Los chicos de barrio no me pertenecen, son propiedad de Cartoon Network y Tom Warburton.

¡A otro con ese cuento!

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Capitulo 2

Así fue como yo, Patton Drilosky, el temerario y futuro héroe nacional, llenó la mochila de la chica asiática con declaraciones de amor de su idiota enamorado en contra de la voluntad de ambos. Acción inicial y clave, de un plan de acción maestro diseñado por su servidor.

¡Hombres como usted enorgullecen a su nación Patton! –resonaban las voces de mi cabeza.

Sin embargo, cuando le conté a la chica Lincon lo que había hecho, su reacción fue muy diferente a lo esperado.

-Nene, a ti te patina el coco –dijo

Le permití unos minutos más para de procesar la información, pues la paciencia era mi segundo mejor atributo con "p". (Y este solía ser un buen chiste hasta que se lo conté a Fanny y dejo de serlo, por un par de meses)

-Regresaremos por esa mochila ahora mismo –anunció la morena girando sobre sus talones en dirección contraria.

-Alto ahí mujer –dije poniendo mi mano sobre su hombro- lo hecho está hecho. Ahora solo nos sentaremos a disfrutar del espectáculo.

Era la tarde del miércoles, nuestras casas estaban en el mismo sector de la cuidad y como de costumbre nos dirigíamos hacia allí juntos. O al menos así tenía que haber sucedido. La adrenalina por la hazaña cometida media hora atrás había abandonado mi sistema y estaba lejos de sentirme bien. Para empezar esperaba más colaboración por su parte.

-No se debe jugar con los sentimientos de las personas Patton.

-Afirmativo.

-Expusiste a Wally –siseó a modo de explicación, moviendo sus manos en el aire.

-Solo dije en voz alta algo que todo el mundo estaba pensando y además, se lo dije a la persona correcta –coloqué ambas manos sobre sus hombros y la miré directamente- tú sabes que tengo razón. El único motivo por el que estás enfadada ahora mismo es porque aunque se te ocurrió la misma idea, no eres lo bastante temeraria para hacerlo. En el fondo estas tan feliz como yo de que…

Se soltó de golpe, dándome un puñetazo corto en el estómago y comenzó a caminar en dirección a la universidad de nuevo. ¡Arght! ¡Sabía que debía habérselo dicho en el bus! Nadie se lanza desde un vehículo en movimiento por mucho que le pese la moral. Joder, esperar no me costaba nada.

Abigail Lincoln

La chica más atlética que conozco. Estudia lo mismo que yo y, por mucho es más talentosa. La clase de persona que parece poder destacar en cualquier ámbito. Si la lanzaras a una piscina te nadarían 20 largos, si la lanzaras desde un avión desplegaría un paracaídas en tiempo y forma, si la lanzas al campo de futbol será el jugador de la temporada…

(Ahora mismo, metido en esta apestosa caja metálica con tiempo de sobra para analizarlo todo y contarles esta triste historia, me doy cuenta que la traición de Lincon no debió sorprenderme tanto. Ya que ciertamente no tuvimos un buen comienzo).

La conozco desde hace un año y tanto más. Ella me descubrió llenado la mochila del güero con tachuelas y no le gustó. Me dijo que al menos de que reemplazara la tarea gramática por del Güero Torres por la mía, me acusaría con el rector.

Yo no tomo esa clase, le dije.

Entonces la pasaras mal, me respondió.

Resulta que la gramática no se me dio nada mal, solo tenía que repasar lo escrito y corregir algunas cosillas. Desde entonces todos miércoles y viernes, tomé los inútiles intentos de aprobar del chico rubio y los reemplacé por mis trabajos junto a un puñado de tachuelas. Para no perder la costumbre.

Es posible que Abigail y yo nunca nos hubiéramos relacionado en condiciones normales, porque a pesar de que compartimos clases, ella no es el tipo de persona que gusta de estar en grandes multitudes o trabajar en equipo. Y yo no iba a darle demasiadas oportunidades con esa actitud.

Supongo que ella es algo así como un lobo solitario. De otro cuento. El punto es que muy a mi pesar, mi agradable compañera me tenía cogido de los huevos, pues sabía que yo era el autor de varios crímenes, y más me valía ser amable.

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-No puedo creer que llegué a pensar que eras mi amiga –gruñí corriendo tras de ella. De nada servía intentar frenarla en un combate directo, mi única chance era tratar de convencerla con palabras.

Lincon tomó impulso y saltó un enorme charco, sin volverse. Su actitud me disgustaba, no sé porque pensé que estaría orgullosa de mí. Estuvo soportándome hablar de Fanny y de todo este rollo desde nos conocimos, es la primera vez que hago algo al respecto. ¿Dónde están mis felicitaciones por el maldito esfuerzo? Si se lo contara al coronel, me diría algo como: "En hora buena Patton, soldados como tú enorgullecen a nuestro país".

Pensando en eso no salté el charco.

-Visualiza a la menuda Kuki en medio de un dificilísimo examen –dije llegando hasta ella con mis botas llenas de lodo- y para aprobar solo necesita contestar correctamente una pregunta. Curiosamente, todo el mundo sabe la respuesta, excepto ella, y de repente ¡PUM! ¡Un alma generosa le pasa a escondidas un papel con esa respuesta!

-No eres un alma generosa Patton –replicó apurando el paso- hiciste esto solo para tirarte a Fanny.

-Ay por favor, se inician guerras por tus tan amadas buenas razones. Yo hice lo contrario ¿o lo inverso? ¡Da igual! -miré hacia los dos lados antes de cruzar la calle- si te conté mi plan fue porque quería que fueras parte de esto, parte de algo para variar.

-¿Te refieres a ser parte de un crimen?

-Que exagerada. Parte de una aventura, que se convertirá en anécdota eventualmente, algo que narrar en las fiestas a nuestros amigos.

-¿Esa manada de gorilas con la que te juntas?

-¡Exacto! Aparte de nosotros no veo a nadie más por ahí ofreciéndose a formar equipo contigo.

Lincoln comenzó a correr.

-¡Ese no es asunto tuyo Patton!

-Pero por supuesto que es asunto mío. Estuve haciendo gratis el papel de buen y ¡único! amigo todo este tiempo por diversión.

-¡Típico de ti! Solo eres un buen "amigo" ¿no es así?

-¿¡Disculpa?! ¡Sé a qué te refieres y así que por tu bien dime que no refieres a eso!

Para entonces aquello se había trasformado en una carrera salvaje. Yo ya había perdido la cuenta a cuantos estudiantes habíamos empujado fuera de nuestro camino en el último recorrido, solo me preocupaba ir más de prisa para darle alcance. El drama ya estaba servido, faltaba menos de 100 metros para llegar al portón, comencé a desesperarme.

-Está bien, olvídate de los demás. Vamos por un par de cervezas frías solos tú y yo, veras como mañana todo tiene mejor aspecto ¡Yo pago! –50 metros- ¡Abby por favor! ¡No me quites esta oportunidad!

20 metros.

-Maldita hija de la chin…

Ella se detuvo de golpe, y yo pasé de largo dando zancadazos.

-¡Gracias! –exclame volviéndome entre jadeos. La envolví en un sofocante abrazo de oso- eres la mejor, no sabes lo mucho que significa para mí. Cuando me case ten por seguro que serás madrina de al menos uno de los siete mocosos pelirrojos que tendré y …

-Está cerrado –murmuró sin mover un musculo.

-¿He? ¿Qué cosa?

-El portón.

-Joder ¿en serio? –giré, miré las rejas frente a mí y el maravilloso candado que las unía como en sagrado matrimonio.

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Recuerdo que no pude dormir bien esa noche. Me tumbé en la cama mirando el soso techo de mi habitación. Intenté sonreír imaginándome los posibles avances después de tan osada maniobra, pero por alguna razón esta vez, no pude.

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Pese al insomnio, me incorporé en la mañana de un salto, hice mi rutina de ejercicios y prácticamente volé a la universidad. Pero no entré a clases. Esperaba resultados inmediatos, así que me salte teórica, plante mi culo en uno de esos banquillos con vista panorámica al campus y me dispuse a esperar ver cruzar a Kuki directo a los brazos del güero Torres. O algo por el estilo.

Veinte minutos de absoluta vigilancia y nada sucedió.

Treinta y cinco, vi una ardilla.

Cincuenta minutos más tarde llego a la conclusión que la aparición de los amigos de Shrek casi al final de la segunda película está justificado ya que contaban con la dragona y podían llegar a muy muy lejano tan rápido como quisieran. Lo que nos deja con el único cabo suelto: porque el príncipe encantador es tan similar a la reina Lilian. Así que siendo justos…

Una hora después tenía el rostro entre ambas manos.

En realidad no sé exactamente lo que esperaba que suceda, pero me conformaba con cualquier cosa diferente a lo acostumbrado ya que no tengo nada que perder. Si mi plan funcionaba tendría una chance con la chica que me gusta, de lo contrario la pierdo, pero también la perdería si me quedaba de brazos cruzados. El propósito final era tomar la oportunidad por pequeña que fuera. No había plan B.

Estaba enfrentando esta pequeña crisis, gruñendo alto, pero bien alto mi frustración cuando él me encontró. Lo primero que vi fue mi propio reflejo en sus elegantísimos zapatos negros recién lustrados. Corbata, camisa roja, el cráneo rapado, lentes negros.

-Buen día, me gustaría hablar con usted un momento. Hacerle una cuantas preguntas, si no le molesta…señor…

-Patton –respondí de inmediato poniéndome de pie ofreciendo mi mano como saludo- Patton Drilovsky.

-Mucho gusto. Yo soy…

-Niguel One –respondí de inmediato- el año pasado ganaste la propuesta en el debate de que hacer con los fondos extras de la universidad. Redujiste un 30% el precio del menú en el almuerzo y pediste una reajuste al boleto en bus para estudiantes al gobierno estatal. Mi equipo y yo votamos por ti.

-Gracias por el apoyo. Realmente lo difícil fue convencer a los estudiantes de que los fondos no debían irse a reparaciones, pues eran los mismos estudiantes quienes ensuciaban las paredes de los baños.

-El cambio empieza por uno mismo Niguel. Era hora de que esos malditos hippies se hicieran cargo de sus estúpidos grafitis anti bélicos y sus estúpidas protestas –lo invité a sentarse a mi lado para comentarle mi idea de desfiles de estudiantes para eventos patrios, cuando la figura de Abby nos tapó la luz del sol frente a nosotros.

-¿Escapando de clases para fumar, Drilovsky?

Yo no fumo. Y estaba a punto de aclararlo, cuando inmediatamente la recién llegada me golpeó la cabeza con el rollo de hojas que tenía entre manos. Me tomó por sorpresa, y jalándome del brazo se despidió por los dos con un despreocupado:

-Ahí te ves, Miguelón.

Salimos disparados, de la mano, a carrera de zancadas y no paramos sino hasta llegar hasta la seguridad de nuestra aula. Pero no entramos, Abby se giró hacia mí con una expresión de ira, llevándose ambas manos a la cabeza.

-¿Y a ti que te pasa? –la increpé- ¿quieres un cigarro o qué?

Ocurrió algo con lo que yo no contaba. La dulce y tierna Kuki Kiut encontró las cartas de amor la noche anterior, por supuesto, pero lejos de saltar de alegría directo a los brazos de su enamorado, creció en ella un miedo oscuro. Su olfato que nunca fallaba en cuestiones del corazón le susurró que aquello era imposible. Y fue una certeza cuando, al llamar por teléfono al susodicho cuyas palabras en el papel pretendía desgarrar su propio corazón a cambio de un beso, le respondiera, casual, que estaba cenando sopa aquella noche en familia.

El Güero no tenía idea de nada, para variar.

Humillada, víctima de una cruel broma corrió en su auxilio su mejor amigo, Niguel One.

-¡Y ahí estas tú Patton! Que falta a clase para buscar un asiento de primera fila y fisgonear la llegada de Kuki o el Güero. ¡El único idiota sentado en plena entrada bajo el sol de verano!

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