Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a Karen Marie Moning y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.
La historia está clasificada como M ya que puede haber algunas escenas no aptas para todo público.
Capítulo 20
Candy tenía un plan.
A toda prueba hasta donde ella podía ver.
Había tenido tiempo suficiente para reflexionar sobre los errores de su conducta. Aunque la lista era larga e incluía prácticamente todo lo que había hecho desde el momento en que llegó al siglo XVI, no era irreparable. Todavía estaba asombrada de cuán profundamente las emociones podían nublar las acciones de uno. Nunca en su vida había hecho tantas estupideces en tan rápida sucesión.
Pero ella estaba bajo control ahora y estaba a punto de controlarlo a él.
Candy iba a contarle su historia nuevamente, solo que esta vez Anthony iba a escuchar cada detalle: desde el momento en que despertó en la cueva hasta el momento en que ella lo perdió, incluido lo que él había comido, dicho y usado, lo que ella había comido, dicho y usado. Y en algún lugar de eso, estaba convencida de que encontraría el catalizador que le haría recordar. La noche anterior había reflexionado sobre las curvas de líneas de tiempo cerradas durante horas, junto con las flechas termodinámicas, psicológicas y cosmológicas del tiempo. Estaba convencida de que el recuerdo estaba grabado en su ADN y, a pesar de las flechas que indicaban que uno sólo podía recordar hacia adelante, no hacia atrás, no estaba muy segura de creer eso.
Ella iba a hacer todo lo posible para demostrar que la teoría era incorrecta. Después de todo, la teoría cuántica rara vez era predecible. Incluso Richard Feynman, ganador del Premio Nobel de Física por su trabajo en electrodinámica cuántica, había sostenido que nadie entendía realmente la teoría cuántica. La teoría matemática era muy diferente del mundo que implicaban tales ecuaciones.
Candy había llegado a la conclusión de que nunca había habido dos Anthonys, simplemente dos manifestaciones cuatridimensionales de un solo conjunto de células. Más bien como un solitario rayo de luz refractado por un prisma, donde el rayo de luz era Anthony y el prisma era la cuarta dimensión. Aunque la única luz apuntada al prisma se refractaría en múltiples direcciones, seguía siendo solo una fuente de luz. Si esa luz fuera una persona, ¿por qué sus células no llevarían la huella de su viaje alterno? Si el recuerdo estuviera ahí, tal vez recordar sería demasiado confuso, por lo que la mente buscaría resolver esos «recuerdos» etiquetándolos como «sueños»; que si es que se recuerdan, se descartan como fantasías nocturnas.
Anthony iba a escuchar cada palabra, aunque tuviera que hablar hasta quedarse ronca.
Y ella sabía exactamente cómo y dónde lo iba a hacer, pensó con aire de suficiencia, metiéndose la lanza bajo el brazo. Puede que fuera pequeña, pero no era inofensiva. No más titubeos ni vacilaciones, sintiéndose herida e ineficaz. Era hora de luchar.
- - - o - - -
—Entra allí e inténtalo—, le dijo Candy al guardia.
Él le lanzó una mirada dubitativa.
—Vamos, inténtalo—, dijo malhumorada. —No voy a hacerte daño.
El guardia miró a Vincent, que estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y sonriendo. Cuando asintió, el guardia suspiró e hizo lo que le dijeron.
—¿Puedes salir?—, preguntó Candy unos momentos después.
Se escuchó un sonido de golpes sordos, patadas y puñetazos, y luego: —No, milady, no puedo.
—Esfuérzate más—, animó Candy.
Más golpes. Maldiciones suaves. Bien, reflexionó ella. Perfecto.
Ella y Vincent intercambiaron sonrisas engreídas.
- - - o - - -
Anthony bajó de puntillas las escaleras, sus pies descalzos silenciosos sobre las piedras. Eran las cuatro de la mañana y, aunque Candy estaba dormida, el sigilo siempre era prudente cuando ella estaba cerca. La noche anterior la había oído entrar en su cámara, probar la puerta que la comunicaba con la suya, luego suspirar y apoyarse en ella cuando la encontró todavía barricada. Las cuerdas de la cama habían crujido mientras ella daba vueltas y vueltas durante un rato, pero finalmente, todo quedó en silencio.
Se había tumbado boca arriba en la cama, con las manos cruzadas detrás de la cabeza, negándose a pensar en ella durmiendo desnuda al otro lado de la pared. Pero la parte complicada de negarse a pensar en algo era que tenías que pensar en ello para recordar en qué no pensar.
Y él sabía que ella lo haría. Dormir desnuda, eso es. Era una muchacha seductora que saboreaba la suave caricia de las sábanas de terciopelo contra su exquisita e impecable piel de alabastro. Deslizándose con una suave fricción aterciopelada sobre sus pezones endurecidos, envolviéndose alrededor de su cintura, probablemente contorsionándose y retorciéndose de placer...
Exasperado, Anthony sacudió ferozmente la cabeza. Cristo, se estaba volviendo loco, eso era todo.
Probablemente fue el incesante espionaje lo que encendió sus deseos prohibidos. Ella pensó que él no se había dado cuenta de que ella estaba acechando y observándolo todo el tiempo, pero él lo sabía. Ella era una diosa sensual paseando por su castillo, cada una de sus curvas era una invitación tentadora.
De ahí tanto sigilo para hacer sus necesidades. Podría haber salido, pero le irritaba haberlo considerado siquiera brevemente. ¡Era su castillo, por Amergin! Ella lo estaba volviendo positivamente irracional.
Al doblar la esquina, se golpeó el dedo del pie y maldijo en cinco idiomas. Mirando hacia abajo, tomó nota mental de que debía trasladar la pila de lanzas a la armería. No podía imaginar por qué yacían junto a la escalera, en primer lugar.
Sacudiendo la cabeza y murmurando entre dientes, caminó unos pocos pasos por el pasillo y se deslizó en el retrete.
- - - o - - -
¡Ajá! Candy gritó en silencio. ¡Finalmente! Se dejó caer desde el arco de piedra del pasillo. La gente rara vez levantaba la vista y la oscuridad del pasillo les había proporcionado un mayor camuflaje. Aterrizó suavemente sobre las puntas de sus pies, corrió hacia el pasillo y recogió varias lanzas de acero que estaban apiladas contra la pared de las escaleras.
Volviendo sigilosamente a la puerta del retrete, colocó con cuidado un extremo de la lanza de acero contra la pared de piedra y luego, hábil y silenciosamente, la aseguró en su lugar. Su conocimiento sobre refuerzos y puntos de presión estaba a la par de los mejores en el campo.
Luego colocó una segunda lanza, luego una tercera, luego una quinta, aunque sólo dos habían sido suficientes para mantener cautivo al servicial y musculoso guardia. Anthony era un hombre grande y no iba a correr ningún riesgo de que él le derribara la puerta en la cabeza.
Una pequeña risita se formó dentro de ella. Atrapar al señor del castillo en su propio retrete apeló a su sentido del humor. Por otra parte, el hecho de que ella hubiera estado sin dormir durante las últimas tres noches, esperando que él hiciera un viaje nocturno, probablemente también tuvo un poco que ver con eso.
Ella se alejó de la puerta y entró en el Gran Salón, pensando en darle unos minutos de privacidad y tiempo para descubrir que estaba encerrado y sacar lo peor de su sistema.
No le llevó mucho tiempo darse cuenta de que lamentablemente había subestimado lo terrible que podía ser «lo peor».
- - - o - - -
Anthony se pasó una mano por el cabello y buscó la puerta a tientas en la oscuridad . Cuando no se movió, una parte de él no se sorprendió. Sin embargo, otra parte de él afrontó el hecho con una suerte de alegre resignación.
¿Ella deseaba una pelea? Bueno, tendría una pelea. Sería satisfactorio finalmente enfrentarla. Tras arrancar la puerta de sus bisagras, desataría su venganza sobre su pequeño cuerpo sin dudarlo. No más honorable «no te tocaré porque estoy comprometido».
No, él la tocaría. En cualquier maldito lugar y en cualquier maldita forma que quisiera. Todas las veces que quisiera.
Hasta que ella le rogara y gimiera debajo de él.
¿Lo había estado volviendo loco intencionalmente? Bueno, se estaba rindiendo a ello. Adoptaría la naturaleza bestial que ella le había hecho encarnar. Al diablo con Eliza, al diablo con el deber y el honor, al diablo con la disciplina.
Él tenía que tomarla. Hacerla suya. Ahora.
Golpeó su cuerpo con fuerza contra la puerta.
Apenas se estremeció.
Con un aullido de ira, se lanzó hacia la puerta una vez más.
Cada intento resultó inútil porque la puerta se negó a ceder. Frustrado, golpeó la parte superior de la puerta con los puños, otro estremecimiento, pero nada significativo.
Alejándose, miró la puerta con recelo, convenciéndose a sí mismo de que no había ningún atisbo de respeto por ella creciendo en él. ¿Acaso la astuta mujer habría colocado soportes entre la pared y la puerta, llegando hasta el techo? ¡Cristo, nunca saldría! Sabía lo resistente que era la puerta, ya que había sido elaborada con un espesor extra para brindar privacidad.
—¡Abran!— rugió, golpeándola con el puño.
Nada.
—Muchacha, si abres ahora te dejaré vivir, pero te juro que si me dejas aquí un momento más te desgarraré miembro a miembro—, amenazó.
Silencio.
—¡Muchacha! ¡Moza! ¡Caaan-diiii-ceee!
- - - o - - -
Afuera de la puerta, Candy observó las cinco lanzas alojadas en distintos ángulos entre la puerta y el muro de piedra. No. De ninguna manera. Nunca iba a salir de allí. No hasta que ella estuviera bien y lista.
Pero era bastante impresionante lo mucho que la puerta se estremecía cada vez que su cuerpo la golpeaba.
—Tal vez tengas que dejar que grite hasta quedarse ronco, querida—, dijo Vincent, inclinándose sobre la balaustrada.
Candy echó la cabeza hacia atrás. —Lo siento, Vincent. No era mi intención despertarte.
Vincent sonrió y Candy se dio cuenta de dónde había sacado Anthony su sonrisa traviesa. —No me habría perdido de ver a mi hijo encerrado en el retrete por una muchacha pequeña por nada del mundo. Buena suerte con tu plan, querida—, dijo con una sonrisa y luego se alejó.
Candy miró la puerta que se estremecía, luego se tapó las orejas con las manos y se sentó para esperarlo.
- - - o - - -
—Te traje café, muchacha—, gritó Eleanor.
—Gracias, Eleanor—, gritó Candy en respuesta.
Ambas saltaron ante el siguiente rugido furioso procedente de detrás de la puerta del retrete.
—¿Eres tú, Eleanor?—, tronó Anthony.
Eleanor se encogió de hombros. —Sí, soy yo. Le traje café a la muchacha.
—¡Estás despedida! ¡Fuera! ¡Es el final! ¡Vete de mi castillo! ¡Desaparece!
Eleanor puso los ojos en blanco y le sonrió a Candy. —¿Quieres desayunar, Candy?—, dijo dulcemente, lo suficientemente alto como para que Anthony pudiera escucharlo.
Otro rugido.
- - - o - - -
A las diez en punto, Candy pensó que Anthony pronto estaría listo para hablar. La había amenazado, fanfarroneado e incluso tratado de usar sus encantos con ella. Entonces comenzaron los sobornos. Él la dejaría vivir si ella lo dejaba salir inmediatamente. Le daría tres caballos, dos ovejas y una vaca. Le daría una bolsa de monedas, tres caballos, dos ovejas, no sólo una vaca sino una vaca lechera, y la instalaría en cualquier lugar de Inglaterra, con tal que ella abandonara su castillo y no volviera a molestarlo por el resto de su vida. La única oferta/amenaza que había despertado su interés momentáneo fue cuando él gritó que la iba a «f*** hasta que sus bonitas piernas se cayeran».
Ojalá ella tuviera tanta suerte.
Pero Anthony había estado en silencio durante quince minutos.
Candy miró hacia la puerta, sabiendo que no debía instigar su pequeña discusión. Socavaría su posición como la que tiene el control. No, primero él tenía que dirigirse a ella en un tono razonable.
Y no pasó mucho tiempo antes de que dijera: —No es muy agradable aquí dentro, muchacha—. Sonaba enfurruñado. Ella ahogó una risa.
—No es muy agradable—, imitó su acento, —aquí afuera tampoco. ¿Te das cuenta de que me he quedado despierta durante las últimas tres noches esperando que fueras al baño? Estaba empezando a pensar que nunca lo hacías.
Otro gruñido.
Ella suspiró y presionó la mano contra la puerta, como para calmarlo. O estar más cerca de él. Esto era lo más cerca que habían estado en días, con solo una puerta entre ellos.
—Sé que no es muy agradable, pero fue la única manera que se me ocurrió para que me escucharas. Te escapaste de tu cámara; ¿En qué otro lugar podría atraparte?
—Déjame salir y escucharé todo lo que quieras decir—, dijo rápidamente. Demasiado rápidamente.
—No voy a caer en eso, Anthony—, dijo, dejándose caer en el suelo de piedra. Con un par de pantalones que le quedaron pequeños a alguien, cruzó las piernas cómodamente y apoyó la espalda contra la puerta. Los había estado usando todas las noches, con una camisa de lino suelta, mientras se aferraba al arco de piedra sobre el retrete.
—Mucha crema, como a ti te gusta, Candy—, dijo Eleanor, colocando un plato de avena, crema y melocotones a su lado.
Un rugido detrás de la puerta. —¿Le estás sirviendo gachas?
—No es de tu incumbencia—, respondió Eleanor con calma.
—Lo siento, Anthony—, dijo Candy con dulzura, —pero todo esto es culpa tuya. Si siquiera una vez hubieras estado dispuesto a sentarte y tomar un café o desayunar conmigo y hablar, no tendría que estar haciendo esto. Pero el tiempo pasa y realmente necesitamos aclarar algunas cosas. Eleanor se va ahora y seremos sólo tú y yo.
Silencio. Estirado, tenso...
—¿Qué quieres de mí, muchacha?— dijo finalmente con cansancio.
—Lo que quiero es que escuches. Te contaré todo lo que pueda recordar sobre nuestro tiempo juntos en el futuro. Lo he pensado mucho y tiene que haber algo que te haga recordar. Es posible que simplemente me esté perdiendo algún detalle que pueda sacudir tu memoria.
Escuchó un gran suspiro detrás de la puerta. —Está bien, muchacha. Oigámoslo todo esta vez.
- - - o - - -
Anthony se sentó en el suelo del retrete, con los pies estirados, los brazos cruzados sobre el pecho y la espalda contra la puerta. Cerró los ojos y esperó a que ella comenzara. Su ira lo había agotado. A regañadientes, admiró su persistencia y determinación. La rabieta que había tenido habría aterrorizado a cualquier muchacha que hubiera conocido. Mientras él se había enfurecido y se había arrojado contra la puerta, se la imaginó de pie afuera, con los brazos cruzados bajo sus hermosos pechos, golpeando un pie, esperando pacientemente a que se calmara. Esperando horas, sintió que podría haber pasado medio día.
Ella era formidable.
Y por Amergin, demasiado lista para estar completamente loca.
Sabes que ella no está loca, ¿por qué no lo admites?
Porque si no está loca, está diciendo la verdad.
¿Y por qué eso te molesta?
No tenía ninguna respuesta para eso. No tenía idea de por qué la muchacha lo había convertido en un idiota balbuceante.
—Tengo veinticinco años—, la escuchó decir a través de la puerta.
—¿Tan vieja?— se burló. —Mi prometida tiene sólo quince años—. Él sonrió cuando ella gruñó.
—Eso se llama violación estatutaria en mi siglo—, dijo con cierta tensión en su voz.
Estatutaria, pensó. Una vez más, una frase poco clara...
—Eso significa que puedes ir a prisión por ello—, añadió.
Él resopló. —¿Por qué me importaría la edad que tengas? ¿Tiene eso algo que ver con tu relato?
—Recibirás la versión extendida con un poco de información general. Ahora guarda silencio.
Anthony guardó silencio, sintiendo curiosidad por saber qué le diría ella.
—Me fui de vacaciones a Escocia, sin saber que era un tour en autobús para personas de la tercera edad…
- - - o - - -
Con el tiempo, Anthony se relajó contra la puerta y escuchó en silencio. Por el sonido de su voz, le pareció que ella estaba sentada prácticamente igual, de espaldas a la puerta, hablándole por encima del hombro.
Lo que significaba, en cierto modo, que se estaban tocando, espina con espina. El pensamiento fue íntimo mientras él estaba sentado en la oscuridad, escuchando su voz.
Le gustó el sonido de su voz, decidió. Era bajo, melódico, firme y seguro. ¿Por qué nunca se había dado cuenta de eso antes? se preguntó. ¿Que su voz contenía un grado de seguridad en sí misma que tenía que haber venido de alguna parte?
Tal vez porque cada vez que ella le hablaba, él se había distraído irremediablemente por su atracción hacia ella, pero ahora, como no podía verla, sus otros sentidos estaban intensificados.
Sí, tenía una bonita voz, y a él le gustaría oírla cantar una vieja balada, pensó, o tal vez una canción de cuna para sus hijos...
Él sacudió ligeramente la cabeza y se concentró en sus palabras, alejando sus tontos pensamientos.
- - - o - - -
Eleanor silenciosamente le entregó a Candy otra taza de café y se alejó.
—Y condujimos cuesta arriba hasta las piedras, pero tu castillo había desaparecido. Todo lo que quedó fueron los cimientos y algunas paredes derrumbadas.
—¿En qué fecha te envié a través de las piedras?
—Veintiuno de septiembre, lo llamaste Mabon. El equinoccio de otoño.
Anthony contuvo el aliento. Eso no se relataba comúnmente en las leyendas, que las piedras sólo podían usarse en los solsticios y equinoccios.
—¿Y cómo usé las piedras?—, presionó Anthony.
—Te estás adelantando—, se quejó Candy.
—Bueno, dímelo y luego vuelve. ¿Cómo usé las piedras?
- - - o - - -
Encima de ella, detrás de la balaustrada, Vincent y Eleanor estaban sentados en el suelo, escuchando atentamente. La cara de Eleanor estaba sonrojada por todo lo que corrió desde el lado de Candy hasta la cocina, por las escaleras de servicio y luego hacia Vincent. Todo silencioso como un ratón.
—No creo que deberías escuchar...— susurró Vincent, pero se interrumpió abruptamente cuando Eleanor presionó su boca contra su oreja.
—Si estás pensando que he vivido aquí doce años y no sé lo que eres, viejo, eres más tonto de lo que Anthony piensa que es Candy.
Los ojos de Vincent se agrandaron.
—Yo también puedo leer, ¿sabes?—, susurró Eleanor con rigidez.
Los ojos de Vincent se volvieron enormes. —¿Puedes?
—Shh. Nos lo estamos perdiendo.
- - - o - - -
—Habías recolectado rocas de pintura. Las rompiste en el círculo y grabaste fórmulas y símbolos en las caras interiores de las trece piedras.
Un escalofrío recorrió la columna de Anthony.
—Luego dibujaste tres más en la losa. Y esperamos la medianoche.
—¡Ay, Cristo!—, murmuró Anthony. ¿Cómo podría ella tener conocimiento de tales cosas? Las leyendas insinuaban que las piedras se usaban para viajar, pero nadie, salvo él mismo, Albert y Vincent, sabía cómo hacerlo. Excepto que ahora Candy White también lo sabía.
—¿Recuerdas los símbolos?—, preguntó bruscamente.
Ella le describió varios de ellos, y sus descripciones, aunque incompletas, eran lo suficientemente precisas como para inquietarlo profundamente.
Su mente lo rechazó y buscó algo sólido en qué pensar. Algo menos inquietante. Él sonrió, pensando en un buen tema. No tenía ninguna duda de que ella intentaría cambiarlo rápidamente. —Dijiste que tomé tu virginidad. ¿Cuándo hice el amor contigo, muchacha? dijo con voz ronca, volviendo la boca hacia la puerta.
Candy se sentó al otro lado y volvió la boca hacia la puerta. Ella la besó y luego se sintió completamente tonta, pero por el sonido de su voz, parecía como si él también estuviera sentado de espaldas a la puerta. Y su voz sonó más cercana esa vez, como si hubiera girado su boca hacia la de ella.
—En las piedras, justo antes de que atravesáramos.
—¿Sabía que eras virgen?
—No—, susurró ella.
—¿Qué?
—No—, dijo más fuerte.
—¿Me engañaste?
—No, simplemente no pensé que fuera lo suficientemente importante como para mencionarlo—, dijo a la defensiva.
—Patrañas. A veces no decir toda la verdad es lo mismo que mentir.
Candy hizo una mueca, no le gustaba que sus propias palabras fueran utilizadas en su contra. —Tenía miedo de que no me hicieras el amor si te enterabas—, confesó. Y tú tenías miedo de que te dejara si descubría la verdad sobre ti. ¡Qué buena pareja éramos!
—¿Por qué seguías siendo una doncella a los veinticinco años?
—Yo… simplemente nunca encontré al hombre adecuado.
—¿Y cuál sería el hombre adecuado para ti, Candy White?
—No creo que eso tenga algo que ver...
—Seguramente puedes encontrar en tu corazón el concederme algunos favores, considerando que me has mantenido atrapado durante todo el día.
—Oh, está bien—, dijo a regañadientes. —El hombre adecuado… veamos, sería inteligente pero juguetón. Tendría un buen corazón y sería fiel…
—¿La fidelidad es importante para ti?
—Mucho. No comparto. Si él es mi hombre, es solo mío.
Pudo oír una sonrisa en su voz cuando dijo: —Continúa.
—Bueno, a él le gustarían cosas sencillas, como un buen café y una buena comida. Una familia...
—¿Quieres tener hijos?
—Docenas—, suspiró ella.
—¿Les enseñarías a leer y cosas así?
Candy respiró hondo y se le empañaron los ojos. La vida requería un delicado equilibrio. La suya había estado dolorosamente desequilibrada. Ella sabía exactamente lo que les enseñaría a sus hijos. —Les enseñaría a leer, a soñar, a mirar las estrellas y a maravillarse. Les enseñaría el valor de la imaginación. Les enseñaría a jugar tan duro como trabajaron—. Suspiró profundamente antes de agregar suavemente: —Y les enseñaría que todos los cerebros del mundo no pueden compensar el amor.
Ella lo escuchó respirar con dificultad. Él guardó silencio durante un largo rato, como si sus palabras hubieran significado mucho para él. —¿Crees realmente que el amor es lo más importante?
—Sé que lo es—. Había aprendido todo tipo de lecciones en Escocia. Una carrera, un éxito y elogios de la crítica, nada de eso equivalía a gran cosa sin amor. Era el ingrediente necesario que le había faltado durante toda su vida.
—¿Cómo te hice el amor, Candice White?
Los labios de Candy se separaron con un suave gemido. Las simples palabras que acababa de decir habían enviado calor a través de su cuerpo. Estaba empezando a sonar como su Anthony. Esta íntima conversación la estaba derritiendo; tal vez estaba derritiendo sus defensas también.
—¿Cómo, Candy? Cuéntame cómo te hice el amor. Cuéntamelo con mucho detalle.
Mojándose los labios, comenzó, bajando la voz íntimamente.
- - - o - - -
Vincent tomó la mano de Eleanor y tiró.
No, ella articuló.
No podemos escuchar esto a escondidas, él articuló en respuesta. No es correcto.
Al diablo con lo correcto, viejo. No me iré. Sus labios estaban fruncidos y su mirada terca.
Vincent se quedó boquiabierto pero, después de unos momentos, volvió a sentarse.
Y cuando Candy habló, se encontró cediéndole una especie de privacidad al imaginar que era Eleanor contándole con todo detalle cómo le había hecho el amor. Al principio mantuvo la barbilla firmemente baja y desvió la mirada, pero al cabo de un rato le lanzó una mirada subrepticia.
Eleanor no apartó la mirada.
Los ojos azules se encontraron con los castaños y se sostuvieron.
El corazón de Vincent latía con fuerza.
- - - o - - -
—Y luego me dijiste algo, al final, que nunca olvidaré. Dijiste las palabras más dulces y me hicieron estremecer. Lo dijiste con esa voz tan rara que tienes.
—¿Qué fue lo que dije?— Anthony movió su mano sobre su miembro. Su kilt estaba arrojado a un lado, tenía sus piernas abiertas, y la palma de su mano alrededor de su virilidad. Estaba tan excitado que pensó que iba a explotar. Ella le había contado en detalle cómo le había hecho el amor, y había sido la experiencia más erótica de su vida. Sentado en la oscuridad, observando las imágenes en su mente, sintió como si las hubiera estado reviviendo. Su mente había llenado detalles que ella no había mencionado, detalles que podrían haber surgido únicamente de su imaginación o de algún recuerdo profundamente enterrado. Él no lo sabía.
A él no le importaba.
Ya no importaba si estaba mintiendo o diciendo la verdad. Quería a Candy White de una manera que desafiaba la razón, de una manera que se negaba a hacer más preguntas.
Él admiraba su tenacidad; la deseaba con cada fibra de su ser; ella lo hizo reír, lo puso furioso. Ella se mantuvo firme; ella creía que era un druida y lo deseaba de todos modos.
¡Por Amergin!, él (el tres veces abandonado Anthony Andley) estaba siendo perseguido por una mujer que sabía lo que era.
Ya no podía recordar por qué se había resistido a ella, para empezar.
La intensa necesidad de encontrar la liberación lo consumió, llevándolo al borde de la rendición, ansiando el momento de éxtasis que había estado anhelando desde que ella cruzó por primera vez el umbral de su casa. Pero no quería que fuera un acto solitario. No, él quería vivirlo con ella. Muy dentro de ella.
—Lo que dijiste fue tan romántico—, dijo con un pequeño suspiro.
—Um-hmm—, logró decir. Cuando ella habló de nuevo, le tomó unos momentos darse cuenta de lo que estaba diciendo.
Y cuando lo hizo, se puso de pie de un salto, rugiendo, pero ella seguía hablando:
«Si algo debe perderse, será mi honor por el tuyo.
Si una debe ser olvidada, será mi alma por la tuya.
Si la muerte llega pronto, será mi vida por la tuya.
Soy dado».
Eso fue lo que dijiste.
Al terminar, las rodillas de Anthony cedieron. Una oleada de calor y brillo comenzó a crecer dentro de él y a expandirse, rodeándolo. No podía hablar, apenas podía respirar, mientras olas sucesivas de emoción lo abrumaban...
- - - o - - -
Candy se dobló, mientras una poderosa ola de emoción la invadía. Se sintió extraña, sumamente rara, como si acabara de decir algo irreversible...
- - - o - - -
—¡Ay Dios, Ellie!—, susurró Vincent, atónito tanto por las palabras de Candy como por darse cuenta de que él estaba sosteniendo la mano de Eleanor y ella se lo permitía. —Ella acaba de casarse con él.
—¿Se casó con él?—, los dedos de Eleanor apretaron los de él.
—Sí, los votos del druida. No ejecuté ese hechizo, ni siquiera cuando me casé con mi esposa.
Los labios de Eleanor se abrieron en un «por qué», pero luego ambos miraron sin aliento por encima de la balaustrada, desesperados por escuchar qué pasaría después.
Marina777: Candy ha logrado que él la escuche, y él ha decidido que aunque no la recuerda no le importa, se ha casado con ella. Espero que te haya gustado este capítulo.
GeoMtzR: Candy ha logrado que él escuche, y vamos que aprendió mucho de lo que vivieron en el futuro, no la recuerda aún, pero se casó con ella. Y ha experimentado mucho a través de la puerta cerrada. Ya veremos qué pasa una vez que la puerta se abra. Gracias por seguir la historia. Te mando un abrazo.
Cla1969: Candy è molto intelligente e ha dovuto ricorrere a chiuderlo nel bagno in modo che lui la ascoltasse. Alla fine l'ha ascoltata e ha imparato molto su ciò che hanno vissuto in futuro, ora sa anche che erano sposati sotto i voti dei Druidi. Quale sarà la reazione di Candy quando lo scoprirà? Vincent ed Eleanor sono molto consapevoli di ciò che sta accadendo tra la coppia bionda.
Mayely leon: Espero que te haya gustado este capítulo, Candy finalmente se salió con la suya.
Guest 1: Anthony es terco pero Candy lo es más, y finalmente logró lo que se proponía aunque para ello tuvo que encerrarlo.
lemh2001: Pues si Candy era el ratón encerró a ese gato en el baño, jajajaja. Fue la única manera de que escuchara. Finalmente ha cedido a sus sentimientos. A ver cómo le va ahora a Candy cuando se entere de lo que hizo y libere a su marido del retrete.
Gracias judithtorres por seguir y agregar esta historia a tu lista de favoritas.
Gracias a quienes leen cada capítulo en donde quiera que se encuentren, aunque no dejen comentarios, realmente agradezco el tiempo que dedican a seguir esta historia.
