás. Suspirando, recordé de pronto a mi madre comentando algo sobre mi ropa y sonreí. Mi madre era, sin lugar a dudas, quién tendría que ayudarme ahora. Con ello en mente, invoqué mi bestia alta y galopé en dirección a Wolf

Cuando llegué era casi de mañana. Mamá debía estar preparándose para salir con mi versión más joven a las labores del campo, o eso pensé. Haciendo memoria, recordé que la Fiesta para vivir la primavera marcaba un claro antes y después en la vida de la aldea.

Antes de la fiesta y la entrega del maná, los plebeyos solían limpiar los campos, cortar la maleza, retirando piedras y guijarros, incluso tamizando la tierra en ciertas áreas de siembra debido a las necesidades de las plántulas que estarían colocando ahí, las mismas que se sembraban en el invierno con la poca tierra fértil que quedaba del otoño y que se mantenía dentro de las casas, donde todos debían darle calor a las pequeñas macetas tejidas con las hojas secas que sobraban. Ahora sabía que era una forma de dar maná a la tierra y nutrir a las pequeñas semillas. Era uno de esos rituales que de niño no lograba comprender.

No entendía porque las semillas de mi familia siempre germinaban, convirtiéndose en brotes, cuando las que custodiaban nuestros vecinos, simplemente no morían.

"¡Ferd, ve con el alcalde, cariño! En cuanto esté lista me iré al campo." Oí la voz de mi madre saliendo por una de las ventanas de nuestra casa, así que deshice mi montura y me senté debajo, donde no pudiera ser visto.

"¿Tomaste la medicina que te hice, mamá?"

'¿Mi voz era tan aguda? ¡Sueno cómo una niña!'

Escuché una breve risita de mi madre y la puerta abrirse "¡Mi niño, te lo he dicho antes! Tus remedios me hacen sentir mucho mejor, pero dudo que puedan curarme del todo. Ahora, ve a trabajar. No me gusta cuando el alcalde te llama la atención por tonterías cómo llegar un poco tarde."

Escuché un suspiro cargado de fastidio, seguido de unos pasos y una pausa. Si cerraba los ojos podía ver cómo me volteaba para que mi madre pudiera agacharse y envolverme en sus brazos con una sonrisa entusiasta, dejando un beso en mi frente antes de acomodar mi cabello, el mismo que debía de acabar de fijar con jugo.

"¿De verdad estás bien?"

"Lo estoy. ¡Tengo a un pequeño genio cuidando de mí! Ahora ve, Ferd. Nos veremos después para comer algo juntos."

La nostalgia se apoderó de mí un momento. Luego de recuperar mis memorias me encontré solicitando besos y abrazos en medio de mi bochornosa confusión. El cuerpo con que había nacido parecía necesitar mucho contacto físico al principio, incrementándose cuando mi hermana murió y bajando hasta estabilizarse poco a poco. De todos modos, para ese momento no era que necesitara todo ese contacto, sino más bien, mi deseo de consolar a mi madre el que me hacía abrazarla y aceptar cualquier pequeño gesto, por más innecesario que me pareciera.

Esperé hasta que los pasos de mi yo más joven estuvieran lejos y entonces me acerqué. Mamá estaba de pie en la puerta, mirando en la dirección en la que su pequeño hijo debía ir para luego voltear a verme a mi.

Su rostro pasó de la sorpresa al reconocimiento y de ahí a una enorme sonrisa sincera.

"¡Ferd! Ven aquí. Sigues estando enorme… y traes una ropa demasiado fina para estar aquí. Entra, vamos. Me dijiste que no dejará que nadie te viera cuando regresaras."

Yo solo asentí y la seguí, tomando nota de sus comentarios y disfrutando de poder verla una vez más.

"Gracias, mamá. Espero no importunarte."

"¿Tú? Jamás, querido. Me avisaste que llegarías este año durante la primavera, y aquí estás, tal y cómo advertiste. Pareces algo más joven y menos cansado que la vez anterior." Sonrió ella, sirviendo de inmediato las sobras del desayuno y colocándolo en la mesa. Yo no tardé nada en aceptar el pan duro y el aromático caldo de carne y plantas que me ofrecía. No era una delicia, pero el sabor era melancólico.

"Gracias, mamá. Lamento mucho si no puedo quedarme demasiado. Necesito tu ayuda."

"¡Por supuesto, cariño! Antes de que me expliques la tarea que vamos a realizar, tengo la ropa que me pediste en tu visita anterior. Fue difícil esconderla de ti mismo y del alcalde. Por suerte, tuve tiempo más que suficiente para reunirlo todo."

Mientras yo seguía remojando el pan para que fuera comestible y luego lo mordida, mi madre comenzó a colocar en la mesa el contenido de un pequeño baúl.

Había un saco blanco que al voltearlo de adentro hacia afuera parecía un saco roto de cuero desgastado. Ropa de plebeyo, guantes de cuero, una pala de madera y unas botas gastadas que reconocí como las botas de cazador de mi padre. Además de una peluca verde oscura y una cinta.

Mi madre se rio y procedió a decirme lo que yo le había dicho tiempo atrás. No me dijo que tan atrás, pero el mensaje era claro.

Debía disfrazarme de plebeyo, de boticario para ser exactos y guardar las plantas venenosas en el saco para poder colocarlas en el lugar necesario. Cuando llegara a mi destino, el saco me serviría para ocultar mi anillo y cualquier cosa que pudiera descubrirme como noble.

"No quisiste decirme que harías, de hecho me dijiste que sería muy peligroso que lo supiera. Tu ropa actual la guardaré en el cofre. Cuando estés listo, vuelve a casa. Te tendré listo un baño."

"Lamento mucho todos los problemas que te estoy causando, mamá."

"No, por favor, Ferd. Tú y yo sabemos que no voy a durar lo suficiente para verte recibir la mayoría de edad. Esto es una bendición para mí."

Me apresuré a terminar de comer y a cambiarme, doblando con cuidado mi ropa y guardándola en el baúl, sentándome de nuevo para que mamá me ayudara a peinar y ocultar mi cabello.

"¡Es tan suave y brillante! Suspiró mamá de inmediato, "es casi un crimen tener que ocultarlo en esa peluca grasienta."

"Supongo que es algo necesario, mamá. No te preocupes."

Una vez listo, mamá me guio hasta un claro en el bosque. Hablamos un poco de la última vez que estuve jugando ahí. De cómo me intoxiqué tras cortar algunas flores para mí hermana y cómo me llamó después la atención, de cómo me enseñó a preparar el antídoto.

"Y pensar que serías tú quien me enseñará a preparar ese antídoto hace tantos años."

Quería preguntar. Ardía en deseos de saber hace cuánto con exactitud, pero me aguanté. Solo sonreí, le di las gracias y comencé a desenterrar las mortales plantas en cuanto ella se dirigió a su trabajo.

Con mucho cuidado, tomé varias de las plantas usando los guantes para evitar rasguñarme con las espinas y las fui guardando en el saco.

Cuando terminé sentía la necesidad de lavarme la cara y los brazos, pero no podía. Tenía que llevar la carga hasta la zona marcada en el mapa y comenzar a plantar y sembrar. No deseaba hacerlo, por lo que vi al desenterrarlas, esa era el tipo de planta que deja bulbos diminutos ocultos en la tierra, ahí donde han crecido sus raíces. Por eso debían vigilar el área de manera constante, para extraer y quemar las plantas cada año y prevenir así más intoxicaciones.

Para cuando llegué al bosque plebeyo debía ser la cuarta campanada. Me apresuré entonces a sembrar y plantar. Debía parecer que se habían esparcido de forma natural y no guiadas por manos humanas.

Debía estar por terminar, limpiándome el sudor, con la boca oculta tras un paño cuando escuché pasos y alguien se detuvo detrás de mí.

"¿Quién es usted?"

Al voltear me encontré con una doncella gris a la que no conocía. Más atrás había otras dos doncellas… y Gloria.

Me forcé a ponerme de rodillas y colocar las manos en el suelo antes de mirar a todas partes y cruzar mis brazos sobre el pecho, un gesto que bastantes plebeyos hicieron para mí y mi séquito cuando me sorprendían hurgando entre sus tierras para crear la tabla periódica de Yurgenschmidt.

"Ugh, un plebeyo." Debió decir Gloria apenas verme "no tengo tiempo para esto. Sigan cuidando de mi hijo y recuerden lo que hablamos."

Un sonido de aleteo me hizo saber que Gloria acababa de partir. Fingiendo miedo, levanté el rostro y me puse en pie, limpiando me el sudor con una mano sucia y enguantada, un poco asqueado pero seguro de que ayudaría a mi fachada.

"Señor, debe usted saber que está demasiado cerca de los terrenos que el Aub ha dado al templo." Me explicó con rapidez la doncella que me llamó la atención en un inicio "¿Qué está haciendo aquí?"

Suspiré sin retirarme ni los guantes ni el pañuelo, abriendo la bolsa en cuyo fondo estaba mi bestia alta y mi armadura de piedra Fey además de mi anillo, todo oculto por las plantas venenosas que todavía no plantaba.

"Soy boticario. Estaba buscando algunas plantas para preparar remedios cuando me encontré con esto."

Las otras dos doncellas, sus rostros tan desconocidos para mí como el de su compañera, no tardaron en acercarse y mirar el interior, notando de inmediato una de las plantas que acababa de trasplantar.

"¿Así que está robando posibles plantas medicinales del Templo?" me acusó una y yo me apresuré a negar.

"No, no. Por el contrario, yo… estas plantas crecían en mi aldea de origen. Son venenosas. Estaba tomándolas para quemarlas lejos y evitar muertes innecesarias."

"¿Muertes?" preguntó la más joven "¿a qué se refiere con, muertes?"

El tono parecía preocupado, sus ojos, sin embargo, mostraban interés y una emoción desagradable para mí. Un vistazo mejor y noté que las tres tenían algún adorno que no deberían llevar y una piel demasiado cuidada para una simple doncella gris.

Me negué a hablar al principio. No quería darles a estas tres un modo de lastimar a mi esposa. No deseaba confesar que podrían asesinar a Rozemyne con facilidad… y entonces recordé que el Aub me comentó, aquella primera vez, que Rozemyne llevaba meses enferma. Esta planta podía matar sólo si te herías con sus espinas, sin embargo, las espinas nunca tocaron a Rozemyne solo el polen.

"¡Anda! ¡Explica ahora sí no quieres que llamemos a los guardias y te avisemos de intentar envenenar a alguien!"

Las miré a las tres. Podía decir la verdad a medias, eso le daría tiempo a mi versión más joven de llegar a tiempo para salvar a Rozemyne… y también llevaría a estas tres a subir la imponente escalera y a cualquier secuaz que tuvieran en poco tiempo.

"¡Bien, les diré!" exclamé molesto, "estas son plantas venenosas. Cualquiera que aspire su polen por un año o poco más podría morir, en especial los niños. Detectar el envenenamiento es complicado debido a que al principio causa mucha fatiga y pesadez. Con el tiempo, la persona que lo inhala comienza a perder el apetito, a tener fiebres y dolor en las articulaciones. A veces se puede llegar a confundir con un resfriado debido a las toses que algunas personas desarrollan. Por supuesto, cualquier boticario o médico que vea la planta sabrá que tratamiento aplicar, de otro modo… es muy posible que el paciente muera. Por eso estoy arrancándolas. Es mejor deshacerse de ellas antes de que se vuelvan más peligrosas en el verano y casi incurables en el invierno."

Nada de eso era mentira, solo no les estaba diciendo que una exposición prolongada al veneno en las espinas podía provocar la muerte en un menos de un mes si la exposición era constante. Lo más aterrador era que un niño podía morir con dos o tres rasguños de diferentes especímenes en menos de una semana. Eso fue lo que me salvó a mi. Solo me rasguñé con una de esas de pequeño y mi madre actuó a tiempo para limpiarme y aplicarme el remedio, además de hacerme beber algo que me liberará de los síntomas del polen.

Las doncellas se miraron entre ellas, una, la primera en encontrarme, miró al cielo y luego sonrió, dando una mirada de complicidad a sus compañeras y luego me miró con una sonrisa amable.

"Señor boticario, usted no debería de estarse exponiendo de esta manera. Debe ser usted muy importante para sus pacientes. ¿Por qué no nos permite a las doncellas y sacerdotes grises hacernos cargo?"

"Estamos al servicio de los dioses" dijo la que había simulado curiosidad y preocupación "y el Aub nos ha dado a cuidar este pedazo de tierra. Nuestros huérfanos vienen seguido a recolectar desde hace poco, así que, por favor, permítanos hacernos cargo."

"No podría ponerlas en peligro." Respondí de inmediato.

La otra doncella, la que casi no había dicho nada me sonrió, retirando la flor que estaba por trasplantar y dando un paso atrás.

"Es una flor muy bonita, en verdad. Nos llevaremos está para instruir a los otros, de ese modo, podremos venir mañana a sacar todas las que haya por el bosque para quemarlas. Acabaremos más rápido que usted, señor boticario."

Fingí sonreír y me señalé el cubre bocas entonces.

"Por favor, recuerden cubrir su cara de este modo para que no se intoxiquen. Si sienten fiebre o alguna molestia, pueden buscarme o informar al boticario asignado al templo sobre las flores."

Las tres asintieron, agradeciendo y enviándome de vuelta a la ciudad. Yo caminé entonces hasta dejar de verlas, apresurándome a colocar las que me faltaban en algunas áreas y luego me fui en dirección a Wolf, invocando mi bestia alta y colocándome mi anillo en cuanto me pareció seguro.

La noche estaba entrada cuando llegué a casa. Mi versión pequeña estaba dormida y mi madre cosiendo algo cuando me asomé a la ventana. Ella me sonrió y me guió al área de la casa que yo insistí en usar como un baño. Apenas un rincón con un agujero que daba afuera y las tablas del suelo reacomodadas para formar una pequeña pendiente.

Mamá colocó un biombo rudimentario del que colgó una toalla y luego me acercó un banco de madera, jabón, una palangana y una cubeta que la ayudé a llenar con el agua que estuvo hirviendo en la chimenea, entibiándola con el agua de otra cubeta que reconocí como la que usábamos para traer agua del rio.

"¿Todo bien, Ferd?" preguntó mi madre conforme comencé a dejar la ropa sucia fuera del biombo.

"Si. Salió mejor de lo que esperaba… y eso me preocupa un poco."

"Entiendo" suspiró ella desde el otro lado, colgando ropa limpia junto a la toalla "¿Por qué no me cuentas entonces algo más alegre? ¡Háblame de mi nuera! ¿Cómo es? ¿Dónde la conociste?"

Solté una risilla poco después de deshacerme de la peluca y enjuagarme, tomando la barra de jabón para comenzar a frotarla en mis manos y hacer espuma.

"No puedo decirte mucho ahora, mamá. La próxima vez."

"¡La próxima vez!" se burló mamá "¡Eso me dijiste la vez anterior, Ferd! La vez pasada me dijiste que se llama Myne, y que es menor que tú por unos pocos años. Al menos dime algo más."

Suspiré con una sonrisa, frotando mis brazos y mi cara antes de enjuagar y seguir con el proceso de bañarme solo.

"Te prometo que te contaré más la próxima vez. Te hablaré mucho de ella la próxima vez."

"Al menos dime en qué temporada nació. ¡Vamos!"

"Verano" le dije sin más "mi esposa nació en el verano, lejos de aquí."

"Gracias, Ferd" respondió mamá complacida, cómo si este fuera una especie de juego divertido para ella, recordándome que, de hecho, era un juego desagradable. Quizás le diría eso y el nombre de Myne la próxima vez. Era más que seguro que terminaría de nuevo aquí en algún punto en el… pasado. Finalmente entendí a lo que se refería cuando la vi, estaba saltando hacia atrás.

Esa noche, luego de asearme y cambiarme, me despedí de mamá con un fuerte abrazo y me fui cargando con mis dos mudas de ropa plebeya, mi ropa de noble y la peluca. No estaba seguro de cuando las necesitaría de nuevo o si saltaría pronto.

La mañana me encontró todavía en ese entonces, despierto dentro de mi bestia alta, en su versión pequeña de acampada, oculto en una zona desde la que podría ver a las grises con mejoras físicas.

Noté a una de ellas quemando algo en el patio y luego a uno de los médicos de la corte, entrando más tarde al templo. El médico salió con apuro un cuarto de campanada después y la gris que me había sorprendido el día anterior salió entonces hacia el bosque… volviendo al poco tiempo con la cara cubierta y otra de las flores en la mano. La observé retirarse el paño de la cara y esconderlo en su hábito, antes de acercarse a una doncella más joven y darle indicaciones. La inocente doncella sonrió entonces, asintiendo y corriendo con la flor en las manos.

Tuve que usar mejoras en mi oído para escuchar cuando las otras dos se le acercaron sonriendo.

"¿De verdad crees que esto va a evitar que nos descubran? Es la bastarda del Aub, después de todo."

"Tranquilas, Lady Gloria nos va a dar algunos dulces y quizás nos lleve como asistentes de Shikikoza dentro de un año. Solo debemos evitar que los médicos vean la planta, igual que hoy."

"¡Es verdad! Nadie sospechó nada cuando mandé a una de las niñas a retirar esa flor marchita del cuarto. Están tan entusiasmados con la bastarda que de verdad se creyeron la excusa de alegrarla con flores."

"¿Alguna sabe que dijo la princesa bastarda de las flores?"

"Dijo que eran muy hermosas y agradeció. No creo que le gusten tanto, pero por suerte, está demasiado interesada en agradecer todo lo que hacemos, que hace lo imposible por fingir que todo le encanta."

Las tres doncellas empezaron a reír con disimulo, caminando y la sangre me comenzó a hervir. Noté que la que llevó las flores ayer estaba frotando su mano en su y sonreí. Lamentaba mucho arrastrar a otras en esto, pero era el único modo de que me permitieran estar con ella, era la única forma de que fuera yo quien la curara y de que la historia marchara como era debido. Ya me disculparía después con ella por esos meses de sufrimiento, por dejar esas malditas flores tan cerca de ella… pero era eso o permitir que ambos viviéramos y muriéramos en soledad.

Sintiendo que mi tiempo se estaba acabando, salí de mi bestia alta para deshacer la transformación, preparé una mochila con algunas raciones, guardé mi ropa, asegurándome de no dejar nada y me coloqué la armadura ligera del uniforme de caballeros. No sabia cual seria el siguiente salto, por lo que era mejor estar preparado.