INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA HISTORIA SÍ
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Un trato audaz
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DEDICADO A MI HERMANA CONEJA
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Capítulo 4
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Kagome tuvo mala noche.
No por el té horrible o la cena desabrida que le llevaron, sino por el malhumor que le produjo las hirientes palabras del conde. No le molestaba que la acusara de espía pero que tocara la llaga en su herida de escasa autoestima y mencionara que pasó cuatro temporadas sola porque no era el tipo de mujer que los hombres querían.
Sólo él tenía que cargar con ella al estar ciego y enfermo.
Lloró bastante en la noche y eso la ayudó a desahogarse.
Por la mañana, la criada le subió el mismo té malo. Lo recibió, pero ya no lo bebió. Encargó a Yura que le preparara uno que si pudiera beber.
Pero seguía enojada y no pensaba visitar al conde en sus habitaciones.
Mientras Yura la vestía, veía los ventanales. Lugar y aromas deprimentes.
Propietario insufrible y criados groseros.
Acercó uno de los panecillos a su boca y volvió a escupirlo. Estaba malo y arrojó el trozo al suelo.
―Milady, fue imposible conseguir más comida en las cocinas ―le informó con pena la joven doncella mientras acababa de vestirla.
―No tengo hambre de todas formas ―murmuró Kagome―. Luego de acabada la faena aquí, irás a la oficina postal a investigar lo que te dije.
―Pero no puedo dejarla sola, Milady.
Kagome entornó los ojos.
―No te preocupes que me mantendré lo suficientemente ocupada como para despistar a estos criados acerca de tu marcha.
La doncella pestañeó confusa pero ya estaba acostumbrada a las excentricidades de su joven señora. No iba a refutarla.
Yura se marchó sigilosamente poco después.
Kagome quedó sentada frente al modesto tocador mirándose el rostro. Era como si el reflejo fuera la cara del conde echándole en cara su escasa belleza.
Apretó los puños de rabia.
Se limpió una lagrima inoportuna.
―Soy la condesa de Nolan y todavía puedo hacer lo que me venga en gana. Si ni los criados parecen temer a mi esposo ¿Por qué yo sí?
Se incorporó repentinamente y abrió la puerta. En vez de girar a la izquierda hacia donde se encontraba la habitación del conde, la muchacha fue hacia el otro lado y en un gesto inaudito comenzó a empujar todas las puertas del pasillo.
Todas eran habitaciones de huéspedes y no eran del tamaño que ella quería.
―No sirve ―decía cada que se topaba con una habitación pequeña.
Volvió a girar una vez más a mirar la puerta de la habitación de su esposo. Pareciera como si eso le inyectara aún más rabia.
Finalmente, tres habitaciones más adelante se topó con una que era más grande de las otras. Pero, aunque estaba descuidada, no era una simple habitación de huéspedes, parecía un despacho privado ya que había un escritorio, sillas y algunos estantes de libros polvorientos.
Kagome conocía el despacho que se hallaba en planta baja, aunque en desuso allí estaba la biblioteca principal y el escritorio principal del amo.
Kagome tuvo una idea que hizo que la sonrisa le regresara al rostro.
Entró a la habitación y llamó a la campanilla.
Que vinieran todos los criados.
Kagome se estaba paseando por la estancia cuando entraron el señor Patrick, la señora Loren y los dos criados.
― ¿Ocurre algo, Milady? ―preguntó el mayordomo, extrañado de verla allí.
―Limpien esta área ―ordenó la mujer―. Y trasladen todos los libros y documentos en alguna de las habitaciones vacías. Sáquenlo todo con excepción del escritorio.
―Milady…este es el estudio privado del señor.
―Pues no creo que se moleste porque no va a usarlo.
El mayordomo incomodo intentó razonar con Kagome, pero en ese momento el otro lacayo apareció diciéndole que había venido uno de los proveedores y deseaba hablar con él.
El hombre no tuvo más remedio que irse porque llevaba toda la mañana aguardando por ese hombre y tenían cuentas que arreglar.
Kagome se quedó sola con la ama de llaves que no movía un dedo y el otro criado quien parecía indeciso entre cumplir las órdenes de la condesa y las palabras de la señora Loren.
― ¿Acaso no me habéis oído? ―insistió Kagome.
La señora Loren hizo una reverencia bien falsa y burlona.
―Milady, la duquesa había ordenado que no se toque ni cambie ninguna de las estancias. Como sabe, nuestra ama es ella, aun por encima vuestra y del propio conde.
Kagome ya esperaba que la mujer sacara esas extrañas agallas para enfrentarla.
― ¡Entonces largo de aquí! ―ordenó―. Yo misma me encargaré de hacerlo ya que el servicio de esta casa insiste en desobedecerme.
Sacó a empujones a esos dos majaderos y puso el cerrojo a la puerta para que no volvieran a importunarla.
Ella misma iba a limpiar y acomodar ese lugar a su antojo.
Iba a acondicionarla como su taller de diseño y sala de dibujo. Adrede empujó el enorme escritorio haciendo todo el ruido posible para que toda la casa la oyera. Empezó a echar al suelo los libros y pasarle la plumilla de tanto polvo.
Se aseguraba de cada movimiento se hiciera oír en toda la casa.
Además de crear un espacio de trabajo para ella, se iba a asegurar de molestar a su marido.
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Los ruidos estridentes y molestos no cesaban. Como si una turba se hubiera apoderado de una de las habitaciones del pasillo e hiciera estragos.
Bankotsu iba a coger la campanilla que colgaba junto a la cama y llamar furiosamente al mayordomo, pero antes de hacerlo la puerta se abrió.
―Milord, justo os traía la comida.
― ¿Me puede decir que demonios es ese ruido?
El señor Patrick titubeó.
―No pudimos evitarlo, milord…
― ¡Hable de una vez!
―Es la condesa, milord. Insiste en arreglar el antiguo estudio privado y convertirla en su propia estancia de diseño.
― ¿Y eso ha movilizado a todos los criados?
―No, milord…sólo es ella. Lleva como dos horas encerrada haciendo ruido en la habitación.
Bankotsu frunció la boca.
Que mujer tan insolente metiéndose en donde no la llamaban.
El mayordomo le acercó la mesilla sobre la cama, pero apenas se llevó un bocado a la boca y otro insoportable ruido emergió de aquel lugar.
Era evidente que esa mujercita lo estaba haciendo a propósito para molestarlo.
La comida era mala como siempre, pero por alguna razón, Bankotsu las engulló con rapidez haciendo otro tanto de ruido. Le parecía hasta más placentero ese sonido que el estruendo que se producía en las otras habitaciones y que le llegaba como eco ensordecedor.
Volvió a morder otro trozo del bocado. Hizo mala cara porque era imposible disimular que la comida era horrible.
―Tengo que darle merito a la nueva condesa ―mencionó Bankotsu.
― ¿Milord? ―preguntó confuso el mayordomo, quien seguía parado cerca atento a su señor.
―Que gracias al estruendo que está produciendo tu nueva señora hasta me olvidé por un segundo lo malo que están estos platos ―empujando la bandeja. Una cosa era tener hambre, pero otra castigarse comiendo esa bazofia.
―Si usted lo ordena podemos buscar un cerrajero que abra la puerta para detenerla.
―Déjala que se divierta ―decretó el conde―. Pero luego dile que venga a cenar a esta habitación porque quiero oírla.
―Como ordene, milord.
Sin duda esa esposa suya era muy particular, pero él era experto en asediar mujeres como ésa.
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Horas después, el futuro estudio de Kagome lucía totalmente distinto con las ventanas abiertas y los muebles que se movieron. Los libros se dispusieron en una caja y los quitó en el pasillo aprovechando que los criados ya no hacían guardia frente a ella.
Yura apareció justo a tiempo para traerle un té y comunicarle lo que había averiguado en la oficina postal.
―La carta fue abierta y revisada antes de volverla a sellar, pero fue enviada ―informó la doncella.
Kagome quien en ese momento estaba desenredando la cortina no se extrañaba.
Como sospechaba, de la casa no salía correspondencia que no fuera aprobada. Consideraron la carta como una simple cotilla entre amigas y lo dejaron ir, pero esto le daba la pauta a Kagome de que debía andarse con cuidado.
―Yura, ayúdame con esos sillones. No saldré de aquí hasta conseguir tener un estudio ―pidió la condesa y cuando la doncella se acercó, le susurró―. Asegúrate de hacer chirriar las patas por el piso porque quiero que lo oiga todo el mundo, pero en especial ese hombre insufrible.
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A la hora cercana a la cena y como las mujeres no salían siendo que el alboroto había cesado hace tiempo, Patrick fue a tocar la puerta.
El conde le ordenó que su esposa cenara con él.
Tocó varias veces más, pero nadie salió.
Eso lo alarmó.
¿Y si la condesa se golpeó la cabeza y cayó inconsciente?
La rocambolesca imaginación del mayordomo se desbordó y corrió a buscar a los otros criados para intentar abrir esa bendita puerta.
Los sirvientes trajeron palancas y algunos implementos para intentar forzar la puerta ya que la señora Loren dijo que la copia de la llave se había extraviado.
Pero cuando iban a hacer un movimiento definitivo la puerta se abrió asustando a la tropa.
Era una Yura soñolienta quien se apresuró en llevarse un dedo en los labios para que los criados hicieran silencio.
― ¿Cómo os atrevéis a entrar a la habitación donde se encuentra la condesa?
―Señorita Yura, buscábamos a Milady para cenar con el conde.
―Pues tendrá que esperar.
― ¿Esperar que?
―Que la condesa despierte ya que se quedó dormida luego de haber limpiado lo que vosotros os rehusasteis hacer.
Dicho eso, la doncella volvió a cerrarles la puerta en el rostro sin el menor cuidado.
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Luego de asearse y de que Yura le cambiara el vestido, Kagome se alistó para presentarse en la habitación de su marido, al que no había ido a visitar en todo el día.
Habia dormido casi tres horas, muy agotada luego del esfuerzo físico que significó limpiar su nuevo estudio. Trabajar en diseños y manualidades era su actividad favorita y eso le serviría para canalizar sus emociones y su propia situación junto a su esposo.
Cuando estuvo en la escuela de chicas y luego en casa con la institutriz tuvo oportunidad de capacitarse y despertar aquella faceta suya. También contó con la ayuda de un tutor, el señor Bleinman con quien dio clases por casi un año en compañía de otros estudiantes.
Todas las mesas de la mansión de su padre fueron diseñadas por ella. También ideó el jardín de una de sus hermanas.
Era muy buena componiendo paisajes y colores adecuados. También se le daban muy bien las formas.
Yura terminó de anudarle el vestido y salió de la habitación.
Gracias al inmenso esfuerzo físico pudo olvidar el mal rato por causa de la grosería del conde.
Cuando cruzó la habitación, notó que él estaba sentado en la mesilla con la cena dispuesta.
Estaba vestido de modo informal con una camisa apenas anudada y sus pantalones oscuros. Totalmente inadmisible si se le ocurriera compartir una mesa con visitas, pero Kagome ya iba acostumbrándose a sus formas toscas y descuidadas.
―Milord ―saludó y pasó a ocupar su lado de la mesilla.
Estaban apenas alumbrados por un par de velas, pero no era extraño ya que él estaba ciego, pero ella no, así que tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para ver el plato y los cubiertos.
―Pero si mi condesa, misma que no me dejó dormir la siesta por el sonido infernal ¿redecorabas la casa, querida? ―él parecía estar familiarizado con la distancia del plato y los cubiertos y cenaba con total normalidad luego de que Patrick le dijera la composición de su comida.
―No veo que le vaya a dar un uso tan pronto ―respondió Kagome llevándose un trozo de carne a la boca. Estaba mal condimentado y sabia mal.
― ¿No se le ocurrió pedirme permiso?
― ¿No soy la condesa de Nolan?
Él sonrió.
―Entonces ya está sacando las garras, Milady.
Kagome aun seguía molesta y con tan mala comida y una compañía que, aunque fuera fascinante a la vista con esa camisa sin nudos y esa exhibición irresistible de piel, lo cierto es que Kagome aún estaba enfadada.
Hizo ademán de levantarse.
―Si no hay nada más, me retiro milord.
Pero antes que ella alcance la puerta, él la detuvo.
―He dicho que se quede.
Sólo estoy con usted porque estoy ciego y enfermo.
―No es necesario que pida mi compañía siendo que sólo se casó conmigo por estar ciego y enfermo, como si yo hubiera tenido mucha elección ―Kagome no pudo tragarse sus palabras.
―Está realmente enfadada ¿no?
― ¿Y usted que cree?
Bankotsu hizo un corto silencio.
―Me disculpo por ello.
Kagome esperaba cualquier cosa menos eso y quedó tiesa.
―Vamos, quítese la sorpresa de encima y regrese a terminar la cena. Soy ciego, pero todavía descubro cuando dejan el plato lleno.
La condesa volvió a su asiento con la sorpresa en su rostro ante el inaudito pedido de disculpas.
― ¿No se habrá golpeado la cabeza? ¿se encuentra bien, milord?
― ¿Tanto le cuesta creer un pedido de disculpas? Y eso que usted casi echa el estudio para abajo ¿Qué pretende hacer con eso?
―Será mi taller ―afirmó ella
Él pareció sorprendido.
―Vaya adquisición la que hizo mi casa. Supongo mi madrastra no le preguntó sobre esas inusuales afinidades en una dama.
―Ya le he dicho que apenas la he visto en dos ocasiones ―Kagome llevó otro bocado a sus labios, pero ya pudo tragarlo―. Esto no puede comerse ¿acaso no lo nota, milord?
―Cuando se enrole en el ejército, sabrá que cualquier bocado le parecerá delicioso, aunque esté rancio y en mal estado.
Kagome podría buscar una frase ingeniosa para responder, pero la mención de Bankotsu de su vida militar le pareció interesante. Él se veía tranquilo, pero Kagome fue capaz de vislumbrar en sus facciones que la sombra de lo vivido en la guerra lo tenía presente y no precisamente por las consecuencias físicas que cargaba.
Esa empatía que él le generaba volvía a regresar con fuerza.
El enojo ya se disipó a esas alturas y él quedó en silencio.
Kagome acababa de descubrir que su esposo tenía un punto débil: Su pasada vida como militar.
Siguieron comiendo en silencio y ella no se perdió un centímetro de las facciones de su rostro, aunque apenas alumbradas por las escasas velas de la habitación, Kagome creía al fin estar conociendo un poco más al que era su esposo.
CONTINUARÁ
Gracias PAULITA, BENANI0125, ANNIE PEREZ, LUCYP0411, IMAG04, TERECHAN 19, CONEJA, Y NUESTRA LIN LU LO LI.
El 5 viene esta semana, hermanas.
Las quiere.
Paola.
