CORONAS Y ENGAÑOS
CAPITULO 1
LA BASTARDA
Aquella noche de tormenta, Lita corría con todas sus fuerzas hacia la puerta de salida del Castillo, la cual, a cada paso que daba, parecía alejarse más y más de ella. Los pasos de su perseguidor resonaban cada vez más cerca, tanto que podía sentir su aliento helado en la nuca.
De pronto, frente a sus ojos, emergió aquel abominable ser. De sus brazos brotaron enredaderas que se retorcían y atraparon su cuerpo, dejándola sin escapatoria. Sabiéndose indefensa, Lita dejó escapar un grito desgarrador de auxilio. Hasta que, de repente, sintió una suave caricia en la mejilla que la despertó. Se dio cuenta de que había amanecido; los primeros rayos de luz le permitieron ver a Thorakar, quien extendió sus alas protectoras y con una de ellas le acarició el cabello con ternura.
De inmediato, Lita volteó hacia la mesita de noche a su derecha, donde descansaba su daga. Luego, su mirada se dirigió a la puerta de sus aposentos, asegurada con doble cerradura y bloqueada por un largo sofá, un baúl pesado de color rosa pastel y la mesita redonda donde solía sentarse a tomar el té antes de dormir.
Lita volvió a mirar a Thorakar, que se había acostado a su lado. Acarició los cuernos del dragón que, a pesar de ser el terror de la mayoría de los Jovianos de Clorokinesis debido a los mitos que rodeaban a los dragones y su espeluznante apariencia, lograba tranquilizarla y consolarla en momentos de necesidad.
—¡Gracias! —susurró Lita—. ¿Qué haría sin ti, eh?
El "ding dong" del reloj resonó en la habitación, recordándole que el tiempo no se detenía. A pesar de ser la hija del Rey Cedrick de Júpiter, Lita no tenía permitido quedarse en la cama. Se levantó de inmediato, se vistió con un largo vestido negro y un delantal blanco, como el que llevaban las sirvientas del castillo. Con movimientos ágiles, removió los muebles que bloqueaban la puerta de sus aposentos y salió de prisa para dirigirse a la cocina. Allí se encargaría de preparar el copioso desayuno para la familia real, que se levantaría dentro de una o dos horas.
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—El parlamento ha dado su aceptación al futuro matrimonio, así que este jueves el primer ministro vendrá acompañado de su familia para que su hijo pida formalmente tu mano, Wanda —escuchó Lita que decía su padre, el Rey, a su hija legítima cuando ella llegó al comedor acompañada de una de las sirvientas que empujaba el carrito de servicios donde transportaban los alimentos para el desayuno de la familia real.
—¿Ya este jueves? —preguntó Wanda, quien, a diferencia de Lita, por ser hija legítima tenía derecho a sentarse en el elegante comedor del Castillo Ios, justo a la izquierda de él, que era el lugar que correspondía al príncipe o princesa heredera al trono de Júpiter.
—Sí, este jueves —respondió el Rey a la princesa heredera—. Y en dos semanas se hará un baile para anunciar el compromiso, y la boda será fijada para dentro de un año.
—¿En un año? —cuestionó Wanda en un susurro.
—Más rápido no es posible —respondió el rey—. Una boda tan apresurada daría mal qué pensar.
—Y además tienes que darle un título nobiliario al futuro esposo de tu hija, Cedrick —comentó la reina consorte—. Digo, nuestra hija no puede casarse con un Joviano de Júpiter Interior que, encima de todo, no tiene un título nobiliario.
—¡Eso es obvio, Cleissy! —respondió el rey con desdén a su mujer—. Y por favor, delante de otras personas no vuelvas a hacer mención de Júpiter Interior y Júpiter Exterior. No sería bien visto por el primer ministro ni los miembros del parlamento.
—¡No soy tonta como para decirlo en público! —se quejó la Reina.
Mientras servía los alimentos en la mesa, Lita contuvo las ganas de reírse; pues bien sabía que en el fondo los reyes habrían deseado que su adorada hija se casara con un Joviano de Clorokinesis que además tuviera un título nobiliario transmitido durante muchas generaciones; pues en la religión de los Jovianos de lo que había sido Júpiter Exterior, se creía que eran descendientes de la diosa Deméter y que, por ello, poseían poderes de Clorokinesis; a su vez, miraban con desprecio a los Jovianos cuya raza les hacía poseer poderes de trueno, pues creían que estos eran descendientes de Zeus, el dios que, según las escrituras sagradas, había ultrajado a la sagrada Diosa.
Sin embargo, el prometido elegido para la princesa heredera era Andrew Hansford, un joven perteneciente a la raza predominante en lo que, antes de la unificación, había sido Júpiter Interior y que, aunque no adoraba al dios Zeus, eran despreciados por muchos Jovianos con poderes de Clorokinesis.
Además, como si el detalle racial fuera poco, después de la unificación de Júpiter Interior y Júpiter Exterior en uno solo, se había establecido un sistema de monarquía parlamentaria, por lo que muchos nobles de lo que fue Júpiter Exterior vieron reducida su fortuna, pues en la Declaración de los Derechos de los Jovianos, no solamente se estableció que ante la ley los Jovianos de trueno y los Jovianos de Clorokinesis tenían los mismos derechos, sino que también se acordó que los miembros de la nobleza debían pagar impuestos al igual que los plebeyos, y que además debían pagar una renta anual por mantener sus títulos nobiliarios.
En cuanto al monarca en turno, este más que gobernar se había convertido en un símbolo de la nación para actos ceremoniales y diplomáticos, pues gobernar y crear leyes ahora recaía en manos de los miembros del parlamento joviano y del primer ministro (quien debía ser forzosamente Joviano de elektroquinesis); y aunque la familia real seguía viviendo en la opulencia gracias al presupuesto que se les asignaba, lo cierto era que en Júpiter había cinco personas más ricas que el mismísimo Rey Cedrick, entre los que se encontraba Arthur Hansford, quien además de ser el Primer Ministro de Júpiter era también dueño del Banco Hansford Castle Bank, institución que tenía presencia en toda la Liga Interplanetaria y que había financiado la Guerra Civil en Júpiter, lo cual, sobraba decir, colocaba a Andrew Hansford, el único hijo de Arthur Hansford, en uno de los solteros en edad casadera más codiciados en las altas esferas de la nueva y floreciente sociedad joviana.
—¡Entonces tendré que llamar a la modista para que me confeccione un vestido para el jueves! —comentó Wanda.
Tras servir el copioso desayuno, Lita se dio la media vuelta para retirarse, pero su madrastra y Reina consorte la detuvo.
—Lita, aún no has terminado —dijo la Reina.
Lita entonces recordó que, en efecto, se había olvidado de que la reina seleccionara un par de alimentos para que los catara, así que se dio la media vuelta.
—¡Oh, le ofrezco una disculpa, su majestad! —exclamó Lita.
Lita se quedó en silencio, mirando los alimentos que acababan de servir para el desayuno, entre los cuales había ensalada de fruta fresca, muffins de mantequilla, bollos, mermelada de ambrosía, mantequilla, patatas, carne de cordero, además de jugo de ambrosía, leche y café.
—Café y patata —ordenó la Reina, así que Lita tomó una taza y un pequeño plato del carrito de servicios para servirse un poco de lo que la reina había ordenado y después probarlo, demostrándoles que la comida no estaba envenenada.
Ser obligada a preparar los alimentos para cada comida y tener que catar sabía que era algo con lo que la reina buscaba humillarla, recordándole su lugar de bastarda; sin embargo, desde que había comido comida envenenada, prefería ser ella misma quien preparara sus propios alimentos, aunque explicar los motivos a su padre había acarreado que cocinar fuera su castigo permanente. Y como su madrastra disfrutaba quitándole todo lo que amaba, jamás le diría a nadie que se había enamorado del arte culinario.
Ocho años antes...
Aquella mañana, al abrir los ojos, la pequeña Lita sintió renovadas sus fuerzas y el estómago le gruñó de hambre. De inmediato, se puso de pie y se acercó a la mesita de centro para servirse un poco de té que ella misma había preparado, recolectando plantas que le habían servido mucho más que la medicina prescrita por el médico de la familia real, la cual solo empeoró sus síntomas mientras la estuvo tomando.
Tras beber su té, fue a la cocina antes de que todos se despertaran para prepararse un desayuno consistente en jugo de naranja que ella misma exprimió, además de un par de huevos acompañados de pan que, aunque se le quemó, sacio su apetito. Sin embargo, antes de que terminara de desayunar, el personal de servicio se hizo presente y no tardó en llegar a oídos de los reyes lo que había hecho, por lo que fue llamada a la sala privada del Rey, donde también estaba la Reina consorte.
—¡Su majestad! —saludó haciendo reverencia y absteniéndose de llamarlo "padre" en presencia de la reina.
—Me cuentan que por poco y armas un incendio en la cocina —dijo el Rey, molesto—. ¿Qué explicación me tienes que dar a eso?
—¡No incendié nada, majestad! —exclamó Lita, sorprendida de que la acusaran de algo que no había hecho—. Sólo me preparé desayuno, pero no incendié nada.
—¿O sea que además de intentar incendiar el Castillo te atreviste a comer antes que el Rey? —cuestionó la Reina, indignada—. ¡Ni yo que soy la Reina ni Wanda que es su hija legítima nos atrevemos a hacer eso, bastarda!
Lita tembló de miedo al escuchar los gritos de la Reina.
—¡Debes darle un castigo ejemplar, Cedrick! —exclamó indignada.
—¡No me castigue, padre, por favor! —suplicó Lita.
—Dame una razón por la que no debería castigarte —ordenó el Rey sin siquiera mirarla.
—¡Alguien ha estado envenenando mi comida y por eso había estado enferma, padre!
—¿Qué tontería estás diciendo? —preguntó burlona la Reina—. ¡El médico no dijo nada de eso!
—Pero mi mamá era curandera y sabía mucho de plantas, así que sé que los síntomas que tuve...
—¡Una simple curandera! —la interrumpió la Reina—. ¿En serio vamos a darle crédito a lo que dice la hija de una ramera, Cedrick?
—¿Y quién se supone que tendría intenciones de envenenarte? —preguntó el Rey.
Si bien Lita no tenía pruebas, intuía que detrás de ello estaba la Reina.
—La Reina y la princesa siempre me dicen cosas feas —se atrevió a decir.
La Reina, ofendida ante aquella acusación, le propinó una sonora bofetada, agravio del que su padre no la defendió.
—¡Bastarda insolente! —refunfuñó—. ¿Así muerdes la mano de quien te da de comer? —le gritó—. ¡Cedrick, esto merece un castigo!
—¡Eso decídelo tú, que eres quien debe educar a Wanda y a Lita! —exclamó el Rey—. Hoy tengo que ir al parlamento, así que no tengo tiempo para tonterías.
El Rey se retiró, y Lita recibió como castigo diez latigazos que le propinó la misma reina. Además, por su atrevimiento de comer antes que el Rey, se le encomendó que a partir de ese día debía ayudar con la preparación de cada desayuno, cada cena y cada banquete, como hacían las sirvientas, además de tener que catar la comida antes de que comieran los miembros de la familia real, dentro de la cual ella no estaba considerada, pues al ser una hija bastarda no tenía título de princesa.
Fin del flashback.
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—¡Enhorabuena, hijo! —exclamó la señora Hansford, su voz resonando con orgullo en la sala del desayuno, donde los primeros rayos del sol se filtraban a través de las vidrieras. Su marido acababa de compartir la noticia de que el parlamento había aprobado el matrimonio entre su hijo y la princesa heredera al trono de Júpiter.
—Gracias por las felicitaciones, madre —respondió Andrew, cuya sonrisa iluminaba su rostro—. Y a usted, padre. Por un momento, temí que habría una fuerte oposición por parte del rey o de la cámara de los Jovianos de Cloroquinesis a mi unión con Wanda.
—¡Y claro que hubo miembros de la cámara de Cloroquinesis que se opusieron! —intervino Arthur Hansford con voz firme—. Pero, les guste o no, los Hansford ocupamos el tercer lugar entre las cinco familias más acaudaladas, superados solo por el señor Heraldsen, que ya está en sus años crepusculares y solo tiene descendencia femenina; y por el Conde Gransberg, cuyo único hijo varón aún juega con juguetes de madera —explicó con un tono que destilaba orgullo.
Tras una pausa contemplativa, Arthur continuó:
—Ahora, debemos adquirir un título que esté a la altura de los Hansford.
—¿Comprar un título? —preguntó Andrew, su ceño fruncido en confusión.
—¡Por supuesto! —exclamó Arthur, como si la idea fuera la más natural del mundo—. Pronto, tu compromiso con la princesa será de dominio público, y debemos poseer un título que refleje nuestro estatus.
—Con todo respeto, padre, ¿para qué necesitamos títulos? —cuestionó Andrew, su tono revelando una mezcla de incredulidad y desdén—. En el Júpiter Interior, los títulos eran desconocidos, y usted no los necesitó para fundar el Banco Hansford Castle. Después de la unificación, no han servido para nada más que para ostentar y acumular deudas. Además, ¿sabe que la antigua nobleza de los Jovianos de Cloroquinesis aún considera inferiores a aquellos que compran su nobleza, incluso si son de su misma raza? ¡Y ni hablar de lo que piensan de los Jovianos de trueno que adquieren uno!
—¡Que se burlen cuanto quieran! —bufó Arthur, su desdén por la opinión ajena era tan palpable como el aroma del café recién molido—. Nos guste o no, los Hansford somos una de las familias más poderosas, no solo en Júpiter, sino en toda la Liga Interplanetaria. Gracias a nosotros, muchos nobles pueden mantener su estilo de vida. Y, les agrade o no, un Joviano de trueno será el rey de Júpiter en el futuro. ¡Nosotros gobernaremos el planeta!
Andrew se removió incómodo en su asiento, las palabras de su padre pesaban en su corazón como una armadura demasiado grande para llevar. Sabía que casarse con la princesa Wanda lo convertiría en Rey Consorte, un destino que muchos envidiarían y por el cual tomarían a la princesa por esposa sin dudarlo. Sin embargo, para Andrew, Wanda era más que un título o un trono; ella era su elección, movido por un amor sincero y profundo. La idea de convertirse en rey y las responsabilidades que ello conllevaba no le emocionaban. Aunque no lo admitiría en voz alta, en lo más recóndito de su ser, deseaba que Wanda abdicara. Después de todo, sin un título nobiliario, él podía ofrecerle a su amada la misma vida de opulencia a la que estaba acostumbrada, libre de las cadenas de la realeza.
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El ataque de tormenta de arena que Haruka lanzó con maestría aventó a Lita con fuerza, haciendo que su cuerpo chocara contra el tronco de un árbol. Molesta consigo misma por no haberlo esquivado, refunfuñó mientras se levantaba y sacudía su vestido.
—¡Debo entrenar más duro! —refunfuñó, decidida a superarse.
—No seas tan dura contigo misma —jadeó Haruka, agachándose para recoger su capa—. Has mejorado mucho. A pesar de llevar ese vestido tan incómodo, no fue fácil derribarte.
—¿Incómodo? —rió Lita, quitándole importancia—. No llevo ni siquiera sobrefalda debajo.
—Tu concepto de comodidad definitivamente es peculiar —comentó Haruka, quien, a pesar de ser mujer, solía ser confundida con un hombre debido a su corte de cabello y vestimenta masculina. Se decía que su apariencia había sido la causa de su exilio de su planeta natal a pesar de ser hija del Sultán y, por ende, una princesa.
—¿Qué te parece si comemos algo? —propuso Lita—. Traje té de rosas y un panqué con los dátiles que me diste.
—Será un placer probarlo —respondió Haruka con entusiasmo.
Mientras Lita se dirigía al carruaje de Haruka para bajar las provisiones, de repente, escucharon pasos cercanos, seguidos por la voz de Wanda.
—¡Déjala! —exclamó Wanda, visiblemente molesta—. ¡Ni siquiera se han casado! Todavía puedes romper el compromiso.
—¡No puedo, Wanda! —respondió una voz masculina, teñida de frustración—. Romper mi compromiso con la princesa heredera al trono de Marte sería un desaire para el Emperador marciano. Tu padre jamás me daría tu mano si eso dañara su relación con Marte. La princesa Rei debe ser quien rompa conmigo.
Lita hizo una señal a Haruka para mantener silencio y, con pasos cautelosos, se acercaron lo suficiente para observar sin ser vistas. Se ocultaron detrás del tronco de un árbol colosal y descubrieron que el hombre era el duque Jaedite Moon, un noble de Terra conocido en toda la Liga Interplanetaria por su compromiso con la princesa Rei Hino.
—¡Siempre me prometes que la princesa de Marte te dejará y nunca sucede! —protestó Wanda con voz cargada de impaciencia.
—¡Mi amor! —susurró Jaedite, tratando de calmarla con un abrazo.
—¡Nada de mi amor, Jaedite! —lo rechazó Wanda—. En cuatro días Andrew Hansford vendrá al castillo a pedir mi mano. Si no actúas, me perderás para siempre.
Jaedite cerró la distancia entre ellos con un beso apasionado, al que Wanda respondió con igual fervor, olvidando por un momento su estatus y reputación.
El relincho de un caballo sobresaltó a Lita, quien temió ser descubierta junto a Haruka. Sin embargo, su preocupación se disipó al ver a Wanda alejarse rápidamente hacia el castillo Ios, seguida de cerca por Jaedite.
—¡No puedo creerlo! —susurró Lita, una mezcla de sorpresa y deleite en su voz.
—No sé por qué, pero no me sorprende —comentó Haruka secamente.
—¿Qué? —Lita miró a Haruka, desconcertada—. ¿No te he hablado ya de mi hermana? ¡Es la personificación de la abnegación y la pureza! —dijo con sarcasmo.
—¿Y qué otra opción tiene? —replicó Haruka—. Las mujeres, incluso las princesas herederas, tenemos pocas opciones. O cumplimos con lo que se espera de nosotras o enfrentamos el ostracismo y el juicio social.
—¿No es eso hipocresía? —inquirió Lita.
—Es supervivencia —respondió Haruka con firmeza
—Tú desafías las normas y pareces estar bien.
Haruka parecía a punto de decir algo más, pero se detuvo, eligiendo el silencio en su lugar.
—Imagina si Andrew Hansford descubriera la infidelidad de su amada princesa —murmuró Lita con malicia—. ¿Qué no haría un hombre herido en su orgullo? —fantaseó en voz alta sobre las posibles consecuencias de tal revelación.
La idea de que Andrew Hansford pudiera cancelar el compromiso y manchar la reputación de Wanda llenó a Lita de un regocijo perverso.
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Hace diez años...
La pequeña Lita, de nueve años, se quedó paralizada al bajar del carruaje. Ante ella se erguía el imponente castillo Ios, rodeado de enredaderas que trepaban por sus muros como serpientes de jade, árboles centenarios que guardaban secretos ancestrales y jardineras rebosantes de flores que perfumaban el aire. Guardias armados custodiaban la entrada a aquel reino de ensueño. Sin embargo, a pesar del lujo que lo envolvía, Lita anhelaba huir y regresar a su humilde hogar en el satélite Calisto.
—¡Quiero volver a Calisto, mamá! —suplicó Lita, tirando de la mano de su madre en la dirección opuesta.
Su madre se giró, sus ojos llenos de una ternura que desbordaba su rostro demacrado, y acarició la mejilla de Lita con una suavidad que parecía desafiar la crudeza de su enfermedad.
—Mi niña, debes ser fuerte —le rogó su madre, su voz un susurro frágil—. Estoy muy enferma y mi tiempo se agota...
Un ataque de tos cortó sus palabras, y Lita rompió en sollozos al presenciar cómo la salud de su madre se desvanecía día tras día, escapándose como arena entre los dedos.
—¡No quiero perderte también! —exclamó desconsolada, aferrándose a ella.
—Mi pequeña —susurró su madre, luchando por cada palabra—. Lamento tanto no poder estar contigo para verte crecer, pero mientras me recuerdes, viviré eternamente en tu corazón.
Lita negó con la cabeza, incapaz de aceptar la realidad. Recientemente, su madre le había revelado que el hombre que creía su padre, caído en la guerra, no era su verdadero progenitor, sino que era el Rey Cedrick. La idea de perder también a su madre y tener que vivir en el castillo con un hombre que apenas conocía como padre la aterraba.
Entonces, su madre se despojó de sus preciados zarcillos en forma de rosa, aquellos que Lita siempre había admirado y soñado con llevar algún día. La sorpresa se reflejó en los ojos de Lita, pues su madre nunca se había separado de ellos.
—¿Te haría feliz si te los regalo? —preguntó su madre, ofreciéndole los zarcillos.
Lita se quedó muda, abrumada por el gesto.
—Mi querida niña, perdí el dedo anular de mi mano izquierda cuando era joven y nunca pude llevar un anillo de compromiso —explicó su madre—. Así que tu padre Ragnar, en lugar de un anillo me obsequió estos zarcillos como símbolo de su amor. Ahora son tuyos. Llévalos con orgullo, y si alguna vez necesitas dinero para sobrevivir, recuerda que su valor es grande así que puedes venderlos.
A pesar de querer protestar y clamar por su regreso a Calisto, Lita vio cómo su madre llevaba una mano al pecho, signo de su dolor persistente. Asintió y forzó una sonrisa, no queriendo añadir más preocupaciones a su madre. Con el corazón encogido por el miedo, caminó hacia el castillo que, a partir de ese día, sería su nuevo hogar.
Fin del recuerdo.
El estruendo de un trueno ensordecedor sacó a Lita de la pesadilla recurrente que la asaltaba en las noches. Thorakar, su fiel dragón que yacía en la alfombra, parecía sintonizar con sus emociones y de inmediato se acurrucó a su lado, acariciándola con sus alas en un gesto protector.
—¡Estoy bien! —exclamó Lita, ofreciendo una caricia reconfortante al dragón.
Una vez que su corazón recuperó su ritmo normal, tomó un libro de cuentos infantiles, ajado por el tiempo, que reposaba en la cómoda junto a su cama. Lo abrazó con fuerza, aferrándose al único recuerdo que le quedaba de su madre, ya que los zarcillos habían sido arrebatados por su madrastra años atrás.
Después de asegurarse de que la daga seguía a su lado y que la puerta estaba bloqueada con muebles, intentó volver a dormir. Sin embargo, la víspera del cumpleaños de su difunta madre pesaba sobre su corazón, y las lágrimas brotaron silenciosas, añorando los breves años que había disfrutado de su compañía.
Le parecía injusto que la vida le hubiera arrebatado tanto a su madre como al hombre que consideraba su verdadero padre, mientras que personas como el rey y su cruel madrastra disfrutaban de una existencia plena.
Una vez más, como en tantas otras ocasiones, Lita fantaseó con hacer justicia por su propia mano, con devolver cada golpe recibido y destruir a aquellos que habían causado tanto dolor a su madre. Estaba convencida de que era producto del cruel derecho de pernada, una antigua y despiadada tradición de Júpiter Exterior, abolida tras la unificación de los dos Júpiter.
Mientras el sueño volvía a reclamarla, la idea de destruir a su familia resurgió en su mente, una posibilidad que antes le parecía inalcanzable pero que ahora, con el conocimiento del engaño de Wanda, podría convertirse en realidad a través de Andrew Hansford.
"¿Le dolería a Wanda que Andrew Hansford rompiera su compromiso?" se preguntó Lita. Aunque Wanda parecía amar al duque Moon de Terra, la deshonra ante los ojos del pueblo joviano y la posible desheredación por parte del Parlamento Joviano, lleno de hombres de mentalidad arcaica, serían un golpe devastador para la familia real.
¿Era demasiado cruel? Desde fuera, podría parecerlo, pero Lita sentía que era hora de que aquellos que la habían maltratado y privado de sus poderes de Cloroquinesis recibieran una lección. Durante diez años, no solo había sufrido maltrato físico, sino que también había perdido al único hombre que amaba, Nedflyte, quien podría haberla llevado lejos de Júpiter si no hubiera sido por la interferencia de su familia.
Continuará...
¿A quién creen que le ha vuelto la inspiración? ¡Pues a mí!, jajaja.
Si bien desde 2021 he estado escribiendo fanfics, a pesar de que amo todos los que he escrito no había ninguno que me motivara y me inspirara tanto como lo hizo EL SECRETO DE SAILOR JUPITER, sin embargo hace una semana me surgió la idea para escribir este fanfic que amenaza con destronar a EL SECRETO DE SAILOR JUPITER para convertirse en mi favorito de los que he escrito, pues estoy tan inspirada que ya llevo cuatro capítulos hechos por adelantado, y posiblemente actualice cada semana. ¡Sí, así de inspirada! Eso sí, no voy a dejar los otros fanfics que tengo pendientes. Lo prometo.
Ahora, pasando a aclaraciones, en este fanfic casi todos los personajes tienen poderes sobrenaturales porque en mi universo todos pertenecen a un grupo racial, y dependiendo de a cual grupo pertenezcan serán los poderes que tengan; así por ejemplo, aparece Haruka que como ya vieron tiene poderes de viento propios de las personas de Urano.
En cuanto a los habitantes de Júpiter, decidí que en este planeta habría dos grupos raciales, los que tienen poderes de cloroquinesis (poderes provenientes de plantas) y los que tienen poderes de trueno; y esto así lo decidí hace días que estaba pensando en lo interesante que hubiera sido que en el manga y anime se hubiera ahondado más en los poderes relacionados con plantas que tenía Sailor Jupiter y no sólo en los de trueno.
En fin, espero que les guste el primer capítulo, y como ya saben, son bienvenidos a dejar review. ¡No muerdo! ¡Lo juro!
