¡Hola mis queridos lectores! Bueno, eso si alguien aún lee esta historia. Sé que la última vez que actualicé estábamos en pandemia y ha ocurrido mucho después de eso, pero que sepáis que esta historia ya sé como concluye y quedaría poco, si mis cálculos no fallan debería terminarlo en diez capítulos si pudiera escribir todo de un tirón. Sin embargo, esta parte en especial ha sido difícil, el resto de la historia es más sencilla porque por fin llegamos a los momentos que me hicieron escribir esta historia. Un abrazo a todos y espero que disfrutéis.

Esperanza

Diciembre 1191 d.C.

Altaïr respiraba con dificultad, el gélido viento de montaña golpeaba su rostro sin piedad, haciendo que cada vez fuera más complicado recuperar el aliento. Su montura resoplaba, débil y exhausta debido a los días que le precedían. El Asesino alzó la vista, sus ojos vidriosos intentaban encontrar en la penumbra alguna señal que le permitiera saber cuán lejos estaba su destino. Pese a que conocía aquel camino como la palma de su mano se le tornaba desconocido, tras casi cinco días cabalgando sin descanso le resultaba imposible decir con seguridad cuánto faltaba para llegar a Masyaf.

Un ligero jadeo llamó su atención, entre sus brazos María tiritaba por culpa del frío y de la fiebre. Ella había quedado inconsciente días atrás en la cueva, la cual habían abandonado nada más despuntar el alba. Su primera intención había sido llevarla a Emesa y encontrar a un hakim que la tratara, pues sabía que la fiebre sin control podía resultar mortal. Sin embargo, había rápidamente descartado esa idea, María necesitaba reposo y descanso. Un sitio seguro donde recuperarse. Si él volvía a Masyaf no podría asegurarse de su recuperación, o de que alguno de los novicios tomase la justicia por su mano como casi había ocurrido en Acre.

Por eso había decidido desviarse del camino y tomar la ruta hacia Masyaf. El problema principal era el tiempo. Si cabalgara solo podría haber llegado en cuatro días si iba al galope, pero cargando a María resultaba imposible. Su montura no aguantaría el ritmo y, pese a que estaba acostumbrado a no dormir, en los instantes de duermevela las pesadillas le invadían. En ellas Adha aparecía muerta a sus pies, igual que en sus recuerdos, sólo que en un parpadeo la figura se transformaba, mostrando los claros y vacíos ojos de María mirándolo fijamente. Tras esa visión despertaba alarmado, buscándola a su alrededor, yendo a comprobar que todavía respiraba.

En ese tiempo la herida se había ennegrecido, comenzando a emanar un ligero olor que le recordaba al hospital de Naplouse. Que ese aroma evocara aquel lugar le aterraba. Aún podía oír los alaridos, lamentos y gritos de agonía en la lejanía, casi como un susurro. Las atormentadas víctimas de un trastornado que clamaban justicia. La voz de Garnier resonaba débil en sus oídos, un eco de las últimas palabras de un hombre que jugaba a ser Dios.

«No se trata de lo que creo —exhaló—, se trata de lo que sé».

Cuanta vanidad y altivez había en esa frase. Y, sin embargo, ahora comprendía en cierta medida el alcance de ésta. Cuando mató a Naplouse no sabía qué era el Fruto, cuál era su utilidad. Pero, tras ver en qué convertía a las personas en las manos equivocadas; cuán rápido podía perderse la mente bajo su influencia, le hacía ver aún con más terror los experimentos que realizaba. Aunque la Manzana era un arma terrible que bien merecía ser olvidada, hundida en el fondo del mar para evitar que otros la usaran para sus propios intereses, él mismo había sucumbido a ella.

«Caminas por el filo de la navaja, Altaïr».

Las palabras de advertencia de María resonaron en su mente. Estaba tentado a usarlo, preguntar cuál era el destino de la inglesa, saber si aún tenía posibilidades de sobrevivir en su estado. Pero no lo había hecho, no podía. El Fruto del Edén, la fuente de conocimiento de la humanidad, el pecado de Eva. Si se lo pedía, si intentaba vislumbrar qué futuro le deparaba a María tras esa herida, cuáles eran sus posibilidades de supervivencia y éste le desvelaba que, con certeza, era la muerte, no podría aceptarlo.

María susurró unas palabras en su idioma natal, lo había hecho varias veces desde que se quedó inconsciente, ininteligibles a sus oídos. Sabía que tenía pesadillas, al igual que él. Perdida en la penumbra de su mente, siendo torturada por sus fantasmas sin escapatoria, sin consuelo. La apretó contra sí, intentando compartir su propio calor para evitar que el frío la consumiera. Exhaló alzando la vista, vislumbrando en la lejanía un mortecino fuego. Golpeó con fuerza las espuelas de su corcel haciendo que este comenzara a galopar hacia esa dirección.

Masyaf era considerada una fortaleza inexpugnable. La única forma de sobrepasar sus defensas era una infiltración desde el propio seno de la Orden y eso sólo había ocurrido una vez, poco antes de convertirse él en Maestro. El camino hacia la cima era peligroso y escarpado, lo único que permitía distinguir el sendero al anochecer era una pequeña atalaya construida al pie de la montaña que quedaba desierta en invierno. Cuando las nieves llegaban el paso hacia la cima era intransitable, sólo pudiendo bajar por el pasadizo secreto que llevaba al lago, el cual hacía años que no se utilizaba.

—¡Alto! —se oyó una potente voz encima de la atalaya—. ¿¡Quién va!?

Altaïr alzó la vista, incapaz de reconocer la figura que le impedía el paso, pero sí pudiendo distinguir un par de arcos apuntándole directamente. Si aún fuera de día aquello no habría sido necesario, pero en mitad de la noche la seguridad apremiaba.

—¡Altaïr Ibn-La'Ahad, Maestro de la Orden! —gritó.

De un súbito movimiento los novicios bajaron sus arcos reconociendo la voz del sarraceno, permitiendo su paso. Éste volvió a espolear a su caballo, sabiendo cuán cerca estaba de su destino. Había apenas una milla entre la atalaya y el castillo, pese a ello, fue lo más rápido que podía su montura.

—Casi hemos llegado —susurró—, aguanta.

Aquella última palabra fue pronunciada casi como un ruego, una velada súplica que no sabía muy bien a quien iba dirigida pues María seguía inconsciente en sus brazos. Inspiró hondamente al observar la silueta de Masyaf en la lejanía, las almenaras ardiendo en la oscuridad y las luces de los hogares alumbrando la penumbra. Escuchó a su caballo jadear y el eco lejano de las voces de los guardias que custodiaban la entrada ordenar que abriesen el portón.

Sin mediar palabra atravesó las puertas, dirigiéndose raudo hacia la fortaleza. En la parte baja de esta vivía Kamal, el hakim de Masyaf, justo al lado de las dependencias de las mujeres. Él llevaba más de treinta años sirviendo en el castillo, gozando de la protección que le ofrecían los Asesinos tanto a él como a su familia. Altaïr había sido atendido ahí en diversas ocasiones, aprendiendo también de sus experiencias a curarse él mismo heridas menores. Aún sin pertenecer al gremio Al Mualim lo consideraba un gran efectivo en sus filas, pues de nada servía tener soldados si estos morían prematuramente. Él había sido quien se había visto obligado a amputar el brazo a Malik para salvarle la vida debido a que este estaba prácticamente destrozado.

Cuando llegó a la fortaleza la estampa era la habitual, los fedayines estaban entrenando en la arena mientras Rafiq lanzaba exabruptos sobre los fallos que estaban cometiendo, al tiempo que se giraban para ver quién era el jinete que acaba de llegar.

—¡Altaïr, qué sorpresa! —bramó afablemente del maestro de armas.

El Asesino lo ignoró mientras se detenía y bajaba rápidamente del caballo, sosteniendo a María para alzarla en brazos.

—¡Llamad al hakim, rápido! —gritó sin mirar al grupo mientras se dirigía a una de las alas inferiores.

Era una habitación pequeña, apenas provista de mobiliario, que parecía no haber sido usada últimamente. Las antorchas estaban apagadas, siendo iluminada la sala por las luces del exterior y, en medio de ésta, una amplia estructura de madera con envejecidas manchas de sangre. Aquel lugar sólo se utilizaba en casos urgentes, algunos de los fedayines la llamaban la antesala de la muerte, pues pocos Asesinos salían de ahí con vida.

Cuidadosamente tendió a María encima de la improvisada camilla, poniéndole la mano en la frente para comprobar su temperatura. Estaba hirviendo. Su rostro estaba empapado, sus labios se movían en un leve rictus, como si estuviese hablando, pero sólo era un síntoma más de lo cerca que se encontraba de la muerte. Un ruido, parecido a un exabrupto llamó la atención del Asesino, el cual se giró encontrando a Kamal junto a sus ayudantes en la puerta de la sala. Antes de que Altaïr pudiera mediar palabra el hakim se acercó hasta ellos observando atentamente a la inglesa, inspeccionando con cuidado la ennegrecida herida, cuyo vendaje estaba casi deshecho.

—¿Qué le ha ocurrido? —preguntó con tono calmado.

—Una flecha, hará casi una semana —respondió de forma automática—. Intenté extraerla, pero la punta se rompió.

Kamal alzó la vista, clavando sus oscuras pupilas en el Asesino. Había pocos hombres que pudieran hacerle sentir como si fuera nuevamente un crío que juega con espadas afiladas demasiado pronto. Él era uno de ellos.

—¿Tantas prisas tenías que no podías llevarla a un hakim? Al menos podría haber tratado antes la infección.

Altaïr sabía eso. Si hubiera sido otra situación no lo habría hecho. Si en vez de estar atrapados en medio del desierto durante una tormenta de arena el tiempo hubiera acompañado no le habría extraído la flecha. Pero había sido imprudente, en su afán de sanar a la inglesa sólo había empeorado las cosas. Por culpa de su vanidad, de su impetuosidad, quizás María no sobreviviera. Y eso sería otra muerte con la que tendría que cargar, una que jamás había deseado.

—Estábamos atrapados —se excusó—. Empezaba a tener fiebre y pensé…

—No, no pensaste —le cortó Kamal—. Si hubieras pensado quizás habrías recordado lo inseguro que es que alguien que no sea un hakim extraiga una flecha. Podría haberse desangrado si hubieras errado.

Hubo una tensa pausa en la que el único ruido que oía era a los ayudantes del médico encender las antorchas y preparar el material de sutura al lado de Kamal. Al bajar la vista vio que él ya había retirado por completo el vendaje de la herida, estaba supurando, lo cual no era buena señal, y la zona se había ido ennegreciendo poco a poco desde la cueva.

—No tiene buena pinta, no te mentiré —dijo lentamente—. Se le ha infectado bastante y si la fiebre empezó hace casi una semana significa que lleva bastante tiempo latente — advirtió—. Además a la altura que tiene la herida resulta imposible la amputación, la infección se ha extendido demasiado. Moriría de gangrena.

Altaïr asintió intentando calmar sus nervios. Pese a las palabras de Kamal éste no había dicho que su muerte fuerza certera. Aún había posibilidades de que sobreviviera.

—Le extraeré lo que queda de flecha e intentaré contener la infección, pero si en unos días no mejora no habrá nada que pueda hacer —aclaró—. Sabes que hay gente que jamás despierta.

Aquel era el peor destino, el profundo sueño. Altaïr había visto a jóvenes fedayines consumirse en el delirio, atrapados en sus pesadillas, incapaces de luchar contra el mal que los acechaba. Sus cuerpos acaban siendo esqueletos irreconocibles al ser imposible que ingirieran alimentos sólidos y los que respondían al tiempo mantenían las secuelas del largo letargo. Él no deseaba eso para María, un destino peor que la muerte.

Salió del habitáculo escuchando los quedos quejidos de la inglesa al ser movida. Cerró los ojos y se alejó de ahí pues no soportaría oír los alaridos de dolor de María, ya que sabía que sería incapaz de separarse de su lado en un vano intento de consuelo. Respiró hondo, debía intentar calmarse, mantener la mente ocupada en cualquier otra cosa que no fuera el bienestar de la inglesa. Porque, sino, las preguntas nublarían sus pensamientos, cuestiones sin respuesta que sólo lo atormentarían.

—¡Altaïr! —clamó una voz no muy lejos de él. Malik caminaba con premura hacia él, su rostro parecía confuso y preocupado—. Rafiq me ha avisado de tu llegada y de que traías a un herido contigo, ¿qué ha pasado? —preguntó—. ¿Una emboscada?

—Sí —fue la corta respuesta que dio—. Vayamos al despacho, ahí te lo explicaré todo.

Las antiguas dependencias de Al Mualim se habían convertido casi en una biblioteca después de su deposición, donde guardaban todos los registros sobre la contabilidad del castillos y otros menesteres. Altaïr aún no se sentía cómodo en aquel lugar en el que apenas había pasado un par de semanas antes de embarcarse en la misión a Chipre, pero sabía que era el lugar más adecuado para tener aquella conversación. Recordaba haber enviado un mensaje a Malik sobre lo que había ocurrido en la isla y sobre su preocupación de altercados en Damasco tras lo ocurrido en Jerusalén. Sin embargo, en ningún extracto de su carta había mencionado a la inglesa, pensando que obviarla sería lo mejor para la seguridad de esta.

Cuando entraron en el despacho escuchó como Malik cerraba la puerta tras él. Normalmente ésta permanecía siempre abierta debido que era deber del Maestro atender a las necesidades del castillo, no enclaustrarse entre sus muros como si fuera un erudito. Altaïr vio como el Dai fruncía el ceño ligeramente, como si una pregunta estuviera rondando por su mente y fuera incapaz de pronunciarla.

—¿Y bien? —comenzó—. ¿Qué ha ocurrido?

El sarraceno suspiró, sintiéndose de pronto muy cansado. Hacía días que no dormía en condiciones y la pesadumbre estaba comenzando a afectarle.

—Cuando iba de camino a Emesa me atacaron, pero no conseguí acabar con todos mis atacantes, así que cambié de ruta —dijo de forma calmada—. Me uní a un grupo de comerciantes que iban hacia Palmyra y nos emboscaron, hubo una tormenta de arena que no nos dejó cabalgar por casi dos días. Pensé en ir a Emesa antes, pero Masyaf es más seguro y ella necesitaba un hakim con urgencia.

—¿Ella? —inquirió—. ¿El herido no es uno de los nuestros?

Altaïr apretó los labios. Técnicamente no, María no era de los suyos pero había ayudado a la causa, le había ayudado en Chipre y también durante su viaje.

—No —respondió—. Es aliada de la causa, pero no es de los nuestros.

Pese a haber pertenecido al Temple le era imposible tacharla como enemiga. El término aliado resultaba más apropiado, pues al menos eso era lo que el Asesino la había considerado desde que abandonaron Chipre.

—¿Una aliada? ¿Viajando por casualidad con un grupo de comerciantes hacia Palmyra? —la voz de Malik era claramente de incredulidad—. Nuestros aliados no huyen hacia el este, Altaïr, y menos si son mujeres.

Aquello no era enteramente cierto. Los Asesinos tenían espías en todas las ciudades de la zona, desde Alejandría hasta Bizancio. Altaïr había leído retazos de antiguos núcleos Asesinos en Bagdad, pero éstos habían terminado desapareciendo hacía siglos. Sin embargo, lo que decía Malik era verdad. Ningún aliado huiría hacia el este siendo mujer, sería demasiado peligroso. Lo que el Dai no sabía era que María no estaba viajando como mujer, sino como hombre. Pese a los rasgos más suavizados de la inglesa con su aspecto actual podía ser tomada por un joven si uno no prestaba la suficiente atención.

—Ella sí, quería alejarse de toda esta guerra. Y no la culpo por querer algo de paz en su vida.

—Y, ¿quién es? ¿La hija de algún comerciante? —insistió—. ¿Tenemos que avisar a algún familiar? Porque no se me ocurre quién más podría ser.

Altaïr sabía que estaba evitando decir quién era desde primera instancia. Y Malik también lo sabía, por eso estaba preguntándolo de aquella forma, obligándolo a responder y a aclarar la identidad de la persona que estaba siendo atendida por el hakim.

—No, no es la hija de nadie y no tiene familia aquí —dijo—. Su nombre es María y es quien me ayudó en Chipre contra Armand Bouchard.

—¿María? ¿De Chipre? —Altaïr vio como la confusión aumentaba en su rostro—. ¿Era parte de la resistencia?

—No —afirmó—. ¿Recuerdas cuando fui a matar a Robert de Sablé en Jerusalén? En el funeral de Majd Addin.

—Sí, lo recuerdo. Sufriste una emboscada mientras él huía hacia Arsuf junto con Ricardo para la batalla contra Salah Al'din —resumió—. Una jugada inteligente por su parte, pero no veo qué relación tiene con lo que estamos hablando.

Altaïr permaneció en silencio unos segundos, previendo cuál iba a ser la reacción de Malik tras las siguientes palabras que iba a decir.

—María era la mujer contra la que me enfrenté en Jerusalén, el reemplazo de Robert durante el funeral —respondió—. Me la encontré en Acre, intentando ir a Chipre en uno de los barcos de Bouchard, pero la habían degradado y me culpaba por ello. —Hizo una breve pausa, rememorando lo acontecido en el pasado—. La capturamos y la llevé conmigo a Chipre, para usarla como baza en caso de tener que tratar con los suyos, pero estos la repudiaron y la traicionaron.

Aún recordaba con claridad las desventuras vividas en Chipre. Todo el terror que Bouchard había sembrado en aquella isla desprovista de protección. Las hirientes palabras de la inglesa hacia su persona, culpándole de no ser más que una mera sombra de lo que fue. En ese momento no le habían afectado, pese a tener interés en ella simplemente eran los ladridos de un perro que había perdido a su amo. Sin embargo, ahora, tras haber viajado con ella durante tanto tiempo, no se podía evitar preguntar si en algún lugar de su ser aún le guardaba rencor por haberle arrebatado todo aquello. Si en algún resquicio de su mente se arrepentía de no ser parte del Temple.

—Me ayudó a dar con la cripta del Temple y dar muerte a Bouchard —afirmó—. Nos separamos brevemente en Acre, pero su destino era el este y tras los altercados que Jabal mencionó en Jerusalén decidí hacer un alto en Damasco, como te comenté. Así que nos pusimos ambos en camino —aclaró—. Volvimos a separarnos en Damasco, pues ella marchó al este como mercenario. El resto de la historia ya la sabes.

Malik, que había permanecido en silencio escuchando su narración, lanzó una especie de exabrupto mientras se tapaba el rostro con ambas manos.

—¿Has traído a una templaria a nuestras puertas? —preguntó, porque verdaderamente aquella era la única cuestión importante.

Altaïr sabía que de nada serviría narrarle su viaje. Hablar con él largo y tendido de cómo era la inglesa, de sus deseos, de sus sueños. Del anhelo de alejarse de todo, dejar la guerra de lado, abandonar Tierra Santa. El dolor por las muertes causadas sin razón, el daño de la traición recibida, el sentimiento de pérdida tras el abandono del único lugar al que había pertenecido. El remordimiento de haber fallado en salvar una vida, la angustia y el duelo mostrado por ser incapaz de proteger a alguien importante.

—Ya no forma parte del Temple —aseguró—. Nos ayudó en Chipre y ahora sólo desea partir lejos de esta sangrienta tierra. No podía abandonarla a su suerte.

—¿Esa es tu excusa? ¿Qué ya no forma parte del Temple? —repuso incrédulo—. Si mal no recuerdo, esa mujer era la segunda de Robert, su mano derecha. ¿De verdad te crees ha abandonado su afán de destruirnos? Después de todo lo que hemos hecho en contra de los suyos.

—Ellos fueron los que la traicionaron primero, Malik. La engañaron con palabras de honor y lealtad para luego apuñalarla por la espalda —recordó—. Créeme que ella tenía más ganas de ver muerto a Armand Bouchard que yo. Y, si hubiera querido matarme, podría haberlo hecho durante nuestro viaje.

Pese a tener el sueño ligero, nunca había temido por su vida cerca de la inglesa. Habían intercambiado guardias durante las largas noches de duermevela y sabía que Maria tampoco pensaba que él pudiera asesinarla mientras dormía. Ambos tenían sus propios demonios que los acompañaban en forma de pesadillas, recuerdos plasmados en la mente que caprichosamente eran recordados de la peor de la formas. Eran más parecidos en ese sentido de lo que se veía a primera vista. Los dos sabían que el otro sufría de una y otra forma mientras dormía, ya fuera por anhelo o pesar.

Miró a Malik directamente que permanecía callado, digiriendo las palabras del Asesino. Podía entender que al Dai no le hiciera gracia la situación, pero las opciones eran limitadas y Masyaf era el lugar más seguro para ella.

—¿Sobrevivirá? —preguntó el escriba.

—No lo sé.

Decir esas palabras en voz alta fue más doloroso de lo que había anticipado, un pellizco incómodo en el pecho acompañado de un amargo sabor a sus labios, como si hubiera tragado veneno. Pese a que sabía que Kamal haría lo que fuera necesario para salvarla él se sentía impotente.

—Entonces, que Allah se apiade de su alma.

Habían sido horas agónicas hasta que Kamal acudió a su despacho, ojeroso y con el rostro serio. El estado de Maria era grave, habían tenido que sedarla pues pese a su debilidad aún luchaba por librarse de las manos del hakim. La punta de flecha había sido extraída y la herida cerrada, pero la infección era lo que más preocupaba al médico. Si la fiebre no remitía en los próximos días no podía asegurar que despertase y, aunque esta parase, era incapaz de decir con certeza si la inglesa despertaría o no.

La habían trasladado a una pequeña habitación aislada en la que sería tratada por uno de los ayudantes del hakim, alimentándola a base de caldos y cambiándole el vendaje cada pocas horas. Aquel era el único tratamiento que podían realizar dadas las condiciones en las que se encontraba. Altaïr había ido a verla desde el primer día, una breve visita debido a su atareada agenda como Maestro de la Orden. Le habían vendado el pecho debido a que Kamal decía que tenía un par de costillas fracturadas, además de un gran moratón que se extendía por todo el costado, seguramente provocado durante la emboscada.

Malik había decidido que lo mejor para él era mantener su mente ocupada, así que le había entregado todo el papeleo atrasado que no podía haber sido revisado durante su ausencia. Esto hacía que los días no se languidecieran tanto, pero las noches eran distintas. A veces, antes de acudir a sus aposentos se pasaba por la habitación de la inglesa y leía, en voz alta, algunas historias que pensaba que le gustarían, como el de Zenobia o Cleopatra. Mujeres fuertes y poderosas que habían perdurado en el tiempo.

Tras un par de días siguiendo la misma rutina, una figura la había roto en la oscuridad de la noche, en sus aposentos. En ellos se había encontrado con una mujer de cabellos negros largos y sedosos, piel tostada y ropa vaporosa que lo recibía con una plácida sonrisa. Altaïr sabía que era costumbre que después de largos periodos fuera de la fortaleza, los Asesinos yacieran con alguna de las mujeres del jardín, una pequeña recompensa tras un trabajo bien hecho.

Las mayoría de las mujeres que vivían en el harem habían sido antiguas esclavas compradas por Al Mualim. Cuando se las llevaba a Masyaf se les daba una elección; podían marcharse de los seguros muros de la fortaleza o vivir entre ellos, siendo su labor ser las madres de la siguiente generación de fedayines. Rara vez un Asesino llegaba a tomar esposa para formar una familia, por lo que las mujeres del harem hacían esa labor. Además de esto, cuidaban de los huérfanos y se aseguraban de enseñarles lo básico antes de empezar su entrenamiento como Asesino. Durante un tiempo esas mujeres habían cuidado de él y sentía mucho aprecio por la labor que cumplían, aunque pocas veces había solicitado sus servicios.

Él la miró, era una muchacha joven, hermosa y seguramente fertil. Sin embargo, en esos instantes sus pensamientos estaban en el bienestar de la inglesa. Sabía, con total certeza, que se había enamorado de ella y pese a que el sentimiento no era mutuo y, por lo tanto, ninguna traición habría de yacer con aquella mujer, no lo sentía correcto.

—¿Malik te ha enviado? —preguntó desde la puerta, esperando una respuesta por parte de ella.

Ninguna mujer acudiría a los aposentos del Maestro sin una orden y el único con el poder suficiente como para hacer que alguien irrumpiera en su habitación era el Dai.

—Sí, me ha ordenado que le proporcione una noche de descanso —dijo con una voz dulce y melodiosa—. Desea su bienestar.

Debía de verse especialmente demacrado si Malik había pensado en recurrir a un plan así para asegurar que descansara. Lanzó un lánguido suspiro y se apartó de la puerta, dejándole espacio para que ella saliera.

—Hoy no.

Era las únicas palabras que podía decir en esa situación. Aquella mujer no pretendía ofender, sólo servir, no había realizado ningún acto inadecuado por lo que esa orden debía bastar para que abandonara aquel lugar. Ella asintió sin discutir y le dejó en la soledad de sus aposentos.

Altaïr pensó que aquello enviaría un mensaje claro a Malik, el de que no deseaba compañía. No obstante el Dai no pareció entenderlo de esa manera, pues al día siguiente otra joven de diferentes rasgos apareció también en su habitación tal y como había hecho la anterior. Tras ello decidió hablar con Malik, asegurándole que lo último que necesitaba en esos instantes era la compañía de alguien del harem.

—Apenas te veo comer, estoy seguro de que no duermes y al único lugar al que vas aparte de tu despacho es a los aposentos de la infiel —puntuó—. Sigo sin entender por qué te preocupas por ella, pero el hakim no ve mejoría, se está consumiendo.

Hacía casi una semana desde que llegaron a Masyaf, la fiebre había remitido pero la inglesa aún no había despertado. El tiempo jugaba en su contra, pues cuanto más permaneciera durmiendo peor sería su despertar, si es que algún día ocurría.

—Tú eres nuestro líder, Altaïr. Necesitas descansar y volver a ser tú mismo cuanto antes —afirmó—. Abbas ya ha empezado a hablar de ti como alguien débil.

—¿Me consideras débil? —preguntó confundido.

—Yo no juzgo tu duelo como debilidad —aclaró—. Pero debes superarlo, no puedes seguir así.

Miró a Malik, escuchando esas palabras podía perfectamente evocarlas en su boca. Él mismo las habría pronunciado de ser una situación diferente en una época similar. ¿Tanto había cambiado en unos pocos meses? Hacer las misiones que le había encomendado Al Mualim le había devuelto la humildad, el deber, la verdad. Actuar como un fedayín le había recordado lo que era ser un Asesino y cómo debía actuar en consecuencia. Pero tras la muerte de su Maestro, también había empezado a dudar de si las enseñanzas que le habían grabado a fuego eran ciertas o no.

El duelo era un periodo muy corto para un Asesino, Malik había perdido a su hermano el mismo día que consiguieron el Fruto, al igual que su brazo. No hubo entierro, ni despedida. A él cuando murió su padre le habían permitido llorarle porque apenas era un niño, pero para un adulto la cosa cambiaba.

Malik tenía razón, debía rendirse. Debía aceptar el destino. Antes de que cayera inconsciente a Maria le había dicho que lo único que podían hacer para recordar a un ser querido era vivir. Consumirse en una vana esperanza de recuperación no era razonable. Sólo asintió ante sus palabras y abandonó el despacho.

Estuvo deambulando por la fortaleza, incapaz de volver a ir a los aposentos de la inglesa pues sabía que si la veía no podría abandonar la idea de salvarla. La esperanza era un sentimiento curioso, pues una pizca de esta podía llegar a nublar la mente del hombre más recto. Dejar morir esa llama era duro, pero razonable. Su gente lo necesitaba, no podía continuar de esa forma.

Ya pasada la medianoche decidió volver a su habitación, donde nuevamente le esperaba la joven que lo visitó el primer día, sonriéndole como si supiera qué es lo que iba a hacer. Ella se levantó sin mediar palabra, alejándose de la cama hasta llegar donde se encontraba él, dispuesta a marcharse de la misma forma que la última vez.

—Espera… —susurró el Asesino.

La muchacha lo miró, amplió su sonrisa a la espera de que el sarraceno actuara. Altaïr cerró los ojos, dejando lentamente morir aquella pequeña llama mientras cerraba la puerta a sus espaldas.

Al día siguiente, María despertó.

Continuará…

A ver, sí esto es así. Lo tenía planeado desde el primer momento y no, no veo mal a Altaïr por ello porque concuerda con un época y pensamiento, al igual que Maria sería incapaz de guardarle rencor si supiera esto porque no hay nada entre ellos y es muy normal en los hombres. ¿Quejarse de un harem? Obvio que ella se quejaría de tener encerrada a mujeres como pájaros de exhibición. ¿Quejarse de que Altaïr se acueste con una de esas mujeres? Pues no, no tiene motivos, no le debe fidelidad, ni lealtad, ni nada en este momento exactamente... Ya si eso quizás en el futuro pueda cambiar, pero actualmente no es un movimiento que debiera servir para que ambos se enemisten o algo peor. Peor fue lo que pasó en Damasco y mirad a Maria, ya lo ha superado. Supongo que las adversidades cambian la perspectiva de la gente.

Un besazo enorme y espero que nos veamos pronto.