Los habitantes de Amestris que paseaban por las calles de la estación Central miraban con asombro el despliegue militar. Aquello parecía el día del desfile, con todos los soldados impecablemente vestidos y en formaciones perfectas. Los uniformes azul oscuro contrastaban con la luz del sol, brillando como símbolos de orden y disciplina. Dentro de la estación, un grupo menos numeroso pero igualmente destacable esperaba junto al General Roy Mustang a que Olivier Armstrong bajase del tren.

El ambiente estaba cargado de expectativa. Los soldados mantenían sus posturas firmes, sus rostros serios y atentos. Roy Mustang, con su habitual porte autoritario pero sereno, se encontraba en primera línea. El ruido del tren aproximándose llenaba el aire, aumentando la tensión del momento.

El tren se detuvo y, poco después, la imponente figura de la Mayor General Olivier Armstrong apareció en la puerta del vagón. Con su característico aire de autoridad y su expresión decidida, descendió del tren, seguida por sus hombres. Llevaba su uniforme de Brigg, impecable y lleno de condecoraciones, destacando entre la multitud.

—Mayor General Olivier Armstrong, bienvenida a Central —saludó Mustang, con una leve inclinación de cabeza.

—General de brigada, ¿era necesario traer a todo el ejército? —respondió Olivier, sus ojos fríos observando el despliegue.

—Supongo que tan necesario como que haya traído a sus hombres hasta aquí —replicó Mustang, con una sonrisa en sus labios.

Olivier bufó, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Dado cómo están las cosas, ya no me fío de nadie, Mustang. Y de usted y de los suyos, menos aún.

Armstrong también había tenido que hacer limpieza entre sus filas, tal era el alcance de Gardner, que incluso los fieles de Brigg habían caído. La traición y la corrupción habían tocado incluso los bastiones más leales, y la desconfianza se había vuelto una norma.

Roy asintió, comprendiendo la desconfianza de Olivier. La situación en Amestris había sido delicada durante meses, y ambos generales sabían que la vigilancia era crucial.

—Entiendo su preocupación, Mayor General —dijo Roy, su tono más serio—. Pero estamos aquí para trabajar juntos y asegurarnos de que Gardner y sus seguidores no tengan ninguna oportunidad más de causar estragos.

Olivier lo observó por un momento, sus ojos evaluando cada palabra, cada gesto. Finalmente, asintió ligeramente.

—Muy bien, Mustang. Le daré el beneficio de la duda—advirtió, su tono firme.

Los soldados de ambos bandos se mantuvieron en sus posiciones, los hombres de Olivier y Roy intercambiaban miradas cautelosas pero respetuosas. Dentro de la estación, las conversaciones entre los oficiales y soldados llenaban el espacio, creando un murmullo constante.

La comitiva de Armstrong fue escoltada al cuartel central. El convoy militar avanzaba por las calles, atrayendo miradas curiosas y respetuosas de los ciudadanos. Los vehículos, relucientes bajo el sol de la tarde, se movían con precisión y disciplina, un reflejo del profesionalismo de sus ocupantes.

Dentro de uno de los vehículos, el ambiente estaba cargado de tensión. Roy Mustang rompió el silencio que se había instaurado en el vehículo, buscando entender mejor la situación en Brigg.

—¿Cómo ha estado la situación en Brigg? —preguntó con interés genuino, sus ojos fijos en Olivier Armstrong.

—Ha sido difícil, pero hemos mantenido el control. Supongo que he de darle las gracias por avisarnos —respondió Olivier, su voz cargada de determinación. Sus ojos, siempre fríos y calculadores, mostraban una chispa de gratitud—. ¿Y aquí en Central?

Roy asintió lentamente, sus pensamientos recorriendo los meses de vigilancia y purgas.

—Similar, me temo. Hemos tenido que estar en guardia constantemente, pero hemos logrado mantener el orden.

Olivier se reclinó en su asiento, su expresión endureciéndose.

—Quiero que sepa que no apruebo la decisión de Grumman.

Roy pareció contrariado, levantando una ceja en señal de confusión.

—¿A qué se refiere exactamente?

—Los militares deben tener ciertos límites entre ellos. Somos soldados, no colegialas, para ir teniendo líos de faldas con los camaradas —dijo Olivier, su mirada fría y penetrante dirigida a la nuca de Riza, que en ese momento estaba conduciendo el vehículo.

Riza mantuvo su compostura, sus ojos fijos en la carretera, pero Roy notó un ligero endurecimiento en su postura.

—Mayor General Armstrong —dijo Roy, su tono firme—, con todo el respeto, las decisiones personales que haya tomado no influyen en mi deber. Nuestro compromiso con Amestris y con nuestras responsabilidades sigue siendo absoluto.

Olivier bufó, su expresión endureciéndose aún más.

—Eso espero, Mustang. Porque si hay algo que detesto más que la traición, es la debilidad que puede surgir de las distracciones personales.

El resto del viaje transcurrió en un silencio tenso. Riza continuaba conduciendo con la precisión de siempre, sus pensamientos centrados en la misión y en mantener la calma. Roy, por su parte, reflexionaba sobre las palabras de Olivier.

Al llegar al cuartel, los vehículos se detuvieron y los soldados se desplegaron rápidamente, asegurando el perímetro y preparando la entrada de los altos mandos. Roy bajó del vehículo y se volvió hacia Olivier, su expresión seria.

—El resto del alto mando nos espera, en la sala de reuniones

Olivier asintió, su expresión menos severa, aunque aún firme.

Ambos líderes se dirigieron hacia el interior del cuartel. La tensión entre ellos seguía palpable, pero también había un reconocimiento mutuo de la importancia de su cooperación.

Mientras caminaban por los pasillos del cuartel, con sus respectivos subordinados a ambos lados. Roy observó a Riza, sabiendo que, las palabras de Olivier, estarían rondando por su cabeza aunque su apariencia no lo demostrase.

En la sala de reuniones, los oficiales se preparaban para discutir las estrategias y los próximos pasos. El ambiente estaba cargado de seriedad y determinación. La sala, con sus paredes adornadas con mapas detallados y documentos estratégicos, era un hervidero de actividad y concentración.

La reunión comenzó, y Roy Mustang se puso de pie, exponiendo sus planes y preocupaciones. Su voz, firme y clara, resonaba en la sala mientras detallaba su estrategia para erradicar la amenaza de Gardner. La propuesta era simple y arriesgada: exponer al alto mando de tal manera que Gardner no pudiese resistir la tentación de salir de su escondite para atacar.

—Sabemos que Gardner no podrá resistirse a una oportunidad para atacar al alto mando —dijo Roy, señalando un mapa desplegado sobre la mesa—. Si organizamos una falsa reunión de alto nivel pública, podemos atraerla a una trampa. Necesitamos coordinar nuestras fuerzas para asegurarnos de que, cuando ella aparezca, estemos listos para capturarla.

Olivier Armstrong observaba con atención, su expresión severa pero considerada. Los demás oficiales intercambiaban miradas, sopesando la viabilidad y el riesgo del plan. Las discusiones que siguieron fueron intensas, cada detalle revisado y cada posible contingencia considerada.

La tarde avanzaba, y las sombras se alargaban en la sala de reuniones. La luz natural disminuía, y las lámparas sobre la mesa proyectaban un brillo cálido que iluminaba los rostros serios de los oficiales. A pesar de las tensiones, las conversaciones eran productivas. Había un consenso creciente de que, aunque arriesgado, el plan de Mustang podría ser la mejor oportunidad para acabar con Gardner de una vez por todas.

Al final del día, la reunión concluyó con un plan de acción claro y un compromiso renovado entre los líderes militares. Roy y Riza se dirigieron al despacho de Mustang, cansados pero satisfechos con el progreso realizado.

En el despacho, Roy se dejó caer en su silla, mirando a Riza con una expresión llena de determinación pero también de preocupación. La luz suave de la lámpara de escritorio arrojaba sombras largas sobre las paredes, creando una atmósfera tranquila pero cargada de significado.

—Sé que las palabras de Olivier fueron duras, pero quiero que sepas que nuestra relación no es una distracción —dijo Roy, su voz baja y sincera.

Riza, de pie frente a él, lo miró con una mezcla de afecto y realismo. Sabía que las preocupaciones de Olivier no eran infundadas, pero también sabía que su relación con Roy era una fuente de fortaleza para ambos.

—Sí que lo es, Roy —respondió Riza, con firmeza pero con un tono suave—. De nada sirve negar la realidad. Pero el hecho de que sea una distracción no significa que interfiera en nuestro deber. Sin embargo, Olivier va a aferrarse a ese argumento cada vez que quiera desacreditarte. Es nuestra obligación no darle la razón.

Roy asintió lentamente, sus ojos reflejando la seriedad de la situación.

—Tienes razón, como siempre, pero juntos, podemos manejar esto. Somos un equipo, dentro y fuera del campo de batalla. Debemos seguir siendo los mejores en lo que hacemos, y nadie podrá cuestionarnos. —Roy tomó la mano de Riza y la apretó con suavidad, sintiendo la conexión y la fuerza que siempre encontraba en ella—. Ya sabes que no sé qué haría sin ti.

Riza sonrió, una sonrisa llena de confianza y afecto. Sus ojos, normalmente tan serios y enfocados, mostraban un brillo de calidez y cariño.

—Y no tendrás que averiguarlo, Roy. Siempre estaré aquí.