Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a Karen Marie Moning y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.
La historia está clasificada como M ya que puede haber algunas escenas no aptas para todo público.
Capítulo 5
Casi quinientos años, reflexionó Anthony. ¿Cómo podía ser posible? Se sentía como si apenas ayer hubiera ido a montar a caballo por los prados llenos de brezos de su hogar en las Highlands. Su mente se tambaleó por la conmoción y, aunque hizo un intento de negarlo, sabía que era verdad. Lo sabía con un conocimiento gnóstico profundo que era incuestionable. Su época se sentía diferente, el ritmo natural de los elementos era frenético, fracturado. Este mundo, el mundo de ella, no era saludable.
Habían pasado siglos y él no tenía idea de cómo había ocurrido. El sondeo de su memoria no había arrojado datos adicionales. Cinco siglos de letargo parecían haber silenciado su memoria, atenuado los acontecimientos que habían ocurrido justo antes de su secuestro. Todo lo que sabía era que había sido atraído a una especie de emboscada en la que habían participado un número indeterminado de personas. Hubo hombres armados. Hubo cánticos y humo fragante, que apestaba a brujería o druidismo. Era evidente que lo habían drogado, pero ¿y luego qué? ¿Encantado por un hechizo de sueño? Y si hubiera sido hechizado, ¿por quién? Más importante aún, ¿por qué? El por qué le diría si todo su clan había sido el objetivo.
Un dedo helado de temor le rozó la columna mientras consideraba la posibilidad de que hubieran sido atacados por la tradición que protegían. ¿Alguien había creído finalmente en los rumores y había venido en busca de pruebas?
Los varones Andley eran druidas, como lo habían sido sus ancestros durante milenios. Pero lo que pocos sabían era que no eran simples druidas, que basaban la mayor parte de sus artes en la tradición incompleta, desde la pérdida de gran parte del conocimiento en las fatídicas guerras de antaño. Los Andley poseían toda la sabiduría y eran los únicos guardianes de las tradiciones y de las piedras verticales.
Si después de haber sido secuestrado, su padre, Vincent, hubiera sido asesinado por sus secuestradores, la tradición sagrada se perdería para siempre, y el conocimiento que protegían (para ser utilizado sólo cuando el mundo tuviera una necesidad extrema) desaparecería por completo.
Miró a Candy. ¡Si ella no lo hubiera despertado, bien podría haber dormido por toda la eternidad! Murmuró una oración silenciosa de agradecimiento.
Al reflexionar sobre su situación, se dio cuenta de que por ahora el cómo y el por qué de su secuestro eran irrelevantes. En este tiempo, él no encontraría respuestas. Lo que importaba era la acción: había tenido la suerte de haber sido despertado y tenía tanto la oportunidad como el poder para corregir las cosas. Sin embargo, para hacerlo, debía estar en Ban Drochaid antes de la medianoche de Mabon.
Anthony volvió a mirarla, pero ella se negó a mirarlo. Hacía mucho que había anochecido y habían avanzado a buen ritmo, poniendo muchos kilómetros entre ellos y el horrible y ruidoso pueblo. A la luz de la luna, su suave piel brillaba con la cálida riqueza de las perlas. Se dio el lujo de imaginarla desnuda, lo cual no era difícil de hacer cuando vestía tan poco. Candy era toda mujer y sacaba a relucir el hombre más primitivo que había en él, una feroz necesidad de poseer y aparearse. Sus pezones eran claramente visibles debajo de su fina camisa, y Anthony anhelaba succionarlos con la boca. Era una muchachita apasionada con una voluntad de acero y curvas que tentarían incluso la mirada de su devoto sacerdote James. Se le había puesto duro en el momento en que abrió los ojos y la miró y había estado incómodamente erecto desde entonces. Una mirada provocativa de ella lo devolvería a un estado doloroso, pero no le preocupaba demasiado que ella pudiera lanzarle esa mirada. No había hablado con él en horas, no desde que él se negó por enésima vez a liberarla. No desde que le había dicho que la echaría sobre su hombro y la llevaría en brazos si fuera necesario.
Le intrigó que ella no hubiera gritado, ni se hubiera desmayado, ni suplicado por su liberación. Su primera impresión de ella no había sido del todo exacta; aunque era difícil discernirlo, por su extraña manera de hablar, poseía una pizca de inteligencia. Ella había demostrado excelentes habilidades de razonamiento mientras intentaba disuadirlo de llevarla consigo, y cuando se dio cuenta de que no había posibilidad de que él cediera, lo trató como si simplemente no existiera. Bravo, Candy, pensó Anthony. White, del nórdico antiguo, significa valiente, fuerte. Candice significa brillante. Candice también está asociada con Artemisa, la diosa griega de la luna, conocida por su belleza y resplandor. Estás resultando ser una muchacha bastante fascinante.
Mientras que al principio la había considerado una huérfana o una superviviente de la masacre de un clan, una mujer dispuesta a intercambiar su cuerpo para conseguir un protector (lo que explicaba su vestimenta y su comportamiento), desde entonces se le había ocurrido que podría ser simplemente una típica de su época. . Quizás en cinco siglos las mujeres habían cambiado tanto y se habían vuelto tenazmente independientes. Entonces ¿por qué, se preguntó, percibió una tristeza silenciosa, un roce de vulnerabilidad en ella que contradecía su bravuconería?
Sabía que ella pensaba que él la había arrastrado porque la deseaba, y desearía que fuera así de se podía negar que la encontraba fascinante y tentadora y que estaba impaciente por acostarse con ella, pero de repente las cosas se volvieron mucho más complicadas. Una vez que descubrió que estaba atrapado en el futuro, se dio cuenta de que la necesitaba. Cuando llegaran a las piedras (si sucedía lo peor y su castillo había desaparecido), había un ritual que debía realizar, incluso si eso significaba ir en contra de su conciencia. Existía la posibilidad de que el ritual saliera mal, y si eso ocurría, necesitaba a Candy White a su lado.
Ella estaba cada vez más cansada y él sintió una punzada de arrepentimiento por haberle causado malestar. Cuando ella tropezó con la raíz de un árbol y cayó contra él, sólo para bufar y alejarse, él se ablandó. Él le daría esta noche, porque después de mañana no podrían detenerse. Ella tropezó y casi cayó al suelo justo donde estaba parada, así que él le puso un brazo detrás de los hombros y el otro detrás de las rodillas, y la depositó sobre el tronco cubierto de musgo de un enorme árbol que había caído al suelo del bosque. Sentada sobre el enorme tronco, con los pies colgando a varios centímetros del suelo, parecía pequeña y delicada. Los corazones de los guerreros no siempre venían en cuerpos fuertes de guerreros, y aunque él podía caminar tres días sin descanso ni comida, a ella no le iría bien en tales condiciones.
Él se subió al tronco junto a ella.
–Candy–, dijo suavemente.
No hubo respuesta.
–Candy, te aseguro que no te causaré ningún daño–, dijo Anthony.
–Ya lo has hecho–, replicó ella.
–¿Me estás hablando de nuevo?
–Estoy encadenada a ti. Había planeado no volver a hablar contigo nunca más, pero he decidido que no tengo ganas de ponerte las cosas fáciles, así que te voy a decir sin cesar y con vívidos detalles lo miserable que soy. Voy a llenar tus oídos con mis quejas estridentes. Voy a hacer que te arrepientas de no haber nacido sordo.
Anthony se rió. Ésta era otra vez su altiva muchacha inglesa. –Eres libre de atormentarme en cada oportunidad. Lamento causarte molestias, pero debo hacerlo. No tengo elección.
Candy arqueó una ceja y lo miró con desdén. –Déjame confirmar si entendí correctamente. Crees que eres del siglo XVI. ¿Puedes decirme el año exacto?
–Mil quinientos dieciocho.
–¿Y viviste en esta zona alrededor del año quince dieciocho?
–Sí.
–¿Y eras un laird?
–Sí.
–¿Y cómo es que terminaste durmiendo en una cueva en pleno siglo XXI?
–Eso es lo que debo descubrir.
–Andley, es imposible. Me pareces relativamente cuerdo, excluido este delirio. Un poco machista, pero no demasiado anormal. No hay manera de que un hombre pueda quedarse dormido y despertarse casi cinco siglos después. Fisiológicamente, es imposible. He oído hablar de las historias de Rip Van Winkle y La Bella Durmiente, pero son sólo cuentos de hadas.
–Dudo que las hadas tuvieran algo que ver con esto. Sospecho de gitanos o de brujería–, confesó Anthony.
Ella respondió con un tono empalagoso:
–Qué tranquilizador saber eso. Gracias por aclararlo.
–¿Te burlas de mí?
–¿Crees en las hadas?– ella respondió.
–Hada es simplemente otro nombre para los Tuatha de Danaan. Y sí, existen, aunque se mantienen alejados de los hombres mortales. Los escoceses siempre lo hemos sabido. Has vivido una vida protegida, ¿verdad?
Cuando ella cerró los ojos, él sonrió. Ella era tan ingenua.
Ella abrió los ojos, le dedicó una sonrisa condescendiente y cambió de tema, como si no quisiera presionar demasiado su frágil mente.
Anthony se mordió el labio para evitar un resoplido burlón. Al menos ella estaba hablando con él de nuevo.
‒¿Por qué vas a Ban Drochaid y por qué insistes en llevarme contigo?
Anthony sopesó lo que podría decirle con seguridad sin ahuyentarla. –Debo llegar a las piedras porque ahí es donde está mi castillo...
–¿Está o estaba? Si esperas convencerme de que realmente eres del siglo XVI, tendrás que hacerlo un poco mejor con tus tiempos verbales.
Él la miró con reproche. –Ahí es donde estaba, Candy. Rezo para que siga en pie–. Debe ser así, porque si llegaban a las piedras y no había señales de su castillo, su situación sería realmente terrible.
–¿Entonces esperas visitar a tus descendientes? Suponiendo, por supuesto, que yo considere dar credibilidad a esta idea absurda–, comentó Candy.
No, no a menos que su padre, a sus sesenta y dos años, de alguna manera hubiera logrado engendrar otro niño después de que Anthony hubiera sido secuestrado, lo cual era muy improbable ya que Vincent no se había acostado con una mujer desde que la madre de Anthony había muerto, hasta donde Anthony sabía. Lo que esperaba eran algunos de los artículos del castillo. Pero él no podía decirle nada de eso. No podía arriesgarse a asustarla cuando la necesitaba tan desesperadamente.
No necesitaba molestarse en buscar una respuesta evasiva adecuada, porque cuando él dudó demasiado para su gusto, ella simplemente siguió adelante con otra pregunta.
–¿Por qué me necesitas?
–No conozco tu siglo, y el terreno entre este lugar y mi hogar puede haber cambiado–, él ofreció serenamente una verdad incompleta –Necesito de un guía que conozca las costumbres de este siglo. Puede que tenga que pasar por alguna aldea y podría haber peligros que no percibiría hasta que fuera demasiado tarde–. Eso sonaba bastante convincente, pensó.
Ella lo miraba con un flagrante escepticismo.
–Candy, sé que piensas que he perdido la memoria, o que estoy enfermo y que tengo imaginaciones febriles, pero considera esto: ¿Qué pasa si te equivocas y estoy diciendo la verdad? ¿Te he hecho daño? Aparte de hacerte venir conmigo, ¿te he lastimado de alguna manera?
–No–, admitió ella de mala gana.
–Mírame, Candy–. Le tomó la cara entre las manos para que ella tuviera que mirarlo directamente a los ojos. La cadena tintineó entre sus muñecas. –¿Estás convencida de que tengo malas intenciones hacia ti?
Se apartó un mechón de pelo de la cara con un suave suspiro. –Estoy encadenada a ti. Eso me preocupa.
Anthony tomó un riesgo calculado. Con un movimiento impaciente, soltó los eslabones de la cadena, contando con el lascivo calor entre ellos para evitar que ella huyera. –Bien. Eres libre. Te juzgué mal. Creí que eras una mujer amable y compasiva, no una muchacha cobarde que no puede soportar nada que escape a su inmediata comprensión...
–¡No soy cobarde!
–...y que si un hecho no se ajusta a tu percepción de cómo deberían ser las cosas, entonces no es posible–. Soltó un resoplido burlón. –Qué visión tan estrecha del mundo tienes.
–¡Oh!– Candy frunció el ceño y se alejó de él sobre el tronco del árbol caído. Pasó una pierna por encima, se sentó a horcajadas sobre el enorme tronco y se sentó frente a él. –¿Cómo te atreves a intentar hacerme sentir mal por no creer tu historia? Y te aseguro que no tengo una visión estrecha del mundo. Probablemente soy una de las pocas personas que no lo hace. Te sorprenderá lo amplia y bien informada que es mi visión del mundo–. Ella se masajeó la piel de la muñeca y lo miró furiosamente.
–Qué contradicción eres–, dijo en voz baja. –Por momentos creo ver en ti valentía, pero en otras no veo más que cobardía. Dime, ¿estás siempre en desacuerdo contigo misma?
Una mano voló hacia su garganta y los ojos de Candy se abrieron como platos. Anthony había tocado una fibra sensible, él prosiguió implacablemente: –¿Sería tanto pedir que dedicaras un poco de tu precioso tiempo a ayudar a alguien que lo necesita, en la forma en que desea que se le ayude, en lugar de en la forma en que crees que debería ser ayudado?
–Estás haciendo que parezca que todo es culpa mía. Estás haciendo que parezca que soy yo la que está loca–, protestó Candy.
–Si lo que estoy diciendo es cierto, y prometo que lo es, me pareces muy poco razonable–, dijo con calma. –¿Alguna vez has considerado que para mí tu mundo puede parecer antinatural: sin conocimiento de tiempos antiguos, con árboles sin ramas ni hojas y ropa con nombres formales, tal como mi historia te parece antinatural a ti?
Duda. Podía verlo en su expresivo rostro. Sus ojos tormentosos se abrieron aún más y él vislumbró ese misterioso destello de vulnerabilidad debajo de su duro exterior.
No le gustaba provocarla, pero ella no sabía lo que estaba en juego y él no podía decírselo. No tuvo tiempo de salir a su mundo y buscar a otra persona. Además, no deseaba a ninguna otra persona. Él la deseaba. Ella lo había descubierto, lo había despertado, y su convicción de que se suponía que ella debía participar para ayudarlo a corregir las cosas aumentaba con cada hora que pasaba. No hay coincidencias en este mundo, Anthony, había dicho su padre. Debes ver con ojo de águila. Debes separarte, elevarte sobre el enigma y mapear el terreno del mismo. Todo sucede por una razón si puedes discernir el patrón.
Ella se masajeó las sienes y le frunció el ceño. –Me estás dando dolor de cabeza–. Después de un momento, dejó escapar un suspiro de resignación y se quitó el flequillo de los ojos. –Está bien, me rindo. ¿Por qué no me cuentas sobre ti? Quiero decir, de quién crees que eres.
Una invitación bastante reticente, pero trabajaría con lo que pudiera conseguir. No era consciente de lo ansioso que se había puesto esperando su respuesta hasta que sintió que sus músculos se relajaban bajo su piel. –Te he dicho que soy el laird de mi clan, aunque mi padre, Vincent, aún vive. Ya no quiere ser laird y, a sus sesenta y dos años, no puedo culparlo. Es mucho tiempo para asumir semejante responsabilidad–. Cerró los ojos y respiró hondo. –Tenía un hermano, Albert, pero murió recientemente.
No mencionó que Albert había sido asesinado mientras acompañaba a su prometida de regreso al Castillo Andley para la boda. Cuanto menos se hable de cualquiera de sus prometidas con otra mujer, mejor. Todo el tema era un asunto delicado para él.
–Regresaba de la propiedad de los Leagan cuando lo mataron en una batalla de clanes que ni siquiera era la nuestra, sino entre los McGregor y los Cornwell. Lo más probable es que vio que los Cornwell estaban muy superados en número y trató de marcar la diferencia.
–Lo siento mucho–, dijo en voz baja.
Abrió los ojos y encontró compasión brillando en su mirada, y eso lo enterneció. Cuando él se bajó del enorme tronco del árbol caído y pasó su pierna por encima del tronco para que ella lo mirara, ella no se resistió. Con él parado en el suelo y ella sentada sobre el tronco, sus ojos estaban al mismo nivel y eso parecía hacerla sentir más cómoda. –Albert era así–, le dijo con una mezcla de tristeza y orgullo.
–Siempre fue alguien que peleaba las batallas de los demás. Una espada le atravesó el corazón y una mañana amarga me desperté y vi a mi hermano, atado al lomo de su caballo, escoltado a casa por el capitán de la guardia de Leagan. Es un dolor que desgarra mi corazón. Hermano mío, te fallé a ti y a papá.
Ella frunció el ceño, reflejando su dolor. –¿Tu madre?– Preguntó en un tono gentil.
–Mi padre es viudo. Murió al dar a luz cuando yo tenía quince años; ni ella ni el bebé sobrevivieron. No se ha vuelto a casar. Jura que sólo hubo un amor verdadero para él–. Anthony sonrió. El sentimiento de su padre era uno que él entendía. La unión de sus padres se había hecho en el cielo: él era un druida y ella era hija de un inventor excéntrico que se había burlado del decoro y había educado a su hija mejor que la mayoría de los hijos. Desafortunadamente, las muchachas educadas difícilmente abundaban en las Highlands, o en cualquier otro lugar. Vincent había tenido mucha suerte. Anthony también había anhelado una unión así, pero el tiempo lo había desgastado y había perdido la esperanza de encontrar una mujer así.
–¿Está casado?
Anthony sacudió la cabeza.
–No. No habría intentado besarte si estuviera comprometido o casado.
–Bueno, un punto a favor para los hombres en general–, dijo secamente. –¿No eres bastante mayor para no haberte casado nunca? Generalmente, cuando un hombre de tu edad no se ha casado, algo anda mal con él–, lo provocó.
–Estuve comprometido–, protestó indignado, sin querer decirle el número de veces. No era un buen argumento de venta y ella estaba más cerca de la verdad de lo que a él le hubiera gustado. De hecho, algo andaba mal con él. Una vez que las mujeres pasaban un poco de tiempo con él, hacían las maletas y se marchaban. Era suficiente para hacer que un hombre se sintiera inseguro de sus encantos. Pudo ver que ella estaba a punto de insistir en el tema, por lo que dijo apresuradamente, esperando que eso pusiera fin a la discusión sobre el tema: –Ella murió antes de la boda.
Candy hizo una mueca. –Lo siento mucho.
Se quedaron en silencio unos momentos y luego ella dijo: –¿Quieres casarte?
Él arqueó una ceja burlona.
–¿Es una oferta, muchacha?– él ronroneó. Si tan solo lo hiciera, a él le gustaría secuestrarla y casarse con ella antes de que pudiera cambiar de opinión. Se sintió más intrigado por ella que nunca por cualquiera de sus prometidas.
Ella se sonrojó. –Por supuesto que no. Simplemente tengo curiosidad. Sólo estoy tratando de descubrir qué clase de hombre eres.
–Sí, deseo casarme y tener hijos. Simplemente necesito una buena mujer–, dijo, mostrándole su sonrisa más encantadora.
Candy no permaneció indiferente a su sonrisa.
Anthony vio que sus ojos se abrieron ligeramente en respuesta y que pareció olvidar la pregunta que había estado a punto de hacer y exhaló un silencioso agradecimiento a los dioses que lo habían bendecido con un rostro hermoso y dientes blancos.
–¿Y qué consideraría un hombre como tú una buena mujer?– dijo Candy después de un momento. –Espera...–, levantó una mano cuando él habría hablado, –...déjame adivinar. Obediente. Que te adore. Definitivamente no demasiado brillante–, se burló. –Oh, y ella simplemente tendría que ser la mujer más hermosa que existe, ¿no?
Él ladeó la cabeza y la miró fijamente a los ojos: –No. Mi idea de una buena mujer sería aquella a quien me encantara mirar, no porque otro la encontrara encantadora, sino porque sus características únicas me hablaran–. Le rozó la comisura de la boca con los dedos. –Tal vez tendría un hoyuelo en un lado de la boca cuando sonreía. Quizás tendría una marca de bruja– deslizó su mano hasta el pequeño lunar en su pómulo derecho –en lo alto de una mejilla. Quizás tendría ojos tormentosos que me recuerdan el mar que tanto amo. Pero hay otras características mucho más importantes para mí, que su apariencia. Mi mujer tendría curiosidad por el mundo y le gustaría aprender. Ella querría tener hijos y los amaría por sobre todo. Tendría un corazón intrépido, coraje y compasión.
Habló desde el corazón, su voz se hizo más profunda con pasión. Liberó lo que estaba reprimido dentro de él y le dijo exactamente lo que quería. –Ella sería alguien que hablaría conmigo hasta altas horas de la madrugada sobre cualquier cosa, que saborearía todos los temperamentos de las Highlands, que atesoraría a la familia. Una mujer que pudiera encontrar la belleza en el mundo, en mí y en el mundo que podríamos construir juntos. Ella sería mi honorable compañera, adorada amante y querida esposa.
Candy respiró hondo. La mirada escéptica de sus ojos se desvaneció. Ella se movió incómoda, apartó la mirada de él y guardó silencio durante un rato. Él no la interrumpió, curioso por ver cómo respondería ella a su honesta declaración.
Él sonrió irónicamente cuando ella se aclaró la garganta y cambió de tema con soltura.
–Bueno, si eres de las Highlands del siglo XVI, ¿por qué no hablas gaélico?
No reveles nada, muchacha, pensó Anthony. ¿Quién o qué te lastimó que te hace ocultar tus sentimientos? –¿Gaélico? ¿Quieres gaélico? Con una sonrisa seductora, le dijo exactamente lo que quería hacerle una vez que le quitara la ropa, primero en gaélico, luego en latín y finalmente en un idioma que no se había hablado en siglos ni siquiera en su época. Se puso duro nuevamente, tan solo decir las palabras.
–Eso podrías estarlo inventando–, espetó. Pero ella se estremeció como si hubiera sentido la intención detrás de sus palabras.
–Entonces, ¿por qué me pusiste a prueba?– preguntó en voz baja.
–Necesito algo que lo demuestre–, dijo. –No puedo simplemente confiar a ciegas.
–No–, estuvo de acuerdo. –No pareces ser una mujer que podría hacerlo.
–Bueno, tú tienes pruebas–, replicó, y luego añadió apresuradamente, –por supuesto, fingiendo que lo que afirmas es cierto. Viste autos, el pueblo, mi teléfono, mi ropa.
Señaló su atuendo, su espada y se encogió de hombros.
–Eso podría ser un disfraz.
–¿Qué considerarías una prueba suficiente?
Ella cruzó los brazos sobre el pecho. –No lo sé–, admitió.
–Te lo puedo demostrar en las piedras–, dijo finalmente. –Sin lugar a dudas, te lo puedo demostrar allí.
–¿Cómo?
Sacudió la cabeza. –Debes venir y ver.
–¿Crees que tus antepasados podrían tener algún registro tuyo, un retrato o algo así?– ella adivinó.
–Candy, debes decidir si estoy loco o digo la verdad. No puedo demostrártelo hasta que lleguemos a nuestro destino. Una vez que lleguemos a Ban Drochaid, si todavía no me crees, allá en las piedras, cuando haya hecho todo lo que pueda para ofrecerte pruebas, no te pediré nada más. ¿Qué tienes que perder, Candy White? ¿Es tu vida tan exigente y plena que no puedes dedicarle unos días de tu tiempo a un hombre que lo necesita?
Él había ganado. Podía verlo en sus ojos.
Ella lo miró en silencio durante un largo rato. Él encontró su mirada fijamente, esperando. Finalmente, ella asintió con fuerza. –Me aseguraré de que llegues a tus piedras de forma segura, pero eso no significa ni por un minuto que te crea. Tengo curiosidad por ver qué pruebas puedes ofrecerme de que tu increíble historia es cierta, porque si lo es...– Se calló y sacudió la cabeza. –Basta decir que valdría la pena cruzar las Highlands para ver tal prueba.
Pero en el momento en que me muestres lo que sea que tengas que mostrarme, si todavía no te creo, habremos terminado. ¿OK?
–¿OK?– Repitió Anthony. La palabra no significaba nada para él en ningún idioma.
–¿Estás de acuerdo con nuestro trato?– aclaró Candy. –Un acuerdo que aceptas cumplir cabalmente–, enfatizó.
–Sí. En el momento en que te muestre la prueba, si todavía no me crees, quedarás libre de mí. Pero debes prometerme que te quedarás conmigo hasta que veas las pruebas. En lo más profundo de su ser, Anthony hizo una mueca, detestando la ambigüedad cuidadosamente formulada.
–Acepto. Pero no me encadenarás y debo comer. Y ahora mismo voy a dar un corto paseo por el bosque, y si me sigues me harás muy, muy infeliz.
Ella saltó del tronco del árbol caído y lo rodeó, dándole un amplio margen.
–Como desees, Candy White.
Ella se agachó y cogió su mochila, pero él se movió rápidamente y le rodeó la muñeca con la mano. –No. Si te vas, se queda conmigo.
–Necesito algunas cosas–, protestó.
–Puedes llevarte un artículo–, dijo, reacio a interferir si ella tenía necesidades femeninas. Quizás era su tiempo de luna.
Enfadada, buscó en la mochila y sacó dos objetos. Una barra de algo y una bolsa. Desafiantemente, metió la barra en la bolsa y dijo: –¿Ves? Ahora sólo es una cosa–. Se giró bruscamente y se dirigió hacia el bosque.
–Lo siento, muchacha–, susurró cuando estuvo seguro de que ella estaba fuera del alcance de su audición. No tuvo otra opción que convertirla en su víctima involuntaria. Asuntos más importantes que su propia vida dependían de ello.
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Candy usó apresuradamente las "instalaciones", escaneando ansiosamente el bosque a su alrededor, pero no parecía que él la hubiera seguido. Aún así, no confiaba en nada en su situación actual. Después de hacer sus necesidades, devoró la barra de proteína que había tomado. Rebuscó en su estuche de cosméticos, se pasó hilo dental y luego se puso un poco de pasta de dientes en la lengua. El sabor de la menta animó su decaído ánimo. Pasar una gasa medicinal por su nariz, mejillas y frente casi la hizo desmayarse de placer.
Sudada y exhausta, se sentía más viva que nunca. Estaba empezando a temer por su propia cordura, porque había una parte de ella que quería creerle, quería desesperadamente experimentar algo fuera de su existencia en la que todo puede ser explicado por la ciencia. Quería creer en la magia, en hombres que la hacían sentir acalorada y débil, y en cosas locas como los hechizos.
Naturaleza o crianza: ¿cuál fue el factor determinante? Últimamente había estado obsesionada con esa pregunta. Sabía lo que la crianza le había hecho. A los veinticinco años tenía un grave problema de intimidad. Anhelando algo que no podía nombrar, y aterrorizada al mismo tiempo.
Pero ¿cuál era su naturaleza? ¿Era realmente brillante y fría como sus padres? Recordaba muy bien la vez que había sido tan tonta como para preguntarle a su padre qué era el amor. El amor es una ilusión a la que se aferra, Candy, quien tiene problemas fiscales. Les hace sentir que vale la pena vivir la vida. Elige a tu pareja según su coeficiente intelectual, la ambición y los recursos. Mejor aún, permítenos elegir por ti. Ya tengo en mente varios partidos adecuados.
Antes de entregarse a su Gran Ataque de Rebelión, había salido obedientemente con algunas de las elecciones de su padre. Hombres secos e intelectuales, la habían mirado la mayoría de las veces con los ojos enrojecidos por mirar constantemente un microscopio o un libro de texto, con poco interés en ella como persona y gran interés en lo que sus formidables padres podrían hacer por sus carreras. No hubo declaraciones apasionadas de amor eterno, sólo garantías fervientes de que formarían un equipo brillante.
A Candice White, la hija protegida de científicos famosos que habían pasado de la pobreza absoluta cuando eran niños a puestos estimados en el Laboratorio Nacional de Los Álamos realizando investigaciones cuánticas de alto secreto para el Departamento de Defensa, le había resultado casi imposible conseguir una cita fuera de la selecta comunidad científica en la que se había criado. En la universidad había sido aún peor. Los hombres habían salido con ella por tres motivos: para intentar quedar bien con sus padres, para ver si tenía alguna teoría que valiera la pena robar y, por último, pero no menos importante, por el prestigio de salir con el "prodigio". Los pocos que se habían sentido atraídos por sus otras dotes (traducción: generosas copas C) no se habían quedado a su lado mucho después de enterarse de quién era ella y en qué cursos estaba sobresaliendo, mientras ellos apenas lograban pasar.
A los veintiún años ya era terriblemente cínica.
Había abandonado el programa de doctorado a los veintitrés años, creando un cisma irrevocable entre ella y sus padres.
A los veinticinco años estaba muy sola. Una verdadera isla.
Hace dos años, había pensado que cambiar de trabajo (aceptar un trabajo agradable, normal y normal con gente agradable, normal y normal que no fuera científica) solucionaría sus problemas. Había intentado con todas sus fuerzas encajar y construir una nueva vida para sí misma. Pero finalmente se dio cuenta de que el problema no era su elección de carrera.
Aunque se había dicho a sí misma que había venido a Escocia para perder su virginidad, el pequeño engaño fue cómo ocultó sus motivos más profundos y mucho más frágiles.
El problema era que Candy White no sabía si tenía corazón.
Cuando Anthony habló tan apasionadamente de lo que estaba buscando en una mujer, ella casi se arrojó sobre él, loco o no. Una familia, charlar, disfrutar tranquilamente de la sencilla y exuberante belleza de las Highlands, tener hijos a quienes amarían. Fidelidad, unión y un hombre que no besaría a otra mujer si estuviera casado. Ella sintió que Anthony también era una isla.
Oh, ella sabía por qué había venido realmente a Escocia; necesitaba saber si el amor era realmente una ilusión. Estaba desesperada por cambiar, por encontrar algo que la sacudiera y la hiciera sentir.
Bueno, esto ciertamente califica. Si quería convertirse en una persona nueva, qué mejor manera de empezar que obligarse a suspender por completo la incredulidad y dejar de lado la cautela. Dejar de lado todo aquello en lo que la habían criado para creer y sumergirse en la vida, por muy desordenada que fuera. Rescindir el control sobre lo que sucedía a su alrededor y confiar ese control a un loco. Criada en un entorno donde se valoraba el intelecto por encima de todo, aquí estaba su oportunidad de actuar impulsivamente, por instinto.
Con un loco guapísimo, además
Sería bueno para ella. ¿Quién sabía qué podría resultar de esto?
Podía sentir que se avecinaba un ansia de fumar perfectamente feroz.
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–Ven–, dijo cuando ella regresó. Él había encendido un fuego en su ausencia y ella consideró pedir que le devolvieran el encendedor, pero estaba demasiado agotada para reunir energía para una posible disputa por la propiedad. Violando por completo su privacidad, rebuscó en su mochila y creó una cama miserable esparciendo su ropa previamente limpia en el suelo. Una adquisición reciente, una tanga de un vibrante color carmesí, adornada con siluetas de terciopelo negro de
gatitos retozando, se asomaba entre una sudadera y un par de jeans. Pasó un momento calculando las probabilidades de que él sacara la única tanga que había comprado pero que nunca había usado, la tanga que planeaba usar cuando perdiera su virginidad.
Inconcebible. Ella lo miró con recelo, segura de que él había mostrado sus bragas a propósito, pero si era así, él era la viva imagen de la inocencia.
–No pude conseguir comida esta noche–, se disculpó, –pero comeremos por la mañana. Por ahora debes dormir.
Ella no dijo nada, simplemente lanzó una mirada irritada a su ropa, esparcida entre ramitas, hojas y tierra. Lo irritó aún más el hecho de que él estaba parado en el perímetro de la luz proyectada por las llamas, lo que hacía difícil verlo con claridad. Pero no pasó por alto ese movimiento de cabeza perezosamente sensual, parecido al de un león, que hizo que su sedoso cabello rubio cayera sobre su hombro. Era como si le estuviera haciendo señas, y eso sólo sirvió para irritarla aún más.
Él encontró su mirada con una sonrisa provocativa y señaló su ropa. –Te hice un jergón para dormir. En mis tiempos te extendería mi tartán. Pero también te calentaría con el calor de mi cuerpo desnudo. ¿Me quito el tartán?
–No hay necesidad de molestarse–, farfulló apresuradamente. –Mi ropa está bien. Maravillosa. En realidad.–
A pesar de los abismales niveles bajos de sus emociones y los febriles altibajos de sus hormonas, estaba cansada y desesperada por alcanzar la meseta del sueño. Hoy había hecho diez veces más ejercicio de lo que había hecho en un mes en casa. El pequeño montón de ropa que había cerca del fuego de repente le pareció tan acogedor como una cama de plumas. –¿Qué pasa contigo?– preguntó ella, reacia a dormir si él iba a estar despierto.
–Aunque no me creas, dormí mucho tiempo y me encuentro muy reacio a volver a cerrar los ojos. Yo haré guardia.
Ella lo miró con recelo y no se movió. –Me encantaría darte algo que te ayude a relajarte–, ofreció.
Sus cejas se fruncieron. –¿Cómo qué? ¿Una droga o algo así? -preguntó indignada.
–Me han dicho que tengo un efecto calmante con mis manos. Te frotaría la espalda y acariciaría tu cabello hasta que te quedaras dormida pacíficamente.
–No lo creo–, dijo con frialdad.
Un rápido destello de dientes blancos fue la única indicación que tuvo de que él estaba divertido. –Entonces te digo que te acuestes antes de caer. Mañana debemos recorrer mucho terreno. Aunque podría cargarte, siento que no lo agradecerías.
–Maldita sea, Andley–, murmuró, mientras cedía y se dejaba caer al suelo cerca del fuego. Envolvió su camisa en una especie de almohada y se la metió debajo de la cabeza.
–¿Tienes suficiente calor?– preguntó suavemente desde la oscuridad.
–Estoy francamente calentita–, mintió.
Y en verdad, se estremeció sólo por un corto tiempo antes de acercarse cada vez más al fuego y caer en un olvido profundo y sin sueños.
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Anthony observó dormir a Candy White. Su cabello rubio, con mechones más oscuros y más claros, brillaba a la luz del fuego. Su piel era suave, sus labios exuberantes y rosados, el inferior un poco más lleno que el superior. Completamente besable. Por encima de sus ojos almendrados, sus cejas de color rubio oscuro se arqueaban hacia arriba en los bordes exteriores, añadiendo un desdén aristocrático al ceño fruncido que con tanta frecuencia llevaba. Ella estaba acostada de lado y sus pechos regordetes se apretaban formando curvas peligrosamente tentadoras, pero no eran solo sus atributos físicos los que lo excitaban.
Era la mujer más inusual que jamás había conocido. Fuera lo que fuese lo que había moldeado su temperamento, era una curiosa mezcla de cautela y audacia, y él había empezado a darse cuenta de que tenía una mente inteligente y rápida. Tan pequeña que no tuvo miedo de levantar la barbilla en el aire y gritarle. Sospechaba que la audacia era más su naturaleza, mientras que su cautela era algo aprendido.
Su audacia le sería de gran utilidad en las pruebas venideras, y serían muchas. Hurgó en los fragmentos de su memoria, que todavía estaban terriblemente incompletos. Tenía dos días para recuperar la memoria perfecta. Necesitaba aislar y estudiar cada detalle de lo que había sucedido antes de su encantamiento.
Con un profundo suspiro, le dio la espalda al fuego y contempló la noche, un mundo que no entendía y del que no deseaba ser parte. Encontró su siglo inquietante, se sintió bombardeado por el ritmo antinatural de su mundo y se sintió reconfortado al saber que no tendría que pasar mucho tiempo en él. Mientras escuchaba los sonidos desconocidos de la noche, un zumbido en el aire que pocos escucharían, un extraño trueno intermitente en el cielo, reflexionó sobre su entrenamiento, examinando bóvedas de información cuidadosamente compartimentadas y almacenadas en su mente.
La precisión era imperativa y él reprimió una oleada de inquietud. Nunca había hecho lo que pronto tendría que hacer y, aunque su educación lo había preparado para ello, la posibilidad de cometer un error era inmensa. Su memoria era formidable, sin embargo, el propósito para el cual había sido entrenado nunca había tenido en cuenta la posibilidad de que no estuviera en el Castillo Andley cuando realizara el rito y, por lo tanto, no tendría acceso a las tablillas ni a ninguno de los libros.
Aunque se creía ampliamente que el druidismo había disminuido, dejando sólo a los practicantes ineptos de hechizos menores y que los antiguos eruditos habían prohibido la escritura de cualquier tipo, ambas creencias eran mitos que habían sido cultivados y difundidos por los pocos druidas que quedaban. Era lo que querían que el mundo creyera, y los druidas siempre fueron expertos en la ilusión.
Por el contrario, el druidismo prosperó, aunque los druidas británicos, propensos al melodrama, apenas poseían el conocimiento para lanzar un hechizo de sueño eficaz, en opinión de Anthony.
Hace muchos milenios, después de que los Tuatha de Danaan abandonaran el mundo de los mortales en busca de lugares extraños, sus druidas, mortales e incapaces de acompañarlos, habían competido entre ellos por el poder.
Se produjo una batalla prolongada que casi destruyó el mundo. Tras las horribles consecuencias, se había seleccionado un linaje para preservar lo más sagrado de la tradición druida. Y así se había trazado el propósito del clan Andley. Sanar, enseñar, proteger. Enriquecer al mundo por el mal que le habían hecho.
El fabuloso y peligroso conocimiento, incluida la geometría sagrada y las guías estelares, había sido cuidadosamente escrito en trece volúmenes y en siete tablas de piedra, y los druidas Andley custodiaban ese banco de conocimiento con sus almas. Cuidaron Escocia, usaron las piedras sólo cuando era necesario para el bien del mundo e hicieron todo lo posible para sofocar los rumores sobre ellas.
El ritual que realizaría en Ban Drochaid requería ciertas fórmulas que no debían contener errores, y no estaba seguro de tres de ellas. Las tres críticas. Pero ¿quién hubiera creído alguna vez que quedaría atrapado en un siglo futuro? Si llegaban a las piedras y el Castillo Andley ya no estaba y faltaban las tablillas, era por eso que necesitaba a Candy White.
Ban Drochaid, sus amadas piedras, eran el puente blanco, el puente de la cuarta dimensión: el tiempo. Hace milenios, los druidas habían observado que el hombre podía moverse de tres maneras: adelante y atrás, de lado a lado, arriba y abajo.
Luego descubrieron el puente blanco, tras lo cual pudieron moverse en una cuarta dirección. Cuatro veces al año se podía abrir el puente: los dos equinoccios y los dos solsticios. Ningún hombre sencillo podía aprovechar el puente blanco, pero ningún Andley había sido jamás sencillo. Desde el principio de los tiempos, habían sido criados como animales para ser todo lo contrario.
Ese poder, la capacidad de viajar en el tiempo, era una inmensa responsabilidad. Así cumplieron indefectiblemente sus numerosos juramentos.
Ella lo creía loco ahora; seguramente lo abandonaría si él sobrecargara su mente con más planes suyos. No podía arriesgarse a decirle nada más. Sus costumbres druidas ya habían hecho que demasiadas mujeres huyeran de él.
Durante el tiempo que hubieran estado juntos en su siglo, le gustaría seguir viendo ese destello de deseo en su mirada, no de repulsión. Le gustaría sentirse como un hombre sencillo con una mujer encantadora que lo deseara.
Porque en el momento en que él terminara el ritual, ella le temería y tal vez, mejor dicho, seguramente, lo odiaría. Pero no le quedó otra opción. Sólo el ritual y las esperanzas de un tonto. Sus juramentos exigían que regresara para evitar la destrucción de su clan. Sus juramentos exigían que hiciera todo lo necesario para lograrlo.
Cerró los ojos, odiando sus elecciones.
Si Candy se hubiera despertado durante la noche, lo habría visto, con la cabeza echada hacia atrás, mirando al cielo, hablando en voz baja consigo mismo en un idioma muerto desde hacía miles de años.
Pero una vez que él pronunció las palabras del hechizo para mejorar el sueño, ella durmió tranquilamente hasta la mañana.
Mayely leon: Creo que Anthony cada vez esta un poco mas ubicado, ahora hace falta que Candy le crea y ver que puede hacer para tratar de resolver su situación.
Guest 1, 2 y 3: Me da gustro que disfruten la historia y les invito a continuar leyendo.
GeoMtzR: Seguimos con la historia, Anthony cada vez se siente mas convencido que puede resolver su situacion, pero dene convencer a Candy de que no esta loco y hacerlo de modo que ella acepte su forma de ser. Que bueno que te gusto la ilustración.
Marina777: La magia druídica es fundamental en la historia pero no quiero adelantar los hechos, ya veremos a donde nos llevan los personajes. Espero te agrade y te des la oportunidad de continuar leyendo
A quienes leen sin comentar, gracias por leer nos vemos la proxima.
