2.

Tsunade se levantó con un poco de mal humor esa mañana, la noche anterior había ido por un par de tragos, pero se había dejado llevar y terminó acostándose casi a la madrugada. A veces le pesaban sus deberes como Hokage y, muy de vez en cuando, añoraba la vida que tenía antes de encontrarse con sus dos colegas Sannin y Naruto. Pero la voluntad de fuego ardía en ella, y no existía mayor honor que seguir los pasos de su abuelo y su maestro.

Al entrar a su oficina, encontró a su fiel asistente con una montaña de papeles. Suspiró. Ese era uno de los deberes que más odiaba, ¿por qué el mundo tenía que ser tan burocrático? ¿Por qué no podía ser como antaño, cuando todo se podía hacer solo con el poder de la palabra?

—Buenos días, lady Tsunade. ¿Durmió bien? —saludó su asistente con una sonrisa.

—Hola, Shizune. Sí. ¿Qué hay para hacer hoy? —dijo mientras se sentaba.

Shizune comenzó su recital diario de deberes, citas y problemas. Tsunade la escuchaba con los brazos cruzados, tratando de no pensar en ese lugar de apuestas donde había perdido unos cuantos billetes. Tendría que ir a recuperarlos.

—... también está el tema de la chica.

—¿Mmm? ¿Cuál chica? —preguntó frunciendo el ceño. Ahora qué problema tendría que solucionar.

—Lady Tsunade, ahora veo que no me estaba prestando atención. Hay una chica afuera, esperando por una audiencia con usted. Hoy es el quinto día que se presenta. Todos los anteriores días se ha quedado durante toda la jornada.

Tsunade se inclinó en el escritorio y descansó el mentón sobre sus dedos cruzados.

—¿No es importante el motivo por el que quiere verme?

—Es que no es nada relacionado con la aldea, tampoco es shinobi. De hecho, no es de Konoha. Dijo que era un motivo personal —explicó su asistente.

—¿Personal? —sonrió con picardía—. Eso cambia un poco la rutina. Ahora tengo curiosidad. Llámala, Shizune.

—Pero, lady Tsunade, estos papeles...

—Sí, sí, ya lo sé. Pero podemos darle a la chiquilla unos 10 minutos.

Descartó las objeciones de su asistente con un movimiento de su mano. Ambas sabían que prefería hacer cualquier cosa a ocuparse del papeleo.

Minutos después, Shizune entró con una chica alta, fornida, de piel canela, de cabello crespo a la altura de los hombros, parecía de unos 20 años, y no se le hacía familiar; aunque tampoco podía verla bien, pues apenas la muchacha la miró, se sonrojó e inclinó el cuerpo en una reverencia.

—B-buenos días, señora Hokage —la voz de la chica temblaba—. M-mi n-nombre es Athena.

Tsunade la observó, la chica aún estaba inclinada; parecía rígida, con las manos en puños, pegadas a los costados.

—Un gusto conocerte, Athena —trató de suavizar la voz—. Ya puedes levantarte.

Athena se irguió, pero rehuía su mirada. Tsunade la analizó, no parecía peligrosa, pero su nerviosismo podría estar delatando una situación sospechosa, o quizás solo era una persona muy tímida.

—Ven, acércate para que podamos hablar mejor —le indicó con un movimiento de mano.

Athena dio unos pasos hacia ella, pero sus miradas aún no se habían encontrado.

—¿Cuál es ese asunto que querías tratar conmigo? —inquirió Tsunade mientras cruzaba los dedos sobre su escritorio.

—Em... tengo una petición para usted —contestó en voz baja, con la mirada pegada al escritorio de Tsunade.

—Comprendo. Sin embargo, Athena, si deseas que te escuche, necesito que me mires a los ojos. No puedo confiar en alguien que rehúye de mi mirada —habló con voz serena pero autoritaria.

Vio cómo Athena se estremecía y tragaba saliva; al fin, sus ojos se posaron en los de ella. Eran de un color café oscuro, transmitían inseguridad, pero a la vez amabilidad. Sí, la chica solo era víctima de la timidez.

—Mucho mejor. —Tsunade esbozó una ligera sonrisa—. Soy toda oídos.

Athena tomó una bocanada de aire y soltó casi sin hacer pausa entre las palabras:

—Vine a pedirle que sea mi maestra.

Tsunade arqueó las cejas. Vaya, eso era algo que sí se salía totalmente de su rutina. La petición la sorprendió y divirtió a partes iguales.

—Athena, ¿sabes que para ser un ninja se debe ir a la academia desde niño?

La chica asintió.

—Entonces también sabrás que no puedo enseñarte esas cosas básicas. ¿Puedes moldear chakra?

Athena negó con la cabeza.

—Para que yo te enseñe —continuó Tsunade— debes saber hacerlo. Todos los shinobis tienen naturalezas y habilidades distintas. Por ejemplo —señaló a Athena con la mano abierta—, si las tuyas se basaran en técnicas ilusorias, yo no podría ser tu maestra —explicó inyectándole un poco de dulzura a su voz. No deseaba herir mucho los sentimientos de la chica.

—L-lo comprendo. —Athena cambió el peso del cuerpo de un pie al otro—. Mi abuela me dijo algo parecido. Sin embargo, también me hizo saber que tampoco era imposible. —Sus ojos brillaron un poco.

—Athena...

—S-si me permite, señora Hokage —empezó mientras sacaba un sobre del bolsillo de su chaqueta—, mi abuela quería que le diera esto. —Se acercó y lo puso sobre el escritorio con manos temblorosas.

Tsunade miró a Athena, luego al sobre y lo tomó; no podía negar que tenía curiosidad. ¿Quién podría ser la abuela de esta chica? Lo abrió y comenzó a leer.

Un cordial saludo, lady Tsunade:

No sabía qué tan formal o informal podría ser ahora que es la Hokage, también considerando la posibilidad de que ni siquiera me recuerde. Soy Akira, la mujer de la Aldea de los Bosques, que ayudó a los tres Sannin durante la segunda guerra ninja. Recuerdo que usted y yo nos acercamos un poco durante ese tiempo; me atrevería a decir que hasta forjamos una pequeña amistad. Cuando se marcharon, me hizo saber que algún día me devolvería el favor, y ahora me atrevo a aceptar la retribución.

La muchacha que tiene en frente es mi adorada nieta, fui yo la que la envió a Konoha a buscarla. Es frágil, pero tiene un corazón de oro. Hay muchas cosas que quise haberle enseñado, pero no tuve el tiempo suficiente; y me temo que la debilidad de carácter y su baja autoestima no dejarán florecer su verdadera fuerza. Por favor, enséñele lo que es la determinación y a amar la gran chica que es; pero, sobre todo, adiéstrela en el arte del control del chakra. Sé que a simple vista parece ordinaria, sin embargo, a su debido tiempo, encontrará algo sorprendente.

Le agradezco desde el fondo de mi corazón.

Akira

Tsunade cerró los ojos por un instante; por supuesto que recordaba a la mujer. A pesar de ponerse en peligro, los había acogido en su casa. Tsunade sabía que le debía al menos poner a prueba la determinación de su nieta.

—Siento mucho lo que tu abuela —dijo con suavidad.

Athena bajó la mirada.

—Gracias.

—Athena, mañana nos vemos en el campo de entrenamiento, apenas salga el sol. Quiero que me muestres tu fuerza. Si logras superar la prueba, me convertiré en tu maestra.

La chica tragó saliva, pero un destello de esperanza le brilló en los ojos.

—M-muchas gracias, señora Hokage. —Se inclinó.

—Ve, come y duerme bien.

Athena asintió, y luego se marchó.

—Lady Tsunade, ¿de verdad la va a aceptar como aprendiz? —preguntó Shizune, que había estado presenciando la conversación desde una esquina.

Tsunade la miró y arrugó el entrecejo.

—No la he aceptado. Solo le estoy dando la oportunidad de que se pruebe así misma.

—¿Conocía a su abuela? —inquirió Shizune con curiosidad.

Tsunade giró la silla, su mirada se perdió en la vista de la aldea a través de la ventana.

—Así es. Durante la segunda guerra ninja, después de una batalla, Jiraiya había quedado herido, y necesitábamos buscar abrigo. Encontramos una aldea, pero nos cerraban las puertas a dondequiera que tocábamos. Tenían miedo de prestar ayuda a cualquiera de los bandos. Sin embargo, Akira nos permitió entrar, y no solo nos resguardó bajo su techo, sino que también nos brindó sus mejores cuidados. —Sonrió con nostalgia—. Creo que tenía algo de bruja.

—¿Por qué lo dice?

—Me habló del dolor que llevaba en el corazón por la muerte de Nawaki, de mi fortaleza y poder de resiliencia. También de la soledad que cargaría la mayor parte de mi vida. —Se giró para mirar a Shizune—. Akira predijo la muerte de Dan, también me dijo que viajaría con una aprendiz, que ocuparía un cargo importante y que mi lugar en el mundo ninja sería legendario. —Una sonrisa irónica se le dibujó en los labios—. Aunque lo que más me sorprendió fue cuando me dijo que me volvería a enamorar a los 53 años.

Shizune estaba estupefacta.

—Pero... todo eso se ha cumplido. En unos meses cumplirá 53. ¿Eso quiere decir...?

Tsunade no la dejó terminar.

—Shizune, ¿alguna vez me has visto interesada en alguien?

La asistente pensó por un momento.

—No...

—Bueno, pues los adivinos no siempre pueden verlo todo —dijo haciendo un gesto con la mano, como si explicara lo obvio.