Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a Karen Marie Moning y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.
La historia está clasificada como M ya que puede haber algunas escenas no aptas para todo público.
Capítulo 12
A la mañana siguiente
—¿Por qué debes vivir hasta acá arriba, Vincent? Eres como el águila calva anidando en la montaña—, dijo Eleanor, empujando la puerta de su cámara en la torre, ciento tres escalones arriba de la planta principal del castillo, con la cadera. —¿Tenías que conformarte con la rama más alta, verdad?.
Vincent Andley levantó la cabeza de un libro con una expresión divertida. Una melena de color blanco plateado rodeaba elegantemente su rostro y Eleanor lo encontraba terriblemente guapo de una manera sabia, pero nunca se lo diría. —No estoy calvo. Tengo bastante cabello—. Volvió a bajar la cabeza y continuó leyendo, pasando el dedo por la página.
El hombre vivía completamente en su propio mundo la mayor parte del tiempo, reflexionó Eleanor. Muchas veces se había preguntado cómo se las había arreglado para conseguir hacerle dos hijos varones a su esposa. ¿La mujer le había cerrado los tomos de golpe en los dedos y lo había arrastrado por la oreja hasta su cama?
Ahora bien, eso parece una buena idea, pensó ella, mirándolo a través de unos ojos que no traicionaban ni habían traicionado jamás, en los doce años que había estado allí, ni una pizca de sus sentimientos por él.
—Bebe—. Dejó la taza sobre la mesa al lado de su libro, con cuidado de no derramar ni una gota sobre su precioso tomo.
—No es otro de tus viles brebajes, ¿verdad, Eleanor?
—No—, dijo con expresión imperturbable, —es otra de mis espléndidas infusiones. Y la necesitas, así que bebe. No me iré hasta que la taza esté vacía.
—¿Le pusiste algo de cacao?
—Ya sabes que casi no nos queda.
—Eleanor—, dijo con un suspiro de fastidio, pasando una página de su libro, —Anda sigue con tus labores. Lo tomaré más tarde.
—Y también deberías saber que tu hijo finalmente ha despertado y se ha levantado—, agregó Eleanor, con las manos en las caderas, el pie golpeando el suelo, esperando a que Vincent bebiera. Cuando no respondió, ella continuó. —¿Qué deseas que haga con la muchacha que apareció anoche?
Vincent cerró su tomo, negándose a mirarla para no traicionar lo mucho que disfrutaba mirándola. Se apaciguó con la promesa de robarle varias miradas subrepticias cuando ella saliera por la puerta.
—No te vas a ir, ¿verdad?
—No hasta que hayas bebido.
—¿Cómo está ella?
—Está durmiendo—, le dijo Eleanor a su perfil. El hombre rara vez la miraba, por lo menos no que ella lo notara; había estado hablando con su perfil durante años. —Pero no parece haber sufrido ninguna lesión duradera—. Gracias a los santos, pensó Eleanor, sintiéndose ferozmente protectora hacia la joven que había llegado sin ropa y con la sangre de su virginidad en sus muslos. Ni ella ni Vincent habían dejado de notarlo cuando metieron a la muchacha inconsciente en la cama. Se miraron incómodos el uno al otro, y Vincent acarició la tela del tartán de su hijo con una expresión perpleja.
—¿Ha contado algo sobre lo que le pasó anoche?— preguntó, frotando distraídamente su pulgar sobre los símbolos grabados en la encuadernación de cuero del libro.
—No. Aunque ella murmuró en sueños, nada de lo que dijo tenía sentido.
Las cejas de Vincent se levantaron. —Crees que ella fue… es decir, ¿ha sido dañada de alguna manera que haya afectado su mente?
—Creo—, dijo Eleanor cuidadosamente, —que cuantas menos preguntas le hagas por ahora, mejor. Es evidente que necesita un lugar donde quedarse, además de no tener posesiones ni ropa. Te pido que le concedas refugio como me lo diste a mí aquella noche, hace muchos años. Deja que su historia salga a la luz cuando esté preparada.
—Bueno, si ella se parece en algo a ti, eso significa que nunca lo sabré—, dijo Vincent con estudiada naturalidad.
Eleanor contuvo la respiración. En todos estos años, él ni una sola vez le había preguntado qué había sucedido la noche en que le dieron refugio en el Castillo Andley. Para él, incluso hacer una referencia tan casual a ella era más raro que una marta de color púrpura. En casa de los Andley siempre se respetaba la privacidad, a veces una bendición, a menudo una maldición. Los hombres Andley no estaban acostumbrados a entrometerse. Y muchas fueron las veces que ella había deseado que uno de ellos lo hubiera hecho.
Cuando, hace doce años, Vincent la encontró tirada en la carretera, golpeada y dada por muerta, no tuvo ganas de hablar de ello. Para cuando se recuperó y estuvo lista para confiar, Vincent, que había tomado su mano y luchado por ella mientras ella yacía con fiebre, se había retirado tranquilamente de su cama y nunca volvió a hablar de ello. ¿Qué podía hacer una mujer? ¿Dejar escapar su triste historia como si estuviera buscando simpatía?
Y así se había formado una educada e infinita distancia entre el ama de llaves y el laird. Como debería ser, se recordó a sí misma. Ella ladeó la cabeza con cautela, advirtiéndose a sí misma de no interpretar demasiado su suave declaración.
Cuando ella no dijo nada, Vincent suspiró y le ordenó que consiguiera ropa adecuada para la muchacha.
—Ya he desenterrado algunos de los vestidos antiguos de tu esposa. Ahora, ¿podrías por favor beber? No creas que no me he dado cuenta de que últimamente no te sientes bien. Mi brebaje te ayudará si dejas de tirarlo en el retrete.
Se ruborizó.
—Vincent, apenas comes, apenas duermes, y un cuerpo necesita ciertas cosas. ¿Por qué no lo intentas y ves si no te ayuda?
Levantó una ceja blanca, mirándola con malicia. —Moza insistente.
—Viejo zorro cascarrabias.
Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios. Tomó la taza, se tapó la nariz y bebió el líquido. Ella observó cómo tragaba durante unos minutos antes de fruncir el ceño y dejarla sobre la mesa. Por un instante, sus miradas se encontraron.
Ella se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta. —No te olvides de la chica—, le recordó con firmeza. —Debes cuidarla, asegurarle que tiene un lugar aquí todo el tiempo que sea necesario.
—No lo olvidaré.
Eleanor asintió con la cabeza y salió por la puerta.
—Elli.
Después de aclararse la garganta, preguntó: —¿Has hecho algún cambio en ti misma?— Al no obtener respuesta, volvió a aclararse la garganta y continuó: —Te ves... quiero decir, te ves bastante...—. Se detuvo, como si lamentara haber empezado a hablar.
Eleanor se volteó rápidamente para confrontarlo, con el ceño fruncido y los labios apretados. Vincent abrió y cerró la boca repetidamente, observando detenidamente su rostro. ¿Habría notado él, realmente, el pequeño cambio que había hecho? Eleanor pensaba que él nunca se daba cuenta. Y si lo hacía, ¿pensaría que era una vieja tonta preocupándose por sí misma?
—¿Bastante… qué?— exigió ella.
—Er... creo... que la palabra podría ser... atractiva—. Más suave de alguna manera, pensó, recorriéndola de arriba abajo con la mirada. Dioses, pero, para empezar, la mujer era tentadoramente suave.
—¿Has perdido la cabeza, anciano?—, espetó, completamente desconcertada, y cuando Eleanor estaba completamente desconcertada, empuñaba su mal humor como si fuera una espada. —Tengo el mismo aspecto que todos los días—, mintió.
Enderezando la columna, se obligó a deslizarse majestuosamente hacia la puerta.
Pero en el momento en que supo que estaba fuera de la vista, bajó corriendo las escaleras, con las faldas volando, el cabello suelto y las manos en la garganta.
Acarició los mechones suaves de cabello que había cortado esa mañana, similar al cabello de la muchacha de anoche, admirando el aspecto que le daban. Si un cambio tan pequeño lograba, por Dios, un cumplido de Vincent Andley, tal vez debería coserse ese nuevo vestido de lino azul más suave que había estado considerando.
¡Atractiva, en efecto!
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Candy lentamente despertó, saliendo de una serie de pesadillas donde había estado corriendo desnuda (por supuesto, en su peso más alto, nunca después de una semana exitosa de dieta), persiguiendo a Anthony y perdiéndolo a través de puertas que desaparecían antes de que pudiera alcanzarlas.
Tomó una respiración profunda, ordenando sus pensamientos. Había dejado los Estados Unidos porque odiaba su vida. Se embarcó en un viaje a Escocia para perder su virginidad, para ver si tenía corazón y para sacudir su mundo.
Bueno, ciertamente había logrado todos sus objetivos.
No un simple jardinero para mí, pensó Candy. Recibo un genio viajero en el tiempo que viene con un mundo de problemas y me envía al pasado para solucionarlos.
No es que le importara.
Ella había decidido que las palabras Alma Gemela y Anthony Andley eran sinónimos. Finalmente había conocido a un hombre que la hacía sentir con una intensidad que nunca había imaginado, que era brillante, pero que no era frío en su brillantez. Sabía cómo provocar y ser cálido y apasionado. Él la encontraba hermosa, y era un amante erótico fenomenal. Sencillamente, había conocido al hombre perfecto y lo había perdido, todo en tres días. Él había despertado en ella más emociones en ese corto tiempo de las que había sentido en toda su vida.
Poco a poco, abrió los ojos. Aunque la habitación estaba en penumbra, la tenue luz dorada de un fuego se derramaba por la cámara. Parpadeó ante la profusión de color púrpura que la rodeaba, luego recordó la fascinación de Anthony por los trajes de correr morados de Cormacks & Crawfords. Su insistencia en unos pantalones morados o una camiseta, petición que ella había rechazado.
Eso lo selló. Ella definitivamente estaba en el mundo de Anthony ahora.
Una suntuosa colcha de terciopelo violeta la cubría hasta la barbilla. Encima de ella, un dosel color lavanda de una gasa transparente cubría la cama de cerezo elegantemente tallada. Sobre sus pies estaba extendida una piel de oveja color lila, ¡oh, de verdad!, pensó, ¡sé que no hay ovejas color lila!. Almohadas moradas adornadas con trenzas de plata estaban esparcidas alrededor de la cabecera.
Pequeñas mesas de curiosidades estaban cubiertas con sedas de orquídea y ciruela. Brillantes tapices de ciruela y negro, con complicados patrones, adornaban las dos altas ventanas, y entre ellas colgaba un enorme espejo ornamentado enmarcado en oro. Dos sillas estaban dispuestas frente a las ventanas, centradas alrededor de una mesa que sostenía copas y platos de plata.
Púrpura, reflexionó Candy, con repentina perspicacia. Un hombre tan electrizante y enérgico elegiría naturalmente rodearse del color que tuviera la frecuencia más alta del espectro.
Era un color cálido, vívido y erótico.
Como el hombre mismo.
Candy presionó la nariz contra la almohada, con la esperanza de captar su olor en la ropa de cama, pero si Anthony había dormido en esa cama había sido hacía demasiado tiempo, o habían cambiado las mantas. Dirigió su atención al marco de la cama exquisitamente tallada en la que yacía. La cabecera tenía numerosos cajones y cubículos. Un amplio estribo estaba grabado con delicados nudos celtas. Ya había visto una cama como ésta antes.
En un museo.
Esta era tan nueva como cualquier otra que uno pudiera encontrar en una mueblería moderna. Quitándose el flequillo de la cara, continuó inspeccionando la habitación. Saber que estaba en el siglo XVI y verlo eran dos cosas muy distintas. Las paredes estaban hechas de piedra de color gris pálido, el techo era alto y no había ninguna de esas molduras o zócalos que siempre parecían tan fuera de lugar en los castillos «renovados» frecuentados por turistas. Ni un solo enchufe, ni una lámpara, simplemente docenas de cuencos de vidrio llenos de aceite, coronados por mechas gruesas y ennegrecidas. El suelo estaba cubierto de tablas de madera color miel, pulidas hasta conseguir un brillo intenso, y había alfombras esparcidas por todas partes. Un hermoso cofre se encontraba cerca de los pies de la cama, cubierto con una pila de mantas dobladas. Había más sillas acolchadas delante del fuego. La chimenea estaba hecha de suave piedra rosa, y encima había una enorme repisa tallada. En ella, humeaba un fuego de turba y había vainas de brezo apiladas sobre los ladrillos secos que perfumaban la habitación. Considerándolo todo, era una habitación deliciosamente cálida, rica y lujosa.
Candy se miró la muñeca para ver qué hora era, pero aparentemente su reloj había flotado en la misma espuma cuántica que había devorado su ropa y su mochila.
Se distrajo momentáneamente con la prenda que llevaba: una camisola blanca larga y transparente con bordes de encaje, que parecía claramente pasada de moda y frívola.
Sacudió la cabeza, balanceó las piernas sobre el borde de la cama y se sintió dolorosamente baja cuando sus dedos de los pies quedaron suspendidos a un pie del suelo. Con un salto exasperado, se bajó de la cama alta y se apresuró hacia la ventana. Apartó el tapiz y descubrió que el sol brillaba intensamente más allá de los cristales de las ventanas. Luchó un momento con el pestillo, y luego la abrió empujando hacia afuera y respiró profundamente el aire fragante.
Estaba en la Escocia del siglo XVI. Guau.
Debajo de ella se extendía un precioso patio en terrazas, rodeado por las cuatro paredes interiores del ala del castillo en el que se encontraba. Dos mujeres golpeaban alfombras contra las piedras, charlando mientras vigilaban a un grupo de niños que jugaban pateando una especie de pelota desigual. Ella la observó detenidamente, entrecerrando los ojos. Ugh, pensó, recordando que William había dicho que los niños medievales solían jugar con pelotas hechas de vejigas de animales y cosas así.
Ella se sacudió abruptamente. Necesitaba saber cuál era la fecha. Mientras ella permanecía boquiabierta por la ventana, el peligro podría estar acercándose cada vez más a su amante de las Highlands.
Estaba a punto de quitar la colcha de la cama y ponérsela al estilo toga cuando notó un vestido, color lavanda, por supuesto, tirado sobre el sillón acolchado cerca del fuego, junto a una mezcla de otras prendas.
Se apresuró a llegar a la silla, donde palpó los artículos, intentando decidir el orden en que debía ponérselos.
Y no había calzones, se dio cuenta con consternación. Difícilmente podrían esperar que ella se moviera con soltura, con el trasero al aire bajo su vestido. Observó la ropa, como si la frustración por sí sola pudiera hacer aparecer un par de calzones de la nada. Escudriñó la habitación con mirada de ejecutiva, pero a regañadientes llegó a la conclusión de que incluso si tomaba un mantel, tendría que anudarlo a su alrededor como si fuera un pañal.
Se quitó el camisón y luego se puso la suave ropa interior blanca sobre la cabeza. Con un simple movimiento, se aferró a su cuerpo y cayó hasta la mitad del tobillo. Por encima iba el vestido, luego la túnica sin mangas de color púrpura más oscuro, bordada con hilos plateados. Sorprendida de que no se arrastrara por el suelo, subió el dobladillo y resopló cuando vio que lo habían cortado cuidadosamente. Al parecer la gente ya se había dado cuenta de lo baja que era. Ató los cordones de la sobretúnica debajo de sus pechos.
Las zapatillas eran una broma, eran varias tallas demasiado grandes, pero tendrían que ser suficientes. Tomó el pañuelo de seda de una mesa y rasgó la tela transparente. Mientras hacía una bola y se la metía en los dedos de los pies, su estómago gruñó poderosamente y recordó que no había comido desde ayer por la tarde.
Pero no podía simplemente salir al pasillo sin un plan.
Orden del día: un baño, café y luego, lo antes posible, encontrar a Anthony y contarle lo que había sucedido.
Debes decirle… en qué peligro se encuentra, probablemente fue lo que había estado diciendo antes de derretirse en el círculo de piedras. Mostrarle... obviamente se había referido a su mochila. Ella suspiró, deseando tenerla. Pero Anthony era un hombre brillante con una excelente mente lógica. Sin duda, él vería la verdad en su historia.
En retrospectiva, la enfureció que Anthony no le hubiera contado toda la verdad. Sin embargo, reconoció a regañadientes, había muchas posibilidades de que si él se lo hubiera dicho, ella, con infinita condescendencia, habría debatido la inverosimilitud del viaje en el tiempo durante el tiempo que le había llevado llevarlo al pabellón psiquiátrico más cercano.
Candy jamás habría imaginado que Anthony tuviera conocimientos para moverse en la cuarta dimensión. ¿Quién y qué era este hombre al que le había entregado su virginidad?
Sólo había una manera de averiguarlo. Encuéntralo y habla con él.
Oye, Anthony. No me conoces, pero en un futuro serás víctima de un hechizo, despertarás en el siglo XXI y me enviarás de vuelta para salvarte y evitar la destrucción de tu clan.
Ella frunció el ceño. No era algo que ella hubiera creído si un hombre apareciera en su época con una historia así, pero Anthony debía haber sabido de lo que estaba hablando. Estaba claro que él quería que ella le dijera la verdad al «Anthony del pasado». No había nada más que pudiera haber estado tratando de decir.
Estaba muerta de hambre, tanto de comida como de poder ver a Anthony.
Y era urgente que descubriera la fecha.
Se calzó las zapatillas y salió corriendo al pasillo.
Marina777: Veremos que tan difícil le resulta a Candy la situación ahora que los papeles se han invertido.
Cla1969: Una situazione leggermente più complessa dato che nel XVI secolo le persone mentalmente squilibrate non venivano trattate con molta gentilezza e rispetto. Sebbene abbia il vantaggio che la famiglia di Anthony è composta da druidi, tendono ad accettare lo strano più facilmente rispetto agli altri nobili dell'epoca.
Guest 1: Gracias por leer la historia.
Mayely leon: Casi siempre veo tus comentarios, quizá en alguna ocasión he actualizado antes de que lleguen, pero como siempre te agradezco y espero te haya gustado el capítulo.
Guest 2 y 3: Que alegría que les guste la historia. Si, tanto Vincent como Eleanor serán personajes muy simpáticos y entrañables en esta historia. Espero disfruten la lectura.
GeoMtzR: Candy ha despertado y pronto se encontrará con Anthony, ¿qué pensará él? Al parecer puede tomarle un tiempo aceptar las cosas si no se acepta a sí mismo. Que opinas de la relación de Vincent y Eleanor, me gusto la pareja en tu historia así que decidí usarla en esta también.
Gracias lemh2001 veo que ya estás leyendo también esta historia y espero que te guste.
Gracias a quienes leen sin dejar comentarios y también a quienes lo han intentado sin que por alguna razón conocida aparezcan en la página. Disfruto mucho leer sus opiniones e ideas.
