Supuso que la maldita reminiscencia la tenía con el corazón rasgado, decayó por un maldito sonido, aquella fugaz imagen derrumbó meses de trabajo interno demostrándole que él seguía ejerciendo el poder con la misma fuerza que la última noche. ¿Cómo pudo pensar que sus males acabarían solo porque pudo salir de ahí? Entre ella y las personas restaba el silencio, no era un beneficio propio, no cuando había historias detrás de este.
Estaba sentada debajo de la mesa, abrazando con fuerza sus rodillas, tratando de contener la respiración para que sus niveles de ansiedad no se elevaran, la lluvia pegaba con fuerza en los cristales al punto de escucharse como palomitas.
—¿Cómo pudiste abandonarme Anato?—Mencionó en voz alta, como si el pudiese escucharla—¿Cómo pudiste permitir que el hiciera todo eso de mí? ¿Es mi castigo por amarlo después de que me dejaste? ¿Eso querías? Verme de este modo, bingo, ya estoy hecha una mi/erda…¿Eso querías?
Estaba dolida, por un duelo inconcluso y una vida que le secundo después de la muerte. Cerró los ojos tratando de localizarse en el pasado.
Había encontrado el pequeño pueblo en una excursión por parte de la escuela, se dirigían a conocer la región, preguntar por las lenguas hablantes y algunas tradiciones que regían en la comunidad, pero Mía lo supo en cuanto lo vio, había sido amor a primera vista, supo que por ese hombre sería capaz de dejar todo. La había hecho reír en menos de tres segundos, y la hizo sentir una mujer deseada con esa mirada, hablaba con tanto amor hacia su pueblo, los canales que le recorrían y los animales que habitaban, la imitación hacia los sonidos de algunos animales definitivamente fue la cereza del helado, ya no podía imaginarse una vida sin él.
A su regreso se topaba nuevamente con el eco del lavabo entreabierto y los sonidos de fuera que resonaban en las paredes como si estas no existieran, el silencio la abrumaba, odiaba estar sola. Desde que había fallecido su tía aprendió a jugársela por sí misma, a ir por el camino recto que habían establecido juntas para que algún día pudiera llegar hasta donde estaban sus padres, y antes de tomar aquella decisión se inclinó en dirección a aquella fotografía vieja donde yacía aquella sonrisa que extrañaba tanto, disculpándose con su tía por las acciones que realizaría, pues ya su vida no tenía sentido sino tenía a alguien para amar, así que empacó y regresó en búsqueda de aquel hombre, esperando que sus sentimientos fuesen igual de reales como los suyos. No le importo perder la confianza de sus padres, ser la decepción de ambos por postergar aquel camino que ellos le forjaron, pero el amor característico de aquel pueblo le conmovía, la hizo sentir en familia.
Se sorprendió cuando él le dijo que recibió la señal divina y le habló de como su dios mencionó un futuro brillante y piadoso para ambos. Así que gastó la mayor parte de los ahorros que le dejaron sus padres para establecerse en el campo con una vida austera, invirtiendo en una casa que terminaría odiando ante la ausencia de su esposo.
Su matrimonio sobrevivió dos años, después su esposo decidió renunciar a la vida terrenal porque su dios se lo pidió, abandonando a Mía. El pueblo alguna vez fue cálido porque su esposo habitaba con ella, pero ahora, ya no estaba más, no estaba él para defenderla de las malas lenguas, aquellas que se burlaban de que había dejado todo por amor. Creyó que no volvería a amar, que ese amor debía ser devoto hacia sus promesas, aunque su molestia con él era más grande, él podía vivir, tenía esa opción, pero decidió la muerte al abrirse las venas para seguir a un dios inexistente.
Y nuevamente la soledad la abrazaba, quitándole la esperanza de que su futuro debía ser en compañía, no tuvo más remedio que emprender la búsqueda de los pocos familiares que le quedaban para aliviar el dolor causado por la ausencia de los que ya no estaban.
Cuando llegó a la casa de su abuela imaginó la realidad diversa, un poco de empatía por su situación era lo que necesitaba, pero los sermones estuvieron presentes, creyó que la entendería y le daría la razón, pero no fue así.
—No puedes estar molesta con un muerto, con Ayato era pan y cebolla por los siglos de los siglos santos, así que no puedes comportarte como una escuincla, ya eres una señora hecha y derecha, sarna con gusto no pica, ahora, deshazte de toda tu ropa colorida, que el negro será tu acompañante, la viuda que se arregla, no duerme sola, así que viuda honrada, puerta cerrada.
Tenían que rezar cada noche para que su alma encontrara la luz, pidiéndole a dios que lo guiara por el camino correcto, aunque el enojo estuviera presente; Su abuela le colocó la fotografía de su difunto, con una veladora y el deber de encenderla todas las noches para que iluminara los caminos más obscuros por los que el alma de Ayato transitara. Envidia era lo que le causaba, como si Anato fuera capaz de encender una vela para que ella encontrara el camino. Miraba aquella foto y su molestia aumentaba, ¿Cómo podría estar con una sonrisa? Él la abandonó, no eligió vivir una vida junto a ella, él ya no estaba sufriendo, pero ella sí y ahora tenía que velar por él, llorarle, mendigar migajas de un amor que no le correspondió, hablar de él con amor y sin pena.
Decidió reprimir el enojo, no decirlo en voz alta, mucho menos en presencia de su abuela, pero se sorprendió cuando las señales empezaron: objetos cayéndose, golpes inexplicables, sombras, cualquier viuda estaría contenta con la situación, pero no ella, por más que intentaba girar la moneda para que saliera aquella cara llena de esperanza, no podía, la rabia contenida no le permitía extrañarlo.
—¿Qué me estas espiando?—Mencionó Mía en voz alta—Ya van tres veces que reparamos esa fotografía y solo vienes a tirarla, ¿Me quieres dar más trabajo?—Le dijo
—Malos ojos son cariño—Respondió su abuela, mientras seguía bordando
—Solo quiero que me deje, ¿De que sirve que este molestando? Así no te quiero—Mencionó furiosa, arrojando el trapo en el fregadero
—Tu abuelo hacia lo mismo—Mencionó meciéndose—Nadie del mundo se ha ido hasta tener sus días cumplidos.
Él se había ido sin un boleto de regreso, lo eligió, no tenía ningún pendiente con ella porque de haber sido así se hubiese quedado.
El cansancio era evidente para Mía, lo que más le pesaba era no poder expresarlo en voz alta, no frente a alguien que le daría la espalda y se aprovecharía para manipular la situación llenándola de culpa. Así que opto por acercarse a ese dios del que Ayato tanto le hablo, pidiéndole que cediera, dándole un falso perdón intentando vivir consigo y esa mentira. Solo quería volver a lo que ella era, solo quería un poco de aquel amor que le negaron.
—Lo que no mata te fortalece niña, anda a limpiarte esas lágrimas de cocodrilo—Su abuela solía ser estricta con ella—Tu elegiste esa vida, no vengas ahora a llorar, abandonaste todo por él, y ahora piensas abandonarlo, el amor hasta después de la muerte y no pongas esa cara, fueron tus decisiones, dejaste la vida que te dieron tus papás por un hombre, lo mismo va para ustedes—Señaló a sus primas. Hubo silencio—Cuando consigan marido, recuérdenlo muy bien la mujer al hogar y el hombre a trabajar, quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija
—No es cierto, el hombre de Mía era muy bueno, y mira como termino
—El hombre pone, dios dispone llega el diablo y descompone
Su abuela le hizo un gesto para que se acercara, la sentó en la silla y empezó a trenzarle el cabello.
—Debes ser recatada, guardar respeto por los que ya se fueron. Y con esos pelos sueltos solo llamas la atención, tu deber es en el hogar, así que ya no tienes por qué andar con ese rostro bonito dando tentación, mujer moza y viuda poco dura, recuerda que a la mujer casada el marido le basta. Además ¿No quieres que te dejen de molestar las animas? Hay que tenerlas contentas con nuestras acciones
Cuando terminó le dio la red y salieron al mercado. Ahí fue cuando lo miro por primera vez, estaba en una esquina con la sonrisa coqueta mirando en dirección hacia ella, levantándose el sombrero en señal de respeto. Obviamente su abuela desaprobó esa acción, ahuyentándolo, no quería que se acercara a sus nietas y no quería que sus nietas se acercaran a él.
—Dicen que tiene mucho dinero—Susurraba su prima en silencio, evitando que la abuela escuchara sus conversaciones—Dicen que Katsue fue el amor de su vida
—Katsue no es la que dicen que esta medio ¿Loca?—Su prima asintió
—Sí, pero solo se hace la loca, unos amigos dijeron que si le pagabas cierta cantidad de dinero se levantaba la blusa, así que fuimos a comprobar si era cierto, no le vayas a decir a la abuela—Susurro
—¿Entonces le viste las —Señaló los pechos divertida
—No, claro que no, es una mujer bastante culta, está un poco zafada, pero tiene mucha experiencia en letras, a veces nosotras le pagamos para que nos haga la tarea, solo cuando no está borracha, le encanta beber y contarnos historias. Te habla bien acá, con palabras que no entiendes, hasta te da mucha risa
—¿Qué tanto murmullan?—Las reprendió, haciendo que estas soltaran la risa—Lagrimas de viuda, poco duran—Se giro de inmediato, con esa pesadez en su mirar, desaprobando las acciones de Mía
—Yo no…—Quiso defenderse, pero sus mejillas sonrosadas ante aquella acción del tatuado la delataban—Solo soy de Anato—Susurro para sí misma, molesta
—¿Lo sigues amando?—Miro a su prima con tristeza, no quería romperle la ilusión de que el amor no dura para siempre, así que asintió. No sabía si lo amaba, sus sentimientos por el tenían telarañas—¿Crees que lo amarás por siempre, aunque él ya no te esté amando?
Esa pregunta le seguía haciendo ecos hasta el día de hoy. No podía amar a alguien que la había abandonado, que le demostró tan poco amor y fe, pero en aquel entonces se convencía de que así sería toda su vida y que no debía tener pensamientos indecentes sobre el amor de él.
—A veces siento que él no me ha abandonado, es difícil de creer, pero, cuando me despierto y abro los ojos siento que está en los primeros rayos que entran por la ventana, o cuando escucho a las aves cantar, él se encuentra ahí observándome—Sintió el amargo sabor de aquellas palabras
—¿Crees que a él le gustaría que amaras a alguien más?
—No…no podré amar a alguien más, el amor que tenía se lo di a Anato y él se lo llevó, una vez dado ya nada regresa
Las palabras las arrastro el viento, persiguiéndola hasta que llego a su casa, podía escuchar como silbaban en sus oídos, recordándole lo carente que estaría de afecto.
—Ese Jigen…ya les he dicho que no se le acerquen, ni le sonrían
—Ya sabemos
—Para él todo es fácil, consigue lo que quiere y lo desecha como vil basura. Así le hizo con el hijo de Katsue, dejó que se lo llevarán solo para hacerla sufrir
—¿Katsue tuvo un hijo con Jigen?—Preguntó la prima de Mía, impactada por la noticia
—Katsue está loca, se lo merece, no podría ni cuidar de él—Mencionaba Vera, la mayor
—Katsue estaba casada con Kokatsu, fue una mujer hecha y derecha, solo que sucumbieron ante el vicio. Kokatsu era adicto a apostar, ya sin nada que apostar, decidió que su familia era moneda de cambio, dándosela a Jigeny todo por una botella de cerveza; Claro que Katsue estuvo fascinada con todo el dinero y la porquería que Jigen le daba, solo que les sobraba algo, esa criatura. Cuando Kokatsu recuperó la cabeza quiso ir por su familia, y cuando Jigen vio que Katsue estaba cediendo este zorro mañoso no la dejó, le dio arto vicio hasta que la chisqueó. Katsue se vino a enterar que le quitaron al hijo cinco años después, cuando él vino de visita.
—Ya ama, no le diga eso a las niñas—Le besó la frente, había llegado la mamá de Vera con varias compras—Esos son puros chismes que traen en el pueblo
—Es la verdad niñas, ese Jigen es peligroso
—No es cierto mamá, el niño de Katsue se murió. Andaba todo mugrosito siempre, el pobre niño usaba el pañal tres días seguidos y en una de esas murió de una infección. Kokatsu siempre fue un borracho, intentaba cambiar a su familia por cerveza siempre que podía, y nunca le daba dinero a Katsue para los pañales ni la comida, así que ese niño estuvo muy desnutrido, lo más probable es que le hayan dicho a la Katsue eso para que no se tirara al vicio, perder un hijo es de lo más doloroso que le pueda suceder a una madre
—Yo he visto al niño Vero, es de cabellos claros, y tiene los ojos de Katsue, muy bien vestido, siempre se para en el acuario, y en cuanto ve a Katsue se va, nunca se queda mucho tiempo y gracias a dios que no lo hace, bien que sabe que ese Jigen es peligroso
—Solo son rumores madre santa, lo que la gente inventa. Ese Jigen vive de sus tatuajes y ya, solo porque intentó ayudar a Katsue, ya lo tachan de malévolo, a la que no se deben acercar es a Katsue, una mujer de la calle siempre corrompe a los hombres decentes
—No hagan oídos sordos de lo que les dice esta anciana, yo se oler a la muerte y ese Jigen la tiene tatuada en su piel, así que aléjense de él
La sola mención de su nombre hacía que el escalofrío le recorriera por todo el cuerpo, y que pensara en ese rostro tan llamativo. Cuando su abuela la mandaba al mercado lo veía, afuera de su estudio, con un cigarrillo entre sus labios, sentía su mirada con su andar, y sonreía porque alguien la notaba. ¿Cómo él podía ser tan malo? Alimentaba a los perros callejeros, veía como le daba moneda a los niños que se acercaban, o como ponía dulces fuera de su estudio. Mía creía en la bondad de la gente, sabía que nadie podía ser tan malo como decían, y lo había vivido en carne propia, porque quien juro nunca lastimarla, lo hizo con todo el peso de hundirla.
Los buenos días no se hacían esperar cada que ella pasaba por ahí, sin importar que aquellas trenzas largas adornaran su cabeza como serpientes él se fijaba en ella y Jigen la observaba como si hubiese descubierto una joya en una cueva obscura, la primera vez que este se acercó a preguntarle su nombre los labios de Mía temblaban de la emoción, y llegaba con una amplia sonrisa a su casa, fantaseando con su voz y con el próximo encuentro.
Esa breve acción la hizo sentir deseada, anhelaba demostrarle lo hermosa que podía ser usando ropa colorida, colocándose su labial rojo y soltando su cabello, pero con su abuela persiguiéndole los talones eso sería imposible. Deseaba tanto parecer alguien mayor para que Jigen no le dijera niña y se burlara de su tartamudeo cuando este le preguntaba sobre su vida, deseaba demostrarle seguridad y confianza, que ella pudiera hablar como persona normal y no como colegiala, quería estar a la altura.
Los encuentros que tenía con Jigen le habían devuelto la esperanza de ser vista y amada, de tener una vida llena de afecto. Incluso, cuando escuchaba aquellos golpes y veía los objetos caer, se sentaba frente a estos y le narraba las situaciones que estaba experimentando.
—No puedes molestarte porque me enamoré de nuevo. Tu decidiste dejarme…no puedo detener mi vida por aquel que se ha ido—Mencionó en voz alta, sacando aquella rabia que mantenía guardada—No te llevaste todo mi amor, y no te lo seguiré dando, es como llenar un vaso hueco
Jigen le dio la atención necesaria en el momento equivocado, le gustaba aquella atención, le gustaba sentirse deseada. Durante bastante tiempo vivió bajo la sombra de Anato, en el pueblo todos la veían como su propiedad, ella siempre sería de un hombre cuyo cuerpo no existía terrenalmente, incluso en ese sitio abandonado, nadie podría dirigirle la palabra a alguien que ya tenía dueño.
Estaba cansada de pagar una deuda que no le correspondía, de vestir de negro y ocultar su cabello, de orar en la noche y extrañar a alguien que no volverá. Estaba cansada de la decepción de su abuela y los reclamos por parte de esta, de ser el ejemplo de lo que no querían para sus primas, del desdén de sus familiares y la recriminación por sus malas decisiones.; Así fue como tomó una elección que le costaría demasiado, renunció nuevamente a su familia, ganándose el repudio de su abuela. Incluso cuando esta falleció, sus familiares le bloquearon el acceso señalándola de que su huida le causo la muerte a su abuela.
Creyó que sus familiares se alegrarían de aquel destino sobre escrito, de que el amor no la había abandonado y con espontaneidad lo encontró en aquel sujeto que le brindaba una vida económicamente estable.
Pero el amor no sucedió como ella esperaba, los celos se convirtieron en la compañía perfecta para las bofetadas que Jigen le brindaría cuando algo no le parecía. Ante esa acción ella intentó recurrir por ayuda, pero solo obtuvo la aprobación de sus tías ante tal acción, ella se lo merecía por andar de c/usca con cualquier persona que se le cruzara. Había traicionado a la persona a la que le juro un amor eterno ante los ojos del supremo, y ellas no podían aprobar ese tipo de acciones, si lo hizo con un difunto al que no le guardo respeto, que no lo hiciera con un vivo.
La fría indiferencia de sus familiares la hizo retroceder, volver con Jigen y disculparse, justificaba las acciones cometidas por parte de él, con tal de no probar nuevamente la soledad.
—No me hagas esto por favor, por favor—Suplicaba, mientras este la arrojaba en el último piso de su casa, encerrándola con llave en un cuarto obscuro—Jigen por favor, déjame salir, déjame salir
—Tienes que aprender a no abrir la pu/ta boca cuando no debes—Golpeó y pateó la puerta
Era conocida por su impertinencia, hacer chistes en un mal momento, y lo había hecho en el lugar equivocado enfrente de las personas erróneas. Jigen no dudo ni un minuto en tomarla del brazo y arrastrarla por el lugar, lo había avergonzado y eso no tendría perdón.
Cuando finalmente abrió la puerta, este tenía una sonrisa, Mía corrió a sus brazos pensando que había perdonado su chiste, pero este la arrojó a la pared, desatándose el cinturón y poniéndolo en su cuello, apretándolo.
—Cuando pienses en abrir la pu/ta boca quiero que recuerdes este momento, vamos a contar el tiempo, uno, dos, tres, cuatro, cinco—Se tardaba más de lo necesario, Mía caía de rodillas moviendo las manos con desesperación intentando hacer que Jigen soltara el cinturón
Cuando abrió los ojos estaba recostada en una cama, su cuello ardía y su garganta estaba lo bastante irritada como para hablar. Tocaba esa delicada parte con las yemas de los dedos, soltando las lágrimas y no creyendo lo que acababa de pasar, ese había sido el primer acto de su infernal obra. Lo perdonó, cuando este decidió contarle su pasado, pensó que era un paso importante, que él la valoraba para confiarle tan delicada narración, pero la violencia siguió, incluso cuando ella hablaba con su difunto esposo.
—Deja de espantarme Anato—Decía con los dientes apretados, pero después de otro crujir soltaba la risa—Estás enojado, yo también estoy enojada, me dejaste con el corazón herido, pero encontré alguien que me ama y que intenta sanarme y deberías estar feliz por ello
—¿Con quién hablas?—Mencionó Jigen, saliendo del baño, con la toalla envuelta en la cintura
—No es nada, se cayó otro cachivache y pensé que era Anato
Jigen frunció el ceño, abrió el closet—¿Crees que soy un pen/dejo? ¿Dónde escondiste el pu/to teléfono? ¿Con quién estabas hablando?
—Yo…te juro que…
—¿Quién es ese Anato?
—Te dije que fue mi…esposo…él falleció
Empezó a aventar la ropa de Mía a la cama, gritándole que se largara, ella estaba quieta, no podía mover ni un musculo. Este empezó a arrojar la ropa por la ventana, y luego empujo a Mía fuera de la casa cerrando la puerta con estruendo, pegándole en la nariz. La gente observaba como Mía levantaba la ropa llorando, agarrándose la nariz…arrojo la ropa al ver la sangre y se dirigió a tocarle la puerta, suplicando para que la dejara entrar, ya no tenía a donde ir, todos en el pueblo sabían a que se dedicaba y sería difícil que le dieran un asilo, así que Mía ya no tenía un pase de regreso, ya no tenía dinero, y nadie en el pueblo quería darle trabajo así que aprendió a sobrevivir gracias a Jigen ya que él la mantenía con vida.
Al ver que no hubo respuesta, tomo sus cosas y se dirigió a casa de su tía. Su prima le abrió la puerta, pero su tía se colocó de inmediato entre ella y la entrada, cuestionándole sobre su presencia ahí y recalcándole el hecho de que era una cualquiera, que se merecía todo aquello que le estaba sucediendo ya que no había pasado ni un año cuando ya estaba haciendo su vida con otro faltándole el respeto a la memoria de su difunto esposo y a su matrimonio.
Estaba dispuesta a dormir en el parque cuando Jigen llegó suplicándole que volviera frente a todos, dándole un enorme ramo de rosas y arrodillándose ante ella, abrazándola de las piernas. Desde ahí la dependencia a hacer todo bien había comenzado, temía que Jigen de nuevo la echara sin importarte que escucharan y en dos años aprendió a sobrevivir ante su voluble estado de ánimo, se refugiaba debajo de las mesas, se escondía en los cajones de la alacena hasta que Jigen se calmara y se repetía que ella había tenido la culpa, distorsionando lo que había sucedido para que ella pudiera sobrevivir ante ese entorno. La dinámica era la siguiente: Si Jigen la golpeaba esta fingía que no había sucedido, que él estaba jugando que no había sido para tanto su exageración, aprendió a cargar con la responsabilidad, de no señalarlo para que su furia no fuese mayor.
Aprendió a tener paciencia cuando Katsue aparecía, le escribía historias que parecían calmarlo en momentos difíciles, como cuando perdía una gran cantidad de dinero apostado, o cuando la mercancía no llegaba a tiempo. Al principio estaba celosa de ella, llegándole a reclamar a Jigen, pero este simplemente la echaba de la casa, como si fuese un vil perro pulgoso, su refugio era una iglesia, a pesar de que el padre y los creyentes la miraban como si fuese el mismísimo demonio, no la echaban de ahí, creían que todos merecían el perdón.
—Mmm así que ahora también compartimos lugar—Mencionó Katsue, sentándose en la banca donde ella estaba acurrucada temblando de frío, estaba ebria y no dudo en darle el grueso saco que tenía
—¿Crees que aceptaré tu lastima? ¿Lastima de la otra mujer?
—¿Yo soy la otra?—Mencionó con burla
—Él me ama a mí, yo soy quien vivo con él, la que lo ve despertar…sé que él me ama, solo te está utilizando a ti por tus escritos, porque encuentra un consuelo temporal—Esta seguía burlándose, riéndose con cinismo de las inocentes palabras que soltaba con tanta seguridad, como si no durmiera fuera porque su presencia ocupaba la casa donde ella habitaba
—Sin embargo, te encuentras trémula, palidecida, desamparada y nauseabunda, mientras que yazgo con pleno deleite dentro de su morada y con osadía afirmas que la pu/ta soy yo. Anda atrévete a realizar el comparativo físico y biológico para que te enorgullezcas de ti misma mientras dormitas en las ruinas de lo que alguna vez se sintió inquebrantable—encendió un cigarrillo—con antaño me he deleitado cómodamente de desechar los deslices de él, pero tú eres un pu/to grano en el co/ño, añadido ahí sin consideración alguna y aferrándose con garras rotas ¿Cómo podré desenraizarte?
Se levantó de ahí, bebiendo de aquella botella envuelta en una bufanda vieja, pensativa, hablando para sí misma en el camino, narrándose las acciones.
—Te dije que no estaba loca—Mencionó su prima, dándole una manta para que se envolviera
—Que se cree la vieja esa, no puede llegar, así como así y pedirle a Jigen que me saque, la odio, la detesto…¿Cree que tiene un lugar en su corazón? ¿Cree que puede venir y hacerme sentir como la otra mujer?
—Si Jigen te quisiera no te arrojaría como si fueses un perro—Le dijo con frialdad su otra prima
—No tengo a donde ir—Mencionó dolida—Él es lo único que tengo ya, es mi familia
—Tienes tu casa
—No quiero regresar a esa casa, no quiero regresar a ese pueblo, me lincharían si se llegaran a enterar que tuve otra relación, Anato era alguien sagrado en su hogar…me culparon de su muerte, no querré darles razones para que me martiricen diciendo que soy una p/uta. Y no soportaría volver a casa de la tía Isabel
—¿Por qué te culparon?
No querría hablar de ello, no ahora, con un dios encima de su cabeza. Había tenido dos abortos, por alguna razón a Anato le gustaba compartir el dolor de sus pérdidas con la gente, hablar sobre la perdida como un vacío imposible de llenar, a partir de su muerte, la gente empezó con los rumores de que él decidió irse porque ya no le esperaba nada en la vida terrenal, una esposa incapaz de concebir no era una vida muy apropiada para alguien que tenía la ilusión de dejar herederos.
—Puedo convencer a mi madre de que te deje volver…le conmueve verte aislada en este templo
Esa fue la primera vez que intento dejarlo, no duro más de un mes. Mía con dolor en su corazón rechazaba sus visitas, ignoraba sus mensajes, pero tan pronto supo donde se encontraba, fue e intento quemar la casa de su tía si esta no regresaba. Tuvo que volver para que este no se volviera loco por su ausencia, en ese entonces ese siniestro la hizo alzar su cabeza en alto, un hombre caía a la locura por su amor, hasta el punto de destruir a toda persona que quisiera separarlos. Sabía que el pueblo hablaba de ellos, pero para ella era desde la envidia. Sus tíos tuvieron que mudarse a otro lado, evitando el drama de Mía.
Hubo segunda y tercera vez que intentaba escapar, pero este le prometía que cambiaría, y los periodos de tranquilidad eran más prolongados, los engaños cedían, y él parecía preferirla aMía que a aquella pu/ta de Katsue, lo que hacía enfurecer a esta última.
Cuando se miraba en el espejo no podía reconocerse, su clavícula estaba más marcada, y sus mejillas parecían inexistentes, y esos hoyuelos que eran el atractivo se transformaban en líneas. Había demasiados motivos para alejarse de Jigen, los suficientes para dejarlo, pero no podía rendirse, tirar la toalla, quizá el problema siempre fue ella, no tenía la capacidad de retener a un hombre, no nació con esa habilidad de estar con un hombre toda la vida, justo como lo había hecho su abuela, incluso sus tías, ellas seguían con la misma persona, a pesar de los engaños, esos hombres siempre regresaban, no como con sus papás. Cuando su madre supo de la otra familia, emprendió marcha siguiendo a su padre, confirmando aquel hecho y separándose en ese instante de él, su abuela dijo que su madre no supo retener a un hombre, que era una decepción y no quería tener a una hija con vul/va sociable en la familia, pero a comparación de su padre, su madre no volvió a casarse, ni a tener hijos, se quedó a vivir allá, en un país extranjero, no podía volver con esa pena en el rostro, ni con el titulo de vergüenza, porque solo podía ofrecerle eso a la familia.
De todos modos Mía no esperaba que volviera, ni siquiera por ella, en el fondo sabía que su madre no la amaba, lo notaba en los ojos, en las acciones, los regaños eran constantes y los insultos de igual modo, ella conocía la historia, su madre se embarazó de ella cuando tenía catorce, su padre era amigo de la familia, y se enamoró de su madre desde que esta cumplió los once, en cuanto supieron lo del embarazo no dudaron en casarlos, y al poco tiempo el padre de Mía partió a otro país para darles una mejor vida, mandarles dinero para que tuvieran y construyeran un hogar, pero en cuanto Mía tuvo cinco años su padre dejo de mandar dinero, los rumores en el pueblo eran poderosos, las personas sabían de la otra familia, pero su madre estaba en negación hasta el punto de irse a vivir con su hermana mayor para evitar los sermones de la abuela paterna de Mía.
Aquellos recuerdos eran demasiado dolorosos, había soledad y desdicha en ellos, pero al final termino perdonando el abandono de sus padres. La reconciliación con la pequeña venía en forma de dinero, tanto de su padre como de su madre, esta última pagaba sus estudios como ultimo acto de amor antes de la decepción, desde ahí no volvió a saber de ellos, porque en cuanto una mujer se casaba significaba renunciar a su familia nuclear y la responsabilidad pasaba al esposo.
Se levantó de aquel templo, oraba porque su futuro sanara, de que ella pudiera tener ese don que tenían las mujeres de su familia al retener a un hombre, pero la gota que derramó el vaso en Jigen, aquello que le hizo perder la esperanza fue el ab/uso hacia su prima.
—No le creas Mía—Rogaba llorando, mientras tomaba su ropa—Lo hizo porque yo te ayudaba…
—Siempre nos tuvo envidia—Decía el otro, cambiándose con tranquilidad—Me preguntaba si le mandaría uno de los ramos que te enviaba a ti, dijo que me deseaba y me estuvo provocando
—Mía, no, yo solo vine a buscarte, quería saber si estabas bien, él…él me obligo Mía…me dijo que te mataría sino lo hacía
Mía la tomó de los cabellos y la arrastro ante la sonrisa gozosa de Jigen, en el fondo sabía que su prima no sería capaz de hacerle eso, ella repudiaba a Jigen y por más odio que deseara tenerle y creer en aquella historia que jigen narró, no podía, sabía que el monstruo era él.
—No vuelvas por favor—Susurró temerosa de las acciones de Jigen…¿Cómo pudo hacerle eso?—No quiero que te haga daño
El daño ya estaba hecho
—Mía…—Estaba temblando, sin saber que decir—Por favor…créeme…No me iré hasta que te vayas…vine por ti…no te quiero dejar
Le rompió el corazón saber que su prima seguía peleando por ella, Mía ya había perdido las fuerzas, se había resignado a llevar una vida así, había buscado estrategias para tolerar el humor de Jigen, ya no tenía más que dar ni que ofrecer.
Trago con dificultad y le cerró la puerta en el rostro—Ella me busco a mí nena—No pidió disculpas, ni se mostraba arrepentido, el coraje la invadió haciendo que se le dejara ir a los golpes mientras que Jigen se burlaba de sus inútiles fuerzas, colocándola debajo de él, con esa sonrisa maquiavélica, como si el hijo de pe/rra estuviera contento de sus acciones, orgullo de someterla
Mía le gritaba que lo dejaría, que sería la última vez que le permitía denigrarla, este se levantó, y abrió la puerta, esperando que esta saliera. Ella no lo hizo, se quedó ahí, llorando, odiándose a sí misma. Las siguientes semanas no le dirigió la palabra, pero notaba las atenciones de él, le preparaba el desayuno, le pedía su opinión, la violencia y agresiones disminuyó, como si de verdad cambiara. Pero Mía no notó el adiestramiento y la devoción por parte de ella, Jigen no tenía que esforzarse porque ella estaba domesticada, sabría que no lo dejaría, que dependía completamente de él, ella estaba en su poder. Incluso cuando Katsue regresaba, Mía preparaba la cena y les daba privacidad, resignándose a que ella era la otra y que, si quería mantener ese papel para estar cerca de Jigen, debería pasarle todas las infidelidades. Podría llevarlas a la casa, podría mandarles flores, pero la cama era sagrada, nadie más iba a estar ahí mientras ella ocupara el lugar presidencial.
El canto de las ranas podía escucharse hasta su ventana, las goteras hacían que el lugar fuese menos cómodo ya que el frío le calaba en los huesos. Odiaba ese clima, odiaba que Jigen la echara en cuanto Katsue le daba nueva droga sin tiempo de sacar una manta para cobijarse.
—Pensé que lo dejarías después de que te dije lo que me hizo, creí que te dolería tanto como a mí, que lo odiarías, así como yo lo odie, creí que me elegirías
—Si él te hizo eso estando yo, no me imaginó lo que sería capaz de hacerte sino estoy para calmarlo—Mencionó con la boca entre las piernas, sin mirar a su prima
—Katsue me dijo que su hijo se ira pronto—Fue al grano, sabía que no tenían mucho tiempo y que las pláticas de corazón a corazón no servirían de nada
—¿El hijo de Jigen?—Le dirigió la mirada
—Es el niño de Kokatsu…mi abuela nos hablaba de él, Kokatsu los cambió por
—Una botella de cerveza—Terminó la conversación—Y que con eso
—Dijo que podías ir con él, he venido a rogarte que vayas con él…por favor—Se arrodilló, llorando frente a ella—Sé que ya perdiste tu fe en dios, sé que perdiste la fe en tu esposo, y en la abuela, sé que piensas que te abandonaron, pero todas las noches he rezado porque encuentres un camino, porque alguien venga a salvarte y sacarte de esta situación. Tu no mataste a tu esposo, no tuviste la culpa de que él tomara su decisión, no tuviste la culpa de que la abuela muriera…no tienes que vivir así, como si te lo merecieras
—No confió en Katsue, mucho menos confiaré en un hijo de ambos—Respondió sin verla a los ojos, yéndose de ahí
—Mía, solo vete, por favor—Escuchó a lo lejos, empezó a correr de aquellas advertencias
En cuanto entro a la casa el cuadro se cayó rompiéndose, la lluvia comenzó en esos momentos, golpeando las ventanas como si fuesen palomitas en el microondas.
—¿Anato?—Susurró, esperando una respuesta, camino buscando señales
Pero solo observó a Jigen y Katsue recostados encima de la barra, perdidos en el viaje.
¿Esa era la vida que le esperaba? ¿Sus padres imaginaron que su dinero la llevaría hasta este punto? Ahora entendía la decepción de su madre al enterarse de su matrimonio, su madre sabía lo infernal que podía tornarse el estar con alguien que dice amarte, pero con compañía de la traición.
Se acurrucó en la silla soltando las lágrimas, estaba decepcionada de ella, de su vida. Ahora estaba consciente de que nunca vería a sus padres de nuevo, que no tenía familia a quien llamar cuando se sintiera desolada, y que posiblemente las puertas de sus padres estarían cerradas por siempre. Su madre intentó darle una mejor vida, una vida que abandonó al momento que eligió jugar a la familia.
Se sobresalto al escuchar unos golpes, pensó que eran más señales hasta que descubrió que el sonido venia de fuera. Abrió la puerta esperando que Jigen no reaccionara, y rogando porque no fuera su prima, se topó con aquellos ojos grises.
—¿Esta Katsue?
Él observó torpemente a Mía, con el cabello empapado y temblando como un cachorro mojado.
El primer impulso de Mía fue tomar su mano y salir corriendo, pero solo se quitó de la puerta dejándolo pasar.
Finalmente conocía al hijo de Jigen, aquel que él repudiaba hasta el cansancio y maldecía cada vez que lo mencionaban. "La mier/dilla chillona" Así lo describía cuando sus amigos preguntaban por él. Cuando hablaban sobre el hijo de ambos se lo imaginó distinto, pensó que tendría aquellos ojos que miraban con fiereza, y la sonrisa retorcida que no podías descifrar fácilmente, pero esta persona que estaba junto a ella no se parecía en nada a Jigen, pero si a Katsue, aquellos ojos grises grandes, la nariz pequeña y fina.
—¡Pequeña mier/dilla!—Mencionó Jigen al verlo, riéndose a carcajadas, intentando pararse y cayendo en el intento
Mía corrió e intento ayudarlo y este la empujaba
—¿Por qué estas con él? ¡Hee!—Le estiro los cabellos torpemente, mientras intentaba incorporarse de nuevo—¿Ya lo conociste? Es mi hijo, ese ca/brón de ahí, es mi hijo…yo te mandé a la ver/ga y sobreviviste como todo un hombre
Kawaki intentaba despertar a su madre, ignorando el show que estaba haciendo Jigen
—No subestimes el dominio de las despedidas, la gobernanza que estas tendrán en la cotidianidad que te auxilia; el efímero adiós ha llegado—Le narró—y aunque tu existencia es nula, el temor sigue presente en la ausencia que dejarás habitando en mí…no tengo remedio…tu ayuda no sanará tu corazón y la cura será ilocalizable en un sitio tan arcaico como este
—¿Quieres llevártela?—Interrumpió Jigen, aventando torpemente la mesa que los separaba—Llévate a esta mi/erda—Arrojó a Mía
—Jigen—mencionó esta, mientras Jigen la arrojaba hacia Kawaki
—Igual de pen/dejos, lárguense todos a la v/erga, es mi casa, a la ver/ga
Decía mientras aventaba todo, hasta que tropezó con algo y se desmayó. Mía lo sacudía intentando despertarlo, estaba desesperada, lo arrastró hasta la sala y lo colocó en el sillón. Escuchó la puerta cerrarse con estruendo, volteó hacia Katsue y esta le dio un golpe señalando la puerta.
—Él barco hacia aquel horizonte ha zarpado, ingrata y tonta niña idiota—Señaló la puerta con una risa escandalosa—Él emprendió marcha sin retorno, y quedarás con un destino anclado a este maldito espacio—Se burló—¡Se fue! ¡Sin retractarse! Así que no virará, pues ya motivos no tendrá para hacerlo—El aterrador llanto comenzó
Mía sacudía a Jigen con desesperación—Vete Mía—Interrumpió su prima
—Pero él…morirá sino hago algo
—Vete—Decía, arrastrándola a la puerta—Vete
Abrió los ojos, y colocó las manos en el piso, estaba frío y era color rojo, el olor a humedad estaba impregnado, se quitó los zapatos y colocó las plantas de sus pies en aquella superficie de barro. No estaba en casa de Jigen, no habitaba en aquella Mía, estaba segura, pero no por mucho tiempo, el olor metálico llegaba a ella, y ahora le creía a su abuela cuando decía que Jigen desprendía un hedor a muerte y a sangre, él estaba cerca, rondándola, acechándola.
—¿Mía? ¿Qué mi/erda haces ahí metida?—Preguntó con una sonrisa en el rostro al notarla bajo la mesa intentando no sentirse culpable por lo acontecido recientemente.
Él y Mía tenían un trato, era evidente que había sido el primero en traicionarlo y estaba dispuesto a reconocerlo.
—Le tengo miedo a los relámpagos—Dijo, con un hilo de voz—¡Claro, que no mie/rda! No…no podemos actuar tan tranquilos, yo, sé que era Jigen, si él…si él descubre que estoy contigo—Temblaba
¿Jigen? Lanzó un suspiro e intento brindarle una mano para sacarle de ahí.
—No te encontrará—Mencionó con seguridad
—Tu pu/ta madre es muy traicionera—Tragó con dificultad—No puedes confiar en un adicto…ni en alguien alcohólico, nos va a traicionar Kawaki, de eso estoy segura, Katsue no es de fiar
—Ella te ayudó a salir de ahí ¿No? ¿Por qué te traicionaría?
—No la conoces…no realmente, es una arpía que sería capaz de vendernos con tal de tener un pu/to gramo—Estaba paranoica, había adrenalina en su cuerpo, estaría dispuesta a gastarla con tal de evitar ese lugar—No es esa mujer vulnerable por la que se hace pasar cada vez que te mira, es muy calculadora, demasiado…no es tonta, siempre tiene piezas en el tablero, hilos que jala desde arriba como la observadora que es…
Este entro debajo de la mesa, sentándose frente a ella.
—Iba a quemar la casa de mi tía, abu/so de mi prima, te separó de tu madre…Jigen no tiene el corazón ni la clemencia para pensar en las consecuencias antes de actuar, algo me dice que está cerca y que nos observa…
—Mía…Katsue no sabe dónde vivo, no sabe nada sobre mi vida
—Sé que él vendrá, sé que toma lo que quiere, cuando quiere, sin importarle que
La tomó de la barbilla con cuidado—No está aquí, no sabe que estás aquí
Mía negó, estaba recuperando su independencia, estaba logrando ser alguien, simplemente no podía llegar de este modo y derrumbar todo lo que había construido. Ella ya salía sola, podía andar en su trabajo sin pedirle a Kawaki que pasara por ella, podía ejercitarse en el parque por las tardes sin necesidad de que alguien la acompañara, salir a lugares públicos sin temor a ser juzgada o vista.
Recuperaba su autonomía, aprendió a no ser objeto de amor para las personas que querían poseerla, era libre, volvía a empezar, y fue difícil.
—Tus preocupaciones no deben estar conmigo, he abusado de tu amabilidad…sé que lo he hecho, no es mi intención interferir en tu vida—Añadió con el nudo en la garganta—Te he quitado tiempo, te quité tu espacio, y mi/erda, cada vez fui pidiendo más de ti cuando no debí hacerlo…Fui una idiota que no pensó en las consecuencias, me sentí tan segura y todos estos meses todo iba perfecto…y quiero abusar de esa amabilidad tuya un poco más, por favor, por favor, necesito conseguir lo más pronto posible mis papeles…Tengo que irme, si Jigen descubre que fuiste tú, acabará con nosotros ¿Lo entiendes?
Hubo silencio, Mía respiro, no quería alarmarlo, él tal vez no vivió lo suficiente con Jigen para saber de lo que era capaz, pero esa mirada ocultaba preocupación, no, a él no podía arrancarle esa seguridad, no podía pagarle con esa moneda después de todo lo que hizo por ella.
—¿Estoy muy paranoica, no? Todo el camino me repetí que no era su camioneta, que no tenía manera de conseguir mi paradero, pero mira como estoy—Señaló sus temblorosas manos riéndose un poco—Te lo juro que lo intento, no pensar y poner los pies en la tierra—Dijo quitándose los zapatos y tocando el suelo frio
El ruido los sobresalto, se había caído un objeto.
—No—Se abrazo a si misma sabiendo que los temblores acabarían con aquel llanto reprimido—No es el momento mi/erda…Dime, dime por favor porque me permitió vivir todo esto, si él me esta acompañando, ¿Por qué no evitó que sucediera? Solo me daba sus p/utas señales, rompía cosas, movía objetos, ¿pero no podía quitármelo? Ni se te ocurra consolarme…no quiero más confort, no quiero saber que me aprecias porque no me iré, eso me lo dijo la terapeuta…no nos vamos de lugares donde se nos quiere, si él me quiere no me dejará ir…¿Es eso lo que me quiere decir?
Se hacía bolas con sus pensamientos, el desequilibrio en su balanza le ajetreaba su ser.
—Es…es cansado escucharme—Lo notó en su mirada—Lo sé…es escuchar el mismo cuento una y otra vez, incluso yo me estoy ahogando en las palabras, no encuentro el principio del hilo ni el final. Sigo sin entender porque las personas que más dicen amarte son las que te causan el peor trauma de tu vida, solo las amaste, y las aceptaste…Perdonaste sus engaños, sus faltas de respeto, su decadente amor propio, y crees que con amor se van a salvar, pero mi amor no pudo cambiarlo…Debes, debes estar cansado de escuchar las historias de desamor de las mujeres—Se arrastró fuera de la mesa—De intentar regresarme a la realidad
Otro ruido los interrumpió.
—¿Le dirás que se detenga?—Le preguntó a Mía con media sonrisa, intentando sonar amable
Se había acostumbrado de alguna forma a los ruidos que Mía identificaba como señales de su ex esposo
—No se siente como Anato—Mencionó bajito, inspeccionando el lugar
Kawaki no tuvo que hacerlo, tal vez Mía si tenía un instinto y aquellas señales que se habían prolongado le avisaban sobre el peligro. A través de aquel espejo podía ver a su madre por la ventana, asomándose.
