Cap 45: Cuestión de vida o muerte

Pólux no había sido participe de aquella charla entre el pequeño rubio entrometido y su hermano simplemente porque quería ver a dónde iba a parar. ¿Quién diría que ese enano logró sacarle información que Apolo ni siquiera al santo de leo le había brindado? Y de esto último tenía una gran certeza, pues era imposible que el guardián de la quinta casa se la pasara encerrado en la enfermería a sabiendas de que existía una cura allí afuera. De habérselo contado, aquel gato gigante se habría marchado de aventura aun si le dijeran que debía bajar al mismísimo tártaro para conseguir aquello que mencionaba Apolo. Y debía de ser un lugar igualmente peligroso donde se hallaba esa agua si el pelirrojo no les dijo nada antes.

—A las afueras del Jamir, en la cima de la Montaña Jandāra se sitúa un manantial de agua milagrosa, que se supone que tiene poderes de sanación. Se dice que cualquier enfermedad puede ser sanada al beberla —explicó mientras los miraba fijamente—. Personalmente nunca he comprobado su efectividad porque, obvio, soy el dios de la medicina. No hay nada que yo no pueda curar.

—¡Perfecto! —exclamó Giles emocionado mostrando una gran sonrisa al oír eso—. Sólo debo conseguir un poco de esa agua milagrosa y Sísifo sanará —susurró el blondo decidido a conseguirla.

—No cantes victoria tan pronto —pidió Apolo con seriedad—. Las propiedades magnéticas de la montaña impiden cualquier forma de teletransportación y por lo tanto ni siquiera los dioses pueden aparecerse como si nada. Se requiere que las personas que buscan el agua milagrosa suban por sus propios medios. Además, el manantial se encuentra custodiado por diversas criaturas monstruosas —relató los peligros queriendo hacerle ver que no se trataba de ningún juego.

—¿Lo ves, niño? —cuestionó Pólux observando al menor de forma burlesca—. Es una locura que pienses ir a un sitio como ese tú solo.

—De todas maneras, ¡iré a buscarla! —respondió de manera seria viéndolo con desafío.

—¿Estás sordo acaso? Es imposible que sobrevivas a un sitio como ese —repitió el semidiós con hartazgo por su terquedad.

—¿Y quién irá a conseguir el agua de la vida si no voy yo? —cuestionó el pequeño rubio—. ¿Acaso irás tú? —preguntó con los ojos entrecerrados viéndolo fijamente.

—¡Ja! Como si me importara lo que le suceda al caballo enano —replicó el aspirante de géminis cruzándose de brazos—. Es más, si se muere me da exactamente igual —afirmó girando la cabeza hacia un lado mientras cerraba los ojos.

—Entonces deja de estorbarme y continúa rondando la enfermería cual buitre —replicó el rubio menor con un puchero.

—¡Borrego descarriado! —insultó el gemelo mayor.

El niño de cabellos dorados tenía un punto a su favor. Pólux había estado fingiendo no importarle la salud de su maestro y emprender una misión como esa en la que no se sabía si se podía volver o no con vida sólo confirmaría que sí le interesaba. Suficiente tenía lidiando con el beso que compartieron como para que Sísifo se hiciera ideas raras sobre sus sentimientos por él si le hacía ese pequeño favor. El dios del Sol sólo veía divertido los intentos de su medio hermano por negar lo evidente. Pero se trataba de un semidiós que vivió toda su vida como mortal, era normal que aún fuera tan poco razonable gestionando sus emociones. Le era ridículo que negara algo que incluso otros mortales eran capaces de notar, pero era divertido ver a dónde iría a parar eso. Sin nada más que conversar, se dio por finalizado el diálogo y cada quién tomó su propio camino.

Mientras esa reunión se llevaba a cabo en la enfermería, Talos intentaba contener a Miles para darle tiempo a Tibalt y Nikolas de visitar a sagitario. Ambos seguían lidiando con los remordimientos de lo sucedido. Había tantas cosas que desearían no haber hecho, pero no podían cambiar el pasado y tampoco poseían alguna cualidad destacable que sirviera para ayudarlo actualmente. Si ni siquiera el dios de la medicina había conseguido sanarlo por completo, menos aún podrían ellos. El príncipe apretó los puños por la impotencia. Las últimas palabras que Sísifo le había dedicado eran para reclamarle su hipocresía al intentar detenerlo. Ni siquiera eso había podido hacer bien. Aun estando debilitado y al borde del desmayo, se le escapó de entre las manos y voló literalmente hacia su verdugo.

Ahora lo veía tendido en la cama durmiendo pacíficamente. Parecía tan ajeno a todo en esos momentos. Observando el espacio vacío de la cama, notó con mayor claridad lo menudo que realmente era el cuerpo de Sísifo si ni siquiera ocupaba todo el espacio. Sin su armadura y su sonrisa arrogante, se miraba tan frágil. No estaba acostumbrado a verlo de esa manera. Después de todo, tanto en batalla como en lo verbal era una persona demasiado poderosa. Aun con las manos desnudas era capaz de derrotar por su cuenta a una docena de hombres armados. En tan sólo un par de oraciones era capaz de devolver un golpe de guante blanco a la altura de la realeza. Se le figuraba invencible. Y se odiaba así mismo en esos momentos por ser partícipe de su caída en desgracia. Ni siquiera sentía que mereciera haber sido salvado. Miles tenía razón en decirle que si la vida fuera justa los roles estarían invertidos. Al rememorar aquel amable cosmos sanándolo mientras observaba a su dueño malherido, la culpa no tardaba en atacar. Aun se apreciaban algunas marcas en su rostro por los golpes de Hércules.

—No sé cómo comenzar esto —admitió Tibalt apoyando su rodilla derecha al lado de la cama para poder estar a la altura del menor—. Dijeron que tal vez puedas oír lo que te digamos, espero también que lo recuerdes cuando despiertes, porque lo harás, ¿verdad? —preguntó sujetando una de sus manos sintiéndola fría a comparación de la suya—. Vas a despertar pronto, después de todo eres quien representa la esperanza misma. No podemos perderte —dijo apoyando su frente contra su mano.

—Cuando estés mejor prometo escucharte para que estos errores no se repitan en el futuro —dijo Nikolas escuetamente.

Le era algo incómodo hablarle a alguien que ni siquiera sabía si le estaba oyendo. Debía admitir que se sentía un poco vergonzoso, pero quería hacer notar su presencia. También deseaba hablar con el santo de piscis, pero aún no sabía con qué palabras iniciar una conversación. En especial tomando en cuenta que, debido al estado de sagitario, el rubio se veía nervioso. El tiempo que tenía disponible para acercarse con sus rosas blancas lo usaba para sanar a Sísifo y darle tratamiento a algunos heridos que resultaran de los entrenamientos que hacían por su cuenta. Sin embargo, su propia ansiedad por el futuro incierto del ángel de Atena provocaba que su veneno se hiciera potente de un momento a otro. Su estado de ánimo era un problema que caía en el mismo círculo vicioso que le provocaba Hércules anteriormente; su ansiedad aumentaba su veneno, no poder controlar su veneno aumentaba su ansiedad y el ciclo se repetía.

—Te necesito de regreso —suspiró el príncipe mientras acariciaba una de las mejillas del azabache con el dorso de su mano—. Jamás podré saldar la deuda de vida que tengo contigo, pero viviré para devolver ese favor.

—Esto... Tibalt —llamó su amigo algo inseguro—. Sé que estás muy agradecido, pero ¿no es algo exagerado decir que vivirás para él? —cuestionó sintiendo que esa promesa excedía un poco lo que podría considerarse equitativo.

—Mi vida terminó en el momento en que me rendí ante la muerte y sólo me dejé a la deriva —afirmó el espadachín—. La vida que yo deseché con tanta facilidad como si fuera basura él la robó de las garras de la mismísima muerte. Por tanto, es suya para hacer con ella lo que le plazca.

—Si tú lo dices... —respondió Nikolas viéndole con una mueca extraña.

"Sigue sonando algo exagerado, pero supongo que son cosas de príncipes. A veces los miembros de la realeza son demasiado extravagantes y exagerados. Aunque le deba la vida, ¿no sería suficiente con devolverle el favor salvándosela también? Pero si lo analizamos bien, suena algo difícil considerando que hablamos del ángel de Atena. Si algo malo sucediera tiene a dioses, semidioses y a los dorados para cubrirle las espaldas". Pensó el hijo del juez sin comentarlo en voz alta por no querer empezar una pelea con su amigo. La expresión de seriedad puesta por Tibalt le decía que realmente iba en serio respecto a dar todo de sí para apoyar en el futuro a sagitario. Sin embargo, la atención de ambos se desvío cuando oyeron llegar a la entrada de la enfermería a un niño armando escándalo.

—¡Ya sé cómo curar a Sísifo! —gritó Giles con gran alegría de informarle eso a Talos y Miles. Como estaban en la entrada, el niño no era capaz de ver que dentro de la habitación había más personas que el paciente.

—¡¿Qué?! —preguntó sorprendido Miles sin poder creerse una noticia de ese tipo—, pero si el dios Apolo dijo que no se sabía qué sería de su salud.

—Fui a hablar con él y me contó sobre un agua milagrosa capaz de sanar todo tipo de enfermedades —explicó el pequeño rubio moviéndose inquietamente en su sitio.

—Si eso es verdad... —habló Talos con cautela mirando a su pequeño.

—¡Yo no digo mentiras! —reclamó Giles con un puchero sintiéndose ofendido por la insinuación—. Pólux también estaba ahí y puede confirmar que el dios del Sol me dijo que esa agua podía salvar a Sísifo.

—¿Irá a buscarla? —interrogó el santo de tauro con mayor alegría viendo a su niño tan ansioso. Si el semidiós iba en busca de esa cura, pronto volverían a tener a Sísifo despierto.

—No —negó el niño moviendo la cabeza mientras soltaba un bufido—. Sigue fingiendo que no le importa Sísifo por eso debo ir a buscarla —afirmó decidido.

—Escucha, Giles —pidió Talos con una sonrisa cariñosa—, primero lo hablaremos con la diosa Atena y los dorados para decidir quién puede ir a buscarla —dijo con calma mientras se ponía de rodillas para quedar a la altura del blondo—. Estoy seguro de que se trata de un viaje peligroso y por eso esa agua es tan especial, ¿me equivoco? —cuestionó mirándolo fijamente.

—Apolo dijo que casi nadie sobrevive al ir a buscarla —murmuró Giles al saberse atrapado.

—¿Lo ves? —preguntó el arconte del toro conservando su sonrisa amable—. Debemos dejar esto en manos de quienes pueden cumplir con éxito la tarea. Esperaré a que León despierte para consultar su opinión sobre el tema —dijo acariciando su cabello de manera afectuosa—. Estoy seguro de que esta noticia lo hará muy feliz.

El niño asintió, pese a no estar conforme con esas palabras. Los dorados eran un desastre actualmente y todos lo sabían. Los ánimos estaban tensos y era pesado hasta respirar cerca de alguno de ellos por temor a ofenderlos. A León no se le podía preguntar siquiera cómo se encontraba sin que gruñera un "estoy bien" claramente falso. Shanti permanecía recluido en el templo de la virgen en otro periodo de ayuno auto impuesto. Adonis tenía signos claros de ansiedad y Ganimedes era incluso más frío y cortante que antes. Cada uno estaba metido en sus propios pensamientos y no permitían a nadie oírlos. Era como si tuvieran muchas cosas guardadas en sus pechos, pero no se atrevieran a expresarlas por alguna razón que nadie comprendía. Pese a que uno de los suyos estuviera malherido aun tenían otros compañeros para superar la situación o la pérdida en el peor de los escenarios. Uno pensaría que le harían frente a la crisis de manera más eficiente, pero era todo lo contrario.

—Está bien —dijo finalmente Giles con una sonrisa—. Iré a jugar con Shanti entonces —se despidió de ambos mayores con la mano en alto y comenzó a alejarse rumbo a las doce casas.

—Cuidado con dejar que la religión te ciegue —bromeó Miles devolviendo el gesto con la mano.

El pequeño rubio fiel a su palabra se alejó de la enfermería y fue en busca del invidente. Según sabía, aquel niño conocía diversos lugares pues estuvo vagando de aquí para allá siendo guiado por los dioses. Por alguna casualidad podría ser posible que supiera cómo llegar hasta la montaña Jandāra. No podía quedarse de brazos cruzados sabiendo que nadie iría por el agua. Talos le pedía paciencia, pero no podía reunirla. ¿Y si Sísifo moría? Ya llevaba muchos días en ese estado y si se seguía prolongando era posible que nunca más abriera los ojos. Además, si el viaje era tan peligroso como le advirtió el dios del Sol era posible que le tomara varios días realizarlo. Por lo mismo, cuánto antes lo iniciara, más oportunidades habría de salvar a su amigo. Subió a través de los templos sin problemas, pues las primeras casas se encontraban vacías y la de leo tenía a su guardián durmiendo, así que nadie lo detuvo de llegar a virgo.

—¡Shanti! ¡Shanti! —llamó a gritos el recién llegado ingresando a la sexta casa.

—¿Por qué osas perturbar la paz del templo de la virgen? —preguntó de manera calmada, aunque irritada.

El joven santo dorado se encontraba delante de una pared al fondo de su respectiva casa donde había un dibujo de un halo de luz formando una aureola. Estuvo todo ese tiempo cruzado de piernas con los ojos cerrados adoptando la posición del loto. Tras lo ocurrido con Hércules había demasiadas cosas surcando por la cabeza del vocero de los dioses. No es que no le importara la situación de sagitario, pero no había nada en lo que pudiera ayudar. Así que prefería mantenerse fuera del camino para no estorbar antes que volver a sufrir nuevamente la humillación de ser apartado con excusas baratas. Cuando los dorados pusieron en marcha su plan de defensa contra Hércules, el guardián del quinto templo lo llevó junto al resto de los niños dejándole la "importante misión" de protegerlos y vigilarlos. No era estúpido. El mayor y los demás claramente creían que él no serviría para nada, pero con esa mentira creían que lo tendrían contento.

—¿Tú sabes dónde queda la montaña Jandara? —interrogó el aspirante a caballero mientras se acercaba al otro.

—¿A qué se debe tu repentino interés en el tema? —interrogó virgo con paciencia y algo de curiosidad.

—¡El dios del Sol me dijo que en ese lugar existe un manantial cuya agua puede sanar a Sísifo! —exclamó Giles con gran emoción.

—Oí algunas leyendas acerca de ese lugar, pero desconozco el camino para llegar hasta allí —respondió el santo de virgo con un suspiro—. ¿Intentas interferir en el destino de sagitario? —interrogó con cautela evitando hacer mención directa de que su muerte podría ser el designio de los dioses debido a que justamente otro dios fue quien mencionó esa cura.

—Si me estás preguntando si haré lo que necesario para salvar a mi amigo, la respuesta es ¡Sí! —enfatizó la última palabra para remarcar su punto.

Shanti meditó esa respuesta un largo rato. Al igual que el niño delante suyo, su capacidad en el manejo del cosmos era muy buena. Para el invidente, la energía de Giles era muy intensa e inquieta. Sin embargo, al igual que la de Sísifo y León, no era desagradable o agresiva, —a menos que estuvieran en batalla, presenciaran una injusticia o simplemente tuvieran un mal día—, sino un poco demasiado explosiva para su gusto. No es que fueran amigos especialmente cercanos, pero sentían empatía y respeto mutuo. En el caso de Giles era de esperarse, pues un niño de una edad parecida a la suya tenía la bendición de los dioses y se había convertido en dorado en poco tiempo. Mientras que la admiración de virgo por el aspirante nació precisamente a causa de su actitud para enfrentar la crisis causada por el campeón de la humanidad.

Recordaba claramente cómo Giles asumió un rol de liderazgo para tranquilizar a otros niños de edad similar. Nadie le había pedido u ordenado dicha tarea, pero por intuición supo lo que había que hacer. Posteriormente, Giles se había enterado de lo sucedido con quien fuera su ídolo, pese a que Talos hizo todo lo posible por protegerlo de la horrible verdad. Sin embargo, al saber la clase de persona a la que apoyó, se sintió sucio y culpable. Shanti no creía que el otro rubio debiera ser tan duro consigo mismo luego de la ayuda que prestó, pero tercamente la consciencia de Giles le seguía martirizando con ese día.

Con la llegada de Hércules varias cosas habían cambiado gradualmente. Entre ellas la percepción que se tenía de Pólux y el ángel de Atena. Una gran cantidad de aspirantes los desestimaban por las palabras de Hércules. Mismo que juraba querer ser amigo de ambos, pero que era cruelmente rechazado. A la mala fama del aspirante de géminis se le agregó la envidia y los "malos tratos" al campeón de la humanidad. Y como si no tuviera suficiente con ello, también se le atribuía haber corrompido a Sísifo para ponerlo contra Hércules. No era bien visto que el símbolo de Atena actuara como algo menos que noble y perfecto como el héroe que tenían como invitado. Giles se ahorraba comentarios acerca de Sísifo. Lo consideraba su amigo y cómo tal le hizo el mismo consejo que a Miles y Argus sobre ser más comprensivos con Hércules a causa de su condición.

El arquero sólo se encogió de hombros y le dijo: Cada quién elige en qué o quién creer.

No hubo más respuesta por parte de Sísifo sobre el tema. Lo había dejado ignorado como al propio Hércules. Eso sólo aumentó el desagrado de los demás hacia él. Aquello se estaba volviendo una nueva realidad, pero a pocos parecía causarles incomodidad o disonancia. Los días eran pacíficos a pesar de las enemistades. Mas ese mañana en específico algo cambió repentinamente.

Desde temprano el santuario había estado un poco raro al parecer de los dos rubios. El santo de virgo había notado la inquietud en los dorados y sus cosmos tensos como si se prepararan para lo peor. Era como si estuvieran inconscientemente incrementando su poder para defenderse o soportar un duro golpe por llegar. Una reacción reflejo tan natural y automática como quien cierra los ojos al ver una mano moviéndose en dirección a su rostro. Por su lado, Giles podía ser un niño, pero conocía bien a Talos. El adulto podía engañar a los demás con una sonrisa tranquilizadora, pero no a él con quien llevaba tanto tiempo compartiendo diversas experiencias. No obstante, si le preguntaba al respecto, recibía respuestas vagas e imprecisas sin dejarles saber nada relevante.

¿A dónde vamos, señor Talos? —cuestionó un pequeño niño de cabellos negros y ojos verdes.

Iremos a jugar al bosque respondió el adulto mientras guiaba a todos los niños del santuario a lo profundo del bosque—. Encontré un gran árbol en lo profundo y tiene varias frutas deliciosas que les quería dar a probar.

¡Qué bien! —celebró el menor ante aquella respuesta.

Los frutos recién cortados son los más dulces y jugosos —comentó otro de los pequeños que iba en el grupo.

Aunque los que dan en la cocina no están mal —aportó otro involucrándose en la conversación.

Esos además podemos llevarlos a donde queramos y no ocupan mucho espacio —secundó el primero destacando las bondades de los dulces preparados.

Estás loco. La fruta recién cortada es mejor —contradijo el otro.

Los dulces de la cocina —coreó un grupo.

La fruta —respondieron al unísono un grupito.

Los dulces.

Cuando lleguemos al árbol te tragaras tus palabras —advirtió el pequeño líder del equipo "fruta natural".

Mientras los infantes se enfrascaban en una acalorada discusión sobre cómo era mejor comer los frutos, Giles notó como el adulto observaba discretamente en todas direcciones como si buscara algo. El blondo lo imitó y observó en las mismas direcciones que él, pero no se dio cuenta de nada extraño o fuera de lo normal. Con el pasar de los minutos dejó de interesarse en ese asunto y se sumergió de lleno en los juegos con los demás niños. Escalaron el árbol, jugaban a las atrapadas o los más tranquilos se sentaban a conversar mientras degustaban sus frutas. Para Giles era un momento pacífico hasta que lo sintió. Un despliegue de poder divino proveniente de la zona de la cocina. De inmediato buscó a Talos para avisarle y preguntarle qué podía ser aquello. Empero, no lo encontró. A quien vio llegar en su lugar fue al santo de leo.

Señor León, ¿qué está sucediendo? ¿Dónde está Talos? —interrogó Giles acercándose deprisa.

No sucede nada —respondió el guardián de la quinta casa con una sonrisa de falsa tranquilidad—. Ya es algo tarde para que sigan jugando aquí, así que es momento de ir a otro sitio —respondió León señalando el cielo comenzando a oscurecerse.

¿Regresaremos a los dormitorios? —preguntó Giles intuyendo que algo no andaba bien.

No era tonto y poseía una gran habilidad con el manejo del cosmos, por dicho motivo sintió el despliegue de poder de Hércules. También había notado el de Sísifo y Pólux, pero lo atribuyó a que estaban entrenando juntos. La intranquilidad llegó a él cuando la presencia de sagitario desapareció. Empero, nada podía hacer. Fue llevado junto a los demás niños a una especie de cuevas alejadas de las edificaciones del santuario. Shanti estaba allí y en palabras de León era quien estaba cargo de cuidarlos mientras permanecían ocultos. Pero ¿de qué o quién se ocultaban? Por un momento pensó que quizás la maldición de Hera había enloquecido al héroe y por eso no era consciente de sus propias acciones.

Había escuchado que accidentalmente mató a sus propios hijos y se arrepintió mucho por ese pecado. Tuvo una larga travesía llena de aventuras para limpiar su honor y ahora que se veía finalmente libre de eso, la maldición regresaba a arruinar su felicidad. Si quería hacer algo para ayudar a su héroe debía asegurarse de que sus compañeros se mantuvieran lejos del peligro. Hércules no era capaz de controlarse en esos momentos, pero con la ayuda de los dorados seguramente volvería a la normalidad en poco tiempo. Sólo era cuestión de ser pacientes. Con ello en mente, el joven aspirante a santo se propuso a servir de asistente para virgo.

Me aburro —se quejó uno de los niños al no saber qué hacer ahí.

Deberíamos salir a jugar —propuso uno mientras se encaminaba hacia la salida.

No —negó Shanti cruzado de brazos—. Deben quedarse aquí hasta que se les diga que pueden irse.

¿Por qué? —preguntó uno ladeando la cabeza con confusión.

Porque yo lo digo. Obedezcan —ordenó virgo irritado—. Como santo dorado que soy estoy a cargo de ustedes y lo que yo les diga se hace.

Pero estamos aburridos —protestó uno haciendo berrinche.

Siéntense a meditar y el tiempo pasara volando —aconsejó Shanti causando un abucheo en general de parte de todos.

Eso es aún más aburrido —siguieron quejándose.

Shanti estaba particularmente enojado por la situación a la cual lo arrastraron. Él no era como los demás niños tontos que sólo pensaban en dulces y juegos. Tampoco era un inmaduro como Sísifo quién teniendo siglos de existencia seguía haciendo berrinches, jugando como un tonto o robando dulces cuando creía que nadie se daría cuenta. ¡Él era el santo de virgo! ¡Vocero de los dioses! ¡El elegido por la diosa Temis para traer justicia al mundo! No tenía tiempo ni deseos de perder su valioso tiempo entreteniendo a esos quejumbrosos. No obstante, las quejas pronto se convirtieron en llantos y gritos de pánico cuando el suelo comenzó a temblar.

¿Qué fue eso? —preguntó uno de los más pequeños abrazándose a uno de los niños de más edad, quien lógicamente también temblaba.

Tengo miedo —expresó uno comenzando a sollozar.

¿Qué está sucediendo? —interrogó otro sonando enojado producto del miedo.

¡Ya cállense, niños tontos! —ordenó Shanti con un potente grito que los tomó desprevenidos.

Los berridos y llantos infantiles no hicieron más que aumentar ante los gritos del dorado. Tanto Shanti como Giles notaron el poder de los Santos dorados siendo desplegado. Eran cosmos demasiados poderosos como para ser ignorados. Quizás podrían deducir mejor cuál era la situación fuera de la cueva si pudieran concentrarse, pero con tanto llanto y gritos les era imposible. Ese hecho causaba irritación al santo de virgo porque se sentía igual de ignorante que los demás. Contrario a él, Giles recordaba las palabras de Talos, León e incluso Sísifo. Ellos le dijeron que, sin importar su tamaño, su edad o su origen, hacer algo para ayudar o elegir hacer el bien para otros no dependía de poseer poderes divinos. Se podía ayudar a alguien en problemas incluso sin poseer nada especialmente único.

Tranquílense por favor —pidió Giles con voz fuerte para su edad, pero intentando que no sonara a regaño—. No hay de que asustarnos.

¡¿Estás loco?! —preguntó uno de los niños claramente alterado.

¿Cómo puedes decir que no hay que asustarnos? —cuestionó otro mientras los miraba con enojo—. La tierra está temblando.

¡Todos vamos a morir! —gritaron otros sucumbiendo ante el pánico.

¡Eso no sucederá! —declaró Giles de manera firme sonando confiable—. ¿Olvidan dónde estamos? —preguntó con una gran sonrisa—. Este es el santuario de la diosa Atena.

Pero ella no está aquí en estos momentos —replicó uno cubriéndose los ojos con sus manos. Como si al taparse el rostro, todos los problemas desaparecieran.

No importa —expresó Giles viendo hacia todos con una sonrisa—. Tenemos al campeón de la humanidad, a un semidiós, a los dorados y hasta al Ángel de Atena de nuestro lado. Sea lo que sea que esté causando problemas ellos lo derrotarán sin dudas.

¿Cómo puedes estar tan seguro? —cuestionó Shanti mirándolo curioso.

Porque tengo fe en ellos —declaró el rubio sin ningún atisbo de duda—. Confío en que todo saldrá bien. No debemos perder la esperanza sin importar la situación —dijo antes de llevarse la mano al pecho a la zona del corazón—. Yo algún día deseo convertirme en un santo dorado y salvar a las personas que me necesiten. Quiero que la gente crea en mí tanto como yo en ellos.

El pequeño discurso del blondo había conseguido tranquilizar un poco a sus pares. Varios, por no decir todos, los presentes eran partidarios de Hércules. Así que ellos creían que no habría ningún problema. Si aquel valiente héroe fue capaz de escaparse del mismísimo infierno, nada ni nadie era lo suficientemente poderoso para pararlo. Él sería capaz de destruir a todos los malvados que estuvieran causando problemas. El santo de virgo iba a pronunciar algunas palabras dirigidas al otro rubio, pero no llegó a hacerlo debido a que algo más se robó toda su atención.

¡Los dioses! —exclamó repentinamente Shanti al sentir su presencia.

Curioso, Giles se asomó fuera del escondite. Los demás lo imitaron queriendo saber qué estaba sucediendo cuando vieron el cielo cambiando en noche y día de una manera irreal. La luz y oscuridad que inundaban su refugio era algo imposible de ignorar. Aun en la distancia y sin un manejo adecuado del cosmos, todos sabían que eso sólo podía ser obra de entes divinos.

¡Es Atena! ¡Atena volvió! —gritaron varios a coro, clamando el nombre de su diosa.

Y no sólo ella, los dioses del sol y la luna han venido también —mencionó Shanti, quien pese a no ver nada, sí podía sentir claramente el cosmos de cada uno.

Se ven enojados —expresó uno de los pequeños al ver aquellas enormes figuras de los hijos de Zeus.

¿Vendrán a castigar a los mortales? —interrogó un joven azabache temiendo lo que pudiera ser de ellos.

No creo. Ellos son maestros de Sísifo —respondió Giles recordando su conversación con él al respecto—. Seguro vienen a ayudar.

¿Estás seguro? —preguntó tembloroso un niño más joven que el rubio.

Sí, la cinta roja de Sísifo es símbolo de que son buenos amigos —aseguró Giles sin ningún titubeo.

La alegría en los niños aumentó con esas explicaciones. Si había tres dioses, dos semidioses y los dorados peleando juntos, fuera lo que fuera que estuviera amenazando el santuario sería derrotado por ellos. No obstante, el santo de virgo al igual que Giles repentinamente sintieron como si les dieran una puntada en el pecho. Un mal presentimiento. Algo les decía que la ausencia del cosmos de sagitario no era igual que la vez anterior. Cuando el cielo volvió a la normalidad el nuevo santo de tauro fue a buscarlos. Todos los pequeños lo felicitaron y se alegraron porque lograra su meta de volverse un caballero dorado al servicio de la diosa. Sin embargo, Giles siendo el más cercano al mencionado vio a través de las falsas muecas de felicidad.

Cuando estuvieron a solas, interrogó a Talos al respecto de lo sucedido. Así fue como supo que su ídolo, el campeón de la humanidad, no sólo era una mala persona, sino que también era el responsable de que Sísifo estuviera enfermo. No tenía sentido ocultárselo siendo que en todo el santuario ese tema era el centro de conversación los últimos días. Hablaron acerca de si aquellas malas acciones fueron causadas por la maldición de la diosa Hera, pero Talos le aseguró que no tenía nada que ver. Recordaba como el nuevo santo de tauro lo abrazó fuertemente mientras se disculpaba una y otra vez por haberle dicho tantas cosas buenas respecto a esa persona. Pese a que intentó hacerle saber a Talos que su admiración era más que nada hacia él y no tanto hacia Hércules, tauro seguía empecinado en que era responsable de exponerlo a él y a los niños al peligro que representaba ese sujeto.

Giles quería recuperar a su amigo por el aprecio que le tenía. Sin embargo, no era el único motivo. Mientras Sísifo estuviera dormido, nadie podría limpiar sus consciencias. Todos ellos debían compensarle por el daño y las ofensas en su contra. Mientras siguieran atrapados en sus remordimientos y culpas el malestar persistiría. En cierto modo, salvar a sagitario implicaba restaurar la armonía en el santuario. Incluso Shanti comprendía eso. Reflexionando sobre la situación actual ahora entendía por qué la diosa Temis lo envió como guía moral de Atena y Sísifo. Ese par podía hacer mucho bien al mundo. O como ahora, crear enemistades involuntariamente.

—Como te he dicho antes: desconozco cómo llegar a ese lugar —reiteró el santo de virgo siendo completamente honesto.

—Lo entiendo —asintió Giles sabiendo que pedía demasiado para alguien que no podía ver—. Gracias por responderme —dijo con educación.

—Te deseo éxito en tu viaje —expresó Shanti lamentando no poder hacer más.

—Gracias —repitió Giles sabiendo lo poco común que era oír al rubio siendo tan amable.

—Rezaré a los dioses porque tu camino sea dichoso —ofreció el dorado.

—Por favor promete que no le contarás a nadie lo que planeo hacer —suplicó Giles no queriendo que lo intentaran detener para esperar a que todos se pusieran de acuerdo respecto a lo que deberían hacer.

—Promete volver con bien —pidió el guardián de la sexta casa.

—¡Lo prometo! —exclamó Giles con una gran sonrisa.

—Entonces yo igual —devolvió la promesa con una pequeña sonrisa.

Con esas últimas palabras intercambiadas por el rubio, Giles se retiró del templo de la virgen. El guardián de la sexta casa por su lado retomó sus intentos por contactar a los dioses. Esperaba que Temis le pudiera dar alguna información o pista acerca del futuro de sagitario. ¿Era su destino morir de esa manera? ¿No se suponía que tenía un deber divino para con la humanidad? Era verdad que el designio de las estrellas era absoluto e infranqueable. Sin embargo, ¿cuál era el de Sísifo? Su mera existencia desafiaba la lógica. Ya hubo intervención divina en su nacimiento, muerte y renacimiento. Entonces, ¿qué destino le depara en esos momentos?

El joven santo de Virgo no era el único interesado en el destino de sagitario. Los dioses del inframundo tenían especial interés en devolver la normalidad al mundo. Sísifo era la prueba de un mortal desafiando la voluntad de la muerte. Algo que no debería ser, pero al que no podían llevarse fácilmente. Tenía el permiso de Zeus para seguir respirando mientras fuera la mascota de una de sus hijas favoritas. No obstante, sin importar cuantos berrinches hicieran sus malcriados sobrinos, los mortales tenían un límite fijo desde el día de su nacimiento. Por lo mismo, Hades en persona quiso corroborar cuánto tiempo faltaba para que Sísifo volviera a ser su súbdito. Asistió a un santuario de las Moiras a las puertas de Tebas, contiguo al de Zeus para ponerse en contacto con ellas. Al llegar allí, las encontró como siempre vestidas con túnicas blancas y su semblante imperturbable.

Ellas solían aparecerse en sus templos cuando nacían bebés que requerirían de sus servicios. Siempre iban de visita tres noches después del alumbramiento de un niño para determinar el curso de su vida. Descansaban en los templos donde se les rendía culto hasta el momento indicado. Una vez finalizada su tarea desaparecían. Las moiras como divinidades primigenias estaban al margen del devenir y de la voluntad del resto de dioses, insertas en el ámbito de los principios prístinos e inamovibles del universo. Zeus era conocedor y administrador del destino de los hombres en tanto soberano del orden establecido, pero no decisor último del mismo. En efecto, tanto él como el resto de inmortales podían dispensar al ser humano dichas, aflicciones, recompensas y castigos; pero a menudo éstos no harían sino responder a lo ya establecido de antemano por las Moiras. En cualquier caso, lo que cada hombre podría o no conseguir a lo largo de su existencia, el límite temporal a ésta y su finalidad predeterminada eran competencia exclusiva de esta trinidad.

—Qué curiosa visita la tuya, rey del inframundo —saludó Láquesis, la hermana del medio. Aquella que medía con su vara la longitud del hilo de la vida.

—Mis respetos a las deidades del destino. He venido a averiguar el destino de un mortal —respondió educado Hades saludando humildemente.

—Imaginamos de quién hablas —mencionó Cloto, quien hilaba la hebra de vida con una rueca y un huso.

—Me gustaría confirmar la fecha en que cortaran el hilo de la vida de Sísifo de sagitario —expresó Hades apretando los dientes, pero pronto su mueca se volvió de dicha al rememorar lo ocurrido—. Ha sido herido de gravedad y se encuentra con un pie en la tumba.

—Aún no es su hora —respondió Átropos. Ella era quien cortaba el hilo de la vida. Elegía la forma en que moría cada hombre, seccionando la hebra con sus tijeras cuando llegaba la hora—. Y creo que falta mucho para ese momento —agregó en un murmullo.

—¿Qué quieres decir con eso? —cuestionó Hades sonando demandante—. Usó su sangre de titán y literalmente gastó su vida repartiéndola entre otros mortales. Debe estar a un suspiro de la muerte.

—En su destino hay mucha intervención divina —explicó Cloto siendo ella misma quien había hilado su destino—. Estoy muy orgullosa de mi obra. Su hilo es especialmente complicado. Me tomó mucho tiempo hacerlo y no puede ser cortado tan pronto.

—Ya se ha decidido que Sísifo sólo morirá cuando se rinda ante la muerte —agregó Átropos—. Como dijo mi hermana, no puedo destruir su obra sin disfrutarla primero.

—¡Eso es lo mismo que decir que está por encima de mi autoridad de nuevo! —gritó Hades perdiendo los nervios—. Ningún mortal puede estar por encima de la muerte —determinó el dios del inframundo—. Él no puede decidir cuándo morir. ¡Se volvería inmortal con esa libertad!

—Los dioses necesitarán de él algún día. Siendo tu súbdito no podrá cumplir con ese designio —afirmaron las tres al mismo tiempo—. Y eso es todo lo que te diremos por alzarnos la voz de manera tan maleducada —dijo la hermana mayor mientras señalaba la puerta—. Retírate ahora —ordenó.

Hades no comprendía las palabras de las Moiras, pero no podía hacer nada. Ellas estaban incluso por encima de Zeus. Por lo mismo, pese a sus protestas no se arriesgaría a hacerlas enojar y atraer su odio hacia él. Agradeció su tiempo para conversar con él y responder a sus dudas. Ahora sabía que el problema era la intervención divina. ¡Maldita sea! Sus molestos sobrinos eran los que evitaron la muerte de Sísifo. No le importaba el destino que la sagrada trinidad le tuviera preparado. Ese estafador no podía seguir burlándose de su persona como le viniera en gana. Lo más relevante de aquella charla es que al menos ya sabía que debía conseguir que se rinda. La pregunta era ¿cómo? Alguien tan enamorado de la vida no renunciaría a ella fácilmente.

Coincidentemente, en el santuario al caer la noche Giles se escabulló llevándose una bolsa con algunas provisiones de comida. Desconocía el camino que debería tomar, pero preguntando fuera del santuario tal vez consiguiera buenas instrucciones. Preparó un bolso con comida y unos cuchillos que robó de la cocina pensando en usarlos para defenderse o cazar durante su viaje. No tenía idea cuánto tiempo le tomaría, pero estaba preparado con lo básico para amañárselas. Salió cuando todos estaban dormidos y llegó a los límites del santuario sintiéndose feliz de haber logrado su cometido sin contratiempos hasta que fue interceptado por alguien conocido.

—¿A dónde ibas? —preguntó Miles apareciendo detrás de un árbol delante suyo.

—¿Cómo te me adelantaste? —interrogó Giles señalándolo con el dedo índice.

—Fácil: no confiaba en que te comportaras como un buen niño —presumió Miles con una sonrisa ladeada antes de agregar otro comentario—. Y Argus me comentó que sus amigos te vieron planeando algo.

—¿Vienes a detenerme? —preguntó el rubio viéndolo fijamente.

—De nada serviría detenerte ahora si intentaras escapar cuando baje la guardia —explicó el ex erómeno intuyendo que el otro no se quedaría quieto fácilmente y que sería peor la prohibición—. Prefiero acompañarte y asegurarme que regreses con vida.

—Será un viaje peligroso —advirtió Giles temiendo por la vida de su amigo.

—En ese caso tienen suerte de que los acompañe —intervino Tibalt corriendo hacia ellos tras abandonar la columna de piedra que usaba para ocultar su presencia.

—¿Tú qué haces aquí? —preguntó Miles con irritación.

—De casualidad oí al niño decir que conoce una forma de salvar a Sísifo. Así que iré con ustedes —afirmó el príncipe con un tono de voz imperativo.

—Ni loco. Estaremos mejor sin ti —replicó el ex ladrón con terquedad.

—Si no quieren que los delate, será mejor que acepten por las buenas que vaya con ustedes —dijo Tibalt de manera seria—. Además, un niño y una ramera no podrían solos contra los peligros del mundo.

—En eso tiene razón —admitió Giles susurrando a Miles por lo bajo.

—De acuerdo —aceptó a regañadientes el ex prostituto—, pero a la primera señal de que vas a traicionarnos, yo mismo me desharé de ti —advirtió Miles con su dedo índice apuntándolo directamente.

Con todo eso decidido estaban listos para partir a la aventura. Sin embargo, antes de que pudieran dar comienzo al viaje, una poderosa luz blanca los cegó temporalmente. Una vez que su visión se fue aclarando pudieron distinguir la figura de una mujer delante de ellos. Se trataba de Artemisa, la diosa de la luna.

CONTINUARÁ….