Cap 47: Aquel día…
Tras ser cegados por la abrasadora luz del sol luego de un periodo tan prolongado de oscuridad, los aspirantes a santos finalmente pudieron aclarar su vista. "Primero, Artemisa y ahora la borrega, a este paso vamos a quedar tan ciegos como Shanti". Pensó Pólux con fastidio. Cuando consiguieron aclarar su vista tras varios parpadeos se sorprendieron por el paisaje delante suyo. Era como lo que describían los cantares acerca de los campos Elíseos. Un lugar paradisiaco en medio de un infierno. Justo así se sentía esa pequeña aldea oculta. Frente a ellos había prados verdes llenos de flores, así como también lo que suponían zonas de cultivo y corrales para los animales entre los que distinguían vacas, gallinas y caballos. También había casas hechas de madera y caminos que, pese a ser de tierra, estaban bien delimitados.
—¡Increíble! —exclamó Miles muy emocionado al ver tan hermoso lugar.
—¿Verdad? —preguntó Raga con gran orgullo—. Esta es una de las tantas aldeas secretas de muvianos que hay a lo largo de la cadena montañosa —explicó comenzando a caminar.
Lógicamente varios de los aldeanos se sorprendieron al ver a la pelirroja trayendo a cuatro desconocidos atados. Algunas mujeres ocultaron a los niños más pequeños temiendo que se tratara de criminales peligrosos. Otros se acercaron a curiosear. Veían con sumo interés a los prisioneros preguntándose el motivo de traerlos hasta ellos. Los aspirantes a santos observaban el lugar con sumo interés mientras comparaban ese lugar con el santuario y las ciudades que conocían. No se parecía a nada que hubieran visto antes. Todo estaba tan organizado que parecía utópico. Las casas pese a ser de madera no parecían frágiles, la comida que era cultivada no parecía estar vigilada por nadie. Como si estuviera ahí para que cualquiera se sirviera según se le antojara, pues tampoco notaron a nadie vigilando qué o quién ingresaba a la zona de las hortalizas.
—¡Raga! —llamó una mujer mayor de largos cabellos blancos como la nieve—. ¿A dónde te fuiste sin avisar? ¿Otra vez estuviste metiéndote en problemas? —interrogó de manera severa la anciana antes de posar sus ojos color avellana en los recién llegados—. ¿Y ellos son...?
—Son aspirantes a santos de Atena según dicen —respondió la muviana de cabellos rojos.
—¿Atena? ¿Y qué quieren los dioses con los muvianos? —interrogó con molestia—. Ellos y sus guerras devastaron a nuestra gente. ¡Qué descaro que vengan a molestarnos! —exclamó con fastidio.
—Atena no nos envió —aclaró rápidamente Giles llamando la atención de la anciana—. ¡Nosotros vinimos porque queremos ayudar a un amigo que está en peligro!
—¿Qué hace un pequeño muviano con la diosa de la guerra? —interrogó ella apretándole una mejilla dejándola un poco roja—. Eres muy joven, ¿dónde están tus padres? —interrogó echando una mirada amenazante a los otros tres por si lo habían secuestrado.
—No sabía lo que soy hasta que Raga me lo dijo y no recuerdo bien el rostro de mis padres —respondió con melancolía—. Un buen hombre me encontró en la calle solo y me cuidó desde entonces. Incluso me ha ayudado a buscar a mis padres, pero no tuvimos resultados —explicó mientras la señora guardaba silencio meditando la respuesta.
Hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en eso, pero realmente no había demasiado que analizar. Tenía vagos recuerdos de haber estado en una casa con un hombre y una mujer. En la lejanía de sus memorias sonaba una leve canción siendo tarareara. Y la frase "espera aquí hasta que volvamos" pronunciada por una voz masculina muy amable. Quizás fue esa la petición que le provocó pasar largas horas en la puerta de una casa. Ahí, solo, esperando por personas que jamás regresaron. Hasta que un día Talos se le acercó y le ofreció comida al verlo desnutrido. No sabía cuánto tiempo estuvo en ese sitio, pero debió ser lo suficiente para verse demacrado.
Talos le contó que se lo había llevado a la casa donde alojaba a los demás huérfanos que llegaban a sus manos. Le dio comida y agua. Ambas cosas que tanta falta le estaban haciendo a su cuerpo. El adulto relató que lo llevó a una cómoda cama para dejarlo descansar. Sin embargo, pese a todo el amable trato brindado por su parte, siempre volvía al mismo sitio donde lo había encontrado la primera vez. El pequeño rubio siempre estaba allí con las rodillas flexionadas mirando por las calles en busca de alguien que no volvía. Talos entonces comenzó a correr la voz por el pueblo acerca de que le avisaran si llegaban extranjeros buscando a un niño perdido. A juzgar por las características de Giles asumió que quizás se trataba de comerciantes que perdieron a uno de los suyos durante algún negocio en esa ciudad. Si ese era el caso no debían tardar en volver apenas se dieran cuenta del olvido.
Poco a poco, Giles dejó de frecuentar aquel lugar donde solía sentarse a esperar. Lentamente los recuerdos de los rostros de aquellas personas que lo arrullaban y abrazaban con cariño se fueron difuminando. Y sólo quedaron manchas oscuras. A medida que olvidaba a sus progenitores fue la imagen de Talos la única en su mente llenando el espacio vacío. Era como si ellos siempre hubieran estado juntos y no recordaba la vida antes de conocerse. Sin embargo, el adulto nunca dejó de observar si de casualidad no hallaba alguna pista sobre los padres de Giles. Mínimo deseaba saber qué fue de ellos para abandonar así a su pequeño. Supuso el peor escenario: la muerte. No obstante, la incertidumbre siempre le dejaba un margen de error que le permitía guardar esperanzas de que estuvieran vivos y en busca del menor.
—El agua de la vida es sagrada. ¿Qué ha hecho tu amigo para merecer tal honor? —preguntó la anciana de manera severa—. ¿Posee un corazón lo suficientemente puro como para obtener un tesoro que ni los dioses han tocado? —interrogó.
—¡Es el ángel de Atena por supuesto que es digno! —gritó Miles.
—Él salvó muchas vidas poniendo en riesgo la suya. Incluso sanó a quienes lo traicionamos —admitió Tibalt con remordimiento.
—No voy a decir nada a favor de ese estafador —comentó el semidiós con fastidio.
—¡¿Es en serio, toca niños?! —reclamó el ex eromeno queriendo golpearlo, pero impedido debido a que estaba atado—. Si no vas a decir nada bueno, será mejor que te calles.
Tras eso inició una discusión entre los cuatro. El hijo de Zeus tenía sentimientos demasiado confusos respecto a su maestro. Hablar bien de él sería contraproducente. No y no, ni muerto diría cosas buenas del anciano que hizo quedar en ridículo a su padre. Él no era como sus demás medio hermanos que perdieron la cabeza por sagitario. Miles sabía bien que, si dependían de que el corazón de Sísifo fuera puro, estaban perdidos. ¿Cómo iban a conseguir el agua con ese requisito siendo que querían salvar a un rey impío? ¡Un maldito pecador de los cielos! La única manera de lograrlo sería mintiendo al respecto. Contrario a ellos quienes conocían la verdad, Tibalt y Giles estaban seguros de que el arquero sería merecedor del agua.
—Je, je, je son bastante divertidos —dijo la muviana mayor mientras de un chasquido les liberaba las manos—. Mi nombre es Prana por cierto. Soy la líder de este lugar —explicó dándoles la espalda comenzando a caminar.
—¿A dónde va? —preguntó el espadachín mirando a la niña.
—Síganla —ordenó señalando el lugar por donde se iba la señora mayor—. Parece que le cayeron bien, así que aprovechen para convencerla de que vale la pena decirles donde está el agua.
—Gracias, Raga —dijo Miles despeinándola con su mano antes de correr tras la vieja siendo seguido por los otros tres.
Realmente no entendían que estaba pasando por la cabeza de la matriarca del lugar, pero mientras le diera respuestas no les importaba. Pólux de hecho estaba pensando que como última medida siempre podrían recurrir a la fuerza bruta. Es decir, la señora apenas si se podría defender de él si se ponía un poco rudo. Corrieron por las calles dándose cuenta de que la anciana les había sacado tanta ventaja que ya estaba metiéndose a una casa presuntamente suya. Ingresaron a la misma encontrándola bastante austera para tratarse de la residencia de la jefa del sitio. Allí vieron que Prana estaba sentada en una silla de piedra. Había pocos muebles, por no decir que aparte de la silla de piedra sólo había una mesa con comida, agua y frutas.
—Sería maleducado de mi parte no ofrecer algo de comer a los invitados —dijo la muviana mientras los observaba sonrojarse por el ruido de sus estómagos—. Adelante, coman con confianza mientras les explico lo que vamos a hacer —invitó con un gesto de la mano.
Giles sin ningún tipo de vergüenza probó la sopa de verduras en aquel cuenco encontrando sumamente delicioso su sabor. Además de peculiar. No recordaba haber probado algo así en su vida. Miles con algo de reservas tomó una manzana. Siempre existía la posibilidad de que los estuviera queriendo envenenar así que no podía bajar la guardia. Tibalt y Pólux prefirieron no comer nada y sólo bebieron algo de agua para hidratarse tras el largo viaje.
—Voy a juzgar yo misma a ese amigo que quieren salvar y determinaremos si es o no digno del agua —dijo Prana causando enojo en el semidiós quien sintió que jugaba con ellos.
—Él está dormido profundamente. No ha abierto sus ojos en mucho tiempo. No podemos traerlo aquí —gruñó con molestia al sentirse burlado—. No necesitaríamos esa agua si estuviera en condiciones de venir a verte, vieja tonta.
—Deberías aprender a ser más respetuoso con tus mayores —dijo la anciana calmadamente antes de alzar su dedo índice.
Al mismo tiempo que su falange se erguía rectamente, el semidiós comenzó a flotar en el aire para el asombro del resto de su grupo. Naturalmente, el aspirante de géminis movió sus brazos y piernas buscando bajar, pero con una pequeña seña de Prana lo mandó a volar contra una pared. Tras el golpe el aspirante de géminis cayó sonoramente al suelo.
—¿Cómo hizo eso? —Interrogó el semidiós una vez que volvió a ponerse de pie.
—Mi gente es naturalmente hábil con el manejo del cosmos y nos especializamos en dos cosas: los poderes psíquicos y la herrería —explicó Prana mientras hacía levitar todos los objetos sobre la mesa donde estaban comiendo—. Cuando les dije que iba a juzgar a su amigo me refería a hacerlo a través de sus ojos. Ustedes deberán mostrarme el recuerdo con el que mejor definan a esa persona.
—¿Cómo haremos eso? —interrogó Tibalt preocupado por su manejo tan precario del cosmos.
—No deben preocuparse por nada —tranquilizó la muviana—. Sólo deben pensar en ese momento de sus memorias donde crean que vieron la verdadera naturaleza del Ángel de Atena. Yo lo proyectaré con mi cosmos para que lo veamos juntos.
—¿Por qué? —cuestionó Miles sin entender la lógica detrás de ello.
—Las personas no se comportan de la misma manera con todo el mundo —respondió la matriarca—. Alguien que es muy amable contigo podría ser el mismo demonio con otra persona. El objetivo de ver a los cuatro es saber qué es lo que les hace creer que merece ser salvado. ¿Culpa? ¿Agradecimiento? ¿Amistad? ¿Amor? —enumeró a modo de pregunta consiguiendo que cada uno se identificara brevemente—. La persona a la que quieren salvar es la misma, aunque cada uno de ustedes se mueve por sus propios motivos, pero ¿es la misma persona con todos ustedes?
"Estamos jodidos". Pensaron Miles y Pólux a sabiendas de que si exploraban sus mentes podría escaparse el recuerdo de la clase de pecador que era Sísifo. La fama que tenía en aquella época oscura incluía todo tipo de crímenes desde engaños, robo, manipulación hasta asesinato. Y no era a una o dos personas. Se decía que el rey de Corintos asesinó a decenas de viajeros por no pagar el peaje que él exigía.
—¿Por qué no podemos simplemente contarle nuestra experiencia con él? —preguntó el aspirante de géminis intentando no mostrar sus nervios.
—Sí, sí nosotros podemos decirle todo lo que desee saber —aportó el ex eromeno.
—¿Por qué creen que quiero mostrar sus recuerdos? —cuestionó la anciana con una mirada afilada como la de un águila que se veía peligrosa pese a todas aquellas arrugas adornando su faz—. Es para ver aquello que pudieron haber ignorado; gestos, muecas, sonidos. El lenguaje corporal es algo vital para saber si una persona es honesta o no —justificó con una sonrisa divertida—. Viendo recreados sus propios recuerdos podrán darle una segunda mirada a la percepción que tienen de esa persona.
—Ya dejen de interrumpir y dejemos que la señora comience —ordenó Tibalt de manera autoritaria—. Estamos listos para comenzar cuando usted disponga, señora Prana —anunció educadamente.
A los otros dos se les crisparon los nervios por su imprudencia. ¿Desde cuándo el recatado y calculador príncipe era tan lanzado? Ya era la segunda vez que hablaba en nombre de todos sin siquiera medir las consecuencias. Hubieran deseado negarse, pero no tenían salida. Esa era la única forma de conseguir la información. Prana decidió dejarle el honor de ser el primero a su pequeño compatriota. La anciana se le acercó con lentitud y colocó su mano sobre la cabeza del niño. Cuando la mano de Prana comenzó a brillar por la concentración de su cosmos, el recuerdo de Giles pronto los envolvió a todo sumergiéndolos en un escenario infernal.
Todo a su alrededor se estaba prendiendo fuego mientras horrendas criaturas mitad hombre mitad caballo atacaban a las personas. No importaba si se trataba de niños, mujeres, ancianos u hombres. No había el más mínimo rastro de piedad. Los más afortunados morían a causa de un disparo certero de esas flechas. Los que no tenían tanta piedad sólo eran heridos por las mismas y usados como juguetes por los centauros. Había varios niños llorando a su alrededor mientras Talos les pedía que se quedaran escondidos en una esquina. El adulto estaba acompañado de un vecino de buen corazón con el cual habían intentado cubrir la entrada para evitar que los monstruos los alcanzaran.
—Esto es... —mencionó Tibalt observando a su alrededor como todo estaba en caos.
—Es el día que los centauros atacaron mi ciudad —respondió Giles comenzando a temblar al ver como todo era tan vivido que parecía haber retrocedido el tiempo.
—Esto es horrible —mencionó Miles alejando su mano temiendo quemarse con las flamas.
—No hay de qué preocuparse —mencionó Prana al ver su reacción—. Esto es una ilusión, no puede causarte daño, así como nosotros no podemos intervenir en lo que veamos.
La puerta fue repentinamente echada abajo dando paso a aquellos monstruos. Dispararon sus flechas intentando darles a los niños, pero Talos las atrapó con sus manos a unas cuantas, mientras otras se incrustaron en su cuerpo. Le pidió a su vecino que llevara a los infantes a un sitio seguro, pero una de aquellas bestias le dio una patada con tal fuerza que lo mandó a volar contra una pared haciendo que sangrara de la cabeza. Los niños comenzaron a gritar de horror y miedo llorando desesperados con miedo a morir. Talos entonces alzó sus puños e intentó luchar contra esas abominaciones. Su fuerza era superior a la de un hombre promedio, pero seguía siendo nada frente a un centauro y más con esa desventaja numérica. Pronto quedó reducido en el suelo malherido igual que el otro hombre.
—¡Talos! —gritaron los niños asustados al verlo lleno de moretones y sangre.
—Estos niños son demasiado ruidosos —dijo un centauro sujetando a una niña de cabellos cobrizos que no dejaba de gritar por ayuda.
—Sálvenme, alguien ayúdeme por favor —suplicó la pequeña.
—No, por favor —suplicó Talos extendiendo su mano en su dirección—. Perdonen la vida de los niños. Piedad...
—Ups —dijo divertido aquel monstruo mientras aplastaba el cráneo de la pequeña entre las palmas de sus manos.
La presión ejercida había quebrado los huesos de la cabeza haciendo saltar la tapa del cráneo con el cerebro junto a la sangre deslizándose por el rostro de la víctima. El centauro dejó caer el cuerpo sin vida que quedó mirando en dirección a sus amigos. La expresión de terror era incluso peor por culpa de las deformidades causadas por la cruenta forma de quitarle la vida. Los gritos y chillidos de horror no hicieron más que aumentar. Con el terror de ser los siguientes fueron llevados cual rebaño por los centauros a través de las calles donde sólo podía olerse la sangre y el fuego. No importaba el lugar donde miraran había centauros o víctimas. El vecino que había intentado ayudarles anteriormente intentó correr para alcanzar la espada abandonada en medio de la calle, pero su pierna fue alcanzada por una flecha. Esos malditos centauros luego de eso les ataron unas sogas a las extremidades y comenzaron a correr cada uno en una dirección diferente mientras el hombre gritaba de dolor. Esos abominables seres comenzaron a reírse en voz alta mientras el cuerpo del mortal era partido por la fuerza puesta por cada uno de ellos. Los sollozos de los niños aumentaron nuevamente.
Los centauros hartos de sus gritos decidieron ir silenciándolos uno por uno. Sujetaron a uno de aquellos pequeños niños, quien lógicamente, estaba llorando y suplicando piedad. Uno de los pocos supervivientes intentó servir de distracción, pero fue golpeado y sometido junto a Talos. Pese a ello ninguno de los dos se rindió. Siguieron luchando por llegar donde el pequeño. Tenían heridas abiertas sangrando por sus intentos anteriores por resistirse. No habían logrado liberarse, pero al menos les dejaron varias heridas no muy grandes, pero aun así lo bastante visibles a esos centauros. Uno de los infantes fue sujetado a la fuerza y puesto delante del que parecía el jefe. Aquel horrible ser se rio al ver el miedo en los ojos del menor y sin siquiera mediar palabra le dio un golpe con su puño. Fue tal la fuerza aplicada que al tocar el suelo su cráneo se abrió exhibiendo sus sesos a los demás niños presentes.
―¿Quién quiere ser el siguiente? ―interrogó ese monstruo.
Varios de ellos ya habían abandonado toda esperanza de ser rescatados luego de ver como incluso Talos, el hombre más fuerte de la ciudad era vencido. Eso era... el infierno. Sin embargo, cuando creían que sólo les quedaba el dulce alivio de la muerte el sonido del aire siendo cortado atrajo su atención. Una flecha salió de la nada directo a la cabeza del jefe. Por desgracia se dio cuenta a tiempo y evitó que el ataque fuera mortal. El centauro golpeó sus cascos contra el suelo completamente molesto buscando el origen de aquel ataque. De un callejón salió un niño de cabellos negros y ojos azules.
―¿Te atreves a desafiarme? ―preguntó el centauro sonriendo con los dientes siendo exhibidos.
―¿Te crees un desafío digno de mí al menos? ―respondió Sísifo con una sonrisa arrogante―. Con eso de que ustedes son una aberración salida de la fornicación con una nube ―se burló.
―¡Mátenlo! ―ordenó haciendo que varios atacaran a Sísifo.
El azabache comenzó a luchar contra los centauros, esquivando algunos y devolviendo varios. A los ojos de Giles era una pelea bastante igualada, pues había conseguido causar el mismo nivel de daño que Talos anteriormente cuando los defendía. Lamentablemente la diferencia numérica le estaba pasando factura. A pesar de haber empezado con un buen ritmo a medida que el combate se prolongaba más y más golpes caían sobre el cuerpo del moreno causando pavor en Talos. Ambos hombres que estaban cuidando de los niños suplicaban piedad por los infantes. Y lo estaban incluyendo a él. Estaba pidiendo que no lo lastimaran más y perdonaran su intento de jugar al héroe.
―¿Algún último deseo? ―preguntó aquel centauro viendo con burla a Sísifo.
―Qué mueras de manera lenta y dolorosa ―se burló el aludido causando la cólera en el otro.
―¿Sabes qué? Antes de matarte a ti, vas a presenciar la muerte de estos niños que intentaste proteger.
―¡No! ―negó el azabache viendo con clara expresión de horror como aquellos seres pensaban deshacerse de esos pequeños inocentes.
Los monstruosos seres comenzaron a seleccionar a sus presas para el grotesco espectáculo que se avecinaba. Giles al igual que los demás simplemente temblaba sin saber qué esperar. En su interior rogaba porque alguien los rescatara, pero quizás era momento de dejar de esperar y aceptar su fatídico destino.
―¡Sagitario! ―gritó invocando a una armadura alada de color dorado.
Aquella vestidura sagrada envolvió al infante y literalmente comenzó a flotar en el aire. Podía volar. Se había quedado unos segundos admirando su propia apariencia al igual que los demás. Tanto centauros como mortales no podían creer lo que veían, en esos momentos aquel niño molesto parecía un ángel desplegando sus alas de manera suave mientras brillaba en aquella tonalidad dorada a causa de su armadura. En medio de una ciudad infestada de muerte, sangre y desesperanza apareció un pequeño milagro que podía significar la posibilidad de salir con vida de esa situación. Agitando sus alas creó una ventisca dorada que fue capaz de alejar a esos asquerosos monstruos de los rehenes.
―Ahora veremos quién suplica a quién, maldita aberración ―insultó el azabache mientras volaba en dirección de uno de los centauros y le asestaba una patada en el rostro doblando el cuello de forma en que se lo rompió.
Los demás hombres mitad caballo se comenzaron a reagrupar pensando en alguna estrategia conveniente para lidiar con ese ser alado. Lo primero que hicieron fue intentar acercarse para tomar el control de los rehenes nuevamente, pero Sísifo no se los permitió produciendo un fuerte viento dorado con sus alas. Eso había conseguido desviar las flechas con las que pretendían herirlos y a la vez mantenerlos a una distancia considerable para evitar ser heridos por las flechas repelidas por su brisa. Aun así, por la forma en la que sagitario se esforzaba en dirigir su cosmos conseguía devolver algunas con una fuerza mayor con la que habían sido lanzadas originalmente. Viendo al fin la abertura en las filas de centauros que tanto había estado buscando aprovechó la distracción para hablarle a uno de los adultos.
―En aquel callejón hay un niño ciego escondido, por favor llévenselo también a un lugar seguro ―pidió Sísifo sin dejar de vigilar a aquellas bestias humanoides en ningún momento.
―Pero ¿qué hay de ti? ―interrogó Talos viéndolo con preocupación―. Ellos son muchos y tú uno solo.
―No se preocupe, yo estaré bien por mi cuenta ―aseguró dedicándole una media sonrisa que no convenció mucho al mayor―. Además, tengo la bendición de la diosa Atena, ¿sí? Soy un santo a su servicio no dejará que nada me suceda ―mintió logrando el alivio del hombre.
Giles fue cargado en brazos por Talos. Mientras se alejaban, el pequeño rubio miraba hacia atrás al ser alado que seguía batallando con esas bestias. Los centauros se habían distribuido de tal manera en que estaba atrapado en un semi círculo del cual la única salida era tomando el camino por el que se fueron los infantes. Sagitario voló en dirección al líder con claras intenciones de golpearlo en el rostro mientras una lluvia de flechas caía sobre él. Las esquivó a duras penas mientras iba directamente contra el líder, pero el jefe centauro le dio un fuerte golpe en el rostro que lo mandó a volar varios metros hacia atrás. Sin embargo, gracias a sus alas pudo reducir la rapidez con la que pudo ser lanzado al suelo. El santo se limpió la sangre de la boca y cerró sus ojos un momento.
―¿De qué te ríes? ―preguntó uno de los centauros mientras preparaban flechas ardientes―. Estás totalmente solo y a punto de morir.
―¡Parecía más impresionante antes!
―Sólo estaba fanfarroneando, no es la gran cosa.
―No se dejen tomar desprevenidos esta vez y terminémoslo sin demora ―ordenó el líder alzando la mano en señal de "apunten".
El santo de Atena ignoró por completo los diversos comentarios realizados acerca de cómo matarlo concentrándose en lo que estaba por hacer.
―¡Disparen! ―Oyó el grito del monstruoso ser antes de que la lluvia de flechas se dirigiera hacia él.
Talos al igual que Giles habían ido a buscar al niño ciego mencionado por el santo antes de alejarse para no molestar. Sin embargo, a la distancia a la que estaban aun podían ver parte del combate. El otro hombre junto a Talos le aseguró que guiaría a los demás niños a un lugar seguro, pues el pequeño blondo se negaba a soltarse de los brazos de Talos, temiendo que si lo dejaba ir nunca lo volvería a ver. Pese a los intentos de convencer al muviano de que todo estaría bien y que Talos pronto regresaría con ello, se negó con tal insistencia que tuvo que llevarlo en brazos a aquel callejón. Por un momento pensaron que el invidente se habría ido por los fuertes y peligrosos sonidos a su alrededor, pero tras buscar un poco, lo encontraron sentado escondido detrás de unos escombros sujetando algo entre sus manos.
—Pequeño ¿te encuentras bien? —cuestionó Talos acercándose lentamente antes de bajar a Giles.
—¿Qué quieren conmigo, pecadores? —interrogó Shanti con dureza.
—Tu amigo nos pidió que te lleváramos a un lugar seguro porque eres... bueno ya sabes... —intentó decir Talos sin sonar ofensivo.
—¡Nos dijo que eres un cieguito! —completó Giles corriendo hasta el invidente para tocarle la frente—. ¿De verdad no puedes ver nada? ¿Está oscuro ahí?
—Aleja tus manos de mí —ordenó el niño extranjero dándole un manotazo—. Y ese pecador no es mi amigo, sólo es mi responsabilidad como vocero de los dioses.
—De momento debemos salir de aquí. Este lugar es peligroso —dijo Talos antes de alzar a ambos niños en brazos—. Mi nombre es Talos y puedes contar conmigo. Te protegeré todo lo que pueda —prometió al ciego.
Shanti al igual que Giles se aferraron con fuerza al cuerpo del castaño. Él los envolvía lo mejor posible por protección hacia el fuego y el calor a su alrededor y a la vez intentaba evitar que viera la masacre. Cosa que no era posible, al menos para Giles. Las calles eran un espectáculo dantesco. Decenas de personas que ellos frecuentaban y conocían estaban tiradas en el suelo. Cada uno sin vida. Eso cuando estaban completos. Pues había partes de hombres dispersas por el lugar; brazos, piernas y cabezas con expresiones del más puro terror. Las mujeres, incluyendo ancianas y algunas niñas, tenían sus ropas rotas y grandes cantidades de sangre entre las piernas. Como si fuera poco el olor a la carne humana quemada era nauseabundo y sumamente penetrante.
—Pronto estaremos en un lugar seguro —tranquilizó Talos haciendo grandes esfuerzos por contener sus propias emociones—. Por favor no vean.
—Eso no será difícil para mí —respondió Shanti con apatía.
—Oh lo siento yo no quise... no era mi intención... —quiso disculparse el adulto.
—Tienes suerte de no ver —murmuró Giles dándose cuenta de que la batalla de aquel guerrero dorado aún seguía en curso.
Talos y Giles abrieron la boca horrorizados al darse cuenta de que para el pequeño azabache sería imposible evitar una lluvia de flechas ardientes que se precipitaba sobre él. Mas se llevaron una gran sorpresa. Sísifo comenzó a girar en su mismo sitio a gran velocidad usando sus alas para generar más viento en cada giro realizado. Habiendo caído sobre su persona decenas de flechas, fueron capturadas por su pequeño tornado dorado para ser posteriormente expulsadas con mayor fuerza y velocidad de regreso hacia ellos. En cuestión de minutos Sísifo había hecho caer a todos los centauros con sus propias flechas usando el mínimo esfuerzo. Los pocos supervivientes medio equinos salieron corriendo asustados jurando hacerle pagar la osadía algún día.
Talos se acercó a los demás supervivientes con los rubios aún en sus brazos en busca de asegurar la mayor cantidad de personas con vida. Se llevaron una gran decepción al darse cuenta de la cantidad aproximada de bajas. Habían perdido a muchos conocidos. Mas, se sentían aliviados y agradecidos que los niños que mandó adelantarse consiguieron llegar hasta allí con bien. Pese a toda la calamidad aún quedaban personas con vida. Algunos algo heridos, pero nada que no pudieran solucionar deteniendo el sangrado de los cortes o dejando reposar a los que tenían algún hueso roto. No obstante, no tuvieron demasiado tiempo para procesar lo acontecido cuando Atena se dejó ver como la hermosa mujer que era mientras iba caminando soberbiamente rumbo a ellos y se acercaba a las malheridas personas en la entrada.
―¡Mortales! ―llamó la diosa Atena dando una entrada magistral adentrándose en la ciudad destruida dejando sentir su cosmos divino el cual apagaba los incendios a su paso―. ¿Se encuentran bien? ―interrogó con una voz dulce.
―¡Diosa Atena! ―exclamaron algunos saliendo de sus escondites acercándose a ella―. Nos honra su presencia, pero no tenemos nada que ofrecerle.
―¡Por favor no nos castigue! ―imploró una mujer colocándose de rodillas pidiendo misericordia.
―¡Unos centauros atacaron nuestros hogares! ¡Le prometemos hacer ofrendas en el futuro, por favor perdónenos!
―Descuiden, mortales ―dijo Atena de manera conciliadora mirándolos compasivamente―. Yo no he venido a castigarlos, sólo quiero corroborar si mi santo cumplió correctamente su trabajo ―explicó de manera suave.
―¿Santo? ―interrogaron entre cuchicheos.
―Sí, tengo un guerrero santo directamente bajo mi orden. Es mi protector y "ángel de la guarda" ―mintió de manera descarada siendo creída su palabra sin cuestionamientos―. Se ve como un niño de diez u once años, cabellos negros y ojos azules.
Giles alzó la mirada hacia el cielo cuando notó que el humo negro que los había estado intoxicando iba despejándose con el batir de unas alas. El cielo azul que antes era imposible ver por culpa de las nubes de ceniza se abrió un poco mientras plumas doradas caían desde lo alto. Consiguió atrapar una entre sus manos encontrando curioso como brillaba levemente y se sentía tibia. Observó hacia arriba como sagitario, como aquel niño gritó, iba volando en dirección a ellos mientras se abría un camino por dónde él pasaba. Era la primera vez que sabía de una persona capaz de volar. Un niño no mucho más grande que él se hizo cargo de la situación con los monstruos y sin esfuerzo de la contaminación.
―¡Atena! ―llamó sorprendido Sísifo cuando llegó donde ella. Él había sentido su presencia y de inmediato fue a ver qué estaba planeando hacer―. Si esto es por lo de los talismanes… ―se apresuró a aclarar sabiendo que no había completado su tarea.
―¡Es él! ―señaló la deidad con su dedo índice apuntando directamente hacia Sísifo―. ¡Él es el ángel que les envié para salvarlos en su momento de mayor desesperación!
―Pero ¿qué demo…? ―intentó preguntar sagitario confundido por esas palabras.
Una de las niñas al cuidado de Talos se alejó del grupo y buscó rápidamente alguna flor superviviente que pudiera obsequiar en agradecimiento. Logró encontrar una que le pareció lo suficientemente bonita para ser un regalo y fue directamente para hablar con su salvador.
―Señor ángel muchas gracias ―interrumpió los pensamientos de Sísifo quien se había quedado en silencio por largos momentos.
Al mirarla bien era una niña de cabellos rubios algo sucios manchados de barro y sangre. Tenía arañones en sus ropas y no parecía ser mucho mayor que él, quizás tendría unos cinco o seis años. Ella le ofreció una flor silvestre en su mano extendida mientras le sonreía. Giles estaba algo nervioso por su atrevimiento. ¿Y si ofendía al santo de la diosa Atena? ¡Acababa de salvarles la vida, ¿y esa niña le daba una mugrosa flor que recogió del suelo?! Ni siquiera hizo algún esfuerzo por ir a buscar algo digno. ¿Es que tan poco le pareció la hazaña? Al menos debió esperar para poder ir al campo o algo así y hacer un arreglo que fuera digno de un campeón. Si terminaban maldecidos por Atena sería mil veces peor que los centauros.
―Gracias, pequeña ―agradeció Sísifo sonriéndole con dulzura mientras aceptaba la flor―. Pero eso de "ángel" es sólo un apodo que usa a veces la diosa Atena conmigo. Mi nombre es Sísifo, puedes decirme así ―aconsejó.
Giles se sorprendió bastante por esa respuesta. Todos los héroes siempre eran bien pagados con oro, banquetes y grandes celebraciones en su honor. Una sucia flor silvestre debería ser considerado un insulto, pero fue bien recibida como si nada. Talos se apresuró a acercarse con Shanti en brazos y se arrodilló delante del arquero, apretando sin querer al invidente entre sus pectorales. Estaba sumamente avergonzado de no haber podido hacer lo que aquel pequeño logró por sí solo, pero al menos consiguió cumplir exitosamente la tarea que le había encomendado. Mantuvo la cabeza agacha evitando mirarlo directamente a los ojos mientras le informaba lo sucedido.
—Señor ángel de Atena, yo... —dijo respetuosamente mientras meditaba las palabras que usaría—. Hallé a su amigo donde me dijo y lo traigo humildemente ante usted.
—Ese lunático no es mi amigo —respondió Sísifo con despreocupación mientras se acercaba a él—. Literalmente lo conocí hoy, pero gracias por ir a buscarlo —agradeció viendo a Talos.
—Me disculpo por la confusión señor Ángel —dijo el adulto temiendo haber hecho algo ofensivo.
—Hey, grandulón —llamó sagitario con el ceño fruncido—. No hace falta que me llames así, es más no me gusta, dime por mi nombre. Soy Sísifo —pidió de manera seria.
—Peeero no podeeemos deeecirte así —mencionó Giles tartamudeando por los nervios de estar delante de un santo—. Eres nuestro beeenefactor —dijo sonando lo más respetuoso que podía.
—Ja, ja, ja —comenzó a reír Sísifo en sonoras carcajadas—. ¡Suenas como una ovejita! —gritó señalándolo con el dedo índice—. A ver, a ver dime "bee" —pidió en burla.
Giles infló los cachetes con molestia. Su rostro enrojeció de molestia y vergüenza al oírlo reírse de manera tan estruendosa a su costa, pero no se atrevía a decir nada. Ese era un héroe. Alguien con la bendición de una diosa y debía respetarlo aún si lo que deseaba era convertirlo en objeto de burla. Talos también deseaba decir algo. No era poco frecuente que los niños hicieran bromas entre ellos. A veces incluso debía regañar a los niños para que no fueran demasiado rudos en su trato hacia las niñas. Sin embargo, estaba delante de un guerrero que sin dudas podría acabar con él de proponérselo. Si sobrevivió a una lluvia de flechas, ¿qué podría hacer él si este decía matarlo? ¿Y si regañarlo provocaba que la diosa Atena sintiera que se le faltó al respeto? No, no podían arriesgarse a que en su ira destruyeran lo poco que quedaba de la ciudad.
—Esa no es la actitud digna de un santo. Deberías arder en el infierno —dijo Shanti con seriedad para horror de Talos y Giles.
—Oh vamos sólo fue una pequeña broma —respondió el arquero con despreocupación antes de fijarse bien en el adulto—. ¿Hay sanadores con vida? —cuestionó prácticamente pegado al castaño—. Tus heridas están sangrando.
—¿Cómo? —preguntó el hombre anonadado de que no reaccionara mal al regaño del invidente.
—Voy a despejar esta área para que no haya fuego ni estructuras frágiles que puedan derrumbarse sobre sus cabezas —dijo Sísifo observando una pared tambaleándose peligrosamente—. Traiga a los sanadores y a los heridos aquí para que los atiendan —ordenó mirando a su alrededor como estaban las cosas.
—De acuerdo —aceptó Talos antes de girarse a ver a Giles—. Por favor guía al pequeño Shanti a un sitio donde no sea peligroso.
—¡Cuenta conmigo! —aceptó gustoso el pequeño rubio acercándose al extranjero para sujetarle la mano—. Shanti voy contigo, no te vayas a caer —expresó el pequeño de manera cariñosa.
—¿Por quién me tomas? —interrogó el invidente sumamente ofendido por la osadía—. Los dioses me guían —aseguró soltándose de su agarre, pero no dio ni tres pasos antes de tropezarse con los escombros y caer al suelo.
—¿Qué no dijiste que te guiaban? —cuestionó Giles mientras lo ayudaba a levantarse del suelo.
—Yo creo que es una señal de que va para abajo —dijo Sísifo mientras reía divertido—. Nos vemos en el infierno, cieguito —se burló sagitario.
—Maldito hereje.
Tras aquella breve charla, las personas se pusieron manos a la obra para retirar la mayor cantidad de escombros posibles y rescatar todo lo que aun fuera utilizable. El ángel de Atena tal y como avisó derrumbó aquellas paredes inútiles. Debido a que estaban demasiado quemadas y los pilares dañados representaban una amenaza latente por lo que era mejor derribarlas ahora y evitar que algún incauto saliera herido. Sísifo se le acercó a Atena para susurrarle algo que Giles no entendió, pero tras lo que le haya dicho ella comenzó a participar de manera activa en la ayuda. Extinguió el fuego por completo en esa zona volviéndola más habitable para los heridos que trajo Talos para que descansaran. Mientras que aquellos que aún podían moverse ayudaban retirando escombros y apagando fuego con el agua que traían del río más cercano.
Sísifo estuvo usando su cosmos para destruir escombros que obstruían el paso y batió sus alas para quitar las cenizas sin ninguna ayuda porque era "el ángel de Atena". Aun así, la ciudad era demasiado para una sola persona. Por lo cual pronto cayó la noche y todos debieron retirarse a descansar. Por ese día sentían que ya habían hecho más que suficiente. Después de todo, apagaron el fuego y atendieron a los heridos. Mas, para nadie era secreto que aun debían seguir sacando escombros y la parte más dura, a los cadáveres de las personas fallecidas. Esa última parte era especialmente difícil para todos. Sin embargo, era necesario que comenzaran a mover esos cuerpos cuanto antes.
—¡Es suficiente! —gritó Giles interrumpiendo el recuerdo que se presentaba delante de ellos—. ¡Esto prueba que Sísifo es una buena persona! ¡Un héroe digno del agua de la vida! —exclamó desesperado sujetándose la cabeza.
—Oh no, mi pequeño compatriota —respondió Prana mientras lo miraba con una sonrisa que no le dio buena espina—. ¿Por qué intentas ocultar lo que sucedió después? —interrogó de manera amenazante—. ¿Acaso la naturaleza de tu "héroe" no es tan pura y noble como se mostró en medio de la calamidad? —cuestionó de manera asertiva.
Los otros tres aspirantes a santos se miraron confundidos. Talos y Giles siempre hablaban de aquel día con gran orgullo y agradecimiento hacia sagitario. Con admiración y cariño por su ayuda. ¿Acaso había algo que no les habían contado de lo que sucedió durante aquel incidente? De momento todo se veía normal. Un héroe que llegó a salvar el día cuando toda esperanza parecía perdida. ¿Cuál era la naturaleza de Sísifo que vio Giles? ¿Y por qué deseaba ocultarla de Prana?
CONTINUARÁ...
