Mi Amor de Mil Años
Nanoha Takamachi es la princesa del Imperio Uminari y no le gusta serlo. Su padre ha dirigido su país con una visión absolutista que entiende a los humanos como la especie superior, no sólo entre la muy diversa fauna que pulula por los reinos, sino que también entre aquellas criaturas que han tenido la buena y mala suerte de desarrollar una inteligencia superior. Guiado por el deseo de poder y por una creencia de superioridad fundada en un supuesto designio divido, dedica su vida a expandir las fronteras de su Imperio, arrasando con quién se interponga en su camino, especialmente si son criaturas que al igual que él pueden hablar y razonar. Las considera las más peligrosas, porque pueden intentar engañarte.
A Nanoha no le gusta ser la princesa de un reino tan belicoso y racista. Lo desprecia a pesar de vivir entre las mayores comodidades y haber recibido toda su vida una educación expresamente dirigida a instaurar la idea de que lo que su padre hace es lo correcto. La razón de su rebeldía, como cada noche, se presenta entre sus sueños más inquietos. Fate Testarossa se para frente a ella, la toma de las manos y le mire directo a los ojos. Con sólo eso basta para que, aunque sea sólo un sueño, Nanoha comience a excitarse ansiosa por lo que podrían hacer juntas, pero no, ni por estar soñando puede disfrutar de la sensualidad de la chica delante de ella, porque escenas de traición comienzan a avasallarla y a su alrededor todo se derrumba hasta dar un fin trágico a toda una era. El fin del mundo que conoce.
Fate es una princesa dragona y ello implica que si alguna vez llega materializar aquellas cosas que hace en sus sueños, si tiene su primera vez con esa mujer dragón, su sangre pasará de roja a verde y como los dragones podría vivir hasta mil años. El problema es que aquello no es sólo que se considerará tabú, sino que directamente no estaba permitido por la ley. Según la Ley de la Pureza de Sangre los humanos no debían mezclarse con ninguna de las otras especies inteligentes.
De nada sirvió que Nanoha estuviera totalmente en contra de semejante ley, porque Shirou Takamachi, su padre y emperador de Uminari, fue inflexible. Su madre, Momoko Takamachi, en cambio no secundaba dicha ley, pero entendía que el senado jamás la derogaría o al menos no hasta que el imperio dejara de ser como es, o sea, hasta que dejara de expandirse, y eso sólo sería cuando todas las otras especies del mundo estuvieran bajo su control.
Pero a displicencia de ambos padres, un evento ocurría cada quincena involucrando a su hija. Ellos no eran ningunos ignorantes ni ilusos, pues sabían más que bien que aquella princesa dragona se veía en supuesto secreto por la noche con su hija, en los mismísimos aposentos de la princesa. Y al mismo tiempo ambos sabían que tratar de evitar esos encuentros nocturnos sería contraproducente porque Nanoha podría llegar a cometer alguna "locura". Se horrorizaban al contemplar la idea de que, al prohibirle esos encuentros, Nanoha recurriera a tácticas rebeldes e irracionales como escapar hacía el Reino de los Cielos.
Fate, como es propio de los más poderosos ejemplares de su especie, es capaz de abrir portales para teletransportarse a donde desee. Usando ese poder, cada quince días, abría un portal a los aposentos de su amada Nanoha y disfrutan de una noche de compañía y charlas amigables. El emperador al menos podía aferrarse a que su hija no se había atrevido a cruzar la línea de lo sexual, pues desde que la dragona de ojos rojos había comenzado a irrumpir, le habían estado haciendo a la princesa una prueba de pureza de sangre cada mes.
De noche
Nanoha sostenía entre sus manos un libro de historia del Imperio que estaba leyendo únicamente por exigencias estudiantiles, cuando de pronto escuchó unos golpes en su ventana. Dejó el libro sobre su escritorio sabiendo que no podía ser nadie aparte de la mujer que le había cautivado desde los 18 con sus buenos modales, su simpatía, su inteligencia y su belleza física.
—¡Hola Fate-chan!
Saludó Nanoha abriendo la ventana corrediza. Fate lucía hermosa e imponente levitando junto a la ventana. Como suele hacerlo, se presenta siempre con su figura completamente humana, para llamar lo menos posible la atención, pero a lo largo de la noche deja aflorar sus características de dragón, las cuales Nanoha ama tanto como ama a su versión humana. Fate estiró el brazo y extendió la mano,la dragona esta noche volvía a invitarla a volar con ella por el cielo nocturno para contemplar la Luna y las estrellas. Nanoha pegó un saltito fuera de la ventana, Fate la abrazó y emprendió un ligeramente veloz vuelo.
—Nanoha… – dijo Fate y luego dudo sobre cómo continuar su frase.
La princesa humana notó que, pese a que su pareja se veía alegre, también estaba meditabunda. Unas palabras difíciles de decir estaban pronto a salir de su boca.
—Sé que lo charlamos mucho, sé que hay inconvenientes más que acuciantes que inclinan hacía decidir no hacerlo, pero bajo esta noche de estrellas tan brillantes quiero que tengamos nuestra primera vez.
—Sí, Fate-chan, yo también lo pensé mucho… y aunque me noto cómoda con mi vida en particular… a nivel general no puedo decir lo mismo…
Fate ya sabía a lo que su novia se refería: a Nanoha no le gustaba nada estar en la cúpula de un imperio que encima seguía en expansión, masacrando a cualquiera que no se les anexara y volviendo sumisos a los que por falta de valor o por falta de medios, no se atrevían empezar una guerra prácticamente suicida.
– ¿Entonces cuál es tu respuesta? -pregunta Fate.
Nanoha miró desde arriba con nostalgia el complejo de palacios y castillos que se hacían cada vez más pequeños bajo ellas. La vista era hermosa y clara, porque aparte de las propias luces de los edificios, Fate solía acompañar sus vuelos juntas con esferas de luz que iluminaban el camino y permitían ver el paisaje allá donde fueran.
—Mentiría si dijera que lo mío no es una traición – Dijo Nanoha con pesar –. Es decir, estaría dejando a mi gente, sin tratar con más fuerza de cambiar para mejor al imperio desde adentro, pero tengo que ser sincera con mis propios amo, Fate-chan, quiero que hagamos el amor esta misma noche tan hermosa.
La princesa dragona sonrió tenue pero hizo aparecer sus alas y rabo de dragona, sus orejas se volvieron puntiagudas, como si fueran de elfa, sus manos y pies terminaban en garras de mediana longitud y por último las pupilas de sus ojos pasaron de redondas a verticales, propias de un reptil.
– ¡Nanoha! ¡Qué feliz que me haces!
Replicó muy vivaracha la princesa del reino de los cielos. Luego hizo aparecer un portal por cual ambas se introdujeron y así desaparecieron del firmamento nocturno para aparecer en los aposentos de Fate, con la intención de finalmente consumar el amor mutuo que por tanto tiempo habían tenido que postergar.
¿FIN?
